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IgnacIo Lopez Tarso El último gran histrión

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DANIEL SRZ

DANIEL SRZ

(1960); en una profunda lección humana de inolvidables alcances, originada en la imaginación del escritor B. Traven. También un pepenador devorado por la crueldad de la gran urbe, en “El hombre de papel” (1963), toda una fábula citadina sobre la ambición; coronada por la soberbia actuación de López Tarso.

El actor, se convirtió en el personaje de contexto rural que ve su vida transformarse ante un golpe de suerte, y que al final resulta mortal; en “El gallo de oro” (1964). Esta última, se basó en un trabajo literario del escritor mexicano Juan Rulfo.

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En 1970, dió vida a “Pito Pérez”, el entrañable personaje construido desde la inventiva del escritor José Rubén Romero. En “El profeta Mimi” (1973), interpretó a un asesino serial, su actuación magnánima, nos permitió reconocer algunos de los tantos atavismos de la nación mexicana, que a diario da la batalla ante la superstición, la culpa hereditaria o el fanatismo. Pero en “Los albañiles (1976), el actor sirvió un delicioso platillo a tres tiempos, nuevamente dió cátedra de actuación al personificar a don Jesús; un hombre de apariencia inofensiva, que en realidad es un ejemplo de la banalidad del mal, que brota de las alcantarillas de la gran ciudad.

En “La sombra del caudillo” (1960), -poderoso aguafuerte que narró los devaneos sangrientos en el México posrevolucionario-, dió vida al general Hilario Jiménez. Por su contexto político, basado en la novela homónima de Martin Luis Guzmán, la película fue enlatada muchos años; por obra y gracia del régimen priísta.

En “Rosa blanca” (1961), López Tarso interpretó al honesto propietario de una hacienda, cuya desgraciada es la de encontrar yacimientos de petróleo, a partir de ese momento; su vida transcurre en un calvario de corrupción y de codicia.

Con la prestancia de un actor consumado, Ignacio López Tarso, supo dejar atrás las caracterizaciones del leal guerrillero de la Revolución de las películas: “La cucaracha” (1959) y “Juana gallo” (1961), para enfundarse en el traje de caballero para las cintas: “La estrella vacía” (1960), y el hondo drama urbano, “Días de otoño” (1963).

Ya consagrado, López Tarso se puso el traje de charro, para, con tono mascullante y preciso; narrar corridos revolucionarios acompañado por música en vivo. Era la primera vez que un actor de su talla, decía los corridos para la gran audiencia, sus discos se vendieron como pan caliente.

Fue dirigido por los más grandes: Gavaldon, Buñuel, Rodríguez, Zacarías, Taboada, e incluso; el estadounidense John Houston, o el realizador español Carlos Saura.

AldO FuLcAnelli

Con 70 años de trayectoria a cuestas, el actor mexicano Ignacio López Tarso, fue contemporáneo de otros grandes intérpretes como Narciso Busquets, José Gálvez y Wolf Ruvinskis; al igual que ellos, hizo del escenario o el plató cinematográfico, su natural campo de batalla. El actor se inició bajo la tutela de maestros como Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, continuando su formación actoral; con pesos completos de la talla de Seki Sano y Fernando Wagner.

Ante el público, López Tarso dió lo mejor de su talento melodramático, interpretando las grandes obras de Shakespeare, Pirandello, Ionesco, Rostand; Valle-inclan, o el mexicano Emilio Carballido.

Personificó a Otello, Cirano de Bergerac, Enrique IV, Tirano Banderas, desde el escenario; se convirtió en el cronista de los grandes problemas humanos, ayudándonos a comprender que el teatro, es una extensión de la vida misma.

En el cine, López Tarso dejó una imborrable huella: fue el pueblerino que intentó retar a la muerte en “Macario”

Compartió cámara con las actrices María Félix, Katy Jurado, Elsa Aguirre, Lucha Villa, Alida Valli, o Isabelle Adjani, solo por nombrar algunas.

Su trabajo en el cine lo llevó a ser aclamado en los más grandes festivales del mundo: desde la Unión Soviética, Europa, Estados Unidos; y hasta Nueva Deli.

Pero quizás su mayor éxito, fue el de haber sintetizado en sus papeles el alma del pueblo, ciertamente; sus gestos, actitudes y arrebatos, fueron los del hombre común. Los del albañil, el campesino o también el rudo jornalero, que se tunde a golpes con la miseria-la humana y la material- todos los días.

No contento con setenta años de éxitos, Ignacio López Tarso, continuó su legado en Teatro de atril, e incluso, en sus últimos días de vida, incansable; incursionó en teatro por streaming con la obra: “El águila en la alcoba”, dando vida a Fray Servando Teresa de Mier.

Ignacio López Tarso, es sin duda, el último gran actor de iberoamérica, el único capaz de haber dejado huella dentro del cine Mexicano de oro; y atravesar invicto los foros teatrales desde los clásicos.

Del teatro a la televisión, de las escopetas revolucionarias, con todo y sombrero de charro negro, hasta la ciudad donde sobreviven los más aptos; Ignacio López Tarso, alcanzó la grandeza, logrando trascender con el arte que hoy lo mira elevarse hasta la inmortalidad.

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