REVISTA
BIOMA
JULIO 2014
ISSN 0719-093X
VIDA AL SUR DE LA TIERRA
CHANGOS
Los hijos del mar
Huireros
La vida donde rompen las olas
El Pulso de la naturaleza Llanto de nubes
EN ESTA EDICIÓN
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CHANGOS, los hijos del mar Creían que su mundo y la vida como la conocían continuaba en los océanos del más allá, navegando… pescando y sobreviviendo en las aguas de otra vida, un universo tal vez sencillo...
HUIREROS, la vida donde rompen las olas La comuna de Tocopilla está inserta en una geografía intrincada, flanqueada por voluminosos cerros casi verticales que forman un verdadero muro de una fortaleza impenetrable y que parece empujar a sus habitantes al mar...
EL PULSO DE LA NATURALEZA, Llanto de Nubes Al fin llegó la lluvia al hogar de las chinchillas. Un silencioso y melancólico día de invierno, en que el cielo amaneció cubierto por espesas nubes negras que achataban el firmamento, se desencadenó el esperado y esquivo milagro.
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EDITORIAL Changos, los hijos del mar
Los Changos eran dueños de una capacidad única de desplazamiento y de sobrevivencia extrema en un paisaje que sólo permite que los más fuertes y hábiles salgan de pie. Pero lo más importante que apreciamos en la realización de este trabajo fue la extraordinaria habilidad de los Changos para aprovechar en forma sustentable e integral los recursos que el mar les entregaba. Lo que nos deja importantes enseñanzas a todos quienes nos autodenominamos civilización culturalmente avanzada, en los últimos tiempos bajo nuestra mirada han desaparecido centenares de especies marinas y terrestres por sobre explotación o por contaminación industrial. Entonces nos hacemos la misma pregunta que seguro muchos se hacen hoy por hoy, ¿Quiénes son los civilizados y quienes son los primitivos? Este reportaje representa un homenaje y una reivindicación de la memoria histórica de nuestros remotos ancestros los Changos. Su innovadora forma de hacerse a la mar, su cosmovisión basada en la estrecha relación con las bastas aguas del océano que aún nos brinda alimento. Nos demuestra que el que hayan tenido vidas "simples" basadas sólo en la recolección de los frutos del mar y no hayan dejado ningún rastro más tangible de su cultura, no los convierte en sinónimo de bruta-
lidad o barbarie como fueron vistos en el siglo XVI y como seguramente son recordados en nuestros días. Al contrario aprendimos que vivieron inteligentemente en prefecto equilibrio con el hábitat que los albergó y su decadencia sólo se debió a la reiterada intervención de otras culturas. Esperamos que este material sirva no sólo como un documento con la historia de una etnia extinta, si no de un motivador o inspirador de que con poco o nada se puede lograr subsistir sin afectar o dañar las riquezas naturales que nos rodean, hay que buscar los mecanismos para que volvamos a ser una sociedad sustentable, que vive, respira y se abastece de los recursos que nos brinda el planeta. Eventualmente, aún nos queda mucho tiempo y trabajo por hacer, generar conciencia es una de las tareas primordiales que darán la esperanza y la fortaleza necesaria para continuar habitando y protegiendo... nuestro único hogar.
César Jopia Quiñones Director
Bienvenidos a esta nueva edición de Revista BIOMA
Osamenta encontrada en el sector de caleta el muerto, en el borde costero de la comuna de Tocopilla, con una data de alrededor de 1000 a単os de antig端edad.
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CHANGOS
Los hijos del mar
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reían que su mundo y la vida como la conocían continuaba en los océanos del más allá, navegando… pescando y sobreviviendo en las aguas de otra vida, un universo tal vez sencillo, simple en su esencia y apariencia, pero que guardaba una complejidad perdida en el tiempo. Una miniatura de una embarcación, vasijas y tejidos tal vez para abrigar las frías mañanas de pesca en el otro mundo, eran los utensilios y artefactos que acompañaban a sus muertos. Ellos eran los Changos… un grupo humano trashumante que fue despreciado por los primeros exploradores y los colonos, probablemente ellos acuñaron el término "chango", este apareció en los escritos de época de mediados del siglo XVI como una forma despectiva para referirse a las etnias pescadoras que habitaban la costa del Desierto de Atacama hasta más al sur de Coquimbo.
