presentación
Un berenjenal de palabras Roberto Merino
unos años le escuché decir a Rafael Gumucio H ace que en Chile siempre ha-
bía alguien traduciendo La tierra baldía. La observación no es exagerada: recordando atentamente me doy cuenta de que siempre he conocido a traductores ad honorem de Eliot, tipos cuyo motivo principal no tiene que ver con la publicación de sus trabajos, sino simplemente con el ejercicio de hacerlos. Uno de ellos llegó incluso a traducir aquellos versos que Pound eliminó de la versión original. Otro nunca ha terminado su traducción por no dar en castellano con la equivalencia exacta del verso the river’s tent is broken. Es extraño, pero La tierra baldía opera entre nosotros como un libro iniciático, una especie de catalizador espiritual. Todo lo que cuando jóvenes entendimos –inconscientemente o a tientas– como poesía lo ratificamos en los sucesivos espejismos de sus páginas. Insisto en que es extraño que, teniendo nuestra propia y radiante tradición poética, los chilenos manifestemos una secreta afinidad con la obra de Eliot, en cuyas invocaciones encontramos fluidez y claridad. Eliot no parece haber tenido alguna clase de relación con Chile, salvo por el hecho de haberse encontrado en una comida con Gabriela Mistral en Londres el año 45 o 46. La situación fue desastrosa: la Mistral no hablaba inglés, y como Eliot le cayó pésimo se puso a hablar a toda velocidad en un castellano taponeado de localismos, logrando
que la traductora hiciera agua. Fue una agresión directa. Pienso en estas cosas con el propósito de presentar a Niall Binns, porque no es difícil imaginar que a Binns le interesan los fenómenos asociados a la traducción: las zonas de intersección que pueden surgir entre una lengua y otra, tanto como las barreras imposibles de sortear. Niall Binns, inglés que vive en España, no solo se ha dedicado en los últimos años al estudio y/o difusión de tres poetas chilenos inevitables –Parra, Lihn, Teillier–, sino que sus propios poemas los escribe en castellano. Es posible que la dificultad de expresarse en un idioma ajeno termine siendo un aliciente para el proceso creativo, una manera de objetivar las intuiciones poéticas. Es posible que las ideas que se tienen sobre la poesía –que a veces funcionan como trampas– prosperen estrictamente «en el seno de la lengua materna» y sea necesario «desembarazarse» de ellas para encontrar un camino en un berenjenal de palabras. Beckett se cambió, a mediados de los años cuarenta, del inglés al francés, precisamente porque en inglés no podía evitar hacer poesía, mientras que el francés le proporcionaba la posibilidad de escribir sin estilo. En un caso distinto pero equivalente, Adolfo Couve se decidió a pasar de la pintura a la literatura porque le resultaba muy fácil pintar y muy difícil escribir. Niall Binns ha dicho que con el cambio de lengua puede experimentar la sensación de ser otro, de contar con una