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Rosina Gil, primera bailarina del BNS

ROSINA GIL

El incontenible movimiento de la fuerza interior

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Por Eduardo Roland

Su rostro tiene la impronta de una mujer picassiana, algo que está en consonancia con una fuerza interior que le sale por los poros. Hasta aquí, digna hija mayor del pintor uruguayo Javier Gil, artista intenso si los hay. Sin embargo, su trato personal, su mirada y manera de estar transmiten una transparencia y una libertad casi infantiles. Como los rostros cubistas del maestro malagueño, la trayectoria de Rosina Gil (Montevideo, 1984) muestra muchas aristas que conviven simultáneamente. Brilla en el ballet clásico desde los 17 años, se ha destacado haciendo danza contemporánea en una de las compañías más creativas y sinceras de las últimas décadas ‒la de Deborah Colker‒, y tiene el privilegio de ser la primera uruguaya ‒hasta ahora la única‒ en formar parte del célebre Cirque

du Soleil. En esta charla con Dossier, la actual primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre (BNS),

que en este mes de marzo hará el rol protagónico de Blanche Dubois en Un tranvía llamado Deseo, nos cuenta muchas cosas acerca de su vida profesional a la vez que nos va revelando su manera de encarar el arte y la vida misma.

¿En un principio qué te impulsó a bailar?

Mis padres me cuentan que desde muy chica bailaba todo el tiempo. Por ejemplo, me iban a sacar una foto y yo hacía una pose, levantaba una pierna o ese tipo de cosas. Fui una niña que siempre tuvo un contacto marcado con el cuerpo a través de lo lúdico. Por eso, con tres años me llevaron a estudiar expresión corporal ‒yo vivía acá, en Montevideo‒, y luego fui con Silvia Fernández, en el barrio La Comercial. Ella enseguida vio que tenía condiciones. Entonces habló con mi madre y le dijo que estaría bueno que me presentara a la escuela del Sodre, donde se puede ingresar entre los ocho y los doce años.

Imagino que te fue muy bien en la prueba.

Sí, de quinientas chicas que se presentaron seleccionaron a veinticinco. Y de mi generación solo fuimos dos. ¿A qué edad terminaste?

A los dieciséis años.

Tengo entendido que en torno de esa edad te fuiste a Paraguay, ¿cómo fue esa experiencia?

Salí de la Escuela Nacional de Danza con dieciséis años y estuve un año trabajando como extra en el BNS, y ahí surgió la posibilidad de ir a Asunción, porque justo había dos profesores cubanos de la escuela de acá que se habían ido a trabajar allá en una compañía privada que estaba precisando bailarines, y además podría bailar mucho más que en el Sodre.

¿Cómo fue esa experiencia?

Con diecisiete años me nombraron “primera bailarina junior” y bailé dos años y medio. Luego me fui a España, como a probar suerte.

¿Qué te llevó a España? ¿Tenías familiares o algún conocido?

Sí, una tía –hermana de mi madre– vivía allá, pero lo que más me impulsó fue que en la videoteca a la que teníamos acceso en la compañía paraguaya ‒era de una universidad‒ me pasaba viendo videos de Nacho Duato, ese maestro español increíble. Aunque era chica, ya me interesaban ese tipo de movimientos de la danza contemporánea. Así surgió el deseo de ir a esa compañía. Y así fue, hice una audición en Madrid en la compañía de Nacho Duato, pero no quedé: era muy joven y no tenía ese lenguaje contemporáneo, yo era muy “clásica”. Luego hice otra audición en la compañía de David Campos, que está en Barcelona, y ahí sí quedé.

¿Era también de danza contemporánea?

No, era neoclásica, una mezcla: no era contemporánea pero tampoco “de puntas”.

Justamente, fue en Barcelona donde tuviste el primer contacto con el Cirque du Soleil. ¿Cómo ocurrió?

Fue algo puntual, me llamaron para la Exposición Internacional del Agua que se hizo en Zaragoza, en 2008, y duraba tres meses. Todos los días había un espectáculo del Cirque du Soleil especialmente para esa expo.

Siguiendo el relato de tu trayectoria, uno se da cuenta de que, si bien tu formación fue netamente en el ballet clásico, hay una fuerte atracción hacia otro tipo de expresión, de lo contrario no hubieras querido ingresar a la compañía de Nacho Duato, ni luego bailar con Deborah Colker, y menos en un circo, aunque sea el mejor del mundo. ¿Cómo has vivido y vivís esto? Porque el ballet clásico es esencialmente aéreo,

etéreo, en cambio la danza contemporánea implica, entre otros aspectos, un fuerte contacto con la tierra.

