28 | Crónicas gonzo

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NĂşmero 28 | Junio de 2012

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DIRECTORIO 10/4 Marco Tulio Castro Director marco@diez4.com Wilberth Chong Jefe de diseño wilberth@diez4.com

CRÓNICAS GONZO

Carlos Aguilar Webmarketing carlos@diez4.com Sergio Nolasco Editor redaccion@diez4.com Dalia Chávez Editor de foto dalia@diez4.com Luis Mario Sarmiento Ilustrador sarmiento@diez4.com Planeación y negocios bisnes@diez4.com Lina Contreras Jefa de ventas lina@diez4.com VENTAS Lina Contreras lina@diez4.com Abril Valdez abril@diez4.com COLABORADORES Andrea Cisneros, Arturo J. Flores, Eduardo Rivera Scott, Fernando Servín, Jorge Damián Méndez Lozano, Laura Sánchez Ley, Luisa Orduño, Yolanda Caballero. CONSEJO EDITORIAL Juan Pablo Proal Rafael Fregoso Ruth Ramírez Quitzé Fernández

En la búsqueda de un periodismo que se disfrute y que presente historias diversas, decidimos meternos al fango. Los ejercicios aquí presentados son crónicas de distintas ciudades y son tan variados como sus autores pero al final de página coinciden en ofrecer una mirada a fondo sobre lo que regularmente se mira por encima. Hay que meterse al fango para encontrar historias interesantes, suele decir el cronista del New Yorker, Jon Lee Anderson. Y el periodista tiene razón: las historias con vida –o con mucha muerte, como se podrá leer en esta edición– no suelen estar en las mesas de redacción, sino en la calle. La propuesta está en lo gonzo, término acuñado por el finado periodista estadunidense, Hunter S. Thompson que gustaba vivir las historias y formar parte de ellas. Con esa premisa, para lograr las crónicas aquí presentes, los autores debieron sumergirse en los temas, convivir con los personajes y ensuciarse las manos. La práctica de campo periodística y de los diálogos está probada. En algunos textos se presenta también la metanarrativa. Esperamos que con esta edición se perciba la interacción entre la realidad cubierta como tema periodístico y la escritura misma, para de esta forma comprometerlos con su entorno.

Diez4 se incubó en: Diez4, año 1, número 28. Junio de 2012. Revista mensual editada y publicada por Editorial Diez4. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier sistema o método del contenido, incluyendo cualquier medio electrónico o magnético sin previa autorización por escrito del director. Derechos de autor reservados en forma y concepto. El contenido de las imágenes, la publicidad y los artículos incluidos en Diez4 reflejan solamente la opinión de sus autores o anunciantes y no representan el punto de vista de Editorial Diez4. Esta publicación se encuentra protegida y registrada ante el Instituto Nacional del Derecho de Autor, Secretaría de Educación Pública, según consta en la Reserva de Derechos No. 04-2011-090909291600-102. Diez4 se imprime en Cias. Periodísticas del Sol del Pacífico S.A. de C.V. Dirección: Rufino Tamayo #4 Zona Urbana Río Tijuana.

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PANTEONES DE BAJA CALIFORNIA AL TOPE

LOS MUERTOS SE ACABAN LA TIERRA

Por: Yolanda Caballero Ilustración y foto: Luisa Orduño

Aquí ni los muertos descansan. «Pos ya vez que están apretujados. Es más, con decirte que mi viejo un día que venía pa’ la casa escuchó unos lamentos. Le dio la vuelta al lugar y ni encontró a nadie, nadie. Son los muertos mija ¡los muertos!». Allí estaba doña Martha, recargada con una mano sobre el cerco de madera de su pequeña casa. Lucía pálida, pelaba los ojos, retenía el aliento y volteaba asustada de un lado a otro, cuidándose de no ser escuchada por las ánimas. Hace años que doña Martha vive en las inmediaciones en uno de los tres panteones que tiene el municipio de Rosarito. El del Ejido Mazatlán, diciendo que los muertos están peor que

nosotros los vivos porque ni muertos tienen paz en los tres camposantos destinados para los 100 mil habitantes de esta ciudad de paso, de repatriados, de narcos, de droga y de indocumentados. «¡No caben, ya no hay espacio para enterrarlos!, se acabó la tierra…», admite el ayuntamiento en voz del administrador de obra pública, José Carlos Gay. Y las cifras refuerzan su dicho: 328 fallecidos durante el 2010; 348 el año 2011 y en este 2012 ya se tienen contabilizados 115. Cuenta que incluso, hace poco el ayuntamiento se dio a la tarea de buscar un panteón clandestino luego que vecinos de El Descanso, una ranchería al sur de la ciudad, denunciaran que por las noches enterraban cadáveres. Hasta la fecha no lo han encontrado.

