Salvo el crepúsculo No.1

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EDICIÓN 1 ● SEPTIEMBRE - DICIEMBRE 2012

POESÍA

CUENTO

CRÍTICA

Guillermo Samperio ● Ramón Iván Suárez Caamal ● Manuel Iris ● Lucero Balcázar ● Jorge Antonio Villalobos Martínez ● Miguel Ángel Meza Robles ● Sinae Dasein ● Diana Ferreyra ● Gerardo Cárdenas Robles ● David Guerrero Salazar ● Miguel Tonhatiu Ortega ● Azucena Hernández ● Carlos Santibañez Andonegui ● Lydia Zárate ● Ernesto Rodríguez ● Rafferty Campos Arteaga ● Rene Alberto Vera Contreras ● Luis Alberto G. Sánchez ● Ellie Irabú ● Moisés García Hernández ● Elsa Herrera Bautista ●Jhon Mcliberty ● Proud Beaner


Revista literaria digital

Dirección: José Antonio Iñiguez Narvaéz

Asistentes de redacción: Sinae Dasein Karla Lizbeth Peña René Alberto Vera Contreras Diseño: Luis Alberto Marín S. Consejo editorial: José Antonio Iñiguez Narvaéz Luis Alberto Marín S. René Alberto Vera Contreras Colaborador: Miguel Ángel Meza Robles

* * * Autores: Lucero Balcázar * Proud Beaner * Rafferty Campos Arteaga * Gerardo Cárdenas Robles * Sinae Dasein * Diana Ferreyra * Luis Alberto G. Sánchez * Moisés García Hernández * David Guerrero Salazar * Azucena Hernández * Elsa Herrera Bautista * Ellie Irabú * Manuel Iris * Jhon Mcliberty * Ernesto Rodríguez * Guillermo Samperio * Carlos Santibañez Andonegui * Ramón Iván Suárez Caamal * Miguel Tonhatiu Ortega * René Alberto Vera Contreras * Jorge Antonio Villalobos Martínez * Lydia Zárate

Salvo el crepúsculo. Revista literaria digital, es una publicació n trimestral de formato electró nico, generada en la ciudad de Benito Juá rez, Cancú n, Quintana Roo. A d j u n t a d a e n l a p á g i n a w e b : http://issuu.com/revista_salvoelcrepusculo. Correo-e: revista_salvoelcrepusculo@hotmail.com Las opiniones contenidas en los artıćulos irmados son responsabilidad exclusiva de los autores. Se autoriza la reproducció n total o parcial de los textos incluidos en Salvo el crepúsculo, revista literaria digital, siempre que se cite la fuente y el autor.


A MANERA DE PRESENTACIÓN Anclada en la ciudad de Cancún, las palabras vertidas aquí serán archipiélagos, trozos de instinto que golpearán a la orilla del Lector. Orilla siempre en espera del asombro, del gran embate caligráfico surgido de la infinita marea verbal. Salvo el crepúsculo no sólo nació del impulso de Bashō, sino que allí encontró el instante de su contemplación contra el silencio y la creación dudosa: Este camino ya nadie lo recorre salvo el crepúsculo. La puerta que da a las ondulaciones del lenguaje se abrió de par en par. Al instante reaparecieron los grandes fenómenos climáticos de la palabra. Poesía, Cuento, Reseñas, Crítica, entre algunos recordatorios de nuestra valiosa memoria literaria, abrirán aquí el punto de confluencia, la interacción puesta al servicio de la curiosidad y el enriquecimiento. DIRECCIÓN



COLABORADORES CUENTARIO Los últimos ramseses. Guillermo Samperio 10 / Llueve. Diana Ferreyra 12 / El espejo de un sueño. Gerardo Cárdenas Robles 15 / Sagitario. Miguel Tonhatiu Ortega 19 / Entomología. Rafferty Campos Arteaga 22 / Distancia. Elsa Herrera Bautista 23 / Anécdotas del motel Lombard: Billy Jabalí. Azucena Hernández 27 / El reloj deseado. Ellie Irabú 30 / HAIJIN Invierno. Yosa Buson 36 / GRAFÍA Rosa Montero. Lucero Balcazar 38 / POEMARIO Elegía; IV. Jorge Antonio Villalobos Martínez 40 / Lámpara de sueño; Lumbrera. Gerardo Cárdenas Robles 43 / Contemplación de los metales; *. Sinae Dasein 45 / Mi otro cuerpo es el silencio. René Alberto Vera Contreras 48 / Coleccionista gastronómico; Naturaleza muerta; Muere la falena. Ernesto Rodríguez 50 / Eróstrata. Lucero Balcazar 52 / Pensamiento automático. David Guerrero 53 / Nostalgia de la ciudad. Luis Alberto G. Sánchez 54 / Tu conciencia de mí, me arde; Cruzó el umbral en un silencio a muerte. Moisés García Hernández 58 / Decir lo ajeno; Mirándola dormir. Manuel Iris 60 / Autorre-teatro II; Materia dispuesta. Lydia Zárate 63 / Glifo; A las entrañas del reloj; Adivinaste tu epitafio. Ramón Iván Suárez Caamal 65 / Altata. Carlos Santibáñez Andonegui 68 / Sensualidad. Proud Beaner 70 / Calles sin infancia. Jhon Mcliberty 71 / LA MATRIOSKA Literatura. Julio Torri 74 / ARTÍCULO William Burroughs, un visionario pesimista. Miguel Ángel Meza Robles 76 / COLABORADORES 80


Este camino ya nadie lo recorre salvo el crep煤sculo. Matsuo Bash么



Vos audita perit; litera scripta manet. .

La palabra hablada perece; la palabra escrita perdura.

Proverbio latĂ­n

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CUENTARIO

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GUILLERMO SAMPERIO

LOS ÚLTIMOS RAMSESES *

P

or allí voy al anochecer, en el campo de montes azules y filos violetas y malvas; llevo una máscara amarilla, ceñida a mis facciones. Los brazos hacia arriba y mis manos portan guantes también amarillos, el color de nuestro signo; al fondo ya se nota un poco la luz de la luna llena. Y debo confesar que mi espíritu ya se había debilitado, que una noche de luna llena como ésta no tuve ganas de asistir al concilio nocturno y que no deseaba ver más cómo sacrificábamos al alce frente a la hoguera de leños gruesos, arrancarle luego la cornamenta para después dársela a algún niño que todavía no la tuviera, preparándolo, sin que lo supiera, para las noches de los concilios. Después de empalar el cuerpo del alce y asarlo casi al carbón, cada uno de nosotros, con los guantes amarillos puestos, le arrancábamos trozos de su cuerpo hasta que el Ministro, evaluando que ya el esqueleto se transparentaba, emitía un. grito de “Alto”; nosotros nos aquietábamos y poníamos la cabeza hacia abajo en el sitio en que estuviéramos. El Ministro lanzaba entonces dos oraciones con voz firme, mirando hacia la luna, al fin de las cuales, los jóvenes mayores repartían copas y nos servían vino de la mejor cosecha de nuestros viñedos –los propios jóvenes se servían en copas doradas semejantes a las que nosotros usábamos. El Ministro nos pedía que nos hincáramos en círculo y, dirigiendo los brazos hacia la Madre Diana, circular como espejo de platino, y dijéramos al unísono: “En el Monte de los Inmortales divisamos una deidad, resplandece su mirada como un aro fugaz. Las estrellas se deslizan por una puerta rojiza en su entorno; y, desde su belleza nívea, se alzará nuestra destreza”. En ese instante, levantábamos las copas hacia el cielo negro, señalando a la Diana y luego bebíamos el vino hasta darle fin. Los jóvenes recogían las copas, en tanto nosotros nos abrazábamos, incluyendo cuatro golpes en la espalda, los cuales representaban la estrella de las múltiples direcciones, lo que a su vez quería decir

* Este cuento pertenece a Historia de un vestido negro (libro de próxima publicación), edición que estará a cargo del Fondo de Cultura Económica. Guillermo Samperio ha publicado también los libros de cuentos Gente de Ciudad en 1985, y Cuando el tacto toma la palabra en 1999.

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los últimos ramseses

guillermo samperio

que éramos libres para ser los que éramos y luego regresábamos a nuestras casas, llevando en el pecho esa libertad. Aquella noche que yo no asistí soñé con todo esto y pensaba que no había tal libertad y que si éramos un grupo grande de simples campiranos con viñedos y cría de cerdos, además de cazadores de acuerdo con las leyes del país, no había necesidad de evidenciar nuestra barbarie, ocultándola con una ceremonia tan primitiva. A nuestro entorno nadie recuerda a Diana, nadie mira a la luna ni la llama madre; esa deidad fue expulsada ya de hecho, con inferiores cultos, en la época de los últimos Ramseses. En los poblados que nos rodean y que no quieren mezclarse con nosotros ni nosotros con ellos, ahí cortan y asan a los alces en la cocina y se sientan a la mesa a comer; y los que no son cazadores nada más van al mercado central y compran las piezas que necesitan, empaquetadas y limpias, sin tener que arrancar con la propia mano el trozo que nos tragaremos. Sin embargo, al día siguiente me di cuenta de que era un apestado en la población; no sólo no me hablaban sino que además me veían con ojos de arma de fuego. Es cierto que a nada me obligaban, ni mi propia familia, pero en medida de que se acercaba el día de la nueva luna llena, sentía que cada una de las gentes de la población metía su mano en mi pecho para arrancarme un trozo de alma hasta dejarme vacío. Por ello, cuando fui a hablar con el Ministro y suscribir mi reincorporación a la ceremonia de esta noche, se llevaron a cabo los preparativos de mi renacimiento, pues el Ministro, todo el pueblo y yo mismo sabíamos muy bien que yo me había quedado sin alma. Voy corriendo en la vegetal oscuridad azulosa, con a veces ráfagas violetas y malvas; llevo la máscara amarilla, ceñida a mis facciones. Mis brazos van en alto con mis guantes amarillos; los demás, en lugar de guantes, llevan sólo máscaras amarillas. Detrás de mí va el Viceministro y, a unos metros más adelante, el Ministro. Bajo la máscara, llevo la cabeza vendada, así como el cuello y partes de brazos y piernas, a la manera de los cadáveres del antiguo Egipto. Nos estamos avecinando al amplio claro de luna; por ello los reflejos azules son más claros en mi pecho, en el del Ministro y la vegetación que nos rodea. A nuestras espaldas, donde vienen más hombres, el azul es más intenso, casi oscuro, y por ello no se distinguen. Ese es el motivo por el que pareciera que sólo cuatro luces amarillas cruzan la vegetación como si alguien, con sus pinceles, nos estuviera pintando.

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DIANA FERREYRA

LLUEVE A Cristhian.

