Revista Ciudad Edi 20

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ISSN: 0123-238X Revista de Asuntos Urbanos • Edición 20 • ISSN: 0123-238X •20

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Ciudad, revista de asuntos urbanos 20 • ISSN: 0123-238X


Diseño y conceptualización Corp. Paso Bueno

PORTADA

CONTENIDO Editorial......................................................................................................................2 El barrio en la ciudad

Por: Guillermo Álvarez...................................................................................................................3

Densificación y degradación urbana

Por: Darío Ruiz Gómez...................................................................................................................5

En recuerdo de una calle

Por: Darío Ruiz Gómez...................................................................................................................7

Nuevas vías, malos ensanches

Por: Darío Ruiz Gómez...................................................................................................................9

Gonzalo Arango

Por: Alberto Aguirre......................................................................................................................11

Sobre la regla formal de justicia

Por: Pedro Posada Gómez..............................................................................................................19

La magia del trueque

Por: Marie Holt Richter ...............................................................................................................21

De la alcoba a la plaza

Por: Fernando Cruz Kronfly..........................................................................................................24

Los invasores

Por: Alonso Mejía.........................................................................................................................30

Las tapitas

Por: Raúl González Hernández ...................................................................................................32

Mis moradas

Por: Raúl González Hernández ...................................................................................................35

Somos y hacemos

Por: César Jaramillo.....................................................................................................................36

Escribir a la intemperie

Por: José Fernando Vélez Londoño.................................................................................................39

Casa de arreboles anaranjados

Por: Elsa Ruiz ..............................................................................................................................40

“Un adiós para Silvana”

Por: José Martínez Sánchez..........................................................................................................42

Don Víctor el electricista

Por: Fabio Zuluaga Ángel.............................................................................................................45

En la parte alta de abajo

Por: Helí Ramírez ........................................................................................................................47

Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico

Por: Víctor Bustamante.................................................................................................................49

Desarraigo y olvido

Por: María Helena Giraldo González.........................................................................................51

ESCRILETES: creación literaria........................................................................55 Por siempre…Barca de los locos Por: Bernardo Ángel Saldarriaga.................................................................................................58

Una mirada….A la casa, el barrio y la ciudad

Por Oleg Echeverri G....................................................................................................................63

Ex-Libris...................................................................................................................65 El barrio y la ciudad Por: Elsa Ruiz...............................................................................................................................68

Medallito de la suerte

Por: Jaime Jaramillo Panesso........................................................................................................69

CIUDAD, revista de asuntos urbanos Edicion No. 20 Diciembre 2012 - Enero 2013 Licencia 0013 de mayo de 1984 ISSN 0123-238X Sede: Calle 48 Nº 38 – 55 Tel: 228 16 83 CORPORACIÓN CIUDAD, Centro de estudios urbanos Medellín, Colombia E-mail: corporacionciudad@une.net.co, lguillermoalvarez@gmail.com - revistaciudadcolombia@gmail.com Revista virtual http://issuu.com/revistaciudadcolombia Director Guillermo Álvarez Á. Consejo Editorial Darlo Ruíz Gómez, Mario Vélez S, Fernando Viviescas M, Gustavo Vivas R, Osvaldo León Gómez C, Federico Giraldo V. Diseño y Diagramación Corporación Paso Bueno Tel: 230 7329 Carrera 66 No. 48C - 13 info@pasobueno.com www.pasobueno.com Contabilidad Fabio Cardona Vargas Suscripciones y Ventas Calle 48 Nº 38 – 55 Tel: 228 16 83 Cel: 315 830 67 31 Corresponsales Gustavo Vivas R. España; Elsa Ruiz, Francia Gloria Havautis, EE-UU María Clara Mejía B. EE.UU Amantina Osorio R. Canadá Diana Madrigal, Alemania Fundadores John Jairo Hoyos Ochoa Luis Guillermo Álvarez Álvarez Cofundadores Estanislao Zuleta (+), Fernado Cruz Kronfiy, Fabián Rendón(+), Carlos Granada, Dario Ruíz Gómez, MarioVélez S. Andrés Velásquez R, Fernando Viviescas M, Gustavo Vivas R, Osvaldo León Gómez, Federico Giraldo Valencia, José Luís Rodríguez Solis, Hubert Ariza, Jaques April, Emilio Latorre, Edgar Váquez B, German Colmenares, Anibal Patiño, Alberto Saldarriaga R, Verónica Perfetti, Benjamín Barney, Jorge Mazo, Samuel Jaramillo, Antonio Montañas, Rogelio Salmona(+), Silvia Arango, Armando Silva, Pedro Santana, Gloria Gaitán, Saúl Sánchez, María Clara Mejía, Amantina Osorio R, Juan Camilo Ruiz, Fabio Betancur, Carlos Estaban Arrubla P, Jaime Jaramillo Panesso, Carlos Julio Calle (+), Juan Luis Mejía, Fernando Arbeláez, Alberto Aguire (+), Manuel Mejia Vallejo(+), Luis Guillermo Pardo, Juan Fernando Álvarez (+), Omar Castillo, Aura López, Juan Guillermo Betancur, Hernán Henao Delgado(+), Margarita Gómez, José Martínez S, Elsa Ruiz, Beatriz Gómez, Gloria Lucía George, María Eugenia Beltrán, Gloria Burgos, Victor Gaviria, Rubén Darío Lotero, Ramiro Tejada, Fernando Baena, Alberto Baena, Pedro Cano(+), Raúl González, Ligia Pimienta(+), Luz Ruiz de Baena(+), Jorge Rodas, Edwin Diez, Alvaro Pardo C.(+), Hernán Darío Villegas, María Eugenia Arango, Antonio Restrepo(+), Juan Guillermo López(+). CIUDAD, Revista de Asuntos Urbanos, es una publicación que revela, en palabras, e imágenes, el devenir de las ciudades colombianas y que se propone articular discusiones sobre la vida urbana, con el fin de hacer de la ciudad una humana y alegre residencia y morada para el ciudadano. Siendo de carácter pluralista e interdisciplinaria las opiniones expresadas son de los autores, reservando la sección editorial para manifestar los puntos de vista o criterios de la revista. «La Ciudad para los ciudadano» Resume nuestro criterio urbanístico sobre la ciudad LAS OPINIONES FIRMADAS SON RESPONSABILIDAD ÚNICA DE SUS AUTORES

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Editorial Ya decíamos en la anterior edición 19 que “La ciudad globalizada de hoy se ha tornado violenta e incontrolable, debido a los excesos concentracioncitas del modelo de vida acumulativo, en el cual todo aquello que no sea convertible en mercancía o dinero es subestimado y excluido.” Explorar la posibilidad de preservar los asentamientos humanos que perviven como vida barrial en la ciudad, impone otros criterios de urbanismo superando el pragmatismo y reduccionismo economicista utilitario del centímetro cuadrado, que justifica la construcción en altura, sin más, arrasando con cualquier vestigio de patrimonio arquitectónico y cultural. Sin respeto por la memoria, la que consideran bucólica antigualla. Por ello estos especuladores inmobiliarios son los auspiciadores del agresivo caos en que se ha tornado la ciudad, a pesar del orden que proclaman con pompa publicitaria. Los asentamientos barriales como territorio de ciudad son el suelo de comunidad donde el conglomerado adquiere identidad y pertenencia, es amigable y solidario, como lo leeremos en los artículos de esta edición Ciudad 20, lo invitamos a participar de la reflexión, para dilucidar alternativas a “El malestar en la ciudad “ En el mes de abril de 2013 cumpliremos treinta años de haber entrado en circulación Ciudad, revista de asuntos urbanos. Aspiramos realizar un evento de conmemoración, del cual informaremos oportunamente. “La ciudad para los ciudadanos” es una invitación, una utopía, un camino porque, como dice Walt Whitman: “Soy un ciudadano de la ciudad, y todo lo que interesa a los ciudadanos de la ciudad, me interesa a mí.” También nos puedes ver virtual en http://issuu.com/revistaciudadcolombia y escribir a revistaciudadcolombia@gmail.com

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El barrio

en la ciudad

Fotografía Imago Fotodiseño - info@imagofotodiseno.com

Por: Guillermo Álvarez

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n funcionario norteamericano, yanqui, sentenció hace unos años que la solución para la problemática de la comuna nororiental de Medellin, era ¡bombardearla! Esa conminación levantó ampolla y reclamaciones oficiales y oficiosas. Y no se volvió a hablar del asunto.

Recientemente los comandantes del actual urbanismo de la ciudad están diseñando bombardear la comuna nororiental no con argumentos de pólvora, sino con un embuchado “urbanismo” que presentan como modernización del sector, consistente en arrasar el territorio de asentamientos barriales, derrumbando las

“feas” casas de los lugareños y sustituirlas por edificios bloques de apartamentos, lo que permitiría ganar amplios espacios para ampliar el “espacio publico”. Entonces los habitantes pasarían, con subsidio de la municipalidad, a vivir en una “vivienda digna”. Jugoso negocio para los especuladores inmobiliarios que encontraron en la construcción de vivienda popular, apropiarse de los subsidios estatales para hacer viviendas de infamia social. Este “ordenamiento” lo que pretende es desarticular los lazos de vinculo social, solidaridad, identidad y pertenencia, vecindad y comunicación que caracterizan

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a la vida barrial. Arrasar con la calle como escenario de vida, la tienda de la esquina, el parque o la plaza, la cancha, el teatro y el bar. Es la hostilidad contra la común unidad de estos territorios barriales. Por eso prohíben los sancochos callejeros, la calle convertida en cancha de fútbol o en autódromo de carros de rodillos. Para expandir la vida despersonalizada light de los centros comerciales y “habitacionales” en los cuales los gendarmes vigilantes te formatean de acuerdo al código oficial, en esos guetos urbanos. Lineamiento oficial actual de un urbanismo arrasador que no admite el diálogo entre lo tradicional y lo moderno, que tala arboles milenarios y casas centenarias sin compasión de lo que representan para la vecina que los contemplaba y gozaba escuchando los trinos de los pajaros que

en ellos anidaban; y que promulga una ciudad ideal despersonalizada y ordenada autoritariamente: una ciudad amordazada y una ciudadanía apabullada por el miedo y los atropellos. Si ese propósito “urbanizador ” de la comuna nororiental se hace realidad, el atropello se extenderá desplazando de su territorio a quienes no obtengan la capacidad de ingresos y tributaria que las nuevas “moradas” les acarrearan, que serán la mayoría. Entonces, bombardeada la nororiental, quedará un ¡“lindo y ordenado” recuperado sector de la ciudad!, como preconizaba el yanqui. No es lícito auspiciar ese bombardeo a la vida barrial, admitir liquidar ese patrimonio cultural y la memoria colectiva de las comunidades. Vale propender por la vida en común, como lo es la vida barrial, en la cual existe vida de común unidad o comunitaria: identidad, solidaridad, pertenencia, vecindad, diálogo y comunicación tú a tú. Destruir el barrio es liquidar los microcosmos de la ciudad, es destruir la ciudadanía, porque el barrio es fragmento autónomo de la ciudad, los barrios son el suelo de la ciudad, en su conglomerado barrial conforman el esqueleto de la ciudad, cuya fragmentación y diversidad constituyen su gran riqueza. Uniformizar y homogenizar es la bárbara propuesta de los urbanistas arrasadores, en provecho de los especuladores inmobiliarios socios de los especuladores financieros, quienes dueños de los bancos se tomaron el estado y están arrasando al mundo. Me quedo en el barrio, en mi barrio en el que recibí el primer beso, en el que recibí el primer amoroso abrazo, en el que tengo mis amigos de la escuela de mi barrio, quienes nos reuníamos a cantar tangos y baladas y a contar chistes en la tienda de la esquina, la tienda de don Salva.

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Densificación y

degradación urbana Fotografía Olga Lucia Hecheverry G.

Por: Darío Ruiz Gómez

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n caprichoso capitalista construyó en las afueras de Madrid, Seseña, un conjunto de vivienda de 13.500 apartamentos de los cuales apenas se vendieron 3.500. En este poblado fantasma los maleantes se dedican a saquear puertas, ventanas, instalaciones sanitarias. Kilamba en Angola fue construida por los chinos como una ciudad para medio millón de habitantes. Hoy la habitan 220 familias, el precio de los apartamentos está entre los 120.000 y 200.000 dólares. Solamente han sido vendidos 2.800 apartamentos pues los angoleños viven con menos de diez dólares al día. El gobierno paga a China este despilfarro con petróleo. En Medellín el concejal Bernardo Alejandro Guerra ha destapado lo

que se escondía detrás de esas horrorosas torres de veinte y más pisos con solo un ascensor y unos pocos parqueaderos y sin las necesarias áreas verdes, sin el planteamiento vial indispensable y que han terminado por destruir la escala visual de la ciudad. En “Case” una serie policíaca inglesa un policía informa sobre un gángster que ha “construido unas horrorosas viviendas de interés social”, de manera que un delito como éste de lavado de capitales se ha hecho global ya que lavar dinero invirtiendo en la construcción de vivienda social es una consecuencia directa de la globalización de los capitales emergentes. Y no nos engañemos pues ésta es la causa de lo que se llama una burbuja

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inmobiliaria, la medida de una nueva cara de la especulación y que hoy destruye ciudades y va desfigurando el interland rural, las fuentes de aguas, las reservas forestales mediante una salvaje intervención inmobiliaria. Bajo una calculada deformación del concepto de densificación algunos Planes Parciales encubren esta agresión al concepto de vivienda y por supuesto van degradando la noción de calidad de vida. Es esto lo que explica la desaparición del urbanismo y de la planeación como reguladores del desarrollo de una ciudad - sustituidos por parquecitos lineales - , como búsqueda de lo fundamental que es la interrelación social, la desaparición de 6

las murallas que invisibilizan y guetifican, que niegan la viabilidad de la ciudad en sus sectores populares. La degradación del concepto de vivienda va de la mano de la degradación de la calidad de vida y como lo ha señalado Reinaldo Spitaletta el hacinamiento en estos inauditos “pirulíes” es la negación del barrio, de los espacios necesarios para el desarrollo de la vida social, o sea la muerte de la ciudad. ¿De qué urbanismo, entonces, nos estamos ufanando? ¿Ha mirado algún funcionario el abandono vergonzoso del Centro? ¿Se puede seguir instalando semáforos a la loca sin haber estudiado calle por calle las nuevas problemáticas viales? El alucinante informe de “El

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Colombiano” sobre las llamadas Fronteras Invisibles – miles de estudiantes sin estudio, modernos colegios abandonados- trae a flote lo que yo había señalado hace algunos meses: la pérdida dramática de los territorios del ciudadano, la desaparición de la autoridad suplantada por la delincuencia, y, el abandono de esos sectores por el simple hecho de que no constituyen espacios para la especulación de contratistas y arquitectos a los cuales lo único que les interesa es la ciudad de los contratos y no la ciudad que se sigue construyendo con solidaridad, sin “obras maestras” de la arquitectura y contra la dictadura de las organizaciones criminales y la indiferencia oficial.


Por: Darío Ruiz Gómez

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n una memorable reflexión sobre la ciudad, “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, Marshal Berman recuerda a Moses el famoso urbanizador que hacia los años 50 estaba renovando a Nueva York con gigantescos proyectos urbanísticos utilizando la más avanzada tecnología hasta cuando Berman se da cuenta de que ese proyecto partía de arrasar lo construido y ahí caería su barrio, el Bronx, historias de niños que van al colegio, de vecinos, de jóvenes enamorados, historia personal frente a la Historia con mayúsculas que escriben los cronistas oficiales, palimpsesto de afectos frente a la inhumanidad de un zoning. ¿Qué hubiera sucedido si estos barrios hubieran desaparecido para dar paso a una ciudad sin memoria donde la vida es un vacío, una selva de símbolos?

Una gran novela como la Delillo, “Submundo” recoge bellamente la polifonía de voces y músicas de estos barrios. ¿Dónde nació la cultura de la ciudad? Rescatar este mapa humano fue rescatar la historia de la familia, de los amigos muertos y vivos. Y demostrar que la vieja casa no ha desaparecido, ni el patio lleno de muchachitos bullosos, ni las escaleras donde los jubilados rememoran. En la foto de una calle que ya no existe, quien rememora suele encontrar una vida que sin haberla vivido le permite recuperar el hilo de una genealogía que le hacía falta, porque si la historia de los historiadores es una suma de archivos, una vieja foto nos permite encontrar a un amigo, a un amor que hubiéramos querido tener cuando ellos vivían. Mirarlos es preguntarnos sobre su destino. Un tran-

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quilo hombre bien trajeado de los años 50 parece lejano al tranvía que pasa. Pensar la ciudad a través de imágenes como pedía Aldo Rossi es poderla reconstruir mentalmente en cada ocasión. A veces, lo recuerdo, mi primo Gustavo se colaba al tranvía por la parte trasera mediante una pirueta que yo era incapaz de hacer. Al trote lo seguía por la acera, escuchando el rechinar de las ruedas y el chisporroteo de los cables eléctricos. Algún granuja desencajaba la pértiga y el tranvía se detenía. Colocaba la pértiga en su sitio el ofendido conductor y continuaba su marcha mientras mi primo sonreía acodado en la ventanilla y a mi me parecía de lo más natural seguirlo al trote a prudente distancia. El tranvía de Ayacucho estaba enmarcado por villas de estilo italiano, arquitecturas de los años 50 y eso constituía una experiencia decisiva para un niño que descubría así la riqueza visual de la calle. Los guayacanes habían florecido y ca-

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minando sobre aquel inusitado tapiz de flores vislumbré la felicidad de pertenecer a una ciudad. La reflexión de Berman parte del hecho de recordar ante un falso progreso, el verdadero significado de la modernidad: la calle y la vida, aquel “de qué tiempo es este lugar” de Lynch. “Es en las calles, en nuestras calles en donde debe estar la modernidad. El camino abierto debe conducir a la plaza pública”. La ceiba necesitó de casi un siglo para referenciarnos este logro del tiempo y darle escala a la Plazuela y significado a los edificios de la Universidad. Miles de ciudades europeas han renovado sus agónicos centros históricos gracias a afortunadas intervenciones con vías y edificios modernos que al establecer el contraste han enriquecido lo antiguo con lo nuevo y nos han dado la medida de una nueva belleza, le han devuelto la ciudad a la tranquilidad, al peatón. Eso fue lo que hizo Norman Foster en Nimes. No se si habrá sensibilidad para hacerlo aquí.

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Nuevas vías, malos ensanches Ensanche de Avenida San Juan - Medellín

Por: Darío Ruiz Gómez

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l urbanismo moderno logró incorporar a las antiguas mallas urbanas, la expansión de las nuevas áreas que fueron surgiendo bajo diferentes circunstancias históricas, económicas, y con el desarrollo de nuevas tecnologías, equilibrando lo antiguo y lo contemporáneo. De este modo las imágenes de cada período guardan, entre sí, una necesaria continuidad, enriqueciendo la experiencia urbana del ciudadano. Algo que no sucede cuando se arrasa sin contemplación alguna un sector bajo la falacia de responder a una exigencia del progreso. Este tipo de desarrollo urbano de la ciudad no ha sido el fuerte de nuestras adminis-

traciones. Olano lo entendió, al darse cuenta de lo que suponía la incorporación del vehículo – el tranvía, incluido - en lo referente a una nueva escala y lenguaje visual de las vías, a la función del árbol como elemento clave en el mobiliario urbano. El Centro fue el ejemplo de esta racionalidad en la incorporación de una nueva arquitectura, del trazado del espacio para las nuevas vías. Pero ya en los años 60 irrumpió el concepto de ensanche como arrasamiento de un sector sin tener en cuenta sus valores ambientales, su legitimado urbanismo. Se ensanchó Colombia sin tener en cuenta la necesaria arborización, la debida proporción de las aceras para permitir un mayor flujo pea-

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tonal y la integración del Centro con las periferias. Para los contratistas de la época la estética de una vía, era algo superfluo.

“remodelaba” la plazuela de San Ignacio arrasando su espacio, sus monumentos y convirtiéndola en un orinal.

Esto mismo sucedió con San Juan donde el desastre fue mayor porque se arrasó el parque de la América y el ensanche de la vía terminó, abruptamente contra una vieja casa. Los árboles aparecieron después como una impostación. Que la Avenida Oriental era necesaria nadie lo niega, pero la caprichosa demolición de un sector caracterizado por un gran patrimonio arquitectónico y la inexistencia de un verdadero trazado de las aceras, del debido mobiliario, dejó a la vista las horribles culatas que aún se ven, además de la incapacidad de conectarla con otras vías distribuidoras, lo que permitió que lo que debería haber sido una moderna avenida quedara convertida en un desolado lugar de paso, en un tajo que fragmentó el Centro. Hubo un proyecto descabellado de ensanchar Ayacucho como vía para el aeropuerto que, eliminaba el atrio de San José, destruía un costado del Paraninfo y

Ya que, si irrumpieron nuevas tecnologías debieron hacerlo unas nuevas estéticas pero la perversión del contratismo llevó a la irracionalidad de construir puentes sin calidad en los acabados y olvidándose de los peatones. ¿Se están teniendo en cuenta estas premisas al proyectar el tranvía de Buenos Aires? Berlín y Bilbao parten del planteamiento de un paisajismo a lo largo de la vía gracias al cual se atenúa el impacto que supone todo desplazamiento de población, la destrucción de algunas fachadas y se renueva la calidad de un entorno rescatado para el disfrute de los ciudadanos, y no para los especuladores con sus desmedidas torres de “vivienda de interés social”, o sea, conectando barrios, y no aislándolos, justificando la intervención y no convirtiéndola en una agresión a los habitantes, al patrimonio que constituye en los barrios afectados, una calidad ambiental lograda en el tiempo.

