Por FEDERICO BIANCHINI
Por VICENTE BATTISTA
Por SEBASTIÁN BASUALD0
Las cartas del señor Cheever
La literatura Entrevista actual y la a Ángela contemporánea Pradelli
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SUPLEMENTO LITERARIO TÉLAM I REPORTE NACIONAL
AÑO 7 I NÚMERO 335 I JUEVES 3 DE MAYO DE 2018
ntología: escritores africanos contemporáneos reúne textos escritos por siete hombres y cuatro mujeres nacidos en Kenia, Uganda, Nigeria, Camerún, Sudáfrica, República de Yibuti. En el prólogo, los editores reclaman alejarse de la visión “homogénea y estereotipada” de un continente de más de mil millones de habitantes compuesto por cincuenta y cuatro países, visión que conduce “en el mejor de los casos, a la indiferencia”. La Editorial empatía apuesta a la literatura como una forma de interpelar la historia única que sobre África recibimos de consumos culturales, medios y actores políticos, por lo general oriundos de países ricos con problemas de consciencia. El volumen comienza con “Algún día escribiré sobre este lugar”, de Binyavanga Wainaina. Es uno de los mejores del conjunto. Después de fracasar como estudiante universitario, el narrador regresa al hogar, acepta un trabajo que detesta y que lo lleva a viajar al este de Kenia, a una zona rural donde va a comer kilos de carne de cabra y a bailar dombolo (una digresión: salvo contadas excepciones, los editores prescindieron de notas al pie, lo cual funciona bien en aquellos cuentos que reponen la información unas líneas más adelante; en otros, el lector inquieto recurrirá a Google para desentrañar vocablos como shebeen, kikoi o gorfo, aunque de no hacerlo la lectura no se resiente más allá de las demandas de la propia curiosidad). Lo más rico del relato de Wainaina está en el jugo reflexivo que obtiene de sus vivencias: “A veces hago un viaje relámpago al club y me siento en el baño durante media hora con un libro y un cigarrillo, pero en general he estado presente en el mundo”. El autor reserva para el final un delicioso crescendo de alcohol y monólogos alucinados alrededor de una gran fogata.
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Escribir sobre este lugar La flamante editorial Empatía abrió su catálogo con Antología: escritores africanos contemporáneos, una bienvenida bocanada de aire fresco al panorama local de las antologías. Marcela Alejandra Carbajo compiló once cuentos de once autores provenientes de distintos países de África, tradujo parte de ellos, los prologó y los presenta al lector argentino en una cuidada edición de tapas blandas. Un pequeño milagro disponible en librerías.
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NUEVA CONVOCATORIA PARA PARTICIPAR DEL PREMIO MUJICA LÁINEZ DE CUENTO Escritores argentinos podrán participar de la XII edición del Premio Municipal de Literatura Manuel Mujica Láinez, un homenaje a la tradición cuentística de la Argentina organizado por la Subsecretaría General de Cultura de San Isidro que hasta el 25 de junio tiene abierta la convocatoria. El certamen tiene carácter nacional e internacional, inscripción gratuita, y contará con un
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jurado integrado por Vera Giaconi, Luciano Lamberti y Sergio Bizzio. “El cuento debía volver a contar con un concurso que honre a los grandes que ya no están físicamente, como Borges, Cortázar, y el propio Manucho, y también a la legión de autores que hoy se expresan a través de este género”, expresó Eleonora Jaureguiberry, subsecretaria general de Cultura de San Isidro.
