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Descolonizar la cotidianidad: Emancipar el pensamiento
Descolonizar la cotidianidad:
Emancipar el pensamiento
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Por: Hernán Atehortúa Rivera
Todo esto pasa, permanentemente, bajo nuestras narices, dentro de nuestro modo de pensar. H.A.
Creo que arrastramos varias heridas de la mal llamada Conquista, la que intentó borrar todo rastro de las culturas nativas, las mismas que hoy, desde todos los continentes nos alertan de las patologías sociales y humanas que padecemos los habitantes de este bello planetica.
Estamos atravesando el mar agitado de la cosificación, la cual perseguimos mediante una domesticación bien elaborada, desde la invasión de nuestros territorios mentales en la creación de los nuevos pueblos mestizos de todo el mundo.
Los colonizadores fueron instalados con la vocación de hegemonía, como único propósito de instaurar las misiones para civilizarnos, lo que significaba evangelizarnos, alfabetizarnos, arrebatarnos la cultura e iniciarnos en los buenos hábitos de la servidumbre. El descubrimiento de Amérika lo seguimos repitiendo una y otra vez, no hemos terminado de indagar sus misterios, el saber médico de los chamanes y sus medicinas, la ingeniería hidráulica de los zenúes, el mito de Yuruparí, las ciudades Mayas las canciones Cuna para curar la locura, la filosofía de los koguis, las narrativas del Gran Río, los monumentos de San Agustín inscritos en la lista de los alienígenas ancestrales como lo es Nazca, las arquitectura de Machu Pichu, la Maloca Cósmica de los hombres jaguares de la Sierra de Chiribiquete, y con tantas otras muestras que enloquecen la academia enyesada, que no sabe dónde acomodar tanto enigma.
Pienso que nos educaron en la idea de que estas tierras surgieron para la historia en 1492, a partir de las primeras masacres de la retaguardia de Cristóbal Colón, pero cada día descubro hechos sorprendentes, derrumbando la leyenda de que Amérika no había alcanzado la escritura, acabo de enterrarme de que los petroglifos del Chiribiquete tienen más de 20 mil años, cuando crecí con la idea de que los primeros pobladores del continente habían llegado hace 10 mil años.
Aquí la historia comenzó hace más de 20 mil años con la presencia de grandes y avanzadas comunidades como los Aztecas, Mayas, Incas, chibchas, Emberás (Katios y Chamí), Guambianos, Mapuches, Sioux, Dakotas, Aruacos, Arsarios, Motilones, Charrúa, Aymara, Quechua, Guaraní, Inga, Wayuú, Witotos, Wiwa, Tikuna, Tukano, U’wa, Zenú y otros cientos más.
No hemos podido ser “americanos”,… a veces somos intelectuales de Francia, refinados ingleses, sucursal del Vaticano, nos han perseguido con manuales, los reglamentos, los catecismos y la liturgia en latín, las disciplinas castrenses y monásticas, la censura moralista e inquisitiva, la retórica y la escolástica, el purismo idiomático para tratar de moldearnos a las etiquetas del mundo occidental, de las castas y familias reales de España o Francia que asignan a cada cual su estirpe o rango dentro de la sociedad como patética discriminación racista y económica.
Por todo esto me he identificado con las justas reclamaciones de la “Minga Indígena”, y he presenciado, tanto la acogida como el repudio de las alianzas con las protestas sociales, repetidamente por décadas, el exterminio sistematizado de campesinos, líderes sociales, el sacrificio de la vocación agraria, la violencia en los campos, estimulada por los partidos políticos, las iglesias y los terratenientes, que marcaron una ruta de sobrepoblación urbana, no hubo industria, no hubo proyectos agrarios campesinos a excepción de la zona cafetera, ya que alcanzaba estatus a nivel internacional por su manejo delicado, artesanal y simple de las fincas y de lo cual vivía el país, proliferaron los saqueos de recursos naturales para la gran industria del exterior, cada vez más agresivos.
Así clasificamos como país subdesarrollado, con aspiraciones a ser como los países del norte o Europa y sus metrópolis, con su apetito interminable que aproxima la biodiversidad a una exterminación apocalíptica que nos asusta en las noticias de cada mañana.
Las familias predominantes dentro de la cultura occidental, mediante sus periodistas de alquiler, académicos monotemáticos, escritores adoctrinados, presentadoras con glamur y locutores de pautas publicitarias, persisten en el viejo relato de que todo lo que había aquí era salvajismo y barbarie, nativos sin alma, otra variedad de animales y así justificar el trato esclavista y genocida. Nos han hecho creer que era benevolencia permitir vivir a los nativos en tierras que habitaban desde milenios. Negándonos a entender las cosmovisiones, que seguimos demorados siglos en entender, persistimos en el silencio, la repulsión y la discordia que no nos ha permitido mirarnos como coterráneos.