L

lueve. Algunos corren. Amarillo en el cielo, arriba de las nubes. Negro con rayos ultravioletas. Llueve. Apenas se cubren los músicos. Huyen del agua. Sí, Cris, todos huyen y tú te cubres, como yo. Cae ácido, por supuesto que no. Caen algunas lágrimas, lo sé Dios ya dejó de llorar y nos mastica fuertemente. Pronto nos hará un puerto. Eso ocupamos. Verde, en vez de cristal. Lo sé Cris, no nos quitamos del lugar. Nos mojamos los pies. Qué bien se siente, como si nos cantara alguien, nos esperara alguien a lo lejos, bajo una montaña o un puente. Nos mojamos los pies, Cris, pertenecemos a la lluvia. Qué lástima. No pudimos ser ingenieros. Papá es un genio, pero no lo entendemos. Platica de sus inventos, los antiguos bulbos, la persecución de la luz y la relatividad, las figuras y los voltímetros. No lo entendemos, Cris, no lo entendemos. Estamos huecos. Hablamos de fobias, de las voces pero no de la relatividad. Qué lástima Cris, no somos el orgullo. Una pareja de incrédulos queriendo conocer un viaje en tren. La cantera vocifera. Sigue la lluvia. Sabes si tenemos un plan, no, de seguro no sabes Cris. Tú no sabes nada, como yo. Bien idiotas. Tampoco puedes entender porque no eres mayor, ni yo. No te gusta el café. Podemos aprovechar el momento para descansar. Somos unas estatuas, bajo la lluvia y persiguiendo las sombras humanas. Sólo las sombras. Y los rayos crecen desde las raíces, tiemblan y se precipitan como espíritus kamikazes. Son

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llueve

diana ferreyra

personas que nunca quisieron nacer, nos dijo alguna vez papá, recuerdas, verdad, Cris, recuerdas las pláticas de papá. De mamá ni se diga. Nunca la supimos valorar y los dos juntos ahora. Caminamos, sigue la lluvia, siguen las palomas con las alas entrelazadas, siguen las escaleras en su lugar, como siempre, aburriéndose de los pisotones cotidianos y siguen los caracoles secos, mientras nosotros caminamos. Nada extraño. Traspasamos las paredes de cantera invisible. Los talones sin gramos, los tobillos ligeros. Cris, somos delgados desde hace años. Apenas la lluvia. Otros días calienta el sol. Hoy no lo logra ni siquiera con el pestañeo. Qué bien se siente tener el cuerpo sin las cuerdas vocales. Al principio se nos atoró el espíritu pero luego de quedarnos mudos, contemplamos el cielo. Y alguien nos tocaba la nuca. Se sentía tibio, la punta de los dedos acariciándonos. Primero tibio, caliente y frío al final. Eso de perder la voz nos quitó muchas cosas de encima. Menos el calor. Mudos, pero felices. Caminamos aún bajo la lluvia. . Los pies se nos congelan. El agua crece. La cantera huele a humedad. Al principio, de rosa, ahora está oscurecida. Las casas se inundan. Empiezan a sacar las balsas de papel. Sí, Cris, deberíamos hacer lo mismo. Se suben los niños y gorgorean. Las madres se enfadan y les dan sus manotazos, pero los traspasan. Como si los intestinos funcionaran. Pobres sucios. La ropa se moja y caen los tendederos. Las nubes bajan lentamente, como si aspiraran todo lo que tocan. Recorren con sus bocas el piso, el cemento y lo devoran. Muerden con los labios. Cada vez que comíamos una fruta inmadura se

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llueve

nos irritaban los labios y mamá nos los aliviaba con sábila. Ellos no saben de remedios caseros. Entremos por un café, Cris. Mira que ahora es un residuo. En medio se ponían los hombres a embriagarse y gritar. Destrucción masiva, pausadamente. El agua succiona las sillas, las mesas, los candelabros. Los convierte en gotas. A ti te gusta la madera roída, Cris. No te quejes de la gravedad del sonido. Las cosas se ahogan, escupen la saliva de sobra y vuelven a tragar. También las personas se ahogan. Sacan la cabeza, escupen pero se petrifican por las anguilas invisibles. Eso ocurre por no pagar la luz a tiempo. Sigue lloviendo. Un tambor en medio suena a medias. De luto. Un niño que nunca creció sigue tocando el tambor. Escurren cabellos sueltos de personas ajenas. Mira, Cris, aquí tienes mucho cabello: puedes recuperar el perdido. Mira, nos podemos reflejar. Nos reconocemos, pero tu sonrisa sigue siendo la misma Cris. Solamente no te acerques tanto que nuestra voz puede regresar. Digo, Cris, es en vano que durante años de lluvia intentemos renacer. Mucho muerto por aquí ni siquiera sabe cantar. Espera, Cris, aparece el sol. Podemos secar nuestra ropa después de la tormenta. Acércate a los rayos del sol. El agua se

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diana ferreyra

evapora y los pasillos pasan ríos y ríos de sal y ratillas infladas de tanta ceniza. Seguimos caminando. Por qué no vamos a ver el lago. A ese lugar faltó ir. Es verano, hace buen tiempo. Quizá nuestros papás nos puedan acompañar. Ojalá y estando pálidos, todavía nos reconozcan.

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GERARDO CÁRDENAS ROBLES

EL ESPEJO DE UN SUEÑO

Despertó con el vago recuerdo de un rostro, un charco de café mezclado con otro líquido, y algo más. Hasta ese día, nunca había quedado tan extasiado con un sueño. En abril y lunes. Se calzó rápidamente y comenzó el ritual de la mañana, duchándose más a prisa de lo normal. Comió algo y salió apresurado para no perder el transporte.

Quería recordar cualquier otra cosa. Un presentimiento lo abordaba, como si supiera que había más pinceladas escondidas en aquel borroso lienzo de la fantasía. Escrutaba los rostros, los carteles que iban quedando atrás del camión, los automóviles. Pensaba evocar el sueño con algún objeto coincidente, pero no lograba nada obligando las cosas. Tomó aire hondamente e intentó calmarse un poco. Una cuadra antes de su oficina hizo la señal para que detuvieran el camión. Mientras se levantaba de su asiento, el ruido agudo e inclemente de los frenos casi lo hizo perder la conciencia. Su mente se vio asediada por una especie de cortometraje de imágenes extrañas. A su mente saltó una cabellera color negro, larga, salida de lo más hondo de su inconsciente; un fragmento del sueño que intentaba armar desde la mañana. Inmediatamente, como si se hubiera drenado la sacudida, se sintió repuesto y casi corrió hasta hallarse a salvo en la acera. Además de las imágenes, lo había atacado una conmoción fría concentrada en el pecho, expandiéndose como un golpe eléctrico en un círculo imaginario bajo los huesos, perdiéndose de a poco entre el calor del resto del cuerpo. Se palpaba el lugar del espasmo y miraba para todos lados en actitud de total paranoia. Parecía que el sueño comenzaba a perseguirlo. A tratar de arrancarlo de este lado, tomando partida en el juego del temeroso soñador. Por fin estuvo en su oficina. Una pequeña pieza, en medio de la encargada de administración y de un contador recién ascendido. Se quitó el saco y echó mano a un papeleo que debía comenzar. La semana apenas le alcanzaría y no esperaba trabajar el sábado o el Domingo. Luego de un rato de escribir y revisar notas, recordó que le era más cómodo trabajar con una taza de café y unas galletas. Pero, según la costumbre de inicio de semana,

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el espejo de un sueño

gerardo cárdenas robles

ninguno de los dos antojos se hallaba en las máquinas expendedoras de la empresa. Preguntó a sus vecinos de oficina si deseaban algo, aprovechando que se tomaría unos minutos para ir a la cafetería a un par de cuadras de ahí. El contador le encargó un café Moka, y, la joven, un chocolate caliente y una rebanada de pay. Al salir del edificio cruzó automático los doscientos o trescientos metros hasta el establecimiento, llegando directo al estante de postres. Buscó a un encargado para indicarle su selección y a su encuentro salió una chica que no le quitaba la mirada de encima. Lo repentino del encuentro lo dejó estupefacto, y lo inquietaba no haberla visto anteriormente en el lugar. Tenía la extraña sensación de ver materializados sus sueños en pequeños trozos de la visión nocturna que a cada momento tomaba más forma. En está ocasión no se mareó ni cayó en la angustia del autobús. La adrenalina lo estaba ayudando a controlar las sorpresas fortuitas que le estaban ocurriendo, y experimentaba un vértigo que no terminaba de dibujar ningún abismo. Hay muchas mujeres de cabello negro en el mundo, pero eso rebasaba la apariencia o la imitación. El cabello de la encargada era idéntico al del sueño, e incluso tenía una especie de esencia compartida. Las casualidades ya no lo parecían tanto. .Comenzó a divagar en conjeturas, mientras se perdía en la oscuridad de la cabellera de la empleada. Cabía cierta posibilidad de que el sueño y sus elementos le indicaran este encuentro. Mientras lo pensaba, se sintió torpe, casi avergonzado de la idea tan melosa que construía, pero sin dejar de mirarla y sin ocurrírsele cómo manejar la situación. Con la mayor voluntad, se espabiló y terminó su compra, lanzando breves miradas

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el espejo de un sueño

gerardo cárdenas robles

a la chica. Hubiera querido decirle algo, pero decidió esperar, regresar a la oficina y volver más tarde. La joven le entregó sus cosas y tuvo algunas dificultades con la máquina registradora. Luego de un par de minutos le dio su cambio y lo siguió con la mirada, mientras lamía el cuchillo con que había cortado la rebanada de pay. Apretaba con fuerza el mango y dejaba ver el reflejo de sus blanquísimos dientes y el filo de los labios abultados reposando en el descomunal tamaño de la hoja. –¡Hasta luego, señor Aragón!– gritó la joven. Él sonrió muy satisfecho de que también esta chica estuviera bajo el engaño de tratar con el jefe de la empresa aledaña, y ni siquiera giró la cabeza para contestarle. Tal vez ella no le hubiera coqueteado de saber que se trataba de Antonio Cano, asistente de contador. De cualquier modo, estaba satisfecho con su ingenio y hasta desearía realmente ser ese idiota de Aragón, con tal de que le tuvieran tanto respeto. Caminó bruscamente y muy despacio hasta llegar al cruce que daba a la empresa. Desde la cafetería lo agobiaba la sensación de una fuerte mirada sobre la nuca. Durante la espera de la luz verde en el semáforo, no pudo evitar girarse al encuentro de su perseguidor, descubriendo tras él a quien menos hubiera pensado, pero, por alguna razón, esperaba. La joven se le aproximó con el cuchillo en la mano, sonriendo dulcemente mientras lo elevaba con lentitud a la altura de la barbilla. Antonio alcanzó a ver su propio reflejo en el arma. Ahí estaba. Era el rostro del sueño. Quedó estático por un lapso indefinible, y sólo el estruendo de un automóvil que pasó a gran velocidad a un lado de la escena le permitió reaccionar un poco. Pudo ver toda

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el espejo de un sueño

gerardo cárdenas robles

la jugada y un poco más. En el sueño había gente discutiendo, una bolsa de papel repleta de dinero, y las manos de la joven que ahora se le acercaba con profunda determinación. También estaban los empleados que él conocía de la cafetería, quienes, seguramente, acordaban dejarla trabajar tranquila y no presentarse ese lunes. Recordó claramente el café entremezclado con un líquido rojo y espeso, explicando el enigma del charco. Se encendió de nuevo la sensación en el pecho, mientras su reflejo se congelaba en el cuchillo, sellando la escena definitivamente. Preparativos y planes de escape. Estaba todo. Comprendía lo que iba a pasar, y tendría al menos el gusto de limpiarse la incertidumbre de los pasados acontecimientos. Permaneció de pie. En el sueño hacían alusión a la víctima como Joel Aragón, su jefe. Era de esperarse. A un simple empleado como él, nadie se molestaría en hacerle daño, pero tenía sentido que a un millonario tan odiado, como lo era su jefe, por fin lo quisieran matar. Todas estas ideas lo arrebataban incontrolablemente, inconscientes, más que veloces, en tanto que la joven pasaba una y otra vez el cuchillo entre la carne de su pecho, blanda como una rebanada de pastel. Terminó el trabajo, y se alejó. Primero muy lento y con cuidado. Al doblar en la esquina más próxima, corrió sin parar, hasta apartarse de una sola vez. El falso Aragón cayó hacia atrás, y, cumpliendo su predicción, café y sangre se juntaron en un repugnante charco. Y él, tan ingenuo, pensaba que los sueños no se hacían realidad.

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MIGUEL TONHATIU ORTEGA

SAGITARIO La inclinación más natural del hombre es hundirse y hundir con él a todo el mundo. Albert Camus

E

ra hermosa y mentía. Cuando la vi, se encontraba desnuda en sus

cuatro cuartos y miraba al cielo. Pensé que era un sueño. Nunca había visto una hembra de centauro. Me excité al contemplarla.