Creo que por mi forma de ser soy muy aérea, pero también me gusta pensar mucho las cosas, cuestionarlas. Cuando alguien me dice algo, sea una corrección o lo que sea, lo quiero entender primero, no es “sí, lo hago”. Y en la danza contemporánea yo veía un movimiento más orgánico, una forma de agarrar y de decir más real, no tanto la mímica del ballet. Y esto me llamaba la atención, me convencía más, me convence más. Pero lo que yo amo del ballet es justamente esa parte etérea, y sobre todo la música. Por eso me gusta tanto el ballet contemporáneo con música clásica. Tchaikovsky, Beethoven me emocionan. Además, siempre me ha gustado rodearme de gente que trabaja de otras cosas, no me quedo solo con el ambiente del ballet. No me gustan mucho las burbujas en donde se habla siempre de lo mismo. Y en el circo enseguida encontré esa diversidad de culturas, de disciplinas, distintas formas de ver la vida y vivir la vida. Ese perfil de vida nómade, gitana, que también va con mi forma de ser, que es la forma de ser de mi padre. Entonces conecté con ese lado mío que es tan fuerte y es parte de mi esencia.

¿Te sirvió la disciplina del ballet clásico para las necesidades del Cirque du Soleil?

Obviamente la disciplina del ballet me ha servido para todo en la vida, porque es tan fuerte que te marca. Esa perseverancia que tenemos, una especie de resiliencia: “esto tiene que salir”, y hacés mil veces un movimiento hasta que salga perfecto. Es algo que súper agradezco y que me ha ayudado en todo. Pero lo que vi en el circo es que la gente es muy autodidacta. Hay cronogramas de horarios, pero también la gente por sí sola trata de mejorar cada detalle: “voy a mejorar esto y lo voy a hacer durante el tiempo que sea necesario yo solo”. Entonces esa persona está, por ejemplo, ocho horas trabajando con una tela hasta que le sale lo que quiere. Y eso a mí me impresionaba, porque nosotros siempre tenemos un profesor que te dice “hacé esto y lo otro”. Cuando uno hace solo las cosas, muchas veces resulta más difícil.

¿Cómo te sentiste cuando, hace ya más de diez años, Julio Bocca te convocó para integrarte al BNS con vistas a iniciar aquella nueva y trascendental etapa?

Siempre cuento que, al principio, cuando recibí el mail de él, pensé que era una broma: “qué raro, Julio Bocca”. Y también me daba un poco de miedo que él no se quedara, es decir, irme a Uruguay y que si él se iba yo tuviera que volver a España. Fue como una apuesta que salió bien. Para mí fue hermoso, conectarme otra vez con mi familia. Además, fue una época de oro, un renacimiento del ballet. Porque ahora están todas las instalaciones divinas, pero recuerdo que en aquella época cuando ensayábamos no estaban los paneles de sonido, no había calefacción, etcétera.

Recuerdo perfectamente, no vas a poder creer, que cuando recién asumió Bocca, vinimos a este edificio con Silvana Silveira ‒que escribió mucho tiempo sobre danza en Dossier‒ para hacerle una entrevista, y nos recibió con ropa de fajina: estaba solo, moviendo un escritorio en una habitación descampada. “Y… acá uno tiene que hacer de todo”, nos dijo sonriendo. Contra lo que uno podía pensar, estaba muy contento.

Esa transición fue un momento notable, y está muy bien mostrado en la película Avant. Raúl Candal, un gran maestro argentino que Julio Bocca siempre lo traía a Uruguay ‒que hizo la versión de El lago de los cisnes‒, recuerdo que una vez nos dijo: “Con Julio Bocca pasa como con un cometa, él va adelante y detrás nos vamos pegando todos, y así todos vamos avanzando”. Y fue así. Fue el impulso que todos precisábamos, los que estaban acá también: querían bailar, querían todo ese apoyo del público, ese apoyo económico. Fue un gran movimiento grupal que él lideró.

¿Cuáles fueron las obras en la que más te gustó participar en ese período de renacimiento en el que estuviste cuatro años?

El Tranvía [Un tranvía llamado Deseo], que es mi favorita, porque además fue la primera contemporánea; Blanche Dubois es tremendo papel. Después me encantó también Hamlet ruso, en el que yo hacía de Catalina la Grande, y que me encantaría volver a bailarlo; In the Middle, de Forsythe [In the Middle, Somewhat Elevated], La consagración de la primavera, de Óscar Araiz…

¿Te das cuenta de que no nombrás ni una obra clásica? [Comienza a reírse ya antes de que se terminara de formular la pregunta]. Sí, me doy cuenta… El lago de los cisnes con coreografía de Raúl Candal me encanta. Pero viste que lo más contemporáneo me llama.

