Azar (Mariela Lupi)

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AZAR Mariela Lupi (Ed. Lim贸n 2003)


AZAR I Sus manos temblaban. Sobre el hule de colores chillones y figuras que de lejos parecían flores, tiró la primera carta. -La intensidad, dijo marcando su entrecejo con dos líneas verticales, profundas en el gesto. -La intensidad lanzada, firme y segura como una flecha; en esto hay que trabajar, parecía decirse a sí misma, pero me lo decía a mí. Creí ver un fulgor en sus ojos; pronto los entornó, dejó las cartas y tomó el tejido.

¿Dormitaba? Sus manos se movían con tal delicadeza entre el hilo y las agujas; parecían tener en sí una vida que el resto del cuerpo no tenía. Por mucho tiempo solo se escuchó el frotar del metal en el metal. Cerré los ojos y el sonido se convirtió en una imagen clara en mi ensueño: dos espadachines se retaban a duelo entre el corazón y la razón.


- No te duermas, dijo de pronto, sin dejar de tejer. La miré y vi que continuaba con la cabeza inclinada y los ojos cerrados; sus manos, sonámbulas, pertenecían a otra mujer y tejían. Tosí, sin poder evitarlo. Entonces me miró, su cuerpo se apropió de las manos que volvieron a tomar las cartas. - los sueños del pensamiento tienen doble fondo, dijo mientras me ofrecía el naipe. Recibí las cartas en absoluto silencio, elegí tres y se las entregué, como me lo había pedido. -Hay que aprender de las plantas -hablaba en voz muy baja-. Toda mujer debería cultivar un jardín. En su voz detenida, clara, todo parecía vibrar. Yo estaba conmovida y confusa. Me abandoné al abismo relampagueante que iba de mis oídos a mi corazón, ese abandono era toda mi fe. Descubrió una de las imágenes que yo había elegido. -Hay una carta sagrada que no se da, no se cifra a cualquiera. El pez de plata muestra su ojo oblicuo no para ver sino para saber. En la luz, la ceguera, ese fragmento deberás abrir en la noche, sin posibilidad de retener imagen. Deberás volver a tus sueños infantiles.


Me perdí en un juego mental de música y mujeres gitanas bailando sin cesar. Jugaba mis visiones. Daba a mi pureza, asombro. ¿Dónde la espléndida gitana que acunaba mi conciencia con sus adivinaciones? ¿Dónde las líneas que hablaban de poder? Sabía que no debía hablar, que debia callar esas historias, donde hermosas mujeres bailaban en mi imaginación. Una de ellas era yo, pero no se parecía en nada a mí. Jugaba con mis manos las hundía en el silencio. Debajo de esos vestidos vivos venía el vacío.


-Despierta al animal dentro de tu sueño y déjalo que corra tras de ti. Déjalo correr en busca de tu herida, abre las fauces de la adivinación , déjalo que muerda, déjalo morir de amor. -Debes saber que él está en tu tejido, desnudo y temblando, acosando de ti el estrecho sendero que hay entre lo que debes decir y lo que debes callar. El pez hunde su hocico, su ojo desnudo es tu tiempo. La voz de la anciana tan húmeda y joven parecía venir siempre de otro rostro (otra situación). El tejido volvió a vibrar y el silencio se hizo enorme. Aún quedaban dos cartas sin descubrir. Ella tenía un lunar encendido sobre su boca; mientras tejía, la realidad era ese punto carnoso, quieto. En mis ojos ese lupanar sobre sus labios. -Esta es la carta del origen, donde el agua nos ayuda a despertar. Agua en tus manos, ríos caudalosos, ingobernables con los que tendrás que luchar por sobrevivir. Ningún privilegio hay aquí. Por eso la sed, la inagotable sed de tus ojos. Tapa los espejos y cúrate, ya no quieras saber o te volverás anciana antes de serlo. Cierra tus ojos, pon las manos sobre ellos, dales de beber, descansa. No veas más. Desciende.


Es una ronda de violines y gitanos como siempre. Yo perdida entre esa gente, feliz de tanto escándalo, feliz de estar perdida . El violín, esas cuerdas lloran de verdad. La gitanita pierde su raza bajo la lluvia, me invita al juego, siempre hace lo mismo; y yo, espero con toda mi vida el beso vivo.

-símbolo del manto rojo, en esta carta la pasión grita en boca de tu animal, suéltalo y no te dejes morir, el pez se ha convertido en fuego porque tus manos no lo alcanzan. El pez de plata es ciego y tú no lo puedes ver. Déjalo penetrar en tu misterio, déjalo poseer tu cuerpo sin alma, que muera en tu llaga. Sólo así se fecunda el manto que envuelve lo que recién nace y la mortaja que seca las lágrimas del olvido. Eso es todo lo que dicen las cartas. Ahora no pienses, ve, sigue bailando que pronto la luna no alumbrará las carpas y la música irá a dormir con todos los demás.


