18 minute read
Usté dirá amigo – homenaje a Quino Paco Olvera
Usté dirá amigo
Paco Olvera
Advertisement
Homenaje a Quino
Como me ha pasado más de una ocasión, no sabía por dónde comenzar. Seguramente lo haré con algún recuerdo de mi infancia o juventud, borroso o muy claro, pero que se relacione con la primera vez que supe de él, pero siempre se enfrentan varias fuerzas, ¿cómo escribiré de esto si no soy experto?, y por otro lado, ¿y acaso sólo los expertos reciben la influencia de los personajes que nos siguen abandonando a montones en esta época de encierro y pandemia? Ya había pensado algunas formas, algunas rutas, algunos inicios, pero hoy Alex manda un clarín de “a la carga”: tenemos que comenzar, o que finalizar, o que iniciar a terminar. Vaya pues.
Recuerdo que, en la zapatería de mi papá, había una suscripción al periódico Excelsior que se entregaba cada mañana. A mí no me gustaba mucho leerle, porque tenía la letra chiquita, pocas fotos y sin dibujos. Conforme fuimos creciendo, nos tocaba ir a ayudar en el negocio los fines de semana. No nos tocó atender a los clientes hasta que cada uno de nosotros, entró a la secundaria, mientras tanto, nuestro trabajo consistía en tomar los zapatos que habían sido mostrados, pero no comprados, y rehacer los pares en las cajas, además de tomar las pilas de cajas de zapatos, internarse en las laberínticas bodegas, y acomodar dichas cajas en las armazones en las bodegas. Esto no evitaba que los domingos, dedicáramos algunos minutos a revisar las tiras cómicas que se incluían en el suplemento dominical del periódico. Muchas me resultaban extrañas, por un sentido del humor que me resultaba ajeno: algunas con una comicidad que no alcanzaba yo a entender, como la titulada “Nunca falta alguien así”, y otras de una candidez extrema que apenas me producían una sonrisa como las de “Lorenzo y Pepita”. Otras me aburrían, como las del “Príncipe Valiente” o las de “El Fantasma”, pues nunca podía lograr la continuidad de la historia, no sé si porqué yo me perdía números intermedios, o por mi falta de memoria, o porqué al publicarles les valía madre y no tenían un orden bien determinado.
Otras me gustaban más, como “Mutt y Jeff”, o
“Chicharrín y el Sargento Pistolas”. Muchas otras desfilaron en ese suplemento, así como en el del equivalente de “El Heraldo de México”, que era el diario que se compraba en la casa (aunque no con la constancia que nos daba una suscripción): un gato llamado “Heatcliff”, el famoso “Gardfield”, “Educando a Papá”, incluso algún tiempo las de “Carlitos” (Peanuts), “Roldán el Temerario”, “Archie”, “Daniel el Travieso”, “El Pato Pascual” (El Pato Donald), “El Conejo de la Suerte” (Bugs Bunny), “Periquita”, “Los Náufragos”, “El Capitán y los Pilluelos”, inclusive hasta las “Fábulas Pánicas” de Jodorowsky, que me parecían en aquel entonces, insondables y llenas de monos feos (que ahora me resultan de una genialidad exquisita). Por su puesto, esto no pretende ser un recuento, pues debe haber otras tantas que seguro escapan a mis recuerdos.
Cuando entré a la preparatoria, se me comenzó a “ampliar el mundo” pues, aunque aún no salía yo de mi pueblo, en la prepa, había 10 grupos de mi mismo grado, dos turnos, matutino y diurno y por lo tanto un montón de gente más. En esa época en que estábamos en franca adolescencia, también sucedió que podíamos “forrar” los libros como se nos antojará, y algunos compañeros y compañeras, también lo utilizaban como un medio de distinción (y discriminación), “¿a poco no sabías quién es la Hello Kitty?”, “pues fuimos a Disneylandia, y me compraron una carpeta de Tomorrowland”, “Donny Osmond”, “Susan Dey”, “David Casidy” de la familia Partridge, seguido de un largo etcétera (yo en particular forraba mis cuadernos con fotos del suplemento deportivo del heraldo, futbol americano y beisbol, que era mi forma de ser snob). Pero entre los personajes utilizados en esta marejada cultural, comenzó a parecer con más frecuencia, un personaje que comenzó a llamar mi atención: Mafalda. Cuando comenzó a aparecer en los cuadernos forrados de muchas de mis compañeras, además de comenzar a escuchar que “era lo máximo”, provocó en mí al menos dos sentimientos: curiosidad y un pendenciero instinto de descalificación, pues en mi experiencia, y en mi agrio juicio, para muchas chicas, cualquier cosa era “lo máximo”. La fuente para hallar las tiras cómicas de Mafalda fue ni más ni menos que el suplemento de “El Excelsior”, donde aparecían coloreadas con tonos pastel. Francamente, me dejaron con la boca abierta: resulta que, si eran portadoras de un humor inteligente, sagaz y muchas veces cáustico, que vino muy bien a mi personalidad que estaba en plena formación. No podría decir que me volví aficionado, adicto o experto en Mafalda, pero ciertamente, me parecían muy buenas sus ideas y diálogos, no así las imágenes “fresas” que de ella se explotaban comercialmente, resultando en una contraposición al carácter crítico y poco superficial del personaje.
