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Fisura sónica, por Alexander Laluz

Por Alexander Laluz

Discos de Bedó, Calcanhotto, Bogacz

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Confinados

Uno. La “nueva normalidad” es un eufemismo. No existe. Pero insiste. Instalada cómodamente en la maraña de discursos despierta el apetito eufemístico, el hambre por las frases y nombres impactantes, y se repite hasta el hartazgo. “Nueva normalidad”. Insiste. Persiste. Obsesiona. Insiste aunque no exista. Es una contradicción. De tanto insistir, sin embargo, cobra vida y revuelve ansiedades. ¿Qué es? ¿Cómo es o cómo será? ¿Cómo seremos en esa “nueva normalidad”? ¿Qué será del arte en esas condiciones? ¿Cómo será la vida cotidiana? ¿Cuáles serán las experiencias excepcionales? Lo que sí existió y amenaza con quedarse un buen rato más es el confinamiento, el encierro. Y con ellos, el miedo. No te asomes. No te muevas. No me toques. No me beses, no me abraces. Quedate lejos, a metro y medio, a dos, a tres. El Otro, otra vez, dejó de estar lejos, o muy lejos, en los confines del planeta. Está cerca, a metro y medio, a dos, a tres. Está en mi casa, en la vereda, durmiendo en la calle, en el refugio que está en la esquina, en la plaza. ¡Que no se acerque! ¡Escóndanlo!

Matador V, Santiago Bogacz.

¿Arte? ¿Música? No es prioritario ahora (¿ahora?, ¿nunca?). Hay que mover perillas. ¿Perillas? ¿La perilla del arte, de la cultura? No es prioritario, no cabe en el shopping, no cabe en la “nueva normalidad”. ¿Qué hace, entonces, la gente que hace arte? Están confinados, desmovilizados ¿Tanto así? En última instancia, está el negocio de la virtualidad, las pantallas omnipresentes, las líneas de códigos que mueven “cosas” de un extremo a otro de la geografía en red. Que se arreglen como puedan. “Los artistas sabrán cómo revolverse”. ¿Revolverse? ¿Es posible crear en semejantes condiciones? ¿Cómo se da –cómo se daría– a conocer los resultados de la creación tras las rejas del confinamiento-nueva-normalidad? ¿Qué significa crear en esta suerte de distopía? ¿Qué hay para decir? ¿Qué pasa –qué pasará– con los lenguajes? ¿Cómo sonará la música de la “nueva normalidad”? Urgencia, tensión, crisis, disonancia, resignificación. Nadie lo sabe. O sí. Otra contradicción.

Dos. Alien –sí, Alien, no es un error de tipeo– es inmune al virus. Su sistema inmunológico tiene una fortaleza improbable, pero al menos luce impecable en la ficción. Alien, entonces, sale a interrogar al arte, a la música, en plena pandemia, con todos los interrogables encerrados, confinados. Espacio y tiempo no son problemas para él o para ella, si es que alguien siente la necesidad de atribuirle un género a Alien. Circula, interroga, escucha, descubre. Y trata, quizás en vano, de hacerse preguntas típicamente humanas. Algunas respuestas, tras recorrer pantallas y rutas virtuales, aparecen. No son verdades ni posverdades. Son, como el arte, nuevas interrogaciones: motores para más preguntas. Tres. ¿Qué es una obra musical? ¿Qué es una canción? ¿Qué es un disco? Seguramente usted, al igual que Alien, imaginará muchas respuestas a estas preguntas. Seguramente los críticos, así como los músicos, tendrán otras tantas. ¿Coincidirán? Quizás sí haya algunos puntos de encuentro o de coincidencia. Sin embargo, estas preguntas son solo simples –y hasta banales– en apariencia; hay una ingente cantidad de realizaciones –de bienvenidas realizaciones– que las vuelven más complejas, inquietantes, y descartan toda suerte de certeza y de estructura o modelo de escucha bien asentado y “seguro”, piensa Alien.

Un ejemplo que descubrió es la edición Instantáneas (mayo de 2020), de la artista uruguaya Ximena Bedó, que puede escucharse en su perfil de Bandcamp. Algunos datos. Es su tercera producción, luego de dos títulos muy recomendables, de dos banquetes sonoros: La cajita (2014) –una obra íntima y explosiva a la vez, llena de hallazgos, de recuperaciones de canciones de tempranas edades, de ese virtuosismo que se goza en la sutileza– y Toda la música levanta vuelo (2019), otro pequeño y gran descubrimiento. Son dos realizaciones que, como bien anota Alien, definieron un perfil estético muy singular, destacado por su inquietud compositiva y talento interpretativo.