*** Antes de dejar las flores en la tumba de su madre, Denisse mira por encima del hombro y busca los barrotes que pusieron hace tres años para distinguir (entre las 6 mil lapidas) aquella donde le dieron sepultura. Es la una y veinte de la tarde en el panteón del Ejido Mazatlán. Aunque pasaba del medio día, el cementerio es funesto: el cielo está turbio y se ve una ligera neblina. Denisse Chávez se postra al pie del sepulcro de su mamá. De lado izquierdo, acompañada por su novio le lleva una docena de rosas rojas que contrastan con la lapida vieja, llena de tierra y cochinero encima. Un cochinero que se hizo en menos de dos meses. «Cuando volvimos no sabíamos ni donde estaba mi amá, de la noche a la mañana ya hay un montón de gente


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Pues aquí estamos mire cómo ha crecido el panteón, señorita. Hay unas tumbas casi, casi atravesadas enterrada por aquí, por allá ¡Por todas partes! Sino fuera por los barrotes que pusimos nunca hubiera dado con mi madrecita…». Armando, quien tiene apenas tres meses de velador en el panteón tiene dos principales encomiendas: «Que los malandros, pues no vengan anidarse aquí ¿eh? ni los chamacos de la escuela se vengan a emborrachar». Entre tanta tumba, aquella tarde, el velador Armando admite que él tampoco sabe dónde está la tumba de su madre. «Pues aquí estamos mire cómo ha crecido el panteón, señorita. Hay unas tumbas casi, casi atravesadas», dice mientras limpia una lápida a metros de la entrada para hacerse de un dinerito extra. «No se puede ni caminar, ¡miré nomás todas estas tumbas! cómo es que permitieron que dejaran descansar así a los muertitos casi, encimados unos con otros», platica Isabela Martínez, una señora que a diario, para cortar camino de su casa al trabajo, pasa por el panteón. Porque el panteón no está cercado y los vivos se mezclan con los muertos. Y con los políticos de esta zona también, que no están ni vivos ni muertos, sino que están. Aquí en la Mazatlán, colonia donde se alzan estructuras de concreto junto a arrabales de cartón está también el Comité del Partido Revolucionario Institucional, que se construyó a pie de los muertos.

*** No hay vida que al calor de Mexicali resista sin agua, infierno soberbio de 40 grados centígrados al mediodía. Cuentan que en Mexicali –y hay quienes equivocadamente lo toman a broma–, el calor al mediodía hace que un cofre sirva de sartén cuando se le echa un huevo encima. No hay vida que resista al calor de Mexicali sin agua y hay cuerpos sin vida hartos de agua. Vayamos al panteón Jardín de la Esperanza, ubicado en Mexicali, ciudad centígrado, ciudadano presión arterial baja, conductor lento, calle restaurante chino, cocinero oriental exquisito. Sergio Torres es un extrabajador del panteón que laboró por más de 15 años dedicado a regar y cuidar el césped del camposanto y otras faenas menos románticas. No digo menos románticas porque cuidar plantas en un panteón lo sea, explico, sino porque Sergio Torres solía meter las manos en obras tan escatológicas e increíbles como entrar a fosas para sacar el agua o destapar

mangueras tapadas con cabello, piel y huesos, después de regar en exceso los verdes pastos del panteón. Recuerda con cierta molestia una vez que abrió una tumba para sacar agua, que sus compañeros comenzaron a vomitar, otros a correr y él, ahí abajo sin protección, soportó la peste a un pie de desmayo. Hoy la historia de Sergio está en la cancha legislativa: un diputado que se enteró por medio de un diario de Mexicali de las prácticas metairrigatorias del panteón, consiguió exigirle a la procuraduría del estado, a la secretaría de salud y otros, investigar qué sucede entre esas tumbas. *** La Nueva Aurora es un barrio periférico de Tijuana que no tiene nada de nuevo y menos de aurora. Este barrio salvaje, formado por recolectores de basura y recicladores de metal, es notable no sólo por su pobreza, sino por su insalubridad. Aquí los cadáveres se mezclan con la basura y los


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Una nube apestosa por la mierda, cadáveres y escombros de arrabal hizo inolvidable el día de la explosión. vivos caminan sobre ambos. «Pues en este espacio de descanso, fue planeado el mismo relleno sanitario. Siempre emanaban gases y como era gente de escasos recursos hacían hoyos y cocinaban, por lo que se generó una explosión y un gran incendio que acabó con decenas de viviendas», recuerda el pastor Alberto Rivera, que junto a una asociación civil se dedica desde 1999 a dar asistencia alimentaria y religiosa a los pepenadores de basura de la Nueva Aurora. La explosión sucedió hace más de 20 años, pero las familias siguen aquí, habitando al filo del relleno sanitario y el panteón número nueve y respirando el olor a muerte y mierda. Los vecinos de la Nueva Aurora dicen que todos los días ven transitar carrozas fúnebres que luego sepultan bultos con nombres desconocidos en el camposanto. «Y sale todo el olor, pues no les interesa enterrar a los muertos entre la basura. Lavamos la ropa con enjuagues de diferentes olores, pero el olor a muerte no se retira», narra una vecina. La curva de muertos en Tijuana va así: 3,343 en el 2009; 3,581 en 2010 y en 2011, 3,038 muertes, lo que equivale a un promedio de tres mil muertes anuales cada año, según el registro civil