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Las cartas de señor Cheever FEDERICO BIANCHINI
Las cartas de John Cheever, que acaban de ser publicadas en simultáneo con una gran antología de sus relatos, tienen olor a fetiche. Es un ejemplar extraño: es un libro de los asuntos privados de un gran escritor con tono de chimento. uardar una carta es como intentar conservar un beso, le dice el escritor norteamericano John Cheever a su hijo Benjamin. Y es consecuente. Envía entre 10 y 30 cartas por semana, se encarga de romper o tirar, una a una, las que recibe. Le escribe a su mujer, a sus hijos, a sus editores, a sus amantes mujeres y a sus amantes varones. No tiene una vida social muy activa: conoce a muchos de los mejores escritores y editores de su tiempo pero no los ve a menudo, les escribe. Claro que el problema con las cartas es que uno puede tirar las ajenas, aquellas que le mandan, pero queda lejos de las propias, luego de meterlas dentro de un sobre. En estas cartas uno se entera, por ejemplo, que lo que le sucede al personaje de la novela Falconer Ezequiel Farragut (queda afuera de los puestos de mando del ejército por bajo coeficiente intelectual y eso le termina salvando la vida) es lo que le ocurrió al autor
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cuando en la Segunda Guerra no fue convocado para el desembarco en Normandía. Un dato que puede aportarle mucho a un admirador que ya leyó cuentos, diarios y novelas del escritor norteamericano pero que le sobra a alguien que no conoce en profundidad la obra de Cheever. “Me sorprendió descubrir que mi padre había intentado abandonar la infantería, porque siempre me había contado lo mucho que le había costado dejar el uniforme”, acota Benjamin en la introducción a una carta de su padre. El comentario nos habla más de la sorpresa del hijo, si se quiere de la relación entre él y su padre que de la personalidad de John Cheever. Y quizás sea éste el problema de un libro que no pasa de ser una suma de explicaciones acompañadas por referencias a cotidianeidades de la vida personal de un maestro de la literatura. Así como leyendo los diarios de Cheever uno podía emocionarse y, al mismo tiempo, aprender a escribir, con este volumen de cartas uno constata, por ejemplo, cómo Cheever engaña a su mujer con la señora Peg Wortington. En los diarios del autor, los nombres propios aparecen con iniciales, nos hacen entender que son per-
sonajes secundarios que aparecen en pos de “actuar” en la escena a fin de construir una atmósfera de significado que refiere al personaje principal, en primera persona en cada uno de los textos, que es quien escribe esas páginas; en las cartas, muchos de los nombres aparecen en su condición de “infidencia”, es por eso que necesitan ir acompañados de aclaraciones farragosas que demoran la lectura: “‘Lobranao’ era Gus Lobrano, un editor en The New Yorker. Lobrano se convirtió en director de ficción después de Katharine White. Porter era Katharine Anne Porter….”, aclara el hijo antes de una de las cartas. En los diarios de Cheever, editados por Robert Gottlieb y que serán reeditados por Literatura Random House el próximo junio, hay narrración, hay un personaje principal, hay cronología y esta suma de factores hacen que uno pueda recorrerlos no sólo como referencias a una vida sino también como relato. Las cartas, si
bien agrupadas temáticamente, refieren a hechos aislados ocurridos en la vida de un gran prosista. Lamentablemente, la referencia no alcanza para que el conjunto dé el salto hacia el terreno de lo literario: se mantiene en el campo de lo personal. Sobre todo, después de la publicación de la biografía de Blake Bailey (“Cheever: una vida”, Duomo Perímetro), que enlaza este tipo de comentarios con los diarios, los cuentos y las novelas, sumados a una gran cantidad de entrevistas y que enmarcan, entre muchos otros documentos, a las cartas como componentes secundarios en la vida del autor. En Cartas, incluso se percibe un cierto regodeo de Benjamin Cheever hacia la exposición de su padre. Escribe en el primer capítulo: “Los errores ortográficos y de gramática sólo se han corregido en aquellos casos en los que parecía esencial corregirlos en pro de la comprensión. No porque me divierta pillar en falta a mi padre, aunque me divierte, sino porque prefiero que el lector disfrute de la espontaneidad con que se escribieron las cartas”. ¿Evidencia un error ortográfico la espontaneidad de una carta o ya el género implica ese registro?
Las interrupciones aclaratorias antes de las cartas ponen a Cheever hijo en un plano demasiado notorio. El punto es que este no es un libro sobre la experiencia de haber sido el hijo de John Cheever, sino sobre las cartas del padre. Antes de editar los diarios que incluían frases como “Mi hijo esta aquí. Me parece que no nos conocemos; me parece que nuestro destino es no conocernos jamás”, Cheever le pidió a Benjamin que los leyera y le dijera si creía que despertarían interés. El hijo lo hizo. Cuenta en el prólogo a los diarios: no fue agradable. Escribe, el texto era deprimente y en ocasiones mezquino. Se sorprendió de lo poco que él aparecía en el texto. Se sorprendió lo poco que toda su famlia, excepto tal vez su madre, aparecía en el texto. Ese libro, uno que tuviera a Benjamin Cheever hablando de sí mismo en relación a su padre (y no acotando entre un texto y otro), podría ser muy interesante.
