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Hombres de Maíz o la visión mítica de la agricultura
Bernardo Marcellin
A lo largo de los siglos, los hombres vieron la tierra con veneración, como una madre capaz de alimentar a sus hijos a quienes, generosa, brindaba sus frutos Las tradiciones y la forma de vida se basaban en una cosmovisión que mantenía indisolublemente unidos a los seres humanos con el medio ambiente. Por lo mismo, los pueblos originarios no requieren de investigaciones científicas ni de elaborados modelos probabilísticos para comprender lo que sucederá si se destruye el entorno. Poseen una conciencia ecológica mucho más desarrollada que los que habitamos en las ciudades debido a su contacto permanente con la naturaleza, lo que genera frecuentes conflictos con los valores de la sociedad contemporánea, donde la importancia que se da a los negocios parece justificar cualquier daño colateral. Principios como el crecimiento económico o el desarrollo, la promoción de las inversiones o el fomento a las exportaciones parecen convertir a la destrucción del planeta en una cuestión secundaria. El reconocimiento de problemas como el calentamiento global, el cambio climático, las emisiones de gases de efecto invernadero o las consecuencias de la contaminación producida por el uso de combustibles fósiles, tanto en la salud de las personas como en el equilibrio ambiental, es relativamente reciente, al menos en lo que se refiere a las políticas públicas. El llamado de atención en contra de los excesos de la civilización industrial data en realidad de hace dos siglos. En los Estados Unidos, por ejemplo, los pueblos nativos se alarmaban ante la destrucción del entorno conforme avanzaban hacia el oeste los ferrocarriles y la industria, sabedores que, tarde o temprano, la naturaleza le cobraría la factura a quienes la despreciaban. Para europeos y estadounidenses, en cambio, los espacios poco poblados, los bosques y las montañas vírgenes, representaban una forma de vida primitiva que había que superar. Era imperativo “civilizar” todas esas regiones construyendo vías férreas, carreteras, puentes, fábricas, o bien derribando árboles para aprovechar su madera en procesos productivos y para despejar los terrenos para la agricultura (además de, eventualmente, exterminar a los pobladores de la zona). Así, la destrucción ecológica se convirtió de alguna forma en un símbolo de progreso. Aun así, también en Estados Unidos, hombres como Ralph Waldo Emerson (1803-1882), en su texto titulado La naturaleza, o David Henry Thoreau (1817-1862), quien es principalmente conocido por su obra Sobre el deber de la
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desobediencia civil, reflexionaron sobre el asunto, aunque su influencia intelectual no bastó para convencer a sus contemporáneos de su importancia.
II El problema de la destrucción del medio ambiente aparece en el centro de la novela Hombres de Maíz, considerada generalmente como la obra maestra del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974, Premio Nobel en 1967). En ella asistimos al enfrentamiento entre quienes consideran que el maíz sólo debe ser plantado para obtener de comer y los grupos con un enfoque “moderno” que pretenden ampliar la superficie cultivable, aun a costa de la pérdida del bosque, con el fin de aumentar la producción y poder comercializarla. A estos últimos poco les importa que el maíz sea una planta que agota el suelo y que, al cabo de unos años, el número creciente de terrenos que hayan quemado y cultivado queden inutilizables. Esta orientación hacia las ganancias a corto plazo terminará por volver imposibles tanto la agricultura en la zona como la recuperación del bosque. Si bien esta situación podría referirse a unos acontecimientos de principios del siglo XXI, la novela data en realidad de 1949, es decir que hace más setenta años los activistas ecológicos (aunque en el texto no se utiliza este término) ya se enfrentaban a quienes anteponían las utilidades al equilibrio ambiental y a la forma de vida tradicional, algo no muy diferente de las crónicas de conflictos agrarios y ambientales que leemos hoy en día en los periódicos. De la misma forma que en el México de 2021, la acción se torna pronto violenta. Las comunidades indígenas se encuentran divididas sobre la cuestión y, desde el principio nos damos cuenta de que se trata de una guerra sin concesiones. Así, Gaspar Ilom, cacique de los que defienden el cultivo tradicional del maíz, resulta envenenado por personas a quienes consideraba sus amigos. (Este mismo nombre de Gaspar Ilom será luego asumido por el propio hijo de Miguel Ángel Asturias, cuando se convierta en guerrillero para luchar contra la serie de dictadores que oprimieron Guatemala por varias décadas). A su vez, los seguidores del cacique, en su intento por detener la roza del monte, tampoco dudan en matar a quienes siembran el cereal por dinero. Ninguna de las dos partes está dispuesta a negociar y cada quien está convencido de su derecho a utilizar la violencia para alcanzar sus fines. Los que piensan en comercializar el maíz consiguen el apoyo de la tropa para que reprima de forma sangrienta a sus rivales, en tanto ellos realizan sus estimaciones sobre el precio que podrán obtener al vender su producto. Los del bando opuesto contraatacan quemando los maizales, mientras que para el personaje del Curandero, cultivar maíz por negocio es como comer la carne de los propios hijos.
