7 minute read

Fernando Picó

Fernando Picó, el barrio de Caimito y su Mercado Agrícola, Haydée Colón

Rodney Lebrón Rivera

Fotos de Ricardo Curet Agrón y Jorge Rosario

Recuerdo ese primer día cuando comencé mis estudios en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Anteriormente, había cursado estudios en el Departamento de Comunicación y, más adelante, me reclasifiqué en el Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Humacao. Al tomar todos los cursos ofrecidos en Humanidades y con la insistencia de mi director de departamento, el actor y profesor José Eugenio Hernández, gestioné la admisión al Recinto de Río Piedras. Para ser más preciso, al Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades. Aún persiste en mi memoria el hecho de que al llegar a las clases del mencionado Departamento me encontraba perdido frente a la discusión de conceptos como la representación, el género, el discurso y la ficción.

Por los pasillos de los edificios Luis Palés Matos, Felipe Janer y en la biblioteca del Centro de Investigaciones Históricas, siempre veía a un señor con guayabera blanca y sus cuatro bolsillos repletos de papeles y bolígrafos. Aún no había tomado ningún curso de teoría-metodología histórica y no reconocía el trabajo arduo que conlleva una investigación en el campo de la historia. Al ver a este señor con todas sus libretas y bolígrafos siempre pensaba que parecía un “school supply ambulante”. No sabía a qué se dedicaba y mucho menos conocía su nombre. A la vez que iniciaba mis cursos en la “disciplina” de la historia mis compañeros de bachillerato más cercanos me hablaban de un tal Picó y sus aportaciones a la historiografía puertorriqueña. Posteriormente, con el pasar del tiempo y en conversaciones de pasillo, registré que el “school supply ambulante” era Fernando Picó.

Llegó el momento de cumplir con el requisito de los seis créditos en historia de Europa que exige el Departamento de Historia. Las clases que seleccioné fueron: Problemas del mundo contemporáneo con el profesor Carlos Pabón Ortega y, el segundo curso, El mundo medieval con Fernando Picó. Para mediados de ese semestre me encontraba preparando una bibliografía para una monografía sobre la batalla de “Las Navas de Tolosa”. En el catálogo en línea del Sistema de Bibliotecas de la UPR-RP eran escasas las referencias bibliográficas sobre la batalla que me proponía estudiar y al finalizar una clase recurrí al profesor Picó para explicarle que cambiaría de tema, que me encontraba frustrado, y que no existían libros en la biblioteca José M. Lázaro sobre tal batalla. Con una sonrisa y mientras recogía sus libros me contestó: “viejo, en la Lázaro existe de todo, pero hay que saber buscar. Te haré una carta para que te dejen entrar al depósito de libros de la sala de Circulación y nunca más confíes en el catálogo en línea”.

Al salir juntos del salón, Picó me invitó almorzar. Me quedé pasmado y sin idea porque nunca un profesor o profesora me había invitado a comer. En aquellos tiempos una invitación a comer no se le rechazaba a nadie porque eran los días cuando me hospedaba y a veces las prioridades monetarias eran otras. Al pasar por el puente de la avenida Gándara me iba percatando que nos adentrábamos a las vísceras del

centro urbano de Río Piedras. En esos momentos mi percepción espacial sobre Río Piedras se limitaba al Refugio, la Avenida Universidad y las librerías de la Ponce de León. Creo que fue con la invitación de Picó que por primera vez expandía mi percepción espacial sobre Río Piedras y quedó sembrado en mi una curiosidad por aquel extinto municipio que hoy día ha sido convertido en eso que Zygmunt Bauman llamó una “comunidad de carnaval”. 1

El destino que tenía previsto Picó para nuestro almuerzo era la cafetería El Nilo en la avenida Ponce de León. Ya ordenada nuestra comida y el tradicional postre para concluir la degustación alimentaria, comenzamos a dialogar sobre mis preferencias historiográficas y sobre lo que quería investigar en la clase de metodología. Le deje saber que me interesaban los comunistas, que quería investigar sobre organizaciones comunistas en Puerto Rico, pero no conocía nada sobre ellas. Entre arroz, pollo frito y habichuelas, Picó me recomendó el texto: Desafío y Solidaridad. Breve historia del movimiento obrero puertorriqueño de Gervasio L. García y Ángel G. Quintero Rivera y me habló sobre los determinismos teóricos que trae consigo el materialismo histórico. Fue entonces cuando por primera vez escuché sobre la escuela historiográ-

1 Refiérase a https://catedraepistemologia.files.wordpress. com/2009/05/modernidad-liquida.pdf. Pp 211. Consultado el 26/09/ 2016.

fica francesa conocida como los Annales. Mi primera lección sobre teoría de la historia me fue impartida por Picó en una cafetería del centro urbano de Río Piedras mientras se acercaba una señora que vendía billetes y Picó le compró unos numeritos. Comprados los billetes partió la hoja por la mitad y me regaló una de las mitades diciéndome: “si nos pegamos te vas a viajar para Francia”. No sabía el porqué de ese destino pero, lamentablemente, no tuvimos suerte.