Siempre. me sucede eso, no puedo evitarlo; es algo antiguo, claro; poblado de mitos que me lleva. La necesité un instante, muchos instantes. Sonrió. Vi su facultad equina de cruzar este espacio hacia mí. Me preocupé porque la visión podría desaparecer. Pero no era mi subconsciente. Estaba en vigilia, tenía un par de días sin dormir y llegué a este sitio. Bebí demasiado para obligarme a vencer el cuerpo, los músculos; el hambre y la embriaguez me tenían que llevar al sueño. ¿Por qué no viniste antes? Carajo. Recuerdo que me quité el pantalón y lo arrojé a un lado pensando que era eso: una emanación de mi inconsciente. No existes, murmuré y le di la espalda. El lánguido espacio olía a flores. La mugre casual de los cuartos de hotel no tenía nada que ver con este sitio, ahora. Era mi ebriedad. Tienes miedo, decía con un leve acento extranjero. No eres y si existes sólo es como un mito, sin voltear a verla, seguí desnudándome y luego abrí las cobijas de la cama. No te acuestes, no podría estar contigo, así, oí. Tuve temor de verla al rostro. “Un animal mítico debe ser viejo”, pensé. “Un animal así debe tener dos mil años, por lo menos”. No es tu cabeza, puedes verme. No soy anciana. Entonces me volví, descubrí su grupa preciosa y bien formada que al moverse develaba una cola rubia y en la zona de la crin su cuerpo humano naciente, con sus pechos dotados de una blancura de durazno virgen; su cabello castaño acercándose al rubio. ¿Percibes la lengua en la que hablo?, dijo. No sé dónde estoy, ni qué es esto; será la sombra de mi embriaguez, y sonreí echándome hacia atrás en la cama, colocando mis brazos debajo de mi cabeza. Estoy desnuda, dijo, intimidada por la forma en la que la observé. Es la vigilia, respondí, es la vigilia, lo dije sin creer en ella, en el cuarto y en las palabras. Ella caminó de lado y quedó de perfil entre las sombras. Apaga ya la luz. “Es estúpido seguir, creo que debo dejar de oírla, creer que existe, es cansancio”, pensé. Ella me miraba a los ojos. ¿Crees que no te escucho? Tus pensamientos rebotan en esta habitación, entre el olor a cigarros y amor. No es un buen lugar para nosotros, reclamó. “Esto que llamamos nosotros”, pensé.

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sagitario

miguel tonhatiu ortega

Le di la espalda otra vez y dije fuerte: No existes. Me eché a la cama. Escuché luego un zumbido y finalmente sentí un golpe en el colchón detrás de mí. No te muevas, dijo sin hablar. Gira lento y mira la saeta. No había sentido miedo hasta ese instante, palpé una vara delgada que se incrustó en el colchón. Luego la miré. Traía el carcaj y la cinta que partía sus senos. La escondía en el perfil de la espalda de la parte en sombra. “La fantasía es un indicio de mi locura”, dijo burlona. Estoy aquí para ti, completó, No puedes acostarte; no sé qué sea el amor para un animal, dije instintivamente. Agachó la cabeza, “como yo”, traté de enmendar. “Estoy enfermo, ya llevo dos días delirando. Esta realidad… ¿Qué esperas de mí?”, pensé. Me incorporé y luego bajé los pies al suelo. Estuve observándola; desprendía un olor violento a flores. La necesitaba, quizá fue mi único pensamiento antes de ser totalmente convencido por su voz. Me dejó montarla. Después dormí.

Estaba echado sobre la cama, solo. Me dolían las extremidades inferiores. El lugar olía extraño, ya no a aquella esencia a flores. Parecía una mañana común. Las rodillas me ardían y sentía los talones duros. Estaba sentado, tenía el cuerpo entero entumecido, como si hubiese dormido en cuclillas. Las pantorrillas permanecían tensas todavía. El músculo se habría convertido en hueso. “¿Dónde se fue?”, pensé orgánicamente. “¿Cómo pude dormir así?” Olvidé todo, ¿cómo perdí la consciencia y desperté? El sueño se largó con recuerdos míos. Al mirar mis pies vi un par de ancas delanteras musculosas. Tenían un pelaje blanco que me fascinó de primer vistazo. Entonces ese olor volvió. Me sentí fuerte. Lentamente eché mis cuartos traseros fuera de la cama y luego los delanteros. Caminé cloqueando sobre la alfombra roja y sucia del cuarto. Los golpes me asombraban.

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sagitario

miguel tonhatiu ortega

Sentía el peso de las pezuñas, la agilidad. Traía el arco cruzado y el carcaj en la espalda. De pronto el pelaje llegó a mi cara, traía barba sin habérmelo propuesto y el cabello luengo. Fui hacia el espejo y noté mi pecho duro y formado con vello. Los músculos de mis brazos eran prominentes. En el estado de asombro, descubrí una fuerza descomunal levantando la cama con una mano. La regresé a tierra. Oía ruidos afuera y la luz atravesaba el visillo de la ventana. Me sentía listo para salir del lugar y gritar a la gente en las calles. Y fue cuando me percaté de lo imposible, que la mujer centauro me había contagiado. Una horrible enfermedad. Nadie me podía ver así. “¿Cómo me esconderé entre la gente?”, pensé. Tampoco puedo estar aquí. Fui hacia la puerta; abrí y escuché murmullos abajo. Me pareció oportuno. Sin embargo por los ruidos volví atrás. Golpeé mi torso odiando mi condición sagitaria. El pelaje de mi textura equina me pareció suave. Pensé en una forma de huir por la calle en la noche y luego buscar refugio en mi casa, a las orillas de la ciudad. Pero no tenía alternativa. El tiempo del cuarto vencía y alguien de la administración vendría a decírmelo. Busqué mi reloj de pulso y lo hallé tirado. Por más intentos que hice no logré siquiera tocarlo. Mi camisa se encontraba sobre la cama, me acerqué. La sobrepuse en mi espalda, antes dejé el carcaj y el arco. Cerró con dificultad. Coloqué encima nuevamente mis instrumentos. Los pantalones en el suelo, sólo me preocupé por mi billetera. Solté una carcajada que emanó desde mi estómago. Estaba montado en un caballo; no habría lugar para mi cuerpo en ningún transporte. Encaré la puerta y salí. En el pasillo sólo había focos fundidos y un olor a ceniza con desinfectante. Alguien fumaba lejos. Troté a las escaleras. Escuchaba voces que venían de abajo. “Es ahora”, dije y comencé a descender lento. El sol alumbraba, vi el rostro del administrador que subía. Echó hacia atrás. Se asombró al verme centauro. La telepatía me reveló un nuevo mundo. Y logré leer sus pensamientos.

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RAFFERTY CAMPOS ARTEAGA

ENTOMOLOGÍA

Y

o tenía la bota sobre su cuerpo resbaladizo, que trataba de

liberarse a toda costa, al parecer ella sentía mi furia tras esa cena que había echado a perder la noche anterior. Ese día yo te había escuchado desde antes del amanecer yendo y viniendo, tus pisadas retumbaban como cientos de tacones de aguja que taladraban mi tranquilidad. Maldije tu nombre pero eso no te importó, sino que por el contrario

seguiste yendo y viniendo como una histérica. Antes de salir de casa te llamé pero tú no apareciste, ahora sí te refugiaste en el lugar más desconocido de aquel hogar. Esperé unos minutos en la puerta; hasta fingí irme para ver si salías a buscar algo de comer pero nada. Tú seguías en tu guarida. Ese recoveco que cavaste para que nadie te atrapara y donde juraste mantener a tus hijos a salvo. Ya en el trabajo, traté de olvidarme de tu presencia pero fue inútil. Mientras almorzaba pude ver que también estabas ahí, como en una especie de sombra o fantasma vengador. Traté de ahuyentarte pero seguiste con tu indiferencia. Descubrí que no eras tú, que era simplemente mi mente paranoica quien te imaginaba en otras como de tu clase. Pasaron las horas y llegó el momento de regresar a casa. Durante el trayecto no podía dejar de imaginarte en cualquier parte de la casa, con tus adornos en la cabeza, con tu piel lisa. Te pensé postrada en mi almohada como dándome la bienvenida, o en el baño como incitándome a que nos ducháramos. ¡El sólo pensarlo me enfermaba! Y mientras paso la llave por el cerrojo puedo escuchar tus pisadas por debajo de la puerta, como si me invitaras al duelo. Así que empujo despacio la puerta. En el interior sólo hay penumbra y silencio, mi respiración agitada te advierten de mi estado de ánimo y huyes a esconderte pero esta vez es demasiado tarde. Mientras tratas de huir te arrojo mi termo que hace que te detengas y busques otro destino, destino que finalmente encuentras debajo de mi enorme bota de obrero. Y henos aquí. Tú, con tus media docena de patas tratando de escapar y yo con una mirada victoriosa y altanera. Te exijo las últimas palabras pero sólo mueves tus antenas de un lado a otro como si supieras que ha llegado la hora. Mientras te presiono con más fuerza, hasta ver tu cuerpo deshecho sobre el piso.

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ELSA HERRERA BAUTISTA

DISTANCIA

V

olví a soñar con Barai. El aire gélido de la madrugada me trajo su recuerdo igual que siempre. Estaba en su jaula, con la espalda marcada por extensas cicatrices, tal como lo vi la primera vez en esa famosa tienda que llevaba su nombre seguido por dos sustantivos opuestos: antigüedades y novedades. No es raro que lo sueñe pero poco a poco ha dejado de ser una pesadilla. Al principio, cuando comencé a despertar en este departamento en el décimo piso, Barai me hacía llorar, me llenaba de culpa y de reproches hacia mí misma. Eso no ocurre más, en cuanto tomo el primer sorbo de café, contesto el teléfono o entro en el baño, Barai se desvanece. Paulatinamente va volviéndose un fantasma, algo irreal, como los meses que pasé en su país ¿Cómo llegué allá? No fue por azar, fue por mi condición de clase. Siendo hija de un diplomático pude decidir a placer en dónde quería realizar mi estancia posdoctoral y elegí escribir sobre el poscolonialismo en el país de Barai, así de pretenciosa era. Quería conocer un país pequeño y con muchos pobres, los motivos no los tengo claros, pero a la distancia me parece que tuvieron que ver con el morbo. Hoy, por propia voluntad no abandonaría esta vida que llevo: de mi departamento, en el TowerTower Building, a mi oficina, en el Sociology Department de la Great World University, cuando recorro el Top Boulevard en mi convertible azul acero, sólo huelo mi perfume y escucho mi música favorita. Si algo recuerdo de aquel país es la mescolanza de olores. Los olores de la gente y la basura resultaban sofocantes y eran casi ubicuos. Si no apestas o eres un contrahecho no encajas en ese lugar. Estuve a punto de salir huyendo, pero cuando la náusea me parecía más insoportable descubrí a Barai. Lénika, la recepcionista del edificio en donde me alojaba, solía abordarme con conversaciones simples tarde a tarde. A ella le gustaban la ciudad y la gente. A pesar de su metro con setenta centímetros de estatura y de su palidez mortecina se sentía cómoda en los mercados, en los bares, en los barrios habitados por los lugareños bajos de estatura y negros de sol.

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Yo hablaba poco y casi con nadie. Mi investigación de tesis se volvió pronto una revisión de documentos lejana al trabajo de campo que había imaginado en los salones de la universidad, rodeada de compañeros y profesores recién bañados. Lénika pues, nunca supo de mi secreto asco por aquel país y es sólo hasta ahora, con miles de kilómetros y varios años de por medio, que yo misma me atrevo a admitirlo. Ante la insistencia de Lénika y por curiosidad, pues había escuchado varios comentarios sobre una tienda y un barrio mágicos (yo más bien los hubiera descrito como embrujados) en las afueras de la capital, un día acompañé a la joven en sus excursiones por la ciudad. Por supuesto, me había asegurado que seríamos

elsa herrera bautista

Amedeo Modigliani | Retrato de Anna Ajmátiva o desnudo con gato | 1911 | Carboncillo y lápiz sobre papel.

solamente ella y yo. Nos fuimos en su auto alrededor del mediodía, cuando el único bulevar de la ciudad tiene un descanso pues la gente está en las oficinas, encerrada en talleres inmundos de costura o simplemente arrinconada, como los perros, bajo alguna sombra. Dentro del auto cerré los ojos y me concentré al principio en la voz de Lénika, que comenzó a contarme sobre su pasión por los animales y cómo lamentaba que la fauna del país en el que estábamos hubiera sido devastada a la velocidad de la luz (esas analogías imposibles eran características de Lénika). Claro que era terrible que más de treinta especies nativas se hubieran extinto en los últimos diez años gracias al dominio de la industria, pero me bastaba con saberlo y con condenarlo moral y personalmente, no tenía intención de unirme a los cuerpos de protesta compuestos por extranjeros letrados, mientras los nativos del país festejaban alegremente tener agua limpia en una presa que alimentaría la zona en la que vivían sus gobernantes y los embajadores, aunque esto significara destruir el hábitat de los sapillos vientre de fuego. No lucharía jamás contra la gente ignorante, si ellos deseaban, por ejemplo, tener frente a su casa un supermercado que trastocaría sus

