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LA IMAGEN DE LOS GALLOS: METÁFORAS DEL FUEGO Y LA TIERRA IRIZELMA ROBLES

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La imagen de los gallos: metáforas del fuego y la tierra

Irizelma Robles

En este breve ensayo voy en busca del significado de las peleas de gallos en nuestra literatura comparando los proyectos literarios de El Gíbaro de Manuel A. Alonso y Tradiciones y leyendas puertorriqueñas de Cayetano Coll y Toste, así como las intenciones de sus autores al tratar este tema que hasta hoy resulta fuente de controversia. Si bien Alonso quería dejar un “cuadro de costumbres de la isla de Puerto Rico”, puedo asegurar que Coll y Toste, fiel lector de Alonso, quiso tardíamente recuperar esas mismas costumbres, como se aprecia en las coincidencias temáticas entre un texto y otro. No está de más decir que Tradiciones y leyendas puertorriqueñas y El Gíbaro tienen relatos en común,

a saber: “El pájaro malo”, “Las carreras de caballos de San Juan y San Pedro”, y el tema de los gallos, así como los aguinaldos, y otras fiestas puertorriqueñas decimonónicas. El texto de Coll y Toste describe entonces una tradición que perdura a pesar del tiempo transcurrido entre la primera edición de El Gíbaro y la fecha en la que escribe sus Tradiciones.

Lector de Alonso, no cabe la menor duda que revisó con cuidado los textos citados para crear sus propias versiones y recuentos de la tradición. Por el estudio introductorio a la versión de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española del texto alonsino, nos enteramos por el filólogo Eduardo Forastieri que Coll y Toste valoraba altamente el texto

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que encontró en un puesto de libros en Barcelona. Lo que sigue es la transcripción de las anotaciones a mano que hizo Coll y Toste a su ejemplar de El Gíbaro de 1849: El año de 1872 visitando un día un puesto de venta de libros en Barcelona…sobre una frisa había muchos libros echados. Me acerqué y vi uno que decía El Gíbaro. Lo tomé en la mano y pregunté al vendedor ¿qué vale este folleto?... Dile los diez centavos y exclamó…: ¡Caray, creí que nunca vendería ese librejo! Lo hice encuadernar en el callejón de Zurbano, y lo conservo como una rica joya de mis anaqueles (El Gíbaro 2007: XCIII). Lector ávido de cronicones, cartas y otros documentos para la historia, es interesante que entre esos “viejos papeles” haya atesorado como una rica joya ese libro que definitivamente inspiró la tarea emprendida en Tradiciones y leyendas puertorriqueñas, apartándolo de las intenciones del Boletín Histórico, para crear algo nuevo, un texto híbrido de cualidades etnográficas.

En su versión de “Las carreras de caballos de San Juan y San Pedro” de 1856, tema que también puede encontrarse en las páginas de El Gíbaro, Escena XVI titulada “Carreras de San Juan y San Pedro”, dice Coll y Toste: Al mismo tiempo se organizaba la cuadrilla de máscaras ridículas y chabacanas en jamelgos y burros, que iban a leer El Bando de San Pedro, frente a Santa Catalina. Dicho bando picaresco era una crítica de los bandos de los gobernadores, y nuestro ilustre patricio el doctor Manuel A. Alonso, publicó en su libro El Gíbaro (1849), uno muy interesante y jocoso (2007:II, 140).

Pero de esta lectura profunda del texto alonsino y la posible influencia que tuvo sobre la intención de Tradiciones y leyendas puertorriqueñas puede leerse una tradición que se manifiesta a lo largo y ancho de la historia. Desde el 1849 al 1856, por dar solo un ejemplo, transcurren tan solo siete años, pero bastan para hablar de la pervivencia de una costumbre cuando Alonso, a mediados de siglo, exaltaba o repudiaba las costumbres según fuera el caso, como ocurrió con las peleas de gallos cuya extinción deseaba a pesar de ser una tradición viva hasta los tiempos actuales.

En cuanto a la imagen de los gallos surge también la necesidad de explorar las fiestas populares del Puerto Rico del siglo XIX. Los gallos eran usualmente vinculados a las fiestas patronales de cada pueblo de la isla como se colige de las palabras de Coll y Toste. Pero también habrá que aclarar en qué consistían esas otras diversiones del pueblo, en específico las carreras de San Juan y San Pedro, así como la gallera y el arte galleril, como denominan

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Alonso y Coll y Toste el juego de gallos.