de la ciudad. Por eso Tijuana, ciudad balas, tiene 12 panteones y ya busca tierra para el número 13. A lo lejos, cruzando el camposanto número 9 para ir de una casa a otra, una mujer acompañada de Mario, su niño de 11 años que se distrajo de su madre y se quedó entre las tumbas jugando con la basura. –¡No toques ahí!, –le grita su madre, que no detiene su paso. Pero Mario juega en las tumbas deslavadas acompañado de un perro desnutrido que mea sobre dos lápidas con querubines pálidos y mugrosos que probablemente adornan las tumbas de dos menores de edad. La señora se llama María Jacobo, tiene 32 años y muchas infecciones. Apenas el mes pasado sufrió una alergia en donde todo su cuerpo se vio repleto de erupciones. –Me gasté muchísimo dinero en medicinas; más de 500 pesos, imagínate, y aun así no se me quitan, el doctor me dijo que todo era por los gases que emanan de las tumbas, –dice mientras enseña el antebrazo y se lo rasca hasta apretar los dientes. –Mamá me duele la cabeza, dice Mario, su hijo. –¿Vez? ¿Qué te dije? Es lo mismo siempre: le duele la cabeza por el olor, refiere. Es biogás, de acuerdo a una investigación del congreso, lo que respiran los habitantes del arrabal. Según el diputado David Lozano, el gas es producido porque la basura enterrada en el relleno sanitario está putrefacta y busca salida entre las tumbas. El biogás es una mezcla de gas metano y dióxido de carbono. Apenas a final de año pasado,

el congreso llamó al estado y al ayuntamiento a que tomaran cartas en el asunto y sugirió expropiar el basurero (porque se le rentó al municipio para vaciar la basura en él) y a aprovechar el biogás. Mientras tanto, las familias del arrabal se enferman, como Daniel, un alumno de primaria que juega futbol. –A mi la verdad, la verdad sí me gusta ir al doctor, por que siento como que tengo algo atorado en la garganta y ya quiero que me cure –dice sonriente y con el balón en las manos. El director de la primaria Baja California, Andrés Jiménez Velasco, dice que les afecta también la quema de basura dentro del mismo cementerio. «Hacen hoyos en la tierra y queman basura». *** Un año después de aquella explosión en la que volaron pepenadores de la Nueva aurora, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía llegó a Baja California a hacer registros. Aquellos aires gasificados de colonia periférica que, sembrada por muertos pintaron un cielo con tierra negra, sucia, pisada, muerta, una nube apestosa por la mierda, cadáveres y escombros de arrabal, hicieron inolvidable el día de la explosión. Y en sus registros, el INEGI marcó un año 2000 con 11 mil 368 muertos. Muertos por toda causa. Diez años después, la cifra fúnebre bajacaliforniana llegó a 15 mil 400. Un aumento del 36 por ciento en diez años para que los muertos comiencen a acabar con los cementerios, si les interesa saberlo.


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JORNALEROS DE ENSENADA ATRAPADOS EN LA EXPLOTACIÓN

PIZCANDO FRESA HASTA LA MUERTE


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Emilia, sin rostro, es una momia entre las 60 mil que salen a las 4:00 de la mañana de las cuarterías – improvisadas chozas de cartón y trozos de madera–, para caminar entre 6 y 8 kilómetros hasta el parque municipal Lázaro Cárdenas Por: Laura Sánchez Ley Ilustración: Fernando Servín

Emilia es la mujer que no existe. A la que el jugo ácido de las fresas que recolecta le deja las manos ardiendo en rojo. Su piel áspera confiesa los surcos andados en la pizca de temporada en el valle de San Quintín, al sur de Ensenada. Dos décadas como jornalera en unas zonas agrícolas mas abandonadas del país, aquí en Baja California, agrietaron la piel que la cubre y por dentro magullaron la fruta de su alma. Enferma, la tierra del Valle succiona la vida de sus 39 años. «Me dijeron que tengo cáncer, que según se curaba, pero como no tengo acta, vengo a ver si puedo sacar mi acta». Hace 17 años que no falta a trabajar. Hoy lo hizo para formarse en un módulo de atención ciudadana –del Partido de la Revolución Democrática (PRD)– y esperar su turno entre varios jornaleros para solicitarle a un diputado local que le ayude a

tramitar su acta de nacimiento, sin ese documento no podrá obtener la seguridad social con la que nunca ha contado. La inexistencia de Emilia en el registro civil y los dolores provocados por el cáncer cervical, han impedido que la jornalera originaria de Oaxaca se despierte cada madrugada y se uniforme: pantalón de mezclilla, tenis, sudadera con capucha y gorra. Para finalizar el ritual, amarra un paliacate que mantiene su rostro alejado de los pesticidas, de las corrientes de aire, del polvo, del frio y del sol. Emilia, sin rostro, es una momia entre las 60 mil que salen a las 4:00 de la mañana de las cuarterías –improvisadas chozas de cartón y trozos de madera–, para caminar entre 6 y 8 kilómetros hasta el parque municipal Lázaro Cárdenas, donde mujeres, niños y hombres aguardan el camión que los transportará a los campos en donde encorvan el cuerpo para pizcar la fresa de esta temporada. Para hacerlo hasta que el cuerpo aguante. A pesar de que Emilia desde hace muchos años sustituyó su idioma natal –el mixteco por el español–, su vocabulario aún es muy limitado y cuando habla de su «asunto» apenas logra hacerse escuchar: habla entre sollozos y murmullos; aspira fuerte y espira muy despacio. Originaria de un pueblo Triqui (uno de los grupos indígenas más relegados de Oaxaca) no está acostumbrada a platicar con extraños. Los primeros días de mayo en una clínica particular le