SE INAUGURARÁ UNA MUESTRA DE SALVADOR DALÍ EN SAN RAFAEL, MENDOZA Ilustraciones del pintor surrealista catalán Salvador Dalí, creadas con motivo de los 700 años de la obra “La Divina Comedia”, del poeta italiano Dante Alighieri, se presentarán en la ciudad de San Rafael, al sur de Mendoza. La muestra, que se extenderá hasta el 22 de julio, será expuesta en el Centro de Congresos y Exposiciones Alfredo Bufano, en San Rafael, informó la Secretaría de Cultura de
Mendoza. Tanto las visitas individuales y guiadas serán con entrada gratuita, añadieron. La inauguración está prevista para este viernes 4 de mayo, a las 20, y promete reunir no sólo a los vecinos de San Rafael, sino a amantes del arte de toda la provincia. La ilustración de La Divina Comedia fue un encargo del gobierno italiano, al cumplirse 700 años del nacimiento de Dante.
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La literatura actual y la contemporánea
JUAN MAISONNAVE VICENTE BATTISTA
VIENE DE LA TAPA
Cat Hellisen es una escritora para tener en cuenta. Su “El puente Worme” describe con crudeza y sarcasmo a una familia víctima de una rara condición anfibia. “Matthy había nacido así, (…) con las piernas fundidas entre sí como dos velas encendidas muy cerca una de la otra”. Una familia grotesca, deforme y piadosa, parecida a la que Aurora Venturini creó en su inolvidable Las primas. “Un hombre verticalmente cuestionable, con armazón ancho” protagoniza el relato de Siphiwo Mahala, “El traje perdido”. La revoltosa noche de un dandy que duerme fuera de casa y nos regala sus pícaras observaciones de hombre de mundo: “Nada mejor que una chica caliente después de una cerveza fría en un día de lluvia”. Es posible conectarlo con la ficción del nigeriano Helon Habila, “La segunda muerte de Martín Lango”, porque en el fondo son dos cuentos de fantasmas. En un movimiento inteligente y provocador, la ugandesa Doreen Baingana en “La cristiandad mató al gato” asocia el sacrificio ritual cristiano de las misas (“Qué mejor sacrificio que un hombre”) con el de animales, este último parte de un rito de iniciación de un padre hacia su hija. “Estoy familiarizado con los sueños húmedos de satisfacción en un mundo hambriento”, dice el narrador en “Zizi”, del sudafricano Mandla Langa. La masacre de Soweto de 1967, la vida postapartheid en la barriada de KwaMashu, son caldo de cultivo de una absurda muerte proletaria. Dos relatos se sitúan fuera del continente para contar sus penurias a distancia. “El hombre del bigote”, del camerunense Patrice Nganang, transcurre en la Berlín de 1913. Una patota, de la cual forma parte un tal Adolf, le propina a un negro una golpiza de proporciones germanas. “Le pegaron con pies, manos, piedras, con luz y con noche. Le pegaron con palabras, con ladrillos del pavimento”. Chika Unigwe narra en “Anónima” el ingreso de una nigeriana a Bélgica, donde la policía aeroportuaria le anticipa que el primer mundo no será ningún paraíso para ella. La alegoría de un pescador siguiendo el curso del río (“Una curruca en el cañaveral”) le sirve a Lily Mabura para sobrevolar los campos de concentración de Abisinia (actual Etiopía). “El show de Bar Beach”, de E.C. Osondu, comienza con la ejecución pública de ladrones que roban a los ricos. Como sucede en otros países remotos (por ejemplo, Argentina), el declive económico de Nigeria obliga a un padre de familia, que paradójicamente apoya las ejecuciones, a dedicarse al cartoneo. Finalmente,”El pintor del mar y el bebedor de viento”, de Abdourahman Waberi, parodia la historia reciente africana y a sus vacas sagradas literarias (Chinua Achebe) en el divertido contrapunto dialéctico de un dúo al estilo Bouvard y Pécuchet.