Saliendo de la cafetería y con un sabor amargo por los señalamientos de Picó sobre el materialismo histórico, el hombre cuya guayabera blanca estaba repleta de bolígrafos y tarjetas me invitó a tomar café en la Librería La Tertulia. Para aquel entonces el café y mi estómago no se llevaban con cordialidad y había decidido evitarlo. En mi mente, y sabiendo de antemano lo que me esperaba, me dije “que se joda, me voy con Picó a beber café y le seguiré hablando del materialismo histórico”. Ingenuo yo, me decía ante lo expuesto por Picó: “Cómo es posible que en esta universidad alguien no crea en el materialismo histórico”. Llegamos a la librería y nos sentamos en una de las mesas. Entre café en mano, el ruido de las conversaciones de La Tertulia, y mi temor estomacal, le comenté a Picó de forma ingenua lo que yo entendía eran características positivas del materialismo histórico.

Le riposté alegando que con el materialismo histórico se podían estudiar los marginados. Picó me miró fijamente y rápidamente en su expresión facial se marcó su peculiar sonrisa y me comentó: “Viejo, cuidado con el materialismo histórico y los marginados. Dentro de ese esquema los marginados son reducidos a cifras y estadísticas. Existen otros enfoques teóricos e historiográficos que te permitirán apreciar desde una óptica dinámica la figura de los marginados”. Al salir de la librería y cada cual tomar su respectivo destino, lo explicado por Picó se me quedó en la cabeza y para colmo sin entender un pepino. Posteriormente, a medida que me iba desarrollando como estudiante, fui descifrando esa lección que, entre el café y los libros de La Tertulia, me ofreció Fernando Picó.

Agraciadamente, una lectura que me ayudó a comprender lo expresado por Picó aquel medio día fue su libro El día menos pensado. Historia de los presidarios en Puerto Rico (1793-1993). En este libro Picó presentó una propuesta a la historiografía puertorriqueña que abogaba por una historia de los que han estado en los márgenes de los relatos historiográficos. Partiendo de esta premisa fue que Fernando Picó publicó en 1989 el texto Vivir en Caimito, una historia atrevida historiográficamente hablando sobre uno de

los barrios marginalizados de la capital de San Juan. 2 Uno de los aspectos que motivó a realizar una investigación sobre este barrio fue el hecho de cómo Picó impulsó proyectos comunitarios desde el Noviciado Jesuita en el sector Chapero de Caimito.

Es en este texto que Fernando Picó ofrece una manera alterna a la historiografía puertorriqueña para acercarse al pasado. Punto cardinal de este libro sobre la historia de Caimito es historiar; como pronunció Picó en el texto De la mano dura a la cordura. Ensayos sobre el estado ausente, la sociabilidad y los imaginarios puertorriqueños, la sociabilidad puertorriqueña con el propósito de “delinear un Puerto Rico posible, un Puerto Rico vivo, solidario y feliz”. 3 Ante un estado ausente en Caimito; al igual que en otros pueblos en Puerto Rico, es que históricamente se han forjado en este barrio largas tradiciones de solidaridad, que según Picó, datan desde el siglo XVIII hasta nuestro presente.

Con la colaboración de la Oficina de Alianzas del Municipio de San Juan y, su directora, Nilsa Medina Piña, hoy día la comunidad de Caimito continúa con esa tradición de solidaridad comunitaria. El Mercado Agrícola de Caimito, Haydée Colón, es ejemplo claro de cómo una comunidad se organiza para concreti-

2 Fernando, Picó, Vivir en Caimito. San Juan, Ediciones Huracán, 1989. 3 Fernando, Picó, De la mano dura a la cordura. Ensayos sobre el estado ausente, la sociabilidad y los imaginarios puertorriqueños. San Juan, Ediciones Huracán, 1999. Pp 65

zar proyectos basados en la gestión comunitaria. En este mercado coexisten residentes de Caimito que participaron de los servicios religiosos impartidos por Picó como también ex alumnos universitarios de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y del Programa de Confinados Universitarios. La celebración de este mercado se lleva a cabo el cuarto domingo de cada mes justo al lado de la Urbanización Montehiedra en el barrio de Caimito. En él podrán adquirir frutas y vegetales frescos, artesanías, piezas de orfebrerías entre otros productos, mientras se deleita de una buena música y una oferta gastronómica exquisita.

Fernando Picó nos visitó en el Mercado Agrícola el 23 de abril de este mismo año deleitándonos con una charla sobre la historia de Caimito y sus vivencias personales historiando la mencionada comunidad. Ese día me comentó: “Rodney, esta actividad es bien bonita. Trataré de venir el próximo mes con mi hermana”. Lamentablemente, eso no sucedió. Picó nos dejó físicamente un 27 de junio de 2017, pero nos confirió un legado y tradición que debemos continuar. Tenemos que seguir esforzándonos por crear una percepción solidaria en nuestra sociedad y, como él muy bien mencionó en sus propias palabras: “delinear un Puerto Rico posible, un Puerto Rico vivo, solidario y feliz”.

This article is from: