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COLIBRIZURDO

Elvira Sastre, su despertar en una gran ciudad

Uriel SANTIAGO*

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Elvira Sastre (Segovia, 1992) podría ser para la literatura “una joven promesa”, sin embargo, ya es una consolidada súper ventas que ha traspasado ambas puntas del océano. Su faceta de poeta es la que le valió el reconocimiento inicial por parte de los lectores y fue punta de lanza en su carrera, sus versos la llevaron a ser una autora codiciada entre las grandes editoriales.

Como poeta, Sastre es sutil, su calidad es evidente, para ejemplo, uno de sus poemas más conocidos: “Te vi follar y fallar y no sé cuándo me gustaste más: si cuando te contemplé proclamándote diosa o cuándo te observé confesándote humana”, que aparece en su primer libro 43 maneras de soltarse el pelo (2014).

Publicó otros poemarios como Baluarte (2014), Ya nadie baila (2015), La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (2016) y Aquella orilla nuestra (2018) y en 2019 dio el salto a la narrativa con Días sin ti de la mano de Grupo Planeta quien le confirió el Premio Biblioteca Breve, sin embargo, aunque la novela vendió muchos ejemplares, dejó a lectores desencantados, dividiendo opiniones sobre su obra.

Luego incursionó un poco en los lares infantiles con el cuento A los perros buenos no les pasan cosas malas (2019) y, ahora, vuelve con Madrid me mata: diario de mi despertar en una gran ciudad (Seix barral/ 2022) casi 300 páginas que reúne artículos publicados en El País, textos dispersos que se presentan a manera de diario y cuatro poemas, enunciados de acuerdo con la temporada del año: otoño, invierno, primavera y verano.

Si hablo con total sinceridad, debo decir que la prosa de Sastre no me parece especialmente cautivadora; sí es interesante, digerible y bien lograda, no obstante, carece de la cualidad de aquellas narrativas que te atrapan y obligan a leer página tras página; tampoco posee esa avidez de quien cuenta historias que son casi orales, aunque estén escritas.

Es una prosa directa, explicativa y demasiado neutra; a ratos inundada por elementos poéticos (que se agradecen en cantidad). Es claro, ella es poeta y como dice Luis García Montero “el oficio de los poetas, supone un esfuerzo por entender la vida”. A pesar de que Madrid me mata me parece un libro completo, no lo siento la mejor de la obra de la joven segoviana, ya casi madrileña, pues como dice en el libro ha hecho de esa gran ciudad su casa, su hogar.

Entonces, rescatemos varios puntos del libro: para sus más fieles lectores es sin duda la gran oportunidad de entrar en la cotidianidad de la autora; narra episodios importantes en la agenda social como el Paro de Mujeres del 8 de marzo de 2020 y a la vez cuenta los sucesos más comunes de su día a día; su llegada a Madrid, su ir y venir en diferentes pisos y barrios, sus primeros recitales de poesía y por ende deja ver su ascenso en el mundo de las letras. Voy a concluir con dos frases que rescato al azar: “Esta ciudad está llena de almas solitarias que se van cruzando las unas con las otras” y “Mudarse ayuda a ser consciente de dos cosas: todo lo que se tiene y todo lo que se puede perder”.

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*Es periodista cultural, estudiante de la ENAH y la

UNAM, desde los 14 años colabora en diarios y revistas locales, ha publicado 5 libros sobre temas oaxaqueños, en 2021 recibió el Premio de la Juventud de Oaxaca de Juárez y es miembro corresponsal del Seminario de Cultura Mexicana. En redes: @UrieldeJesús02

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Edgar SAAVEDRA*

I

El arte es aprendizaje hasta el último día. Mientras llega hay infinidad de trabajo. Tener esta filosofía, por plantearlo de esta manera, permite concentrarse por lo menos en dos áreas: la formación y la propuesta que es acción, riesgo, error, tiento. El futuro es impredecible para el pintor. Bajo estas primicias el momento-presente de la creación artística se vuelve fundamental. César Santos, pintor oaxaqueño, ha absorbido de estas líneas de pensamiento para generar su propuesta, la “sigla íntima”.