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os actores suelen decir que se deben a su público. Hay un considerable número de escritores que manifiestan una vocación parecida: proclaman deberse a sus lectores, escriben lo que, suponen, ese conglomerado anónimo está esperando leer. ¿Cómo saber cuál es el gusto predominante? La respuesta queda a cargo de los agentes de marketing de las editoriales. A veces se reduce a la mirada astuta de alguien con buen ojo para los negocios. A fines de los sesenta, Cien años de soledad fue una de las novelas de mayor venta. Con el olfato que la caracteriza, Isabel Allende advirtió que el realismo mágico era la clave de ese éxito. A partir de ahí no le costó mucho ubicar a Macondo en la cordillera y transformar a la familia Buendía en la familia Trueba. El resultado fue La casa de los espíritus: una mala copia de García Márquez. A pesar de esa impertinencia, la novela de Isabel Allende se convirtió en un notable best seller. A nadie sorprendió que a partir de Harry Potter, ese niño mágico creado por J.K.Rowling, Isabel Allende se haya empeñado en construir su propio niño aventurero. Se llamó Alexander Cold, tiene 15 años, y lo encontraremos en tres libros para adolescentes: La ciudad de las bestias, El reino del dragón de oro y El bosque de los pigmeos. Un año después El Zorro volvió a cabalgar. Aquel héroe mítico que en 1919 había creado Johnston McCulley reaparecía en películas y series de TV, estaba en los ojos de todos. Ni corta ni perezosa, Isabel Allende vio el negocio. Su novela se llamó El Zorro, comienza la leyenda (2005). Hay escritores que escriben para ser leídos; otros lo hacen para ser vendidos. Las grandes editoriales profesan especial inclinación por esta última categoría. Fieles a ese compromiso, eligen los originales a publicar. Si ayer fue la nove-
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la histórica, hoy puede ser la novela romántica y mañana, tal vez, la novela epistolar. En lo que se proponen, ya se trate de historias planteadas desde la autoayuda o libros de aventuras esbozados desde la banalidad, esos volúmenes consiguen su propósito: entretener, hacer menos tedioso el viaje en avión o en ómnibus. Todo es válido porque, en definitiva, todo es literatura. “Arte que emplea como medio de expresión la palabra hablada o escrita”, se cree candorosamente. Sin embargo, hay buena y mala literatura. Stephen King, habituado a encabezar las listas de best sellers, estableció una escala de valores. En su libro Mientras escribo presenta una pirámide. Los malos escritores están en la base, luego le siguen los aceptables, en el tercer nivel ubica a los buenos y por último, en la punta, “encima de casi todos nosotros”, a los genios. ¿Pero en base a qué criterio se es malo, aceptable o bueno? A comienzos de los años 40 André Gide y Andre Malraux advirtieron que esas novelitas policiales de Dashiell Hammett trascendían el género y se ubicaban en la alta literatura. “En Cosecha roja, esos diálogos, conducidos con mano maestra, son cosa para enfrentarla con Hemingway y hasta con Faulkner”, escribía Gide en 1942. El propio Gide no vaciló en afirmar: “Simenon es el mayor, quizá, y el más auténtico novelista de cuantos tenemos hoy en la literatura francesa”. Hasta ese día, las novelas de Simenon eran un entretenimiento que se compraba en los quioscos. Mario Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante también emprendieron una delirante tarea de rescate, sin el mínimo rubor anunciaron que Corín Tellado era una autora digna de tenerse en cuenta, claro que no por la bondad de su escritura sino por la cantidad de ejemplares que vendía. Confundir calidad con cantidad suele ser peligroso. En el rubro No Ficción de la lista de best sellers las cien rece-