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formas de intercambio, relación y producción y se preparaban con entusiasmo para repartir volantes chorreando sudor bajo el sol, yo no iba a meterme. No le comuniqué verbalmente a Lénika nada de esto, pero en la primera oportunidad encendí el estéreo para escuchar la música que estaba de moda en mi país natal. Afortunadamente, Lénika fue seducida por el ritmo y nuestra conversación se detuvo. Ya lejos del centro, llegando al barrio que según Lénika iba a gustarme, advertí que los olores se disipaban, que la basura no se veía amontonada en cada esquina. Era todo un poco menos denso. Lénika pensaba que eso se debía a que allí la gente había implementado algunos proyectos de autogestión, autosustentables y ecológicos. Pensaba que como en las casas se elaboraban compostas, había fosas sépticas y azoteas verdes, las personas estaban saludables y felices. Confiaba además ciegamente en los efectos benéficos del yoga, el vegetarianismo y el New Age. Claro, todo eso me lo explicó conforme íbamos acercándonos a la tienda maravillosa, en donde podría encontrar las cosas más exóticas y saludables. Después, justificando mi escepticismo, cuando estalló la revolución se descubriría que esa zona de la ciudad estaba en buenas condiciones porque era el lugar en el que residían las mujeres, los niños, niñas y varones que formaban el ejército de esclavos sexuales de los gobernantes. Se los mantenía libres de las enfermedades que aquejaban al resto de la población y se los adoctrinaba para que creyeran que su condición era un privilegio. Pero bueno, esto se supo meses después, la tarde que conocí el barrio me conformé con la explicación ilusa de Lénika. La tienda era un espacio amplio, de dos pisos, colmado de objetos dispuestos sin orden alguno, etiquetados con su precio y una breve descripción. La dependiente era una anciana de rasgos orientales, callada, con dos hilos de cabello cano enredados en una trenza que le llegaba abajo de las nalgas. Lénika se dirigió directamente a la anciana para preguntarle por una infusión que, según le habían dicho, era muy efectiva para fortalecer la memoria, aliviar los riñones e incrementar la capacidad para el goce sexual. Lénika por fin terminó su transacción, había comprado el té y además un frasquito de orines de reno, con el que estaba dispuesta a alucinar esa misma noche.

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Nos sentamos. Entre todos los objetos había sillas, mesitas y bancos y mientras ella me hablaba de que los orines de reno contienen sustancias alucinógenas producto de la alimentación que llevan estos animales, vi algo que me llamó la atención: dentro de una jaula gigante de madera que, precisamente por sus dimensiones era difícil de observar, percibí un movimiento. Al principio creí que se trataba de un animal y miré con insistencia, pero el bulto permanecía quieto. Dejando atrás la perorata de Lénika me acerqué para mirar mejor. En la jaula estaba un muchacho, acuclillado de espaldas a mí y desnudo. Tenía el cabello muy corto y oscuro y el cuerpo surcado por cicatrices de todas las dimensiones y formas, una estrella, un corazón y una clave de sol le cubrían la espalda. Me quedé paralizada y no pude respirar unos segundos. Lénika, que seguía hablando sobre los meados de reno, estaba parada detrás de mí y dijo "Ah sí, su historia es interesante". Volteé a mirarla y noté que ni su entusiasmo por las compras ni su amor por la gente, los animales en peligro de extinción o las azoteas verdes, se veían trastocados por la presencia de un muchacho lleno de cicatrices en una jaula. Unos pocos días después volví a la tienda, pensé que tendría que comprar algo pero la anciana dueña pareció no darle importancia a mi llegada, así que pasé un par de horas sentada en un banco a pocos metros de Barai, contemplándolo. Esa vez estaba recostado boca arriba, pude ver sus ojos, que eran enormes. No estaba desnudo por completo, llevaba un taparrabos como cualquiera podría haberlo imaginado. Las cicatrices se concentraban en su espalda. Me marché sin decir ni comprar nada, pero regresé varias veces hasta que Barai comenzó a mirarme. Una tarde, cuando los enfrentamientos entre el ejército y los civiles comenzaban a hacerse frecuentes, la anciana se me acercó y me dijo: Si quieres llevarte al muchacho, llévatelo. Esta ciudad va a arder y yo pienso morir quemada. La idea se quedó atravesada en mi cabeza, hubiera sido fácil sacar a Barai de aquella jaula y de aquel país, sin embargo, cuando las fuerzas de paz llegaron para evacuar a los extranjeros decidí simplemente que no quería tomarme la molestia.

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AZUCENA HERNÁNDEZ

ANÉCDOTAS DEL MOTEL LOMBARD: BILLY JABALÍ Los sonidos del área de la piscina se filtran mochos, aburridos. Se oyen lenguas extrañas, mezcladas con runruneos de automóviles y pájaros lejanos de su mundo. Chapoteos. Es incómoda la siesta del sábado a las seis de la tarde. Como estar sumido en una voraz resaca de entresemana, de esas de ron y mezcal frente al televisor. Una vaga culpa flota en el exterior, trasciende las puertas de cristal que llevan al balcón. El barandal se oxida frágil y lentamente en el tiempo que ha descascarado los balaustres. Sibilante el viento arrulla los maleables ramajes y a su vez los susurros fungen como un mantra. Suave el casi silbido de la brisa saboreada por los sicomoros sombríos. Con la mano derecha aleja de su rostro un mosquito infame y persistente. Imagina, enseguida, a los mosquillos de la fruta y de los días cálidos, de los plátanos madurándose sobre el platón en medio de una mesa ‒que no le gustan‒ de las manzanas galas y lustrosas, de las carnosidades del mango lúgubre y descorazonado. Los elotes bullían en la olla cocedora, elotitos blancos y tiernos con mantequilla y queso. Una escena como para no pensar más que en situaciones idílicas y sosas. Vileza agotadora después de la borrachera de la noche anterior. La reunión de viejos amigos y él más borracho que ninguno. Siente vergüenza de su traje usado comprado hace muchos años para una boda. Soldador soltero otra vez solo. Ella se llevó a los niños, como su madre también hacía muchos años. A su padre gringo nunca lo volvió a ver, como muchos, como a muchos. La nostalgia en un charco con otras porquerías. Percibe un dolor martilleante en las sienes y el ritmo cardiaco pum-pum concentrado en la amplia frente. Cierra los ojos. El cerebro es un corazón pulsante, un blanco y arrugado cuino henchido de savia rencorosa. No piensa siquiera en la remota posibilidad de levantarse, se le nota en la inmovilidad hierática de estatua y monolito prehispánico. El dolor le atraviesa los huesos, se incrusta en los recovecos de las articulaciones, entre los oídos y la masa encefálica. Los orificios son nidos hervideros de bichos con pretensiones de destruirlo todo. Piensa con pesar en el pasillo del hotel que se expande largo como un pozo oscuro. Las alfombras son viejas y desvaídas; sangre, semen, saliva, libaciones, sacrificios, cenizas. Una fosa séptica y horizontal. Y si se va más allá, callejones donde abundan las miradas verdes. Las miríadas de amenazantes mosquitos parasitarios. Transcurre. Dentro del pozo toma una barca y comienza a navegar sobre lagunas erizadas de rencores,

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en lodazales pútridos donde se fue macerando el abandono, bajo bóvedas de follajes ásperos donde la humillación tomó la forma de susurros que lo llaman desde afuera. Pero le gusta la vida, piensa, no debe ser tan mala, el placer, la hipersensibilidad a las distorsiones, las sinestesias. Que el dolor sea otra distorsión. Suda. La verdura que es una gran mancha lo ensucia todo. Hinchada de jorobas rugosas, de troncos enmarañados con ramajes y telarañas de plata fina. De repente anochece, y las arañas sobre la cabeza son estrellas cristalinas de un cielo artificial y enano. La barca lo mece con sus ondas de remolino aleve. Piensa en la casa de su madre como cuando se imagina las memorias de un viaje. Acostado, lo único que le queda de la vida es la náusea, la tremenda acidez emocional, el dolor de cabeza. De ser otro Bob. Aunque no recordara alguna vez tener una idea muy alta de sí. No quiso jamás ser nada, ¿cómo saberlo?, se pregunta todavía perplejo. Él no es un mediocre; no puede ser que la vida esté llena de ellos. Billberto cree aún en la posibilidad de la armonía. Es un cuerpo largo y robusto, amenazante y veloz. En la secundaria lo llamaban Billy Jabalí y llegó a sentirse orgulloso y satisfecho. Fue por algo tan estúpido. Confinados se encontraban los niños y las niñas aunque invariablemente se separaban al tiempo del recreo. Ellos rudos, raudos, burdos, soeces, dominaban el terreno de juegos. La verdad no todos eran así, pero se sentían los reyes, los fuertes, los golpeadores. Pum, pum, ya daban con el puño cerrado, aprendieron bien del padre, del vecino cholo, del tío abusador, pam, en el suelo, y vaciarse a golpes sobre el torso del niño tumbado. La camisa café chocolatosa, roja, sucia, negra, mugre, tierra, del uniforme. De la boca le chorreaba baba y sangre, no a Billy Jabalí,

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anécdotas del motel lombard: billy jabalí

azucena hernández

al otro que lo mandó a chingar a su gorda madre. Era un deporte, el insulto, un pretexto infalible, en realidad no había nada con la mamá. Seguro, si se hubieran invitado a pelear solamente lo habrían hecho sin tanto rencor. La violencia entonces era espontánea. En ese contexto surgió la primera cicatriz que hizo Bill con un compás metálico, seminuevo. Le rajó la pierna, larga la escara sangrante en el muslo. Se dejó ir como un cerdo encajándole el diente filoso y concienzudo. Como en un acto de justicia, Billy el jabalí ya no era un nombre tan malo. Billy el jabalí puso al niño mamón en su lugar. Le rebajó la altivez de güerito creído. Suspendido. Larga charla en la dirección. La mamá de Bill lo abraza y lo deja estar sobre la gruesa alfombra café de la sala. Juega videojuegos. El aparato fue un regalo de su padre que vivía en Estados Unidos. Juega para no pensar en nada, en la vida de allá afuera, en la madre recostada en su habitación, en la herida de sangre que chorreaba de la pierna mugrosa del compañero. Es un SEGA. Son los colores brillantes y los gráficos y los mundos maravillosos que unos diseñadores japoneses crearon para él. No puede salir a jugar maquinitas porque está castigado. Piensa en que la vida es lo más insulso que Dios pudo haber creado. Siente la tristeza de haber hecho algo muy, muy malo. Pausa el aparato y una bolita azul vertiginosa queda detenida en el aire de un mundo de mármol, es el mundo que le resulta más triste de todos porque no lo formula pero siente lo helado y austero de la piedra, la imponencia de un castigo, la dureza del fuego. Se marcha a su cuarto y del closet saca un estuche de lápices que echa sobre la cama. Se acuesta y mira hacia la puerta abierta del guardarropa. Recuerda que recordó haberse escondido ahí nomás porque sí, porque era sano ocultarse en escondrijos para no ser hallado por nadie hasta que madre lo llamaba a comer. Elotitos cocidos con mantequilla, queso y chile en polvo. Se levanta mareado y con un áspero sabor de boca. En el refrigerador quedó una cerveza, prefiere dejarla para más tarde. Del lavabo toma agua directamente de la llave. Va al balcón y fuma un cigarro que acentúa su náusea. Traga saliva y mira al cielo. Ya no escucha a los otros huéspedes, sólo al viento suave y descorazonado. Comienza a sentirse mejor, aunque hubiera preferido sentirse capaz de aprovechar la luz de día, de hacer algo en el parque, de ir al cine o ir a ver a su madre.

