REVISTA
BIOMA
FEBRERO 2014
ISSN 0719-093X
VIDA AL SUR DE LA TIERRA
MARCADOS A FUEGO
¿Práctica necesaria? o ¿Maltrato animal?
Telares de cerro blanco Una herencia que desaparece
Iguana chilena El reptil de fuego
REVISTA
BIOMA VIDA AL SUR DE LA TIERRA
06 22 36
EN ESTA EDICIÓN Marcados a Fuego, ¿Práctica necesaria? o ¿maltrato animal?. Siempre fieles a nuestra misión de conservación y protección por todos los seres de este planeta nos comprometemos si o si con ellos... Telares de Cerro Blanco, una herencia que desaparece. Nuestras historias siempre se desarrollan en todo tipo de lugares y en ese quehacer conocemos a muchas personas, quienes nos narran los detalles de los "cómo" y los "cuando" de sus vidas y las cosas que los inspiran. Iguana chilena, el reptil de fuego. Recién se cumplía el mediodía en la Quebrada La Doca, en pleno desierto costero de Los Choros en la Comuna de la Higuera, cuando nos dimos cuenta junto a mi compañera de trabajo que la tarea de encontrar al reptil terrestre más grande de nuestro país no sería una tarea simple y agradable.
44
El pulso de la Naturaleza, Es un espacio donde la vida toma un carácter interpretativo desde la óptica de un Guardaparque Chileno, las sensaciones y la percepción de todos los sentidos humanos adquieren protagonismo al encontrarse con experiencias obtenidas al estar en estrecho vínculo con la madre Tierra.
www.RevistaBioma.cl
EDITORIAL Marcados a fuego El trabajo que nos encomienda el programa de misión de Revista BIOMA, nos lleva a develar para ustedes nuestro Chile su biodiversidad, su geografía y por cierto que su cultura. En este último aspecto, hemos visto tradiciones y herencias que están inspiradas por un abanico enorme de motivaciones. Pero también en este abanico hay practicas que si bien parecen atractivas por su entorno, campo, ruralidad, costumbrismo, etc. En su contexto están fuera de lo que nosotros queremos comunicar y enseñar, pero de tanto en tanto es bueno hacer reflexiones respecto a temáticas como el caso que hoy presentamos y que deja entre ver el maltrato animal. La marca a fuego de caballos, nos parece cierta y definitivamente un acto de crueldad animal e innecesario accionar de los dueños, que dicen querer y respetar a sus animales. Como indica el reportaje, hay técnicas como los chips que podrían disminuir sustancialmente el stress y dolor causado al animal durante la captura, derribo, atado y la dolorosa marca a fuego al que los exponen.
La contraparte, es decir los dueños, ven en esta actividad, un acto necesario que individualiza a sus animales diferenciándolos de otros o para identificarlos en caso de abigeato. La discusión está en el tapete en varios países de Europa, para ser catalogado como crueldad animal. En Chile dudamos que el tema esté en boga, pero les dejamos a ustedes la libertad de decidir y asumir una posición respecto al tema que hoy traemos para ustedes en la presente edición.
