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A la sombra de las muchachas en flor

(Fragmento)

Por. Marcel Proust (1871-1922)

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¿Asistía a esa comida un escritor llamado Bergotte, señor de Norpois? — le pregunté yo, tímidamente, para que la conversación siguiera recayendo sobre los Swann.

—Sí, allí estaba Bergotte —contestó el señor de Norpois inclinando cortésmente la cabeza hacia el lado donde yo me encontraba, como si, en su deseo de estar amable con mi padre, atribuyese gran importancia a todo lo suyo, hasta a las preguntas de un mozo de mis años, que no estaba acostumbrado a verse tratado con tanta cortesía por personas de su edad—. ¿Lo conoce usted? —añadió, posando en mí aquella mirada cuya penetración admiraba Bismarck.

—Mi hijo no lo conoce, pero lo admira mucho dijo mi madre.

—Pues yo dijo el señor de Norpois, inspirándome dudas mucho más grandes que las que por lo general me atormentaban sobre mi capacidad de inteligencia, al ver que lo que yo colocaba miles de veces más alto que yo, en lo más elevado del mundo, estaba, en cambio, para él en el ínfimo rango de sus admiraciones no comparto esa opinión. Bergotte es lo que yo llamo un artista de flauta; hay que reconocer, desde luego, que la toca muy bien, aunque con cierto amaneramiento y afectación. Pero nada más que eso, y no es gran cosa. Son las suyas obras sin músculo, en las que rara vez se encuentra un plan. No tienen acción, o tienen muy poca, y, además, no se proponen nada. Pecan por la base o, mejor dicho, carecen de base. En una época como la nuestra, cuando la creciente complejidad de la vida apenas si nos deja espacio para leer, cuando el mapa de Europa acaba de experimentar profundas modificaciones y está, acaso, en vísperas de pasar a otras mayores y hay tantos problemas nuevos y amenazadores asomando por doquiera, me reconocerá usted que tenemos derecho a pedir a un escritor que sea algo más que un ingenio sutil que nos hace olvidar en discusiones ociosas y bizantinas sobre méritos de pura forma ese

peligro en que estamos rinconcito preferido de vernos invadidos de de nuestra biblioteca. un momento a otro por En toda su producción un doble tropel de bár- no doy con un libro baros, los de afuera y los de esa clase. Claro de adentro. Sé que esto que eso no quita que es blasfemar contra la las obras sean infinisacrosanta escuela que tamente superiores esos caballeros llaman al autor. Este caso es del Arte por el Arte; uno de los que dan la pero en estos tiempos razón a aquel hombre hay tareas de más ur- ingenioso que dijo que gencia que la de ordenar no se debe conocer a palabras de un modo los escritores más que armonioso. El modo por sus libros. Es imcomo lo hace Bergotte posible encontrar un es muchas veces muy individuo que responatractivo; estamos de da menos a lo que son acuerdo; pero en con- sus obras, un hombre junto resulta amane- más presuntuoso y rado, muy poca cosa, más solemne, de tramuy poco viril. Ahora to menos agradable. comprendo mucho me- Y a ratos Bergotte es jor, por esa admiración un hombre vulgar, de usted tan exagerada que habla a los demás a Bergotte, esas líneas como un libro; pero ni que usted me ense- siquiera como un libro ñó antes, y que yo tuve el buen suyo, no, como un libro pesado, y acuerdo de pasar por alto, porque, los suyos, por lo menos, pesados como usted mismo me dijo con no son. Es una mentalidad contoda franqueza, no eran más que fusa, alambicada, lo que nuestros un entretenimiento de chico (ver- padres llaman un cultiparlista. dad que yo se lo había dicho, pero Y las cosas que dice son todavía no me lo creía así) ¡Misericordia más desagradables por la manera para todo pecado, y sobre todo que tiene de decirlas. No sé si es para los pecados de mocedad! Loménie o Sainte-Beuve el que Después de todo, no es usted solo, cuenta que Vigny chocaba por son muchos los que tienen sobre el mismo defecto. Pero Bergotte su conciencia culpas de ésas, y no no ha escrito el Cinq-Mars ni el es usted el único que se haya creí- Cachet Rouge, donde hay págido poeta en un determinado mo- nas que son verdaderos trozos de mento. Pero yen eso que usted me antología. enseñó se aprecia la mala influencia de Bergotte. Cierto que no le (…) sorprenderá a usted que yo le diga Traductor: PEDRO SALINAS que en ese trocito no se mostraba ninguna de sus, buenas cualidades, porque es un maestro en ese arte, superficial, por lo demás, de

A la sombra de las muchachas en flor. Madrid. Alianza Editorial. 1982. Págs. 57-59. dominar un estilo del que usted a sus años no puede conocer ni siquiera los rudimentos. Pero los defectos son los mismos: ese contrasentido de poner unas detrás de otras palabras sonoras, sin preocuparse por lo pronto del fondo. Eso es tomar el rábano por las hojas, hasta en los mismos libros de Bergotte. A mí me parecen vacíos todos esos jugueteos chinos de forma y esas sutilezas de mandarín delicuescente. Por unos cuantos fuegos artificiales que arregla con arte un escritor, se lanza enseguida a los cuatro vientos la calificación de obra maestra. ¡Las obras maestras no abundan tanto como eso! Bergotte no tiene en su activo, en su catálogo, por decirlo así, una novela de altos vuelos, uno de esos libros que se colocan en el

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