“Además de avezados pescadores y recolectores orilleros, eran expertos marinos, construían ingeniosas embarcaciones...” Sin embargo se trata de un grupo humano con predecesores como las culturas Chinchorro y del complejo Huentelauquén -con una data que se puede remontar hasta unos ocho mil años atrás- de ellos heredaron las artes de la pesca y la recolección de orilla. Todos ellos son de alguna manera los padres de los "hombres de
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ILUSTRACIÓN: César Jopia Q.
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Borde costero de la comuna de Tocopilla, sector norte, desembocadura del rĂo Loa. 11
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mar" que hoy vemos en nuestras costas nortinas. El apelativo Chango se aplicaba a estos conjuntos étnicos pescadores que se vinculaban unos con otros por todo el litoral, el cual no tardó en extenderse a otros clanes de más al norte y sur del Perú llamados Camanchacas, Uros o Proanches. Cuando se observa hacia el horizonte de las desoladas playas y borde costero de la segunda región, desde el norte hacia el sur y viceversa, es difícil imaginar que por ahí deambulaban libres y hayan prosperado grupos humanos que sólo sabían sobrevivir de las generosas aguas del Océano Pacífico, la abundancia de los mares sin patria en esa época, era suficiente para sustentar su población en el tiempo. Además de avezados pescadores y recolectores orilleros, eran expertos marinos, construían ingeniosas embarcaciones, que en la actualidad se podrían asimilar a un bote Zodiac de goma inflable. Los hacían con los cueros de cuatro lobos marinos machos que curtían con agua dulce, los cocían y luego los inflaban por un extremo usando huesos ahuecados a modo de tubos, posteriormente sellaban con grasa del mismo animal para que el aire no escapara, logrando obtener dos grandes valsas de hasta tres metros de largo. Los dos flotadores eran unidos con madera y amarrados con sogas, eso les permitía ir arrodillados o sentados mientras con un remo de doble paleta lograban adentrarse en las aguas. La lista de presas era variada y por lo visto muy sabrosa, al tratarse de pe13
Peine elaborado con espinas de pescado y finamente decorado con lana de camélido, cestos de fibra vegetal, cuerdas para amarras o para pesca, todos objetos “útiles” encontrados en ajuares funerarios Changos.
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ces hoy muy apetecidos, conseguían Congrios, Lisas, Bagres, seguramente grandes Atunes, también Jureles e incluso Pulpos, pinnípedos1 y cetáceos, lo que no es de extrañar por sus habilidades tan bien desarrolladas hayan incluido Ballenas a su menú por medio del arponeo. El ejercicio de la caza de ballenas, era extraordinariamente un acto de fuerza y habilidad, sólo un hombre daba muerte a la ballena mientras el resto esperaba en la orilla hasta que el animal por desangramiento moría, seguramente con paciencia esperaban que varara en algún lugar y ahí mismo era faenado y comido de adentro hacia fuera. Lo más probable era que nada se desperdiciaba, una especie de ese tamaño representaba un éxito muy productivo para todo el grupo proveyendo de alimento y materiales naturales por un largo tiempo. El mar era su todo... su esencia, su universo, su amanecer y atardecer… todo giraba en torno a la actividad de pesca, no dejaron muchas huellas de su forma especial de vida, soñamos viéndolos caminar por las solitarias playas del norte o embarcándose en sus extraordinarios flotadores de piel de lobo, sin embargo a pesar del poco vestigio que hay de los Changos, sí dejaron un obsequio para nosotros… en una remota quebrada al norte de Taltal, exactamente en el sitio El Médano dejaron grabados sobre farellones y rocas su cosmovisión, un mundo natural que les proveía de lo esencial para sobrevivir, escenas de pesca de hace unos mil años representan en color rojo el 16
arponeo de lobos marinos, tortugas y ballenas. Así mismo en playa Las Lizas al sur de Chañaral se pueden apreciar grabados de delfines y cetáceos. Como pueblo nómade, no portaban más que lo necesario... toldos seguramente hechos de piel de lobo y sus botes eran todo lo que llevaban consigo a la siguiente zona de pesca, sin embargo este continuo andar también les permitió obtener beneficios de otros grupos humanos que habitaban más al interior, haciendo “cambalache” por materias primas y objetos, como madera -escasa o nula en la costa- cobre y alfarería. Vistiendo sólo cueros y lanas de camélidos como modo de cobertura para el frío y embadurnados con grasa en el cabello caminaron por las playas como un pueblo que seguramente plasmaba sus temores a la escases de los recursos marinos en las piedras, para sustentar en el tiempo su dispersa y siempre en movimiento comunidad. Estos grupos humanos que de acuerdo a algunos hallazgos arqueológicos dieron pistas de diferencias sociales poco marcadas pero existentes, organizados en bandas familiares extensas, deambularon por las costas practicando la exogamia lo que les permitía expandir sus redes familiares incluso con otras etnias. No obstante, fueron -con el andar de la historia- bien o mal influenciados por la mano extrajera de los Inkas y los Españoles que diezmaron sus hábitos y por que no decirlo su población. El extenso imperio incaico instauró sus leyes en estas lejanas tierras cos-
El extenso imperio incaico instaur贸 sus leyes en estas lejanas tierras costeras, controlando la explotaci贸n de Guano.