tas de la Hermana Bernarda compiten con las reflexiones acerca de la violencia institucionalizada de Michael Moore. Es cierto, tanto los dulces de la Hermana Bernarda como las críticas de Moore pertenecen a la no ficción; sin embargo, convendría señalar ciertas diferencias. Alguna vez, con la lucidez que lo caracterizaba, Juan Goytisolo marcó la diferencia que hay entre actualidad y contemporaneidad. “La actualidad –dijo– es lo del día, lo efímero, el hijo de la moda; la contemporaneidad es lo que dura, lo que resiste, lo que circula a través del tiempo”. En base a ese criterio y más allá de las cifras de ventas, El Quijote, Guerra y Paz, Pedro Páramo serían libros contemporáneos; en tanto que El alquimista, El cliente, Deuda de honor, más allá de las cifras de ventas, sólo serían libros actuales. A mediados del año 1840 cientos de norteamericanos se agrupaban en el puerto de Nueva York con el fin de aguardar a los barcos que venían de Inglaterra, la tripulación y los pasajeros de esas naves podían informarles cómo seguían las desventuras de la pequeña Nell, la heroína de La tienda de antigüedades, la novela que Charles Dickens publicaba por entregas en la revista “El reloj del maese Humphrey”. Una conmoción aún mayor se produce hoy ante cada nueva aventura de Harry Potter. “La Pottermanía –supo decir el cubano Lisandro Otero– se ha convertido en un negocio tan importante como los yacimientos petroleros de Kuwait”. En 1840 Dickens era un escritor de éxito, un escritor actual, según la fórmula de Goytisolo; hoy, siguiendo esa misma fórmula, es un escritor contemporáneo. ¿Sucederá lo mismo con J.K.Rowling y con la voluntariosa Isabel Allende? Es una apuesta a futuro cuyo resultado jamás conoceremos. No queda si no seguir eligiendo libros de actualidad que logren ser contemporáneos en todas las épocas, una condición que, desde siempre, sólo consigue la buena literatura.
EL DIBUJANTE MILO LOCKETT EXPONE SUS OBRAS EN CHINA La muestra “Milo Lockett por primera vez en China” se inauguró en el Espacio Cultural Argentino de Beijing, ubicado en la galería AIO Space del barrio de artistas 798. La presencia de Lockett en Beijing, que se extenderá hasta el 3 de mayo incluye, además de la exhibición de sus obras, encuentros de trabajo con museos y galerías de arte. “Estoy desarrollando un
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programa muy variado e interesante: pinté un mural en el barrio de artistas 798, donde la gente se empezó a sacar fotografías; me reuní con autoridades de museos de dimensiones increíbles, y también, junto a un grupo de niños de una escuela primaria china, voy a intervenir una vaca de acrílico tamaño real que se encuentra en la Embajada argentina”, afirmó Lockett.
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ÁNGELA PRADELLI
La identidad no se apropia Pero no tengo pala para seguir a hombres como aquellos. / Entre el pulgar y el índice / descansa la pluma rechoncha. / Cavaré con ella.
SEBASTIÁN BASUALDO
La respiración violenta del mundo es el título de la última novela de Ángela Pradelli. ¿Su tema central?, la apropiación de niños por parte de la dictadura cívico militar en Argentina. Pero también aborda la lucha y la resistencia desde la perspectiva de una niña a quienes sus apropiadores en connivencia con una justicia cómplice intentaron arrebatarle algo más que su verdadero nombre: su memoria. n diálogo con el Suplemento literariode Télam, esta notable y comprometida escritora, refiere sobre algunos hechos que atañen a esta imprescindible novela.
