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Clientelismo político local:
Visi N Comparada De Chile Y Per
Fernanda Cruz Gómez / COL.
El clientelismo político es un fenómeno sociopolítico estudiado en las últimas seis décadas por científicos sociales de diversas disciplinas en sociedades muy dispares. Aunque se asocia con frecuencia a estados preindustriales o de escasa modernización, se encuentra tanto en países desarrollados y modernos en lo político, como en países en vía de desarrollo (Cerdas Albertazzi, 2014). Diferentes disciplinas han estudiado sus dinámicas como la antropología, sociología, ciencia política e historiografía. Todas, enfocando sus esfuerzos en entender la construcción de relaciones clientelares para diferentes contextos, obteniendo diferentes resultados. Sin embargo, dentro de la literatura, es posible encontrar un consenso respecto, al menos, tres niveles o etapas del clientelismo, el des-institucionalizado conocido como tradicional, el de partidos políticos conocido como moderno y el promovido desde las mismas instituciones conocido como clientelismo de mercado, desarrollado por el Estado.
Resumen: El presente artículo académico tiene como propósito realizar un ejercicio comparado del fenómeno de clientelismo a nivel local en Chile y Perú, desde una perspectiva de cultura política. Su enfoque es antropológico y sociológico, de tal manera que da primordial relevancia al contexto para comprender el funcionamiento de las redes clientelares en cada país. En primer lugar, se identifican dos estudios de caso, cuyo propósito es el análisis del fenómeno del clientelismo, su funcionamiento y percepción ciudadana a nivel local para ser comparados. En segundo lugar, se identifican las características de cultura política de cada uno de los contextos, en un intento por explicar las dinámicas exploradas en cada contexto.
El clientelismo tradicional, se conoce como la práctica de clientela más antigua, que tiene su fortaleza en el ámbito local y se percibió por primera vez con figuras como el jefe gamonal o cacique que en posición de poder ofrecían protección a cambio de lealtad de sus seguidores, entendidos como clientes. Esta forma de relacionarse se trasladó al campo político y se hizo visible con la aparición de fenómenos como el compadrazgo y el favor personal, que empezaron a constituirse como mecanismos de supervivencia comunitaria confundiéndose con relaciones de poder.
micos. Algunos estudios han determinado que el rápido aumento de los recursos de los estados alimenta las relaciones clientelistas de los partidos, puesto que el estado se adueña de obras de infraestructura, de burocracia y auxilios de mediadores para lograr apoyo electoral. Los partidos políticos terminan siendo entendidos como dadores de beneficios de cualquier tipo, más que mecanismos de agregación de intereses y de expresión de demandas.
Sin embargo, la debilidad de los partidos ha terminado traducida en descontento por parte de las sociedades, y en ese sentido, ha propiciado la aparición de personajes políticos que se desligan de las figuras partidistas y promueven una nueva forma de clientelismo.
Llegada la modernidad y con ello la democracia como el régimen político por excelencia, los partidos políticos surgen en el momento en el que se reconoce, teórica o prácticamente, el derecho de las sociedades de participar en la gestión del poder político y con este fin se organizan y actúan (Bobbio, Matteucci, & Pasquino, 1986).
El clientelismo moderno, está ligado a la pérdida de capacidad de los partidos para atender las demandas de la sociedad, perdiendo con ello, su poder ideológico y de movilización, reemplazandolo por el poder de los favores burocráticos y/o econó-
El clientelismo de mercado es aquel en el que los políticos empiezan a utilizar las políticas públicas, y el monopolio de los estados para acumular capital electoral y permanecer en el poder público. Estudios como el realizado por Barón, narran las formas en las que en países como Colombia y Venezuela han utilizado programas del estado para acaparar poder electoral (2015). Tal es el caso del programa Familias en Acción, que fue sujeto de campaña política durante la campaña presidencial de 2007, donde el presidente de Colombia prometió a la opinión pública mantener el beneficio de la transferencia monetaria del programa a cambio de la lealtad electoral de sus seguidores si votaban por su candidato. El clientelismo centraliza el poder de otorgar favores y desarrolla una nueva forma de relación estado-ciudadano, donde no sólo se acerca el estado al ciudadano, si no que se genera una relación de dependencia, donde la implementación de programas sociales y la centralización del poder son fundamentales para su funcionamiento.