Bienvenidos a esta nueva edición de Revista BIOMA
César Jopia Quiñones Director
Marcados a Fuego
¿Práctica necesaria? o ¿maltrato animal? 06
07
08
S
iempre fieles a nuestra misión de conservación y protección por todos los seres de este planeta nos comprometemos si o si con ellos y no dejaremos de hacer un llamado a terminar con ciertas prácticas que parecen menores o sin importancia, pero que de todas formas nos convierten en lo que no debemos ser. Nos enteramos de una actividad muy típica de los campos, por un momento nos imaginamos algo festivo como las ferias costumbristas o algo como un ritual típico como se hace con la Trilla, pero en el camino nos dan los detalles y más bien se trata de un ejercicio… digamos, "importante" para los ganaderos. Y los protagonistas de esta actividad son con toda seguridad uno de los animales más queridos, admirados, incluso idolatrados de la gran familia de animales domesticados por el hombre, hablamos de los caballos (Equus ferus caballus). Y cuando alguien viene y les cuenta que serán marcados con hierro al rojo vivo en los cuartos traseros, se encienden las alarmas y surge la pregunta ¿maltrato animal? o ¿puede tratarse de una práctica necesaria de realizar?. Pero a pesar de eso decidimos acudir de todas formas al lugar para ser testigos presenciales de lo que sucedería. Al llegar vemos un corral cercado con palos que tiene un diámetro alrededor de unos treinta o cuarenta metros, luego de unos minutos cuatros jinetes montan otros Caballos y se nos acercan para decirnos que irán por la Yeguas para marcar, ya
que están tras unas lomas pastando… "¿Cuántas son?" preguntamos… "quince, entre yeguas y potrillos"… nos contesta uno de los jinetes, en tanto su caballo no se queda quieto, como si estuviera impaciente por salir a cabalgar por las resecas praderas que flanquean el lugar donde nos encontramos. A un costado y encerrado con Palets de madera un "macho" no deja de dar poderosas patadas a todo lo que lo rodea, como si supiera el stress que está por respirarse en el entorno. Tras una media hora de espera vemos como desde un cerro a nuestras espaldas aparecen las Yeguas guiadas por los avezados jinetes que se toman este acto como un quehacer más de su largo día de trabajo. Bajan y ordenada, pero apresuradamente entran en el espacio reservado para este menester. Uno de los hombres desmonta, y se dirige a un rincón donde comienza a encender rápidamente una improvisada fogata con palos y ramas. En tanto vemos como otro de los participantes asegura un poste de no más de dos metros de alto enterrado en el costado derecho del terreno donde los caballos están. Aunque estos, por instinto han decido quedarse todos apiñados en el otro extremo, se ven tranquilos pero saben de algún modo que si están ahí es por algo que no pinta para nada bueno, son nuestras palabras, pero si fuéramos caballos eso pensaríamos con seguridad. El hombre de la fogata reapareció y lleva consigo el fierro con la forma de las iniciales del dueño, mientras 09
esperan que se caliente la marca, los otros tres sujetos restantes van al medio del corral con lazos y como en el viejo oeste comienzan a lacear a los animales, iniciándose de un segundo a otro un estampida de proporciones, las yeguas corren en círculos y los potrillos hacen lo que pueden para ir tras el grupo y quedar parapetados con los cuerpos de los adultos. Entre la casi impenetrable polvareda la visibilidad se vuelve nula, pero el viento nos da la oportunidad de ver a los vaqueanos alzar sus lazos y arrojarlos acertadamente al cuello de primer "voluntario obligado", para ser marcado y en una lucha de fuerzas los cuatro hombres hacen lo que pueden para retenerlo y tirarlo a suelo, una vez que lo logran amarran sus patas para evitar que se incorporen de nuevo, todo sucede muy rápido, es una acción de habilidad, agilidad y evidentemente peligrosa, por que basta una mala postura y estar en el lugar equivocado en el segundo equivocado para recibir una… en ocasiones… mortal patada por eso se trata de un oficio riesgoso.
10
11
12
13
14
15
La rapidez es vital, para evitar, a pesar de las apariencias, el menor sufrimiento y stress en el animal, entre la agitación y el polvo de tierra que aún flota en acalorado día de verano aparece entre la cortina de polvo el hombre con el fierro caliente y mientras uno sujeta la cabeza del malogrado animal, otro hace los que puede con las patas, el otro sostiene firme la cuerda del lazo… se abalanza y hace la marca que dura unos segundos, quemando el pelaje y el tejido bajo este. Entonces el caballo es soltado en el acto, no sin antes recibir caricias como para calmar al animal, este se pone de píe y corre al cobijo del grupo, la misma acción se vuelve a repetir y comienza todo de nuevo. Cada laceada, cada tumbada en el suelo y por supuesto cada "marca" nos dolió tanto como a los caballos. Esta acción es tan antigua y que puede datar desde la civilización egipcia, y en la actualidad es habitual ver que la identificación animal se ha convertido en un ejercicio, que no sabemos a ciencia cierta si es realmente necesario, estudios en Europa han determinado efectos colaterales dañinos del marcado a fuego o nitrógeno para los caballos, como respuestas agudas al stress, secuelas en el bienestar del animal a largo plazo, la quemadura necrotizante en los tejidos, incremento en la temperatura corporal en los tejidos, etc. Hoy se usan tecnologías como el microchip en perros, y son aplicables a los caballares también, ya sea que se use para su localización o para leer información sobre sus características 16