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Puntas de flechas líticas, anzuelos de espinas de cactáceas, arpones de hueso. Eran expertos elaboradores de rústicas herramientas, que guardaban en su esencia “utilitaria” un valor incalculable para ellos...
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teras, controlando la explotación de Guano, delimitando los lugares donde extraer los recursos marinos a los que estaban acostumbrados. En la práctica, los intereses económicos españoles e Inkas borraron poco a poco su patrón de desplazamiento que les generaba alimento y continuidad en el tiempo. Antes de las incursiones foráneas, los Changos acostumbraban a pasar largos períodos de tiempo en sus embarcaciones en busca de peces, trasladándose longitudinal y latitudinalmente cubriendo con ello grandes extensiones del borde costero norte, tratando de coincidir esos movimientos con las temporadas altas de sus recursos.
“Como sea que hayan vivido, ya sabían de sustentabilidad...” Ocasionalmente dejaban la trashumancia para establecer campamentos o “caletas” aprovechando la generosa abundancia. Sabían de sitios donde la geografía les entregaba zonas que contaban con ricos porcentajes de recursos, como las desembocaduras de algunos ríos o fértiles 19
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vertientes, estableciéndose ahí por períodos mucho más largos. Ejemplo de esos asentamientos son Cobija, el actual Mejillones y Paposo donde se hayaron vestigios de su presencia. Para eso construían “rucos” o viviendas con huesos de ballena, palos o cactus que luego tapaban con los indispensables cueros de lobo marino, en su interior dormían sobre algas secadas al Sol y más cueros. Como sea que hayan vivido, ya sabían de sustentabilidad... sobrevivieron en las yertas franjas litorales flanqueadas por el desierto más seco del mundo. Gracias a la corriente de Humboldt, que con sus efectos climáticos les generó las más rica despensa de vida marina y pelágica en la ecoregión por la cual deambularon. Hoy ya casi nada queda de su presencia, sólo vestigios vagos e información dispersa, pero que aún así demuestra la rica herencia cultural de los otrora hijos del mar…
ILUSTRACIÓN: César Jopia Q.
1 Mamíferos adaptados a la vida acuática, con extremidades transformadas en aletas.
Texto, fotografía e ilustraciones: César Jopia Q. Revista BIOMA
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Vista panorĂĄmica del borde costero sur de la comuna de Tocopilla, misma vista que tenĂan los Changos para determinar el corredor de bĂşsqueda de recursos.