Teniendo claro el concepto, se identificaron dos estudios de caso, cuyo propósito es el análisis del fenómeno del clientelismo, su funcionamiento y percepción ciudadana a nivel local, en dos países de Latinoamérica, Perú y Chile.
Clientelismo desde lo local en Chile y Perú, una percepción ciudadana. El concepto de clientelismo político es entendido en ambos casos como un modo de vinculación política entre un patrón y un cliente construido sobre la base de transacciones asimétricas, donde el primero controla importantes recursos de poder y garantiza, como un "guardián", el acceso a dichos recursos por parte de su clientela a cambio de lealtad y apoyo político (Quispe Robles & Maldonado Valenzuela, 2016). En consecuencia, ambos estudios analizados sostienen que este tipo de relación está fundamentado en tres principios básicos:
Reciprocidad: Puesto que las acciones de los actores se espera que sean siempre retribuidas.
Asimetría social: Dado a que la condición social de los actores es desigual, el patrón ostenta un poder que ofrece a sus clientes.
Los ejercicios académicos seleccionados son los siguientes:
El clientelismo político en la gestión pública: Caso municipalidad distrital de ChiaraAyacucho 2015 (Quispe Robles & Maldonado Valenzuela, 2016).
Clientelismo y corrupción en contextos de baja estatalidad, una relación mutualista (Moya Díaz & Paillama Raimán, 2017).
En adelante, se presenta un análisis de las concepciones y formas de clientelismo de cada uno de los contextos estudiados, resaltando sus similitudes y diferencias, para luego acercarnos a una breve caracterización del tipo de cultura política al que responde cada uno de los territorios, soportado en bibliografía adicional que la nutre.
Relación cercana: En tanto la relación no es una mera transacción entre las partes, si no que parte de una relación estrecha que implica altos grados de confianza y lealtad.
Partiendo de la percepción de la ciudadanía, el clientelismo en ambos casos infiere una relación de dependencia elector-político. En Chile, tanto la ciudadanía como los políticos consideran que la relación entre estado y sociedad debe ser cercana, no debido a la importancia de la representación, participación y simpatía ideológica de las democracias, sino partiendo de los beneficios que reciben los electores al identificarse como cercanos de los gobiernos de turno. Por ejemplo, los trabajadores de la Municipalidad de Chiara de Perú, expresan que participaron en la campaña política del alcalde por simpatía, amistad propia y/o confianza, fortaleciendo la idea de que la forma más común en la que se retribuye el apoyo electoral, es la aceptación y colocación de puestos laborales en las estructuras públicas. Bajo este marco de análisis, el clientelismo se presenta como una forma alternativa de vinculación entre los ciudadanos y el Estado, producto del fracaso de este último, en garantizar la igualdad y universalidad en el acceso a políticas de bienestar contra la desigualdad social y económica (Moya Díaz & Paillama Raimán, 2017).
Ahora bien, estas redes de reciprocidad son comprendidas por la población de las comunas de Traiguén, Cholchol, Galvarino y la Municipalidad de Chiara como desigualdades en la distribución de recursos públicos. El patrón (alcalde) de los municipios tiene un poder discrecional sobre la ejecución de los recursos del estado, que si bien es controlado por figuras como los consejos municipales o las transferencias condicionadas de los gobiernos centrales, también le da un margen de acción, en decisiones como las poblaciones a priorizar. La ciudadanía percibe que hay sectorización en los bienes y servicios que administran los gobiernos locales, según la participación y el apoyo que fue recibido durante las campañas políticas que legitiman su gestión.
