(C) Marcelo Leites
Hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en la Argentina •Ediciones Río de los pájaros
Fotografía de: Carlos H. Arigón Dibujos de: Roxana Peruchena Diseño, composición, armado y corrección de: Ediciones Río de los Pájaros
Dirección del autor:
25 de Mayo 1556 (3200) Concordia - Entre Ríos República Argentina
ISBN: 95O-43-4121-7
El margen de la aldea Marcelo Leites
Desde la costa I
Seguimos recortando papeles de luz en la penumbra oscura del cielo que se abre dentro de copas de árboles y de nuevo el comienzo del cuerpo que transluce las vías abiertas, cansadas de nombrar objetos indescriptibles al tacto. Papeles sometidos a la presión de manos abiertas que rodean el fuego pero no lo tocan. Fuego escapándose por tuberías de instantes que se desdoblan y parecen irrevocablemente perdidos a la luz del amanecer. Papeles escritos por ese fuego; páginas enteras dedicadas a nadie y a todos en donde se lee lo que nunca fue escrito. La bruma leve de eucaliptos de un lago lleno de piedras que jamás contarán su historia escrita en la eternidad de un hombre que las mira a través de esa bruma y las arroja al río de un niño que pregunta desde lejos qué pasó y el agua llega hasta los pies de todos.
II
Somos también silencio. Nombres hechos de silencio como el rumor de los pinos o la tierra que nos cubre al nacer o al morir. Instante fuera del tiempo. Fuera de esta casa enrejada llena de uva y naranjos, lejos de tantas cosas y cerca de ninguna. Somos también silencio cuando una mujer dice nuestro nombre y sólo resta callar entre sus dedos que tocan la luz y en su vientre que bordea la eternidad cuando nacemos.
III La ceniza cae lenta sobre los años descolgados de la apariencia breve de las cosas y el humo del cigarrillo nos envuelve en la precariedad de un cuarto desde el que se oyen gotas que caen de una canilla lejana que da al patio y allí la parra que se ve desde la ventana trepa hasta el azul que no se ve ya en el cuarto que recorta el perfil de alguien que escribe sobre la ceniza de este cigarrillo que ahora se apaga.
IV La silueta delgada del cedrón que aparece en el jardín tiene formas que se parecen a la forma de mis ojos. Veo a través de mí el cedrón: El entorno se modifica mirado desde adentro como algo que recuerda vagamente a una planta y ya no es cedrón ni planta; sólo alguien que huele a tierra mojada, alguien que se parece a mí en su guerra con la tierra para desertar y crecer fuera de sus límites.
V
A veces llegamos al río sin habernos movido del lugar que ocupamos en nuestra mesa y las costas, la arena que contiene el agua, algún pez muerto y todo el paisaje parecen estar dentro de uno. Salir se vuelve entrar a lugares habitados tantas veces por todos que hay pocos lugares deshabitados. Uno de ellos es el alma donde casi no llegamos y cuando lo hacemos entramos en puntas de pie.
VI Venían como caballos oscuros sobre un pavimento de acero que los alejaba del barro y los fundía con el metal deslizante de ruedas que llevaban a ninguna parte. Venían como caballos oscuros contra el fragor de gentes y calles llenas hasta el hartazgo de relaciones y hechos numerados en una adulteración mercantil. Venían como caballos oscuros a mi casa siempre abierta a sus bufidos e incertidumbres, abierta al ajetreo después de atravesar montes y ciudades y ríos caudalosos como la cadencia de una mujer. Su pelaje tan oscuro se confundía con la noche y el tiempo nombraba otros colores, otros matices del silencio que se perdía con el galope al llegar al portón, cuando comprendía que ése era el paisaje al que intentaba llegar siempre. Venían como caballos oscuros, Ah, poetas.
El ojo en la cerradura
Alguien mira el paisaje: Hay una mancha en el cielo, un fragmento violeta. Abajo: Un zaino con una estrella blanca pintada en la frente mirando sin mirar el último tren quieto sobre vías como durmientes. Dentro del tren: gente durmiendo y cascaras de mandarinas. El vagón espera su sentido: el movimiento de la estación como un hijo aún no nacido. Un poco más allá un hombre entre los brotes del huerto. Entre la cebolla y la tierra, una semilla abierta, sabe que va a morir con una soga al cuello. La cebolla tiene un olor más visible, la semilla es olvidada como un tren que nunca ha partido. Entre la cebolla y la tierra, una semilla, una pequeña capa que se dilata hasta alcanzar su estatura y luego ser arrancada como Peer Gynt hasta quedar con las manos vacías. Una semilla y un tren quieto en la luz muerta de la tarde.