¿Ustedes notaban, como nos sucedía a quienes seguíamos al ballet, cómo la compañía iba creciendo artísticamente?

Sí, por supuesto, y hasta ahora sucede eso. El nivel técnico es cada vez más alto. Es que la compañía ya tiene un nombre, entonces cuando alguien viene a audicionar, de Europa o de donde sea, ya viene con esa dimensión de que va al BNS. La gente viene a darlo todo porque está frente a una buena compañía.

Sigamos con la cronología de tu carrera. ¿Cómo fue la conexión con Deborah Colker que hace que dejes el BNS y pases a su compañía de danza contemporánea?

Fue muy loco, porque ellos vinieron a bailar acá, al Sodre, y yo estaba en un ensayo. Me acuerdo de que pasé por la calle y vi la propaganda con mujeres en lencería y hombres con máscaras… Y dije: “up, ¿y esto?”. Entonces vi la función [la obra era Belle du Jour] y justo se daba que la bailarina principal ‒que hacía de Belle‒ era del teatro Colón y había pedido permiso para estar un año en la compañía de Deborah; ya se le acababa ese año y había decidido volver al Colón. Entonces necesitaban una bailarina parecida a ella, que fuera clásica pero que estuviera abierta al contemporáneo. Justo Julio [Bocca] invitó a Deborah a ver un ensayo y ahí fue que ella me vio.

Vi varias veces las actuaciones de la compañía de Colker y pienso que para una persona como tú es como algo perfecto…

Sí, perfecto. Porque además está toda la parte de la creación que cada bailarín puede hacer. Por ejemplo, cuando hicimos la preparación de la obra Cao sem plu-

Foto: Celeste Carnevale.

mas [premiada con el Benois de la Danse 2018 a la mejor coreografía], hicimos una residencia en el nordeste de Brasil porque la obra habla de la miseria de esa zona y fue muy fuerte. Allí fuimos leyendo el poema de João Cabral de Melo Neto que inspira la obra, viendo qué movimientos haríamos, cómo íbamos a estar vestidos… El proceso de creación fue entre todos. Se aprende mucho no solo como bailarín, hasta en la parte de escenografía e iluminación uno, con delicadeza, podía dar su opinión, es algo muy enriquecedor. Porque vas viendo cómo se va haciendo todo, ya que todo el equipo y los bailarines están todo el tiempo en los ensayos, no es que vienen un día y lo hacen. Es algo totalmente grupal.

Me gustaría saber tu opinión acerca de qué es eso tan particular y distintivo que uno observa en la manera de bailar y de moverse de los bailarines brasileños.

El brasilero es muy terrenal, muy conectado con la tierra, con lo sexual. Tienen una naturalidad en el cuerpo que está como más despojada de prejuicios. Es más salvaje. Lo ves en la forma en que la gente se mueve en la ciudad. A mí Rio me fascina.

Claro, vos vivías en Rio: ¿no lo sentiste como un lugar muy violento?

No, yo vivía en Santa Teresa y todos me decían “mirá que te van a robar, es parte de vivir acá, y cuando suceda dale las cosas y ya está”. Nunca me pasó nada, y andaba de noche, y encima mi casa estaba en una escalera, “un lugar perfecto para que te pase”, me decían. Me parece que se dio eso de que cuando ven que sos del barrio te respetan. No sé, me sentí muy bien en Rio.

Luego de bailar tres años con Deborah Colker regresaste al Cirque du Soleil. ¿Fue una decisión que tuvo que ver con lo artístico o influyó lo económico?

Nunca me moví por lo económico. Creo que se dieron varios factores a nivel personal, sumado a que la propuesta del Circo esta vez era diferente. Ahora era para interpretar un personaje de un show [Volta] que iba a tener proyección a futuro. Yo ahora llegaba con una carrera hecha, así que tal vez lo vi como una forma de participar en la compañía en otras funciones: como coreógrafa, asistente o lo que fuera. Me pareció una propuesta interesante también por la edad.

De hecho, estabas entrenando gente…

Sí, estaba como Artistic Dance Coach, que es entrenadora de danza artística, y eso fue una de las cosas que más me gustó del Circo, poder hacer correcciones, ayudar a mejorar el espectáculo. Eso para mí es una gran realización, yo que de chica veía videos del Cirque du Soleil y me moría, y ahora estar dándole una indicación a un acróbata de elite mundial es como “guau”, me enorgullece mucho y me motiva. Lo que tiene el Cirque du Soleil es que refina mucho al acróbata, que es lo que yo tenía que hacer como entrenadora. Por ejemplo, había una chica que se colgaba del pelo, pero le faltaba delicadeza, entonces hay que repasar pasajes de los movimientos, refinándolos. El acróbata es más muscu-

Don Quijote, BNS, 2014.