Av. Oriental de Medellín arborizada

Av. Oriental de Medellín piramidada

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Por: Alberto Aguirre

Una figurita endeble

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onzalo llegó de Andes hacia 1950 ó 51 y entró a la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia. Fue su primera hazaña de relacionista, porque no había terminado bachillerato. Había hecho apenas quinto de bachillerato, no completo, ya que no lo había aprobado en Andes, y se vino y matriculó en Derecho. Había una posibilidad de asistencia, pero en realidad no se matriculó. Asistía para poderle decir a don Paco, su papá, que estaba estudiando Derecho en la de Antioquia. Porque don Paco, que era telegrafista en Andes, tenía mucho empeño en que su hijo fuera profesional y entre la camada de los hijos de don Paco y doña Magdalena, Gonzalo era el que apuntaba desde niño con inquietudes intelectuales, porque todos los demás, desde el principio, y así lo realizaron después, tenían la vocación clásica antioqueña de

conseguir plata, ese talento típico de los antioqueños que es conseguir plata, como dice Fernando González. Gonzalo, en ese entonces, en Andes, era un muchacho inocente sin vuelo ninguno intelectual, pero que ya leía y tenía preocupaciones, y la familia, por los avatares de la política, porque don Paco era conservador y subían los liberales y arrasaban o viceversa, se tuvo que venir para Medellín. Gonzalo entró a la facultad, pero nunca fue a una clase. Y se hizo muy amigo de Carlos Jiménez Gómez, que era estudiante de derecho de cuarto año, poeta, yo creo que notable poeta en su momento, un gran lector, un hombre muy culto y muy digno. Ahí conocí a Gonzalo, en ese grupo de intelectuales y poetas, y de entrada nos hicimos muy amigos. Gonzalo siempre nos dio la idea de que tenía 16 ó 17 años, y tal vez él nos dijo que tenía esa edad. Era una figurita endeble, frágil, delicada,

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así como muy querido, muy dulce, tanto que yo siempre pensaba que Gonzalo tenía 17, 18. Yo tenía en ese entonces 25 ó 26, Jiménez Gómez podría estar en los 22 ó los 23. Gonzalo era un niño, pero cuando llegó a Medellín, ya tenía 20 años, pues había nacido en 1931. Pero mantuvo siempre esa postura infantil, muy dulce, que respondía mucho a su naturaleza. Y por esas cosas de la vida, que hay seres humanos que caen simpáticos, se establece de entrada esa simpatía del alma, que crea un lazo por encima de las relaciones posteriores. El vínculo es muy instantáneo. Como el amor, se da siempre por rayos, nunca se construye.

Vidalito Empieza entonces una amistad literaria y personal que dura ocho años, antes de cualquier brote nadaísta. Estamos en 1951 y el Manifiesto Nadaísta se publica en el 58. Son unas épocas muy bellas de lectura, de charlas, y Gonzalo al fin le dice a su padre que no quiere estudiar, que lo que quiere es ser escritor y ya se destapa en la familia. Es como decir que se va del país, que se va de la casa, casi una apostasía. Don Paco había conseguido una finquita minúscula por Belén arriba. Entonces Gonzalo decidió irse para allá, y se metió a escribir una novela, que se llama “Después del hombre”. Fue su primer intento literario. No había publicado nada todavía y se lanzó a escribir esa novela. Escribía a lápiz en un libro de

contabilidad que le conseguimos nosotros. El personaje se llamaba Vidal Cruz y por eso nosotros lo empezamos a llamar Vidalito. Se pasó todo ese año de 1952 escribiéndola. El dijo en un reportaje, después, que la había quemado. Pero no es cierto. Lo que pasa es que Gonzalo, con el tiempo, dio una vuelta total y se volvió más un promotor de su propia imagen y empezó a decir mentiras, como ésta de que había quemado “Después del hombre”. Hay que tener en cuenta que la vida de un ser humano es un proceso y es casi una idiotez decirlo, pero en los simplismos están las verdades más claras. Uno tiende a creer que el hombre es un hecho dado, que es una estalactita en determinado momento de su vida. Se toma, por ejemplo, a Gonzalo hacia el final y se dice: ése es Gonzalo. No, el ser humano es un proceso y, como todo proceso, es contradictorio, pasa por etapas que se contradicen o se niegan totalmente. Gonzalo, pues, no quemó esa primera novela, que no fue publicada y cuyo original yo conservo. Se nota que escribía de noche y se advierte febricitante. Es muy bella como testimonio. Hay páginas que no se entienden porque las escribió con desesperación, con angustia. Ahí, en esa novela, sí está el huevo del nadaísmo, que es la angustia de la existencia. Los nadaístas, que se consideran los guardianes de la memoria del movimiento, niegan ese Gonzalo Arango “prehistórico”, por llamarlo así, y muchos creen que Gonzalo arrancó con

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el nadaísmo. Pero el hombre es un proceso.

Un niño que sufría Fue un año de mucho sufrimiento para Gonzalo. Yo tenía una oficina de abogado en el edificio San Fernando y él llegaba todos los sábados a las 10 de la mañana de la finquita con una jíquera, en donde me traía huevos, o limones, cositas de allá y, siempre, el libro, a ver cuánto había avanzado y yo le chequeaba. Le decía “bueno, poeta, hay que acabar ”. El me decía poeta y yo también lo llamaba así; era el trato que teníamos en la intimidad. Siempre lo vi muy angustiado. Esa es la esencia de Gonzalo, una angustia vital, existencial, como esa falta de acomodo de un ser en el mundo. Hay seres en el mundo, muy pocos, que son lacerados, para emplear una frase de Maiakovsky, que él sufría mucho porque era todo corazón, que cualquier fenómeno del mundo lo hería profundamente. Eso era Gonzalo. Son seres que, usando otra imagen, como que no tienen piel, el cuerpo está siempre desnudo y se hieren mucho. Gonzalo seguía siendo un niño. Por eso a mí se me asemeja mucho a Fernando González. Los grandes siempre conservan esa condición de niños. El llegaba y me dejaba noticas en el reverso de un paquete vacío de Pielroja, como ésta: “Si no fuera tan cobarde para frustrar este asco de vida”. Y firma: Vidal. O esta otra: “Cuando vuelva a tener algo de fe en lo


que escribí, vuelvo. Ahora me voy y quisiera irme para siempre. Estoy derrotado. He visto a un hombre que sacaba basuras y cartones de un tarro; lo que yo escribí no soluciona nada, yo mismo no me soluciono, entonces que sigan los artistas con sus banderas puras de ángeles y que no las dejen descender a la tierra porque se van a ensuciar. Hoy creo más que nunca en la necesidad de gritar a lo que dé la garganta, o morir. Los artistas, entre ellos Valery, son una costra demasiado ósea para que les entre la vida”. Era una desesperación honda la de Vidal Cruz, la de Gonzalo. La novela, como obra literaria, es muy pobre, porque él no tenía en ese momento cultura literaria. Gonzalo había leído muy poco. Para escribir hay que leer, y el drama de Gonzalo fue que leyó muy poco en su juventud. Después trató de llenar ese vacío, sobre todo en esos diez años, digamos del 50 al 60, en que se metía a la biblioteca de

la Universidad a leer como un descosido y leyó mucho. La novela se resiente de esa falta de estilo. Es un borbollón, es como un torrente de palabras, a veces muy bellas, impulsadas por la emoción. Pero en ese momento Gonzalo no escribía cuentos ni poesía; es decir, no estaba haciendo la carrera habitual del escritor que empieza escribiendo cuentos, notas, etc. No, Gonzalo de entrada fue un torrente y escribió una novela. Ni publicaba nada. No hay nada de él de esa primera época y se angustió mucho. Estaba muy desorientado en su vida y es cuando se vuelve rojaspinillista. Trabajó en la biblioteca de la Universidad, fue corresponsal y jefe de redacción del Diario Oficial y sufrió una desorientación política tremenda. No que hubiera sentido frustración con la caída de la dictadura. Le habían insinuado un consulado en Amsterdam y él estaba un poco ilusionado con eso, pero realmente nunca tuvo una verdadera adhesión política a Rojas ni a nada. Políticamente fue una veleta. No tenía ninguna claridad política. El famoso discurso del velero “Gloria”, en el que le hizo un elogio a Carlos Lleras Restrepo, cuando era presidente y lo invitó al “Gloria”, es de una cortesanía horrible, increíble en Gonzalo. Esa época fue brutal para él. La novela no le satisfizo y no había posibilidades de publicarla. Ni siquiera lo intentamos, porque incurre de pronto en el terribilismo, se vuelve patética, de cementerios, llena de pinturas negras, pero burdas, como una novela ya melodramática, recar-

gando tomos oscuros. La novela realmente no cuajó.

Cuando nace el nadaísmo Caído el general Rojas a Gonzalo, en esa veleidad, se le acendra su angustia y desesperado se va para Cali. Como lo acusaban de rojaspinillista, la vida se le puso muy dura. Hasta lo persiguieron el 10 de mayo, en una efervescencia popular que se presentó aquí en Medellín, y se tuvo que esconder en un café. Entonces se fue para Cali. Allá se le agudizó la crisis, con toda esa angustia que viene de atrás. Pasó muchos trabajos económicos y por un tiempo se ocupó en una agencia de publicidad, que algo le ayudó. A pesar de su angustia, no se puede decir que Gonzalo se hubiera encontrado nunca al borde del suicidio. El acudía mucho a nosotros. Alguna vez, en mi oficina, se encontró con Arturo Echeverri Mejía. Desde que se vieron se cogieron mucho cariño y en una oportunidad lo vio tan mal, porque los papás de Gonzalo estaban también muy mal económicamente, que Arturo se lo llevó para la casa y le regaló un vestido de él, pero le quedaba tan grande el vestido del “capitán”, como llamábamos a Echeverri Mejía, que todos nos moríamos de la risa. Pero volviendo a Cali, desde allá me escribió una serie de 20 ó 25 cartas, cada ocho o diez días, en las que ya está esbozando el nadaísmo. La palabra en sí no había nacido. Pero toda su

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idea, su proyecto, está en esas cartas. Eso le dio como fe, como entusiasmo y ya, cuando volvió a Medellín, llegó con el original del Manifiesto Nadaísta, en el 58. En Cali había conocido al Monje, Elmo Valencia, pero todavía no se había configurado un grupo en torno a él. Lanza aquí en Medellín el Manifiesto y entonces empieza la agitación y aparecen a su lado los muchachos que conformarían el nadaísmo: Darío Lemos, Eduardito Escobar, Humberto Navarro, Amílkar Acosta, Jotamario, etc. Se forma, pues, el grupo y, según mi apreciación personal, es entonces cuando Gonzalo da el primer vuelco. El nadaísmo, que era una actitud muy íntima de él, que corresponde a una vida y a un proceso vital, padecido muy íntimamente por Gonzalo, se quiere convertir en un proceso colectivo y no existen las bases ni los otros participan de ese gesto, porque es un gesto visceral de Gonzalo, de su vida, de su angustia, de su desesperación. El nadaísmo se convierte en un juego de luces y echan mano del escándalo, como quemar los libros, el Quijote y otros, en la Plazuela de San Ignacio, o la asafétida que tiraron en el Paraninfo de la Universidad durante el Primer Congreso de Intelectuales Católicos, que fue cuando a Gonzalo lo metieron a la cárcel.

Terrorismo de la razón El proyecto inicial del nadaísmo brota de una angustia existencial, de la desesperación ante un

mundo cultural muy estrecho, y busca romper un poco las costras de ese mundo cultural. Tal es la base estructural del manifiesto, muy bella por cierto. No es, en principio, un simple grito, sino que hay un cierto propósito de denunciar la cultura anquilosada. Pero eso se pierde. No se da la articulación ideológica de esa crítica, esbozada en el manifiesto, de un sistema cultural obsoleto que constriñe lo nuevo. El grito se quedó en mero grito, en exclamación y en gestos detonantes: tirar asafétida, quemar los libros. Es lo que podría llamarse la táctica terrorista en el intento critico. El nadaísmo se dedicó al terrorismo intelectual y descuidó toda acción ideológica, toda acción intelectual seria. No se hizo. ¿Dónde está? Después del nadaísmo, nada. Dentro del grupo, ya cada uno deriva como escritor. Gonzalo se frustra como escritor en ese aspaviento del nadaísmo. El es, sin duda, un gran escritor en potencia, una posibilidad, pero después lo cogió el torbellino de su propio movimiento. Que no es un movimiento tampoco. Es un grito. Ciertamente, hacer hipótesis de lo que pudo o no ser la vida de un ser humano es tal vez un ejercicio írrito. En todo caso, Gonzalo se dedicó a escribir. Escribió unas obras de teatro que son pésimas, pues no tienen calidad teatral, mundo teatral. Hay unos textos bellísimos de ensayo o de crítica. Por ejemplo, “Medellín, a solas contigo” es una página detonante como crítica de esta sociedad, de esta ciudad. Las cartas de

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Gonzalo son bellísimas. Yo tengo una carta que me escribió durante una noche entera. Empezó a las 8 de la noche y le va poniendo la hora... “Ahora que está aclarando, he vaciado mi alma y me siento más tranquilo”. Fue después de muchos años de no vernos. Porque yo no participé para nada en el movimiento nadaísta.

Ellos quebraron la librería La relación del nadaísmo con la Librería Aguirre es la siguiente. En realidad yo los eché de la librería, porque me perjudicaban el negocio. Ellos la quebraron, cuando se llamaba Librería Horizonte y era de Federico Ospina, primo de Gonzalo, quien la fundó en agosto de 1958 y se la entregó a Amílkar para que la manejara. Fue en enero Federico a hacer un balance y estaba quebrado. Los nadaístas se mantenían allá, y no sólo no organizaban nada, sino que se llevaban la plata y los libros. En ese momento yo no quería seguir siendo abogado, y entonces compré la librería sin tener idea de qué era el comercio. Había perdido contabilidad en el Liceo de la Universidad y no sabía qué era eso de comprar ni vender. Pero en un acto, creo que desesperado pero que me salvó de estar ahora jubilado del Poder Judicial, compré la librería y lo primero que hice fue echar a los nadaístas. Y se los dije. No, no vuelvan ustedes aquí. Porque ya todo el grupito tenía la sicología del vago, el cinismo del vago, que se puede


tomar, visto desde hoy, como bohemio intelectual. Pero no, eran vagos. Seguí siendo muy amigo de Gonzalo pero nunca participé de los sanedrines de ellos y se lo dije de frente, que eso se había desnaturalizado y lo que había podido ser un movimiento crítico intelectual, que marcara una época, se había convertido en un escándalo. Entonces, para mí ¿qué queda del nadaísmo? Cada uno hace una tarea de escritor, y posiblemente fue el nadaísmo el que los incitó y les dio el impulso. Fue, hablando bruscamente, como la patada de mula, que te impulsa. Es el grito. Y Gonzalo se dedica a escribir artículos, se vuelve periodista, hace reportajes, algunos muy bellos. Pero su tarea de escritor es muy pobre, realmente. Su obra es fragmentada, casi simples esbozos. Hubiera podido ser un ensayista

crítico de la cultura, tal vez, un gran novelista. Al final cae en el misticismo. Es un poco lo que le pasa a todos los colombianos. En Colombia es difícil encontrar una rebeldía mayor de 35 años. Ya a esas alturas la rebeldía les da hipo a los colombianos. Gonzalo, en el fondo, sí tenía la conciencia de ser escritor. El sabía que era un gran escritor. Eso le sucede a muy pocos, porque escritores, como decía el gramático, habemos muy poquitos. En el mundo hay mucha gente que escribe, y cada día son más, pero conciencia de escritor son muy poquitos los que la tienen. Me parece que Gonzalo, como pocos en este país, entre ellos Barba Jacob y Fernando González, tuvo dicha conciencia. Repito, puede haber y hay buenos escritores, pero no tienen esa conciencia, que es una vocación

interior, como un grito que te arrastra. Uno puede que escriba y lo haga bien, pero es un oficio. Tener conciencia de escritor es una fiebre, una angustia. Gonzalo tenía eso. Y se frustró. “La vida, como un licor de bajo precio”, como en el verso de Barba, lo alejó. Entonces se desespera. Y cuando uno se desespera, sea dicho con todo respeto, puede caer en la mística, buscando una tabla de salvación. La angustia es siempre un vacío que hay que llenar. ¿Con quién? Con la idea de Dios. Pero Gonzalo tiene unos textos de una violencia tremenda contra Dios. Casi nietzscheano. Alguna vez, después de escribir una página así se fue para Andes, y volvió angustiado. Me dejó una notica por debajo de la puerta y se me perdió como dos meses. El siempre padecía la angustia existencial, que aunque sea una expresión trillada, así se llama. Y al final, con 46 años, ya no pudo sostener la farsa de la juventud. Yo quiero mucho a Gonzalo. No lo quise, lo quiero. Por eso tengo derecho a hablar mal de él. Gonzalo es para mí, para emplear la expresión de Fernando González, una presencia. Uno ha tenido muchos amigos, pero presencias, un ser que está presente dentro de uno, quizás dos, o tres, Gonzalo... Fernando González... Gonzalo siempre fue un niño y él se pegó mucho de tal condición, de su fragilidad. Por eso digo que desde que llegó nos dio la idea de que era un niño de 16 ó 17 años, un adolescente, pero

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ya era un hombre. Sin embargo, toda la vida dio esa impresión de que él era un niño. El gestico de él era como agachadito, como un niño temeroso. Pero a los 40 ó 45 años ya no se puede mantener esa máscara y empieza la madurez, o, en este caso, la vejez. Gonzalo había sido un perfecto adolescente. Cuando le cae la madurez, ya es vejez. Yo creo que la muerte le llegó en el momento preciso. No hubiera sido capaz ni de suicidarse ni de seguir viviendo. Hubiera sido una vida muy triste, viviendo de las glorias pasadas, que es lo peor.

Con Fernando González Con Gonzalo fuimos a Otraparte, donde Fernando González. El maestro fue toda la vida un hombre de una ingenuidad muy bella, una ingenuidad de niño pero articulada, sin anacronismo. Y quería todo lo nuevo. Era una ambición de él, de defender lo nuevo. Y como Fernando fue un rebelde frente a todo, vio en Gonzalo y en el movimiento nadaísta una posibilidad de puyar el sistema, que es lo que había hecho toda la vida. Ellos se aprovecharon de él. Eran unos magos para las relaciones públicas. El los apoyó, les daba consejos. Pero Fernando, en una carta que me escribió, me dice, luego de un escándalo de los nadaístas en que lo habían hecho quedar mal, que eran puro infierno y lo habían engañado. Me da rabia que digan que Fernando González es el padre de los nadaístas. Esa carta, que yo conservo, es reveladora del juicio del maestro sobre los nadaístas.

Un vacío de cultura La de los nadaístas fue una generación que mostró una tremenda incultura. No leían. Lo que Gonzalo leyó, en la época de la Facultad de Derecho, en la biblioteca de la Universidad, fue puro siglo XIX. Dostoievski influyó mucho en él. En realidad no leían. Ellos no hacían sino beber y fumar marihuana. Bebían mucho en el Metropol. Tomaban mucho trago, trasnochaban y dormían todo el día. No había realmente una tertulia intelectual, entre ellos o con ellos. Su obra literaria es solitaria. Del nadaísmo quedan pocas cosas. Algunos textos de Gonzalo, que son lacerantes, muy duros. La novela de Humberto Navarro, “El amor en grupo”, muy bella, de ciudad, de muchachos despistados, publicada por Carlos Lohle de Buenos Aires. Es la novela del nadaísmo. Pero es poco conocida. Este país es así. Los cuentos de Jaime Espinel, algo de la primera poesía de Eduardito Escobar, y también algo de Jaime Jaramillo Escobar. Pero, en realidad, es magra la producción literaria del nadaísmo que, como movimiento cultural, se agotó. En síntesis, el nadaísmo sobrevive por Gonzalo. No es sino Gonzalo. El nadaísmo es Gonzalo. Lo que mata la cultura es la falta de constancia. Lo que decía Miguel Aceves Mejía, “que tenía un chorro de voz y por falta de cuidarlo se le convirtió en chisguete”, es la metáfora de lo que ha sido la producción literaria colombiana. Tipos con

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un gran chorro de voz, pero no lo cultivan. Entonces producen casi siempre una primera obra muy bella, de mucho carácter, y como no se han cultivado, la obra final es un chisguete. A diferencia del gran escritor, como Joyce, como Mann, como Dostoievski, que las primeras obras son esbozos y a los cincuenta o sesenta años escriben la gran obra. Colombia es un poco la falta de tenacidad en el esfuerzo. Es un poco triste. Desde el punto de vista de la crítica al establecimiento, el nadaísmo tampoco sirvió para nada. Y es que el sistema es muy hábil. El golpe inicial es de grito, estallido y malos olores. Lanzan el manifiesto, tiran la asafétida y salen corriendo. Los intelectuales católicos y los no católicos se reúnen en el mismo sitio y todo sigue lo mismo. El establecimiento no padece nada. Se irrita un poco por una ofensa social, pero saben que no hay ningún desafío real, que no hay nada que ponga en peligro su estabilidad. El nadaísmo no hizo nada para sacudir esto.

Gonzalo en la Ladera A raíz del escándalo en el encuentro de intelectuales católicos, pusieron una denuncia por ofensa al sentimiento católico. Yo vivía en San Cristóbal. Entonces me llamaron, un sábado, que se habían llevado a Gonzalo para la Ladera. Los sábados no hay entrada después de las doce. Pero yo con todo me fui para la Ladera a mirar esos muros y a sufrir porque el poetica estaba allá encerrado. Me acuerdo de


ese instante. Un sábado a las 4 de la tarde, yo al pie de la ladera, sin poder entrar y pensando en Gonzalo, con esa fragilidad suya, metido allá, y sufrí mucho. Fue Gonzalo el que escribió el manifiesto y compró el asafétida, pero él no estuvo en el Paraninfo porque tenía cobardía física. Pero cuando ponen el denuncio, las autoridades al que cogen es a Gonzalo, el “representante legal” del nadaísmo. En esa época esos casos los investigaban las inspecciones de policía y el Paraninfo, donde se cometió el delito, correspondía a una que quedaba a una cuadra de la Plaza de Boston, detrás de lo que hoy es el Pablo Tobón Uribe. El lunes a las 8 de la mañana, llegué allá pero todavía no había llegado el reparto. El inspector era conocido y eso sirvió para hacerle ver la situación de Gonzalo y le pedí que me acelerara el negocio. Como a las 10 llegó el expediente y el inspector tomó dos declaraciones de los denunciantes. En eso llegaron las 2 ó 3 de la tarde, pero ya no había remisiones. Entonces me facilitó un policía y fui por él a la Ladera. Allá lo encontré, estaba como un pajarito. Me dijo: “poetica, usted qué está haciendo aquí”. Baja-

mos a la inspección, el inspector le tomó la indagatoria y se dio cuenta de que el acto no sólo no era delito, sino ni siquiera infracción de policía. Pero ya eran las 5 de la tarde y ya no había cómo darle la salida. Ni siquiera había policía para remitirlo. Ante la perspectiva de que me lo dejaran solo en esa casa vie-

le dieron mazamorra, y camine para la cárcel. Al día siguiente archivaron el expediente y le dieron la boleta. Estuvo de sábado en la mañana a martes en la mañana. El después, en la revista de Jaime Soto, que se llamaba “Contrapunto”, escribió dizque sus memorias de presidiario, contando más o menos lo mismo, pero como le pagaban $500 por entrega, fue alargando y acabó estando como quince días en la cárcel. Y cuenta unas historias raras, pero yo había logrado que lo pasaran al patio segundo, que era el bueno, y no le pasó nada.

