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Qué Bonito es no hacer nada
De PInta a Ventoquipa
Qué Bonito es no hacer nada.
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Paco Olvera
“Para luego descansar”, completaba una de esas máximas desmadrosas que alguna vez escuché en mi juventud, y que solía decir que era parte de mi filosofía de vida. Considero que es una gran lección, si se toma con mesura y balance. La verdad es que en ocasiones no me es tan fácil “llevármela tranquila” cuando siento que no utilicé el tiempo en forma correcta: constantemente aparece mi propia voz interior auto flagelante (que algunos denominan “el ego”), como por ejemplo los lunes, luego de un placentero fin de semana, me empieza a espolear y a chingar: “que por qué no hiciste esto, que por qué no aprovechaste para aquello otro, luego te andas preocupando por la falta de tiempo”, seguido de un nutrido etcétera. Pues resulta que una de estas ocasiones, luego de un fin de semana con “un exceso” de actividades lúdicas, para variar, tuve algunos pensamientos de perdón, de desmadre y de alegría que me impulsan a escribir estas sencillas líneas y compartirlas con mis amigos del alma, para combatir el auto castigo, o dicho de mejor forma para celebrar algo que don Peter ya había tocado en otro número de la Letrónica: la procrastinación, pero dándole énfasis como el arte de disfrutar la vida sin justificar como es que “aprovechamos” el tiempo, o dicho en buen mexicano, “echar la güeva” como Dios manda. Durante dicho fin de semana, vi una película llamada “Comer, rezar, amar” A, que entiendo que a su vez está basada en un libro. Mi expectativa era verla de reojo mientras estaba haciendo otras cosas, considerando que tenía la idea preconcebida que resultaría un argumento cursi y poco interesante. La verdad es que me sorprendió, pues tiene mensajes valiosos, contados además en forma atractiva. De entre esas ideas, una de ellas llamó especialmente mi atención: en una escena en que se representa a unos italianos burlándose del “american way of life”, uno de los personajes dice que los americanos no pueden entender la filosofía italiana denominada “il dolce far niente”, que podría ser traducida como el “dulce placer de hacer nada”. Si bien no la conocía con ese nombre, a mí se me hizo de lo más natural, pues entre los mexicanos, o cuando menos entre mis familiares y amigos que me han acompañado en la vida, esto es cotidiano, es naturaleza, es
normalidad. Tomando en cuenta esto, decidí hace una breve recolección de recuerdos y pensamientos relacionados con lo que podemos denominar “el placer de hacer nada”.
Lo primero que quiero mencionar, es que “echar la güeva” requiere planeación, pues en las más de las ocasiones, es un acto deliberado. A quién no conozca este disfrute, le resultará difícil de entender que esto es un asunto que se debe abordar con seriedad, por ejemplo, en una jornada típica de “hacer nada”, habría que poner las cheves a enfriar, preparar una botana de chicharrón con aguacate para hacer tacos placeros, poner el teléfono celular “en modo avión”, buscar una película que hemos visto mil veces, y disponernos a verla la ocasión “mil más uno”. Claro que “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”, esto debe hacerse guardando el equilibrio, pues las labores de preparación siempre deberán tomar mucho menos tiempo y esfuerzo que lo que tomará el acto mismo de “echar la flojera”, para que no se diluya este placer entre tanto “desgaste” inicial. Podemos decir que para “güevonear” en plenitud, se requiere la ilusión de la anticipación: esperar ese tiempo, disfrutar que no “haremos nada”, y que las pocas cosas que por necesidad extrema o insoslayable debamos hacer, deberán contribuir a maximizar el gozo o placer previamente planeado. “Carpe Diem” *, aprovecha el día, pero todo depende de que es a lo que entendemos por “sacar provecho”. Hace años, también en una película, “La sociedad de los poetas muertos” B , aprendimos esta máxima en latín invitándonos a que no se pase el día sin aprovecharlo, o con mayor profundidad, a que no se nos escape la vida. No veo contraposición con el placer de “hacer nada”, pues estar flojeando es el resultado de una acción premeditada, y tiene como resultado, un tesoro que en lo inmediato parece tener una recompensa muy reducida, pero que cuando lo podemos ver a largo plazo, esos días de “hacer nada”, en muchas ocasiones, son momentos de gran creatividad e inventiva, además de ser la mejor y más pura veta de recuerdos perdurables que nos alegran la vida y nos permiten seguir adelante. Esto lo relaciono con aquello que mi paisano el coach Neri gritaba a sus jugadores de futbol americano en la universidad: “aprovechen ahorita que están jóvenes, de viejos ya no van a poder hacer esto”. Podemos decir que “echar la güeva” es un concepto relativo, y depende de los objetivos y del gozo desde dos perspectivas: de quién la práctica y de quien observa. El “Carpe Diem” se debe transformar en “aprovecha el día, en lo que realmente te apasione hacer”.