No fue hasta la Universidad que comencé a tener mayor contacto con temas culturales y contraculturales a los que tenía muy poco acceso en el pueblo, incluidas la música, la literatura, las ideologías y las tiras cómicas. “La Familia Burrón”, de mi paisano Gabriel Vargas fue develada ante mí (ampliamente reseñada por don Pedro Flores en un número previo de la Letrónica), “Los Agachados” y “Los Super Machos” de Rius, que fueron generando conciencia o la ausencia de ella en temas de política y cultura. Fue hasta esta época, donde tuve acceso a los “libritos” que compendiaban las tiras cómicas de Mafalda, y más aún que tuve conciencia e interés de conocer y entender más a su creador, Salvador Lavado, que firmaba como Quino. Comencé a toparme con carteles que tenían caricaturas de un humor fino y sutil, pero fuerte y crítico, que pude ver, estaban firmadas por él. Además de haber leído algunos pasajes de “Para leer al Pato Donald” de Dorfman y Mattelart, junto con “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano, se me fueron modelando otros pensamientos mucho más complejos en torno a “los monitos”, que dejaban en claro que no eran “cosa de niños”, por supuesto sin dejar a un lado a “Fritz el Gato”, algunos años después. La idea de este escrito es rendir un homenaje al genial cómico y dibujante que murió durante el encierro de la pandemia de COVID, el 30 de septiembre del 2020. Para ello, lo primero que renuncié fue a escribir una biografía, pues las hay varias y muy bien hechas, y decidí (como siempre), hablar de la experiencia que me había generado su humor, sus ocurrencias y sus enseñanzas, que también (casi siempre), resultan en un galimatías de ideas, que no por su falta de orden, pierden la intención del reconocimiento y la reseña personal (como han atestiguado en toda esta alocada introducción). También me quedó claro que, para hablar de alguien cuyo mucho humor, es ilustrado, tenía que incluir varias de sus tiras cómicas y cartones, así como la influencia o las meditaciones que generaron en mi persona.
Esta tira la conocí hasta que llegó a mis manos el libro “Mafalda Inédita”, a finales de los años 90. Lo compré porque quería saber si ahí venía información o evidencia a cerca de ciertos mitos que había escuchado, por ejemplo, que en la última tira que se había publicado, Quino había “matado” a Mafalda atropellándola con un camión lleno de militares (cosa que sigue siendo una leyenda sin comprobar). También para resaltar el hecho que, Mafalda se “apareció en mi vida” cuando Quino ya la había dejado de publicar, de hecho, esta tira es de noviembre de 1964, yo tenía 7 meses de edad. Y por último, que este es uno de los ejemplos que muestran ese humor cáustico que le confiere a los niños la inteligencia que tienen, y que a veces les queremos “regatear”.
Este libro fue un obsequio que un alumno me hizo cuando daba clases en la UAM. Este fue impreso en Argentina por ediciones de la Flor, pues en México comenzaron a ser reimpresos por otras editoriales. Está muy viejito y maltratado, lo que
atestigua la cantidad de veces que ha sido hojeado y ojeado. Esa sonrisa estampada en un rostro mayormente triste, que le confiere felicidad por decreto, me recuerda muchas ocasiones que me he sentido así, y que especialmente en este encierro me ocurre de tanto en tanto. El título nos remite a esa costumbre de preguntar ¿cómo estás?, a los hijos del difunto a la mitad de un velorio, o de responder, ¿bien, aquí llevándola?, que damos por respuesta, aunque estemos a la mitad de un agudo dolor de la conciencia. Pero tengo la ventaja de que los Letrónicos (dícese de literatos irredentos, desmadrosos y amigos entrañables que colaboran, leen o simplemente celebran la existencia de la Revista Letrónica de Ventoquipa), están conmigo para seguir adelante en cuanto proyecto estrambótico y desmadroso, nos permitirá en lo colectivo salir avante viviendo la vida, además de verla.