En la France Press

ja, porque ahí sí se me hubiera muerto el poetica, logré que me lo entregara para que, bajo mi responsabilidad, lo devolviera a la cárcel. Entonces lo llevé a que saludara a la mamá, que vivía en Boston, en la ruta para la Ladera. Saludó a doña Magdalena, se abrazaron, lloraron un rato,

Yo tuve a Gonzalo en la France Press, de la que fui director por allá en 1953, y es, sea dicho de paso, la razón por la cual yo me metí al periodismo. Tenía dos redactores en el día, y un redactor nocturno. Las noticias llegaban en francés. Competíamos en El Colombiano con la UPI, que ya tenía teletipo instalado en el periódico, en español. La competencia era dura, porque recibíamos el material en francés, había que traducirlo, titularlo y mandarlo. Salíamos con Gonzalo por la mañana y cogíamos El Colombiano a rayar con un lápiz rojo las noticias de la agencia y nos poníamos

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felices cuando le ganábamos a la UPI. Entonces le di a Gonzalo el puesto de redactor nocturno. Fue una audacia porque él no sabía escribir a máquina, no sabía francés y no tenía ni idea de periodismo en ese entonces. Fue por ayudarle. Yo tenía oficina de abogado, manejaba el cineforo de Medellín, tenía por radio Bolivariana un programa de crítica de cine, escribía en El Colombiano una columna de cine los domingos y dirigía la France Press. Hacía un turno en el día, vigilaba los otros, porque no siendo bien pagados no eran tampoco los mejores periodistas. Para el turno de la noche, el de Gonzalo, venía después de comer, a las 8, hacía también ese turno, pero se lo pagaba a él. Para mí fue muy bonito, porque nos la pasábamos charlando. Salíamos a las 12 y nos íbamos caminando hasta el edificio Bemogú, donde era la Andi antes. En el sótano había unos billares, y nos metíamos allá y nos poníamos a jugar billar a la una de la mañana, aunque ninguno de los dos sabía jugar. No tomábamos trago. Gonzalo no era bebedor. Nos la pasábamos charlando y a veces nos cogían las cinco de la mañana, y era entonces cuando salía y compraba El Colombiano. Fue una época de mucha intimidad. De pronto los sábados, en que había muy pocas noticias, lo dejaba trabajando a él solo y yo me iba para la finca. El ya empezaba a decir que le daba pena estarse ganando esa plata, teniendo que estar yo allí. Le entró remordimiento, el ancestro antioqueño del cumplimiento

del deber. Hizo una noticia un sábado, y la mandó a La Defensa y la publicaron. Resulta que la reina Juliana de Holanda pasó un sábado a hacerle visita a la reina Isabel de Inglaterra. La noticia decía en francés, que la reina Juliana “avait eté l’hote dans un dejeuner ” en el Palacio de Buckingham. Gonzalo tradujo que las reinas Juliana e Isabel habían almorzado juntas en un hotel. Después inventó que su destitución la habían exigido desde París, que había habido un conflicto diplomático entre Colombia y Francia y que entonces yo lo había destituido fulminantemente. Los nadaístas dicen que yo eché a Gonzalo de la France Press. La verdad fue que él un día me dijo, “poetica, me voy, yo veo que vos no aguantás más”. Y yo le dije, “tenés más razón que un diablo, andate”. Y se fue.

*** Otraparte, Agosto 12/59 Mi amigo doctor Alb. Aguirre- Librería y editorial Aguirre- Medellín¡Qué noche anoche! Clara, nítidamente vi que los nadaístas son etapa en mundos infernales que tendrá que vivir Suramérica— Luego le cuento o narraré cómo y qué vi anoche en mi angustia— Pero no es de la Intimidad el aprobarlos, alabarlos, mentarlos— Yo cometí el “delito” “inconciente” de querer rellenar esa nada cuya motivación es la publicidad no más, con mundos sagrados... y cometí ese “delito inconcientemente”

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porque todos padecemos eso, somos eso... Ay!— Luego le narraré más largamente. Todo esto se lo escribo para pedirle esto encarecidamente: que no publique, por Dios, lo que le di para la edición del HK23 y que no vaya a darle copia a Gonzalo Arango, pues con eso que tan desagradablemente hicieron en El Espectador con mi boletica a Amílkar, estoy aterrado de que me pongan y pongan mi vivir solitario y el librito que tanto amo y que Ud. edita con tanto amor, como al lado de la “hoja del infierno de la publicidad” y de la dialéctica de para abajo. Hasta que venga, que sus visitas son mi alegría. Fernando González Ochoa El que no tenga remordimiento de sus actos, carece aún, en su vida de unos diez años... o en toda, de presencia superior..., es decir, está de para abajo... y como en todo hay dialéctica, los que viajan de para abajo tienen remordimientos de que no haya aplausos a sus “desafueros” o de que no haya cárcel, etc. Ese es el mundo de Eróstrato. Vale. Abrazos, F.G. En El remordimiento está eso de que hay o puede haber remordimiento de no haber ejecutado un “acto malo”. Vale. F.G. Volver

Fuente: Suplemento Dominical de El Colombiano. Medellín, sábado 23 de octubre de 1993


Sobre la regla formal de justicia Por: Pedro Posada Gómez

A

lgunos columnistas de El Espectador han escrito, en estos días, sobre el tema de la justicia, en su relación con el tratamiento que debe dar el Estado a las comunidades étnicas. El tema es tan viejo como la misma antropología y tan antiguo como nuestra relación con el Otro, cualesquiera que sean ella y él. He tenido ganas de opinar, en serio, sobre el asunto. Que da para un trabajo académico, para el que no tengo el tiempo necesario, por ahora. Pues tendría que revisar la ética y la política de Aristóteles, para revisar sus ideas sobre la justicia (En las columnas de Humberto de la Calle y María Elvira Samper* se le atribuye a Aristóteles una versión de lo que Perelman denomina ‘regla de justicia’, bajo la fórmula: “tratar de igual modo a los iguales y de modo distinto a los diferentes”). Tendría que revisar, al menos, dos trabajos de Perelman: Su ensayo “De la justicia” y sus “Cinco lecciones sobre la justicia”. Por lo pronto

van estas dos citas del primer ensayo, de 1945:“Es ilusorio querer enumerar todos los sentidos posibles de la noción de justicia. Demos sin embargo algunos ejemplos que constituyen las concepciones más corrientes de la justicia, de las que se verá inmediatamente su carácter inconciliable: 1. A cada quien la misma cosa. 2. A cada quien según sus méritos. 3. A cada quien según sus obras. 4. A cada quien según sus necesidades. 5. A cada quien según su rango. 6. A cada quien según lo que la ley le atribuye.”(Ch. Perelman: De la justicia, p. p. 16-17) Nótese que Perelman deja implícito el comienzo de la regla o definición, por ejemplo: “Dar a cada quien…” (En vez de ‘dar’ podrían aparecer: ‘conceder’, ‘legislar, etc.). Perelman pasa enseguida definir con mayor precisión los seis casos y a argumentar su “carácter inconciliable”. Omito este paso, pues Perelman propone enseguida su “Regla formal de justicia”: “Se puede por tanto definir la

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justicia formal y abstracta como un principio de acción de acuerdo con el cual los seres de una misma categoría esencial deben ser tratados de la misma manera. Notemos de inmediato que acabamos de definir una noción puramente formal que deja intactas todas las divergencias a propósito de la justicia concreta. Esta definición no dice ni cuándo dos seres forman parte de una categoría esencial ni cómo hay que tratarlos. Sabemos que hay que tratar a estos seres no de tal o cual manera, sino de manera igual, de suerte que no pueda decirse que se ha perjudicado a uno de ellos en relación con el otro. Sabemos también que un tratamiento igual sólo debe darse a los seres que forman parte de la misma categoría esencial“. (Ch. Perelman: De la justicia, p. 28). (Agrego cursivas y subrayados). Esta regla formal de justicia: “Seres y situaciones esencialmente semejantes, deben ser tratados de modo semejante” (que implica su contraria: “seres y situaciones esencialmente diferentes deben ser tratados de modo diferente”), no nos dice cuándo dos seres o situaciones son esencialmente semejantes o diferentes, ni nos aclara cómo debemos tratar cada caso, cómo debemos actuar o comportarnos frente a ellos. Es sólo una regla formal, que sub-entiende el principio lógico de identidad y llama a un comportamiento coherente con la regla de la identidad y la diferencia. Y está sobrentendida en casi cualquier sistema jurídico. Lo interesante es que el mismo Perelman introduce un concepto que permite

distinguir dos modalidades de “regla de justicia”, el concepto de “reciprocidad”. Mientras que la regla formal de justicia puede ser aplicable de modo vertical y autoritario, por quien detenta el poder de legislar sobre el comportamiento de los demás (tratando como semejantes a sus ‘pares inter primas’ y como diferentes a los que le están subordinados, y puede ser justo con ambos, tratando igual a los iguales y distinto a los diferentes), la “regla de justicia con reciprocidad” (como hemos propuesto llamar a esta variante) supone una relación de horizontalidad entre quienes legislan y padecen la acción de la justicia. No sólo supone el ideal de que todos somos iguales ante la ley, sino además que la ley debe ser aceptable para todos. Son casos o variantes de la regla de justicia con reciprocidad todas las variaciones de la llamada “regla de oro”: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”, “Trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti”, que siguen siendo variantes de la regla formal de justicia, que está en la base de casi todos los códigos morales y religiosos (Savater puso a la reciprocidad en su lista de principios éticos universales; yo, más realista, lo considero un ideal universalizable). Y merece especial atención la variante kantiana de la regla de justicia, el famoso ‘imperativo categórico’, que en una de sus versiones reza: “Actúa de tal modo que la máxima de tu acción pueda servir de base para una ley universal”; y que traducido a un lenguaje más común diría: “Cuándo tengas

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que tomar una dedición moral, piensa qué debería hacer cualquier ser humano racional y bueno y justo, como tú, en esa situación”. Es decir que Kant deja a la subjetividad de cada uno la decisión sobre qué debe ser un norma universal, qué debe ser una pauta universal de comportamiento. Los lectores de K. O. Apel y de Habermas, recordarán que ellos proponen revisar el imperativo categórico, cambiando al subjetivo ‘yo‘, por el intersubjetivo ‘nosotros’, como ‘sujeto’ que decide o acuerda qué norma o ley puede aspirar a valer para todos (los afectados)y, en ese sentido, ser generalizable o universalizable. Es el límite ideal de una sociedad en la que las leyes surgieran democráticamente. Pero, volviendo al tema inicial, creo que se trata de resolver los complejos nexos entre lo que consideramos justo o injusto y los criterios con los que clasificamos a los otros como semejantes o diferentes. ¿Cuánta diferencia es tolerable sin ofender a la justicia? ¿Cuánta justicia es tolerable sin maltratar la diferencia? Como decía, me falta revisar un poco de bibliografía sobre el asunto (Facticidad y validez, de Habermas; La idea de la justicia, de Amartya Sen; lo de Rawls, y lo de Ch. Taylor, etc., etc.)* “Indígenas y teocracia” y “Sobre la igualdad”, respectivamente, en la edición impresa del domingo 7 de agosto. Y antes Mauricio García Villegas: “La igualdad de los iguales” (Julio 29)


La magia del

trueque Por: Marie Holt Richter

S

oy Marie Holt Richter, soy de Dinamarca y acabo de llegar de un viaje de medio año por Colombia. Ha sido la cuarta vez en ese país tan hermoso y abundante. La primera fue hace 16 años cuando fuí de intercambio cultural y me quedé viviendo un año con una familia en Bucaramanga. En estos viajes he visto Colombia desde varios ángulos muy diferentes y cada vez conozco gente nueva y sitios nuevos. Pero lo que siempre me impresiona es la habilidad de la gente de sobreponerse a las circunstancias difíciles y sacar nuevas maneras de hacer las cosas.

Especialmente en este viaje me encontré siendo testigo de un cambio casi mágico, de un país que está realizando su potencial real. Una de las cosas en especial que ha sobresalido y me ha alegrado e inspirado mucho ha sido un impulso tremendo en la gente para crear nuevas y mejores formas de convivencia con el medio ambiente y con los demás. La gente ya no espera a los políticos o a el estado para que solucionen o cambien las cosas, ella misma busca alternativas y ponen en marcha el cambio. He estado por Cauca, por Cundinamarca, por Boyacá, por An-

tioquia, Magdalena y Quindío, y en todos los lugares he visto iniciativos muy interesantes y relevantes, sea en proyectos de ecobarrios, tiendas que apoyan a los desplazados, fundaciones de educación ambiental y para el empoderamiento social. Se ve que algo grande y bonito se está gestando en Colombia. En el final del viaje fui testigo de la creación de la Cuarta Jornada de Trueque, en La Minga, una finca hermosa, como un proyecto socio ambiental, que se ha creado en las afueras del pueblo Choachí a una hora y media de Bogotá. La iniciativa fue creada por el dueño Pedro Medina como resultado de algunas preguntas que le estaban empujando la conciencia al haber comprado esta finca y estar conociendo la vereda. Preguntas por ejemplo: ¿cómo puedo yo contribuir a esta comunidad? Lo primero en que pensó fue el clásico “regalo para los niños pobres”, ya que era diciembre y además justo en estos días estaba sacando cosas de su casa. Pero de alguna manera parecía que prácticas como esta solo generan o re-generan la identidad de ‘el pobre’, y además no ayudaría a romper con la distancia entre él y la gente de la vereda, al contrario. Allí fue donde pensó

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en las palabras de Bill Drayton: “No hay que dar pescado, tampoco enseñar a pescar. Hay que crear sistemas de pesca!” Y allí fue que empezó a surgir la idea de una jornada de trueque entre los vecinos de la vereda y los amigos de la ciudad. ¿Qué es trueque? pensarán algunos. Eso es algo que pertenece a los viejos tiempos, ¿ya vamos a jugar al indio o al campesino? Pues les digo que otra cosa que he visto en este viaje y que me ha inspirado mucho, es la presencia de los saberes y la cultura ancestral, en la que aquí tienen una riqueza y unos recursos inmensos. Mi país, como muchos otros países europeos, somos famosos por nuestra cultura del mercado de pulgas. Muchísima gente se viste y amuebla sus hogares con cosas adquiridas en los mercados de pulga – y con ninguna vergüenza, al contrario. De eso podemos estar orgullosos. Pero nunca en mi vida había visto o escuchado de un mercado de trueques! A veces hace bien ver para atrás a las antiguas prácticas y creo que la del trueque es tan antigua como la comunidad humana. Pienso que el intercambio de artefactos o saberes pertenece al ser humano como especie y siempre estará entre nosotros como algo natural. En los mercados de antes el trueque era la manera de hacer negocios y adquirir lo que uno necesitaba a cambio con lo que se tenía demás. Con el tiempo apareció el dinero como medio útil de facilitar el intercambio

hasta que éste se convirtió en toda una nueva dimensión de la realidad con su propia naturaleza y lógica la cual es la que en muchos casos define los otros campos de la sociedad. Pero sin embargo el trueque subsiste como práctica hoy en día. Muchas veces sin que nos demos cuenta, como en intercambios de favores, pero en muchos otros casos es planteada conscientemente como una alternativa a la economía del dinero. En realidad se ve ahora un tremendo auge en todo el mundo en campos muy distintos y con temas tan diversas como libros hasta casas para pasar vacaciones y desde ropa y cosas hasta servicios; acerca de la utilización de la práctica de trueque. Es más, en nuestra sociedad postmoderna el trueque se ve facilitado aun más por el internet ya que personas, organizaciones y hasta empresas grandes pueden intercambiar y realizar transacciones a pesar de las distancias geográficas. Quizás ahora prácticas como el trueque, sea de cosas, habilidades, servicios o tiempo, son aun más relevantes en vista de la crisis económica y financiera y la ineficiencia o las limitaciones económicas con que están luchando muchos estados para cumplir con las necesidades de la sociedad. Tal vez es hora de que los economistas y los políticos empiecen a mirar hacia estas alternativas a la economía del dinero. Se ve que la gente y las comunidades ya se dieron cuenta y han retomado esta antigua práctica como una opción real y también como

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un acto político, una manera de cuestionar las lógicas de la economía del dinero, como la acumulación, la inflación o el valorizo artificial de muchas cosas. Pero como puede ser el trueque una alternativa a la economía normal? La práctica del trueque en realidad nos ayuda a crear valor donde antes no lo veíamos, exactamente porque veíamos con la óptica de la economía del dinero. Es redefinir y aumentar el valor de las cosas y las habilidades. Puede ser que yo tenga unas cuantas cosas que ya no uso o que tengo demás. Pero tampoco son para que las venda; o no me van a pagar mucho. Puede ser que otro tenga mucho tiempo disponible. Y seguramente todos tenemos saberes y habilidades para las cuales, muchas veces no tenemos ningún certificado o diploma que nos permita buscar un trabajo pagado. Cosas que si no se pueden cambiar por dinero o un sueldo, parece “que no tienen mucho valor”… o cómo? Claro que sí lo tienen. Y eso se pone preciso en el contexto del trueque. Porque en el contexto del trueque es el valor de la necesidad que nos guía. Las cosas, el tiempo o las habilidades tomarán exactamente el valor que les de la necesidad de la gente en el momento. Algunos dicen que una desventaja del trueque, es que las cosas toman un valor simbólico y pierde su valor capital, o sea el valor que tuviera en el mercado convencional. Por ejemplo puede ser que cambie un par de zapatos de marca cara, nuevos, por un sartén viejo, porque necesito


más el sartén en este momento. En el mercado del capital esto nunca se justificaría. Pero surge la pregunta: el valor de la necesidad no es más real que el valor del capital? Todos sabemos que el dinero siempre ha sido y sigue siendo un medio de cualidad ilusoria que puede crear grandes desbalances, lo cual se ha visto claramente durante la crisis. En vista de esto, parece que la economía del trueque nos permite acercarnos más a la realidad (y a la sensibilidad). Pero la práctica del trueque no tiene que verse solo como una articulación de nuestra insatisfacción con “el monstruo del capitalismo” o una alternativa a lo que pensamos que no va a funcionar entre los hábitos de la sociedad moderna. Tomando como inspiración las palabras de un querido amigo de Medellín, debemos a veces movernos del pensamiento de ‘la resistencia’, de la crítica, y empezar a pensar en términos de ‘re-existencia’. En lugar de pensar en lo que está mal en el entorno, podemos empezar a preguntarnos a nosotros mismos como podemos retomar y reformar nuestra propia manera de ‘existir en el mundo’. Sean como sean nuestros acontecimientos, somos dueños de nuestros actos y nuestras maneras de relacionarnos con los demás y el entorno. No tenemos que ser políticos o empresarios grandes para empezar a ver como contribuimos a nuestra sociedad. Y el trueque es una manera directa de contribuir, relacionarnos y crear valor social.

Eso lo muestran las jornadas de trueque que ya se han realizado en La minga. En ellas hubo gente como el señor que descubrió, que tenía habilidades y saberes de mucho valor para los demás que se podía compartir. Hubo gente, como la abuelita que hace unos dulces caseros divinos, que por fin encontró la manera de darlos a conocer a un público más grande que el de la familia. Aquí se reunió la gente de la ciudad y del campo para verse los ojos, darse la mano, y reconocer el valor de una cosecha, y nuevas amistades y nuevas conexiones se crearon. Los niños, que tal vez no traían tanto, se buscaron tareas pequeñas en la finca para ganarse algo de crédito con que comprar, y terminaron trabajando juntos niños de todas las partes de la sociedad. Y hubo gente que empezó a repartir el crédito que había ganado pero tal vez no alcanzaría a usar, a otra gente que no tenia tanto. Además vinieron médicos para dar jornadas médicas, y otros hicieron un taller sobre el reciclaje. Así se reunió gente que nunca se hubiera reunido; los niños de la ciudad llegaron a entender más sobre de donde vienen sus alimentos; se aprendió nuevas

cosas y se aumentó el calor humano. Y así se vio, que una jornada de trueque, como las que se realizan en La Minga, es dar un paso hacia algo más grande que el mero intercambio de cosas; es fomentar relaciones sociales; es promover la igualdad entre la gente; es crear empoderamiento en una comunidad. Me fui de La Minga inmensamente inspirada de esta creación como ejemplo de todo lo que se está gestando en este país. Vine a casa sintiéndome mucho más rica, solo por haber sido testigo de tanta riqueza y tanto ánimo de abundancia en el pueblo colombiano. Nos vemos pronto, Colombia! Marie Holt Richter

Perfil: Tiene 34 años, creció en el campo y vive en la capital, Copenhague. Estudió Filosofia y Encuentros Culturales en la Universidad de Roskilde. Ha trabajado en organizaciones de desarrollo como Mellemfolkeligt Samvirke, y el instituto cultural Globalcph en Copenhague. Ha viajado la mayor parte de su vida y ahora ha tomado el viaje y la escritura como profesión.