De hecho, podríamos decir que cuando en apariencia no estamos haciendo “nada de provecho”, pueden ser los momentos de mayor creatividad, logro y disfrute, lo cual se puede ilustrar con lo que dijo Mario Vargas Llosa en su discurso que dio al recibir el Nobel, al hablar de su esposa: “Ella hace todo y todo lo hace bien, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: 'Mario, para lo único que tú sirves es para escribir’”1 . Otro ejemplo magnífico de la creatividad de los que “hacen nada”, nos lo obsequia Quino, lleno de su fino sentido del humor, en un cartón donde se ve a un cavernícola pintando escenas de una cacería de venados o de un mamut, evocando las perdurables pinturas rupestres como las de Altamira o Lascaux, lo más trascendente que de esta época ha podido llegar a la posteridad. Pero desatando el latigazo del humor, en el último cuadro, se hace una ampliación de la escena, y se ve a la esposa, que termina de cocinar una pequeña ave en la fogata al tiempo que le recrimina: “cena ya estar lista, ¡gordo inútil!”. Por cierto, que pensando que la siesta podría ser una de las manifestaciones más extremas del “hacer nada”, recordemos que grandes inspiraciones han venido a los creativos durante sus sueños: como por ejemplo la propuesta del anillo bencénico que Kekulé, luego de interpretar la imagen de una serpiente mordiendo su propia cola, o Medelev que estando en los brazos de Morfeo visualizó la estructura de tabla periódica, o Niels Bohr que soñó que la estructura del átomo se podría modelar al igual que el sistema solar. “La vida es sueño, y los sueños, sueños son”, como dijo don Pedro Calderón de la Barca (siempre recordado por el desmadroso chiste: “la vida es una barca; que hermosa frase, ¿quién la dijo?; Pedro Calderón de la Mierda”). Por su puesto no se trata de hacer una apología a la inacción, en todo caso, dicha apología sería para el disfrute de dedicarnos a actividades interesantes que, para otros, podrían ser incluso “reprobables”, generalmente por ser incomprendidas: demasiado innovadoras, radicales, disruptivas, o rebeldes. Pero que en realidad son el vehículo que nos lleva a la creación de cosas más perdurables o valiosas, y que para quienes ignoran su valor o su belleza, podrían ser despreciadas o descalificadas tan solo por tener la cualidad de ser disfrutadas por sus creadores, o ser calificadas como meras formas de “perder el tiempo”, como en ocasiones lo son las bellas artes o nuevas áreas del conocimiento humano. En la
película y el libro homónimo de Umberto Eco 2 , “El nombre de la Rosa” C, el argumento central ilustra este ánimo de destruir la exploración de lo desconocido o “excesivamente divertido”, mediante la prohibición de textos satíricos que provocaban risa, permitiendo así “evadir el temor de Dios”. Es justo mencionar ahora, que los ambientes de creatividad deben ser relajados, poco convencionales, para fomentar el pensamiento diferente, que muchas veces no se abraza de forma inmediata, justamente por su originalidad y disidencia pues, a fin de cuentas, resulta más fácil “pensar como la mayoría” y no “remar contra la corriente”. Visto de esta forma, podríamos decir que “hacer nada”, es un acto de preparación para tener el atrevimiento de tomar el riesgo de la creatividad, y no hacer únicamente “lo que se espera de nosotros”, sino “lo que deseamos de nosotros”.