Mi inclinación y el gusto a lo cuantificable, se ve reflejado en esta exquisita ironía del concepto de “cero a la izquierda” que nos enseñaron en la primaria y que luego escuchamos en incontables ocasiones en conversaciones de nuestros padres y otros adultos. Recuerdo mucho a mi mamá y alguna de mis tías, refiriéndose a sufridos personajes que no eran considerados en su casa o que su opinión era siempre infravalorada, si no es que ignorada. Quino siempre, en este humor gráfico, deja claro además esa cruel relación obrero – patronal a la que hizo referencia en incontables ocasiones. Esta viñeta de 1972, me hizo pensar en el poco contacto que tenemos con la naturaleza los habitantes de las ciudades, de como cualquier cosa hermosa, por pequeña que sea, es digna de dedicarle tiempo, describirla y escribirla, de cómo esta sensación de encierro, nos permite compartir virtualmente estas visitas a todos lados, y cómo es que lo banal deja de serlo, o mejor dicho, de cómo la belleza de las cosas pequeñas, ha sido banalizada por la “vertiginosa” vida de la ciudad, que por el momento no lo es, y nos lleva a redescubrirlo, a apreciarlo y a celebrarlo. Allí estará siempre un árbol, un Diente de León, un colibrí, un atardecer, siempre listo para que lo conservemos para la posteridad.
Al igual que Mafalda, yo descubrí a los Beatles en mi infancia, en mi caso, por intermediación de Lilí mi hermana y mis primos grandes. La verdad es que “I’m Looking Through You”, no era de mis favoritas, pero ahora lo es, luego de ver a la niña austral que nos explica que hay cosas que llegan al corazón, aunque no pasen en principio por el
entendimiento. También me recuerdo de los radios de transistores, que nos permitían escuchar al mundo, y que, al ser integrados en una reproductora de cassettes compactos, eran una aspiración, un lujo y una compañía constante, y a muchos como a Mafalda y a mí, nos traían noticias de mundos remotos e interesantes.
Esta viñeta se me cumplió casi de forma específica en varias ocasiones. Retrata de forma precisa, cuando en ocasiones, sólo hacía base en el hotel en Bogotá, para dormir 3 horas, me paraba a bañarme y sólo desempacaba lo necesario, todo muy bien acomodado, los pantalones colgados como me enseñó mi papá y la bolsa para colocar la última muda de ropa sucia que sería acomodada en el menor tiempo posible, para no perder el vuelo, o para llegar las 3 horas antes que solicitaban en el aeropuerto y que van muy bien con mi típica histeria de no querer perder vuelos o llegar tarde a ningún lado. En alguna ocasión, “toqué tierra” en 4 países en 2 días, como alguna ocasión que viajé, México a Panamá, de allí a Caracas, luego a Bogotá y finalicé en Santiago de Chile. O las ocasiones en que, al despertar, verdaderamente no sabía en que ciudad o país estaba. Cuando comencé a trabajar, me sentí muy contento por varios motivos, que el principal no fue el sueldo (aunque muy bien recibido), pero sí lo fue ver a mi papá muy contento que “su chamaco”, ya trabajaba “para lo que había estudiado”, tener acceso a otras personas y situaciones que enriquecían mi vida, y la posibilidad de resolver problemas prácticos y que, además, generaban el reconocimiento de quienes se beneficiaban con los programas de computadora que impulsaban dichas soluciones. Admito con pena, que por mucho tiempo fui uno de esos “niños terribles de la computación”, que me sentía la gran cosa por conocer y dominar lenguajes de computadora, tener una mente clara para utilizar soluciones iterativas y recursivas para materializar algoritmos, y en muchas ocasiones, pensaba yo que esto me daba el derecho a portarme en forma insolente y sin miedo ante los requerimientos de algunos jefes. En particular, cuando comencé a trabajar como consultor, sentía yo que mis contribuciones eran capitales y que, gracias a mis logros, la compañía había salido a flote, cosa que le hice saber a mis jefes. Mi comentario no sólo no fue apreciado y validado, sino que a la postre, fue uno de los motivos por los cuales, ellos determinaron que no tenía un gran futuro en la compañía. Cuando encontré este cartel que tenía un texto parecido a, “¿Y si no acepto?”. Entendí cómo funciona el mundo. Ahora busco renunciar a la temeridad, pero no a la
valentía, eliminando la arrogancia y concentrándome en la búsqueda de la felicidad.