diagnosticaron la enfermedad y aún no comienza sus tratamientos para curar el cáncer cervical. «A veces se quita poquito, como a las 10 empieza como ahora empieza el dolor en mi cabeza duele, duele bastante». En el rincón a la izquierda de la puerta sentada en un taburete de madera está Emilia: una mujer que sí existe, –aunque el gobierno quiera negarla– enfundada en su larga falda color azul estampada con flores pequeñas, unos huaraches de plástico rojos y una blusa de manta bordada. «A veces me duele mi cabeza, a veces mi espalda, otras un dolor fuerte me pega, vomita….» Cuatro niños pequeños y una adolescente sobreviven de lo que La Mujer que sí Existe gana en el campo: 100 pesos al día, desde que su pareja, también jornalero los abandonó, pero con cáncer cérvico y sin tratamiento, Emilia intuye que alguien más deberá hacerse cargo y Paulina, su hija mayor de 16 años es su única opción. El primer paso que debía tomar su hija era abandonar la escuela. Ya lo hizo: «Sí, deje de estudiar…, nomás para ayudarle a mi mamá». Un señor, uno de los patrones ya la mandó llamar: «Que me quiere para otro trabajo, que a cortar cola de fresa o algo así». Paulina trabajará a pesar de que el artículo 22 de la Ley Federal del Trabajo dice que los menores que no han terminado su educación obligatoria no pueden ser contratados.


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14 Para trabajar en la maquina agrícola hay que recibir el visto bueno del patrón, un hombre que mira de arriba a abajo para ver si rindes, sobre todo si eres mujer.

La máquina agrícola Los ranchos de sembradíos en San Quintín no sólo se avistan por el verdor de la tierra sino por estar amurallados, ya que el espacio al aire libre está flanqueado: troncos rodean los campos limitando el paso «Sólo a personal autorizado». San Quintín se convierte a pasos agigantados en una maquiladora donde hay que hacer el check in pero no existe el check out. Para trabajar en la maquina agrícola hay que recibir el visto bueno del patrón, un hombre que mira de arriba a abajo para ver si rindes, sobre todo si eres mujer. –¿Cuántas cajas de fresa puedes llenar durante la jornada? A 35 pesos cada una. Entrar se rige por las manos encallecidas o el color de la piel: «a ver a ver, tú no eres de aquí, ¿a poco has trabajado en el campo…?», pregunta

desconfiado un hombre que ya ha perdido su nombre y ahora decenas de jornaleros sólo le llaman Mayordomo. Aunque él es otro indígena (igual que Emilia, igual que la hija de Emilia e igual que los 60 mil empleados) que tras 25 años de jornalero le fue otorgado el poder de maltratar a sus iguales. Es un hombre sin más ambición que la de dejar al patrón contento. «Adelante patrón, aquí hay dos mujeres que quieren entrar al campo, dicen venir de Ensenada», dice el mayordomo al patrón, por medio de la radiofrecuencia. Habla cual judicial anunciando excitado algún hecho policiaco a su jefe. Dos horas más tarde el rechinido de llanta anuncia la llegada del patrón, un hombre de baja estatura que desciende con dificultad de una camioneta Toyota Titan 2005 que brilla su pintura negra bajo el sol. Por supuesto que el patrón no es ningún indígena. –Ándeles, ya saben que aquí hay oportunidad para todos, éntrenle pues, que las lleve el Félix (otro indígena comisionado para cuidar la entrada del campo las 24 horas). Caminamos hasta el fondo de un kilométrico campo verde, hasta llegar a los primeros surcos: cientos de cuerpos encorvados hurgan urgentemente sobre la tierra

con la consigna de encontrar las mejores frutas y llenar con ellas las carretillas anaranjadas que se empujan hasta el final del surco, para luego vaciarlo en cajas y así volver a pizcar un nuevo surco, un nuevo surco, otro nuevo surco… «No se me hace tan difícil pero si duele, duele mucho la espalda eso es lo que pesa…, también las manos, te arden las manos y te quedan bien rojas…, pero te acostumbras. Ya parezco una momia así toda vestida», sonríe una jornalera uniformada de rojo, que está aprendiendo a fundirse con las fresas.La comilona de los panistas «Aquí los que mandan es gente que está pesada, de Los Pinos y así...». En el kilómetro 311 de la Carretera Transpeninsular Tijuana-La Paz hay un rancho llamado Los Pinos. Fundado el 24 de agosto de 1952 es uno de los campos agrícolas más antiguos del Valle de San Quintín y destinos favoritos de los políticos. Virgilio López, defensor de las comunidades indígenas, llegó a los 9 años a San Quintín para trabajar como jornalero en Los Pinos, recuerda que cuando Ernesto Zedillo era Presidente llegaba, igual que Carlos Salinas. «El presidente que tenemos ¡ahora sí que pasó todo el día y