En resumen, las palabras que destina Eduardo Forastieri para Alonso también pueden explicar las motivaciones de la escritura de Coll y Toste: Manuel Alonso perteneció a una generación empeñada en salvar la historia y el recuerdo—“la religión de los recuerdos”, según la celebrada frase de José Julián Acosta—a pesar de los prejuicios “melioristas” y progresistas compartidos por los liberales de aquella época; no tanto “que todo tiempo pasado fue mejor”, cuanto que también el futuro habría de serlo, y cuando el “también” de ese futuro supondría la continuidad de una tradición y la de su reconocimiento. Si hay algo que caracterizó la manera de Alonso fue el giro con el que logró reconocer y reunir los opuestos sin que esa movida tenga que soportar la encrucijada fácil de una contradicción que explique la esperanza del recuerdo y la del porvenir (El Gíbaro 2007: XXII). Reconocimiento y continuidad de una tradición, recuerdo y porvenir, eso quiere Coll y Toste, resguardar la tradición de los cambios políticos que reinan en la isla después del 98 y la amenaza que vierten sobre el recuerdo mismo. Por eso además del Boletín Histórico donde recoge en catorce tomos documentos de las más diversas cualidades, está Tradiciones y leyendas puertorriqueñas para recuperar ese pasado y trazarle una ruta futura a la tradición.

escritos por Alonso titulados “Una pelea de gallos” y “A mi amigo D. Miguel Delgado”. En los tres textos hay toda una gestualidad, una acción que toma lugar en la gallera, en el palenque, en la talanquera. Por su carácter narrativo, los poemas de Alonso funcionan también como pequeños relatos que dan cuenta de una trama en la que el centro es la referencia directa al arte galleril.

Pero antes de entrar al análisis de estos textos para atisbar sus paralelismos, hay que hablar de la importancia de los gallos en nuestra literatura y crítica literaria. Esto es necesario para valorar en su justa medida la importancia que tienen los gallos en la construcción de la identidad nacional en los textos de Alonso y Coll y Toste. Resulta de mucha valía también para entender la alegoría política que está detrás del relato narrado por Coll y Toste, como se verá adelante.

Para Pedreira la pelea de gallos es una confirmación de sus planteamientos iniciales en Insularismo desde la perspectiva del discrimen racial

I. El “arte galleril”

El relato de Coll y Toste destinado al juego de gallos se titula “¡Aunque Dios no quiera!”. Coincide con la descripción de la pelea de gallos en los poemas

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y el determinismo geográfico. Utiliza los gallos comometáfora del ser puertorriqueño desde la perspectivade este mestizaje dañino, que en palabras de JuanG. Gelpí, da como resultado un concepto de naciónenfermiza e infantilizada (1992:18). Es en el capítulotitulado “El hombre y su sentido” donde aparece la citaque hace alusión directa a los gallos como metáforadel tipo puertorriqueño que ha venido describiendo:En cierto modo la riña de gallos resultaaclaratoria de lo que somos. Nuestrodeporte nacional no es una aficiónexclusivamente nuestra. Con todo y esoparece que se descubrió para nosotros;es un deporte en que no interviene elarrojo individual, como en el toreoespañol, ni la acción coordinadacomo en el foot-ball inglés o el baseballnorteamericano. Nos quitamos deencima toda responsabilidad dejandoque los gallos resuelvan el asunto; asínadie pondrá en tela de juicio nuestraaptitud para la acción conjunta. En lagallera—seis chorreaos cantaores—descargamos un poco la congestiónde impulsos que nos bullen por dentroy una vez más dividimos la griteríainsular en dos bandos opuestos

(1992:34). 1

Aunque visto desde una perspectiva “enfermizae infantilizada” de nuestro “tipo”, “en cierto modo lariña de gallos resulta aclaratoria de lo que somos” esotra definición de nuestra identidad distinta que viertePedreira en Insularismo. Pedreira es quien declara porprimera vez que El Gíbaro refleja “el alma de PuertoRico” (1992:51). Sin embargo, critica esas “andrajosasdécimas jíbaras más pesadas que un paquidermo”(1992: 59). Al parecer, la representación de lo gíbaro 2