Por último, sólo en el caso de Chile las prácticas clientelares son relacionadas directamente con formas de corrupción, puesto que si bien la población fue consultada haciendo uso de expresiones diferentes al término corrupción, su respuesta fue, que “un hecho corrupto puede ser concebido como una forma válida de obtener beneficios, dependiendo la situación”. Lo que permite entender, que tanto la corrupción como el clientelismo responden a pautas culturales, fundamentales en la definición moral de estos fenómenos, que muestran el profundo arraigo a las sociedades actuales.
Ahora bien, aunque algunas investigaciones indican que el clientelismo político y la corrupción establecen una relación mutualista, teniendo en cuenta que una de las definiciones de corrupción más aceptadas es el uso indebido de servicios públicos para beneficio personal, se trata de conceptos diferentes. Estudios realizados por Moreno analizan el clientelismo político en España y determinan que, aunque este fenómeno social incide en casos de corrupción pública, los conceptos difieren, puesto que no utilizan las mismas estrategias para adquirir beneficios personales (1999). Adicionalmente, Corzo sostiene que este tipo de relación clientelista basada en el intercambio, en sus dimensiones electoral, burocrática o de partido, no tiene por qué distorsionar o eludir los principios de legalidad y legitimidad, como ocurre en los casos de corrupción (2002).
Una aproximación a la cultura política de Chile y Perú desde sus prácticas clientelares. Luego de entender la visión local del clientelismo en cada uno de los estudios de caso escogidos, el presente artículo los contrasta con el tipo de cultura política que se puede inferir caracteriza las localidades de ambos países. Para ello, es importante tener en cuenta que la cultura política es un concepto introducido por Almond y Verba como el conjunto de “orientaciones específicamente políticas, posturas relativas al sistema político y sus diferentes elementos, así como actitudes relacionadas con la función de uno mismo dentro de dicho sistema” (1992). En ese sentido, los autores consolidan una tipología de cultura política que clasifica los contextos en cultura parroquial, de súbditos y/o de participantes, las cuales a su vez se pueden mezclar y caracterizar la cultura política de las diferentes naciones.
La cultura parroquial es un tipo de cultura donde los individuos no reconocen un sistema político, no esperan nada de él y por ende no tienen claro su rol. La cultura de súbdito es aquella en la que los individuos reconocen un sistema político pero su relación con él es pasiva, no reconoce el funcionamiento interno del sistema, pero es consciente de las políticas públicas que se producen y de su rol dentro del mismo. Por último, la cultura de la participación es en la cual los individuos reconocen un sistema y tienen orientaciones frente a los procesos políticos y administrativos existentes, además reconocen su rol y tienden a ser sujetos políticamente activos.
Ahora bien, la cultura política de Latinoamérica responde a un proceso de democratización diferente. Los países fueron conquistados por naciones feudales, en un contexto de expansión capitalista que conectó todos los territorios. El propósito de la conquista era la explotación, la producción y la generación de tributos, de tal manera que se distorsionaron las estructuras sociales propias. En ese sentido, mientras que en los países modernos las democracias implican la construcción de nuevas actitudes y sentimientos políticos, en Latinoamérica se mezclaron las estructuras tradicionales con las tecnologías y ciencias de la modernidad. Ello permite entender porque la cultura política de este sector del mundo es diferente.
Teniendo en cuenta el propósito del presente ejercicio académico, se analizan los rasgos de las prácticas clientelares esbozadas en la anterior sección, desde una mirada de la cultura política de cada uno de los contextos en estudio. Tanto las poblaciones de Chile como de Perú seleccionadas para el análisis, comparten características contextuales como el nivel de pobreza; las comunas sujeto de investigación en Chile presentan índices de pobreza mayores a la media del país, y la municipalidad de Perú hace parte de la región de Ayacucho, una de las más pobres de su territorio. Adicionalmente, en ambos casos la presencia del estado es precaria, como lo demuestra Coronado en una propuesta de medición del índice de estatalidad sub-nacional en Perú (2015), o como argumentan Moya y Paillama en el caso de las comunas de Traiguén, Cholchol y Galvarino en Chile, que reportan el menor índice de estatalidad según los datos de LAPOP para 2016 (2017). Lo que permite deducir, que en principio ambos territorios comparten fallas en el funcionamiento y capacidad del estado, en la provisión de bienes y servicios básicos.
