presentación
¿De dónde es Fernando Iwasaki? Rafael Gumucio
dónde es este señor? Fue la pregunta que me hice ¿ De la primera vez que recibí
un mail de Fernando Iwasaki. La respuesta a esa pregunta ha sido parte esencial de su obra de escritor. Lo es de casi todos los escritores talentosos que conozco, la necesidad de decir «soy ruso blanco pero no de los zaristas», «soy un aristócrata argentino pero no tengo un peso», «soy cura pero no creo en Dios», «soy peruano pero voy a morir en París entre aguaceros». La literatura es una forma de aclarar algunas de esas paradojas que paradójicamente solo logran complicarla más y más. Es la razón de que la homosexualidad en el clóset produce mejor literatura que la que se libera de ella. Es la razón de que las ideologías que exigen coherencia, desde el marxismo soviético hasta el nacionalismo, producen literatura generalmente menor. La gran literatura es un acertijo que aclara otro acertijo. Una identidad más que se suma a las otras, o quizás más bien la chispa que sale del choque de dos sílices, la peruanidad de Iwasaki que choca con su niponidad sevillana. Fernando Iwasaki es peruano de origen japonés pero lidera una fundación dedicada al fomento del flamenco en Sevilla. Un japonés peruano sevillano es en el fondo también un cubano de origen chino, o un filipino argentino, o un vietnamita mexicano, lo que vendría a ser en resumidas cuentas un chilote: un escritor intercultural, un bígamo, un swinger
cultural. Pertenece a lo que se ha dado en llamar la literatura extraterritorial. Esto lo emparenta con escritores tan disímiles como Luis Sepúlveda (chilenonicaragüense-asturiano), José Manuel Prieto (cubano-rusomexicano), Horacio Castellanos Moya (hondureño-salvadoreñoguatemalteco-mexicano), Andrés Neumann (argentino-español) o nuestro santo patrón en este lugar sin límites, el venerable y omnisciente Roberto Bolaño, nacido en Chile, criado en México y madurado en España para el placer de la galaxia entera. A la suma de nacionalidades en casi todos los casos se agrega una realidad histórica que vemos ante nuestros ojos en ese momento desaparecer. La vida literaria que nos tocó vivir en los noventa y comienzos de los años 2000 giró en torno de España, ese país de Centroamérica desconocido y a menudo despreciado desde las metrópolis que alguna vez fueron Buenos Aires y el DF. Por razones más económicas que culturales nos hemos visto los escritores latinoamericanos con la extraña necesidad de pasar por la aduana de una cultura tanto o más provinciana que la nuestra. Una provincia en que el hecho de que un peruano pueda ser japonés y que un mapuche se pueda llamar Nelson en honor al almirante Nelson resultaba increíble. Una cultura que valoraba justamente todo lo que nos había hecho huir de ella, el pueblo, la constancia, la lealtad, la tradición, la verticalidad en el bar y la sumisión