Tuve que dejar fuera una buena cantidad de carteles que me gustan, y que había seleccionado para este brevísimo homenaje, pues no sería posible finalizar. Este cartel me encantó, por el mensaje doble de la renuncia a “ser importante”, y la sencillez de los actos cotidianos, aún en el encierro, que nos permiten ser felices, que el aislamiento físico, no siempre es soledad, que nuestra casa por sencilla que sea, se puede convertir en un lujoso salón lleno de gente, con la que sí nos interesa hablar, que una cerveza entre amigos, supera al más refinado de los champañas, y que el mas sencillo de los abrazos es un obsequio que debemos apreciar y entregar a todos los demás. Estas son muestras de cómo Quino era un humorista sagaz, que utilizaba sus habilidades gráficas, para transmitir lecciones, paradojas y opiniones. No pude abandonar tan fácilmente el sentimiento de ser un oportunista, que sin saber nada o poco de un personaje como Quino, se puso a escribir cualquier cosa, pero pensándolo con un poco de más calma, y removiendo mis recuerdos, vaya que si soy un aficionado a su humor, y que si ha sido mi maestro y que si he sido un lector o un visor constante de su trabajo. Gracias por todo, siempre serás recordado, como imágenes o frases que se han convertido en nuestro lenguaje cotidiano, que es la mejor forma de homenajear a alguien, integrando su legado a la vida de todos nosotros. Usted dirá amigo.
Ya ni ves
Paco Olvera
Homenaje a Paul Leduc
“¿Cómo ves?, ta’ dura ¿no?,” “Siiiii” “¡Ya mejor quédate!, ya mejor quédate, pa´ que te vas, ¡ta´durísima!” “¡Sí, ta’ bien dura!” “¡¿Pero a qué horas voa llegar?!” “¡Ta´ más dura!, ¿no?” “¡Yo creo que mejor avisas!” “¡Eyyyyy!” “¡Mejor avisa!, ¿no?” “¡Eyyyyy, voa avisar, no tiene pa’ cuando!” “¡Ta’ re, igual ayer!” “¡Eyyyyy, dos, tres, regular!” “¿Cómo ves?, ¡mejor avisa!”
En medio de una pertinaz lluvia, esté dialogo es sostenido por dos hombres jóvenes, que están metidos en unos ductos de concreto enormes, de esos que se utilizan para hacer grandes obras de drenaje. Por la vestimenta, el aceto, el vocabulario y la escenografía que aparenta ser la construcción de una gran obra, podría pensarse que son albañiles. Pero no lo sabemos a ciencia cierta, podrían ser dos embriones en el útero de su madre, indecisos si venir a un mundo complicado, gris y lleno de problemas, o dos jóvenes atrapados en un mundo que se antoja con pocas opciones para el futuro, o simplemente dos cuates que no tienen intención de hacer nada, o que no se quieren mojar, en medio de un diálogo que se vuelve una cantaleta que comienza a ser repetitiva, que dice poco, pero que tal vez significa mucho, como los laberintos culturales de la historia de los mexicanos. Así inicia la película “¿Cómo ves?”, de Paul Leduc, que me tocó verla en mis plenos tiempos de profe universitario, recién graduado y tratando de abrirme al mundo y al aprendizaje.
Nos divertía buscar el significado en algo que tal vez no lo tenía, o bien, no teníamos la profundidad de conocimiento o la capacidad de
entendimiento del lenguaje cinematográfico para comprender todas las ideas. Hubo un tiempo en que, para no hablar explícitamente de un tema que conocíamos, pero que necesitábamos referir, Eleasid y yo iniciábamos un diálogo: “¿cómo ves?”, y el otro respondía, “¡no pos’ ta’ re dura!”.