y los datos de sus dueños. Los dueños más porfiados no ven con buenos ojos estas técnicas… porque por un lado deben contar con otros artefactos para la lectura de los dispositivos colocados en los équidos, por otro lado consideran que no funciona para la identificación visual a primera vista, entonces pensamos que por ser más tradicional se convierte en un "tatuaje" más estético que ético. Sin embargo es comprobado que el chip es menos invasivo y traumático para el animal en cuestión, que el marcado a fuego. Hay países como Dinamarca o Alemania, cabe decir… desarrollados que han prohibido esta práctica desde el año 2009. Sin embargo, en esta ocasión nos quedamos sin palabras y sin conclusión, de todas formas captamos para ustedes estas imágenes sin dejar nuestra mirada artística tras el trabajo fotográfico. La idea es que se restaure de alguna manera la dignidad animal, han estado desde hace mucho sobre el planeta al igual que nosotros, y nosotros… como ellos… somos secuela de la evolución natural, sin embargo como especie pensante y en alguna medida más inteligentes… deberiamos reevaluar nuestras acciones para con las especies que nos acompañan en el planeta... podemos evolucionar más…
BIOMA
17
18
19
REVISTA
BIOMA
VIDA AL SUR DE LA TIERRA
Para explorar...para descubrir...para conservar
www.revistabioma.cl
Tela
Telares de Cerro Blanco Una herencia que desaparece
Nuestras historias siempre se desarrollan en todo tipo de lugares y en ese quehacer conocemos a muchas personas, quienes nos narran los detalles de los "cómo" y los "cuando" de sus vidas y las cosas que los inspiran. En el marco de eso, a fines del año recién pasado fuimos a conocer a una familia de artesanos del telar con lana de oveja y que viven en un recóndito lugar del valle de Quilimarí en la IV región, en un sector llamado Cerro Blanco. El día en que emprendimos el viaje, proyectamos un trayecto corto por el día, que si bien en parte fue así, el acceso nos dio una lección de como viven muchos chilenos en zonas apartadas. Tras una media hora de viaje por el valle, llegamos a un punto donde debíamos tomar un desvío a una ruta que se empinaba por las colinas, un camino de tierra, que por suerte había sido tratado hace muy poco con sal, dejándolo parejo y más suave. Una vez en ese sendero nos comenzamos a encontrar con una cantidad innumerable de curvas, subidas y bajadas que parecían coquetear con los cerros en un juego sinuoso de caricias compartidas con cactus y piedras. A medida que nos internamos también tomábamos altura, el camino se 22
va estrechando, ya no tiene más que las dos huellas paralelas que indican el paso de anteriores vehículos, no hay letreros ni señalización alguna, ni menos locomoción… y bueno ni casas, sólo cabras y ovejas pastando plácidamente dispersas por doquier en las colinas circundantes. Luego de cruzar un bosquete de árboles de tipo esclerófilo tan típico de estos valles, pero con una particular característica, de sus ramas cuelgan líquenes conocidos como Barba de viejo (Usnea sp) que seguramente han proliferado por la acción de la neblina, ya que estamos a una altura de unos 600 o 700 m.s.n.m. aproximadamente, no lo sabemos a ciencia cierta, esta vez no contamos con GPS por que como decíamos se trataba de un viaje corto. Cuando llegamos a la cima, nuestra camioneta parece que dio lo mejor de sí, ya no hay más altura para alcanzar, ahí arriba no hay huella ni menos camino, nos desplazamos por las llanas colinas por donde no hay piedras. Nos detenemos un minuto para dar un vistazo de localización y darnos cuenta de nuestra ubicación, al girar la vista hacia lo profundo de una quebrada divisamos unos techos, tres o cuatro apretados en el lado más estrecho de la accidentada geografía, vemos también verana-
ares 23
24
25
26
27
das y corrales… "es ahí donde vamos" nos dice nuestro guía. De la nada aparece una nueva huella para vehículo, descendemos y al llegar nos recibe un amable señor de edad, quien nos da inmediatamente la bienvenida, tras un breve presentación y descripción de nuestra intención de conocer la historia que hay detrás del arte del telar. Nos invitan a almorzar, en una curiosa costumbre, los hermanos y la dueña de casa comen en una cocina hecha de adobe muy rústico y que está aledaña a un comedor con piso de tierra donde nos sentamos a solas con el dueño de casa, llega hasta nuestro puesto una cazuela de gallina y pan amasado.