Así pues, entrando en materia de la cultura política como los anteriores resultados muestran la percepción de funcionamiento de las redes clientelares es similar en los territorios estudiados. Moya y Paillama mencionan que se genera un sistema de desigualdad categórica, que distingue, por un lado, entre beneficiarios dignos de ayuda, mientras que por el otro asume que hay algunos que no merecen la asistencia del estado (2017). En ese mismo sentido, Quispe y Maldona sostienen que la existencia de grupos políticos sectorizados en los distintos centros poblados de la municipalidad de Perú, genera que en épocas de elecciones se perciba un ambiente de tensión, puesto que el ganador de las elecciones no va a ser apoyado por una mayoría política. La cual, en el desarrollo del gobierno va a ejercer como oposición, sin ver ningún tipo de beneficio por parte de la administración pública (2016). Se logra distinguir una sectorización política sustentada en redes clientelares, que como conceptualmente se mencionó en principio, va más allá de un intercambio de favores y se justifica en una serie de relaciones estrechas de confianza y lealtad.
Pese a lo anterior, es visible una brecha en lo que se percibe respecto a la cultura cívica, entendida como una cultura de participación entre las comunas de Chile y la municipalidad de Perú. Una muestra de ello, son los sectores poblacionales elegidos para participar en los casos de estudio, puesto que si bien en ambos casos se vincularon las organizaciones sociales y comunitarias, en Perú se distinguió entre organizaciones comunales de jurisdicción del distrito y organizaciones sociales no institucionalizadas. Por consiguiente, las formas de asociatividad, su nivel de organización y formalización frente al estado, son mayores en la municipalidad de Chiara. Adicionalmente, la población de Perú expresa que realiza constantemente seguimiento a la gestión del alcalde, para conocer su actividad y gestión, con el propósito de dar seguimiento a los avances de la ejecución de obras en el territorio. En consecuencia, se infiere que la participación en el territorio sujeto de estudio de Perú es más activa que en el caso de Chile.
Asimismo, se realizó un contraste de la anterior tesis, con los índices de percepción pública de la Corporación Latinobarómetro, que para el año 2015, presenta las siguientes tendencias de participación política en los dos países de estudio. Por un lado, reporta que frente a la evolución de la participación electoral 1995-2015 de la población en edad de votar, Chile, es el país con mayor decrecimiento con un -34,7% en contraste con Perú, que consiguió un aumento del 1.14%. También, en cuanto a la participación política, los ciudadanos se sienten representados por algún partido político en Perú en un 51% en contraste con Chile, que sólo lo hace en un 24%. Sin embargo, frente a la participación social, el estudio se refiere a la disposición a protestar de la ciudadanía valorada de 0 a 1.0, caso en el que Chile presenta un 6,9 y Perú un 6,2 respectivamente, que no hace visible que la participación sea más activa en el segundo, que en el primer país (Latinobarómetro, 2015). En consecuencia, los datos que presenta el Latinobarómetro muestran que la participación electoral y política es efectivamente mayor en Perú, como lo sugiere el análisis comparado antes mencionado. Sin embargo, ese no es el caso de la participación social, donde Chile presenta una mayor tendencia a la protesta social.
Conclusiones
A manera de conclusión, el ejercicio comparado muestra que el clientelismo responde a una construcción cultural, interiorizada y normalizada por la población local para el caso de ambos territorios estudiados. Sin embargo, también demuestra que mientras que en el caso de Chile el clientelismo parece ser gestionado mediante la participación social; en el caso de Perú se gestiona mediante la participación política y electoral. Dichos resultados sugieren que, en cuanto a la cultura política, el caso de Perú es más cercano al concepto de cultura cívica y al uso de ella como una herramienta de gestión de las redes clientelares, en comparación a Chile donde la participación se limita a su forma social. Esta es una relación socio política interesante, que vale la pena profundizar desde la academia en un ejercicio de evaluación de las diferentes democracias de la región.
Referencias
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