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En tu obra los títulos de los libros son significativos. ¿Cómo fue en caso de La respiración violenta del mundo? ¿Cuál es la relación íntima que tiene con la historia? La novela tenía otro título, ya había entregado la versión definitiva y me quedaban por corregir las pruebas de galera. Era noviembre de 2017. Una noche me escribe Mercedes y me pregunta si puede llevarme al día siguiente las
pruebas a la Jornada de Medicina Narrativa del Hospital Italiano, de la que ese año participábamos las dos. Me pareció buena idea y quedamos en encontrarnos en el bar del hospital para hablar del libro antes de que empezaran las conferencias. Al día siguiente, mientras tomábamos café, conversamos sobre dos o tres párrafos muy puntuales y finalmente Mercedes me habló del título, me dijo que había otro que le gustaba más. El bar estaba lleno y de fondo sonaba el murmullo de las conversaciones de los acompañantes de los internados, o de los enfermos que tenían una cita médica. Mercedes es sumamente respetuosa de los escritores y de sus textos así que sus sugerencias siempre son delicadas. Leyó una frase que tenía escrita en un hoja blanca, con letra grande. La respiración violenta del mundo, dijo, y no bien la oí, no tuve dudas de que era el título y se lo agradecí muchísimo. Me aclaró que formaba parte de una oración de la novela, yo no me la acordaba y tardé unos minutos en ubicarla. Pero lo importante es resaltar el trabajo de los buenos editores, que leen res-
catando de la oscuridad, leen iluminando algunas zonas que los autores ni siquiera recordamos. Siempre digo que el título de la novela es de mi editora, no importa que estuviera escrito ya en la novela, a mí se me hubiera pasado, y hasta lo había olvidado. Casi todos los lectores me hablan del título y siempre cuento esto, lo rescató mi editora, es de ella. Entre la realidad y la literatura ¿en qué lugar se instala una escritora para poder abordar un tema como el de la apropiación de niños por parte de la dictadura? Es que para mí la realidad y la literatura están cerca, nunca percibí una distancia entre ellas, y tal vez debe de ser por eso que no me lo planteo como dos opciones sobre las que tendría que elegir. Cuando me preguntan cómo pasa la realidad a la literatura, nunca sé qué contestar, porque para mí los textos, los que leo y los que escribo, son la realidad, independientemente de los géneros. Tengo la certeza de que cuando escribo no me evado, como se dice, de
la realidad sino todo lo contrario. Muchas veces oí decir que la literatura le aporta mucho a la vida real. Yo lo entiendo al revés, creo que es mucho más lo que la realidad le aporta a la literatura, claro que la escritura hace luego su trabajo con el lenguaje, las palabras, los silencios, pero en la realidad está todo. A veces hay que levantar una capa, porque la realidad no es sólo lo que vemos, y otra capa, y otra más, pero, si somos capaces de verlo, oírlo, ahí está todo. Tal vez, la escritura abre pozos de ventilación que nos ayuden a que el aire de la vida circule un poco mejor, sin embargo eso no le resta densidad a los textos, al contrario. Hay un poema del escritor irlandés, Seamus Heany que me gusta mucho y tiene relación con esto que hablamos, es decir, con lo que hacemos con la realidad cuando escribimos. El olor frío del campo de patatas, el chapoteo y el galpetón / de la turba empapada, el corte tosco del seto / a través de las raíces vivas despiertan en mi mente. /
Desde esa perspectiva, no te debe de haber resultado difícil incorporar a Walsh en la novela. Es así como decís, nada fue forzado y la historia se desenrolló hacia ese encuentro de Emilia con Walsh en la estación de San Vicente sin ninguna dificultad. En diciembre de 76,Walsh se muda con su compañera a San Vicente, para protegerse, alejándose de las zonas más “calientes”, porque sabe por supuesto que lo están buscando. La novela narra este tiempo de Walsh, por eso no lo menciono por su apellido, sino por el nombre con el que él se dio a conocer cuando llegó al barrio El Fortín; allí Rodolfo Walsh fue Norberto Freyre, un profesor de inglés jubilado, a lo que sus vecinos llamaban don Beto, como lo llaman los personajes de la novela. Don Beto vivía, (y vive en la novela) en una casa que está a casi 10 cuadras de la estación, sin luz eléctrica ni gas. Un barrio de calles de tierra, intransitables cuando llovía mucho. Cuando estaba escribiendo estas escenas necesité ir al lugar. Fui con una amiga y nos costó llegar a la casa, que fue reconstruida después del atentado. Sacamos unas fotos y leímos en la vereda la Carta a la Junta, a unos pasos de donde él la había terminado de escribir. Después fuimos a la estación, por el mismo camino que iba él y nos quedamos un buen rato en la plataforma en la que Walsh (o Norberto Freire) esperaba el tren. Probablemente estuvimos sentadas en el mismo banco de estación. Es allí donde él y Emilia se encuentran. Hay que decir también que en la novela los apropiadores de Emilia se mudan a San Vicente unos días después de la llegada de Walsh y que no bien se produce el atentado en la casa de don Beto, ellos dejan San Vicente para siempre y se instalan en Burzaco.