Rocas
¿Hay, más remoto que el tiempo, algo parecido a una piedra sobre la que el agua describe su erosión? La Roca se ha quedado muda. Ha callado su célebre Coro que fortalecía la voluntad. Las piedras de este lugar son promontorios negros y las fracturas sucesivas las han vuelto débiles, caben en el hueco de la mano. No hay chicos moviendo sus cuerpos sobre las piedras imitando la ondulación del agua. La playa está desierta. Sólo queda una roca y un pescador sentado mirando el límite del agua más allá del hilo de su caña, casi una isla en el medio del río.
Ella a Roxana
Señaló con su dedo el aire entre el vidrio y el cielo: “Es un hilito la luna que entra por la ventana” decía y me enseñaba a respirar la luz que se reflejaba en su cuerpo. “De a poquito vamos a arreglar el jardín” y la enredadera de la parra nos envolvía haciendo su declaración de fe. El silencio de las ramas no quebraba nuestras voces y casi no había palabras sólo el sol sobre el rocío y el frío que se perdía en el abrazo largo de la mañana.
Boutade
Hablar del aire en el silencio del campo ya gastado y con la mirada oblicua sobre la tierra. Con la espalda sobre las cosas apostar al vacío de cada palabra. Indiferentemente dibujar un hombre ante su tumba y como epígrafe un rasgo de época: No sufrió, fue un poeta moderno.
Hermano Hay una fuerza que sube en mí, contra mí, como el hambre. H. Michaux
Se vio caer desde muy alto en un día cualquiera de un hombre cualquiera que sin saberlo se perdía como en un abismo las piedras caen con un sonido que ni siquiera el río cercano oye a pesar de los ecos. No habló con su silencio, no quería escucharse. De haberlo hecho no arderían los ojos en un abrazo de palabras como pinos o como flechas y no plumas que alguien va desgranando de un animal hasta su fin, silabas obstinadas que no llegan a ser nunca palabra o puente. Sólo un grito sin sonido desde una caída sin regreso.
Inscripciones
Un zaguán blanco por el que alguna vez entramos
Haber vivido aunque la memoria olvide.
No quedó nada de mamá: Las cenizas cayeron de la madera podrida
Perspectiva
El movimiento de una gota sobre una brizna de hierba hace de barrera a las hormigas que caminan de un lado a otro sabiendo que una gota de rocĂo en la maĂąana es como respirar el agua del rĂo, pero el agua que ahora tomo entre las manos tiene el mismo sabor inofensivo de siempre.
Muerte del pino
I
Resina pegajosa del tiempo Hojas demoradas en la boca Un pino se parte al medio y cae abriĂŠndose en dos brazos corno las alas de una gaviota herida por un balazo mortal. La ciudad ya no existe Se ha roto la Ăşltima rama de un habitante centenario y ya no se pueden trepar los nudos de la historia
II
La intensidad del dolor sĂłlo puede medirse por la intensidad del color. Centelleo del cielo Hilos blancos de lluvia astillan una corteza parda y el cuerpo de alguien apoyado en el tronco.
III
Todo nuestro trabajo no es sino subir y bajar peldaños de una escalera interminable
IV Las palabras forman un dibujo del otro lado de la página como el grupo de gotas que caen sobre el ventiluz haciendo pocitos desde una mirada de árbol fragmentado.
V Granos de arroz en la mesa de pino Granos que tienen dentro toda la miseria y belleza a la que aspira el género humano.
VI Volver a ver Volver blandamente. Leónidas Lamborghini
Volver a mirar el río desde otro pino y restaurar cada rama hasta la última desde el lugar de origen. Volver a nombrar con palabras cada vértice de la sombra cada curso del río hasta llegar cada palabra a plantar el mismo pino y como alas de gaviota herida desde la última rama caer en dos brazos quebrados por una centella.
Trayectoria de la luz
E1 polvo de la tarde apoyado sobre una casa de madera en una esquina alejada con vidrios cerrados a la luz que sólo llega como una trama delgada. Se apoya en una cómoda y apenas refleja las cosas sin encontrar ningún eco. Hay una mesa y sillas rotas y la forma de los vasos y cuchillos están dispuestos para poetas que no vendrán, como objetos de museo para los que mañana y noche parecen detenerse inmóviles porque nadie los recorre. La casa de madera entre la ciudad y el campo y la trama delgada de luz que entra por postigos cerrados clausura formalmente una época.