El sol ilumina las cúpulas de las carpas en cuyo interior, la respiración de los que duermen recuerda el jadeo de una mujer a punto de parir. En sus sueños, en el centro de una rueda de gitanos arde el fuego. Han ordeñado leche amarga de la luna, queman siete árboles y hechizan al miedo. El gran fuego no debe consumirse del todo hasta que vuelvan a mamar de la luna llena. La fiesta dura el sueño. Cuando el sol se extingue ellos despiertan y la ven. Altísima. Fría. El viento abisma en la nieve, por el ventanuco se cuelan los demonios del Corazón Frío, los muñecos que la anciana cuelga de las aldabas están congelados. Miro el rostro grotesco de líneas afiladas, el títere parece querer saltar y el frío lo amordaza en medio del movimiento. El carromato está encendido. La luz proviene de una lámpara de aceite, ámbar es el color que tiene el aire a pesar del intenso frío. -Hoy tendrás la tirada de la luna que mengua, la humildad que el reflejo de la luz debe tener frente a su fuente, también recompondrá tu capacidad de comprender y olvidar. Ven, siéntate frente a mí.


La obedecí en silencio. Vi el tejido sobre el hule, parecía terminado, la anciana había estado tejiendo en mi ausencia, bastante tiempo. - ¿durmió bien? le pregunté. -Yo no duermo; temo que mi voz dormida se confunda con los estertores de mis muertos, no quiero que me nombren, ni nombrarlos. Escucha, esta es la voz de la vigilia.

Me dio el naipe pidiéndome que elija siete cartas. Así lo hice. -Esta carta, querida, viene de tu propio corazón, tu otra yo que baila dentro y fuera de los sueños. La que baila en tus ojos maravillosamente desnuda, demente. Esa que eres y amordazas, esa va a saltar sobre tu frente va a morder la luz. Sabrás, volvemos al mismo sitio, la ceguera. Eso es, deberás agudizar otros sentidos, recordar los lobos de tu propia sangre, sus narinas encendidas en tu rostro, esas deben ser tus ojos. Respira y ríe. Esta carta es la alegría que hay en el nombre de la hija que tendrás.


El rostro de la anciana parecía transformado, un haz de luna inundó el interior del carromato. Volví a mirar el títere que ahora era un cuerpo oscuro en contraste con la luz, su sombrero de arlequín o brujo resplandecía y hechizaba. Desperté. La anciana daba vuelta la segunda carta: -Deberás estar agradecida a la eternidad, un hijo varón inundará tu vientre. Será el primogénito que recuerde tu propio origen en la sangre, en el fuego, en lo invisible de él comprenderás lo que te enseñe, debes estar tranquila. Hay vida ahí.

Ardía en preguntas. No podía emitir palabra, a pesar de tener absoluta claridad de lo que preguntaría, si el cuerpo respondiera a mi mente, donde volvía a jugar con los gitanos. El fuego no se consumía en la noche sino más bien crecía como crecían los tambores y los niños bajo ese haz cada vez mas cercano a la obscuridad. Todos bailaban o cantaban, bebían en jarros que iban y venían de unas manos en otras. Las palmas, mis piernas encendidas. Jugaba levantando mis polleras para que me fecunden todos los gitanos, fértil y febril no dejaba de parir.


-Mira aquí, en esta carta tus manos se ven viejas, el ojo del pez es germen. Esta carta signa tus manos, deja de pensar en los gitanos. Escribe lo que sus sueños dictan a tus sueños. Mira los jardines, el jazmín que siempre has soñado, la nieve acuna su flor en un verde pimpollo; también morirá y lo guardarás, harás de tus cuadernos sepulturas. Trasciende lo bello sin dudar. Acaso ¿quieres convertirte en asesina? Esta carta insiste ¿qué magia crees tener en tus manos? Deja ese puñal. Abre tus fauces, deja gemir a tu animal.

El fuego es una gitana que ríe. El fuego que comprendo. La gitana ríe incesantemente en mi pecho el amor tan profundo abismo tan profundo el amor en mi pecho incesantemente ríe la gitana. Giros en esa eternidad.


Detrás del carromato una navaja sale de la boca que dijo te amo.

La anciana se silencia.

