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FILOSOFÍA
LA CIENCIA
apunta a DIOS
DR. M. ALCOCER RUTHLING
Cuando entré a la carrera de Biología, me impresionó escuchar a los compañeros de semestres superiores hablar de la arquitectura y el orden que las plantas exhiben en el arreglo de sus hojas y sus partes florales: que unas hojas son opuestas, que otras alternas, que la mayoría de las flores se dividen en cinco segmentos… Hasta entonces no me había percatado de ese orden, todas las plantas me parecían iguales. Luego vi que la existencia de ese orden permitió el desarrollo de la taxonomía y la clasificación de los seres vivos.
Más adelante en mis estudios, aprendí que el orden no termina en la forma y la función de plantas y animales: también existe un orden muy específico en la manera como los seres vivientes se relacionan entre sí. Por ejemplo, toda la energía que utilizamos los organismos del reino animal proviene de las plantas. Sin las plantas no podríamos realizar el mínimo trabajo. Es asombroso cómo las plantas pueden tomar la radiación solar y convertirla en energía química. De esta manera, las plantas hacen que la energía del Sol esté disponible para todo el reino animal. Sorprende ver cómo dos organismos tan distintos se relacionan tan estrechamente en el aprovechamiento de la energía. Uno tiene la maquinaria necesaria para transformarla, y el otro para utilizarla.
Más extraordinaria aún es el intrincado mecanismo que encontramos en la célula cuando estudiamos genética y bioquímica. A nivel molecular existen verdaderas máquinas microscópicas que se encargan de elaborar proteínas; esta maquinaria supera por mucho cualquier sistema de ingeniería humana. En el ámbito de la química, los procesos son sumamente complejos, puesto que interviene un sinnúmero de factores. Para que puedan funcionar correctamente, los factores necesarios deben estar presentes en la secuencia correcta. ¿Cómo surgió un sistema tan complejo y multifactorial? Esto, que la teoría de Darwin no puede explicar, lo explica con detalle el Dr. Stephen Meyer en su libro Darwin’s Doubt. Ahí se tratan, por ejemplo, procesos tan vitales como la coagulación de la sangre y la respuesta del sistema inmune, entre otros, que requieren la coordinación de múltiples factores para que puedan ocurrir correctamente. Estas reacciones complejas no pudieron haber surgido por influencia de una evolución sin dirección, sin sentido.
Entre las estructuras más sorprendentes que encontramos en la célula está la molécula de ácido desoxirribonucleico, o ADN. En su secuencia contiene toda la información genética de un organismo. Por medio de la información “escrita” en el ADN, la célula tiene las instrucciones para sintetizar las proteínas, esas moléculas complejas que necesitamos para todos los procesos vitales, desde la elaboración de insulina para el aprovechamiento de la glucosa hasta la formación de sangre y pelo. En conclusión, la información genética determina cómo será un organismo, desde un virus o una bacteria hasta un ser humano.
El ADN contiene una vastísima cantidad de información específica sobre un organismo y su función. La información contenida en el ADN se parece un poco al instructivo que viene con una bicicleta desarmada. El instructivo nos indica dónde va cada pieza para que el producto final pueda funcionar. El instructivo trae información de ensamblaje. Los seres vivientes están llenos de este tipo de información, y por esta razón, la Biología como disciplina se presta especialmente
bien para el gran debate sobre el origen de la vida. Por un lado, está la postura materialista, que tiene como base filosófica la teoría de la evolución de Charles Darwin. Quienes defienden esta postura argumentan que la vida como la conocemos es producto de un proceso evolutivo espontáneo, sin significado, sin propósito; por lo tanto, sin Creador. Por otro lado, está la postura que señala que toda información, como el instructivo de la bicicleta, debe venir de una Mente, de un Diseñador, de Dios.
La teoría de Darwin tiene varios problemas. Para empezar, para que pueda ser válida, debe demostrarse que existió un cambio gradual de una especie a otra, la transformación de un pez en lagartija, etc... El problema es que no existen fósiles que demuestren que hubo tal transición; al contrario, lo que se está encontrando en los fósiles es la aparición de especies nuevas sin precursores, como sucedió en el Cámbrico. Conforme aprendemos más de la complejidad del funcionamiento de las células, y la aparición de múltiples formas de vida, lejos de validar la teoría, encontramos de manera cada vez más evidente que no explica la diversidad de la vida que existe en nuestro planeta, y mucho menos cómo surgió la vida misma. Por tal motivo, muchos científicos ya no la aceptan como válida.
Además del problema de la aparición de nuevas especies, algo que la visión materialista no puede explicar es el origen de la vastísima información contenida en los genes de cada ser viviente. La vida está repleta de información, información que contiene las instrucciones para todos los procesos fundamentales, desde la producción de proteínas hasta la forma y la función que debe desarrollar cada organismo: el color del pelo; si va a tener alas, patas o aletas; si será de cuello corto o largo; si va a comer carne o plantas, etcétera.