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Revista BIOMA “Vida al sur de la Tierra” estará presente en Expofoto 2014 10, 11 y 12 de octubre en el Centro Cultural Estación Mapocho. VEN A DESCUBRIR LA MARAVILLOSA EXPERIENCIA DE CONSERVAR EL PATRIMONIO NATURAL DE CHILE REVISTA
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Para explorar...para descubrir...para conservar
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a comuna de Tocopilla está inserta en una geografía intrincada, flanqueada por voluminosos cerros casi verticales que forman un verdadero muro de una fortaleza impenetrable y que parece empujar a sus habitantes al mar. Son escenarios naturales que parecen estar más emparentados con la Luna o Marte que con la Tierra. Por ello esta escenografía natural intrincada ha enseñado al hombre a sobrevivir sabiamente, el paisaje está compuesto por una serie de caletas y asentamientos humanos que algunos fácilmente podrían datar de los tiempos en que estas yertas playas eran habitadas por los Changos, pero hoy los pescadores y recolectores de algas han dado forma y carácter a cada una de ellas. Estas pequeñas caletas están distribuidas de norte a sur en cada rincón donde la abrupta geomorfología lo permite, tanto que algunas ya se han convertido en villas permanentemente habitadas. Sin embargo, no es raro encontrar intrincadas redes de solitarios senderos que descienden al mar y que van en busca de los mejores sitios donde las algas son más abundantes. Mientras sorteamos uno de esos vertiginosos caminos, más abajo a la distancia vemos como el mar embravecido no da respiro a las figuras humanas que pululan entre rocas afiladas en busca de algas de Huiro (Macrocystis integrifolia* y Macrocystis pyrifera**). Familias enteras sin importar sus edades, vuelcan sus esfuerzos para convertir esta flora acuática en sustento diario. Las mareas determinan la cosecha, hoy el
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El Huiro no s贸lo provee al hombre de un recurso, a este inquieto Churrete costero (Cincloides nigrofumosus) le resulta apetitoso probar los tallos de esta alga.
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oleaje a dejado entre las rocas una generosa cantidad de algas varadas. Las leyes de protección de los recursos marinos no permiten que los huireros extraigan el alga aún pegada al suelo, no obstante hay quienes no respetan estas normas y "destroncan" las algas para conseguir mayor volumen y por ende mejores ganancias, esto significa que el alga arrancada no volverá a crecer hasta dos años después de extraída de raíz. La danza con las olas no termina, los más avezados se internan varios metros más adentro entre las rocas para 36
recoger las algas atrapadas que el mar varó. Es un oficio arriesgado, los vemos resbalar a menudo, la piedras están plagadas de micro algas como líquenes… "es como caminar sobre papel con mantequilla". Como cazadores con lanzas se aproximan lo más que les permite el mar y acercan con largos ganchos los cúmulos de algas que luego se transforman en "atados" que más tarde son extendidos en las playas para que el Sol haga el trabajo de secarlos. A lo largo de las solitarias playas se pueden apreciar "canchas" de seca-
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do a la espera de la llegada de los compradores. Hoy por hoy la tonelada de Huiro seca es valorado en alrededor de cuatrocientos mil pesos, pero este valor cada vez baja más. “Antes había menos competencia y el valor por “tonelá” era mejor… incluso a nuestro hijo pudimos comprarle un auto cero kilómetro casi al contado… con lo ganado” nos cuenta la señora Regina, una esforzada mujer que ha visto su vida pasar en estas costas. Los vemos echar al hombro un gran atado de algas para llevarlo a la orilla, caminan sin almorzar, sin comer nada hasta entrada la tarde, incluso cerca de la media noche. El huiro es un alga de color pardo que crece en enormes bosques submareales, entre los 0,5 y 20 metros fuera del alcance del oleaje, ha sido explotada por larga data en las costas de nuestro país, no han sido pocas las toneladas de esta materia prima natural que ha abandonado nuestro territorio (Han partido hacia México, Francia, Japón, Ecuador, Alemania, Corea del Sur, Tailandia, India, Canada incluso Perú) para ser procesado en una infinidad de usos en cosmética o medicina. Las algas de este tipo a primera vista parecen ser comunes, sin ningun valor y más encima mal olientes representantes del mar, pero son parte importante de la cadena natural de la vida subacuática de nuestros mares, la sobre explotación de este recurso significa dañar a una serie de especies como cangrejos, peces y pulpos que no sólo se alimentan del Huiro sino que además hacen de sus espesas matas, su hogar para desovar o 39
colocar huevos. Más tarde, luego de la extenuante jornada de estas familias, los acompañamos cuando regresan al “ruco” -una precararia vivienda provisoria para pernoctar-, prendemos fuego en un tambor mientras unas teteras negras por el hollín hierven, preparamos con harina, agua y algo de sal unas improvisadas sopaipillas para recuperar fuerzas con un té caliente. En tanto la vaguada costera oscurece el paisaje con una cortina de humedad fría, una guitarra desafinada rompe el esquema del atardecer y los huireros dejan vagar su mente por las experiencias del día entre sueños familiares y lágrimas de esfuerzo, una labor solitaria y que sabe más que nadie de sacrificio, esa es la imagen final que nos queda entre la memoria y el corazón de los Huireros que viven donde rompen las olas.