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¡Siempre hay mitos!, dice Pablo Alejo López Núñez, encargado de la Secretaria de Desarrollo Social. la noche y amaneciendo al otro día se fue!»… y no se equivoca. El rancho denunciado por niños, hombres y mujeres como un lugar «en donde tratan más mal a la gente», es propiedad de Antonio Rodríguez Hernández, Secretario de Fomento Agropecuario del Gobierno del Estado, «amiguísimo» –dicen los mismos panistas– del Gobernador José Guadalupe Osuna Millán, un panista que presume en sus discursos haber llegado a Baja California desde Sinaloa a trabajar en la maquila. «Antonio Rodríguez es un señor de esos influyentes que apoyó en la campana a Calderón», refieren. Tanto así que el 4 de marzo de 2009, los hermanos Rodríguez organizaron una fiesta privada a Felipe Calderón Hinojosa en el mismísimo lugar; mientras el Presidente de la República se echaba una comilona de tomate gordo, hortalizas y cebollas, más de 500 jornaleros –vejados como esclavos– trabajaban por 100 pesos el día en una de las áreas del campo Los Pinos, a unos 100 metros del presidente. Virgilio López considera que deben estar apoyados por el Gobernador porque cuando denuncian no pasa nada… El señor Calderón, ya bien comido (y probablemente bien tomado), acompañado del

cuerpo de militares del Estado Mayor Presidencial, a bordo de sus relucientes Suburban del año, contrastaron con el pequeño poblado de aspecto árido y desolado. Ningún jornalero logró extenderle la mano roja y quemada a su presidente. ¡Siempre hay mitos!, dice Pablo Alejo López Núñez, encargado de la Secretaria de Desarrollo Social. Dice que siempre los ha habido respecto a las demandas laborales por parte de los migrantes jornaleros. –¿Por qué? –se pregunta al tiempo que se responde sin titubear–. Ah pues les venden algunas condiciones laborales en sus lugares de origen y cuando vienen y se encuentran con otra realidad diferente a las que les prometieron pues. Acepta que nunca serán suficientes los apoyos, aunque «seguirán trabajando en aras de buscar que la gente que habita la zona rural del estado cuente con lo básico». Hasta Renato Sandoval Franco, Secretario del Trabajo y Previsión Social del Gobierno del Estado asegura que puede certificar que en el campo de Baja California se tiene el

registro mayor de trabajadores inscritos en el IMSS. Tal parece que Emilia, la jornalera enferma de cáncer –que en 17 años nunca ha contado con seguridad social– es parte de la minoría. Este es San Quintín, un poblado al sur de Ensenada que el gobierno de Baja California presume así: «una Bahía que se despliega tierra adentro formando un fértil valle agrícola dedicado al cultivo de hortalizas y legumbres». Virgilio López un hombre que dice tener 35 años acabado por la faena en pocas palabras describe el verdadero Valle agrícola:¡Pero aquí los patrones no ven por la gente! Si te ven los mayordomos parados te gritan: ¡Muevete hijo de la chingada! Me ha tocado defender a jornaleras que las tratan de violar. Y ofrece un último mensaje: «Sería mejor que no vengan a San Quintín y le busquen en sus misma tierra, puede ser mucho mejor, aquí lo único que se encuentra es tristeza, si pudieran conseguir para pasaje para venir, no vengan aquí, porque mucha gente del sur ya no ha podido juntar para su pasaje de regreso…».


16 DECLAMANDO POESÍA PARA UN PÚBLICO CACHONDO

LECTURAS PARA EL CINE PORNO Varios artistas se reúnen cada semana en El cine nacional – que ya no es nacional sino pornográfico– a leer poesía y cuentos incorrectos ante una manada de hombres que, falo en mano, escuchan con atención. Se llaman Los viejos puercos.


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Por: Arturo J. Flores Ilustración: Luisa Orduño

Me siento dentro de un libro de Apollinaire, aunque seguro en este lugar no hay once mil vergas sino muchas menos. Y si las hubiera, pesa tanto la oscuridad que resultaría imposible verlas. Faltan diez minutos para que el reloj declare formalmente que son las 4 de la tarde. Con la boca abierta y aspirando con trabajos el aire pesado que inunda la sala principal del Cine Nacional, sigo a Carlos Camaleón en medio de este silencioso cuarto oscuro en el que deben amontonarse decenas de pornógrafos que escaparon del trajín cotidiano para meterse por las pupilas cuantas cantidades de sexo les alcance hasta las 8 de la noche, cuando cierra el cine.

reserva y El vampiro kitsch, que compraba cervezas en el Oxxo ubicado una esquina antes del Nacional. –No nos pagan, pero nos dejan beber –dijo él. Así que llevé otro seis de cervezas y lo acompañé hasta la puerta, donde un cincuentón amanerado vestido de color naranja nos preguntó si nosotros éramos los poetas. –Sí, mi buen Pepe –le contestó mi amigo. Nos ofreció agua de horchata que, como El Camaleón me advirtió, en el slang gay es como se denomina al caldo de semen. –No se crean, es cotorreo. Yo les agradezco que vengan a compartir su poesía –dijo cuando nos condujo a la sala mayor, para que la conociéramos. Dentro debe haber menos de once mil, quizá unas 80 vergas paradas. Medio atisbo en medio