Detrás de sus composiciones se percibe la inquietud por el concepto, los fundamentos teóricos y la ecuación pictórica por donde el entorno se debe proyectar. Por supuesto, llegar a entenderlo de esta forma requiere más de un vistazo a su obra, es necesario familiarizarse a fondo con su proceso artístico que corre por diferentes rieles (abstracción, figurativismo, expresionismo y sumando) aunque el lugar de confluencia de todos sea la obra en sí misma. Un cuadro debe ser un mapa que compone el discurso del artista y no una isla conceptual. Podemos decir, desde ahora, que en su campo de producción empiezan a particularizarse ciertos colores, movimientos y argumentos. Si lo entendemos bien, César Santos está configurando la invención de su propio capital. II

Hablemos ahora del caudal y el entorno en la obra de Santos. ¿A qué aludimos? Nos referimos básicamente cuando se utilizan los recursos teóricos, experiencias, vocación y oficio, entre otros, para darle cuerpo a una idea. Implica, especificando, la elección de componentes cotidianos o circunstanciales que lo rodean. Lo anterior puede por igual llamarse concepciones y formas de vida, las que ya insufladas en la pintura, permiten al espectador ubicar el tiempo y espacio histórico o, en su defecto, entender cómo la génesis de una obra o su realización sale de una circunstancia particular para buscar un ámbito intemporal. Puede ser del taller al museo, de la galería a la colección particular, etc. En la pintura reciente de César Santos sobresalen los elementos y personajes urbanos. Es interesante señalar que el lugar donde vive es una de las partes neurálgicas del centro de la ciudad. Allí todo circula, todo, desde verduras hasta

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prostitutas, pescado frito y delincuencia, menjurjes para el espanto o te topas bostezando con el escuadrón de la muerte. Para el concierto de la pintura el Mercado de Abastos es surrealismo en estado puro. De ahí que en su temática aparezcan calles, sobre todo nocturnas, con faroles arcaicos, caminantes que van de prisa –o a velocidad crucero de la calma– hombres, mujeres, niños, vendedores ambulantes, automovilistas, pordioseros, urbanitas en plena encrucijada entre lo cotidiano y sus monotonías necesarias, urgentes, extrañas. Es la realidad inexorable de la sobrevivencia, sea perceptible o no para el común de los mortales. Lo anterior me hace recordar la moraleja de las dos máquinas de hacer salchichas de Bertrand Russell que bien pueden referirse, con la mejor agudeza, a la actitud creadora. Dice que la mente “es una extraña máquina capaz de combinar de las maneras más asombrosas los materiales que se le ofrecen, pero sin los materiales procedentes del mundo exterior (piense el lector otra vez en el mercado de abastos) se queda imponente” (ahora recuerde o vea una pintura de la última serie de Cesar Santos). Por supuesto, como dice la ensayista Leila Driben: “Entre la naturaleza representada y la imagen resultante existe intensa distancia; la representación, así, se efectúa por medio de la metáfora”.

III

Después de la selección temática entran en juego los «fundamentos teóricos». Aclaro que mi jerarquía expositiva, al descifrar el engranaje pictórico de Santos, no necesariamente tienen que coincidir con su propia ruta en la factura de las obras. De cualquier manera siempre existe lo que llamaremos un caos arropado bajo un sistema de desórdenes, trátese de la pintura como ejercicio multi-diverso o de la escritura que intenta explicarlo. Los fundamentos referidos en estas líneas implican lo que César Santos ha leído, digerido y asimilado sobre historia y curso de la pintura y consecuentemente su respectiva posición ideológica-práctica. Ejemplo. En el libro Lo obvio y lo obtuso de Roland Barthes, cuando se refiere al cuerpo humano –en el contexto significante de la pintura en este caso– el autor señala que el trazo es abismalmente distinto al cuerpo carnoso porque “no da acceso ni a la piel ni a las mucosas”, tampoco “araña, roza o cosquillea”. En el lienzo la trasposición del significado es simbólica. Mientras la carne es el objeto del deseo el trazo proyecta el sujeto del deseo y lleva implícito “una fuerza, una dirección”. El trazo es un trabajo “que permite leer la huella de su pulsión y su desgaste; el trazo es una acción visible”. Nada menos. Veamos una pintura de Santos. La obra se titula Un extraño en la ciudad. Se trata de la figura de un hombre tambaleante alumbrado por la luz casi secreta de un viejo farol. No solo se advierte el movimiento tambaleante del sujeto, sino las calles y las casas parecen contornearse. La atmósfera nocturna asemeja a una elipse de los sueños. En los argumentos somáticos del pintor no hay simetría ni una realidad de facto aunque sí una buena dosis de su particular nostalgia. Pintura gestual si se quiere, puesto que hay más expresividad que ornamentos a detalle.

IV

César Santos ha iniciado por buen camino; años de aprendizaje con maestros de la talla de Luis José fructifican ahora. Su pintura denota preocupaciones estéticas pero aún falta romper modelos y tópicos tradicionales de la zona sur del país, salir del ostracismo, encarar la voluptuosidad de la tela, hacerlo en grande, firmar proyectos consigo mismo, establecer las reglas de su propio juego, alejarse de las terceras influencias, hacer de la pintura el mejor albur, el mejor oficio, la mejor profesión. Soltar de una vez por todas las amarras. Y aportar, aportar. O morir en el intento.

*Periodista cultural.

edgarsaavedra@outlook.com

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