1 El subrayado es mío. 2 Forastieri, en su estudio crítico de El Gíbaro, señala que el uso de la g por parte de Alonso corresponde a un uso diacrítico, es decir, a un recurso de representación más que

en Pedreira era más importante que el mundo deljíbaro. Alonso cuestionaba la utilidad de la galleratoda vez que declaraba su pronta desaparición. Peroen la década del 30 Pedreira se topa otra vez con losgallos, tradición viva, para declararla metáfora del serpuertorriqueño incapaz de resolver por sí mismo losmales que le aquejan “dejando que los gallos resuelvanel asunto”. Adelante en el texto, en el capítulo “Heaquí las raíces”, hace notar que “una puerta abierta anuestras ansias de libertad es la metáfora”, siendo elarte galleril una de ellas:Una puerta abierta a nuestras ansiasde libertad es la metáfora. El lenguajede nuestro estudiante, de nuestrocampesino y de la masa del pueblo esuna maravillosa sucesión de metáforas.Los oficios, la gallería, el hipódromo,la política, son hornos de permanenteshornadas metafóricas. Y así tieneque ser en un pueblo cuya metáforapor excelencia es su propia vida…(1992:142).

Desde la perspectiva biologicista, pero con unenfoque radicalmente opuesto, Nemesio R. Canales sedecanta a favor de las peleas de gallos: “Quiero darmeel gustazo de declararlo de manera pública y solemne:me gustan, me enamoran los gallos y las riñas degallos” (1974: 22). Para Canales las riñas de galloseducan y enseñan acerca de la naturaleza de los seresvivos y la vida misma:Y me gustan las riñas de gallos, porque,además de distraer, educan, enseñan;porque cada una de ellas constituyeuna lección objetiva de admirables

de descripción: “La ge arcaica es un marcador distintivo en Alonso de su propuesta de escritura, que lo distancia de el jíbaro, de la jibaridad que, sin embargo, es icónica en su obra: “Esta vacilación, como todas las demás, confirman la función diacrítica que Alonso quiso imprimirle a la letra para el diseño de su composición a manera de una excepción grafémica sostenida a dos tiempos, entre la tradición y el progreso, con el trazo de esa continuidad”, “Una ciudad que ya no existe”, p. LVII.

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secretos biológicos, revelándonoscómo el instinto es ley de vida en losseres, cómo se transmiten los rasgosfisiológicos más nobles por herencia,cómo la naturaleza en eterno acechodirige por sendas cada vez mástortuosas la marcha de su ejército deformas hacia ignotas pero presentidascumbres (1974:22-23).Además, exalta la figura del gallo y dice quedeberíamos imitarlo pues en él se encuentran unidos“amor y lucha”. Sin decirlo abiertamente, en sudefensa del arte galleril sale en defensa de aquello quedebemos ser como puertorriqueños. Nuestra principalcaracterística definitoria debe ser la capacidad de amary luchar: “Las dos fuerzas perennes y augustas queregulan el ritmo portentoso de la vida” (1974: 22).

En su Galería puertorriqueña de 1958, ManuelFernández Juncos dedica dos artículos al arte galleril:“El gallero” y “El coleador”. Fernández Juncos le llamael “arte de gallear” y no desconoce los estrechos lazosentre el gallero y su gallo: “El gallero se identifica,hasta cierto punto, con sus gallos. Cuando ganan,se llena de regocijo: cuando pierden, se entristece yse avergüenza” (1958: 157). Lo describe como unhombre entre los 30 a 50 años, “y su color de negro ablanco inclusive, aunque este último es más de ley…”Señala que gana mejor que un maestro y dice que“ambos tienen la delicada misión de instruir y cortarla pluma a sus alumnos respectivos” (1958:153).

Por su parte, en “El país de cuatro pisos”,José Luis González cuestiona cómo la “jibaridad”fue escogida entre los grupos marginados de lasociedad para erguirse como prueba fehaciente de unser nacional formado y forjado por nuestra literatura(1998: 37). 3 De manera inédita, en su ensayo “El país

3 “El “jibarismo” literario de la élite no ha sido otra cosa, en el fondo, que la expresión de su propio prejuicio social y racial…el mito de la “jibaridad” esencial del puertorriqueño sobrevive tercamente en la anacrónica producción cultural de la vieja élite conservadora y abierta o disimuladamente racista.”

de cuatro pisos” dice González que la africanía, y, por ende, la afrocaribeñidad son el fundamento de nuestra definición de la nacionalidad. Ante la imposibilidad de huir a otras tierras por su condición de esclavos, y a causa de su condición de empobrecimiento, forman la base de nuestra cultura, el primer piso. Por eso arremete con tanta fuerza contra el primer libro que la generación treintista acoge como líder del canon literario puertorriqueño al señalar que esa “jibaridad” exaltada en el texto alonsino no forma la base de nuestra cultura. Pero en esa embestida de gallo giro, se lleva por delante el valor literario de un texto que lejos de querer forjar en 1849 un concepto o interpretación de nacionalidad, quería junto al Buen Viejo, Francisco Vassallo y Forés, preservar una tradición, y, como señala Forastieri, llevar en su literatura los conceptos velados de transición y progreso. Velados, y aquí sigo al investigador Félix Córdova, porque Alonso escribe tras una máscara, la que aprende a utilizar hábilmente para escapar de la censura (1997:139-56).