Se trata pues de celebrar el disfrute del tiempo en el placer, donde en ocasiones, se puede “descansar haciendo adobes”, o en otro extremo, de simple y llanamente disfrutar la vida “evitando la fatiga”. Recuerdo el incomparable gusto de armar modelos a escala de avioncitos, incluso algunos de madera de balsa, que podían volar impulsados por una liga. Los regresos de los juegos de beisbol o futbol, con nuestros amigos de la infancia, caminando mientras “echábamos netas”, y cuando había dinero, tomando un “chesco” en la tiendita de la esquina. Las tardes en los cubículos de la UAM Iztapalapa, haciendo planes de un futuro, siempre incierto, pero disfrutable por el deseo de compartirlo con nuevos hermanos por elección, que se integraron a nuestras vidas como nuestros amigos. Recuerdo justo de nuestros tiempos de profesores universitarios, que en ocasiones nos íbamos tumbar al pasto, luego de la comida y antes de ir a impartir nuestras clases, frente a una escultura metálica, en que una de sus componentes simulaba una diana de tiro al blanco y otra sección a una figura cónica que parecía la punta de cohete, que el querido Eduardo bautizo como “San Güeva”, y decía que estábamos allí para mostrar nuestro respeto y adoración al placer de “hacer nada”. Incluso recuerdo que hacíamos la broma de que teníamos los diez mandamientos de la güeva: el primero, “echarás la güeva sobre todas las cosas”, el segundo, “si ves a alguien echando la güeva, ayúdale”. Y cuando alguien preguntaba, “¿y el resto del decálogo?”, respondíamos con sorna: “¡nos dio güeva hacerlos!”.
También de esta primera época del aprecio a “hacer nada”, acuñé la frase que dice que “la aplicación del pasto por vía cutánea es medicinal”,
principio que luego aplicamos a raudales en nuestra época de trabajo común en la arrendadora, pues hubo un tiempo que luego de comer, nos íbamos al “Bosque de Tlalpan”, estacionábamos el coche allí, y buscábamos un buen prado, donde nos quitábamos el saco del traje y lo colgábamos en un árbol, para luego tomar una reparadora y mágica siesta. Quedábamos a merced de nuestra inspiración, como un grupo de jóvenes poetas que hablaban en el sueño con dioses, ninfas y faunos, para salir de allí contentos, somnolientos y dispuestos s resistir el resto de la jornada laboral.
Los intentos aquí descritos de dar estructura al arte de “hacer nada”, tienen como antecedente otros esfuerzos por institucionalizar o estructurar el oficio de “hacer nada” en México. Por ejemplo, la fundación de un hipotético partido político denominado PUP: “Partido Único de los Pendejos”, fundado por Hermenegildo L. Torres. Uno de sus principios que yo escuché en la juventud, era aquél que rezaba que: “para salvar el pellejo, en forma reglamentaria, debes hacerte pendejo, por lo menos una hora diaria”. ¡Allí lo tenemos! Un enunciado que invita a “hacer nada”, a “echar la güeva”, estructurado con base a navegar haciendo poco, o como se dice también en la cultura popular “con bandera de pendejo”. Recuerdo que incluso había discos de acetato y algunos libritos con los principios del PUP, que fueron un discurso sarcástico, que aún se escuchaba cuando yo era niño, en los años 70. La única exclusión que me atrevo a proponer de este enfoque es el hecho de la connotación específica al “hacerse pendejo” de ignorar a propósito temas éticos o moralmente reprobables, “haciéndose de la vista gorda” para acallar nuestra conciencia.