Foto: Santiago Barreiro.

lar, por eso es más difícil que se vea plástico. Y justamente la diferencia del Cirque du Soleil es que todos los acróbatas se ven muy plásticos en sus movimientos.

No quiero dejar pasar algo: dijiste que esa chica se colgaba del pelo… ¿eso era de verdad?, ¿cómo hacía?

Sí, real, se le hacía un peinado especial con varios nudos, algo que muy pocos en el mundo saben y pueden hacerlo. Y del pelo se pone una argolla y esa argolla se cuelga a un arnés. Pero parte del propio pelo. La mayoría de las veces son dos shows por día, entonces ella tiene que prepararlo, luego se lo soltaba para relajar el cuero cabelludo y otra vez hacerlo…

Parecería que el ritmo de trabajo que implica estar en el Cirque du Soleil no es para cualquiera.

Es algo muy fuerte, son como mínimo ocho funciones por semana, a veces diez, y en las fiestas trece: todos los días sin parar. Eso a mí me llevaba diez horas por día, porque además de bailar estaba como asistente.

Aprovecho tu experiencia para pedirte que expliques cómo funciona el Cirque du Soleil, en tanto está considerado la compañía que produce más espectáculos en el mundo.

Antes de que pasara todo esto [se refiere a las medidas sanitarias tomadas para combatir la covid-19, que obligaron a cancelar todos los espectáculos], había 44 espectáculos simultáneos rodando por el mundo. Al principio se estrenaban espectáculos cada dos años, y luego cada año. Algunos, los menos, son fijos: en Las Vegas, en Orlando, en México. Pero la mayoría están en las carpas, que deben ser como treinta o más, no sé el número exacto.

Sinceramente: ¿no te cansa ese nivel de actividad?, ya no tenés veinte años… [Se ríe abiertamente]. Obvio. Pero hay gente con mucha edad, porque es tanta la disciplina y el cuidado… Por ejemplo, los Twins Atherton, unos gemelos ingleses que yo los miraba y lloraba… y eso que estoy acostumbrada a ver ballet, que también emociona. Son de un grado de perfección tan increíble haciendo un número con correas aéreas; tienen como 45 o 46 años y están muy bien. Pero sí, es intenso, hay que tener una garra especial. Porque no es solo físico, sino también mental. ¿Qué sentís por haber formado parte una compañía que en lo suyo es la mejor del mundo?

Muy agradecida y motivada. Crecí mucho a nivel personal porque la gente es muy linda, son todos muy interesantes, provenientes de culturas diferentes, y para mí es como un arte la manera de tratar a ese tipo de personas, la comunicación más allá del lenguaje, las formas. Estar allí para mí era increíble, además se aprenden cosas todo el tiempo, sobre todo que yo como como asistente estaba siempre con la asistente del director y participaba en varias tareas que van más allá de bailar.

Vayamos al presente y al BNS, en que vas a interpretar el papel de Blanche Dubois, protagónico de Un tranvía llamado Deseo.

¡Al fin volveré a ser Blanche Dubois! Estamos muy contentos, es algo muy esperado porque quedamos ahí justo, se llegó a estrenar el año pasado, pero hubo solo una función, la del 12 de marzo en la cual le tocaba a Vanesa [Freita] hacer de Blanche. Tenemos muchas ganas de bailar después de todo esto que vivimos, de la cuarentena, pasar los días en casa, entrenar en casa. Aparte es una obra que es tan fuerte y profunda…

Por su origen, esta puesta en escena de Wainrot tiene algo muy teatral, imagino que por tus características eso te debe gustar mucho.

Me encanta: quiero ser actriz.

Es que tenés características como para ser actriz.

Me encantaría realmente, tenemos que ver cómo hacer esa transición. De hecho, ahora en cuarentena hice un curso de dramaturgia con Calderón, Sanguinetti, Fletcher y Pouso. Fueron ocho meses y significó abrirme a otro mundo. Sentí que aprendí, que pude leer mucho más, ya que otras veces no tenía tiempo porque soy muy hiperactiva. Esta obra es muy teatral, si no la interpretás no llega.

¿Qué opinás de Wainrot como coreógrafo?