“No… es gente de por aquí no más… ese poncho que está afuera es para un viejo que lo pidió, para cuando va a las veranadas en la cordillera con sus animales” Y la conversación que esperábamos comenzar, no comenzó… si… así fue, aunque ustedes no lo crean no podíamos sacar tema a nuestro anfitrión, tan amables que la timidez lo enmudecía o la tan larga vida entre cerros los hace introvertidos. 28
29
“Yo tejo desde que era chico, mi mamá me enseñó…” “lo hacía para hacer morrales” nos comenta tras un incomodo silencio y unas diez cucharadas de cazuela. “Ahora ya casi no lo hacemos, la hija mayor lo hace no más…”. -¿Ustedes no lo hacen como un trabajo, que les permita vivir de eso? Preguntamos…“…No, es sólo por encargo, si alguien nos pide, ahí vemos si lo hacemos… con el cuidado de cabras no nos queda tiempo para hacer mantas”. -Ah… pero son personas de afuera los que les encargan así como turistas, por ejemplo.- insistimos. “No… es gente de por aquí no más… ese poncho que está afuera es para un viejo que lo pidió, para cuando va a las veranadas en la cordillera con sus animales (cabras)”.
“Las cabras son nuestra vida, a eso nos dedicamos…” Después de un obligado segundo plato de cazuela, que por cierto era muy buena, nos invita a ver un par de ejemplos de su hermoso trabajo. Nos muestra un telar hecho de madera que está a la intemperie, tiene un largo rollo de tejido de muchos colores que está por terminar, “Es para hacer alforjas” nos dice…, una suerte de cartera o bolso doble para colocar a los costados del caballo. También nos explica como funciona una sencilla rueca de metal que les 30
permite hilar la lana. De la cocina, donde el humo del fuego brota generosamente por cada recoveco en el adobe, sale la señora y nos exhibe sonriente un manto casi monocromopero con una complejidad tan característica de lo hecho ciento por ciento a mano. Sin escuela, sólo el arte y el oficio de la sabiduría trasmitida por años de boca en boca, con la motivación o inspiración de la necesidad básica de manufacturar cosas útiles que de paso se convierten en obras de la estética creativa de la gente, factor esencial en todas las verdaderas artesanías, esas que nacen de lo profundo de nuestras costumbres… de nuestra tierra. “Las cabras son nuestra vida, a eso nos dedicamos…” Pensamos entonces en los tesoros inmateriales que Chile posee y así como los posee también los oculta, entre su geografía incierta e intricada. A veces estos salen a la luz del mundo que los admira e incluso premia, en tanto otros son tragados por este desconocimiento no intencionado, quedando en la memoria de sólo algunos que tuvieron la suerte de verlos de cerca, como en este caso. Se trata de un oficio que en otros lugares crece y prolifera íncluso más allá de las fronteras de nuestro país, pero el de Cerro Blanco se queda en Cerro Blanco. La tarde transcurrió atípicamente, al menos para nosotros, por que sólo nos sentamos en el suelo fuera de la cocina de adobe a ver como el día se marchaba… sin celulares, sin reloj… sin tiempo.