Nos ofreció agua de horchata que, como El Camaleón me advirtió, en el slang gay es como se denomina al caldo de semen. Ubicado sobre Fray Servando 290, muy cerquita del metro Pino Suárez al que suelen arrimarse lo que las escorias de la alta califican como podredumbre de la baja, el Nacional es uno de los cines más antiguos del DF y a últimas fechas, el único que sobrevive exhibiendo porno. El Teresa, que era su primo más cercano, fue convertido en una plaza comercial al que acuden familias enteras. Aquí, en el Nacional, lo único que aquí se escucha son once mil respiraciones. Parecen tantas aunque no lo sean. Las once mil vergas, como el título de Apollinaire. Hace cinco minutos me encontré con Carlos Camaleón, autor de varias decenas de libros con títulos como Perras de

de la negrura, porque hace apenas unos segundos estaba en el sol de la tarde que algunos gordos se las soban mientras miran la pantalla en la que una chica entrada en carnes es penetrada al mismo tiempo por donde le entra la comida y por donde sale. Otros permiten que su compañero de butaca les recorra afanosamente el glande con la boca. Como leí en el pizarrón de mensajes comunales dispuesto en el lobby del Nacional, aquí existe un principio común: buscar vergas. -Soy activo, dice un mensaje perdido en la multitud de rayones, y mi número es 55… -Soy activo y espero tu llamada –le contesta otro, en el rincón opuesto. Carlos Camaleón toma el

micrófono mientras comienza en la pantalla una parodia tres equis de Batman y Robin. –Bueno, público bonito que vino al Nacional hoy, este texto que les voy a leer lleva por título Mesero, hay una verga en mi sopa… *** Un año y medio después de aquella, mi primera visita al Nacional, se me ocurre preguntarle a Carlos Camaleón cómo es que Los Viejos Puercos llegaron al Cine Nacional. Se lo inquiero mientras borrachos nos ubicamos al fondo del escenario, intentando mantenernos en pie mientras Agathokles, otro integrante de la pandilla, se desgañita en el micrófono con su tan popular poema Ágatha tragedia («¡Ágatha, puta mía! ¿Dónde estás?...») dedicado a su esposa, la misma que en varias ocasiones se ha exhibido desnuda en el escenario de este Cine Nacional, con el blanquísimo cuerpo a veces cubierto por un elaborado bodypaint y otras, las más, únicamente por las miradas de lujuria que le procuramos los pocos heterosexuales presentes, Los Viejos Puercos. Cosa curiosa que la población del Nacional sea predominantemente gay, aunque a todos nos seduce el porno. Quizá sea porque aún es un sector perseguido, que necesita de una olla subterránea como ésta para disfrutar de sus placeres. –Pues Juanito Beat (que en una esquina del escenario se sirve el octavo whisky de la tarde en el mismo vaso de plástico con hielos) era amigo de El Mando y el Mike –que como responsables de la división de cultura del Nacional que son, pasean delante de nuestro tapanco para verificar que todo marche bien–.


18 Ellos organizaban conciertos de blackmetal en el Cine, pero Juanito les propuso que hicieran lecturas de poesía. A Juanito le gusta Bukowski, el jazz y escribir poemas sobre desamores y borracheras. El cine Nacional, por instrucciones de Pepe, el gerente que hace un año nos presentó la Sala principal, de las 3 que tiene el recinto, cuenta con dos responsables –Mando y Mike– de la programación de eventos artísticos como exposiciones de arte, performance, body paint y claro, las lecturas para Viejos Puercos. Y bien dicen que Dios nos hace y nosotros nos juntamos. En este caso, como cucarachas Dios nos barrió y nosotros nos encargamos de reproducirnos en esta coladera intelectual. Desde hace 18 meses casi todos los miércoles me salgo temprano de la oficina para venir a los miércoles de Los Viejos Puercos. Inicialmente el proyecto se llamaba Lecturas para Viejos Puercos, en alusión a los puercos que vienen al Nacional, pero ellos mismos se empezaron a referir a nosotros como Los Viejos Puercos y se nos quedó. Somos orgullosamente porcinos Carlos Camaleón, Agathokles (autor de Memoria de mis musas tristes), Juan Beat (editor de Los Avengers Fanzine), Iván Farías (autor del libro de cuentos Extraños), Cerebro (un performer surgido de las pesadillas del sinarquista Carlos Abascal que se hizo célebre después de permitir, en medio de unos de sus actos, que un travestí le practicara una felación en medio del escenario y en otra ocasión, beberse un tazón lleno de escupitajos) y Adrián El Nada, teatrero de corazón, a quien le gusta leer el cuento que escribió como tributo