Cuando nos encontramos con información, un programa complejo de computación, una oración… inmediatamente sabemos que esa información no apareció por casualidad, sabemos que necesariamente tuvo su origen en una mente; con mayor razón una información tan compleja como la que contiene el ADN de cada célula de cada organismo vivo, tuvo que venir de una Mente Creadora.
Para aclarar esta última afirmación, consideremos lo siguiente: la palabra “reloj” escrita sobre la pared nos transmite información, y nos formamos una imagen mental de un reloj. Es la información que quien la escribió quiso transmitir. Las palabras solo cobran vida cuando entran en contacto con una mente que puede interpretarlas. De la misma manera, el ADN transmite información a la maquinaria de la célula sobre cómo construir un organismo complejo.
La probabilidad de que surja algo que contenga información por obra de la casualidad es prácticamente nula. Solo pensemos que, si tuviéramos una cubeta llena de letras y las lanzáramos al suelo, la probabilidad de que se acomodaran de manera que formen una palabra tan sencilla como “reloj” sería muy baja.
Con mayor razón se vuelve estadísticamente imposible que una información tan compleja como la que contiene un organismo pueda generarse por casualidad, como lo postula la teoría de la evolución. Pensemos que el ADN contiene la información que definirá en su totalidad a un organismo. Define qué proteínas se producirán y cuándo. Cada proteína cumple una función específica en el organismo. Las proteínas forman estructuras de sostén, aceleran ciertas reacciones, señalan cuándo se inicia y cuándo termina un
proceso en una célula. Una proteína típica contiene entre doscientos y cuatrocientos aminoácidos, y esos aminoácidos deben estar acomodados de tal manera que la proteína pueda funcionar correctamente. Cualquier lenguaje depende de una transmisión correcta de la información para funcionar. La palabra “reloj” dice algo en español, y tiene un significado. De la misma manera, el ADN está en un lenguaje que la maquinaria dentro de la célula puede “leer” para elaborar una proteína. En el caso del ADN, hablamos de un abecedario con 3.5 mil millones de letras.
Para ilustrar mejor este punto, el Dr. John Lennox, un experto matemático de Oxford, explica que las letras con un arreglo específico no son nada en sí mismas; es cuando se juntan y se leen que se forma una idea de lo que está escrito. En conclusión, donde hay lenguaje, debe intervenir una mente. Explicar el origen de la vida y de la información son dos grandes problemas que tiene el campo materialista.
El ajuste fino de nuestro universo es otro misterio que el campo materialista no puede explicar. Existen las condiciones necesarias para que la vida pueda existir; de manera inexplicable, lograron conjuntarse los factores que han dado origen a la diversidad biológica de nuestro planeta. En el universo, y más específicamente en nuestro planeta, están presentes factores físicos y químicos en la proporción, el lugar y el momento correctos para la vida. Nuestro planeta tiene el ambiente perfecto para la vida. Hay un rango muy preciso de temperaturas, la presencia de agua en estado líquido, la luz correcta, la distancia correcta del Sol, los gases adecuados en las proporciones precisas en la atmósfera, que permiten la vida y ayudan a mantener una temperatura adecuada para la complejidad biológica que observamos, entre muchos otros hechos.
Al pensar en cómo se presentaron todos estos factores favorables para la vida, en la cantidad correcta y en el lugar preciso, podríamos alcanzar la misma conclusión a la que llegó Sir Martin Reese, astrónomo real de Inglaterra, cuando dijo: “La vida como la conocemos depende de una conjugación improbable y milagrosa de condiciones físicas”. Por esta razón, muchos científicos ven en la naturaleza un diseño inteligente, la huella inequívoca de una mente creadora que inició todo. No existe divorcio entre la fe y la ciencia, al contrario. Muchos científicos han encontrado a Dios a través de la ciencia. Para ellos, el universo está repleto de señales de un Creador. El científico sueco Carlos Linneo, padre de la taxonomía, vio el orden que contiene la naturaleza y, para él, el estudio de la naturaleza fue un camino que lleva a Dios.
Hace 160 años, Darwin postuló su teoría de la evolución. Ignoraba muchas de las complejidades de la célula y de los registros de fósiles. Y a pesar de que es una teoría desfasada con la ciencia actual y llena de contradicciones, sigue impulsándose como válida, con las desafortunadas consecuencias que ha tenido para la humanidad.
La teoría de la evolución no puede explicar la maravilla que es un ser humano, su poder creativo, la composición de música, el arte, el baile, la conciencia, la belleza. El ser humano es realmente un ser muy especial. Como dijo Benedicto XVI, “no somos un producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el resultado de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido; cada uno de nosotros es amado, cada uno de nosotros es necesario”.
La Creación nos está hablando, y los nuevos descubrimientos de la ciencia nos apuntan cada vez más a una mente creadora, a Dios.