En el ensayo de González, “Literatura e identidad nacional en Puerto Rico”, aparecen los gallos entendidos desde el naturalismo de Zeno Gandía: Los gallos de pelea que años después describirían con fervor nativista los más celebrados vates del patriotismo lírico, los ve Zeno con óptica muy distinta, hija de su positivismo progresista: “Estaban deformes: les habían cortado las plumas del cuello y la cola, y en aquella ridícula desnudez parecían aves raras y repugnantes… Esta actitud entronca directamente, sin duda alguna, con aquel desdén por “las vulgares coplas de Navidad” que expresaban los jóvenes autores del Aguinaldo Puertorriqueño de 1843 y con aquella conciencia de “lo antiguo

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que va desapareciendo” manifestada sin ánimo añorante por Manuel Alonso en El gíbaro (1998:66-67). Intriga cómo leyó José Luis González el texto alonsino. Si bien no sabemos a ciencia cierta si Alonso escribía con o sin “ánimo añorante”, también es cierto que escribió de los gallos con apasionamiento y amplio dominio de la cultura popular. La misma cultura popular que defiende González como la base de nuestra nacionalidad versus la cultura de la élite. La visión de Zeno Gandía en nada concuerda con la descripción que hace Alonso de la preparación de los gallos antes de ir a batirse. En Alonso todavía no hay una mirada de país enfermo que sí hay en Zeno Gandía. González no toma en consideración que los gallos eran la primera distracción de ese primer piso formado por los marginados de la sociedad puertorriqueña ni toma en cuenta el conocimiento profundo que tenía Alonso de la cultura popular.

En el texto fundacional de nuestras letras los gallos de pelea fueron tema de un cuadro de costumbres y dos poemas escritos en verso menor. A Manuel A. Alonso le gustaban los gallos, de otra forma no se explica ese vasto y profundo conocimiento que expone en el ensayo “La gallera”. Allí no deja de asombrar ese vocabulario amplio que solo el que está adentro del juego puede llegar a dominar con tanta destreza. Alonso nos lleva de la mano por los diferentes nombres para los gallos, las diferentes tareas del gallero y los diversos nombres que tomaban las peleas, entre ellos el denominado “desafío”. En “La gallera” dice Alonso que “…hay una clase sobre todo, llamada gallo inglés, que es el compañero inseparable del gíbaro”(2007:84). Jíbaro y gallo inseparables y de algún modo, metáfora viva de la identidad puertorriqueña que en el siglo XIX de nuestro El Gíbaro y nuestras Tradiciones y leyendas puertorriqueñas era una identidad en ciernes. Cabe añadir que a esa afrocaribeñidad que define González se sumó el jíbaro y su gallo. Ya lo

dijo Fernández Juncos que su tono de piel va del negro al blanco, aunque este último prevalezca en el arte de gallear.

Salvador Brau en su prólogo “A quien leyere” del segundo tomo de El Gíbaro (1883), destaca que para Alonso las peleas de gallos son asunto difícil de resolver. A esto añade Brau: “Y a fe que le sobraba razón; como que había de tropezar con la exigencia de las rentas públicas que con los arrendamientos de las galleras se nutrían, al par que con la susceptibilidad de “aquellos hombres de obligaciones…” (2007:21) que iban con su gallo buscando contendientes.

El ¿cómo somos y el qué somos? de Pedreira

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así como la pregunta que intenta responder González en sus “notas para una definición de la cultura puertorriqueña”, siguen siendo objeto de debate. El arte galleril, los gallos y la gallera son, en la talanquera literaria de Puerto Rico, desde el XIX, y las décadas del 30, 50, y 80, cuando escribe González, un gran tema de la literatura nacional. Ese jíbaro y su gallo son el “alma de Puerto Rico” en la literatura que hemos venido entretejiendo hasta aquí: Alonso, Coll y Toste, Pedreira, Canales, Fernández Juncos y González.