Así fue como conocí a Paul Leduc. Para ese entonces ya era considerado un innovador y adalid del cine no comercial en México, de alguna forma, nuestro propio Jean Luc Goddard. Yo llegué a culturizarme a la capital, cuando inicié la universidad, mi trasfondo en temas culturales, filosóficos, de protesta, de intelectualidad, del socialismo, de un montón de cosas, era nulo, pues en el pueblo, si bien había muchas personas con pensamiento innovador, no teníamos acceso a la mayoría de ellas, pues eran marginados por una sociedad conservadora, arcaica y muy celosa de cualquier cosa que pareciera nuevo o diferente. Después, conocí el documental “El Grito”. El movimiento del 68 no me era totalmente ajeno, pues algo había alcanzado a escuchar en las pláticas de los adultos, y revisando “a escondidas” las fotos y algunos textos del libro “La Noche de Tlatelolco”, de Elena Poniatowska. Me impactó tremendamente, a tal grado que cada que la veo, me gustaría meterme a la pantalla, y tratar de cambiar el curso de los hechos, pero luego me entra el miedo, de no lograrlo. Recientemente, lo vi utilizado como base para la creación de la película “Olimpia”, mezclado con nuevas escenas, y generado con animación por computadora que la hace parecer dibujada a mano, con una trama de varios chavos involucrados, que le da una nueva dimensión. Paul Leduc, nos dio también, varios documentales de la juventud en México, que al igual que su película, “¿Cómo ves?”, también documentaron la cultura musical de la época, no sólo porque se escuchaba a Rockdrigo, a “El Tri” o a “Sex-Cilia” Touissant, sino también por la forma en la que se les oía: los “hoyos Funky”, los barrios residuales, las tocadas con un montón de chavos exaltados, buscando algún lugar donde desahogarse y manifestarse. También aquí aparece Roberto Sosa, que se vuelve una especie de actor de cabecera del director, creando los papeles de la vida residual en los barrios de la Ciudad de México, que de alguna manera lo colocan como la consecuencia de Roberto Cobo y su personaje de “El Jaibo”, en “Los Olvidados” de Buñuel. Y por otro lado su película sobre Frida, interpretada por María Rojo, que colaboró a recuperar e internacionalizar de nueva cuenta la imagen de la diva pintora (que, por cierto, en su momento yo no ubicaba a Cecilia Touissant, pero hace el papel de la hermana de Frida). En un ciclo de la cineteca de la UNAM, tuve oportunidad de ver su película sobre John Reed, y de hecho, para mí fue conocer la figura del periodista, no sólo en la revolución rusa, sino en la revolución mexicana, su “México Insurgente”. Lo escuché hablar varias veces, un tipo analítico y profundo, realmente un gran director con un sello cinematográfico propio, que
fue otra de las grandes pérdidas durante el encierro de la pandemia del COVID. Ahora que me dediqué a buscar algo de información para escribir este breve homenaje, encontré una joya, que es un documental que se llama “Etnocidio: Notas sobre el Valle del Mezquital”. Comenzando por el título: hablar de la exterminación de un pueblo, no sólo por la eliminación paulatina de los habitantes de una etnia, sino por la destrucción de su cultura. En el caso de la película de Leduc al referirse al Mezquital, la cultura en exterminio son los Otomís. En lo personal me creo un impacto adicional, por tratarse de una etnia con la que tuve contacto en mi infancia, pues muchos de los “marchantes” y “marchantas” que iban a vender sus productos a Tulancingo eran Otomís. En la casa nos enseñaron a tratarles con respeto, pero era inevitable distinguir el muro invisible que creaba un “ellos y nosotros”. Los podía uno escuchar hablar en su idioma, y vender sus mercancías, que generalmente eran artesanías, ni más ni menos que el “Sábado de Gloria” de 2021, compramos unas blusas bordadas a una señora Otomí, que en algún momento, tomó su celular y la escuché hablar el rítmico lenguaje que recordaba de mi juventud. Lo único que alguna vez me dijeron respecto al idioma, es que “chinga tu madre” se dice “chimaca mahuelti”, pero eso no lo sé en realidad. Pude ver algunas partes del documental en el Internet. Es impresionante. Su estructura es la de una serie de cortos que están organizados por las letras del alfabeto, cada una abordando un tema, precedidas todas por una introducción. Pude ver algunas partes, como la introducción, la “H” por la historia, que muestra una parte de los vestigios de Tula, “G” de gobierno, que muestra una parte de la visita de José López Portillo, con una canción con un ritmo de son montuno promocionando al candidato, reparto y pelea por unos sombreros de paja y el despegue del candidato en helicóptero para Una perdida la muerte de Paul Leduc, que también fue en este encierro de pandemia.