a Syd Vicious y Nancy Spungen, aunque aquí aparentemente nadie los conoce. Cuando se escucha música en algún celular en medio de la oscuridad, suele ser reggaetón. En ocasiones acuden el maestro Charles de la Rose o el Maestro Daniel Zen, por lo que el grupo engorda o adelgaza de acuerdo con la suerte. Por turnos y mientras bebemos como vikingos, leemos micrófono en mano poesía y cuentos eróticos de nuestros respectivos libros mientras a nuestras espaldas se proyectan las películas porno más ofensivas o divertidas para regocijo del público del Nacional. Otras veces alguien lee algo de Sade, Bukowski o algún autor que sólo por estar muerto no podemos invitar a declamar en persona. *** –La primera vez que vine, después de varias cervezas tuve que ir al baño y un güey se me quedó viendo a la verga, mientras se relamía los labios. Me dio un chingo de miedo –me cuenta El Nada, también director de una compañía de teatro. «Cuando yo vine, me shockeó ver a un güey pegando de gritos (Agathokles) con una porno detrás de él y todos los asistentes bien quietecitos, como si les estuvieran impartiendo una clase», dice Iván Farías cuando le pregunto qué impresión le dio el Cine Nacional la primera vez que lo invitaron a leer poesía. «Aquí ha pasado de todo, desde güeyes que nos gritan que nos saquemos la verga mientras leemos, hasta el que nunca antes había leído nada y gracias a las lecturas se acerca a los libros», dice El Mike, heavymetalero de cepa a quien se le ocurrió que un cine porno


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podía ser más que películas rebosantes de fluidos, sino una suerte de foro cultural. No hubo una gran idea detrás. Metalero que es, comenzó a organizar conciertos con proyecciones, por la relación que podía existir entre el black y el BDSM. A uno de esos conciertos invitó a su viejo amigo Juan Beat y él fue quien propuso hacer lecturas de poesía. *** Durante la fiesta por el segundo aniversario del Colectivo Porcino (o Los Viejos Puercos) nos montamos en el escenario para jugar kareoke, leer poesía cachonda, hacer performance (yo recé un Padrenuestro alterado mientras sostenía un cirio en la mano derecha: «Porno nuestro, que estás en los Cielos, semen-tificado sea tu nombre, hágase en nosotros tu orgasmo…» y el irrespetable público poco a poco se animó a seguirme en oración) y beber, porque nuestro pago por entretener a la audiencia es rendir culto al dios Baco, que en la mitología griega es el dios del vino. Y en dos años me ha tocado ver conciertos de rock, exposiciones de foto, pintura y arte objeto (célebre fue aquella instalación montada en el lobby en la que una mujer pintó un cuadro con sangre menstrual y otro con mierda) y hasta presentaciones de libros, porque El Camaleón nos compiló a todos en el volumen Lecturas para Viejos Puercos, publicado por su propia editorial El Under Ediciones. Todo, siempre con una buena película masturperturbadora de cómplice, como aquella que vi la primera vez que entré en la sala, conducido por Pepe, ese cincuentón amanerado que me ofreció de su agua de horchata.


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CONVIVIÓ CON ASESINOS Y NARCOS EN REHABILITACIÓN

LA MODELO QUE LO HA ESCUCHADO TODO

Ilustración: Fernando Servín


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...cada que estaba aburrido, enfadado, o que lo escuchaba llorar, iba al patio donde lo tenía encadenado y lo torturaba con electricidad o pisándole la cabeza Por: Jorge Damián Méndez Lozanoz

Viridiana tiene un cuerpo esbelto y níveo que resalta como una raya de ice sobre una mesa de ébano. En cada movimiento y gesto que realiza sólo subraya el arquetipo que la televisión ha fijado en mi mente sobre lo que debe poseer una modelo. Y no es eso lo que cautiva en ella, sino que a estas alturas, sorprenderla con una historia más extraña que sus conversaciones con otros personajes, resulta difícil. En esta esquina, un impecable dibujo biológico que da la impresión de no albergar ningún tipo de bacteria e imperfección en sus 160 centímetros de altura. ¿Qué daño podría hacerle el azúcar? Los médicos tienen miedo de todo, ninguno sabe qué mala broma espera detrás de la puerta, por eso Viridiana tuvo que esconder un pastelillo de chocolate en sus calcetines el día que la llevaron de paseo a las afueras de Durango; donde se encontraba internada no estaba permitido que la población consumiera azúcar

porque exacerba los nervios de los toxicómanos; porque su papá la envió allí a que la curara de su gusto por divertirse con drogas. Pero para ella es fiesta, dulces, diversión, un consumo recreativo, así que en su opinión, los 35 días que tuvo de encierro fueron tiempo perdido. Azúcar, nada, fue la consigna, en cambio se le permitía escuchar con los relatos de Juan, un narcotraficante duranguense cuarentón, escuálido como una caña de pescar, de barba crecida aún cuando acabara de rasurarse, de cabello gris, de ojos oscuro y hundidos como dos grutas, y que albergaba en su perfil excentricidades tales como tener una excesiva dependencia hacia su madre, una monumental adicción al crack y un gusto desmedido por la leche tibia. «Así eran las cosas ahí y no hay mucho que se pueda hacer; la suerte está echada», me dice Viridiana, al tiempo que da un trago a una copa con vino con jugo de piña y hielos, bebida que ayuda a que su mente convierta al amorfo elefante que es la memoria en un sujetable horizonte que son las palabras. Estamos en un café/bar de Mexicali escuchando música que se antoja marroquí, world music. Detrás de nosotros se pasea un hombre llevando cosas de un lugar a otro. Cada que habla llama mi atención su inocultable acento argentino, eso cavilo cuando recuerdo la noche anterior. Es el mismo hombre que me confesó, impulsado por la cocaína y el aburrimiento en