El fuego arde, todos acercamos nuestras manos para la adivinación. El frío ladra y tiene hambre. La sangre se atasca en el barro. El gitano muere en mis brazos. Yo no lo maté, quiero decir. Nadie me escucha. Él le enseñó el puñal a mi conciencia, él dijo veneno con amor en la boca. Yo quise decir y ni una palabra. Nada más allá de la roja claridad del bosque que imaginamos viviendo en el desierto. Encender la lámpara de aceite, dejar correr la sangre de árbol en árbol, que corra el fuego y bailen los gitanos en ese bosque nadie morirá.


Cantan las mujeres mientras giran.

- Desposeída reinarás un palacio de intemperie donde todo sea posible e imposible y creado. No estés triste, sé como el sol al mediodía. Maravíllate del fuego que tienen tus visiones, estás herida. Has asesinado a tu pasado. Esos muñecos inmóviles, no lo creas, basta que los mires fijamente unos segundos.

Abismo en medio de la fiesta de gitanos. Rarurirerarerá rarerárarurirerirerá cantan las mujeres mientras giran. Espléndido el cielo, me rodea, náufraga del viento cruzo el baldío de mi mente, cargo mi rostro tantas veces como soy, giro sin cesar. ¿Dónde el reino?


-La carta del fulgor, reina las visiones. Ve desde el ojo desnudo. El tiempo en que enciendes el pabilo, el resplandor en la ventana, tu sombra que se inclina. Dentro de tu herida el lamento y la cura. El sortilegio en manos de los niños, el encantamiento en la voz de las ancianas. Si logras comprender, encontrarás un reino.

Las oí cantar bajo el frío, sembraban arena para que nazca el sol. Los niños corrían entre los surcos iluminados por el filo de la luna. Cuando atravieso el desierto y voy hacia ellos el ojo se convierte en corazón. Ya veo el fuego Ya huelo el perfume fugitivo El hechizo de sus risas en mi vientre. Soy el banquete de la sal. El mantel sobre la tabla que está sobre la arena. Sucede en giros. Grano tras grano. Mis ojos están solos. El viento mueve el universo, humor de los gitanos, ríos de lágrimas devorados por el sol.

¿Cuánto sol?


-El pez en las profundidades. Fuego y resplandor, es el lugar de los engaños. Tu pez ya es ciego y debes ver por él. Caverna oscura y cruda. En el mundo de la fiebre, tu mente, mis palabras; él, visita tus sueños y muerde en tu nuca la luz, déjalo morder, es necesario. La duda debe ser desterrada, vuelves a tu infancia.

Jamás imaginé así mi Sendero Natal, las mujeres tienen piernas preciosas, caderas como el barro, los dedos enterrados en las líneas del sol. Los tambores suenan, yo soy niña y estoy fascinada por los pájaros, grito de tanta alegría y soy también un pájaro, trino sin saber cómo lo hago. Soy temblor.


-La carta del amor tiene las agujas al revés. Es el uno quien te rige. Desde niña sueñas con ese lugar acuático, infinitos peces en tu vulva, lupanar de sirenas, encendidos pezones bajo el agua, tu mente reina sobre ellas y no puedes dejar de amarlas en la fiebre del mar, la tempestad de tus ojos. Tus ojos están solos hace tanto tiempo, aprende a ver en esa oscuridad. La voluntad de defender lo que no se ve, clavada en tu mirada. Aquí habla tu fe, tu creación. Aunque hayas llegado hasta aquí para consolarte del silencio, para volver a conocerte de quien no puedes escapar. ¿Escuchas? Tus ojos interrogan.

Solo veo a los gitanos embriagados por fin, como querían. Se prenden como perros a las tetas de la luna. Lamen, yo debo aullar o algo parecido, mi boca tiene lobas en la lengua, y la saco de la boca, la saco con todo el corazón, miro a los ojos de la luna y mi lengua se agita con violencia.


Con babas en la lengua, vuelvo a la voz que no deja de encantarme.

-Nada tienen las cartas que no te pertenezca. Comprende tus silencios, 谩malos. Engendra la forma de decir lo que tienes que decir.

Nos detenemos en el silencio. Respiraci贸n del hechizo en el aire donde la morada es viaje.


La anciana ha guardado las preciosas cartas que hablaron para mí. No la veré más, ha cerrado sus ojos como un niño agotado del juego. Debo dejar el campamento. Tomo mi pequeño bolso y sin despedirme cierro silenciosamente la puerta del carromato. Ellos siguen bebiendo y bailan, los veo mientras me alejo. El resplandor de la luna abre bajo mis pies el sendero que me llevará otra vez a la realidad que no comprendo. Siento poco a poco como mi cuerpo se vuelve leve. Siento el silencio que mi mente imita. Voy en la noche.


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