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Las lecciones de mis perritas

Paco Olvera

Nada se aprecia tanto como cuando se ve perdido, solía decirme mi mamá. Por otro lado, parece que nada es más anormal que la normalidad. Yo digo que vivimos en una sucesión de hechos extraordinarios, a los cuales nos hemos acostumbrados a fuerza de la frecuencia, que los damos por sentados, hasta que los invisibles y ocultos engranes de la vida giran siguiendo una mecánica que casi nunca comprendemos, en dónde lo cotidiano y hasta aburrido desaparece, y nos quedamos añorando todo aquello que era constante y lo pensábamos inmutable, pero que ahora, se ha diluido.

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Toda esta notoriedad de lo común la ha enfatizado el encierro por la pandemia. Actividades consideradas baladí como sacar la basura, o ir a comprar los víveres, son ahora apreciados por su rareza, pues los “calculamos” mucho, buscando evitar los contagios. Hemos generado un nuevo tipo de nostalgia, una que no añora lo remoto o anacrónico, sino lo cercano y vigente, pero que ha quedado del otro lado del cristal de los cuidados autoimpuestos ante la plaga que nos tocó vivir. Muchas de estas tareas cotidianas, en mi caso están relacionadas con las perritas que son nuestras mascotas en la casa. Mis colegas de trabajo, que ahora me acompañan durante las reuniones virtuales, o mientras elaboro algún documento en la computadora. En esas actividades que comparto con ellas, recibo lecciones de resistencia y balance, aprendiendo a apreciar los milagros de lo común, de lo que se repite, pero nunca es exactamente igual.

“Nala” la maestra de los besos.

Nos cuentan que fue rescatada junto con su mamá y una hermanita en las inmediaciones del Cerro del Tepeyac, cuando tenía unos cuantos días de nacida. Luego de eso vivió en la casa de una joven que se dedica a la noble tarea de rescatar perritos. Conchita la ubicó en una página de Internet, y luego de pasar un arduo cuestionario, en el que fueron evaluados nuestros deseos de tenerla en casa y cuidara, la rescatadora en cuestión la trajo personalmente, como una última verificación de que éramos quienes decíamos ser. Llegó a la casa con un par de meses de edad, y prácticamente creció en casa. Luego de hacer jirones un par de sillones, y de comerse algunas prendas de ropa, se llegó a integrar a nuestra vida

cotidiana. Algo que “Nala” no escatima, es lamer las manos o lacara (si puede) de sus compañeros humanos, así muestra su emoción y su camino, no se ahorra un solo “beso”. Cuando subes la escalera y te ve, se coloca de tal forma que le hagas cariños en el pecho o en el vientre. Cuando está nerviosa da besos, cuando está contenta da besos, y cuando pasa una sensación de tensión, también da besos, esa es la principal lección de “Nala”. “Chompi” y el placer del sueño. “Chompi” llegó a nosotros rescatada de una azotea donde estaba “arrumbada”. Anita la descubrió al preguntar quién emitía esos ladridos, cuyo tono correspondía a un perro pequeño, pero cuya energía pertenecía a un celoso guardián. Llegó siguiendo a uno de los muchachos que trabajaban en la tienda donde habitó un par de años. Le comenzaron a dar de comer y de allí su primera adopción. Aunque no sabemos si esta fue la causa, pero estaba tan mugrosa que no se alcanzaba a distinguir, al menos en primera instancia su género, suponemos que primero le habrán puesto “el Chompiras”, pero tempo después habrán rectificado por “la Chompiras”. No sabemos su edad, pero haciendo cuentas, debe estar cerca de los doce o trece años, pese a lo cual, aún tiene una agilidad que le hace subir las escaleras a gran velocidad, para ir a ladrarle a otros perritos desde la parte más alta de la casa, que es inaccesible para cualquier otro ser viviente de los que aquí habitamos. Ese punto que a otros les causaría vértigo y hasta temor, a “Chompi” le da una sensación de dominio de las alturas y de su hogar, motivo por el cual, hemos bautizado ese punto como la “Roca del Orgullo”, como en la película de “El Rey Leon” de Disney. Ha sorteado un par de enfermedades que la habían puesto en estado de salud crítico, llevándola en una de tales ocasiones, varios días al hospital. Pero esa es su lección primera, la persistencia y un intenso amor por la vida.