BIOMA
31
32
33
34
35
IGUANA CHILENA
EL REPTIL DE FUEGO
36
R
ecién se cumplía el mediodía en la Quebrada La Doca, en pleno desierto costero de Los Choros en la Comuna de la Higuera, cuando nos dimos cuenta junto a mi compañera de trabajo que la tarea de encontrar al reptil terrestre más grande de nuestro país no sería una tarea simple y agradable. En ese momento como estudiantes de pregrado, recién adquiríamos nuestros primeros conocimientos sobre fauna y flora silvestre, lo cual sumado a nuestro intrínseco entusiasmo, nos hacía caminar y caminar sin pensar en agua o prudencia. Los más felices con esto eran nuestros profesores, que entre risas, veían como sufríamos con el calor extremo bajo nuestra consigna ¡Todo por la ciencia! Ya eran varias horas en las que junto a Natalia Oviedo caminábamos por una huella delgada trazada por cabras y burros. Hasta el momento nuestros registros se reducían a unas cuantas Lagartijas de Plate (Liolaemus platei), de las cuales sólo alcanzábamos a observar sus fugaces siluetas y escuchar el murmullo de los matorrales tras su veloz huida. Nuestro objetivo era hallar a la Iguana o Liguana Chilena (Callopistes palluma), una reptil endémico de nuestro país, cuya presencia al menos en nuestro sitio de estudio era más que esquiva, considerando que nuestros compañeros de carrera ubicados a varios kilómetros de distancia, en los sitios de Llano y Dunas, ya nos habían dado noticias de avistamientos positivos. Este reptil que puede ser visto desde 37
Paposo a Cauquenes y desde el nivel del mar hasta los 2.200 m.s.n.m, prefiere terrenos con matorrales y ambientes rocosos que le permitan cavar, ya que en sus cuevas desarrollan un reposo invernal y la postura de hasta seis huevos redondeados y de color amarillento. Considerando que nos encontrábamos en pleno verano, siempre confiábamos que encontraríamos a la Iguana en algún sitio de la quebrada, dada la presencia de arbustos y sustrato propio de estos ambientes, pero la realidad hasta ese momento nos era desfavorable. Se nos ocurrió entonces ubicar una colonia de Degus (Octodon degus), un roedor colonial diurno, también endémico y potencial presa de la Iguana, la cual incluye además en su dieta aves, insectos e incluso otros reptiles. Dos horas de espera y sólo nos quedamos con algunas fotos de los roedores que apenas dejaban ver sus cabezas… A las 2 de la tarde, el desierto pierde incluso hasta los sonidos de las aves, dado el intenso calor, que obliga a cualquier alado residente a asegurarse una percha sombreada que posibilite la siesta y el ahorro de agua corporal. A una distancia considerable del campamento y desconsolados, tomamos la decisión de emprender el regreso por la misma ruta ya transitada. Una que otra Turca (Pteroptochos megapodius) vocalizaba en las laderas adyacentes, lo cual interpretábamos; dado el tono y ritmo del canto de esta ave, como una broma pesada de la quebrada, enrostrándonos nuestra mala fortuna al no poder divisar al menos un ejemplar 38
de nuestro escamoso objetivo. Sólo la presencia de Zorro Culpeo (Lycalopex culpaeus) que descubrimos observándonos atentamente, nos permitió en algo levantar el ánimo.
39
En un descanso para hidratarnos divisamos una polvareda al costado del camino, la cual en una primera instancia atribuimos al viento costero, pero dada su frecuencia y focalizada cobertura despertó en nosotros curiosidad y ansiedad. Nos acercamos lentamente, lo que nos permitió darnos cuenta del calor que se elevaba desde nuestros zapatos. Fácilmente la temperatura del suelo se encontraba sobre los 40ºC, cuestión que para nada desanimaba al que estuviera levantando tanto polvo en ese momento. ¡Una Iguana! exclamó casi susurrando mi compañera mientras yo atinaba a esconderme tras un cactus sin poner atención siquiera a sus enormes espinas. No supimos si el lagarto escucho nuestras vibraciones o intuyo nuestra presencia, pero en un par de minutos lo perdimos de vista tras las piedras y ramas, sin antes dejarnos tomar las evidencias fotográficas de rigor. Para nosotros fue el primer encuentro en horas con el gigante de reptiles nacionales. Con cerca de 50 cm de longitud total, el espécimen que observamos sin duda era un gran macho probablemente en búsqueda de alimento en el subsuelo. Su cola delgada denotaba el gasto de sus reservas lipídicas tras un largo sueño anual. Nuestra guía de campo nos hablaba de un dimorfismo sexual evidente entre hembras y machos, caracterizado