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ELLIE IRABÚ

EL RELOJ DESEADO

L

uego de barrer la banqueta del restaurante “La penumbra” Horacio recibió su paga y contó el dinero. Una sonrisa iluminó su rostro y dijo en voz muy baja, hablando para él mismo “ahora sí puedo comprarlo”. Acto seguido emprendió la carrera hasta su casa para tomar la caja pequeña en la que guardaba el dinero, luego se dirigió al bazar y una vez ahí preguntó lleno de alegría – ¿Qué cree, Doña Mari? –y sin esperar respuesta continuó– Ya lo completo. –¿Ya completa qué? No me estará hablando del reloj, Horacio, es muy pronto para que ya tenga todo el dinero, si usted ni trabaja–. Doña Mari cortó la frase y luego dijo con pena –Bueno, si trabaja, pero… Horacio no la dejó continuar, sonrió, pero había en su talante un rastro de nostalgia –Si ya fueron casi 3 años, María, y de lo demás ni hablamos… pero . nos pongamos tristes, empiécele a contar. bueno, no Horacio puso la cajita sobre el mostrador y María hizo un gesto de fastidio, pero empezó a contar las monedas sucias, los billetes descuidados, los pesos, los tostones, billetes de veinte y hasta uno de doscientos. –¡Híjole, Horacio, faltan 13 pesos! Con una sonrisa pícara, Horacio metió la bolsa en la mano del pantalón y sacó un billete de veinte pesos, extendió la mano y se lo dio a María, quien puso cuidadosamente el dinero en la caja registradora: le entregó el cambio a Horacio, anotó la venta en un cuadernillo y con extrema cautela le entregó el reloj. Era un reloj de bolsillo, como aquellos que se volvieron populares durante la época porfiriana, tenía grabado en el frente un tren que recordaba los grandes avances que se lograron durante aquellos años. Horacio admiró por segundos, o minutos quizá, la perfección de su reloj. El tic tac acompasado, la brillantez, el tamaño, todo le parecía estupendo. Tenerlo entre las manos era justo como lo había imaginado, el reloj le daba una sensación de seguridad, de poder, por eso se irguió y se acomodo la ropa, miró con esperanza el horizonte mientras María hacía un gesto de extrañeza. Luego de momentos de cavilación, en la mirada de Horacio asomó el miedo, cambió su gesto por uno de preocupación y apretó el reloj en el puño derecho, parecía perturbado. De súbito cerró los ojos y al abrirlos soltó una carcajada.

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el reloj deseado

ellie irabú

–¿Qué es el tiempo, María? ¿Cómo medirlo? Ambas cuestiones parecen en un principio imposibles de responder porque queremos definir algo que nos define, ¿entiendes? Tú me ves así por como visto, y también por eso la gente me tiene compasión, pero en otro tiempo fui alguien grande, alguien sabio. Pero el tiempo cambia todo y ni si quiera podemos medirlo, medimos algunas de sus manifestaciones: el segundo, los años, las arrugas en la piel, el árbol crecido. Observa a la gente que pasa por aquí, todos van conscientes de las horas y los minutos restantes para llegar a cualquier otra parte. ¿Te das cuenta, .María? Éste . es el reloj que tanto he buscado, me permitirá manipular el tiempo a placer, no los fenómenos para medirlo, sino el tiempo en sí mismo. Pero es una responsabilidad tremenda porque el tiempo no es cualquier cosa, es otra dimensión: la dimensión que nos hace ser quienes somos... Continuó hablando mientras María lo observaba estupefacta y así, hablando, abandonó el bazar y siguió con su discurso dirigido a un interlocutor ausente. Caminó por la plaza de armas y comparó la hora que indicaba la catedral con la de su reloj, meneó la cabeza un par de veces, hizo varios gestos de desaprobación y continuó caminando, hablando ahora para sí sobre las maravillas del tiempo y la incapacidad del hombre para entender tan complicado concepto. –No tengo tiempo, no tengo tiempo, ¿y quién sí lo tiene, muchacho insolente? Como si pudiéramos apresarlo. El tiempo es un alma libre que corre y juega con nosotros… mi nueva posesión me permite detener el tiempo en cualquier instante, adelantarme, regresar. Podría ir y venir si fuera yo un imprudente e ignorante de las complicaciones. ¡Qué bello objeto! ¡Qué mecanismo tan exacto!

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el reloj deseado

ellie irabú

Al decir la última frase detuvo su andar y analizó sus posibilidades. La vida es una encrucijada de decisiones, una ínfima parte si la comparamos con el mundo de posibilidades que rechazamos al elegir. Horacio prefirió ir a casa y tumbarse en la cama para descansar. El tic tac de su reloj lo arrullaba y diluía todo pensamiento, se quedó dormido, aprisionando entre las manos su invaluable objeto. A la mañana siguiente se levantó y sin poner el menor interés en el aspecto de su cabello sucio o su barba desaliñada, salió a caminar. Una vez afuera comenzó a agitar el reloj, como si el sonido de las manecillas ya no lo convenciera, frotó con la faldilla de la camisa el reloj como para quitarle una mancha inoportuna, lo observó muy de cerca y tras un suspiro actuó como si todo estuviera en orden. Cuando llegó al mercado “Juárez”, Horacio lucía como cualquier citadino cansado de la semana, exceptuando por su manera de jugar con el reloj, nada en él llamaba la atención. Horacio iba distraído, silbando una tonada inventada y cantando de vez en cuando algún fragmento de cualquier canción que mencionara las horas, los días, las estaciones, la espera. Casi llegando a la salida, chocó con un joven de no más de 27 años, bien peinado y bien vestido, que también se dirigía a la salida. Horacio cayó al piso y el amable joven lo ayudo a levantarse, le preguntó que si estaba bien y siguió su camino. Horacio se quedó de pie muy pensativo y luego salió del mercado mientras decía “Qué joven tan amable, mira que tomarse la molestia de levantar a un viejo como yo en estos días en que todo es veloz, donde el tiempo es oro”. Al decir tiempo notó que ya no estaba jugando con la cadena del reloj, tocó el bolsillo de su camisa, revisó las bolsas del pantalón, se tocó todo el cuerpo desesperado, como si el reloj pudiera haberse escondido detrás de las orejas, en las corvas de las piernas o en la comisura de los labios. “¡Méndigo!” musitó y se echó a correr para alcanzar al joven con el que había chocado. Por fortuna lo alcanzó y pudo ver cómo el joven se guardaba en el pantalón el reloj que a él, Horacio, tanto le había costado. –Oiga joven, eso no se hace, devuélvame lo que es mío. –No sé de qué habla, señor. –Hablo precisamente del reloj que acaba de meterse a esa bolsa–, Horacio al ver la cara de inocencia fingida, cambió su tono a uno más agresivo, –Mire joven, va contra lo que me han enseñado y no es lo que yo acostumbro, pero usted se lo buscó. .

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el reloj deseado

ellie irabú

Horacio le dio al joven un puñetazo tan fuerte en la cara, que lo hizo tambalearse, luego le propinó una patada en la espinilla y le sacó el reloj con fiereza. Por desgracia para Horacio, desde la acera de enfrente, un par de policías observaba la escena y cuando vieron lo que el viejo había hecho, salieron corriendo tras él. Todo fue confuso: un tropezón, puñetazos, patadas, una mano gruesa que lo levantaba del suelo, el mundo giraba. Uno de los policías recuperó el reloj y se lo entregó al joven mientras el otro custodiaba a un Horacio aturdido. –Pero oficial, es mi reloj, yo… –¡Cállese, pinche viejo rata! Así son todos de mentirosos, ¡si yo lo acabo de ver! Horacio se preparaba para dar explicaciones, pero no pudo decir nada porque los dos policías lo estrujaron y se lo llevaron a la patrulla. Horacio cerró los ojos con fuerza cuando subió al auto. Los ruidos de la calle fueron desapareciendo poco a poco, hasta que Horacio quedó sumergido en un silencio absoluto. Cuando abrió los ojos se encontraba en una celda sucia y vacía. Analizó brevemente el sitio, se sentó en el rincón que le pareció más apropiado y sostuvo su cabeza con ambas manos, luego de un rato comenzó a mecerse mientras recitaba: –El primer reloj de bolsillo fue inventado en 1524 por Peter Henlein y se cree que pasada una hora había que darles cuerda para que siguieran funcionando. Un reloj es un mecanismo que sirve para medir el tiempo. La palabra tiempo proviene del latín tempus. La medición y el paso del tiempo dan lugar al principio de causalidad y nos permite establecer un pasado, un presente y un futuro. El tiempo no es un juguete, no es infinito ni inflexible, toma muchas formas y es la aceleración de nuestro metabolismo la que nos hace percibir rapidez o lentitud… Y lo repitió varias veces hasta quedarse dormido.

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1.34


HAIJIN

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1.35


INVIERNO YOSA BUSON

La luna del invierno: Un templo sin puerta, ¡Qué alto está el cielo!

En el claro de luna helado, Pequeñas piedras Crujen bajo los pies.

Zorras jugando Entre los narcisos; Una brillante noche de luna.

La llovizna invernal Empapa silenciosamente Las raíces del alcanforero.

La lluvia del invierno Nos muestra lo que hay ante nuestros ojos, Como si perteneciera al pasado.

Entrando con un remolino de nieve, "¡Una habitación para la noche!"' Y rinde su espada.


Alojamiento negado, Luces de una fila de casas Bajo la nieve.

Una rata se acerca Al aceite helado De la lámpara.

La tempestad del invierno Arrastra pequeñas piedras Contra la campana del templo.

La tormenta de invierno, La voz del agua impetuosa, Desgarrada por las rocas.

Un viento glacial: De pronto el caballo tropieza En el camino de vuelta a casa.

Arrastradas desde el oeste, Las hojas caídas se amontonan En el este.


GRAFÍA

LUCERO BALCÁZAR

Título: Rosa Montero

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Dibujo: Técnica Mixta.

Noviembre de 2007

1.38


POEMARIO

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1.39


JORGE ANTONIO VILLALOBOS MARTÍNEZ

ELEGÍA Todo ángel es terrible Rainer María Rilke

A fuerza de buscar en la luz y no encontrar a nadie más que nuestra propia sombra — a quien rapta la noche una vez que surge del vientre de la tierra — nos supimos solos en la estepa oscura

lunar territorio de lo terrible. Y el miedo instaló sus laberintos y pasadizos donde abandonados de nuestra sombra a tientas la buscamos mientras ella en su sombra nos alberga. Creímos que la oscuridad era la sombra de dios cuando nos da la espalda o que nuestras sombras se unían en un coro de tiniebla y silencio para dejarnos libres y ser amantes o asesinos. Decidimos herir la negritud con el fuego

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1.40


elegía

jorge antonio villalobos martínez

y bajar al inframundo para traer al sol por siempre pero descubrimos que es nuestra casa quien cada madrugada vuelve el rostro hacia el profundo rastro del firmamento. Nuevamente nos supimos solos parados sobre nuestras sombras ahora ángeles marchitos. Todo ángel es terrible porque no fue sino una imagen que nos devora como a un Narciso por el eco maldecido. ¿Quién sino los espejos y quienes en ellos moran nos escuchará llamar a nuestras sombras?

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1.41


IV

jorge antonio villalobos martínez

IV

Si no llega la lluvia en esta noche si no surgen los sapos de la tierra como muertos que afloran de sus tumbas si la hierba no avanza sobre el páramo se habrán desmoronado mis palabras y se descarapelará mi lengua pues solo la tormenta es capaz de cicatrizar el árido remanso donde vivo, de arderme con sus aguas. No me basta la sombra del oasis ni el tranquilo murmullo de su poza. Necesito la grieta del relámpago que desmiembra al silencio en sus colores.

Sacian su sed de sol las lagartijas.

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1.42


GERARDO CÁRDENAS ROBLES

LÁMPARA DE SUEÑO

En nuestra esquela habrán de quedar en una muerte de aves los silenciosos huecos del mármol porque el tiempo se llama como un color que alguien se arranca de las uñas y hay una soledad que aprendió a dar vueltas. Son los declives que toman espacio adentro del sol; y es una goma de mascar entornada en los ojos y es un desvelo que tiende a romper cada hueso que antes haya sido madera. No hay una palabra que saque los leones de su tumba y no hay

rojo más rojo que el de una palabra dicha correctamente.

El secreto del mundo es agua en los pétalos de una quinta estrella. El secreto es la mentira de que algo exista. Sólo se trata de dormir en el fuego líquido de la corona de la cohesión del constar las oquedades disueltas con timidez debajo de un dios que se trepa a los nardos.

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1.43


lumbrera

gerardo cárdenas

LUMBRERA

No te escudes en la noche de tus palabras. Hay una luz que te llama a tomar en brazos cada silencio que se cometa en voz alta y con el rostro descubierto. ¡Que vuelva la repartición de los abrigos de la tierra! ¡Que duerman las aves en un cuerpo de llamas antepuestas a su vuelo de corazones metálicos! El primer botón sólo apaga la neblina cascabeleante de los poros [la piel de la piel]. Alguien más diría que es púrpura el pestañear de los dedos pero hay dos soledades que no tienen mitad y a veces andan por ahí cansando al viento de tantos silbidos. Un silencioso caminar de sirenas llega rebajando los anaqueles de esta ceremonia y su nombre se adorna con alguna música devorada en el hueso primero de las palmeras. Allá en la montaña tienen lluvia de azúcar. Allá viven los que han cerrado la boca del corazón y el templo de la mente.