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De la alcoba a la plaza

Los lugares del hombre (Ensayo sobre el espacio literario) Por: Fernando Cruz Kronfly

Introito

Q

uizás con mayor frecuencia los críticos que los escritores se han propuesto, como paradigmas de su reflexión, trabajar con la oposición campo-ciudad, o lo que es lo mismo: lo urbano y lo rural. Debemos confesar que en nuestro caso, dicha oposición, que corresponde sin duda a una concepción binaria demasiado simplista, nos tiene sin cuidado. No porque ella no signifique nada en absoluto, sobre todo desde una perspectiva sociológica, sino porque nos parece que no constituye un promisorio y a la vez fundamental punto de partida en el análisis literario. Pues, definitivamente, los espacios no cuentan tanto como su tratamiento. Exonerados de muchos lugares que la historia de la ciudad ha

ido desterrando por su cuenta, muchos escritores descansan ahora a la sombra del mito de que su literatura podría llegar a ser importante, o actual, o moderna si se quiere, solo por no mencionar aquellos lugares que esa historia de la ciudad ha dejado atrás. Con la sola mención de tres o cuatro lugares reconocibles como urbanos, es decir, la calle poblada de ruidos y de automotores, la plaza con sus moles de hormigón y uno que otro bar, más de uno de nosotros se imagina estar al lado de Musil, de Joyce. Sin embargo, creemos que la clave de entrada a la gran literatura de nuestro tiempo, no queda exactamente ahí. Pues, para decirlo de una vez, pensamos que radica en dos aspectos sustanciales: el tratamiento, de una parte, y su compromiso con ser,

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definitivamente, una verdadera y libre exploración de la existencia humana, como nos lo propone Milan Kundera. La historia de una vida cualquiera puede ser situada magistralmente en un lugar de aquellos que reconocemos como una pequeña provincia, dentro de un camión que transporta cerdos o alimentos desde Riosucio hasta Cartagena, o en un cuartucho de hotel de Salamina, Beirut, Buenos Aires o Bogotá. El sitio, desde luego, impone sus reglas. Pero el narrador impone las suyas. Y son estas últimas las que en realidad cuentan, pues del narrador dependen tanto el tratamiento como la hondura de la exploración. Por la primera de las dos condiciones, nos encontramos en el territorio de las formas literarias vigentes. Y por la segunda, nos encontramos en el espacio del compromiso con el hombre, que es el único que sitúa a la narrativa y a la literatura en general donde debe ser: estar del lado del pulso humano, pero sobre todo, de su libertad. Por eso la literatura es una manera de la utopía pero también de la ética. El tema de la ciudad no es en sí mismo un asunto moderno. Es cierto que existen espacios pero sobre todo tratamientos, que nos conducen a formas literarias anacrónicas. Ya hemos

dicho como los espacios que se elijen tratan de imponer sus reglas de juego. Pero también hemos dicho que el narrador impone las suyas, las que provienen de su formación, de su dimensión universal, de su contacto con lo mejor de la cultura de su tiempo. Son esas reglas de juego aquellas que dicen

podría ser motivo de un tratamiento literario de dimensiones incuestionables, independientemente de que en dicho relato estemos exonerados de la mención del rascacielos, de la fiesta de papi en la calle 150 del sur o del norte, en fin, del penthouse sobre la bahía. Lo uno y lo otro comprometen lugares, sólo lugares. Pero más allá de ellos, aquello que interesa a la literatura, de verdad, son dos cosas: el tratamiento y lo que hemos denominado la ética de la libertad. Es decir, el contacto con lo mejor de la cultura de todos los tiempos, y la convicción absoluta de que en el arte el único compromiso posible es aquel que se tiene con la carencia absoluta de todo compromiso diferente del comprometimiento con la libertad.

Los lugares del hombre

relación con lo que aquí denominamos el tratamiento y el compromiso ético del narrador con la libertad y con la cultura. Ni la gloria ni el poder tienen nada qué ver con esto. Un pobre hombre enfrentado a su soledad en un cuartucho de hotel de cualquier vereda nuestra

La anatomía de los lugares del hombre pareciera tarea relativamente fácil. Ahí está la alcoba, el patio, la vecindad, la calle, la plaza. No son estos todos sus lugares puesto que existen otros: el río, la siembra, los caminos, los corrales, las minas, la montaña. Y otros muy extraños: el espacio sideral, como en Bradbury, o la mar como en Homero, Conrad y Melville, el infierno como en Dante, o el mismo centro de la tierra como sucede en Verne.

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Delante de esta inicial enumeración, demasiado arbitraria e intencionalmente orientada, la aparente facilidad del asunto se quiebra. Los lugares del hombre están en todas partes. Pero ¿exactamente de qué modo? A veces esos lugares se reconocen fácilmente en el universo denominado exterior. Del anterior listado, tal vez sólo el infierno no podría considerarse como de aquellos que los sentidos han percibido algún día de algún modo. Pero la cuestión no es tan simple. Más allá de los límites sensoriales, los lugares del hombre son ante todo productos de la cultura, y a ellos se asocia un proceso de significaciones, ritualidades y honduras que conduce a la quiebra aparatosa de cualquier simplismo realista. La significación de la alcoba sobrepasa la descripción del arquitecto. El lecho, en cuanto espacio del hombre, no es el mismo en el momento del amor que en el momento del sueño o de la agonía. La siembra, donde el hombre deposita sus semillas y que es posible delimitar

dentro de unos determinados linderos territoriales, deviene, sin embargo, diferente según los distintos significados que el tiempo le asigna. La misma mar, esa sí eterna en sus sales de miles de años, no es la misma en Homero que en Conrad. La literatura trata del hombre y de sus lugares y sus cosas. Pero, sobre todo, de sus relaciones. Sostenemos entonces que lo definitivo en la literatura, y particularmente en la novela, se desprende no tanto de los lugares, las personas y las cosas que son tratadas, sino del tratamiento mismo y éste, de las relaciones que se establezcan entre esos hombres, y entre éstos y sus lugares y sus cosas. Y, también, del modo como se maneje el universo axiológico. Desde la alcoba a la plaza es posible ir por un camino. Un camino que muchos recorremos diariamente sin llegar a percibir quizás que es el mismo que conduce del útero a la luz, del denominado espacio interior al espacio exterior. Pero de ningún modo, de la ciudad al campo o a la inversa. La vía que

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conduce de la alcoba a la plaza es también, de cierta manera, la misma que va del universo personal de los asuntos privados al universo colectivo de los asuntos públicos. Aquí, como en otras partes de la cultura, las parejas binarias continúan cumpliendo su papel ordenador. Ellas son, o actúan, como las cifras cualitativas en que se funda la enigmática matemática de toda cultura. Esa matemática de las parejas binarias es, como todo constructo normativo, absolutamente arbitraria. Pero no por ello ineficaz ni mucho menos deleznable. Ella hace parte del complejo sistema de símbolos que gobierna la relación humana. Siendo así, la matemática cualitativa de las parejas binarias nos pertenece tanto como nosotros le pertenecemos a ella. La producimos pero al mismo tiempo somos su producto. Se trata de un proceso de eterno reenvío. Ya hemos dicho cómo de la alcoba a la plaza es posible ir por un camino. Ahora debemos subrayar que la significación de


esos dos espacios le pertenece a la cultura. Estar dentro de un espacio no es lo mismo que estar fuera de él. Un universo de posibilidades le pertenece a cada espacio según determinadas circunstancias. Y esos espacios nacen y son según lo diga, según lo disponga ese universo de posibilidades. Exagerando un poco, sería posible decir que de cierta manera el alma humana es la resultante dramática de un desgarramiento sin final: la dialéctica del estar dentro y del estar fuera. Que es la misma que gobierna el desgarrado camino que conduce de la alcoba a la plaza. Ningún sentimiento de clase, de raza, de ciudadanía, de sexualidad, de nacionalidad, es decir, ningún sentimiento de pertenencia podría fundarse al margen de la dialéctica constituida por la pareja binaria del adentro y del afuera. Ni siquiera, quizás, la famosa dicotomía de la esencia y la apariencia, el alma y el cuerpo, la cárcel y la libertad, el dogmatismo y la heterodoxia. Por supuesto que de todas las parejas binarias, aquella que

mejor funda la noción del espacio es la que gira entre los extremos polares del adentro y del afuera, tal vez con mayor eficacia, inclusive, que la pareja del arriba y del abajo tan impregnada de connotaciones religiosas y morales. De la alcoba a la plaza se camina siempre de adentro hacia afuera, y ese es el camino que conduce de lo privado a lo público. La vida, en dichos espacios, en cuanto en ellos la permisibilidad de lo posible deviene diferente, debe atemperarse a las normas que la cultura impone en cada caso. Vivir la alcoba no es lo mismo que vivir la plaza. Un mismo hombre vive los espacios, por supuesto, sin fragmentarse necesariamente de modo peligroso, de diferente manera. Esa dialéctica matiza la vida, construye los rincones ocultos del alma tanto como sus iluminaciones públicas. Milán Kundera, ya lo hemos dicho, afirma que la novela es una exploración de la existencia. Una exploración que indaga por la vida según las fases del tiempo pero fundamentalmente según las ondulaciones de la

cultura, agregamos nosotros. Pues, si el narrador debe ocupar algún espacio, ese espacio no puede ser otro que el de la cultura. Suele decirse que la vida es algo que se vive, se padece y se merece en el tiempo pero también en el espacio. De este modo, si la dialéctica del espacio se funda en la pareja binaria del adentro y del afuera, principalmente, la dialéctica del tiempo se funda en la pareja binaria del antes y el después. Sin la perspectiva del pasado y del futuro donde el ser vivo se sitúa siempre en su ahora biológico tanto como en su ahora cultural y sentimental, sería imposible la dimensión del tiempo. Armado del espacio y del tiempo, como sus presupuestos arquetípicos, el escritor funda el territorio de su puesta en escena. Adentro y afuera, antes y después: he aquí los parámetros donde el escritor hace descender en la novela la historia, que necesariamente debe ser la de unas vidas. Pero aquí no se trata en realidad de una teoría de la novela, aunque quizás sí de una reflexión acerca de lo que generalmente se conoce como su espacio.

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Una meditación momentánea y por lo demás fragmentaria a propósito de la significación del espacio y de sus posibilidades. Sobre todo, de la relación que evidentemente existe entre vivir la vida y el espacio donde ello ocurre. El espacio de la alcoba, del salón, de la casa, de la vecindad, del barrio, de la ciudad, del planeta apagado donde vivimos, del sistema solar, de la galaxia. Más allá de la nave espacial, ¿cuál es en realidad el espacio donde se sitúa la obra de Bradbury? ¿Ese espacio no será acaso el sueño de lo posible, lo imaginario mismo? Sabemos que la edad media piensa el espacio de un modo muy particular. La tierra se sitúa en un adentro implícito pues todo lo restante está fuera de ella, girando en torno suyo y como haciéndolo a su servicio. Convencidos de un tipo de pertenencia que iba de afuera hacia adentro, donde

la tierra ocupaba el centro de aquel adentro arbitrario y al mismo tiempo imaginario, los hombres de la edad media no pudieron menos que sentirse vilipendiados cuando Copérnico y Galileo resolvieron aguar la fiesta geocentrista y de paso antropocentrista con sus postulados novedosos sobre el espacio. Y, cuando en la antigüedad, la simbología espacial propia de la organización de la ciudad estado entró en crisis junto con aquella forma de organización sociopolítica para dar paso a las grandes unidades imperiales, la noción de ciudadanía, como lo dice George Sabine, perdió toda su antigua significación cultural. Los hombres, separados por el Imperio de la inmediatez de su vida política, debieron ver cómo aquel sentimiento de ciudadanía se iba transformando, como ocurrió en realidad, en alma.

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Aquellas almas, antes ciudadanas según las leyes de pertenencia a un adentro denominado Ciudad Estado, debieron seguir siendo ciudadanas de algo: ciudadanas de la ciudad de Dios. En esta ciudad universal, que San Agustín denominó Ciudad de Dios, las almas abandonadas y separadas del ágora, de la plaza donde su sentimiento de pertenencia se concretaba en actos, en palabras históricas y particulares, debieron encontrar un reemplazo satisfactorio. Mucho tiempo después, cuando por motivos históricos que ahora dejamos de lado, se constituyeron los Estados Nacionales, desprendidos geográfica y culturalmente de los grandes territorios imperiales, la ciudadanía comenzó a significar otra cosa. Ahora el sentimiento de pertenencia, aquel recinto interior más allá de cuyos límites comenzaban las arenas movedizas de lo extraño, de lo extranjero, debió definirse a partir de otros elementos pero fundamentalmente a partir de una diferente perspectiva. Son esas nuevas perspectivas las que dinamizan la cultura y exigen el desarrollo de nuevos tratamientos y aproximaciones formales. La ciudad no es entonces una noción ajena a la historia de su símbolo. Más que un conglomerado de moles, monumentos y vías, la ciudad es un puñado de recuerdos y de símbolos. Al margen de cualquier consideración exclusivamente arquitectónica, la significación de aquello que denominamos ciudad es algo que le pertenece a la cultura de las ideologías quizás


mucho más que a la historia de la arquitectura. Es cierto que la literatura no es ajena a ninguna de las dos, como tampoco lo es con respecto a la historia económica, sociológica o política de las ciudades. Pero, por encima de todas estas historias concretas, existe la simbología de lo urbano: de la alcoba, la calle, el bar, la plaza, el patio, la noche, las distancias. Por supuesto que todos estos son sitios o relaciones entre ellos, pero lo que interesa destacar es que, más que sitios, se trata en cada caso de recuerdos, de sueños, de percepciones gobernadas por una ilusión, de ángulos memoriosos que el sentimiento elige, convoca. En uno de sus hermosos relatos sobre su tiempo de juventud, contenidos en sus ensayos literarios, Marcel Proust nos describe una experiencia suya en el retrete de su casa de Combray: “para ser un retrete era una habitación muy grande. Cerraba con llave a la perfección, pero la ventana permanecía siempre abierta, dejando paso a una joven lila que había crecido en la pared exterior y había metido su olorosa cabeza por el resquicio. Allí tan alto (en el desván de la quinta), estaba absolutamente solo, pero esta apariencia de hallarme al aire libre añadía una deliciosa turbación al sentimiento de seguridad que a mi soledad prestaban los fuertes cerrojos. La exploración que entonces hice de mi mismo en busca de un placer que ignoraba no me habría proporcionado más sobresalto, ni pavor, si se hubiera tratado de practicar una

operación quirúrgica incluso en mi médula y mi cerebro”... “En aquel momento, por muy lejos que las nubes se agolparan por encima del bosque sentía que mi espíritu aún iba un poco más allá, no estaba repleto del todo por ella. Sentía cómo mi mirada poderosa llevaba en las niñas de sus ojos, a modo de simples reflejos carentes de realidad, hermosas colinas abombadas que se alzan como senos a ambos lados del río”. La idea de espacio en el caso de este retrete de fábula que muchos añoramos ahora como algo que un día hizo parte de nuestra infancia desaparecida, no es en realidad arquitectónica, ni sociológica, ni económica, en fin. Ese pequeño espacio donde el joven Proust se ha encerrado para explorar su cuerpo y en donde a cada instante creía morir, es, ante todo, y sin exageraciones poéticas, su corazón mismo. Leer atentamente este texto bastaría para demostrar que el espacio literario es un espacio distinto: aquel imaginario que sólo existe en la palabra que lo funda a partir de la memoria o del sentimiento, del deseo o del pavor. Lo que sucede es que casi nunca se presenta como tal y prefiere acudir a ciertos registros verificables para crear la apariencia de ser un espacio identificable y hasta objetivo, para consuelo de los realismos de todas las estirpes. Cuando la narración literaria se traslada de la alcoba a la plaza, buscando sus espacios denominados urbanos, camina en el sentido de lo interior a lo

exterior desde el punto de vista de lo que la Ley de Cultura permite como posibilidad en cada caso. Quizás por eso el joven Proust se atreve a lo suyo dentro del retrete de su casa familiar, allá en Combray, lo que no le sería permitido en un lugar más público. Esa otra dimensión, la de los asuntos públicos, se encuentra representada en el relato por la ventana abierta, la que añadía, según él, aquella deliciosa turbación al sentimiento de seguridad que a su soledad prestaban los fuertes cerrojos. En el ejemplo, la dialéctica de lo interno y de lo externo resulta demostrativa de lo que aquí queremos plantear con relación al espacio literario: que se trata de exclusivas fundaciones que realiza la palabra, mediante un proceso gobernado más por los símbolos que por una supuesta fidelidad geográfica o arquitectónica. Siendo así, en literatura, el camino que conduce de la alcoba a la plaza, es decir, el espacio del relato, si bien es susceptible de ser reconstruido mediante el concurso de un hábil cartógrafo, dicha reconstrucción de nada nos sirve, o de muy poco. Pues ocurre que en realidad el lugar no interesa tanto como su significado. Porque en literatura el espacio como el tiempo los funda el tembloroso arbitrio de la palabra. Una palabra que actúa y piensa siempre como si hiciese parte de una permanente aventura de fundación y conquista donde los grandes almirantes no son otros que el deseo, la memoria, la imaginación y los sueños.

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Por: Alonso Mejía

L

a casa quedaba en Ayacucho con El Palo. Como yo era quien estaba más cerca de la puerta me levanté y fui a abrir al oír el timbre. Un hombre de cierta edad y recia configuración me saludó con cortesía y antes de yo poder decir algo ya él tenía medio cuerpo adentro. Poco a poco y como sin darme cuenta, fue forzando la entrada, acompañado por dos adolescentes. Elogiando algún mueble, la casa o el barrio fue haciendo camino; pronto estaba sentado en la sala con los dos hijos y ojeaba el periódico. Pidió usar el teléfono y minutos más tarde un vaso de agua. De una hermosa voz abaritonada que embellecía aún más con largas pausas y lentos gestos faciales, el que se ayudara con elegantes y expresivos movimientos de las manos para trasmitir hasta las ideas más elementales confirmaba la sensación de estar ante un ser refinado y encantador. El embrujo fue inmediato.

No habían trascurrido quince minutos cuando ya estaba en la cocina pidiendo un vaso de jugo. Poco más tarde llamó a sus hijos y les habló en voz baja. Los chicos salieron y a los veinte minutos regresaron con dos maletas. Ahí terminó mi embeleso y comenzó un breve período de perplejidad que en pocos segundos le dio paso a la ira. Lo confronté con tal vehemencia que al ver unas tijeras sobre la mesa de la sala estuve a punto de tomarlas y de un salto acabar con él, lo cual hoy no deploraría. Su reacción fue de absoluto silencio y alguna mirada de reproche, mientras se levantaba para ir al baño o a la cocina. Le pregunté quién era y por qué lo hacía; respondió con una sonrisa que yo no podría decir si era irónica o cínica. Desde entonces sus ademanes cambiaron. Se tornó silencioso, y tanto su mirada como su imponente físico se

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convirtieron en una presencia intimidante. Los grandes ojos grises y el mentón cuadrado ahora le conferían a ese rostro un aire de lejanía y dureza apenas comparable con rostros de rasgos verdaderamente fríos y severos. Hasta hoy ha mantenido, al igual que sus hijos, una distancia infranqueable. Indiferente, ha ido ganando terreno en la casa, a tal punto que a la semana ya tenía matriculados a los hijos en el colegio más cercano. El día siguiente a su llegada tomó las llaves de mi hija de una cama y sin pronunciar una palabra salió; regresó con copias para él y cada uno de sus hijos y se instalaron en dos piezas, vacías después de la muerte de mi sobrina y de la graduación del inquilino que tuvimos por cuatro años. Mi hija y yo nos miramos atónitos sin saber qué decir.

vos cuartos. Han pasado tres meses y padre e hijos siguen en mi casa. Nunca ha ofrecido el hombre dinero para compartir gastos ni se ha presentado con un pan o una fruta. La señora de la cocina ya no tiene un minuto libre, pues debe satisfacer sus no pocas exigencias. He de reconocerlo, soy un hombre de carácter —si bien admito que en asuntos domésticos he fallado con frecuencia—, pero esta figura imponente y descarada ha ido haciendo de mí un ser pusilánime, un esclavo de sus órdenes más absurdas.

Sobre todo, me siento débil ante esa mirada. Esa mirada no la puedo descifrar. Este señor, cuyo nombre todavía ignoro, ya es quien manda en la casa; pero es su hijo menor, un chico flacucho y pálido de catorce años, —si bien nadie le pondría más de nueve o diez— que parece extraído de una tira cómica en blanco y negro, quien mantiene el orden físico. No deja de correr de aquí para allá y de allá para acá, trayendo y llevando órdenes que deben ser cumplidas en el acto.

Incapaz de manejar una situación doméstica que otra persona habría solucionado desde el principio con una acción enérgica, a los dos días fui a la comisaría y expuse el caso. ––Eso es una invasión de domicilio. Esta misma tarde vamos y sacamos ese individuo de allá. No se preocupe ––me aseguró el uniformado. Pasaron cuatro días y aún los esperaba. Decidí volver a la comisaría; el resultado fue el mismo. Pocos días después, aprovechando su ausencia, tomé sus maletas y las quise sacar a la calle, pero pensé en las consecuencias que nos traería semejante ofensa y las volví a llevar a sus respectiISSN: 0123-238X • 20 Ciudad, revista de asuntos urbanos 31


Las tapitas Ver las cosas hasta el fondo… ¿Y si las cosas no tuvieran fondo? Fragmento Poesía Alveiro de Campus Fernando Pessoa

Por: Raúl González Hernández

U

n sol radiante se derrama sobre las desoladas calles del barrio Boston. Sudorosos un grupo de amigos caminamos. Conversamos cómo matar el aburrimiento de este atroz día que nos aplasta. Se escuchan al unísono varios timbres de voces, pero sobresale una ronca y fuerte, la de un joven bajito, gordito y alocado; vivía sin leyes, sin normas que lo sujetaran, resumiendo en una palabra, libre. Su cabeza resaltaba por los largos mechones rubios que le cubrían la frente. Su mirada de ojos azules era tan penetrante, que llegaba a intimidar a cualquier interlocutor. Las palabras le salían casi forzadas de la boca, arrastrando y empujando con la lengua algunas letras; su hablar era lento y torpe, pero

insistente. Cuando abría la boca, todos lo mirábamos esperando nuevas ideas que rompieran la rutina, que trastocaran el día con nuevas aventuras. Era el líder, su nombre, o mejor su apellido, era extraño y siempre lo llamábamos así: Buzzati; de origen italiano. Parecía que sus padres, por alguna extraña razón, habían venido a la ciudad de improviso y habían descargado parte de la familia allí; una hermana que nunca conocimos y otro hermano menor, que permanecía siempre encerrado en su casa al cuidado de las paredes. Sus padres les prometieron que regresarían a los pocos días, lo que nunca ocurrió. Así pasaban los días y los años y estos italianos se levantaban solos; la ciudad los veía crecer indiferente. Vivían de los escasos recursos que sus padres les enviaban desde alguna

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remota ciudad. La obsesión permanente de este muchacho era regresar algún día a su tierra de origen. Por esta razón y por sus extrañas y atrevidas ideas, le teníamos demasiado respeto y además, por todo ello, era nuestro líder. Caminamos en grupo y Buzzati habla en tono bajo, como trasmitiendo un secreto, todos pendientes de sus manos que mueve nerviosas y acarician algo que nos inquieta. «Vamos a labrar las tapitas», dice. Todos nos agachamos como para iniciar algún ritual extraño; Buzzati se coloca en el centro y lo observamos con máxima cautela, sin perder ningún detalle. Extrae de sus manos algo que suena extraño y nos mantiene en vilo: tres tapitas de gaseosa y una bolita de goma. Al descubrirnos esta sorpresa trata de explicar la dinámica de ese misterioso juego, su artilugio. Estamos maravillados ante la nueva aventura. Mueve veloces las tapas sobre la acera y coloca la bolita debajo de alguna de ellas, esta operación la repite una y otra vez y nos pregunta: «¿dónde está la bolita?...¿dónde está la bolita?», y en desorden tratamos de adivinar; unos responden que allí y otros que allá, algunos dudan, pero al levantar la tapita para concluir y acreditar a los gananciosos, la bolita siempre desaparece, nunca damos con ella. Estamos asombrados.

