conferencia
Parra y sus precursores Niall Binns [ parra and his predecessors ] palabras clave: Nicanor Parra, Federico García Lorca, Walt Whitman, Franz Kafka, Aristófanes keywords: Nicanor Parra, Federico García Lorca, Walt Whitman, Franz Kafka, Aristophanes
C
ada escritor crea a sus precursores. Así, por lo menos, lo afirmaba Borges en su ensayo de 1951 «Kafka y sus precursores», al reflexionar sobre la sensación que tenía, como lector, de haber reconocido la voz de Kafka en diversos textos de siglos anteriores. Le resultaban kafkianos, por ejemplo, la «ilustre» paradoja de Zenón, relatada por Aristóteles, pero también un apólogo del prosista chino del siglo IX Han Yu, dos parábolas religiosas de Søren Kierkegaard, un poema de Robert Browning, y un par de cuentos de Léon Bloy y lord Dunsany. No todos estos textos –apuntaba Borges– se parecen entre sí, pero los une la idiosincrasia kafkiana que se palpa en cada uno. Sin Kafka, no existiría esa unión. Llegaba Borges así a su célebre conclusión: «En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable; pero habría que tratar de purificarla de toda connotación polémica o de rivalidad. El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro». Harold Bloom, en su libro Genious [Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares, 2003], festeja este ensayo de Borges, aunque su propia teoría sobre la ansiedad de la influencia ha ido por rumbos diametralmente opuestos. Bloom mismo lo señala: «Borges era un idealista literario a ultranza que creía que las polémicas y las rivalidades no desempeñaban papel alguno en el
drama de la influencia, cosa con la que yo no estoy de acuerdo». Ahora bien, reconoce que «Borges bien podría ser el único en su género, pues sus precursores escribieron en inglés y en alemán, y él, en español. De Quincey, Chesterton, sir Thomas Browne, el inevitable Edgar Allan Poe, pero también Robert Louis Stevenson, Walt Whitman y Kafka influyeron con más fuerza en la obra de Borges que Cervantes y Quevedo». Bloom se sorprende de esa «unicidad» de Borges –como un escritor que dialoga primordialmente fuera de su propia tradición– pero para un escritor latinoamericano, o al menos para un escritor del Cono Sur, ese eclecticismo de lecturas y precursores tal vez sea el pan de cada día. A fin de cuentas –lo decía Oliverio Girondo–, «en nuestra calidad de latinoamericanos, poseemos el mejor estómago del mundo, un estómago ecléctico, libérrimo, capaz de digerir, y de digerir bien, tanto unos arenques septentrionales o un kouskous oriental, como una becasina cocinada en la llama o uno de esos chorizos épicos de Castilla». Capaz, digamos, de digerir todo tipo de lecturas sin tener que nutrirse de una imponente y a fin de cuentas asfixiante tradición única. Las polémicas y las rivalidades «locales» de Borges carecen de importancia porque sus precursores no solo argentinos sino también hispanoamericanos y españoles eran de peso ligero: un Rubén Darío cuyo legado modernista «se hallaba a las once y tres cuartos de su vida» («Ultraísmo»,