Pero los gallos también son fiesta, regocijo, algarabía de pueblo. Allí se unen las diferentes estratas sociales, tal como ocurría también en las fiestas de San Juan y San Pedro. Señala Coll y Toste en sus palabras iniciales del relato estudiado aquí que “El regocijo público llegaba a su colmo. El pueblo andaba placentero y parlanchín. Y los repiques de las campanas de la parroquia llenaban la atmósfera lareña de notas alegres”. Todo esto por el desafío de

gallos que se iba a dar en el pueblo de Lares entre dos gallos de casta, famosos por sus victorias: el Liberal de Arecibo y el Voluntario de Lares. Promete nuestro autor que nos va a narrar un suceso que dejó perplejos a los habitantes del pueblo, pero antes Coll y Toste describe muy bien la pelea, descripción que puede servir de texto complementario a “La gallera” de Alonso para ampliar el panorama que se tiene de los gallos en el siglo XIX:

El juez de gallera tocó la campanilla y puso el reloj de arena a la vista, para cuando hubiese necesidad de careos. Hubo relativo silencio. Quedaron solamente los coleadores en el palenque, cada uno con su gallo en mano. Al segundo aviso del juez, que gritó: “¡A pelear!”, se soltaron los campeones.

Los gallos, bien adiestrados, empezaron la riña tirándose de afuera algunos golpes. Eran muy ágiles. Pero los gallos de desafío pronto se van al pico. El Voluntario abrió brecha primero. El Liberal, herido, apechó rudamente contra su adversario sobre su ala derecha, entorpeciendo la lucha. El circo se tiñó de sangre. El público empezó a gritar y a hacer apuestas dando gabelas. Todas eran a favor del gallo de Lares. Los partidarios del Liberal aceptaban las apuestas por pundonor galleril. También tenían la esperanza que el campeón de Arecibo no había entrado en su pelea favorita: era gallo de salida (2007:II, 236). Este fragmento pone en evidencia el conocimiento profundo que también tenía Coll y Toste del arte galleril. El relato deja que las explicaciones de Alonso en “La gallera” cobren vida: el trabajo de los

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coleadores, los tiros de afuera, irse al pico, ser gallo de salida, todo está explicado en las páginas de El Gíbaro, costumbres vivas en Tradiciones y leyendas puertorriqueñas.

Entrada la pelea alguien grita que el Voluntario tiene que ganar “¡Aunque Dios no quiera!” El blasfemo grita dos veces en la gallera: De pronto surgió una voz ronca y aguardentosa que gritó: --¡Da el último golpe, Voluntario, porque tú tienes que ganar aunque Dios no quiera…! Muchos rieron y otros aplaudieron la ocurrencia (2007:II, 236). Al segundo grito del blasfemo perdió el gallo de Lares ante la embestida del Liberal de Arecibo. El título del relato encierra la blasfemia que en un momento hace reír y aplaudir a la concurrencia para luego volcarla en contra del blasfemo ya que Voluntario pierde la vida en el juego, mientras los asistentes pierden también el dinero de sus apuestas. No lo encuentran. En su lugar queda un intenso olor a azufre. El diablo, evocado en la figura de Barrabás en el poema de Alonso que discutiremos adelante, ocupa un espacio importante en el espacio profano de la gallera, disimula su presencia entre los concurrentes, toma disfraz humano, pero actúa libremente en un lugar que compite con la iglesia pues al decir de Alonso: Cuando se trata de fundar una nueva población no es extraño ver que aparece este edificio mucho antes que la iglesia, y en no pocos parajes en que el número de casas de campo es crecido, estando a alguna distancia de los pueblos, se ve también que le hay, si bien falta una ermita o capilla (2007:84).

En este relato conocemos la inclinación de Coll y Toste por el juego de gallos porque es una ejemplificación viva de lo que ocurría en el palenque.

Los datos de Alonso cobran vida, y no entendemos alcoleador, ni al gallo, ni al gallero por su descripciónsino por su lugar en la acción del cuento. La galleraes el espacio contrario a la iglesia, un lugar dondese puede reír a coro de una blasfemia sin mayoresconsecuencias, pero hay que preguntar por qué, siesto se debe a que los gallos son también la fiesta, elcarnaval.