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1.44


CONTEMPLACIÓN DE LOS METALES

SINAE DASEIN

Donde la noche se detiene, un ángel se arroja al vacío. José Carlos Becerra

Esta noche de lluvia, el silencio se empoza para pudrirse en el reflejo de la página. La carne coquetea con el Leteo. Es en esta hora que las hormigas adquieren su verdadero valor metálico, atraídas por el brío de la carne, una y otra vez por la putrefacción de las imágenes. Sonámbulas, deslizan sus lomos sobre el alambre, trapecistas sobre el lomo del abismo. Hormigas y alambre se arrojan al vacío.

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1.45


*

sinae dasein

* A Ofelia Quedas viva inmune caminando todavía entre los muertos Homero Aridjis Toco las cuerdas que definen tu silencio el invierno caía sobre nosotros un pedazo de noche latía entre tus manos todo lo oscuro fue más sombra más sombra tu cabello que golpea los pliegues de esta noche hirviendo adentrándose en aquella canción que tanto amabas y que ahora duerme entre las grietas de tus pestañas humedecidas por el vaho de las manzanas que se pudren sobre tu pecho

Soñar con el polvo es ver tu rostro inclinarse sobre las aguas el fuego de tu sombra quebrar los andamios de la noche iluminando las cabezas que mi padre separaba de tus fotografías una tras otra derramándose como soles que se escurren entre las viñas una tras otra el sexo de tus rosas mutilando el cauce de los ríos muda grafía mudo tu cuello danzando sobre la corriente de los muertos ahí están tus dominios ahí los cuchillos que siguen de pie sobre tus mejillas la horrenda quemadura de las amapolas al morder esas lágrimas de hierro largas torres donde Tiresias extrae la lengua de las estrellas

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1.46


*

sinae dasein

Ahí están tus dominios caminas entre los muertos arrojando cerezas como soles coléricos tu templo de huesos de amatista que flota sobre las arenas sobre las bocas como fresas volcánicas sobre los mares que arrojan a tus pies sedas embozadas de rubíes y manzanas en la mañana verde en la noche purpura cuando un ejército de corceles de plata negra cabalgue con los hocicos cargados de cráneos diré tu nombre: negras constelaciones de aves destrozaran mi lengua negra hierba del alba crecerá sobre mi corazón como una Babel de hielo

mi cabeza trémula como una

orquídea entre tus manos salpicará oscuridad sobre los muertos

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RENÉ ALBERTO VERA CONTRERAS

MI OTRO CUERPO ES EL SILENCIO

Mi otro cuerpo es el silencio miro sus tardes de polvo descubriendo rostros de tumba, transparencias que saturan el vacío, la mitad del alba.

Cadáver perfecto borro las huellas de la caída, para no dejar entrañas en los balcones.

Construye con perfume un pájaro dorado, y cubre sus alas con cera para ser descubierto por el sol.

Promesa para dejar el laberinto, formado de roca y espanto.

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1.48


mi otro cuerpo es el silencio

rené alberto vera contreras

Mi otro cuerpo es el silencio he perdido mi sombra.

Sonido pretérito de los años adivino algún reloj sonámbulo en la acera, un cuerpo sublimado en el alma

zozobro, aunado al silencio, en la palabra desierta.

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1.49


ERNESTO RODRÍGUEZ

COLECCIONISTA GASTRONÓMICO

Discretamente, como haría cualquier mirada, asciende a través de las piernas, se contrae y se alarga para avanzar, deja su rastro entre la carne cruda, como marcando el territorio, y su lentitud evidencia un festín, gradual, propiciatoria ceremonia. Pero lo que importa es este cuerpo pronto saqueado por otros moradores, no las ceremonias, pues el tiempo va quedando atrás, nunca el caracol.

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1.50


naturaleza muerta - muere la falena

ernesto rodríguez

NATURALEZA MUERTA

Reluciente bajo el sol como la espuma el cuchillo abre su paso entre la carne: vaciará las entrañas, verterá al mar la sangre. Pudo suceder el convertirse en mano, en mano de carnicero que no duda, pero los cuchillos no poseen manos, no conocen nombres.

MUERE LA FALENA

No asciende ni resucita, emerge en un abismo en torno al cuerpo: puede verse el ahogo, el suspiro, los alfileres que secarán las alas. En terciopelo tus ramas, mis ansias.

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1.51


LUCERO BALCÁZAR

ERÓSTRATA

Tomaré las calles e iré gritando poesía Ser poeta es ser cirquera con leones dentro del estómago rugiendo y cascos de caballos en el cerebro y elefantes en la piel y focas-musas aplaudientes a nuestro oficio de fuego Aún así planeo escaparme de mí y de tanto disfraz de snobs y ya libre sin lona ni aserrín me iré gritando mi oficio rojo de pastora del fuego

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1.52


DAVID GUERRERO

PENSAMIENTO AUTOMÁTICO

Ecuánime repta las horas el distinguido enemigo, en un clic y clac se despiertan los instintos. La fecha acordada el bulto cerca del ombligo 9mm y un automático pensamiento cacha de segundos el instante perplejo párpados alinean el meridiano los mil infiernos un tercer ojo de gracia la condena resuelta sin saber queda volando a medio sueño.

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1.53


LUIS ALBERTO G. SÁNCHEZ

NOSTALGIA DE LA CIUDAD Dijiste: “Iré a otra ciudad, iré a otro mar. Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta. Todo esfuerzo mío es una condena escrita; y está mi corazón - como un cadáver – sepultado…” Constantino Cavafis

Me dirijo hacia el punto más cercano de la ciudad. Sintiéndome ligero dejo que el viento sea quien me lleve a donde le plazca que él sea mi mentor durante este camino hacia alguna parte. Dejo todo en casa y salgo de ella sólo con mis vestimentas con el alma enteramente desnuda esperando encontrar algo en el camino. Abro mis ojos a todas las posibilidades

y no me acuno al devenir de un destino por demás equivoco; ya no me desalienta un futuro: temo el presente. Un presente imperfecto que no me ha servido para nada un ahora que no pudo transformarse en la historia de mis manos un aquí simplista, monótono, etéreo sin nada más que fondo negro, inconcebible y falto de realismo. Mis ojos, aun así, son las puertas [¿hacia dónde?] si los abro frente a mí se dibuja una ciudad que lentamente es destruida. En cada parpadeo el todo y sus partes se desparraman en quién sabe qué cosas pero sufren y al igual que yo somos testigos, videntes de un presente no cabiendo por ningún lado. Pero me siento feliz caminando a través de la ciudad.

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1.54


nostalgia de la ciudad

luis alberto g sánchez

Observo a toda aquella gente delineando su trayecto tal vez a casa, al trabajo o hacia alguna calle donde esperan encontrarse con ese algo aguardándolos impacientemente. Padres de familia, empleados de planta, empresarios autónomos, estudiantes, mendigos o suicidas los veo y los siento parte de mí: yo padre de familia [sin familia] yo empleado atado a un escritorio de una empresa privada o pública yo empresario o estudiante imberbe yo suicida aborigen, cuyos destinos son ir al mismo trayecto de los sueños porque sus sueños son dirigidos a mí.

Ciudad de mi infancia: yo no soy un melindroso dulce y afectuoso; soy quien pisó tu suelo y que por fuerza mayor tuvo que dejarte. Yo el graduado, el hermano, el hijo honroso, el nieto volviendo cada temporada a casa el amigo estimado y el amante ingenuo. Vengo hacia ti como si de pronto sintiera una atracción extraña: cada átomo de mi sangre es invocado, porque de ti fui formado de tierra, de aire, de sentimentalismos carnales. Aquí vi nacer a mis hermanos y, tal vez, vea morir a mis padres.

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1.55


nostalgia de la ciudad

luis alberto g sánchez

Conocí a tantos amigos amé, maldije dediqué mis primeros poemas [y los maldije]. No fuiste basta para que yo pudiera atarme como ellos. Puse mi esperanza en otras latitudes y viré mi futuro hacia un mar que habría de mostrarme tu mismo cielo real, inalcanzable y triste. Aun así dejé la casa lanzándome como un pez contra el precipicio. Despotriqué aquella suerte que no habría de obtener ni en tus brazos ni en los brazos de nadie. Yo sería el transeúnte yendo de aquí a allá no planeando su futuro: esperando, esperando y esperando a que la moneda pudiera mostrarme un distinto rostro. Añoré ser para mí una ruleta para golpear de suerte a quien la merece… proveerme de suerte porque yo la merecía.

Yo lo supe. Siempre lo supe y aun así dejé la casa. No merecía. Nunca lo tuve. Nunca fui.

Y ahora toda la juventud se me viene encima y de pronto me siento viejo. Cansado. Comparándome con el vecino yaciendo a la puerta de casa ya sin ninguna añoranza más que la de esperar su muerte.

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1.56


nostalgia de la ciudad

luis alberto g sánchez

Me siento triste, tan realmente triste de pronto como él que si esperase algo del mundo preferiría ya no esperar nada del mundo. Lo que espero de mí, solamente, es la individualidad. Así el mundo seguirá su curso, el reloj marcará la hora y los árboles van a desprender sus hojas en alguna estación del año. Unas caerán y otras serán movidas hacia otros campos pero tarde o temprano caerán; en todo esto reside la existencia. Sin embargo, transito la ciudad no importándome cuántas veces he dirigido la vista al mismo espacio: cada vez lo percibo diferente. Ella es tan distinta a ella que yo prefiero recorrerla, andar la vida vendado para que no me duela ella ni su gente. Temo enfrentarme con el espejismo de mi propia imagen con la igual insistencia de existir y pensar que sigo existiendo. Empero prefiero recorrerla siendo guiado por sus pasos quienes no habrán de llevarme devuelta a casa. Temo regresar a casa. Entre sus cuatro paredes y dos plataformas, todo es Vacío.

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MOISÉS GARCÍA

Tu conciencia de mí, me arde al otro palmo de lo que no voy a anunciar: El balcón y las miradas canjeables y luego el chapoteo viscoso Resbalaría si fuera en otra dermis en el supuesto de la verdad desde esa tierra donde te formo: Pestañitas aleteando boca y manos ventilando el mal humor una puerta azotándose tu diluvio tu yo antes mío que desgaja mi reflejo en el sofá Mis pasos lejos para tu salud Ahora que nada es.

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cruzó el umbral en un silencio a muerte

moisés garcía

Cruzó el umbral en un silencio a muerte trajo vértebras de trapo dientes blancos para hacerme reír agua de otro manantial Y el velo telaraña fría de lo que nunca pasó cardenal huyendo de la luz… Ya cortada la porción que nos unía hasta los huesos.

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MANUEL IRIS

DECIR LO AJENO Somos los hombres sin nieve nacidos entre tormentas caniculares, con las casas abiertas de par en par y las retinas contraídas frente al motín incesante de los colores. Eugenio Montejo I No es mía la blancura que hay fuera de la página.

Acostumbrado al mar, no puedo comprender ese cristal que vuelve al árbol reverente,. que torna delicada su genuflexión glaciar.

El suelo me encandila, y sin embargo voy dejando huella sobre una luz que observo con ojos asombrados.

Hoy mienten los caminos. Finge su aliento el agua detenida que va quedando allí sobre lo níveo que —parece— lo soporta todo y en verdad, como cualquier belleza todo absorbe y consume:

Hoy no he podido doblegar a la blancura. salvo el crepúsculo septiembre - diciembre 2012 - No.1

1.60


decir lo ageno

manuel iris

II …ni escribir la transparencia. Mis herramientas no han podido comprender el árbol de cristal, su sombra que es de luz ni su capacidad de sepultarme en hermosura, de lapidarme en su fragilidad.

III Alma tranquila, horma, dura vena, molde interior de la escultura de sí mismo el árbol sigue allí,

gotea.

Se va tornando cada vez más árbol.