Y nos dice: «hay que mover los dedos con agilidad, el secreto está en…» y nos muestra la uña del dedo pulgar derecho, medianamente crecida, que todos miramos con curiosidad. Continúa «esta es la clave del ardid». Y nos muestra nuevamente su uña larga.

Buzzati mueve las manos y desliza las tapitas sobre el piso; una y otra vez. Reunidos y apretujados gritamos al apostar falsamente. Parecemos un grupo de teatro cuyo director es el actor principal que se mueve por el suelo a la manera de un ritual primitivo y que ante una señal previamente acordada, fingimos desconocerlo en espera de incautos transeúntes.

Unos apostamos y otros aparentan deleite con las ficticias fortunas ganadas. Algarabía en la vía solitaria. Vemos por fin a lo lejos un mensajero de farmacia que avanza y se acerca por la calle Córdoba en su bicicleta. Nos miramos con regocijo y en cuasi secreto nos decimos: «¡ya cayó!». El joven pasa de lado por el tumulto e intenta avanzar, pero su curiosidad le puede más y lo arrastra. Hay nerviosismo entre nosotros. Luego se devuelve los escasos metros avanzados, curiosea y ahonda más con su visión; se mete la mano en el bolsillo. Estamos a la expectativa y fingimos apostar; parecemos desconocidos, seres que por casualidad nos hubiéramos encontrado en esa esquina del barrio. El joven saca por fin un billete y observa con máxima atención; señala una tapita, seguro de su acierto. Mueca de frustración y de angustia; ha perdido. Parecía, por su rostro acongojado, haber perdido el dinero de su patrón. Desea con ahínco recuperarlo. Todos en complicidad lo animamos a la nueva apuesta, le infundimos valor y una nueva esperanza de la próxima ganancia, que sería su desquite. Está nervioso y mira alrededor, desconcertado. De nuevo mete la mano en el bolsillo derecho del pantalón y la deja en él, como queriendo

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atrapar inciertas fortunas. Al fin se decide y levanta el billete que el viento ondea; el calor es insoportable y el muchacho suda a borbotones, su corazón parece latirle acelerado. Lanza un grito de victoria. Buzzati, como director de orquesta, levanta la tapita señalada y muestra que está vacía en su interior; solo reluce el gris de la acera; no estaba allí la bolita. Lo miramos con fingida lástima. El joven transmite en su rostro su fracaso, ha perdido nuevamente. Mira totalmente desconcertado. No sabe qué hacer. No sabe qué mentira dirá a su patrón. Lo animamos con hipócrita lástima y lo empujamos nuevamente a que interpele su suerte, ya que la próxima jugada será la suya, su desquite final. Está pálido, parece que en cualquier momento pudiera desmayarse. Temblando, decide apostar, no le queda ya dinero en los bolsillos, pide revancha con su cicla. Todos nos miramos con pretendida avaricia satisfecha. Él duda y quiere irse, pero nosotros, los farsantes apostadores, lo animamos y le infundimos valor, diciéndole que no deje volar la suerte, la que algunos ya habíamos logrado, rebasando el azar, ganando unos buenos pesos. Por fin se decide.

de soslayo con suma tristeza su bicicleta que aún sostiene entre las manos y que pronto se le irá por la derrota. Júbilo entre nosotros, ahora somos de nuevo los verdaderos compinches, se han disuelto sin pudor los secretos. Estábamos muy contentos por las ganancias de la plata y la bicicleta; no nos imaginábamos cuán fácil había sido aquello. La excitación hace que descuidemos al perdedor, quien como un rayo monta su caballito y huye veloz; intentamos seguirlo, pero ya iba demasiado lejos y nos había cogido mucha ventaja. Para desquitarnos le lanzamos al aire atroces insultos. Segundo a segundo, solo alcanzamos a distinguir un puntito negro en movimiento hasta desaparecer.

Buzzati, como un prestidigitador, se mueve en su tablado; las manos parecen las de un brujo que hechiza al fortuito visitante. Este alarga el brazo entre los sudores colectivos que se mezclan; señala una tapita y el mago la levanta. Cara tétrica y descompostura en las facciones. Está cabizbajo y atontado. Mira 34 Ciudad, revista de asuntos urbanos 20 • ISSN: 0123-238X

Rabiosos y ofuscados por habérsenos esfumado el botín de entre nuestras manos, esperamos impacientes la repartición del billete que habíamos acabado de ganar, pero Buzzati, viejo zorro, nos dice con voz fuerte y medio disgustado que el trabajo lo había hecho él y que lo nuestro lo habíamos perdido ¡por maricas!, que habíamos dejado perder por descuido el regalo del día y quizá el de esas vacaciones. Avanzamos derrotados, y Buzzati con el dinero en sus bolsillos, como si nada, charlaba amigablemente. Convencidos, un poco a la fuerza, creemos que esa es la ley de la vida y por ello regresamos tranquilos a nuestras casas, esperanzados en otro día.


Mis moradas Por: Raúl González Hernández

Habito siempre tres moradas la una de las palabras de alegrías y tristezas de visiones de sueños de nacientes poemas fiel hasta el ocaso la otra ido tiempo de infancia de mis amigos fugaz vuelo de adultez lugar de mi rutina y de la cocina de mi madre rincón de mis libros de pequeños secretos de mis fotos de extrañas formas de las flores en el patio trasero y del grito-canto al mediodía del bichofué escucha de pregoneros de frutas mirados desde el balcón y también la calle pasadizo volátil al libre espacio de paredes la otra templo de afectos de pensamientos de soledades de meditación pequeño mundo material e íntimo que robas mis sueños me llenas de verdes imágenes y de cantos que me turban noches de negras caras me arrojas al espacio a la luna y a las estrellas los sonidos me llenan cobijan mi intimidad siempre voy andante con mis tres moradas ISSN: 0123-238X •20

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Somos y hacemos Por: César Jaramillo Equipo de Comunicaciones Corporación GAIA

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ntre el mundo de las palabras existe, inherente a su nacimiento, el conflicto y el acuerdo. La ofensa recibida, con texto de fondo, taladra aún más profundo en el orgullo de ideas y pueblos, queda para la historia o la memoria, se hace célebre y alimenta en sí misma la necesidad de retribución en generaciones posteriores. Sin embargo, con ellas mismas, tejiendo la atarraya compleja y siempre inestable de la paz, se invita a la concordia y la unión para una vida sin el constante resquebrajar del rencor. Toda comunidad, en sus líderes, pone el poder de la palabra para que sea usada de la mejor manera, es decir, representando una voz hecha de muchas voces, una red que siendo elaborada con múltiples nudos, atrapa, permite apuestas y consensos, es visible, y supera al simple hilo. De ahí partimos para entender la planeación y el desarrollo. Sin acuerdo para denun-

ciar, reclamar o alabar, no habrá oído que perciba más allá del ruido molesto y distorsionado que en el aire se confunda. No en vano la carta constitucional le da gran poder a la democracia participativa, y permitió establecer diferentes procesos en la participación, que se desarrollaron más en las áreas sociales, culturales y ambientales por nombrar algunas. El fundamental proceso que surgió en la ciudad a partir de la consejería presidencial de Medellín y el área metropolitana, donde surgieron grandes movimientos sociales y se cualificó la participación a través de mesas como la de territorio, medio ambiente, cultura, economía, observatorio de empleo, permitió que la ciudadanía fuera escuchada y diera paso a los nacientes procesos de planeación. Es a finales de los 90´s donde nuestras comunas y zonas empiezan a pensarse como sujetos activos y fundamentales para incidir en el territorio, y surgen entonces los primeros planes zonales de desarrollo en comunas como la número uno, la trece y la cuatro, entre otras.

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Es preciso apuntar que desde el 2005 la participación ciudadana adquiere en Medellín y el Valle de Aburrá una mayor incidencia en la administración del momento; prueba de esto es que los dos gobernantes anteriores y el actual, recogieron en el ejercicio de construcción de su plan de desarrollo, e inclusive en la construcción de su propuesta de gobierno como candidatos, grandes líneas que los ciudadanos aportaron a partir de sus trabajos de planificación barriales, comunales y zonales.

Los Planes de Desarrollo Local (PDL) de las comunas y corregimientos de Medellín han sido elaborados por los habitantes de la ciudad, en un interés manifiesto por ser parte del proceso de formulación de políticas públicas, atendiendo al propósito de la democracia como la construcción de un gobierno en la convergencia para el diálogo. Cada territorio, reflejando la expresión de la población, pasa de ser un mero espacio para el asentamiento humano hasta convertirse con las palabras del acuerdo, en testimonio de la

cultura, la tradición, la memoria y el porvenir, donde se plasman los ideales y sueños de las comunidades. Y la elaboración de esos Planes trueca el ejercicio de oficinas, al concepto de la casa que precisa aseo, cuidados, atención de sus habitantes y la congregación para llegar a las soluciones sólo visibles en el encuentro de todas las visiones y todas las posturas en franca aceptación y voto. El Departamento Administrativo de Planeación de la Alcaldía de Medellín, junto con la

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corporación Grupo de Asesorías e Investigaciones Ambientales – GAIA-, y otras organizaciones y universidades de la ciudad, han generado una alianza para acompañar la gestión de los Planes de Desarrollo Local. Acompañamiento visibilizado en comunicación estratégica para convertir la palabra escrita en mensaje que pase de persona a persona. Sólo el conocimiento puede llevar a la acción, y la acción de la comunidad movilizándose para hacer valer sus derechos y garantizar el cumplimiento de sus deberes, es la materia prima de un gobierno democrático. Desde la Corporación GAIA, actor comprometido con las transformaciones y elementos que caracterizan la vida y quehacer de la zona cuatro de Medellín, se ha planteado el proceso como una oportunidad de fortalecer los escenarios donde se han gestado tanto los Planes de Desarrollo Local de las tres comunas que comprenden la zona, como la articulación con otros nodos visibles y estructurantes, tales como la academia, organizaciones de base, medios de comunicación y diversos actores y sectores de la población. Para la comuna once Laureles Estadio, territorio de gran tradición no sólo por las propuestas urbanísticas tan innovadoras que allí se aplicaron desde inicios del siglo pasado, sino por los equipamientos de ciudad tanto deportivos como culturales y educativos con que cuenta, el Plan de Desarrollo Local es

un ejercicio adelantado desde el año 2007, donde precisamente se destacan la planeación para el aprovechamiento de las potencialidades de la comuna, la inclusión territorial y poblacional, la sostenibilidad ambiental, y el sentido de pertenencia. La América, comuna donde se pueden encontrar todas las diferencias y potencialidades en cuanto a actores y sectores socioeconómicos, políticos y culturales, cuenta con una oportunidad clave para el desarrollo desde la inclusión y el impulso empresarial. El Plan, que comenzó a ser construido participativamente desde el año 2006, se centra en la generación de procesos productivos, el mejoramiento del bienestar, y la conexión e integración territorial, dimensiones del progreso que se materializan en seis líneas estratégicas. La comuna trece San Javier puede significar, en este panorama de zona, un eje de potencialidad descrito como el recorrido entre la estigmatización y la verdad reinante en las manifestaciones de sus habitantes. Es un centro de suma importancia para el crecimiento y proyección cultural, política y de derechos humanos de Medellín; es un punto donde confluyen diversos grupos étnicos con sus expresiones autóctonas, agregando el ingrediente de lo urbano, lo rural y lo colectivo; la comunicación, que desde su Plan de Desarrollo Local es un eje transversal, es entendida como la necesidad de que ésta sea canal entre los procesos y

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las personas, contando en la voz de sus protagonistas lo que desean aportar a la memoria histórica de los territorios y la ciudad desde la planeación para el desarrollo. La justicia social es una consigna que ha logrado la movilización, la articulación de las organizaciones, líderes y lideresas de la comuna, y los que en ella ven el testimonio de 30 años de confrontación, pero a la vez, de la multiplicidad de ideas para el cambio y el paso hacia la vida como bandera. Tres comunas que en cada uno de sus Planes de Desarrollo Local han puesto referentes para la construcción de un pensamiento de ciudadanía sin prisas, con el llamado a la participación de organizaciones y actores, reflexionando y entendiendo el cambio como parte del equilibrio. Entonces, es comprensible que la planeación no sea un asunto de escritorios, trámites burocráticos o inacabables formatos; es, por el contrario, una sucesión viva de concepciones, un ejercicio cotidiano y colectivo, sólo posible cuando nos identificamos en el otro y en el territorio que en esa relación sustancial, somos y hacemos. …….. Para conocer más de este proceso, pueden visitar el blog oficial zonacuatromedellin.blogspot.com, o buscarnos en facebook como Zona Cuatro, Conectados con el Desarrollo.


Escribir a la intemperie Por: José Fernando Vélez Londoño

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lguien tiene que escribir lo que se siente, habitar esta ciudad iniciando el siglo XXI. La mirada del que transita

“el paseo de la muerte”

¿Que le queda por decir al hombre de cemento, al hombre de barro y de ladrillo, que por más que construye se quedó sin casa? Certeza de que por mas que pase sus noches leyendo no escribirás mejor, que tal vez los versos mas sinceros, los mejores ya los escribió. Casi está seguro, a pesar de toda previsión que le espera larga sombra; debe apretar el paso, mientras tenga luz debo escribir para dejar mi testimonio.

tentosas hacen congeniar miseria y prosperidad, sobre los residuos de masacres y fosas comunes”. Sentado en una esquina: escolar en la memoria repasa su vida, aunque él solo piense que repasa las páginas del arrugado cuaderno. En el patiecito de piedra De toldos y discretos ventanales Como paloma extraviada escucha la música del agua Imagina la sed del que vuela a la intemperie y baja a beber las gotas del silencio. ¿Porque tanta gente succiona un cigarrito como sorbiendo néctar? Pico en el tubo de fragante corola Ansia de felicidad no encontrada. La penumbra enmarca la mueca de una risa. Pálida frente, labios sellados. En la mente un canto a la desesperanza. ¿Qué debemos decirle del amor?

Mirar silencioso este gentil espanto:” Majestuosas plazas de cemento que osISSN: 0123-238X •20

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Casa de arreboles anaranjados Por: Elsa Ruiz

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ste martes de tarde de arreboles anaranjados, Doña Adelina está triste en el amplio jardín de su casa. Rompe el silencio: pónganme atención. Biflora, azalea, crisantemo, hortensia, muchachas todas, pónganme atención. ¡Nos van a extraditar! Bájela con ese terrorismo, dijo el lirio, no sea que… A estos muchachos les dio por no tener CASA sino dinero, que para que un zaguán y salón de estar y un patio interior con matas y flores y otro con una mesa y taburetes para tomar el algo, sentarse a conversar o a leer o a mirar pa dentro de uno. Y otro más grande atrás a cielo abierto. Que todo ese pequeño bosquecito donde me solazo de maravilla y sentada en mi mecedora, semidormida siento que estoy renaciendo. Como que el tiempo no existiera sino el atardecer, anochecer y amanecer. El azahar del naranjo da

bálsamos a mi piel envejecida, igual que el aroma del eucaliptus y el del níspero y el cocotero y estos otros árboles que nos acompañan desde hace tantísimos años en este privilegiado sitio refugio de la ciudad En la cocina acostumbramos reunirnos a contar historias tomando café molido en casa o a degustar la parva que doña Alicia elaboró esta mañanita, unos panecillos de mantequilla y queso que con chocolate espeso y con canela, saben a gloria. También usamos para esto de las degustaciones propias o de doña Fabiola o misiá Inés, doña Carlota u otra vecina o familiar, el amplio corredor que rodea al patio interior; porque esta casa es cuadrada y el corredor interno conecta la cocina y el comedor con las alcobas, el zaguán de la entrada de la calle y la verja que da entrada al solar. ¿Y por qué han de extraditarnos? Gritó la rosa, ¡siempre tan apreciada por todos!

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¿Dónde queda la autoridad de don José Amadeo en esta casa? No me quieren. Van a encerrarme en un departamento sin vista al cielo, sin solar, ni patios, ni paisaje. ¡Sin aromas y perfumes! ¡Sin murmullos! Les dio por no tener CASA sino dinero. El oro no compra todo, les digo, y se ríen de mí, con risa de buscadores de oro. Y el criterio y honor de… La autoridad de mi querido esposo es un desperdicio, dicen ellos Bájela. ¡¿Cómo que desperdicio?! ¿Que todo eso espacioso y bello construido con esmero por José Amadeo es un desperdicio? Esa amada autoridad murió con la muerte de él, tan pronto murió tan pronto el olvido, quien hubiera creído, dijo Doña Adelina con incendiadas lágrimas. De todos modos nos vamos a morir, qué ha de sentimientos y el alma de las cosas, pero tan pronto el olvido, tan, tan rápido es una muerte atroz. Entonces van a demoler el zaguán, el salón de recibo de visitantes, la sala de reuniones sociales el gran comedor, la alberca, las alcobas y demolerán hasta el minúsculo sentimiento que de él quede: el taller de artes y oficios donde guardaba con celo sus herramientas de uso diario y cachivaches. Trastrocados o reprimidos sentimientos, ¿doña Adelina, qué piensa?, con voz chillona inquirió hortensia. Turbada, mirando a sus pies de ella comenzó a alzarlos, primero el derecho despacio, despacio, y retornabalo al suelo y lo asentaba, despacio, despacio, y luego el pie izquierdo despacio, despacio, y retornabalo al suelo y lo asentaba, despacio, despacio; su mirada exhausta, fría y rígida expresaba desazón.

la bóveda del tiempo. Obligada, como una póstuma violación, por “sus propios hijos”. No tendría las brisas de las tardes, ni los trinos mañaneros que tantos años le acompañaron acá, en este pequeño pedazo de la ciudad; ni los trinos de los voceadores vendedores de periódicos, golosinas, frutas y verdulerías, en la nueva torre de encierro. Adentro del edificio, los que dan vida a ese esqueleto arquitectónico y que es un lugar secreto, un territorio no visible que nos habla, nos embruja, y nos atrapa, son sus moradores como nos lo cuenta Cortázar en La Casa Tomada. Por ello Doña Adelina, lela e ida, clava y desclava sus pies de esa tierra de la cuál será desarraigada.