Junto con El reino de este mundo del escritor cubano Alejo Carpentier (1904-1980), Hombres de Maíz es considerada una de las novelas precursoras del realismo mágico en América Latina. El título de la obra hace referencia al Popol Vuh, donde se relata cómo los seres humanos fueron hechos de maíz. Pese a una temática basada en un problema muy concreto que enfrentan los campesinos, el lector es llevado a un ámbito donde se entremezclan sucesos reales con acontecimientos mágicos y sobrenaturales. El mismo personaje que acude a la ciudad a realizar compras y presencia hechos tan cotidianos como el de un agente de tránsito buscando regular el flujo de automóviles, considera innegables la existencia de los nahuales y los poderes de los brujos, omnipresentes en los montes. Son por cierto estos brujos quienes acechan a los promotores de la comercialización del maíz, maldiciendo en especial a los que participaron en el asesinato de Gaspar Ilom y, por medio de hechizos, cobran venganza de quienes están dispuestos a destruir los bosques para aumentar sus ganancias, castigando a unos con la muerte, a otros desapareciéndolos, a los últimos volviéndolos estériles. Tras una acción violenta y compleja, vemos en el epílogo de la novela a dos de los personajes principales, una pareja largo tiempo distanciada que luego se reconcilió, llevando una vida feliz con sus numerosos hijos, cultivando su milpa sin miras a obtener ganancias comerciales y devolviendo a la agricultura su carácter mítico. Casi un happy end hollywoodense, sólo que se trata de humildes campesinos guatemaltecos y no de personajes a quienes se les abrieron las puertas del éxito y la riqueza.
III A diferencia de su trilogía sobre el plátano y los métodos empleados por la United Fruit –Viento fuerte, El papa verde y Los ojos de los enterrados-, en Hombres de Maíz Asturias no se enfoca en la explotación de los trabajadores ni en el análisis de los intereses corporativos que pudieran estar detrás de este nuevo enfoque para trabajar la tierra, sino en dos formas de vida contrapuestas. El enemigo aquí no es una compañía trasnacional o unos empresarios rapaces, sino el vecino, el amigo, la mitad de la gente de la comunidad. Esta situación se complica puesto que no se trata simplemente de un enfrentamiento entre la visión tradicionalista y la moderna, sino que se desborda hacia la cuestión ecológica. La mejora a corto plazo de su nivel de vida a la que aspiran quienes buscan comercializar el maíz terminará por llevar a la comunidad entera a su destrucción en pocos años, cuando la tierra agotada los condene a la migración, un problema que sigue siendo muy actual. El problema básico es así la relación entre el hombre y la naturaleza. La cultura tradicional está inevitablemente ligada al entorno ecológico y el poder de los brujos proviene precisamente de su conocimiento de las fuerzas tanto naturales como sobrenaturales que rigen el mundo. En este punto parecen converger con Emerson, quien subraya lo
que él llama la maravillosa congruencia entre el ser humano y la naturaleza.
Pero Hombres de Maíz, además, nos revela de forma involuntaria otra faceta del problema de la explotación comercial de los productos agrícolas. Está claro que los “buenos de la película” son quienes insisten que el maíz sólo se debe cultivar para alimentarse, lo que constituye una especie de estribillo que aparece a lo largo del texto. No obstante, la solución propuesta dista mucho de ser satisfactoria: se plantea que cada quien cultive el maíz que requiera para comer y que, para cubrir las demás necesidades, tenga otro oficio además del de agricultor. De esta forma, sólo se produciría el maíz requerido para alimentarse sin afectar el medio ambiente. Sin entrar en grandes discusiones al respecto, limitémonos a considerar la imposibilidad que tendrían los habitantes de la ciudad para implementar este esquema, en especial quienes viven en un departamento. Si el agricultor sólo produce lo que necesita para sí mismo, los citadinos quedan condenados a la hambruna. Asimismo, los campesinos no tendrían para qué tener otro oficio, puesto que quienes se dedican a producir otro tipo de bienes ya habrían muerto de inanición. La acción y el desenlace de la obra tal vez sirvan para ejemplificar las dificultades para resolver el problema ecológico. Es indudable que la búsqueda de mayores ganancias influye en gran medida en el desprecio por los temas ambientales, pero es también innegable que diseñar una solución viable para sociedades predominantemente urbanas, en un mundo poblado por cerca de ocho mil millones de personas, resulta extremadamente complejo. Parece ser que, en esto, ni los brujos evocados por Asturias serán capaces de brindarnos una buena alternativa a la excesiva explotación de la tierra.