Todo nos dice que la eternidad se acaba y el silencio sigue allí, [Salto de línea automático] cayendo. Cincinnati, OH Enero del 2009

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mirándola dormir

manuel iris

MIRÁNDOLA DORMIR He leído en tu oreja que la recta no existe. Gilberto Owen

Como esta voz, mi lengua busca el laberinto de tu oreja y yo te escribo y sé muy bien que hay algo —hay un lugar— más bello que tu vientre aunque jamás lo he visto. En cambio se revelan —entrega de la espuma, oseznos de la luz— tus pies de pan de dulce. Y no saber el cómo apareciste, no haber vivido en el momento que tu espalda fue la rosa, abierta luz de lo que significas. Afuera escucho algo. Afuera del poema algo te dice un canto más hermoso que la piel pero también más vivo: una caricia: lengua bajo lengua, sonido bajo letra en acto de buscarte. ¿En qué momento me has atravesado? ¿Cuándo tu luz—incendio, llamarada—se clavó en mi pecho? Hoy puedo hacer un verso en que no mueras nunca. Un cáliz, un jarrón, un algo que contenga vino enloquecido, danza, fruta lenta carne en movimiento para entrar en otra carne. Creyente de tu forma, en mi oración he decidido no ceder al verbo de tu ombligo, a la floresta del verano en tus pezones, a todos tus aromas. Hoy no quiero morir: No quiero ver el río que se duerme en tus muñecas. No quiero andar la forma en que te extiendes de tu piel hasta la piel de todo lo que existe. Árbol de mí, estoy llegando a tu región más fértil. salvo el crepúsculo septiembre - diciembre 2012 - No.1

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LYDIA ZÁRATE

AUTORRE - TEATRO II

Naces de la derrota de las luces, aprisionando mansamente escenarios mustios de un alguien desmedido que persiste en tu imagen, en tu piel sin ti. Eres la denuncia taciturna de tu investidura de ceniza. Sigues estallando en las manos del tiempo con tus ojos incendiarios, con tu vocación de mina insomne. Eres el caos de la ternura. La noche guarece su fauna melancólica en tu follaje doliente. Regresas con tu lluvia, a poblar el invierno de algún retrato.

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materia dispuesta

lydia zárate

MATERIA DISPUESTA

Mis manos siguen goteando en el baño (memorias que manifiestan sus voces como habitantes desprendiéndose hacia este lado del mundo). Para erigir los días visto de aprendiz, de menesterosa aspirante a un nombre. O repaso abismada las inconsistencias del vértigo apilando fantasmas, consumiendo segundos. Busco la forma de aglutinarme, de pasarme desapercibida en los días que faltan para atraparte entre mis lindes crecidas y las paredes de junio. Otra vez llego tarde a la cita con mi rostro. Sigo acechando las pertenencias de los gatos, las presencias que se elevan de las sombras como hogueras, la albura escanciada, el vaso tendido de la luna. Leo tu horóscopo todos los días para saber de ti. Recupero los peces del tiempo de mi boca. Me hago un paradero en el vientre para las distancias de tu oficio ingrávido. Y dispongo a tu azul instilante mi peligro de mansa superficie.

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RAMÓN IVÁN SUÁREZ CAAMAL

GLIFO

En su raíz materna mi apellido proviene de la ceiba, de la muerte: Caamal, Kimil: el doble. De tal suerte que soy cuanto no soy y no lo olvido.

Mi rostro es el estuco; mi latido, la víbora de cascabel inerte que su veneno en los añiles vierte. No hay guerra y sí la hay, pues dividido

estoy entre dos soles desiguales. Los ojos claros de feroz mirada, la profecía que nos trajo males;

la cruz que, vista bien, es una espada; la lengua que olvidé, las inmortales raíces de mi sangre recobrada.

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a las entrañas del reloj

ramón iván suárez caamal

A LAS ENTRAÑAS DEL RELOJ

A las entrañas del reloj entrego días perdidos, los que aún respiran; a sus dentados círculos que giran fijos en otros círculos de fuego.

Máquina cruel, ingenio detestable, en tu péndulo miro la guadaña: las doce cifras de tu telaraña indican el momento inexorable.

Caen las hojas, resplandece el hielo, cesó la cuenta de tu mecanismo, la niebla cubre el mundo con su velo.

O es el reloj que late en uno mismo el que se apaga, lejos ya el anhelo por desafiar las aguas del abismo.

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adivinaste tu epitao

ramón iván suárez caamal

ADIVINASTE TU EPITAFIO *

Adivinaste pronto tu epitafio, el que pondrán después en el granito. No será el que engendraste con un mito sino el que corresponda para el zafio.

Dos fechas y una cita mal copiada de alguno de tus libros, más el falso elogio. Pareciera que el cadalso te toca y no la muerte reposada.

Tanta gloria buscaste con fingida humildad. Hoy tienes lo que mereces: tus ángeles de yeso, la podrida

corona de laurel, las turbias heces de los borrachos que festejan nada. ¡Búrlate con sonora carcajada!

*Los tres poemas presentados, pertenecen a un libro de sonetos (todavía sin nombre) de pronta publicación.

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CARLOS SANTIBÁÑEZ ANDONEGUI

ALTATA

Otro es mi corazón y no lo entiendo. Ahoga entre sus voces, la voz del infinito, de lo eterno, y aquello que se escucha en el infierno acerca de los dioses. ¡Mi pobre corazón! Tanto ha latido, en medio del recuerdo del olvido que es otro; el verdadero se ha caído hace un momento en un saludo ingenuo que diera en el Palacio de Gobierno. Estando aquí, frente al mañana incierto, yo con mi nuevo corazón podría encomendarle a un pescador, el viejo, tal vez lo encontraría; pues si lo encuentra al terminar el día que abra su almeja y lo convide al puerto. Almeja negra, el corazón devuelvo, de boca en boca cedo mi alegría. Le doy al mundo mi ilusión. No he muerto. Porque es del mundo la ilusión. No mía. Cosas del corazón y su secreto… Pueblo de pescadores, te pregunto, en esta tarde que devora al día: Mi viejo corazón ¿a qué sabía?

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altata

carlos santibáñez andonegui

A mar abierto, a lo que saben tantos, a fuego, a viento, a tierra y a alegría. Con el ritual de envejecer me abrumo más allá de las olas y los cantos. Entonces veo que en este barrio de humo, ¡lo mismo pasa a todos, lo temía! Hacia el atardecer, con cada uno, su viejo corazón, rompe un tabú. Muere al morir el sol, cambia por uno que trae menos amor, y menos luz. Se pierde un corazón por cada día. A quien se va, la noche lo hace presa: De corazones trae todo un alud y el mar los ejecuta en una treta. Todos mudamos, el corazón de pronto cambiamos en la playa indiscreta. ¡Ah nuestro viejo faraón! Brindamos, Por el latido en puerta, la noche bebe a su salud. Zarpamos, el alma en vela es presa de sobresaltos… La tarde pide un ataúd Y el crepúsculo expresa Su parecer violeta Sobre los barcos

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PROUD BEANER

SENSUALIDAD

Tristeza es una palabra sensual embriaga las plumas de los poetas, deambula por esbozos de poemas seduciendo versos, como una prostituta, por las calles en la noche, en cambio, sensual es una palabra triste, nubla las páginas vacías, espera sigilosa entre palabras rayadas para desplegar una soga al cuello como una musa fungiendo de verdugo.

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JHON MCLIBERTY

CALLES SIN INFANCIA (Inspirado en las calles del “Parían” de Cancún, Quintana Roo).

En esta ciudadela burda, personas caminan en un inframundo, leprosas almas se esconden en suburbios donde Dios no respira. El alcohol es mortaja que deja cadáveres aún latiendo en callejones. Gritos de impotencia se ahogan en los rostros heridos que el silencio se encarga de cicatrizar. Algarabía de voces famélicas se pierden en el bálsamo de la muerte blanca. Todos satisfacen su carne en esta urbe, los burdeles son como escuelas…. No hay tiempo para jugar: las manecillas del reloj desangran el pensamiento. En cada esquina se pierde la infancia.

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LA MATRIOSKA

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LITERATURA JULIO TORRI

El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores. La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.


ARTÍCULO

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William Burroughs, un visionario pesimista.

MIGUEL ÁNGEL MEZA ROBLES

“Ciudades de la noche roja” (Bruguera, 1981), de William Burroughs (19914-1997) —legendario pilar de la generación beat—, es una perturbadora novela. No es una lectura solo placentera y divertida o exclusivamente enojosa. En todo caso es una lectura incómoda. Esas páginas punzan positivamente la conciencia y obligan a uno a comprometerse, a aventurarse en el acto de leer una obra difícil, compleja y reveladora, pero también en cierta forma alucinante y repulsiva. Burroughs traslada a la ficción sus experiencias dentro del mundo de las drogas y sus experimentos formales dentro de la literatura, y transgrede todo convencionalismo. Si en su momento su novela Almuerzo desnudo fue detenida por los editores debido a su crudo y agresivo lenguaje, hoy podemos decir que estas características —no sujetas ya a ningún tipo de censura— aún ponen a prueba nuestra experiencia como lectores. Abiertamente homosexual, adicto a la heroína durante quince años, leyenda viva, y tal vez el único poeta maldito que aún vivía, el humor típicamente norteamericano de Burroughs, simple y plano, resulta a veces ajeno a nuestra idiosincrasia. Puede resultar cargante por repetitivo. Sin embargo, esta reiteración no es una falla en nuestro autor: es una alegoría de nuestras sociedades modernas. El universo caótico del autor de Junkie es sumamente desconcertante. Lo es, porque adivinamos su trasfondo de realidad. Es un universo poblado por enfermos y desenfrenados, intoxicados

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De izquierda a derecha: Allen Ginsberg, William Burroughs y Philip Whalen, en Boulder, Colorado, probablemente en 1974, año en que se funda el Instituto Naropa. Fotografía por. Rachel Homer.

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por varios tipos de drogas, desde la morfina, el opio y la marihuana, hasta la frivolidad y los enajenantes lugares comunes de la vida moderna. Son seres dominados por la violencia sexual, el culto a lo grotesco y lo absurdo, de lo cual la novela resulta una implacable denuncia. Desde este punto de vista, la obra de Burroughs es válida por lo que respecta a su cruda sátira del capitalismo de empresa, salvaje y deshumanizado, y por su absoluto desprecio a todo tipo de ideologías. Es, así, una parodia exacta de muchos aspectos del mundo contemporáneo, específicamente del estadounidense. William Burroughs, quien falleció el 2 de agosto de 1997, fue uno de los escritores con más fuerza en este siglo. Figura de culto de la generación beat, su ruptura con el estilo tradicional de narrar tiene las audacias de Gertrude Stein y James Joyce, autores con los que está en deuda. Los experimentos multiespaciales y atemporales, el traslado de la acción en el tiempo sin ninguna explicación o referencia, sus monólogos interiores, desquiciados y dadaístas, su de-significación de la frase, sus descripciones surrealistas y el empleo de la técnica denominada por él “fragmentación o cortado” (cut up) y “plegado” (fold in) hacen de la lectura de esta novela un viaje literario pasmoso pero ingrato. Entrar en el ámbito del Almuerzo desnudo, Nova Express o estas Ciudades Escena de Naked Lunch (1991), dirigida por David Cronenberg, basada en la novela homónima de William S. Burroughs. de la noche roja —libros fascinantes y estremecedores, sobre todo el primero— es a ratos atosigante. Por ejemplo,

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artículo: William Burroughs

miguel ángel meza

en Ciudades de la noche roja la muestra continua de violencia erótica tiene como centro la identificación entre clímax sexual y espasmo de muerte. Para los personajes de Burroughs, la eyaculación ideal es el orgasmo póstumo de un ahorcado. La descripción de un mundo que se droga permanentemente parece evidenciar la desesperación por encontrar salidas hacia la subsistencia espiritual como una forma de evadir el malestar en la cultura y eludir a la vez la convivencia manipulada y la socialización dirigida, presentes en la sociedad norteamericana actual. La homosexualidad masculina explícita y promiscua no oculta el odio hacia los genitales femeninos (sólo hay en alguna parte de este libro un leve esbozo de relación heterosexual) y sí en cambio exhibe un culto fálico dominado por rituales de gigantismo y extravagancia. La omnipresencia de un poder totalitario e irracional (expresado en cualesquiera de sus tiranías: médica, psiquiátrica, política, científica, religiosa y policíaca) se manifiesta como una fuerza ciega que domina y condiciona nuestros actos y hace inútil todo intento de rebelión y pueril toda creencia en alguna utopía libertaria. En suma, estos son algunos de los temas que desvelaron a este autor, centro excéntrico de una generación que golpeó la conciencia de su tiempo, y determinan su estado de ánimo subyugado por la conciencia de la muerte de Dios, la desesperanza irónica en los poderes tecnológicos y un nihilismo espectacular.