Por otro lado, cuando estamos sentados en los sillones viendo la televisión o tratando de leer o escribir en la computadora, “Chompi” después de analizar la situación, bajo condiciones y factores que desconocemos, decide con quién de nosotros se irá a tomar una siesta. A pesar de que va a literalmente a dormir, demanda total atención: si tenemos la computadora en el regazo, o estamos revisando algún mensaje en el teléfono, nos da unos “zarpazos” cariñosos, o desplaza el objeto que nos distrae y se hace ovillo en nuestro vientre o a un lado de alguna de nuestras piernas. Y comienza a dormir profundamente, tanto que, en ocasiones, debemos observarla varios segundos, para observar como su vientre se expande y contrae, para verificar que está respirando, aunque en otras, da unos suspiros muy sonoros, y en otras, sus sueños de participar en una persecución se manifiestan moviendo sus patitas como si estuviera en plena carrera o dando algunos ladriditos, que, con todo, no la despiertan. Y esa es su lección segunda: el sueño y la siesta deben ser un placer verdadero Los paseos de enseñanza Durante casi toda la pandemia, comenzamos a

hacer paseos cotidianos. Primero una única vez al día, y posteriormente una ocasión por la mañana y otra por la tarde. Aunque en ocasiones no quieren dejarse poner la pechera de donde fijamos las correas que nos auxilian a que no escapen durante el paseo, una vez que están ataviadas, brincan gustosas para salir. Diversos miembros humanos de la familia, completamos la partida que sale a dar el paseo. Lo primero que habrá que reconocer es que, aunque pregonamos que “lo hacemos por las perritas”, la salida ha llegado a ser muy dichosa también para nosotros. Cuando nos “brincamos” alguno de las salidas, ya sea que se hizo tarde, o por la lluvia, o porque hay “sobrepoblación” de otras mascotas poco amigables ejecutando su paseo, no estamos tranquilos, y proyectamos en las perritas la intranquilidad, y de aquí viene una gran lección: consistencia y repetibilidad, que nos da un gran consuelo.

El paseo consiste mayormente en completar uno o varios circuitos de la calle cerrada donde está la casa. La cantidad de vueltas depende de la disposición que tienen las perritas o nosotros: en ocasiones es muy temprano, está obscuro, aún tenemos sueño o se tuvo que hacer un pequeño engaño para que aceptaran salir (si Anita está despierta o disponible, es casi un milagro que “Chompi” acepte salir). Durante cada paseo, el ritual de “hacer sus necesidades” (como nos enseñaron a decir cuando éramos niños), le da ciertas variantes, y un propósito fisiológico al paseo, evitando así que lo hagan dentro de la casa. Pero elegir el punto donde harán “pipí o popó”, si bien es esperado, nunca es exactamente igual. A veces eligen un punto que parece completamente aleatorio, olisqueando rastros de otras mascotas, pero en ocasiones, repiten lugares comunes, como si fuera parte de un calendario fijado con anticipación y que debe ser cumplido con celo. Cada una con su estilo. “Chompi” levanta la patita como si fuera un perrito, “Nala” se siente en un estilo más común de las hembras caninas, aunque levanta apenas del suelo, una de sus patitas que le tiembla mucho, pero evita que se moje cuando hace pipí. “Chompi” administra su dotación liquida, para marcar por completo el territorio, “Nala” sólo quiere deshacerse de la carga tan rápido como pueda. Se trata de cumplir la parte fisiológica, pero cada quién respetando sus gustos y manías, lo cual nos deja vernos retratados (con lectura o sin lectura, rápido o pausado, y un etcétera sin detalles incómodos).