22 Ilustración: Luisa Orduño

medio de una borrachera de los parientes japoneses de una amiga recién llegados de Tokio, que él es un exmúsico de la agrupación Enanitos Verdes, y que se quedó en la frontera por amor a una mujer y por su gusto hacia el perico de la ciudad. Mi recuerdo no puede ir más allá porque Viridiana continúa su relato de Juan, el narcotraficante que gustaba confesarse sobre todo en las sesiones de terapia del centro de rehabilitación, como esta: Secuestró al químico que le cocinaba la metanfetamina que más tarde sería traficada a Texas. El motivo del levantón, robo de dinero, robo de

confianza. Sí lo mató pero no de forma inmediata, sino que lo mantuvo empapado en agua, en pleno invierno encadenado a un árbol en el patio de una hacienda. Decenas de toques eléctricos repartidos en desorden en distintas partes del cuerpo durante varios días. Viridiana precisa que Juan el narcotraficante, adicto y con ansiedad por separación a su madre no torturaba seguido al químico, sino que cada que estaba aburrido, enfadado, o que lo escuchaba llorar, iba al patio donde lo tenía encadenado y lo torturaba con electricidad o pisándole la cabeza; luego seguía viendo televisión, o

fumaba piedra. Viridiana narra la escena mientras se recoge el cabello húmedo, castaño y tonos dorados, en una cola de caballo. Un olor recorre el metro y medio que nos separa y se deposita en mi olfato: fusión de coco y vainilla. «Me daba mucho miedo ese batillo», me dice a manera de muletilla, mientras recoge un mechón olor vainilla que ha salido de orden. Se muerde el labio inferior de la boca y recorre con sus zapatillas un tapete de piel de cebra. Ahora lo recuerda y no se sorprende ni espanta. De alguna manera, Viridiana considera que lo ha escuchado todo en el mundillo de la droga. Se queda seria unos instantes, pensativa, vaga un poco y regresa: –Se supone que soy dependiente y adicta a todo. Eso me decían mis compañeros en las sesiones grupales. Uno de ellos me dijo que yo era como la barbie de su niña, como una especie de muñeca que se tira cuando uno se enfada de ella, yo era esa barbie. Pero te diré algo, yo estaba ahí más que por problemas con las drogas, por una decisión de mi papá. Todo empezó cuando yo estudiaba en la preparatoria del Cetys. Ahí tuve un novio que, como dicen, se metía de todo. Entonces mi padre, en sus paranoias, comenzó a espiar mis conversaciones en el internet, aparte, y eso lo sé aunque no tengo pruebas, desde que estaba en la secundaria me he dado cuenta de que siempre me están siguiendo, o sea, no sé si mi papá me tiene guardaespaldas y no me lo dice, o contrata detectives privados para que le informen sobre lo que hago, pero yo sé que me espían. Mi papá es alcohólico, eso me lo dijeron en el centro, o sea, deja de tomar pero nunca arregla sus problemas, a eso se


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... habla con reservas de la otra, la alcohólica cuya afición era lanzarse del auto en movimiento de su novio cada que discutían. ¿Qué le pasa al novio? le llama tapar la botella, dejas de tomar pero no resuelves los problemas del alma, porque una adicción es una enfermedad del alma, entonces, como no los resuelves, cuando estás sobrio tus problemas regresan y ya no estás pedo o borracho como para controlarlos, o esconderlos y es cuando explotas, mi papá sólo tapó la botella, y eso porque mi mamá que tuvo un padre alcohólico a veces se lo pide. Un día cuando ya tenía varios consumiendo piscis rojas, tachas

y pingas a cada hora, llegó a mi cuarto con un paquetón de hojas en donde estaban impresas todas mis conversaciones con mis amigos y sólo dijo, te me vas a internar. Y así me subí a un avión con mi papá y mi mamá y me llevaron a un centro que es como primo hermano de Oceánica, pero en Durango. Se llama Misión Korián. Me cuenta de dos de sus amigas dentro de Korián. Un trago más a la copa y dice: «tuve dos amigas que eran alcohólicas». Recuerda con cariño a la zacatecana que prometió y logró gastar la herencia de su madre –lo cual le valió, por supuesto, odio perpetuo de padre y hermanos– y habla con reservas de la otra, la alcohólica cuya afición era lanzarse del auto en movimiento de su novio cada que discutían. ¿Qué le pasa al novio? Hay un rasgo, una cualidad en Viridiana que cautiva más que su belleza: su facilidad para rastrillar historias de vidas

miserables en una charla de café sin perder la elegancia, propia al fin de una modelo. Por ejemplo, sabe que en un anexo, nombre que reciben los centros de rehabilitación en donde la privación ilegal de la libertad, los castigos físicos y las torturas son parte de la rehabilitación. Sorbe la copa y recuerda cómo a los internos los cuelgan de un árbol de brazos y piernas hacia atrás, en una especie de posición arácnida que da una humillante bienvenida y luego brinca sin gesticular sobre sus estudios de modelaje en New York, su matrimonio con la cocaína y su amasiato con helados de frambuesa. Anda de lo chic a la mierda y bebe vino. Dice que le encanta ser captada por la lente de una cámara fotográfica, que no puede resistirse a probar un ácido y planea comprarse un arma porque dice «la ciudad es muy insegura en estos días».



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