*La M. integrifolia se distribuye desde Arica hasta la VI región. **La M. pynphera desde la VII región hasta el canal del Beagle.
Texto y fotografía: César Jopia Q. Revista BIOMA
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El Pulso de la Naturaleza
Llanto de Nubes Al fin llegó la lluvia al hogar de las chinchillas. Un silencioso y melancólico día de invierno, en que el cielo amaneció cubierto por espesas nubes negras que achataban el firmamento, se desencadenó el esperado y esquivo milagro. Al comienzo, tímidamente, las nubes soltaron su carga vital empapando gota a gota la faz del paisaje, tapizado por arbustos resecos y mantos de pedregales grises, que poco a poco cambiaban de tonalidad al ritmo del suave baño pluvial. La lluvia se dejó sentir desde las cumbres más altas hasta los lechos resecos de las profundas quebradas, como una letanía casi olvidada, como un suave murmullo que acalló por un instante las voces habituales 46
de este ambiente semidesértico. El rumor de la lluvia se acentuó en la profundidad de la noche, elevando a los cuatro vientos un mensaje inequívoco, una buena nueva para la infinidad de criaturas vivientes de casi todos los reinos que habitan en este riguroso y a veces implacable ambiente. La intensidad de la lluvia parecía anunciar días mejores. Parecía poner término por fin, a las azarosas pruebas de sobrevivencia de los estoicos seres de este mundo semiárido. Parecía neutralizar la implacable sequía levantando su voz en la oscuridad, como un prometedor concierto del más talentoso y consagrado coro de aguas. El nuevo día dejó atrás la trasnocha-
da lluvia y llegó envuelto en aromas indescriptibles, fragancias que regocijaban el espíritu, despertando misteriosas nostalgias quizás de orígenes ancestrales. El penetrante olor de la tierra húmeda entremezclado con el aroma de raíces y hojas maduras empapadas, se concertaba con la magia del ambiente de post lluvia. Inevitablemente, la fuerza de los acontecimientos me transportó a circunstancias parecidas, de otros tiempos… Radal Siete tazas otoño de mil novecientos noventa y nueve. La marcada sequía del año anterior hacía notar sus efectos; el caudal del río había disminuido tan drásticamente que en algunos tramos se había secado. La imponente cascada Velo de La Novia, con más de cincuenta metros de altura ya no se descolgaba por el abismo rocoso con su vaporoso velo inmaculado. La sequedad en el suelo había llegado a tal punto, que caminos y senderos estaban cubiertos por una gruesa alfombra de fino y polvoriento trumao volcánico. La capa de trumao suelto, fino como el polvo de talco, en algunos tramos del camino era tan profunda que al pasar sobre ella, los pies se enterraban hasta los tobillos en la tierra suelta. Sin embargo, cuando parecía que la situación ya no daba para más vino la bendita lluvia. Apenas comenzó a llover se levantó una extraña polvareda a lo largo del camino a ras de suelo, que era provocada por las gotas de lluvia que se sumergían en la gruesa capa de trumao, provocando la estampida de las resecas partículas de polvo que
salían disparadas al aire por el impacto sucesivo de las gotas de agua. La sequedad de la tierra era tan intensa que parecía imposible su fusión con el agua, las gotas de lluvia levantaban polvo al chocar con el suelo y luego se hundían en la fina capa de trumao sin perder su forma ni mezclarse con la tierra, como si se tratara de agua y aceite. Finalmente la perseverancia de la lluvia pudo más. La impermeabilidad del trumao que cerraba el paso al agua, fue cediendo frente a la imparable inundación; las gotas de agua perdían su forma esférica para deshacerse y fundirse con la tierra, oscureciendo el suelo que gradualmente era conquistado por la humedad. En primera línea observé este fugaz acontecimiento, cuya sugestiva imagen entremezclada con el ruido de la lluvia, emulaban el fragor de una batalla como si dos ejércitos en miniatura se enfrentaran en un conflicto de vida o muerte. En efecto, dos grandes elementos de la naturaleza agua y tierra, se confrontaban inevitablemente para conciliar sus diferencias acentuadas por una larga ausencia, antes de fundirse nuevamente en una milenaria alianza en beneficio de la fecundidad y la continuidad de la vida.
Texto: Mario A. Ortiz Lafferte. Fotografía: Revista BIOMA
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