Así ocurre en los poemas de Alonso “Unapelea de gallos” y “A mi amigo D. Miguel Delgado”donde se puede escuchar a la gente en el palenque. En“Una pelea de gallos” también hay blasfemia: “Boyar infierno a entregalme a Barrabás, que de rabialya me quemo”(2007: 91). El poema da cuenta de undesafío, la presencia de gallos de muchos pueblos dela isla. Tuvieron que hacer careo. Con la jocosidad yla ironía típicas que le caracterizan desde el Álbumpuertorriqueño, 4 Alonso pone la blasfemia en bocadel gallero perdedor. El contendiente del protagonistahace trampa empujando su gallo contra el suyo en latalanquera. La pelea entre ambos inicia cuando “arsentil mental mi mae/peldí el juisio poy completo,/yoyviándome dey sitio,/de la gente y de mí mesmo,/cogíey gayo pol las patas/ y se lo espeté en los besos…”(2007:95). El protagonista declara que va al infierno aencontrarse con Barrabás por la rabia que lleva dentrosin “mi gayo, sin un medio,/ sin casne y sin mascaúra/de tabaco malo o bueno” (2007:95).

Para Alonso la gallera es el sustituto de laiglesia, allí donde se celebra un culto idólatra. Enambos autores la balsfemia está asociada al juego degallos, entre otras cosas, porque la fiesta, según Bajtin,en este caso la fiesta de los gallos, permite la injuria yla blasfemia:Lo que nos interesa más especialmenteson las groserías blasfematoriasdirigidas a las divinidades y que

4 Recordemos el poema “La fiesta del Utuao” que aparece por primera vez en el Álbum puertorriqueño y que luego se traslada a El Gíbaro.

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constituían un elemento necesario de los cultos cómicos más antiguos. Estas blasfemias eran ambivalentes: degradaban y mortificaban a la vez que regeneraban y renovaban. Y son precisamente estas blasfemias ambivalentes las que determinaron el carácter verbal típico de las groserías en la comunicación familiar carnavalesca. En efecto, durante el carnaval estas groserías cambiaban considerablemente de sentido, para convertirse en un fin en sí mismo y adquirir así universalidad y profundidad. Gracias a esta metamorfosis, las palabrotas contribuían a la creación de una atmósfera de libertad dentro de la vida secundaria carnavalesca (2003:21).

Por otra parte, podemos usar la definición de Alonso del “desafío” para analizar la importancia que tiene esta tradición en Coll y Toste: Los desafíos, que no son más que la reunión en un pueblo de los gallos más famosos de muchos de los circunvecinos, se anuncian con grande anticipación, y se verifican en días señalados. Algunos antes empiezan a llegar los campeones, conducidos con grandísimo cuidado: un hombre lleva una vara al hombro, y de ella penden cuatro, seis u ocho gallos, en su saco cada uno; así son trasladados hasta a ocho y diez leguas de distancia. Llega por fin el día deseado: toda la población se inunda de gente, una gran parte de la cual no tiene otro objeto que ver jugar un gallo conocido, y para esto ha hecho a pie muchas horas de camino. En la

pelea se sigue las mismas reglas que en los casos ordinarios, con la única diferencia que se atraviesan mayores

cantidades, y que el concurso es mucho más numeroso (2007:90).

Por otro lado, en su poema “Mariyandas de mi gallo”, Luis Lloréns Torres termina con un desafío que dice: “Gallo que los tiene azules,/es el que los

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sueños míos/ensueñan en desafíos/que el campo tiñande gules./Que su plumaje de tules/la lid desfleque ydesfibre./Y que cuando cante y vibre,/al lanzarse ala pelea,/su cantode plata sea:/¡vivaPuerto

Ricolibre!”(1987:144).Algo así ocurre conel relato “¡AunqueDios no quiera!”de Coll y Toste.El relato tiene otradimensión

quelo emparenta conlas

intencionesde Lloréns en elpoema

citado.Es una alegoríapolítica

quede modo muyvisible deja verla afiliación denuestro escritor alPartido Liberal. 5

Como se havisto en el resumendel cuento de Colly Toste, contrarioa todo pronósticoa favor del gallode Lares, elgallo Liberal deArecibo gana la

5 Así lo señala Edna Coll en su Síntesis de estímulos humanos: “Cuando en 1897 se firmó el pacto sagastino que dividió a la Isla en dos departamentos regionales, Coll y Toste fue nombrado gobernador regional de la parte norte de la isla, puesto que desempeñó hasta concedérsele a la Isla la autonomía, implantada por el general Macías. Para esa época ya Luis Muñoz Rivera había fundado el Partido Liberal y don Cayetano fue uno de los directores de dicho partido”(1970:36)

pelea. ¿Hasta qué punto los gallos representan aquí la adscripción a un partido político y su ideología? Gana el gallo, y gana también la ideología del partido. Gana el gallo, y gana también la identidad nacional en la costumbre, y la tradición que pervive. De forma sutil, pero también con la intención de evidenciar sus posturas políticas, Coll y Toste nos da un texto rico para entender la fiesta popular alrededor del llamado “desafío” de gallos y un texto alegórico que deja en claro que esa identidad nacional debía ser forjada desde las filas de su partido Liberal. El gallo Liberal de Arecibo, de donde es oriundo nuestro autor, gana la pelea en la talanquera, espacio que remite a la Isla por su circularidad y por estar rodeada de un mar de gente apostando al gallo de mejor casta.