Cuando caminamos, a “Chompi” le encanta pasear sobre el pasto o sobre cualquier pequeño macizo de vegetación producido por plantas silvestres que logras crecer entre los escoyos y gritas del concreto y ladrillo que forman la calle, o en los espacios en torno a los árboles que adornan nuestra calle. En cambio, a “Nala” no le gusta esa sensación en sus patas, prefiera la

solidez y consistencia del concreto. Así cada una nos muestra lo que les causa gozo y seguridad, como resultado de su vida pasada: “Chompi” tal vez disfrutó mucho de prados y jardines de su tiempo de vagar en la calle, “Nala” que fue rescatada tan pequeñita que no entiendo o disfruta de esas texturas.

En cada paseo, aún que se trate del mismo circuito, hay pequeños rincones que a veces son recorridos y otros no. Siempre con variantes que los hacen iguales para poder pronosticar su duración, pero suficientemente diferentes para tener una anécdota diaria: ladrarle a alguna de las otras especies mayores habitantes de nuestra calle como perros y gatos, o bien intentar perseguir a las ardillas que corretean en “el segundo piso” formado por cables, postes y la copa de los árboles, y en ocasiones, hasta perseguir un Cacomixtle o un Tlacuache. En ocasiones las perritas nos llevan a rincones donde podemos ver finas telarañas con algunas gotas de agua que forman hermosos candiles a la luz del sol, o pequeños gusanos que penden de largos hilos, que servirán para formar una crisálida. Los recorridos no están exentos de otras especies de insectos, como mariposas, caracoles o tlaconetes. Si bien no es tan cambiante, los árboles de limones, dientes de león, petunias, buganvilias y en su época, las maravillosas jacarandas, nos dan una variada flora que complementa la poco nutrida pero interesante fauna de nuestro paseo. Y así, aprendemos como los naturalistas observaban lo que los rodeaba que, a fuerza de repetición, desarrollaba el interés y en ocasiones, hasta la sabiduría

También se aprende de orden, de jerarquía y de interacción. “Chompi” siempre va al frente, y cuando “Nala” se adelanta un poco por descuido, esta situación es corregida con una aceleración del paso de la pequeña “capitana” que retoma el mando de la expedición. “Chompi” tiene sus archienemigos: una jauría de tres perros salchicha, con los que ya alguna vez hizo “chuza”, soltándose de la cadena y haciéndolos “volar” por todos lados, aunque no paso de gruñidos y un choque aparatoso. “Nala” se “pelea” a ladridos (y la distancia), con un enorme pitbull de los vecinos, que a decir de ellos es “muy cariñoso” y sólo quiere jugar: la única vez que dejé que “Chompi” se acercara, tuve que levantarla como “un papalote” jalando su correa, maniobra innecesaria a consideración de los dueños del pitbull, pero indispensable desde mi punto de vista. Lecciones de convivencia y de las batallas que se deben pelear, y desde que distancia.

Nada extraordinario, pero todo disfrutable. Como dijo Sabina, “si quieren emociones fuertes, buscadlas en otra canción”. Pero como fue advertido al principio, la idea era tan sólo buscar lecciones y disfrute en los placeres de la normalidad. Espero que hallen placer en todos sus rituales, con todos aquellos compañeros, humanos o de otros géneros que los acompañen. Paco Olvera 20211017 Epílogo 1. Durante el periodo en el que escribí este texto, se integró a nuestra “jauría” un nuevo miembro, que se fue a sentar al lado de Anita antes de entrar al trabajo, como diciendo: “necesito nuevos compañeros humanos”. Él nos enseña de nuevo el agradecimiento, de las cosas simpes, como la comida frecuente, predecible y un techo que nos cubra. Se llama “Bolt”.

Epílogo 2. También durante la escritura de este testimonio, me enteré de que “Fito”, el perrito de mi gran amigo Javo, tuvo que ir a descansar de su cuerpo a otro plano, como el “Callejero” a quién le cantó Alberto Cortés, cuando “se bebió de golpe todas las estrellas”. Descansa ahora con “Duque”, “Jordan”, “Atenea”, “Carrie” y otros magníficos compañeros que nos han dado lecciones, y nos han acompañado en esta travesía.

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