Se sentía empujada a la oscuridad de ISSN: 0123-238X •20

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Un capítulo breve de la novela

“Un adiós para Silvana” Por: José Martínez Sánchez

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n este barrio los niños invadimos los solares de las casas, las calles sin pavimentar y los sitios más seguros, de manera que pasamos muchas horas entretenidos en los juegos, dándole a la pelota, buscando carritos viejos y corriendo de una parte a otra. Casi nunca vamos a la cancha de fútbol porque los ladrones de chicos se mantienen al acecho. Por los alrededores de la cuadra todos nos conocen. Las mujeres viven pendientes de lo que hacemos y en ocasiones celebran lo que decimos con grandes risotadas. La abuela Silvana es muy poco risueña y se pasa la vida encerrada, hablando sola o rezán-

dole al crucifijo que hay sobre la mesa. Cuando me mira con ojos entristecidos por no sé que razones amargas, cuando la veo tendida en el catre donde descansa de la faena diaria, siento un deseo ferviente de preguntarle qué le sucede, por qué se empeña en continuar inmersa en ese estado enfermizo que un día acabará por matarla. Entonces, como ella, también me pongo triste. Viene la noche y poco a poco me voy quedando dormido. Ya no escucho su respiración lenta ni el murmullo con el que se arrulla para intentar un reposo de horas, las únicas en las que desaparece todo conflicto entre ella y mis tíos. En la mañana, apenas el ruido del

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barrio empieza a introducirse por los orificios de la puerta, la abuela se aproxima a la cama donde duermo y escucho su voz dulce sobre mi cabeza: “Polo, hijo, es hora de levantarse”. Antes de abrir los ojos ya ha penetrado por mis tabiques el aroma delicioso de una taza de chocolate y me entrego a saborear el líquido, convencido de que soy el chico más afortunado del barrio. Pero luego me doy cuenta de que no estoy solo con la abuela, que Nana y Lito acaban de despertar y esperan atentos bajo las cobijas hasta que ella regresa con pasos cansados y deposita en sus manos las tazas de chocolate. La mañana serena empieza a clarear y hasta mis oídos llega la voz de los adultos. De noche, sin que me haya dado cuenta, ha entrado el tío Harold, se ha quitado la ropa y luego se ha dejado caer en la cama donde duerme desde que vino a hacernos la visita. En otra circunstancia, a través de la luz, advierto el rostro grave de mi madre, su mirada indecisa y su cabello despeinado cubriéndole parte de la frente. Comprendo que no vivimos indefensos, que todavía quedan suficientes personas en la familia como para saber que seguiremos oyendo el timbre de una voz de hombre o la opinión de una mujer consciente de nuestra existencia. Pero no siempre hemos estado acompañados. En un principio el tío Esteban pasaba muchas horas acostado en la cama, leyendo los libros que tenía en la biblioteca. La abuela Silvana parecía más feliz que ahora, aunque sus ojos

celestes a menudo se llenaban de lágrimas y el tío le decía que no pensara más en mi madre, ni en el tío Harold, porque cada uno era dueño de su propio destino. Yo nunca he podido saber el significado de esa palabra y tampoco he sentido la mínima curiosidad por averiguarlo. Todo lo que sé es que la abuela adoptaba una actitud olvidadiza, se limpiaba los párpados con el dorso de la mano y esperaba que su hijo se fuera para continuar a solas con su pena. Sentada en el frío de la casa, las manos puestas en algún sitio de su ancianidad, soltaba todo el llanto que había acumulado a lo largo de varios días de aparente sosiego. Las vecinas que entraban

de paso intentaban consolarla y ella se ponía a hablar acerca de mi madre, del tío Harold, de todos los sufrimientos acarreados con la muerte del abuelo. Pese a todo, había momentos en que intentaba festejar un acontecimiento sostenida por la presencia milagrosa del tío Esteban. Su alegría no duró mucho. Una tarde, en forma inesperada, él organizó su ropa, empacó los libros y se echó el morral a la espalda. La abuela lo despidió en la puerta con una admirable serenidad de madre comprensiva y esperó hasta que el tío se paró en la esquina, le dijo adiós con una sonrisa y desapareció

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de su vista. En lo alto de la cordillera el color de la atmósfera estaba a punto de convertirse en invierno. Desde las tinieblas azotadas por el aguacero, oímos cómo batallaba en la pesadilla, cómo sus manos dormidas se estrellaban contra las paredes y un quejido hondo brotaba de su pecho. Nana y Lito intentaron decir algo y yo les tapé la boca con mis manos. No quería que la despertaran pues sabía que la abuela sufría más cuando estaba despierta y una manera de compensar en parte su cariño era evitar que la aflicción le robara el reposo de toda la noche. Durante los días siguientes a la partida

del tío Esteban decidí pasar más tiempo a su lado. Le sonreía, convencido de que sus ojos fijos en los míos querían expresar todo lo que ella pensaba y, tal vez para dar a entender que su vida sin mí estaría cruzada por horribles sucesos, colocaba las palmas sobre mi cabeza y me atraía suavemente a su regazo. El tío Esteban venía a ver cómo estaba de salud, le traía dinero y hablaban animadamente sentados en la cama. Era justo el momento en que parecía reponerse de los golpes de la vida, proyectada en ese otro ser que lograba devolverle toda la confianza con palabras amables. Recuerdo que una vez, motivada por la visita de su hijo, mientras el viento de Santo Domingo descendía por encima de los árboles estremeciendo las hojas, removiendo las ramas verdes y quebrando las chamizas, la abuela se puso a contemplar el solar de la casa, un rectángulo irregular cubierto de piedras y basura. Fue como si hubiera encontrado el modo de saberse útil. Sacó las herramientas del rincón de las cajas y me invitó a quitar la hierba crecida y a picar el terreno. Cuando el sudor empezó a mojar nuestras costillas, una hilera de plantas alimenticias adornaba esa porción de barrio rodeada de ladrillo. Ahora está todo bien distribuido, desde las plantas alimenticias hasta el jardín que ella ha ido sembrando con infinita paciencia. También hay un patio donde podemos jugar si queremos, si cada uno ha cumplido con las tareas correspondientes a esta casa donde la abuela permanece con la vista dirigida hacia el techo, pensando en unos hijos que, según dice, la han metido en un olvido más largo que la espera. Es posible que Nana y Lito hagan parte de sus afanes de vieja bella, de ese mundo interior en el que debo ocupar un sitio tan importante como este lecho caliente donde intento olvidar que hoy invadimos la caseta de una propiedad vecina y hubo una pelea entre el hijo de mi tío Agreste y un chico que vino a jugar por primera vez con nosotros.

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Don Víctor el electricista

Por: Fabio Zuluaga Ángel

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on Víctor no conducía carro de fuego tirado por cuatro caballos luminosos, ataviado con casco de oro y capa brillante que agitaba el viento sin cesar, llevando de un extremo a otro de la Tierra el calor y la luz generadora de vida, como Helios dios griego de la luz y del calor.

Don Víctor llegaba a las casas en construcción, caminando con su escalera doble de madera terciada al hombro, armado de un destornillador de pala ancha y mango color ámbar, con un chequeador de corriente y un alicate grande forrado en material aislante que cargaba en el bolsillo trasero del pantalón de dril color caqui. Ataviado con su sombrero de fieltro verde, su camisa mangacorta, sus inconfundibles botas de cuero y suela gruesa de caucho, Don Víctor también iba llevando de casa en casa del barrio en construcción el calor y la luz, como el dios Helios.

Don Víctor era el único en el barrio autorizado por las Empresas Públicas de Medellín, y el único capaz de hacer las instalaciones eléctricas. Él tomaba la corriente de los cables de la calle, la llevaba hasta el contador instalado a la entrada de la casa, la conducía a través de los fusibles, encargados de proteger la instalación en caso de una sobrecarga, que podría sumir el aposento familiar en la oscuridad total, como en los tiempos anteriores a la creación del universo. Don Víctor cortaba alambres y hacía uniones con la cinta aislante, instalaba tomacorrientes, suiches, cables de asbesto verde trenzado que se desprendían desde el centro del techo de los cuartos y habitaciones y que descendían hasta una altura al alcance de la mano de los mayores, y de los que pendían zoquetes que sostenían benjamines y bombillos. Don Víctor instalaba además bifilares y trifilares, neveras y fogones.

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Todo era vida en una casa después de que Don Víctor entraba y salía de ella: la luz se había hecho en los pequeños soles colgados de los zoquetes, el fogón despertaba de su letargo en la caja y alcanzaba el rojo vida que hacía borbotear las ollas y transformaba legumbres frescas, agua, carne y sal en deliciosas sopas; la nevera iniciaba su paciente caminata hacia los troncos de hielo o de leche con azúcar que con delicia chupábamos los muchachos de entonces, la radio cobraba vida y empezaba a emitir voces desde adentro. Hombre servicial y generoso, Don Víctor llegó una mañana de diciembre a mi casa; él sabía que nuestro padre llevaba dos años sin trabajo, golpeó la puerta, lo mandó llamar y le dijo: “Don Alfonso, tome este dinero y gásteselo que yo no lo necesito, algún día de estos me lo paga”. Ese día ocurrió un milagro en casa: mi padre tenía que pagar cuentas de servicios públicos atrasadas y le había pedido a su santo predilecto, San Antonio de Padua, que por algún camino le enviara plata.

Veo a Don Víctor emborrachándose con aguardiente los sábados en la tarde, aquí, al lado, en esta que fue la tienda y donde ahora han construido una casa. Desde el balcón donde ahora está su esposa Laura mirando hacia la casa de Don Arturo muerto, ella lo cuidaba y estaba pendiente de la evolución de su borrachera. Entonces, bajo el efecto del aguardiente, ese hombre silencioso y escaso de palabras se volvía locuaz y a los muchachos que entrábamos a la tienda nos ofrecía cuanto quisiéramos de la vitrina de bombones y golosinas. Con las señoras sí que se volvía galante. Ya borracho, con su viejo amigo El Mono Cárdenas, el comisionista del barrio, se iba a llevarlo hasta su casa. Apoyados, la mano del uno sobre el hombro del otro, bajaban tambaleándose por la empinada calle, pero cuando llegaban a la casa del amigo, éste se devolvía a llevar a su amigo Víctor hasta la suya. Así se pasaban un buen rato, yendo y viniendo de una casa a otra, hasta que alguna de las esposas intervenía enérgica y daba por terminado el sainete. Los muchachos de la cuadra gozábamos del espectáculo de los dos borrachos tambaleándose en incesante ir y venir de una casa a otra por la inclinada calle. Don Víctor, que nunca se separó de su esposa hasta su muerte, lloró una tarde sentado ahí en la esquina de sábado, porque ella tuvo que salir de viaje y se ausentó de casa durante tres días. Don Víctor se acostó bueno y sano una noche. Al amanecer llegó a su casa un carro de fuego tirado por cuatro caballos luminosos y se lo llevó a instalar la luz a otra parte. Lo veo subir y bajar abrazado al Mono Cárdenas por esta empinada calle, la 63-A, donde nací y me crié…

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En la parte alta de abajo Por: Helí Ramírez

IX

La esquina en mi rostro quieta viendo esa calle doblada arriba en redondo Un palito de pino cubre de sombra a un cuchito vendiendo mangos con sal Un pelado negrito sale de la tienda con un papelado de panes y tostadas Van llegando al barrio los cuchos y cuchas y las pocas pintas que camellan La realidad no es un sueño y el sueño no es la realidad es una conclusión tan morcillosa no… Sensaciones en mi cerebro raras y cuenta me he dado que no vivo como pienso ni pienso como vivo…

XVII

La delicia de vestir la desgracia saborea un mansito joven él todavía En una esquina la para y mira a todo el mundo y a nadie le da importancia Le gusta contemplar los carros los edificios altos altos y máquinas raras y aparatos raros en el centro de las vitrinas mirarlas de lejos si se entra a verlas de cerca llaman a los toños y lo hacen encerrar por la cara y la pinta que se gasta Contemplando cosas se pasa horas y horas en el /centro Lo que dice o piensa en un momento a los cinco segundos y es mucho no lo dice ni lo piensa y es mucho no lo dice ni lo piensa está es en otra cosa No deja naufragar su silencio en los rodillos de la /angustia y quiere sentir a un ser humano y no lo siente.

XXVIII

Qué me vas a echar carreta sobre ternuras y otras /cosas Desnudémonos para besar ese cuerpo tan bonito y /hacer cositas de la cabeza a los pies ISSN: 0123-238X •20

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acariciando tu piel suave despacio Déjame fabricar con tus cabellos lazos para ahorcar /el odio asomándome su rostro a cada instante.

XXXII

Amanece con el gañote hinchado domingo se resbala y cae enderezándose de nuevo a eso de medio día y la soledad coloca su mano sobre mi cabeza El sol cubre unos trapos remendados sobre un alambre Mi sed se enreda sobre su sombra sobre la pendiente de la tarde loca de repetir su tarde día en día Y puede que fume tus suspiros entre tus sauces domingo Pasa la muerte tallando arrugas en el rostro de una cucha En los rostros de la calle la soledad corrida…

XXXIII

Cruce de destinos Cruce de destinos cara a cara codo a codo Lucha fiera por una idea una cosa Cruce de destinos Sinceridad dessacrificada de un destino por otro /destino y no pasa de ser /cruce de destinos Ningún destino se detiene a morir junto a otro /destino El animal está destinado a una sola cosa /y el ser humano AH el ser humano destinado a tantas tantas cosas Un destino en un destino y otro destino en otro /destino Cruce de destinos y nada más…

XXXV

Le tiro cabeza a la vida La vida con todas las armas a su disposición me tira golpes mortales que pasan rosando mi ser La misma vida es la muerte a diente pelado por la calle Y… entre otras cosas qué va a ser de la muerte cuando el hombre sea capaz de matar a la muerte con una simple inyeccionsita o con unos chorritos de energía a través de una /linternita… Después de la pelea que tuvimos en la que los dos perdimos como dice una cancioncita /tonta por ahí lentamente vuelvo a vos poema en mí… 48 Ciudad, revista de asuntos urbanos 20 • ISSN: 0123-238X


Medellín:

Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico

Casa de Don Tomas Carrasquilla en Bolivia con la Av. Oriental, Medellín

Por: Víctor Bustamante

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a ciudad abandonada a su suerte hace muchos años por el contubernio entre urbanizadores y políticos de baja estofa mental. Ellos afirman que el progreso avanza y es necesario darle otro rostro a la ciudad que ellos pretenden crear, y de la cual no saben absolutamente nada. Sí, la ciudad destruida cada vez. Ellos no la conocen, ellos pasan su aplanadora a como dé lugar. De esa ciudad solo quedan retazos, ruinas, pero, a nadie le interesa que esa ciudad preserve sus lugares históricos: la intersección entre el pasado y este presente de quienes la vivimos. La historia es ese punto de encuentro entre quienes han escrito a Medellín y nosotros que la deseamos perenne. Pero ellos, los encargados de preservarla, enarbolarán otra bandera: defenderán el medio ambiente pero como algo abstracto con lo cual se pueden conseguir y doblegar

incautos, pero la destrucción de Medellín continúa. Los mal llamados servidores públicos, que mejor son aprovechadores públicos no conocen a Medellín, no saben nada de sus lugares, de su memoria, solo les interesa la mermelada oficial y por eso ellos luchan por mantenerse ahí porque a medida que se envenenan, es como si probaran el eléboro, ese narcótico griego para el olvido total. Ellos mismos se creen autócratas y no escuchan a quienes piden que no destruyan a Medellín, cuando desde su ego erigen sus obras que serán sus túmulos y así llenarán de afectación otras generaciones. Cada uno de ellos piensa que son pequeños faraones de repisa; construyen sobre lo que van destruyendo porque no solo no conocen quienes son los medellinenses de fuste sino que piensan que en ellos nace y crece la ciudad cuando solo

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también es escritor, se “celebraron” los ciento cincuenta años del nacimiento de nuestro escritor, sería mejor saber cuánto se despilfarró, mientras demolían su vivienda. ¿Dónde estaban los comisionados para dicha celebración? ¿En Europa en la Usa? Total, no hay memoria, pero si hay muchas ciudades paralelas a la mencionada desde los ámbitos públicos. Así se mancilla la ciudad pero ellos siguen indemnes con sus cerebros llenos de mermelada que es en realidad lo que les apetece. Corredor de la casa de don Tomas Carrasquilla en el barrio EL Cucaracho, Medellín

improvisan a como dé lugar, la Ilustración pasa por ellos pero de lado. Hace mucho tiempo se quebró el proyecto de reunir artistas y políticos, hablo de artistas responsables no inmersos en la farándula del dejar pasar y silenciarse. Ellos viven el eterno presente del entretenimiento. Uno de ellos construyó el tramo de Junín dos veces en corto tiempo, otro sus pirámides y colegios que se derrumban, otro los parques y la torre inconclusa para mirar a lo lejos como siempre han mirado la realidad de Medellín, otro quemó dos mil quinientos en pólvora y trajo la suplencia del Circo del Sol, y le despilfarró sesenta millones con el caso Savater. Ahí el desfase de ellos mientras la ciudad se desbarata a sus pies: erigen las ruinas postmodernas de la ciudad. Pero a la hora de la verdad los culpables somos nosotros, aquellos que aun siguen detrás de

ellos y no reclaman. Hay una presencia del silencio y la indiferencia mientras ellos se burlan y golpean desde muchos lados, una de esas partes es la improvisación y el desconocimiento de la ciudad. Y por supuesto, el cúmulo de leyes y de oficinas y de burocracia donde nadie da la palabra precisa: nadie soluciona nada; ahí todo se diluye: están inmersos en un mundo kafkiano y no han caído en cuenta. No los menciono por su nombre porque da asco. Política y arte son dos campos que nunca se encontraran, permanecerán indiferentes como dos paralelas que nunca se encontrarán en el espacio ni en el tiempo. Aquí la casa del escritor más importante de la ciudad, de la región, quien tiene un verdadero opus, destruida mientras se construían bibliotecas sin libros. En la administración anterior, a pesar de que el burgomaestre,

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Ellos no tienen sentido de pertenencia por Medellín ni por las personas ,mucho menos con los poetas o escritores, por eso no es válido ningún diálogo con ellos solo quedan las palabras para denunciar. Ahora solo interesa el bien personal, chatear mientras el otro habla y no se le presta atención, sólo interesa construir obras para su ego porque así se pretende que la superficialidad de esos faraones que también van irrelevantes hacia el olvido, ineluctables solo les quedan las sentencias de quienes sí conocen la ciudad mientras ellos siguen inmersos en sus babas. Pero Carrasquilla va más allá de esta ignominia, está en sus libros, en su decisión de convertirse en escritor por encima de una sociedad que siempre consideró este oficio como algo innecesario. Sus puntos de referencia serán una calle de una ciudad que ya no existe y que nunca guardó su memoria.


Desarraigo y olvido Por: María Helena Giraldo González

Desarraigos consentidos

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uando salí de Filadelfia, de mi pequeño mundo de juegos y personas conocidas, la nostalgia se adueñó de mí. Era abandonar los maizales, los sembrados de café llenos de frutos rojos, los bueyes arando la tierra, recuerdos de niñez que perduran. Abandonar la naturaleza, el parque con su ceiba, las montañas que rodean el pueblo, ver el camión con los corotos, todo dispuesto para el desarraigo. Era partir hacia lo desconocido, otras gentes, otros lugares, otras experiencias y un corazón atado a esos primeros años que nos persiguen y se tornan marca indeleble desde donde se contempla el mundo.

Escuchar las anécdotas de los abuelos, en las que entre risas y nostalgias nos señalaban a lo lejos las montañas y nos contaban cómo los bisabuelos y los tatarabuelos, tras largos viajes en caminos de herradura, colonizaron pueblos, araron la tierra y la cultivaron para dejárnosla como

herencia, era un suceso maravilloso en el que pequeños y adultos nos acomodábamos holgadamente para no perdernos ninguna de las historias. El fogón de leña y junto a mí, mi hermana volteando las arepas para el desayuno o con nuestros hermanos zarandeando el café para separar la pasilla, entre chistes y juegos, hacen que la memoria retorne a esos tiempos difíciles y llenos de escasez. Mi padre, que no conocía de tierras y arado, sino de poesía, aprendió a amar la tierra, hacía largos trayectos a pie para traer desde la vereda Morritos retoños de café y colinos de plátano que le regalaban y esa tierra estéril, que producía risa burlona entre sus conocidos, se tornó productiva y calmó el hambre y dio de qué vivir. Era una delicia recorrer los cafetales, detenernos en la laboriosidad de las hormigas, dejar que los cucarrones de colores encendidos caminaran por nuestras manos inquietas, las luciérnagas, las ranas croan-

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do, no dejaban de ser fascinantes para nuestros ojos exploradores. Cómo olvidar el tanque de agua, al aire libre, a él nos lanzábamos como si de una piscina se tratara. Tampoco puede olvidar las idas a la Felisa, nos gustaba irnos parados en la parte de atrás del jeep para disfrutar del viento acariciando nuestros rostros adolescentes. Y cuando llegábamos, corríamos hasta llegar a un árbol frondoso que nos servía para protegernos del fuerte sol del medio día. Luego de quitarnos las ropas, y quedarnos con el vestido de baño que traíamos puesto, nos tirábamos al agua, a una quebrada que desembocaba en el río Cauca. Lástima que ese árbol, que no supe si era un samán u otro árbol nativo, ya no esté, allí construyeron un hotel y la quebrada está casi seca. Cuando veo las fotografías en blanco y negro, me acuerdo de Chispas, que era el fotógrafo del pueblo, y mi hermana y yo, con

nuestras faldas cortas y sonrisa provinciana nos sentábamos en las bancas del parque a esperar que de esa cámara antigua saliera un chispazo. El atardecer y el verde intenso de las montañas están en mi sangre; a lo lejos en el horizonte, su colorido, me hacía sentir que así son los sueños y hacia ellos podíamos volar. Y aun ahora, cuando tengo oportunidad de ir a un pueblo como Jericó y subo a pie a “Las Nubes”, desde allí me detengo en el horizonte y continua viva la esperanza de que mis sueños tengan sabor a tierra y a agua, que los animales y nosotros estamos hechos de la misma sustancia. Todos esos momentos de infancia yacen en lo más recóndito de mi alma. La tierra, el agua, los perros y los gatos a los que amábamos, hacían parte de nuestro mundo infantil y adolescente. La naturaleza y nosotros, éramos una sola cosa. El amor por ella movía nuestros corazones.

Otras latitudes y la nostalgia Llegar a Medellín, a Envigado, era recomenzar. Una no olvida las entrañas de la tierra; hay musgo en mi espalda, guayabas y caimas en mi recuerdo. De frutas y campo está hecha mi historia. Por eso, Medellín, en un principio, se hizo inmenso, un territorio para explorar, otros registros del mundo, en contraste con mi pueblo que se hizo memoria en mí y que todavía me acompaña. Siempre que regreso a Filadelfia vuelvo a ese lugar en el que nací. Subo las escalas de lo que queda de la antigua casa y me deslizo por el piso de madera que aún se conserva; siento que retorno a mis raíces, a cada huella que el tiempo deja en la roca o en el barro que soy, y me alegro de que se conserve en pie, aunque falta la parte trasera de la casa con sus corredores mirando hacia los cafetales, lo que deja un vacío, porque también murieron los árboles de zapote, los guamos, los caimos, los manzanos y los papayos, los que caían en nuestras manos infantiles, y el vacío surge de nuevo. Vuelven a desenvainarse los recuerdos, como cuando nos sentábamos en las escalas a comer el costalado de zapotes que habíamos cogido. Salir de Medellín y encontrarme con otra cultura, otro idioma, me produjo también ansiedad. Es como si la brújula que nos guía dejara de funcionar y cayera todo lo que sostiene nuestro mundo por un momento, para luego

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enfrentarnos a nuevos retos. Abandonar hace poco a Medellín, y viajar por unos largos meses a Arizona a acompañar a mi hermana en momentos críticos, hizo que retornara la nostalgia, pero también el asombro. El extenso desierto, el firmamento rojo, el tiempo silencioso que transcurre lento, las casas dispuestas como un juego de ajedrez, las montañas anaranjadas del Cañon del Colorado y Sedona, los cactus centenarios adornando las calles, la manera de cuidarlos, de mantener intacta esa naturaleza de milenios, me estremecieron. Esa identidad tan arraigada y ese amor por lo propio, se traduce en una legislación discriminatoria con los indocumentados, Duele el desarraigo cuando se abandona la ciudad latina con los ojos humedecidos, dejando todo atrás, hijos, nietos, hermanos, padres, y sabiendo de antemano que será difícil el regreso o solo en cenizas los seres amados nos volverán a ver. Cada quien emprende una carrera maratónica para alcanzar los sueños que nos venden. Olvidamos que alguna vez fuimos niños y que soñamos con cambiar el mundo. Olvidamos que la tierra es de todos, que las fronteras las ponen los adultos. Que no hay diferencia de razas ni credos en esos años infantiles. Que la tierra es nuestra pertenencia más sagrada, y lo que pase con ella pasará con nosotros. Podemos dejar el lugar donde hemos pasado la infancia e irnos a la ciudad para continuar los estudios en la universidad o en busca de un trabajo que nos permita la subsistencia, podemos ausentarnos del terruño por voluntad propia, para buscar mejores posibilidades en otro país, y esforzarnos en asimilar el idioma, las maneras de relacionarnos, las formas de hacer, decir, amar, pero lo que somos siempre irá con nosotros. Partimos llenos de ilusiones tras un sueño que creemos posible en otros lugares, lo que no deja de ser un espejismo muchas veces. Nos vamos debiendo a parientes

y amigos los pasajes de avión y algo de dinero, mientras la fortuna se pone de nuestro lado. Siempre añoramos las raíces, los amigos, la calle donde crecimos, lo que me lleva a preguntarme por el dolor de los que tienen que abandonar la tierra o el barrio donde vivieron toda la vida, huyendo de la violencia. Por eso, cuando estuve en Arizona, a pesar de quedar deslumbrada por su belleza y geografía, no dejé de compararla con Colombia, porque una cosa es un desierto natural y otra muy diferente un desierto producto de los desplazamientos forzados, de los estragos de la minería y el envenenamiento de los ríos. Las raíces, aunque partamos de nuestras ciudades de origen, nunca desaparecen; representan la morada interna. Y la morada interna es la casa primordial, lo que nos constituye como sujetos, lo que me permite pronunciarme desde esa historia singular que me nombra, desde esa herencia que hunde sus raíces en los ancestros, en el pasado con todos los recuerdos de infancia, en las raíces indígenas, en la tierra misma. Todo este arsenal de experiencias constituye la voz que autonombra lo que somos. De montañas y ríos, de agua y tierra, está hecho mi tránsito por este mundo. Y

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es que ese hilo delgado que hay entre lo que soy y lo que habito es la amplia red de la vida a la que me debo. Se ha hecho olvido el lazo umbilical que tenemos con la tierra, no hemos comprendido lo que para el jefe indio Seattle era evidente: “El hombre no ha tejido la red de la vida: es solo una hebra de ella. Todo lo que le haga a la red se lo hará a sí mismo”(www.guelaya.org Carta del jefe indio Seattle).