por un mayor tamaño y la presencia de vivos colores rojos y anaranjados en las gargantas de estos últimos. Verdaderas gargantas de fuego… Un apelativo pertinente si consideramos además que este reptil literalmente camina en un suelo en llamas. Con más esperanzas apresuramos el paso y agudizamos los sentidos rastreando cada perfil de roca. La determinación dio resultado, pues con el correr de los minutos registramos una presumible hembra regulando su temperatura corporal. Ella nos tolero de mejor manera y pudimos apreciar y registrar su espectacular diseño corporal dominado por escamas pequeñas y granuladas, con dibujos de manchas negras rodeadas de blanco. La decepción dio paso a la alegría de la tarea cumplida. Sumábamos una nueva especie para nuestra área de estudio, que dicho sea de paso, se encuentra con problemas de conservación vulnerable debido entre otras razones, a su captura para ser vendida como mascota en el mercado negro. Tras llegar al campamento base, compañeros y docentes nos esperaban con las diferentes novedades del día. Nosotros ya teníamos una larga travesía que relatar y revivir…
Texto y Fotografías por César Piñones Cañete Para Revista Bioma
40
BIOMA
41
42
43
El Pulso de la Naturaleza
El Momento de Morir
En la primicia de una noche cotidiana, lo trajeron hasta la puerta de mi hogar, en la Reserva Nacional Lago Peñuelas, para que viera la posibilidad de tratar la herida que lo afectaba. Me lo entregaron dentro de un saco que a primera vista me impedía verlo, no sin antes advertirme que tomara precauciones, porque era muy agresivo. En cuanto nos quedamos solos, me apuré en desatar el nudo que sellaba la bolsa, obstruyendo el aire que sus agitados pulmones requerían con urgencia. Con suavidad levanté el saco por el lado opuesto a la abertura, para inducirlo a salir de su incómodo envoltorio. En breve, apareció ante mí todo un personaje… esquivo, desconfiado, amparado en una actitud belicosa, que seguramente pretendía ocultar su profundo temor, ante tan desafortunadas circunstancias. Era un hermoso ejemplar de búho chileno, conocido comúnmente como tucúquere, para los especialistas un Bubo magellanicus, para mí… una criatura sorprendente. Por un instante nos observamos mutuamente. Ante el menor de mis movimientos, erizaba el plumaje abriendo las alas en posición amenazante, 44
mientras emitía un sonido de advertencia, parecido a un golpeteo producido por sus córneas mandíbulas. Fue entonces cuando pude ver la tremenda herida que lo atormentaba. Una fractura expuesta en una de sus alas, mostraba un hueso que colgaba absolutamente fuera de su posición, lo que me permitió dimensionar la gravedad de su situación. Sin embargo, la enorme herida parecía no socavar su voluntad, ni el poderoso instinto de sobrevivencia de este formidable señor de la noche. Lentamente comencé a caminar en círculo a su alrededor, para probar su grado de alerta, y su estado anímico. A medida que avanzaba en su contorno, me seguía con su mirada penetrante, girando la cabeza con extraordinaria plasticidad. Entonces pude apreciar una característica muy propia de los rapaces nocturnos, sus globos oculares fijos, que les impide dirigir la vista sin mover la cabeza. No era la primera vez que me encontraba frente a frente, con una de estas criaturas nocturnas, sin embargo, una vez más me sentí hipnotizado por el influjo inenarrable de su mirada. Pero esa noche no podía hacer nada
ILUSTRACIÓN: César Jopia Q.
por él. Necesariamente había que esperar la llegada del día para conseguir los elementos adecuados, e intentar volver el hueso a su posición normal y cerrar la herida, descartando de antemano toda opción de que volviera a volar. A fin de evitarle un estrés mayor, decidí dejarlo libre dentro de la casa. Durante la noche, pude percibir desde mi dormitorio, el intenso ajetreo que emprendió mi inesperado huésped. A juzgar por sus movimientos, parecía que había volcado todo su interés en inspeccionar la vivienda. Amparado por la oscuridad, se paseó por casi toda la casa, impulsado por la misteriosa naturaleza de su ser, delatado por el sonido inconfundible de sus garras, no diseñadas para caminar sobre el piso de madera.