Sobre Instantáneas, nuestro personaje improbable descubrió un texto, una anotación urgente, ansiosa, con el pulso y la voz de Ximena Bedó: “Estas son grabaciones instantáneas, impros en audios de Whatsapp, en un grupo donde estoy yo sola. No hay edición, ni producción, ni hartación. Muchas saturan en varios aspectos. Supongo [que] las grabé para estar menos sola. Luego, pandemia mundial mediante, un buen amigo me mandó un grabador y viró un poco la calidad de sonido. Hay también algunos saltos al vacío sobre músicas entrañables ya existentes”.

Lo que se escucha en las quince pistas de esta edición es un viaje, un salto al vacío, como dice Bedó. Sonidos, texturas, “ruidos”. Son estructuras melódicas que parecen no concluir en el lugar esperado, o que levantan la expectativa sobre “algo” que quizás no llegue. Son momentos: furia sonora, de exploración vocal, de desesperación, amor, búsqueda, garra, delicadeza. Expresión de alto voltaje. Un buen cachetazo a lo que se suele esperar de un disco. ¿Un extrañamiento al lenguaje explorado en los discos anteriores? No se sabe. Y quizás no importe. ¿Otro virtuosismo? ¿Virtuosismo? No importa. Instantáneas, anota Alien, es una realización que interpela, que levanta muchas preguntas, y así despabila la escucha, la inquieta, le sacude la comodidad. ¿Dónde está? ¿Dónde se escucha? El dato: en el perfil de Ximena Bedó en Bandcamp.

Cuatro. Que las calles se hayan vaciado y silenciado, que la gente aparentemente se haya desmovilizado es aterrador, piensa Alien. No obstante, quedaron las ventanas: los portales para sortear los decretos de emergencia sanitaria, esos que se entronizaron sobre gentes, trabajos, sensibilidades, dolores, reclamos, inquietudes, placeres. En fin, sobre la vida. Y quedó una vida recluida tras los vidrios con marcos y cortinas.

La creación, pese a todo, a todo eso, no se detuvo; fue el canal de descarga, de supervivencia. La artista brasileña Adriana Calcanhotto, que ha visitado Uruguay en varias oportunidades, usó esas pasiones encontradas y encerradas para parir un disco urgente: Só. Un disco que Alien encontró lleno de emergencias, de rabia y a la vez de delicadeza: ese lenguaje que se disfruta en la calidad envolvente de su voz, en las canciones de morfologías transparentes, en sus juegos de múltiples referencias; en fin, un combo de rasgos que devino marca de estilo de Calcanhotto.

Otra vez los datos: Só fue compuesto, grabado y mezclado durante el tiempo de cuarentena: en 43 días entre el 27 de marzo y el 8

Ximena Bedó.

de mayo. Fue concebido con la velocidad de la emergencia; un proceso inverso al de su trabajo anterior, Margem, lanzado en 2019, que le llevó casi una década.

En ambos casos, la personalidad de Calcanhotto desborda riqueza; Só, sin embargo, reclama, inversamente proporcional a su proceso de creación, un tiempo detenido para que la necesidad de pensar –y repensar– la crítica situación social, política y sanitaria de su país que atraviesa la poesía de la artista, se conjugue con un lenguaje cancionístico solvente, original, surtido de gestos y búsquedas sutiles, sensibles e inteligentes. Una búsqueda que alcanza momentos destacados en ‘Ninguém na Rua’, ‘Era Só’, ‘Sol Quadrado’, entre otras. ¿Dónde está? ¿Cómo se puede escuchar? El shopping virtual se vuelve un aliado: la cuenta de la artista en Spotify y en Youtube.

Cinco. Alien sigue su búsqueda. Encuentra, descarta, busca de nuevo, lee, escucha, recorre. Un hallazgo: un artículo publicado en un medio local le da la pista para una “limpieza de oídos”, anota. ¿Limpieza de oídos?