La humanidad está amenazada, la naturaleza está siendo atacada, el aire, los alimentos y el hábitat, la minería a cielo abierto, el fracking, la tala indiscriminada, la contaminación de los ríos y mares y la guerra que no respeta nada.
Todo esto, sin consultar nuestra propia vocación, nuestra condición única y privilegiada, de vivir en un territorio muy rico en recursos naturales, sin tener que recurrir a la economía clandestina, a las industrias ilegales y la droga, sin corromper la política, inundarnos de divisas mafiosas, llenando nuestro suelo de constantes derramamientos de sangre y despojo.
¿Cuál es el horizonte?
La permacultura aplicada por milenios por las comunidades nativas y sus tecnologías ancestrales, de relacionarse con el ecosistema, nos la ofrecen hoy, como un precioso recurso de valor cultural inmaterial, para salvar lo que nos queda, y poder así, garantizar una continuidad de una existencia digna y en condiciones de convivencia saludable y pacífica.
He ido aprendiendo que los nativos son especialistas en diseño y orfebrería, astronomía, biología, agricultura orgánica, dendrología, gastrónomos, estampados, tejedores, artesanos, músicos, teólogos, danzantes, artistas, geógrafos, navegantes, botánicos, médicos, ingenieros hidráulicos y constructores, todos esos conocimientos patentados en la historia, en los museos del mundo donde reposa lo arrebatado y en sus actuales asentamientos que no pudieron borrar los conquistadores.
A las tierras recónditas de Reservas indígenas, se les critica por tanta extensión, pero alguien dijo que: “era mucha tierra para cuidar por tan pocos habitantes”.
Han tenido que venir la etnología y la antropología del siglo XXI a mostrarnos no solo la existencia de las 120 naciones nativas en
Colombia a la llegada de los europeos, sino las 60 lenguas que se hablan todavía hoy. Estas ciencias han rescatado los mitos de los U´was de la sierra del Cocuy, el mito de Serankua de la Sierra Nevada, los mitos de los Desanas del Vaupés, el canto de los peces de los Sikwanis del Vichada, el mito amazónico del árbol de los frutos y las historias chocoanas de las serpientes que dialogan con el trueno.
Sé que venimos ancestralmente de culturas que estuvieron y están enfocadas en el desarrollo de su “Buen Vivir”, respetando unas “leyes universales inmutables básicas”, que enfatizan en respetar un orden en la naturaleza y el cosmos para preservar la presencia de esta especie homínida, que hoy insiste en socavar la fuente de nuestra subsistencia biológica.
A esto es a lo que se llama “descolonizar el pensamiento”, rescatar las tecnologías ancestrales, de relacionarse entre sí y con el planeta, con el universo y con todas las especies, conservando, cuidando y protegiendo la biodiversidad que nos alimenta y protege, utilizando las nuevas tecnologías y otras herramientas posibles.
Hasta que no los reconozcamos como parte de lo que somos, aceptar la majestad de estas culturas, la sacralidad de sus características humanas, el sentido de las divinidades de la naturaleza, no lograremos salir de un laberinto de mezquindad y de sangre.
Es importante recurrir a otros espejos para reconocernos, para continuar ese “redescubrimiento”, como una necesidad de ver los rasgos de un pueblo que ha padecido el fundamentalismo eurocéntrico (hoy en crisis), a fuego y espada, ahora encubierto con el neoliberalismo industrial y consumista. Es urgente buscar el respeto a un contexto milenario, casi sepultado por una invasión arrogante y mezquina.
Remover los esquemas mentales mediante un pensamiento complejo, poner bajo sospecha lo que vemos, ampliando el ángulo, saliendo de la mono mirada y la mono realidad, adictos a la homogeneidad, es bueno entender que nuestros números son arábigos, que la revolución industrial empezó 100 años antes en China y no en Inglaterra. Se debería retomar a todos los filósofos árabes, japoneses, hindúes, dejando de lado la idea, como si todo hubiese nacido en Europa, hay que repensar y revisar la historia desde una mirada sospechosa y decantada.
No se trata de negar otros pensamientos, costumbres y avances del conocimiento, es darle espacio a unas vivencias del saber acumulado por generaciones, que puede brindarnos herramientas y tecnologías complejas del pensamiento sintetizado en una cosmovisión cuántica, por su globalización de la comprensión de la integralidad del universo (Pacha Mama – Gaia).
Separar el cerebro derecho del izquierdo, es como separar el día y la noche, al hombre y la mujer, el cielo y la Tierra. El mestizaje es así, una integración de los pueblos en sus lenguas y modos de vivir, tomando lo mejor de sus orígenes, siempre en los términos de la buena y sana convivencia, en los mejores términos y textualmente como lo permita la buena voluntad.