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AUTORES

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BALCÁZAR MATA, LUCERO: México D.F. Poeta, editora, periodista cultural y pintora. Diplomada como Promotora Cultural, Ministerio de Cultura de la República de Cuba (2003-07). Ha publicado los libros: María Luciérnaga (Editorial Alas de Libro, México, 1997), Semillas para la Ciudad (Editorial Alas de Libro, México, 1997), Piel de Poema (Letras Lúdicas, México D.F., 2002), Amores Carniceros (Ediciones Clandestinas, Estado de México, 2003), Mi Caníbal Poeta (Metáforas Prohibidas, Estado de México, 2004), Fauno Negro (La Huella de Lorca en Santiago, Santiago de Cuba, 2005), El Loco (Editorial Fridaura, México D.F., 2006), entre otros. BEANER, PROUD: Licenciado en Matemáticas por la Universidad Autónom a de Yucatán. Pretende buscar inspiración donde no la hay. CAMPOS ARTEAGA, RAFFERTY: México D.F. 1988. Ha participado en talleres de creación literaria. Actualmente está en proceso de publicación una antología de Edgar Allan Poe; de la revista Clarimonda. Donde participa. CÁRDENAS ROBLES, GERARDO: Cuauhtémoc, Chihuahua. 1991. Actualmente cursa la carrera de Letras Españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Entre sus publicaciones personales cuenta con los poemarios El silencio de las cosas, (Tintanueva Ediciones) y Mediaciones (Editado por Latin Heritage Foundation). Así también, con la participación con obra poética en las revistas: Rawr (México), Poetas del cinco (Santiago de Chile), Alquitrave (Colombia), entre otras. Entre sus publicaciones de manera colectiva participó en un libro de ensayos especializados editado por la Universidad Autónoma de Chihuahua con el trabajo "Poesía: nacer del oxímoron". DASEIN, SINAE: México D.F. Ha asistido a diferentes talleres de poesía y creatividad literaria. Colaborador del movimiento "Red de la palabra aurea", realizando lecturas de poesía y esténsiles. Reside actualmente en la ciudad de Cancún, Quintana Roo. Prepara su primer volumen de poesía. FERREYRA, DIANA: Morelia, Michoacán, 1990. Estudiante de Licenciatura en la Escuela de Lengua y Literatura Hispánicas. Ha ganado diversos premios en cuento y poesía. Textos suyos han sido recogidos en diversas antologías como Recuentos urbanos y Entre gozos y rebozos: nostalgias del campo, de las compiladoras Susana ArroyoFurphy y Herlinda Dabbah Mustri. Participó en el curso de sintaxis oral, estructura de la información y cognición, impartido por el doctor Daniel Jacob de la Universidad de Friburgo, Alemania; y en el Seminario de Creación Literaria auspiciado por la Secretaría de Cultura de Michoacán, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Colectivo Paracaídas. G. SÁNCHEZ, LUIS ALBERTO: Axochiapan, Morelos 1985. Ha asistido a diferentes talleres de poesía y creatividad literaria. Colaborador del movimiento "Red de la palabra aurea", realizando lecturas de poesía y esténsiles. Reside actualmente en la ciudad de Cancún, Quintana Roo. Prepara su primer volumen de poesía. GARCÍA HERNÁNDEZ, MOISÉS: Tabasco, 1989. Estudia filosofía en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ha publicado en las revistas Filos y Punto en línea. Obtuvo una primera mención honorífica en el concurso 42 de la revista Punto de Partida en el 2011, en la categoría de cuento, y una mención en el III Concurso Estatal de Cuento Eduardo Ruiz de Michoacán. Actualmente prepara su primer volumen de cuentos.

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GUERRERO SALAZAR, DAVID: México, D.F. 1982. Poeta novel. Asiste al taller de Creación Poética del Instituto de la Cultura y las Artes. Reside actualmente en la ciudad de Cancún, Quintana Roo. HERNÁNDEZ, AZUCENA: Ciudad Juárez, Chihuahua 1984. Estudió la licenciatura en Literatura Hispanomexicana en la UACJ. Obtuvo la maestría en literatura hispanoamericana en UTEP. Se ha desempeñado como docente del español y editora del consejo de redacción de la Revista RLMC. Ha publicado diversos textos en revistas literarias y académicas de México y Estados Unidos. Actualmente vive en California, Estados Unidos, y trabaja en un libro sobre cuentos Migrantes. HERRERA BAUTISTA, ELSA: Puebla, Puebla 1976. Licenciada en Sociología. Se autodefine como una escritora en defensa propia. ELLIE IRABÚ: Saltillo, Coahuila 1990. Estudiante de octavo semestre en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila. Editora de la revista estudiantil Portavoz, promotora cultural de la misma institución y coordinadora del proyecto universitario Café literario Aleph. Obtuvo mención honorífica en el concurso Corta historia de amor 2012 de la UA deC. Ha publicado poema, cuento, reportaje, ensayo y artículo de opinión en la Revista Portavoz y ha participado en diversas lecturas en atril organizadas por la Facultad de Ciencias de la Comunicación. IRIS, MANUEL: México, 1983. Licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán (premio al mérito académico), y Master of Arts in Spanish por la New Mexico State University. Obtuvo segundo lugar en el Premio Nacional de Poesía "Rosario Castellanos" (2003), y Premio Nacional de Poesia "Merida" (2009). Becario del programa CONACULTA-PACMYC (2002-2003), y becario de la fundacion Taft (Taft Graduate Enrichment Award), en el 2009. Es autor de los libros "Versos robados y otros juegos" (PACMYC-CONACULTA 2004, UADY 2006), y "Cuaderno de los sueños" (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2009). Ha publicado poesía, ensayo y traducción de poesía en diversas revistas de México y otros países. Actualmente es candidato a doctor en Lenguas Romances por la University of Cincinnati (EEUU). MCLIBERTY, JHON: Chetumal, Quintana Roo, 1987. Estudió pedagogía. Asistente de talleres de fomento a la lectura. Ha participado en recitales poéticos, conductor de las tertulias poéticas, y ha realizado propuestas teatrales poéticas como el Otro Popol Vuh dentro del Encuentro de Pueblos Mayas 2012, en Cancún Quintana Roo donde actualmente reside. RODRÍGUEZ, ERNESTO: León, Guanajuato, 1983. Poeta y fotógrafo. Estudió Letras Españolas en la ciudad de Guanajuato. Autor de los poemarios inéditos: La Ciudad Ajena, Jardines Interiores y Lucerna. Entre sus exposiciones fotográficas cuenta con: Cuando van a cortarte el cuello, De qué sirve preocuparse por la barba: mensaje para Mr. Roderick Usher. Ha publicado poemas y fotografías en revistas nacionales como Papeles de la Mancuspia, Balbuceo, Cáfila o Dédalo. Además es promotor cultural, co-creador y co-curador del espacio de artista Bikini Wax de la ciudad de León Guanajuato. SAMPERIO, GUILLERMO: México D.F. 1948. Narrador, ensayista y promotor cultural. Entre su obra cuentística se encuentra“Gente de la Ciudad” (FCE, 1985 y con varias reediciones), “Cualquier día sábado” (INBA/Editorial Nueva Imagen, 1974/1994), y “Cuando el tacto toma la palabra” (Cuentos 1974-1994, FCE, 1999), entre tros.

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SANTIBAÑEZ ANDONEGUI, CARLOS: México D.F. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM y más tarde la carrera de Derecho. Co-fundador del grupo editorial Liberta Sumaria y Nautilium. Ha publicado: Para decir buen provecho (Liberta Sumaria, 1978), Llega el día, vuelven los brindis (Col. Libros del Fakir, Editorial Oasis, 1984), Fiestemas (Punto de Partida UNAM, 1986), Glorias del Eje Central (Nautilium, 1993), Con Luz en persona (Eds. Mixcóatl, 1999), Ofrezca un libro de piel (Eds. Coyoacán, 2005). Antologado en: Asamblea de Poetas por Gabriel Zaid (Siglo XXI Editores), Palabra Nueva por Sandro Cohen (Ed. Premiá), 500 años de poesía en el valle de México (Ed. Extemporáneos), Poesía Erótica Mexicana por Enrique Jaramillo Levi (Ed. Domés). Lo acogen también: La región menos transparente por Héctor Carreto (Ed. Colibrí), Puerto Norte y Sur por José Oxholm, (Michigan, U.S.A), Donde la piel canta por Arturo Trejo (Ed. Cofradía de Coyotes) y el Diccionario Bio Bibliográfico de Escritores Mexicanos del INBA. Ha sido Becario del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1979 para la rama de poesía, y del FONCA en 1993. Asistente a diversos Encuentros de Poesía, como el Festival Internacional Cervantino 2010, y The World Festival of Poetry, Isla Mujeres, 2011.

MEZA ROBLES, MIGUEL ÁNGEL: México, D.F. Poeta, crítico y editor. Fundó y dirigió la revista literaria TROPO a la uña. Director de la Casa del Escritor de Cancún de 1998 a 2004. Es autor del poemario Destellos de mareas (Praxis, 2004). Segundo lugar del Concurso de Cuento Corto de la Casa de la Cultura (2004). Primero y segundo lugar del Concurso de Poesía de la Casa de Cultura de Cancún (2007). Primer lugar del 2do. Certamen Estatal de Cuento convocado por IEQROO en 2007. Autor del libro de cuentos El verbo acosado y otras perversiones (de próxima publicación). Actualmente coordina varios talleres de lectura.

SUÁREZ CAAMAL, RAMÓN IVÁN: Calkiní, Campeche 1950. Realizó estudios en la Escuela Normal Rural de Hecelchakán –en ese mismo estado- y en la Escuela Normal Superior de México, con especialidad en Lengua y Literatura Españolas. Ha publicado más de veinte libros de verso y de prosa, entre ellos Zoo y otras ficciones mínimas (1978), Pavesas (1979), Memorial de Sueños (1981), Poemas para los pequeños (1983), La fauna del Platón y otros poemas (1984), Bajo el signo del árbol (1986), En el insomnio escribo (1987), Vivir cerca del mundo (1988), Cuando te llamo selva (1989), Pulir el jade (1992), Criatura inanimada (1995), Otros mundos, otros sueños y otra vez otros mundos (1996), Aprendizajes en la luz (1996), Pejeluna (1996) y Casa Distante (1996) y los más recientes, Dragón de Otoño y Huellas de Pájaros (2011) entre otros. TONHATIU ORTEGA, MIGUEL: Naucalpan de Juárez 1979. Publicó el libro “Cáncer” (Edit. Quemar las naves 2000, Zacatecas). Miembro de la Red Nacional de Talleres literarios desde 2002 hasta ahora presidida por el Maestro Luis de la Peña Martínez. Director editorial de la Revista “Siega” desde el año 2005 hasta el 2006. Publicó del libro El Mal (Edit. Fridaura, mayo 2010). Ganador de la mención honorífica del VI Premio Nacional de Novela Negra “Otra vuelta de Tuerca” 2012. VERA CONTRERAS, RENE ALBERTO: Mérida, 1982. Ha tomado taller con Joaquín Bestard Vázquez, Ramón Iván Suarez Caamal y Miguel Ángel Meza. Participó en el festival de poesía Bacalar 2012. Actualmente es miembro de la sala de lectura la Tlacuila: en el Tokonoma, en la ciudad de Cancún, Quintana Roo. VILLALOBOS MARTÍNEZ, JORGE ANTONIO: México DF 1972, becario Salvador Novo 1991 - 1992, bajo la tutela de Alì Chumacero y la Dra. Ybette Jimènez. Becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes Aguascalientes 1994 - 1995, publicaciones varias. ZÁRATE, LYDIA: Distrito Federal,1976. Autora del libro “Semilla Insólita” (Edit. Torremozas en España) y presentado en la Feria del Libro de Madrid en Mayo del 2009. Premio Nacional de Poesía “Ramón Iván Suárez Camaal” 2011. Becaria del programa “Apoyo de Estímulos a la Producción Artística 2011”, otorgado por el Gobierno del Estado de Querétaro a través del Instituto Queretano de la Cultura y las Artes. Su poema “Condolencias” fue publicado en la Revista de la Casa de Las Américas, en La Habana, Cuba, en septiembre del 2006.

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Agradecemos a los convocantes que a base de su confianza, hicieron posible este proyecto en pleno desarrollo. ¡Los esperamos en la siguiente edición!

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