Tiene que explicarlo para zafar de lo previsible. Así inicia una improbable –¿infructuosa?– lista de esas estructuras asentadas en la escucha occidental, civilizada y “nuevanormalizada”. Armonías, líneas melódicas, texturas, contrapuntos, tópicos, estilos, géneros, formatos. Todo diáfano y disciplinado. “Aquí debe –¡debe!– sonar esto porque está esto otro y aquello de allá”. La regla suena “bien”, “prolija”. Entonces, lo que suena puede ser “visceral”, “moderno”, “suave”, “cálido”, “tierno”, “enérgico”, “heroico”, “seductor”, “patriótico”, “bailable”, etcétera. Todo ordenado. Si no suena así, es “raro”, “experimental”, “un extrañamiento”, “una porquería”, “¡esto no lo escucha ni su madre!”, “un divague”, “se hizo el loquito”, “no lo entiendo”, “es para gente culta”.

Hecha la lista, Alien vuelve sobre el hallazgo. Con el dato del artículo hace una búsqueda en Bandcamp –anota al margen: el lugar de las cosas “raras”, y se ríe–. Asunto: proyecto Matador, de Santiago Bogacz. Título del disco, Matador V. ¿Cinco? Pero este humano –joven, intenso, inquieto– comenzó a subir sus discos a esta plataforma como en 2014. ¡Y sigue insistiendo!

Anota: Matador V no cuadra en la lista. No es pop, no es rock, no es jazz, no es tango. Es un trabajo ideal para amargarle la existencia al empleado que tiene que ubicarlo en algún lugar de la disquería.

Sigue anotando: no es un disco, otro más, del proyecto Matador. Es Santiago Bogacz. Cuidado, subraya, hay que evitar aquí la discusión ontológica, filosófica. Es sencillo: es Santiago. Lo que suena es su pensamiento, su forma de tocar, su forma de entender qué es eso de hacer música.

Él, Santiago, puso toda la carne en el asador: su voz, su guitarra, su técnica, sus sonidos, el mapa de escuchas –las “cultas”, las “populares”, las “tradicionales”–, su formación académica, su sensibilidad para descubrir otras músicas.

Aquí no hay “canciones”. Hay músicas a contrapelo de los esquemas discursivos. No hay un tema al que tratar con variaciones, inversiones, retrogradaciones. Hay texturas, tramas, profundidades, superficies sonoras que disparan las asociaciones hacia los confines de la imaginación. Hay “ruidos”, “disonancias”. Hay masas sonoras que se mueven, pero todas son reconocibles. Hay otro idioma, otras conexiones entre letras, palabras, gráficas, sonidos. Y hay –subraya Alien– una corporalidad intensa, por momentos desbordada. Una corporalidad necesaria, fuera del estereotipo. ¿Cómo se describe esta música? Es una tarea imposible. Acá no hay coqueteos con abstracciones desmedidas. Matador V es un mapa de mundos imaginados y a la vez muy concretos, fascinantes. Otra nota al margen: “¡Es música!”. Seis. Alien sigue con sus anotaciones; la investigación no se detiene. El confinamiento, apunta, no es una limitación. Eso que algunos humanos llaman el “sistema”, el “poder”, encierra y dictamina qué hacer y qué no hacer. Pero es un intento, nada más. El mercado, la industria, la corporación sanitarista, los gobiernos de turno, ven como amenaza a la creatividad en movimiento. Eso es sólo un fantasma; una entidad tan fantasmagórica como la “nueva normalidad”. La investigación de Alien no se detiene.

Mario Benedetti (1920-2009)

Las canciones de un tal Mario

Hay misterios que, quizás para bien, siguen ejerciendo una inefable fascinación mientras urden una trama de confusiones entre certezas, artefactos y fenómenos que asumimos como obviedades, evidencias, hechos. Por ejemplo, ni la crítica más esmerada, ni la musicología ejercida con máxima seriedad, ni la antropología, ni la semiótica, ni ninguna otra disciplina ha logrado dar una explicación rotunda –¿definitiva?– sobre varios de esos misterios que rodean a la llamada canción popular. Sí han legado aproximaciones valiosas que funcionan como “asomos” –o “asombros”– ante un artefacto evanescente, extenso, diverso, que está más allá de las letras, de las músicas, de las interpretaciones, de las versiones, de los arreglos, de las grabaciones, que logran movilizar y revolver memorias, emociones, corporalidades, territorios y sentidos de pertenencia. Las preguntas, entonces, siguen vigentes y pendientes. ¿Qué es la canción popular? ¿Cómo es posible que algunas canciones perduren y otras se pierdan en el tiempo? ¿Cómo funciona un hit? ¿Cómo funcionan las apropiaciones de estos artefactos? ¿Qué variables operan en los juicios de valor hacia canciones puntuales, hacia repertorios completos, hacia estilos, géneros y lenguajes? Este no es el espacio para ensayar soluciones a estas interrogantes. Sin embargo,

bien podemos hacer un ejercicio simple y dejar abiertas otras tantas preguntas. Al cumplirse el centenario del nacimiento del escritor Mario Benedetti (1920-2009), cabría, además de recordar y de homenajear, interrogar a esa porción de su obra que se engarzó en la historia de la canción popular latinoamericana a partir de mediados del siglo pasado.