Para siempre

Esta ciudad que me amarra Tiene los nombres De las ciudades latinas Llenas de mares y selvas De misterios aborígenes Y modernidad delirante Esta ciudad que me amarra Me recuerda El chontaduro y la guanábana Los dientes pétreos Como los arrecifes Las tardes de las ciudades costeras El olor que me persigue Y me hace tuya Esta ciudad que me amarra Tiene escrito tu nombre En el folclor que enciende mis mejillas En la piel negra Que me recuerda Un pedazo de patria Soy emigrante Y mis orígenes me llaman

Emigrante

Soy un emigrante Que muere en lejanías Como los sueños de patria Un exiliado de los ancestros De los amigos de infancia Que envejecen De mis raíces aborígenes y negras De los ríos que atraviesan mis ciudades De las selvas amazónicas De los Andes gigantescos

Desprendimiento Porque cuando regreso a mis ciudades Siento que no soy de aquí ni de allá Un exiliado Que extraña sus raíces Y vive de nostalgias Estos dos poemas son del libro de María Helena Giraldo González. Lobos incendiarios. Editorial Los Octámbulos. 2007

Identidad

Cuando se cueza tu identidad América Mestiza Habrán sido muchas mis muertes En medio de la miseria de los míos Muchos los gritos En noches que aspiran ver el día Cuando se cueza tu identidad No existiré Tampoco los que me siguen Y aquellos que por lazos De sangre y amistad me conocen También partirán Pero tú América mestiza Paria en tu propio territorio Resurgirás ávida de pasiones y escritura Esculpirás en la greda Tu rostro de aborigen guerrero

Azul mar

Pequeña vagabunda de pies ligeros Con tus ojos de buitre Buscas los pedazos de piel Que deja el verdugo Después de lapidar la presa Patria mía así eres Tu lecho vegetal venden No por el hambre El hambre no desencaja sus rostros Codicia de oro Negro mineral Verde esmeralda Azul mar y tu extenso litoral Hacia él van Mientras mueren en la miseria tus hijos Estos dos poemas son del libro de María Helena Giraldo González La Ciudad de tus Ojos. Editorial Los Octámbulos, 2012

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ESCRILETES creación literaria

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scriletes es un grupo de jóvenes que contemplan el juego indescifrable del lenguaje, van haciendo esbozos de su ruta; tratan de poner las palabras al desnudo como si alguna vez hubiesen estado con vestiduras. En el año 2006, cuando la magia literaria se apoderó de ellos por primera vez, habitaron como fantasmas la Biblioteca Pública José María Vèlaz de Fe y Alegría ubicada en el municipio de Bello, que más que hogar de los libros fue su cueva, su guarida, donde hibernaba el fuego inextinguible de la necedad; por semanas enteras se la pasaron haciendo sábanas con retazos de palabras que algunos libros dejaron caer como si fueran hojas de árboles en otoño, y en esa trama de pasar las vocales, las consonantes, los puntos, las comas, las formas, los colores, los sabores, se fueron yendo como las mismas hojas de otoño,

jugando con el viento y su vocablo, con la lluvia y su sonido, con el sol y la sombra, siempre yendo a nuevos paraderos que tengan viva aquella primera llama, buscando compañía con quien indagar esa mirada del lenguaje, desde la exploración de diferentes campos como la promoción de lectura, las artes plásticas y la música. En esta búsqueda aparecieron personas como Hernán Darío Bermúdez, Rubén Darío Ospina y Carlos Castañeda, quienes vieron en el ejercicio de la escritura un regocijo pasional que fue permeando la actividad de escriletes, haciendo de ella un soporte de nuevos sentidos literarios. De allí nacieron varias preocupaciones estéticas que se ven reflejadas en sus trabajos. En ANTROPOTEXTOS, ejercicio que nace en el año 2007, la ropa colgada es

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otro soporte en el que habita la poesía, es una instalación que retoma la manera como las señoras de barrio extienden al sol la ropa recién lavada, escriletes propone textos que hablan sobre el habitar dentro de prendas que se constituyen como otra piel, artificial y engañosa, a la que dedicamos gran esfuerzo. ARREUG, (2007) es un performance que plantea la vulnerabilidad del cuerpo sometido a la guerra, en este trabajo el cuerpo soporta la escritura, es la palabra el arma que evidencia la mezquindad, la arrogancia y la indiferencia con las que todos participamos del conflicto. TOQUE DE LETRAS, (2008) es un recital en el cual la música y la poesía son un mismo organismo, en este ejercicio la melodía acompaña la palabra haciendo surgir de ella la sensación de ca-

da escrito, logrando diferentes matices en cada lectura. ELLA EN DECONSTRUCCIÓN (2011), performance en el cual el cabello de una mujer es cortado por tres hombres simbolizando la violencia. En esta acción el foco central es la problemática del maltrato social, ideológico, morfológico que enfrenta día a día la mujer con el silencio y su vulnerabilidad ante la sociedad machista que abunda todavía en nuestros tiempos.

ESCRITURA DE LA URBE En busca de una nueva sensación la música escucha la ciudad, la ciudad un lugar donde procuramos existir pintando las calles con su sombra palabreada.

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Es en la sombra y la luz del sol que escriletes recorre las calles que van siendo escenarios de sus lecturas, que irrumpen el espacio de aire cotidiano para hacer de él una nueva propuesta que haga eco, como en el trabajo ÁRBOLES PARLANTES, aquí interviene la ciudad desde la mirada poética, poniendo sobre árboles audios de lecturas, que convocan al transeúnte a mezclarse con la palabra desde varios ángulos. En PALABRA PÉTREA se va avanzando con la mirada puesta en un monumento de piedra ya olvidado en la memoria del paisaje urbano. Se colorea, y se escribe sobre él para que tenga su propia voz. Para escriletes la ciudad es sinónimo de escritura, leída


como un gran cúmulo de diversidad etnográfica; que responde a la gran pluralidad de costumbres, creencias, lenguajes, comportamientos que construyen territorios, donde la diferencia de las grandes construcciones tachonadas de cubículos en los que no se funda el contacto entre similares y las pequeñas casas de barrios con la intimidad invadida por la proliferación de infantes pariendo infantes, la algarabía, las vías del vértigo y las escaleras interminables como una geometría imposible que obliga las montañas, nos dan esos matices que tanto contrastan el panorama urbano. Nuestro entorno es escenario de sensaciones que se va descubriendo en cada una de sus calles, es monotonía de los rituales cotidianos y asombro de lo apercibido que escapa de la norma no escrita, es el nicho que habitamos y pensamos para que sea nuestra fuente de ejercicios con la palabra, escrita, pintada, gestuada. Para la presentación de escriletes en el café AMADIS de la corporación CANOPUS en mayo de este año, el grupo se plantea cómo la palabra se convierte en coraza, en membrana o en halo, siempre al lado, siempre alrededor, siempre adentro, sin embargo nada más esquivo que la palabra a la hora de reconstruir pasajes, de describir derivaciones. Es indispensable entonces acceder a estancias dónde romper la razón y difuminar los miedos, nada mejor que la ebriedad propia y silenciosa del juego para disfrutar el poder de la palabra, para desmenuzar emociones con relámpagos de lápiz, tras varias noches de trabajo con tinto y tinta se da forma a JUEGOS POÉTICOS, una serie de actividades donde la palabra retoma ese poder primario de la sensación, con que los surrealistas disfrutaban al CADAVER EXQUISITO juntando al azar las derivaciones del lenguaje, ese mismo que nos cobija y nos acerca para encontrarnos en una sola voz que une nuestra propuesta de juegos como son:

FRAGMENTOS: Juego que entrecorta la lectura de poemas de una manera intencionada, se empieza leyendo un primer texto que luego será fragmentado por un segundo texto y así sucesivamente se interrumpirá el poema con otro hasta terminar la lectura de todos. En cada juego las lecturas se harán con el acompañamiento de un candelabro con una vela como símbolo de quien tiene el fuego tiene la palabra

LECTURAS AUTOR- IZADAS: Uno de los miembros del grupo comenzará leyendo solo un verso de su poema y lo pasará a otro integrante del grupo para que lea el segundo verso, este después se lo entregará al público, el cual lo rotará entre sí, hasta terminar el poema. Los otros miembros del grupo estarán en el público, al término del poema ellos empezarán a leer otro poema que de igual manera será pasado de mano en mano y de voz en voz permitiendo a sus autores escuchar como el poema cambia al imprimírsele las maneras del público, y éste hace uso de su libertad y ejerce su palabra sobre un texto de alguien presente, encuentro de identidades que autoriza la lengua. EN BLANCO: En un video beam se pondrá tres imágenes, la primera es la pantalla en blanco, pero mirando esta y su aparente nada, los miembros del grupo recitan poemas que propiciarán la aparición de la segunda imagen, ésta es un cadáver exquisito gráfico, que irá apareciendo en sus diferentes fragmentos para ser leídos interpretando las figuras como un solo texto y la tercera, la frase “La noche nunca ha vencido al amanecer” que será tenida en cuenta para el próximo ejercicio, que comienza con unas instrucciones donde se invita al público a escribir o a graficar sus propios textos que serán compartidos y pegados en una mesa a modo de mantel.

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Por siempre…Barca de los locos 1975-2013 Por: Bernardo Ángel Saldarriaga

Enero 29 de 2013

¡

Ah! y en cuanto a nosotros como Barca de los Locos, aseverarlo, retornando, intrincando, olfateando, trastocando, demudando, desnudando, para no hambre de virtudes, para salir del cerco, para infundirnos un estar de ni siquiera ser, para encontrar ese retorno en un entorno, de no más poder, hacerlo visionando lenguas, atragantando palabras, descubriendo féretros vedados, anulares tiesos, yugulares sin ejecutorias de parsimonias trabadas, dar lo que es desde lo inverosímil mismo.

ditos, malditos sí, porque todo nos sabe a carajadas, a perduración de sacramentos, emolumentos, monumentos.

¡Ah, así mismo vaya usted a saber, a reconstruirse, a periclitarse, a inferirse!

?Entonces, qué hace un iluminado, un trastornado, un no nacido, un maldecido, un no apergaminado, el detritus, el que conlleva el delito¿

Entonces, desde el tumultuoso, no adherirse, no entregarse, mantener en alto la constante llama de una insatisfacción perenne, de un sabernos en la tierra, de un estar en ella sin documentos de ben-

La vendimia es ésta y no hay manera de escapar al caos por los siglos de los siglos. ¡Ánimo, ánimo para rebuir la historia, para encarar al simple, para pararnos en la estatua de Bolívar y escribir la primera y segunda fechoría, cuando los actores, los escritores, los perturbados del cuerpo y del alma deciden escupir aguasangre sobre las mentiras del día….!

?Lo podrán salvar, lo entenderán, fehacerán con él, dormitarán en sus estribaciones, en sus limitaciones¿

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¡Arremetan pues, que estamos esperándolos, vacas consolidadas de la Cultura, arpías de las estrategias, devotos de Literatura con techo, oficiosos del ridículo, madremontes sin ficción, telúricos sin aprehensión, porque escribiendo se vive, se muere, se angustia, se excede, se mira, se deshace, actuando se pulveriza, no se entroniza, ni dice misa, infiere de él que no es más que una propiciación eterna, un acróstico del putas, porque dentro de tantas líneas, de tantos demarcados, de tantos rubricados, él lleva el sello de un desadaptado, de un no encontrado. Nos estamos viendo para adentro, nos estamos yendo hacia lo invaluable sin méritos, he ahí porqué somos Barca de los Locos, en los ahora, en los ágora, en la inaudible intersección del gesto que no se guarda, que no se escabulle, que aprehende en él incendios totales augurales… Con esto podemos ser como cualquiera, esperando un jueves a remar como Barca de los Locos, a descalzarnos para la sinrazón, para que hablando enmudezcamos, para que girando estemos quietos, para que seamos uno, dos y tres, cuatro, cinco y seis y no sé cuántos, lo dije, lo presentí, lo pespunté. ¡Cómo es que hay que hablarles a ustedes, manada de las manadas, matreros de la lobería,

sufragadores de purulencias, extractores de displicencias ¡Ay del ay, en lo que no hay!

circunscripciones en este tejido de humor, sangre, hueso de los huesos.

Para cuando esta vida nos junte y nos separe, para cuando el dolor no merme y esta rebeldía siga siendo iridiscente, prácticas

Fantasearemos, escribiremos, escupiremos, diremos: ¡Ah, sociedad; ah, saciedad! reventaremos tus estúpidas dilaciones con el ahínco que nos da esta insepulta carne, este matrimonio del cielo y del infierno. ¡Amén, amén, para que se descuaje el cielo, para que nos aprontemos a los ángeles negros! Estamos, vivimos y así respiramos Barca de los Locos, y ya que es ya, después de 38 años, aquí estamos. Vivimos sin sede y con el alma en el cuerpo… ?Quién nos quita esto¿ Fafaraches del Arte, pulcritudes dormidas, nos acabamos de levantar de una pesadilla, lo que dijimos es sangre de nuestra sangre.

de irreverencia sobre sus conductismos fingidos, sus artes putísimas. ?Qué nos quitemos de aquí, que nos volvamos menos avasallantes, más obedientes, más conjeturables, más agarrables¿ Todo esto puede irse a la mierda, al canto de lo que nunca existe, al temor de lo sociable. Pues sí, estamos aquí, no somos dueños del aquí ni del allá, no nos dejamos imponer

Bernardo Ángel Saldarriaga Lucía Agudelo Montoya Carlos Orlas Sánchez

GRUPO DE TEATRO LA BARCA DE LOS LOCOS. El grupo de teatro antioqueño “La Barca de Los Locos”, se permite un breve recuento a nivel personal y colectivo de sus años de trabajo teatral en la ciudad y fuera de ella.

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Sus integrantes son: Bernardo Angel Saldarriaga y Lucía Agudelo Montoya. Joaquín Bernardo Angel Saldarriaga: Cé dula de Ciudadanía No

8.252.722 de Medellín (Antioquia)

Lugar y fecha de nacimiento: Cisneros(Antioquia) 8 de Agosto de 1.944. Vine al mundo cuando una ola de incienso Inundaba las naves de las iglesias. Soplé en los incensarios para los ritos, y se me irritaron los ojos con las cenizas. Acólito a los 5 años. Estudios en el Juniorato San Juan Eudes de San Pedro(Antioquia)

Amigo de los pinos y las quebradas tenues, primer sabor de las palabras en el frío de los bosques. La inminencia de sensatez idílica, llanto, lujuria y mística. Abandona el Seminario, porque el teatro pesa más que la oración y las sotanas negras.

“Historia de un anciano que quedó viudo” de Peter Hacks. “La Maestra” de Enrique Buenaventura. “Una Conferencia sobre el daño que hace el tabaco” de Antón Chéjov. Estudios de Yoga con Alina de Orlof.

Deserta y funda grupos como:

Forma parte del Grupo de Teatro de la Universidad del Cauca (Popayán), cuyo director Jaime Carrasquilla era integrante del Grupo La Mama de Bogotá; participa como actor en la obra “Vietnam” de Peter Weis. (corren los vientos de la Presidencia de Misael Pastrana Borrero).

“La Pirámide”, montaje: “La Endemoniada” de Karl Shoner.

Funciones por todo el Valle del Cauca.

“El Foro”, montajes: “La Hija Protestante” de Gustavo Andrade Rivera. Un “Trágico a pesar suyo” de Anton Chejov.

Raíces de fuego en la carne que asedia y palpita.

Entra al Instituto de Bellas Artes de Medellín, en ese entonces con una Escuela de Arte Dramático, cuyo director era Sergio Mejía Echavarría y el profesor Rafael de La Calle.

Pasa a Medellín y forma parte del Grupo de Teatro “Taller de la Universidad de Antioquia”, Director Mario Yepes. Obras en las que participa: “Un Réquiem por el Padre de Las Casas” de Enrique Buenaventura. “Un Trágico a pesar suyo” y “Monólogo del Tabaco” de Antón Chéjov. En 1975, funda con Carlos Enrique Márquez, Guillermo García y Gustavo Román: La Barca de los Locos”. Aquí se opera una transición hacia una dramaturgia propia con obras como: “La Monja y el Cristo”, “Ni Héroes ni Mártires”, “El Gallinero”, “Han soltado las serpientes”, “La Muerte acecha bajo el mantel, “Más y Menos”, “La Señora Mi”.

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Estallido de la crisis interior, rosas, fuego y rebelión, nada de glamour externo. En 1.979-1980 participa como actor del Teatro Popular de Bogotá en la Obra: “Volpone o el zorro” de Ben Johnson, personaje: mosca, Director: Saín Castro. Participa en la Obra infantil: “Vamos a contar un cuento”, dirige Betty Rolando. Intervenciones en Televisión: “Bolívar, el hombre de las dificultades”, Director: Jorge Alí Triana. Regresa a Medellín, desde entonces “La Barca de los Locos” reasume su tiempo, su pasado, con la evanescencia de la vida y de la muerte. En 1.981 aparece Lucía Agudelo Montoya, socióloga de la Universidad Pontificia Bolivariana, quien se incorpora como actriz al Grupo. Flor carnívora que la Barca de Los Locos sostiene Se actúa, se vibra y se siente, no se condesciende. Funciones en: En casas de la cultura, museos y teatros; bares, tabernas, cantinas, librerías y centros artesanales en muy diversas ciudades y pueblos. Y también en colegios, universidades y corporaciones-fundaciones. En 1.984 a partir de la experiencia con las Obras en espacio abierto en la región de Urabá, “La Barca de Los Locos” comienza su proceso de experimentación en el Parque de Bolivar con los “Jueves del Teatro”. Presencia de la Barca de Los Locos en la Guajira, Complejo Carbonífero del Cerrejón, Casa del Alcalde en Barrancas y en Maicao.

A nivel de experiencias internacionales participan en la Universidad Autónoma de Barcelona (España) y como grupo invitado por Colombia en el encuentro: “Naturaleza, Arte y Fronteras” en el Estado de Bolívar (Venezuela). Tenemos un blog donde se ha montado: Manifiestos, videos, programas radiales y la programación de La Barca de los Locos, la dirección es: http://www.grupoteatrolabarcadeloslocos.blogspot.com Nos seguimos presentando en el Parque de Bolívar todos los jueves a las 6 P.M. “Consideramos que el teatro no es una representación, sino un replanteamiento. Debe significar desahogarse, soltarse. Hacerle comprender al espectador, que él no es pasivo, es otro elemento activo de la obra. No queremos al artista y al público separados por una pared invisible pero real, otro muro de fragmentación, dónde se estrellan las ideas de la gente que no les permiten ver más allá de las narices”. En la forma como la Barca de Los Locos, entiende el teatro, se da una comunicación directa, auténtica, porque el teatro no es entender sino vivir. Las cosas nos hablan en el cuerpo, Pero sólo se ven en el espíritu. No somos un témpano de hielo, ni una bisagra del pasado. Atentamente, GRUPO DE TEATRO “LA BARCA DE LOS LOCOS”: BERNARDO ANGEL SALDARRIAGA, cc.8.252.722 de Medellín LU C I A AG U D E L O M O N T OYA , cc.32.499.866 de Medellín-Teléfono: 311 55 71/Cel: 3168872905

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Distinción “Gran defensor de los derechos humanos Jesús María Valle Jaramillo” a doña Elvia Urán

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n febrero de 2008, el Concejo de Medellín, en cumplimiento del acuerdo 03 de 2008, entregó la distinción Gran Defensor de los Derechos Humanos, Jesús María Valle Jaramillo. En el mérito personal recibió la distinción la señora Elvia Urán Viuda de Beltrán, destacada por su dedicación al liderazgo comunitario y la defensa de los Derechos Humanos. Es integrante destacada del Comité Permanente por la defensa de los Derechos Humanos, Héctor Abad Gómez. El Mérito Institucional correspondió al Grupo Interdisciplinario por los Derechos Humanos, integrado por profesionales independientes dedicados al acompañamiento social y jurídico a desplazados y familiares de personas desaparecidas. Su liderazgo ha llevado a feliz término procesos a favor de las víctimas en el caso de la masacre de los niños de Villa-

tina (1992), las masacres de La Granja (1996) y El Aro (1997) en Ituango, y del asesinato de Jesús María Valle Jaramillo. La distinción fue recibida por la Directora del Grupo Interdisciplinario, María Victoria Fallón Morales. El Presidente del Concejo, Bernardo Alejandro Guerra Hoyos, destacó la tarea adelantada por estas personas en procesos tan dolorosos y que desafortunadamente dan cuenta de que en nuestro país aún no superamos los episodios de vulneración de los Derechos Humanos. La especial recordación de Jesús María Valle Jaramillo y el reconocimiento a quienes siguen con ese inquebrantable compromiso por los Derechos Humanos son los motivos que llevaron a la Corporación a crear la distinción, por iniciativa del concejal Nicolás Albeiro Echeverri Alvarán.

