“Escribimos para perder nuestro nombre, queriéndolo, sin quererlo, y, en efecto, sabemos que otro nos es dado necesariamente a cambio, pero ¿Cuál? El signo colectivo que nos envía al anonimato (puesto que ese nuevo nombre - el mismo - no expresa más que la lectura sin nombre, jamás centrada en tal lector designado por su nombre, ni siquiera una posibilidad única de leer. De este modo el nombre que nos hace vanidosos o desdichados es la marca de nuestra pertenencia a aquello que carece de nombre, aquello de donde nada emerge: la nada pública –la inscripción que se borra sobre una tumba ausente”.
Aconte… seres… de una comunidad… inconfesable Runo Rímac habitante del afuera
Maurice Blanchot
Orlando de J. Flórez Rodríguez