Poética I Para Donne, un pensamiento era una experiencia:
modificaba su sensibilidad. T.S. ELIOT
Dijeron: "La reflexión mata el poema que vive por sí mismo" La semilla posee el atributo de la flor Sabe sin comprender cómo despojar de maleza sus raíces cómo sobrevivir a la helada Ignora que habrá un segundo en que escapará de su raíz Alguien la arrancará "El poema es un acto de la mente", tal vez su único acto antes de ser arrancados de esta raíz que hemos dado en llamar vida. Disfrazado con su cara su cara de Plástico su olvido De plástico hasta la distorsión en su voz balbuceando aliento trío Final de juego o fuego. Cerca de nadie nada Disfraz su cara Luces que bajan con aplausos El show debe seguir Pantalla imagen congelada Su cara deforma de forma de cara de-forma-da. Nadie ahí dentro. Disfrazado balbuceó restos de su cara ya olvidada. Cantó cantando una canción que alguna vez fue hambre. Disfrazado con su cara Un fragmento
después de la imagen de su cara de. ¿Quién está del otro lado? Alguien golpea. ¿No sientes los golpes? Huye la mirada de las cosas. Un grito unánime (Un corte y volvemos) Un hombre que se frota las manos por el frío Tan cerca de su hambre Tan lejos de mi canción.
Justicia
No es sólo la cafetera que hierve a fuego lento ni el agua escapándose del contorno metálico hasta tocar el borde sino el vapor empañando los ojos. La humedad entra por los huesos, recorre los cimientos hasta llegar a las grietas de aire de un montón de papeles unidos con piola y luego sube hasta los dedos apoyados en el ruido disonante de máquinas de escribir papeles amarillos de palabras interminablemente inútiles.
Sobre una pintura
Sólo un contorno de líneas forman los rostros y cada cuerpo tiene un color diferente. La humanidad ha perdido su rostro. Una ventana con dos broches de ropa y un cuerpo colgado. Quisieron matar los sentidos. La pareja ocupa el lugar más elevado. Tampoco ellos pueden ver, sólo son un contorno de líneas que se cruzan en algunos puntos. Los otros carecen de rostros, pero las líneas se yuxtaponen entre sí y parecen un solo ser alargado que ya no espera ni desea, como alguien que ha colgado su imagen desde una ventana.
Interior con pava
Una habitación con paredes descascaradas por la humedad. En el centro y colgada del techo con una cadena una caja rectangular de hierro. Dentro de la caja una pava que humea. No hay otros objetos. La familia que habitaba este lugar ha quedado encerrada en el interior de la caja y los gritos no se escuchan.
Instantánea
Hace largos años, un fotógrafo, entre dos platos de vidrio precariamente revelaba las fotografías primeras en las que quedaría fijada su cara para siempre con una luz colorada de pueblo chico en una película donde los colores han dejado de ser reales.
Historia
Los nervios de las hojas en la urdimbre de la orilla de un tajamar cerca de la pala de un hombre que descansa mantienen el esqueleto de cada hoja contra el Ăłxido del otoĂąo. El hombre toma las hojas, las deshace con las manos, las apila y las quema. En el pueblo cae el otoĂąo desde las cenizas apiladas en cada esquina de estas calles de tierra.
Astor
Hay un rojo en el manzano, pero no del sol ocultándose, tampoco la sangre después de haber dicho lo que esperábamos: el fraseo final. La sombra llega por los agujeros de un bandoneón lejano y se pierde con el día. El olvido en las notas desgarradas por pizzicatos de violín alucinados donde la trombosis no llega. Los dedos paralizados golpean nudosos con un tenedor los costados de la cama, un plato humeante con olor a hospital como una noche desterradas a la que nadie llega, Después no sé si fue la vida. No habrá más fuelle ni recuerdo. No se podrá volver con la frente marchita a ninguna parte porque volvimos al tango desde tus ojos cerrados. Hay un bandoneón que espera El sonido que no llega, con su fuelle roto y no podés volver.
El margen de la aldea "...había corrido las cortinas sobre el mundo... en la torre de marfil de unas riveras serenísimas..." Juan L. Ortiz
Entrecerrados los ojos por la luz del sol, entre las pestañas, casi pegadas, en la orilla desde la que se ve el recorrido de una hamaca, desde la tierra al cielo como un péndulo, ¿abarcaríamos los dos extremos hasta dar con el punto justo? Si abrimos la ventana, la calle ha desaparecido, sólo se presienten las quintas y los frutales que muestran en la luz que se apaga de este lado la sabiduría conque las hormigas recorren los campos. Cada uno de nosotros aprendió a quedarse para cumplir sus ciclos como la flor, al costado de la gran casa que, sin embargo, todavía tiene agua de molino, todavía el nogal y sus grandes capas de hojas caen iluminando con su sombra a los habitantes de la aldea. Nos queda el espacio de una hoja en blanco que se llena con piedras, montes y lagunas como una puerta entreabierta donde pasa la luz, como una hilera de árboles ordenados por el aire que pudiéramos respirar sin ahogarnos, sin el humo de otros lugares casi remotos para nosotros y que alguna vez visitáramos. Volvimos a nuestra puerta entreabierta por la luz del margen de la aldea.