En una de sus andanzas, lo escuché acercarse por el pasillo hasta la entrada de mi dormitorio, se detuvo por un instante al otro lado de la puerta, y emitió su sonido característico… TU - CUUU - QUEE - REEEE…. canto fascinante propio de la noche, evocador de los más insondables capítulos que tejen la trama de la vida nocturna. Al llegar el día, mi primera preocupación fue ubicar a mi desvelado compañero. Después de varios intentos, lo encontré oculto detrás de una puerta… dormía confiado en la precaria intimidad de su improvisado escondite. Su aspecto era algo distinto al de la noche anterior, parecía sumido en el más profundo de los sueños… Me quedé maravillado observando sus características físicas, un prodi-
45
gio de la naturaleza, una magnífica expresión de adaptación evolutiva, sus poderosas garras están diseñadas para matar al instante a su presa, lo que sin dudas, es muy ventajoso para un cazador que no está hecho para la persecución. Sin embargo, esas enormes garras podrían resultar muy ruidosas, al moverse sobre la rama que lo sustenta, cuando espía desde lo alto los movimientos de su presa en el piso del bosque, afectando el factor sorpresa, que es decisivo para su éxito. Por este motivo, está dotado de la capacidad de girar la cabeza hasta tres cuartos de círculo, lo que le permite seguir la trayectoria de su presa, guiado por su formidable oído, y apoyado por su visión nocturna, sin tener que mover sus garras. Además es capaz de lanzarse sobre su objetivo, sin emitir ni el más mínimo ruido, puesto que las plumas de sus alas, están diseñadas de tal forma que evitan el rose con el aire, logrando un salto completamente silencioso.
46
Mientras lo observaba detenidamente, no podía dejar de sentir una profunda admiración, por ese señor de la noche, que cuando llega el ocaso del día, cuando las sombras de la noche se ciernen sobre el paisaje… cobra vida para cumplir con indiscutible maestría, el papel que le depara la jornada, cada vez que la noche cubre con su extenso manto, todos los rincones conocidos de su hogar. Al día siguiente, pareció responder muy bien a la improvisada cirugía que se le practicó. Gradualmente despertó de la anestesia y se puso de pie, desplegando una admirable fuerza interior. Realmente era muy esperanzador ver su ala entablillada, sin ese inquietante hueso a la vista. Durante ese día, estuvo adormilado y era difícil saber si era por los efectos de la anestesia, o por sus hábitos nocturnos, pero al llegar la noche se mostró bastante activo; recibió con entusiasmo algunos trozos de carne, dando señales de un saludable apetito, y nuevamente distrajo mi atención con sus reiterados paseos noc-
turnos por el interior de la casa. Cada mañana, ya se había convertido en una rutina para mí, descubrir el nuevo escondite de mi noctámbulo huésped. El tercer día una vez más, lo encontré profundamente dormido. Su plumaje pardo acanelado salpicado de difusas formas negruzcas, diseñado para mimetizarlo en su ambiente natural, se destacaba contra las formas artificiales de su nuevo refugio. Después de contemplarlo un instante, lo dejé dormir, para permitir que en sueños escapara de su triste realidad, soñando quizás que se encontraba en casa, sobre la rama acostumbrada, en la seguridad de ese árbol que nunca lo vio regresar. Sin embargo, al llegar la noche no llegaron hasta mis oídos los ruidos que producía cuando iniciaba sus correrías por la casa. Cuando lo vi confirmé mis temores, permanecía inmóvil visiblemente decaído, parecía que toda su fuerza vital lo abandonaba irremediablemente, de inmediato percibí la gravedad de su situación.
El gran cazador, el señor de la noche, agonizaba rodeado de un ambiente completamente desconocido para el, sin otro horizonte que los muros de la construcción, lejos de la suave y húmeda brisa que empapa las noches de su mundo salvaje. Permanecí a su lado, convirtiéndome en testigo de su trágico desenlace; en un breve lapso de tiempo lo abandonó toda esencia vital, poco a poco su cuerpo se aflojó atraído por la fuerza gravitacional, hasta quedar tendido en el piso en una posición inerte, que indicaba que nada más se podía hacer por su existencia. Las causas específicas de su muerte no las puedo precisar, pudo ser un cuadro infeccioso pos operatorio, o quizás un alto grado de estrés, eso nunca lo sabré, sólo puedo decir que le presté todo el apoyo que estuvo a mi alcance, y que al final de este difícil proceso, estuve con él, en uno de los instantes más difíciles y misteriosos para una criatura viviente… el momento de morir.
Texto: Mario A. Ortiz Lafferte. Ilustración: César Jopia
47
Para explorar... para descubrir... para conservar...
www.revistabioma.cl
FEBRERO 2014