A mí me encanta, sabe generar unos climas notables, esos microclimas de tensión, su lenguaje es muy disfrutable para bailar, muy orgánico, estético, a la gente le encanta y es un genio. Él te habla y te explica acerca de los personajes y de cada movimiento: “este paso y con la cabeza girada a la izquierda es porque ella no quiere ver a Stanley”, por ejemplo.

A propósito: ¿te interesaría crear coreografías?

Bueno, estoy haciendo una coreografía por fuera del Sodre, con bailarines independientes. La hice toda en cuarentena y se llama Varada. Son personajes, tiene dramaturgia, estoy escribiendo los textos. Estoy usando todo lo que aprendí y muy contenta con eso. Es un tremendo desafío, porque no quiero quedarme solo con los pasos. Ahora, ni bien te deje, voy para casa a trabajar en los textos. La idea es muy doméstica, con instrumentos que son muebles: una cama, un sofá. Porque fue lo que me pasó al estar en cuarentena, sin trabajo y quieta en casa, no sabíamos qué iba a pasar con el mundo. De repente estaba en el living y me ponía a bailar sola, sin música, en el baño, en la cocina. Era casi como un trance o como una forma de curarme, de intentar expresarme a través de algo que hice toda la vida ocho o diez horas por día. Ya hice un solo, ahora estoy haciendo un trío, hay algo grupal… Estamos ahí, investigando, creando. ¿Lo vas a mostrar en algún momento?

Sí, por ahora sabemos que lo vamos a hacer en San José, todavía no está definida la fecha, pero será alrededor de junio o julio. Porque nos presentamos a los Fondos Regionales [del MEC] y fuimos elegidos. Por ahora tenemos eso, pero si llega a salir un festival también lo presentaremos a ver si sale.

¿Y cómo sigue tu “viaje”? ¿Vas a quedarte un tiempo más en el BNS, volverás al Circo o qué?

Es que no soy de pensar en el futuro, voy día a día de verdad. Siempre ha sido así, las cosas me sorprenden, aunque también las busque. Ahora estoy súper agradecida de estar acá, de tener trabajo, de tener esta oportunidad y la estoy aprovechando al máximo. Lo voy a dar todo. Ya veremos qué pasará el año que viene. Creo que voy a seguir acá: me gusta y estoy contenta.

¿Cómo evaluás el presente del BNS?

Lo veo como un referente mundial por su nivel técnico. También es una compañía que tiene mucha personalidad, que haya gente de todas partes del mundo la hace muy rica, versátil. Hace los clásicos muy bien, pero también los contemporáneos. Y esto es un plus, porque hay muchas compañías que hacen muy bien lo clásico, pero no “llegan” a lo contemporáneo. Y además es mi casa: yo hice la Escuela Nacional de Danza y mi sueño era entrar al Sodre. Después se dio que mi vida es la de una gitana, pero el Sodre no deja de ser mi casa y mi objetivo.

Para terminar, me gustaría saber tu opinión sobre esta nueva etapa del BNS con María Noel Riccetto como directora. Porque como sabemos, el gran responsable del renacimiento y la excelencia de la compañía fue Julio Bocca, cuyo solo nombre nos exime de comentarios; luego, recomendado por Bocca, asumió la dirección Igor Yebra, otro artista enorme, completo, que no solo mantuvo el nivel, sino que lo elevó. ¿Qué pasará ahora con quien hasta hace muy poco bailaba en el BNS?

Creo que se va a mantener ese nivel y que la gente va a ver ese otro lado de María. Hoy la veía ensayando al grupo del Tranvía en que yo no estoy, y observaba su exigencia consigo misma (por algo llegó adonde llegó). Por ejemplo, cuando yo compartía camarín con ella veía cómo es súper ordenada con su ropa, con todas sus cosas, entonces creo que ese lado de ella ‒la búsqueda de perfección‒ que tal vez no se conoce tanto ‒aunque la gente lo ve en su técnica‒ va a ser muy importante. Ella quiere seguir y quiere ir a más, como lo ha hecho siempre con su carrera. Creo que va a estar buenísimo, el público también la apoya mucho, la ama mucho; nosotros también, como bailarines, como compañeros y ahora como directora. Nadie puede discutir que su trayectoria fue brillante y sigue siendo. Es un ejemplo para todos. Y es uruguaya y mujer, que eso está bueno, porque el ballet es muy femenino. Al ser mujer tiene un lado más empático sin perder la exigencia. También influye que hace nada bailaba con nosotros. Nos da confianza, yo creo que va a ser una buena etapa. D

Eduardo Roland. Profesor de literatura y periodista cultural.

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