Para los escuchas sería muy sencillo recordar títulos como ‘Te quiero’, ‘Vuelvo’, ‘Porque cantamos’, que pertenecen a un importante repertorio de títulos musicalizados –y que han tenido una ingente cantidad de versiones– por el argentino Alberto Favero, a quien hay que sumar la figura de Nacha Guevara. También podrían recordar ‘Vamos juntos’, con la música de Luis Pastor, que se convirtió en himno durante la salida del franquismo. Alguien más atento recordaría la interpretación de Alfredo Zitarrosa de ‘Es tan poco’, que musicalizó Soledad Bravo. Más atentos y curiosos recordarán que el reconocido festival BarnaSants le dedicó un disco a las musicalizaciones de poemas de Benedetti realizadas por Diego Kuropatwa, Samantha Navarro, Diego Drexler, Rossana Taddei, Ana Prada, entre otros. Los que tienen buena memoria, y manejan los datos con pericia de historiador, recuperarán ‘Cielo del 69’, con música de Héctor Numa Moraes, que tuvo una legendaria interpretación de Los Olimareños. O, también, ‘Cielitos de los mucha-

chos’, con música de Daniel Viglietti –canción incluida en Canciones chuecas, de 1971–. O ‘Corazón coraza’, que Eduardo Darnauchans convirtió en una notable canción que registró para su primer disco, Canción de muchacho, en 1973. O aquel disco, El sur también existe (1985), que pretendió ser la obra “más esperada”: la reunión entre Joan Manuel Serrat y Mario Benedetti. En fin, la lista de recuerdos podría seguir con muchas líneas más.

Con este extenso cuerpo de canciones, cuyos tópicos van desde lo político, la denuncia social, lo panfletario, hasta lo amoroso, quedan (más o menos) claras algunas cuestiones. Son fenómenos que no pueden abordarse ni entenderse exclusivamente desde el ángulo estético, sino que reclaman consideraciones sociales, históricas, semióticas, políticas, antropológicas. Muchas de estas canciones –dos casos extremos: ‘Te quiero’ y ‘Cielo del 69’– se incrustaron en tiempos históricos singulares y devinieron hitos en virtud de una densa trama de significados conferidos por la correlación entre creadores, contextos y formas de recepción. Y me animaría a poner énfasis en la última variable de esta tríada, en la que se ponen en juego estrategias de apropiación que convirtieron a esos títulos en dispositivos articuladores de sensibilidades, en formas de significar el mundo habitado y sus tensiones, las formas de relacionamiento, en las que lo estético y artístico no juega necesariamente un rol definitivo. Es así que la obviedad, la extrema simpleza, que son algunos de los rasgos que caracterizan a la poética de Benedetti volcada a la canción, han calado tanto, al punto que para muchos –de distintas generaciones– fueron parte de la gestación de una conciencia política o de su formaciones afectivo-emotivas.

Conjugando cierta aproximación crítica y el relevamiento de datos históricos, los autores Jorge Basilago y Guillermo Pellegrino lanzaron en 2019 el libro Grillo constante: historia y vigencia de la poesía musicalizada de Mario Benedetti. Este trabajo permite, aunque sin ser un análisis musicológico profundo, repasar la historia de este cuerpo de creaciones y problematizar algo de la interesante correlación entre poesía y música. Se trata de una lectura valiosa para recuperar el papel de la poesía de Benedetti en el marco histórico en el que creció la llamada Nueva Canción Latinoamericana, recupera los testimonios de algunos de los artistas que colaboraron con el autor de La tregua, incluye una pormenorizada discografía, y no rehúye a la pregunta de cuáles fueron los títulos que marcaron un “derrape” y naufragaron en lo panfletario, y cuáles legaron algunos aportes importantes a la canción popular del continente. Las preguntas de fondo, por fortuna, siguen envueltas por el misterio.

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