Durante el desarrollo de este escrito, mientras “hacíamos nada” en una llamada telefónica, mi querido hermano de letras y del alma, Alex, me hizo referencia a un artículo muy interesante de Alex Soojung-Kim Pang, que hace una investigación amplia de la relación de las horas dedicadas al trabajo y aquellas dedicadas al descanso, dando así una base más formal a la utilidad de “hacer nada”. El título de dicho artículo se puede traducir algo así como “Darwin era un flojonazo y usted también debería serlo”3, en el cual se narra cómo es que Darwin, luego de ser naturalista en las expediciones exploratorias de la Royal Navy4, se tomaba la vida “con calmita”, haciendo largas caminatas para relajarse, seguidas de periodos muy específicos y acotados de trabajo, para luego dedicarse nuevamente a otros intereses personales. El autor describe también a grandes personajes en una diversidad de campos de la creatividad y en épocas diversas, como Charles Dickens, Henri Poincaré e Ingmar Bergman, como muy enfocados, apasionados por su trabajo y sobre todo con una gran ambición por triunfar, pero, al dar una mirada a su vida
cotidiana, sólo dedicaban unas pocas horas a las tareas que los hicieron famosos, y el resto, a actividades recreativas que les daban reposo de sus empeños. También menciona, el principio de “las diez mil horas de práctica”, que enuncia Malcom Gladwell en su libro “Fuera de Serie”5, en el cual enlista a varios practicantes de disciplinas igualmente diversas, como Bill Gates, Bobby Fischer o Los Beatles, quienes tienen como común denominador la práctica para lograr la maestría hasta sumar ese total de horas, pero el autor del artículo hace un colofón que establece el balance entre el trabajo y el descanso: “Así es como llegamos a creer que un ejecutante de clase mundial se logra luego de 10,000 horas de práctica. Pero eso es una equivocación. Esto se logra luego de 10,000 horas de práctica deliberada, 12,500 horas de descanso deliberado y 30,000 horas de sueño”3. Alex Soojung-Kim también es autor de un libro cuyo título es una síntesis de su propuesta: “Descanso. Porqué logra hacer más cuando trabaja menos ”6. Para ejemplificar la tesis del autor, me permito recordar una modesta vivencia personal: la anecdótica historia de como Alex y un servidor escribimos un compilador completo y funcional para pasar una materia en la maestría. Para lograrlo, durante unos cuatro días ideamos y ensoñamos la forma en que lo construiríamos, garrapateando trozos de seudocódigo, en breves espacios de tiempo que teníamos mientras hacíamos otros trabajos para otras asignaturas. Luego lo codificamos, lo unimos y lo probamos, todo esto durante 72 horas casi continuas de trabajo con escasos episodios de sueño, con dos amaneceres incluidos vistos desde el edificio “T” de la UAM Iztapalapa, para llegar a entregarlo a escasas dos horas previas del plazo final y por supuesto, aprobar con la nota máxima (luego nos fuimos a dormir no recuerdo cuantas horas seguidas). Vale la pena mencionar, como ejemplo de los contrastes ya mencionados, que para aquellos miembros de intendencia que nos veían sentados escribe y escribe código, pudo haberles parecido que nomás estábamos perdiendo el tiempo en las “dichosas computadoras”.
Como coda de este viaje de ideas, diría bajo la influencia de Cantinflas: se trata de combatir la búsqueda forzosa del propósito de vivir la vida, y disfrutarla tan sólo por el hecho de vivirla, con base al maravilloso gusto de gozarla sin tener que justificarla. En fin, que bonito es “hacer nada”, con una “pequeña ayuda de mis amigos”7 . Paco Olvera Septiembre 2021
*La referencia del “Carpe Diem” ya la había escrito, cuando en un nuevo ejemplo del pensamiento paralelo, don Juan Carlos envió una nota por WhatsApp, mencionando que esta frase era dicha por los legionarios romanos cada mañana. Mi intención era finalizar este escrito ese día, pero he disfrutado de varios periodos muy placenteros de “hacer nada”.
Bibliografía. 1 “Nobel de Literatura para Mario Vargas Llosa,” Juan Cruz 8 de diciembre de 2010, El País
2 “El Nombre de la Rosa” Umberto Eco 1993, RBA Editores
3 “Darwin was a slacker and you shuld be too” Alex Soojung-Kim Pang 2021, Nautilus (revista en línea, plataforma Issue)
4 “Brontosaurus y la nalga del ministro. Reflexiones sobre historia Natural” Stephen Jay Gould 5 “Outliers. The story of Success” Malcom Gladwell 2008, Back Bay Books
6 “Rest. Why you get more done when you work less”. Alex Soojung-Kim Pang 2016, Basic Books. 7 “Whit a Little Help of my Friends” John Lennon & Paul McCartney 1967, Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, The Beatles
Filmografía A “Eat, Pray, Love” 2010, Dir. Ryan Murphy
B “Dead Poets Society” 1989, Dir. Peter Weir
C “The name of the Rose” 1986, Dir. Jean-Jacques Annaud