II. La imagen de los gallos: metáforas del fuego y la tierra

Hasta aquí se ha visto en detalle en qué consisten los relatos de Alonso y Coll y Toste sobre las fiestas populares de Puerto Rico en el siglo XIX. También se vio el poema “Una pelea de gallos”, el ensayo “La gallera” de Alonso y el relato “¡Aunque Dios no quiera!” de Coll y Toste para comprender mejor la fiesta del palenque. Sin embargo, no queda claro todavía la necesidad de la comparación, contrastación y depuración de estos relatos. Aunque sus coincidencias son obvias, como se ha visto hasta aquí, falta por explicar la intención de ponerlos uno al lado del otro.

Me pareció pertinente hacer una comparación con El Gíbaro de Alonso llegado el tema de las fiestas populares para adelantar la hipótesis que sugiere que Coll y Toste también escribía—con él vale más hablar de la escritura como un proceso que como algo acabado—un cuadro de costumbres al modo alonsino, y que por esto puede verse como un escritor costumbrista tardío que no ha sido leído de esta forma.

Si mi hipótesis es correcta, entonces hace falta

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una lectura combinada de los textos de Alonso y Coll y Toste que se dedican a las fiestas de pueblo, a la algarabía colectiva. Y me refiero exclusivamente a las fiestas porque fuera del relato de “El pájaro malo”, estos dos autores solo coinciden en la descripción de las fiestas de gallos y de las carreras de caballos. “El pájaro malo” de Alonso y Coll y Toste no tienen punto de comparación alguno, son textos radicalmente diferentes.

¿Por qué le prestan igual atención a las fiestas populares? Pienso que Alonso pone especial énfasis en estas fiestas porque le preocupa su desaparición y también su permanencia, basta leer lo que dice al final de su ensayo “La gallera” para comprender que no estaba a favor de este deporte, arte, o fiesta. Coll y Toste sigue a Alonso, y esta es mi segunda hipótesis, otra razón por la cual me detengo en El Gíbaro. Coll y Toste fue buen lector de El Gíbaro y admirador del “ilustre patricio” Manuel A. Alonso. No cabe duda que en lo que respecta a las fiestas aquí descritas lo sigue puntualmente. Coll y Toste no solo lo leyó sino que leyó entre líneas la encomienda de contribuir a la pervivencia de la tradición dejándola registrada en un libro.

De los gallos, sin embargo, no puede afirmarse con Alonso que estaban destinados a desaparecer. Hoy en día es una de las tradiciones más vivas de Puerto Rico y los textos analizados aquí, sobre todo el poema de Alonso y el relato de Coll y Toste, nos dejan ver de alguna manera cómo era esta tradición en el Puerto Rico decimonónico: ¡una fiesta! Una fiesta de pueblo que se traducía en fiestas patronales donde estaban presentes las jugadas de gallos, en especial, los desafíos que ya hemos descrito. Una fiesta que irrumpe en el día a día, en la cotidianidad y las formas convencionales de la sociedad para alterar el orden de las cosas e imponer otro orden de cosas, el de la fiesta o el carnaval.

También hace falta ver en detalle que estas

fiestas populares tienen en común el protagonismo de dos animales que son caros al ser colectivo por el júbilo y el goce que traen consigo. Los gallos son símbolo de estas fiestas, pieza clave para entenderlas y por eso Alonso y Coll y Toste se detienen a describirlos tan puntualmente, son parte esencial de la “risa carnavalesca”, del juego y el azar. Pero antes de entrar en la imagen del gallo, hace falta expresar con Bajtin que estos animales iban atados al cuerpo colectivo, al pueblo: Además, ese cuerpo abierto e incompleto (agonizante-naciente-o a punto de nacer) no está estrictamente separado del mundo: está enredado con él, confundido con los animales y las cosas. Es un cuerpo cósmico y representa el conjunto del mundo material y corporal, concebido como lo «inferior» absoluto, como un principio que absorbe y da a luz, como una tumba y un seno corporales, como un campo sembrado cuyos retoños han llegado a la senectud. (2003:30). Los gallos están enredados con el cuerpo carnavalesco, colectivo, social y puertorriqueño.