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Una mirada….A la casa, el barrio y la ciudad .

Por Oleg Echeverri G.

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as casas son como flores abiertas o cerradas en las ramas del árbol que llamamos barrio. De niños las casas son casi barcos mecidos en el río de las calles, por donde sucede la vida. Desde la escotilla se veía como todo pasa afuera: el juego, la amistad, el amor, la aventura, el peligro y hasta el misterio de otras casas. Pero el mundo es ancho y del barrio salimos a otros barrios, al centro, a la ciudad. Pero el centro se robaba toda la atención, quizá por eso se llama centro. Allí la ciudad cobraba una intensidad real de ser uno entre muchos, de ser ciudadanos, habitantes de un entorno que de alguna manera nos albergaba. Las construcciones eran diferentes a la de nuestros barrios; tanto edificio, tanta calle grande y tantos almacenes, tantos carros y tanta gente daban una sensación entre abrumadora y fascinante. El centro en años atrás era EL CENTRO de la

vida en las ciudades, con una fuerza tan poderosa que incluso a pesar de todos los vendavales que ha soportado sigue siendo el centro. Pero cada vez un centro que muestra más su intemperie, su periferia y su exclusión pues tristemente he sabido que actualmente hay jóvenes que no conocen el centro, que nunca han ido al centro. Las ciudades crecen y cambian me dirán y es cierto pero cuesta creer que nuestra ciudad crece para devorarnos. Ya el concepto de barrio y el de casa y el de centro ha cambiado y prácticamente todos, sin excepción vivimos en casa por cárcel. Baste mirar las rejas que caracterizan todas las viviendas, desde las más lujosas hasta las más humildes. Las unidades cerradas se hicieron cada vez más comunes y la vida del barrio que conocimos en la infancia con casas y calles navegables que permitían un micro mundo armonioso fue modificada para todos, siendo muy optimistas, desde 1980 para atrás. Por supuesto hay miles de razones

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vivido las guerras que se libran y tenga hoy 80 años? Creo que los viejos no van al centro, y los que se atreven quizá sienten que su salud mental también se derrumba al no reconocerse en esta urbe, pues no quedaron casi señales de la ciudad que conocieron de jóvenes.

sociopolíticas que podrán dar cuenta de estos cambios pero en este breve comentario no hablaremos de ellas. Todas las ciudades son como un alfabeto, toda una prosa fundada en sus construcciones y calles, en su planeación y diseño. Ellas nos susurran o nos gritan. Hubo tiempos en que nuestra ciudad susurraba como un enamorada, sus palabras de piedra; las construcciones tenían alma, basta mirar las fotografías del Medellín antiguo, pero desde hace ya mucho tiempo nuestra ciudad parece vociferar su enojo. Se derrumban construcciones sin piedad en esta ciudad, en los barrios y por supuesto en el centro. Bogotá, aunque seguramente no está lejos del borrón histórico que hacen las demoliciones en las ciudades, conservó al menos su barrio La Candelaria. ¿Qué quedó aquí en Medellín, para un ciudadano que haya sobre-

Dijo un filósofo alemán (Martin Heidegger): “El lenguaje es la casa del ser y en su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada” estas frases tan hermosas y complejas han tenido innumerables y sesudos comentarios pero aquí la citamos para intentar desde el transeúnte, desde el ciudadano de a pie darle un sentido con relación a nuestra ciudad. El lenguaje y la palabra como nuestro albergue y refugio está permanentemente amenazado por el ruido ensordecedor y estrepitoso del casino en que vivimos, perdón de la ciudad donde vivimos. La arquitectura de nuestra ciudad es gruñona y gritona, incluso los esperanzadores parques bibliotecas unen dos instancias que en principio están alejadas: una biblioteca y el silencio que involucra y un parque con la bulla y el ruido que lo caracteriza. La arquitectura es el lenguaje, las palabras de piedra de las ciudades y lo que dicen en esta ciudad, casi siempre avergüenza. Un observador atento del centro de la ciudad, para no ir más lejos, podrá darse cuenta de ello. El filósofo agrega que los pensadores y los poetas son los guardianes de esa morada,

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quizá porque ellos sopesan las palabras como valiosas monedas antiguas y recuperan el brillo perdido por el uso. Pero su tarea se hace cada vez más difícil en una ciudad sorda y ensordecedora pues a pesar de llenarse de vallas con sentencias tan halagadoras como Medellín, la más educada, el presupuesto para actividades culturales está cada vez más mutilado, dejando así a una población que aunque minoría, está sedienta de morada. Muchas instituciones que años atrás eran emblema de actividad cultural cada vez recortan más su programación en este aspecto, todo porque no hay presupuesto o porque estas actividades no son rentables. Esa es la lógica del casino, perdón de la sociedad de consumo y de la ciudad donde vivimos. Y los ilustres políticos enceguecidos por el poder, no quieren darse cuenta que lo cultural no produce billete, pues para eso están los urbanizadores y los aumentos catastrales, por no citar actividades non sanctas. No quieren enterarse que lo cultural da calidad de vida de un modo intangible, tan necesario como los silencios entre las palabras. Por eso nuestro alfabeto de cemento y nuestro lenguaje es pobre y ruinoso. La poesía, por no citar otras actividades parecidas, nunca llenará multitudes, ni venderá millones pero eso no ha de ser obstáculo para apoyarla. Pero la poesía –no sólo la que está en los libros- más que los poetas, parece saber guardar y proteger la casa con su propia desnudez.


Ex-Libris Conjunción inconexa Cecilia Inés Moreno Jaramillo

En esta publicación me p r o pongo citar al debate sobre una elaboración conceptual y un ejercicio interpretativo en el que se descubre la conurbación como una complejidad ambiental y estética, en tanto dinámica, proceso y resultado, que se desempeña de manera similar a la figura botánica del rizoma (parte de una planta cuyos tallos horizontales se extienden bajo el suelo, en diversas direcciones para emerger de nuevo a la superficie en forma de una nueva vida) El territorio en estudio es entendido en su dinámica rizomática de seres que se funden constituyendo un hábitat. El territorio es vida. Las gentes y sus interrelaciones son pura trama de vida y eso es ambiente; somos parte de esa trama, de ese tejido, un pequeño hilo, importante pero no único. El ambiente emerge, simplemente ocurre, y para él no existen las fronteras que los hombres trazan. De hecho, la conurbación sucede, las ciudades se funden, se hacen una sola, pero quienes las administran no siempre logran transformar su propio pensamiento para integrarse.

Cuervo Marco Mejia T.

La lectura de la novela CUERVO, puede producir sensaciones de estar rondando por la temporalidad de la crónica, la conceptualización del ensayo, la intimidad del diario o la realidad histórica. Todo es posible, pero nada es como parece ser: los hechos se fundamentan, ciertamente, en la historia pero están mezclados de ficción, los personajes existieron tal y como son nombrados pero su voz, palabra y pensamiento confluyen en el artificio de la invención; la correspondencia,los documentos, las citas y pasajes que hurto del libro de los hermanos Cuervo*, los lugares y la geografía nutren la temporalidad, pero no se ciñen al momento preciso que es arrastrado por el efecto estético. No hay verdad sino verdades y éstas emergen revestidas de autenticidad poética. Queda la novela desenmascarada para el lector *Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época, publicado en 1892 por Rufino José y Ángel Cuervo

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Espíritus libres, Egresados de la Universidad de Antioquia. Alvaro Cadavid M

Los egresados son la estela, la voz, el sentido y la conexión más directa que tiene la Universidad de Antioquia en los escenarios sociales, culturales y productivos de la sociedad. Estimular, preservar y fortalecer esa comunicación e interacción entre los profesionales graduados con sus programas y con la institución es vital para nutrir y fortalecer el proyecto cultural, académico, social y científico más importante de la región. Las historias de vida de los egresados legitiman y dan pertenencia social y académica a los programas y proyectos universitarios. La suma de las acciones individuales y grupales protagonizadas por los graduados de la Universidad provoca el impacto de una institución de educación superior en la sociedad. El Programa de Egresados de la Universidad de Antioquia, creado en marzo de 1997, está adscrito a la Vicerrectoría de Extensión y desde allí cumple la labor misional de divulgar la producción científica, artística y social de los egresados, apoyar su actualización académica, y reconocer sus logros y aportes a la sociedad. En 2001, cuando empieza a correr el año 15 de existencia del programa, publicamos este primer volumen de Espíritus libres, Egresados de la Universidad de Antioquia, un producto académico que hace parte de esta conmemoración y que pone de manifiesto el compromiso de nuestros graduados con la universidad y con la sociedad. 66 Ciudad, revista de asuntos urbanos 20 • ISSN: 0123-238X

La ciudad de tus ojos Berta Lucía Estrada Estrada.

Caminante eterna, de manos y ojos abiertos “ Vengo de la guerra/con las manos vacías/y el corazón ardiente” Esos versos dan inicio al libro La ciudad de tus ojos, de María Helena Giraldo González. Desde el primer verso la poeta se erige como testigo de la historia; es la memoria que evitará que el horror, el dolor y el desamparo sean cubiertos por el manto del olvido. En ese trayecto bordea precipicios, siente su piel lacerada por el escenario permanente de la muerte. No obstante, se vislumbra un espacio para la esperanza: “…me pregunto/por tu cama limpia/oliendo a jazmines”. Así luego hable de Medellín “agazapada en el miedo”. Caminante eterna, tropieza con piedras, pero se levanta y sigue su senda con los ojos abiertos, para no perder ni una sola imagen de la desolación del paisaje, así lleve “odios tatuados en la piel de los días” Y aunque Medellín o Filadelfia, el pueblo caldense que la vio nacer, estén presentes en su trabajo, éste deja de ser local para ubicarse en un villorrio de cualquier continente. Su poesía es atemporal, puede hablarnos del Egipto faraónico o remitirnos a la última masacre ocurrida en cualquier región colombiana o africana. En la ciudad de tus ojos la poeta se reconoce como una eterna tejedora, salida de los talleres de Aracné. “Con las manos abiertas” la eterna viajera, regresa a sus orígenes, a su infancia per-


dida en el tiempo y en la pesadumbre. Con un acertado verso, “Escondiéndonos en la noche”, María Helena Giraldo González cierra el libro y se erige como la poeta-niña, la poeta-anciana, cuya edad milenaria se pierde en el fondo oscuro de la memoria.

Palabras de mecato móvil Raúl González Hernández

Lector, detente aquí, ya no en la hoja en blanco sino en los signos que ahora requieren de tu lectura y visualizarás allí, años atrás, a un joven voraz lector y luego con el tiempo a un vanguardista de la imagen, un innovador, un persistente salido de lo común, pero lo que primaba en él era la profunda reflexión de la existencia, y mucho más reciente, más silencioso y oculto entre alumnos, al maestro, al comunicador de la imagen. Hoy son sus letras las que vemos y sentimos con nuestros ojos. Son esas sus reflexiones, posiblemente anotadas previamente en sus hojas de apuntes, y que luego, como un parto silencioso, afloraron. Hoy sale ese espíritu inquieto. Es la letra fluida que crea una nueva forma y que nos muestra radicalmente y de manera precisa sus frases tajantes como el filo de un cuchillo. Es la metáfora rodante, el juego lingüístico que se devela como acertijo. Letra fuego. Signos que se incrustan en el blanco de las hojas y crean nuevas formas, sueños, realidades, vida. Miremos de frente sus letras y entenderemos el misterio de su escritura.

Obra poética La poesía de Luis Iván Bedoya dice Víctor Bustamante Cañas, expresa sin diatribas y sin seguidismos de escuelas, con gestos y desdenes propios, con heridas y fisuras un poetizar muy personal. El poeta es aquí un verdadero testigo de cada momento de la ciudad y de su trasegar interior, un verdadero escriba de sus desasosiegos en la misma poesía de la noche, de la niñez, de los colores, del espejo como núcleo de vida y creación, de la casa, de sus miedos, nuestros miedos, del tufillo ardoroso de los recuerdos, de los recintos cerrados, de la libertad creadora, de la ciudad, del deseo, y sobre todo del alejamiento. Esa distancia que funda la diferencia poética. Una poesía llena de preguntas fundamentales que apuntan hacia respuestas a través de la escritura. Palabras inscritas en el crucigrama de la ciudad y del corazón del poeta. Obra de momentos no vanos sino plenos de bella poesía que expresa el arpa de hierro del corazón humano.

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El barrio y la ciudad

Por: Elsa Ruiz

P

odría afirmarse que el sistema de barrios de una ciudad conforma el esqueleto sociocultural de la misma y el conjunto de aglomeraciones la red urbana que la sustenta para la habitabilidad. Pero no. No hay un tal sistema de barrios en la ciudad aunque cada cual perfile identidad y autonomía El barrio es el suelo natural de la vida urbana en el cual se propicia el encuentro, el vecindario, el diálogo y la solidaridad. El sentido de la identidad y pertenencia la encontrás en el barrio: microcosmos de la vida personal donde se ejerce la interacción ciudadana y el paisanaje. El urbanismo hoy tiene el reto de vindicar la vida barrial como escenario real de la vida ciudadana, superando las visiones binarias reduccionistas cuyo mástil no deja ver el bosque y las complejas determinantes del acontecimiento y suceder urbano. Una medida intencionada de los especuladores inmobiliarios ha consistido en descuidar el

centro de la ciudad desplazando funciones de los sitios que convocaban a la ciudadanía hacia lugares que se suponen más seguros y convenientes. Entonces el centro se estigmatiza y es convertido en el lugar de la zozobra y del miedo. Y también se siembra el miedo y la zozobra en los barrios convertidos en guetos. Las instancias gubernamentales, la plaza pública, los grandes teatros son relocalizados para propiciar la valorización de otros lugares en el gran torrente especulador inmobiliario, y son ellos quienes se apropian de la plusvalía urbana, originada en estas migraciones dentro de la ciudad. Surgen el centro comercial como alterno al barrio y la plaza, como su reemplazo. Como una ciudad fabulada, cuya escenografía replica modelos de vida ficticia y crea la ilusión de una interacción ciudadana, que en la realidad no existe. Cuando en realidad lo que se ha quebrado o liquidado es la identidad y pertenencia que caracterizan la vida barrial, con su vecindad y solidaridad. Con la

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espectacularidad de los centros comerciales se da la crasa despersonalización. Allí, como en las urbanizaciones y conjuntos de edificios, todo es impersonal y homogenizado. Se promociona una competencia entre conjuntos residenciales y centros comerciales como dadores de estatus versus barrios populares asentamientos de criminalidad, delincuencia y degradación. Al igual que el centro-centro de la ciudad son lugares no lugares, que han sido abandonados por la institucionalidad como tierra de nadie. Venden la idea de que son peligrosos propagando el miedo, para mayor sometimiento y control. El lugar más próximo al que se enfrente el individuo al salir de la privacidad del hogar, es el que está entre la ciudad y la vivienda: En el barrio que se mezclan, entretejen e interactúan lo privado y lo público. Territorio en el cual se negocian o disputan los presupuestos y distribución de recursos públicos y privados. Territorio que es el resultado de


un determinado contexto social, de quienes lo utilizan en la vida cotidiana en sus accionares económicos, políticos, sociales y culturales, en cuya construcción le dan identidad diferenciada. Lo antedicho hace del barrio un espacio diferenciado de la urbe, la cual al estar configurada por un conglomerado de barrios aparece como un territorio fragmentado y caótico. Y efectivamente el barrio es un fragmento de ciudad relativamente autónomo, que acoge y contiene a una común unidad relacionada por lazos de convivencia vecinal y por íntimos vínculos sociales. Quienes lo habitan pueden en él vivir la ciudad sin necesidad

de desplazamientos, erigiéndose como barrio, cuyo distintivo de otros espacios de ciudad es la apropiación del territorio por los lugareños, por los habitante, el frecuente uso, por ejemplo de la calle y los equipamientos del entorno barrial. “El barrio se construye a través de la experiencia cotidiana de vivirlo y por los significados que al espacio le dan los individuos, delimitándolo del resto de la gran urbe, por cuestiones subjetivas y simbólicas; esbozándose una identidad local, diferenciada con necesidades particulares y prácticas específicas, construyendo un ellos y un nosotros. Los de afuera y los de adentro.”

Medallito de la suerte Por: Jaime Jaramillo Panesso

Cachaca no es. Tampoco arriera. Muertos están, por fortuna, los abuelos, para que nos den paterno aliento. Además porque no entenderían esta ciudad que no es un pueblito, aunque haya sido poblada en sus años de crecimiento por ellos, sus patojos venidos de aldeas circunvecinas y aún más lejanas.

Esta ciudad hija de los artesanos, de los obreros industriales, de los comerciantes a destajo, de los maestros de obra, de tipleros ariscos, de manes y camajanes en tiempos idos y venidos. ¿Quiénes pusieron los primeros postes de la luz eléctrica? ¿Cómo eran las manos de los motoristas que manejaban los tranvías y soltaban la

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arena que los frenaba encima de unos rieles calientes? ¿Cuáles emisoras escuchaban los zapateros que ponían carramplones a los botines colegiales? Torcidita era la calle del Chumbimbo y las quebradas surcaban abiertas una ciudad que se defendía con los pocos puentes. Ha crecido Medallo, Medallito de la suerte que tenemos los que hemos ayudado a hacerla desde adentro, con lagrimones de niños perdidos en medio de la fiesta inmensa convocada por la calle, las paredes curtidas por los carteles y el pito pasterizado del carro tirado por caballos a la hora de repartir los litros de leche. “La ciudad de hierro” visitaba frecuentemente a la ciudad de cemento. Con sus ruedas gigantes, los carros chocones, el carrusel, el gusano y la rueda de Chicago convertidos en la noche en iluminarias sorprendentes con miles de bombillos, la “ciudad de hierro” fue la precursora de los parques de diversiones mecánicas. Con vocación de tierra firme, el medellinense no conoció más aguas que las del río que la atraviesa de sur a norte y un laguito en El Bosque de la independencia donde “navegaban” los padres de familia con sus niños en las mañanas do minicales y los novios en esas mismas tardes.

No eran amplias las calles como las avenidas de hoy y sus hombres, con sombreros de paja o de fieltro recalaban en los bares que rodeaban la antigua gobernación. Por allí deambulaban esos personajes extraños que fungían de poetas, periodistas y amenos conversadores: pinta bacana la de Tartarín Moneira y apolillada la de León Zafir. El viento regaba las notas de tiple y guitarra que sonaban por el Camellón de Guanteros, pulsadas por Pelón Santamarta o las que partían de algún sastre o barbero a la hora del descanso en la calle de La Asomadera. De las pequeñas emociones de villorrio salió una literatura a veces socarrona, otras francamente aldeana. Ella nutría los “centros literarios” y las tertulias impacientes por saber cómo se escribía más allá de la Cordillera Central y del Pan de Azúcar. La literatura se convertirá en literatura cuando la imaginación logra deshacerse de añejas fórmulas y reglas gramaticales imperturbables para darle paso a otros “fuegos de palabras”. La ciudad cocina hoy su propia novela y poesía, la crónica de un barrio que ajusta cuentas por medio de sus pintores y hacedores de cine.

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Viéndola crecer es cuando más la querés. Resbalosa y flaca se pega a los cerros que la acechan. Rumbera y graciosa la ves pintada en sus casas, en la tienda esquinera, en la polvorienta cancha de fútbol que inundan los muchachos todas las tardes, en el garaje convertido en panadería o en la panadería convertida en funeraria. A fuerza de desparramarse vinieron los segregados con títulos de “seguridad”, con su telaraña de sustos: ¿por qué construyeron los edificios de apartamentos con la consigna de encerrar a los jóvenes y aislarlos del resto del barrio y la ciudad? No obstante, es imposible abozalar tanta canción que quiere salir a caminar por los pasajes comerciales y “por la quieta calle donde el eco dijo...”Raspado de hielo con almíbar de colores subidos, mango viche con sal y limón, tajadas de piña y de sandía, velitas con coco, algodón de azúcar, chupetes agudos, recortes, cofio, minisicuí, guanabanol y salpicón con perros calientes y chicharrón bogotano. Todos los alimentos ligeros de ayer y de hoy purgados al lado de las eternas empanadas parroquiales que ahora se fritan en cualquier ventanal y en la acera de la vecina. Todo lo anterior caliéntese en una tarde de enero, póngase al fuego lento de una canción popular, agítese a la luz de neón y del saludo fraterno para que le sirva de introducción a la noche que traerá la brisa fresca y suave: ella viene saltarina de El Boquerón con olor a flores, con el olor a anís de copas amigas o con el grito de un ayudante de buses que anuncia la salida del último carro que va para el barrio.


Historia de la playa Ante la inclemencia del diluvio para contener el mar cada cual puso un grano de arena John Galán Casanova Libro Árbol talado. Premio Villa de Cox “Alicante” 2009.

La Corporación GAIA en sus 15 años agradece a quienes han hecho parte de esta realización con su compromiso, acompañamiento, confianza, aportes, estímulos, ideas, presencias, augurios. En estos 15 años le hemos apostado al merito, a la capacidad técnica y al compromiso en cada uno de los propósitos que emprendemos, con sus retos, desilusiones, aprendizajes y realizaciones. Les participamos nuestra nueva imagen, retomada de un figura ancestral, registrada en algunos países de América, que alude a la rueda de la medicina (magia / sobrenatural / ritual - sagrado), también creadas con propósitos astronómicos para marcar el sol del solsticio de verano y la salida de ciertas estrellas.

Gracias por hacer parte de esta historia…

Por el reconocimiento de la multiculturalidad y la conservación de la biodiversidad ISSN: 0123-238X •20

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Teléfonos: 444 68 24 - 413 7872 - E-mail: gaia@une.net.co


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