Por otro lado, los gallos son alegoría y metáfora. Alegoría del partido Liberal y la isla independiente del yugo de la Metrópoli, y metáfora cuyos múltiples sentidos procederé a desentrañar en breve. Pero antes hay que aclarar por qué conviven en estos textos la metáfora y la alegoría. Siguiendo a Ricoeur en La metáfora viva se puede describir la alegoría como “familia de la metáfora” (2001:86). La alegoría “presenta un pensamiento bajo la imagen de otro, más adecuado para hacerlo más sensible o más incisivo que si fuera presentado directamente y sin velos” (Ricoeur 2001:86).

En el texto “¡Aunque Dios no quiera!” de Coll y Toste los gallos sí son alegoría del partido Liberal y

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su ideología, pues el partido se presenta bajo la imagendel gallo, lo que hace de esta presentación del partidoalgo más incisivo y sugerente. Resulta interesanteque el símbolo representa mientras que la alegoríapresenta el otro significado. La paloma representa lapaz mientras que los gallos presentan de una formanovedosa, incisiva y sugerente al partido Liberal.Por otro lado, la distinción entre alegoría y metáforaexiste y consiste en que la metáfora “presenta un solosentido verdadero, el figurado, mientras que la alegoría“consiste en una proposición de doble sentido, literaly espiritual, al mismo tiempo” (Ricoeur 2001:86).La metáfora se opone a la presentación alegórica quefacilita el segundo significado porque no presenta,sino que crea un sentido, el figurado, que en materiade gallos se multiplica y revela múltiples sentidosverdaderos.

En cuanto al valor metafórico de los gallosdiré que, en principio, los gallos representan el juegoentre la vida y la muerte, tan propio de los significadosdel carnaval descritos por Bajtin:La muerte es, dentro de estaconcepción, una entidad de la vida enuna fase necesaria como condiciónde renovación y rejuvenecimientopermanentes. La muerte está siempreen correlación con el nacimiento,la tumba con el seno terrestre queprocrea. Nacimiento-muerte y muertenacimientoson las fases constitutivasde la vida, como lo expresa el espíritu de la Tierra en el Fausto de Goethe. 19La muerte está incluida en la vida ydetermina su movimiento perpetuoparalelamente al nacimiento. Elpensamiento grotesco interpreta lalucha de la vida contra la muerte dentrodel cuerpo del individuo como la luchade la vieja vida recalcitrante contra la

nueva vida naciente, como una crisis de relevo (2003:52). Y, ¿qué son los gallos sino la puesta en escena de esa dualidad? Los gallos son metáfora de la dualidad nacimiento-muerte y muerte-nacimiento, y, por tanto, encarnan el espíritu de la Tierra. En la talanquera muere un gallo mientras el otro aletea y da muestras de una vida impetuosa. El gallo que muere en combate regresa a la fuente terrestre, mientras el otro sigue generando vida, ambos representan un ciclo, esa correlación que es la “condición de renovación y rejuvenecimiento permanentes”.

Nace el gallo y con él nace la figura del gallero. Muere el gallo y con él muere el gallero. No en balde los autores que hemos analizado aquí al hablar de los gallos siempre lo hacen en función de un elemento característico del puertorriqueño: el gallo es parte del jíbaro o el gallero es su gallo. En este sentido, cuando muere el gallo también muere algo del gallero.

Los gallos son metáfora del fuego. La pelea de gallos es “jugar con fuego” en la medida en que el orden establecido socialmente se altera en la gallera para instaurar otro orden que no tan solo permite la blasfemia sino que también, al expresar el nacimiento y la muerte a la misma vez, sin ver en ello una oposición, pone en juego las ideas de la Iglesia donde sí hay una oposición entre nacimiento y muerte. La redención viene por el juego, la risa, la fiesta. Además, los gallos son un arte y un juego a la vez, divertido y siniestro donde predomina el baño de sangre, también fuego. El gallo mismo con su cresta roja no es otra cosa que una llama, como me hace pensar Bachelard (2002).

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Fragmento del capítulo final de la tesis Etnopoética de Tradiciones y leyendas puertorriqueñas de Cayetano Coll y Toste.

Todas las pinturas del artículo son de Pablo Picasso.

Repasar la historia, ser parte de la historia

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1 de febrero de 2019

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