El Comité 1973, número 48. La fotografía

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Revista de Difusión, Crítica y Creación Literaria
AÑO 11 / NÚMERO 48
EL COMITÉ 1973
“La fotografía”

EL COMITÉ 1973, Núm. 48. “LA FOTOGRAFÍA” Revista de difusión, crítica y creación literaria. Correo electrónico: elcomite1973@gmail.com http://issuu.com/revistaelcomite1973 https://www.facebook.com/revistaelcomite1973 https://twitter.com/ElComite1973

EL COMITÉ 1973

Director Meneses Monroy

Jefa de Redacción Aída Padilla Nateras

Diseño Gráfico Yadira Delgado

Diseño de portada y contraportada Yadira Delgado

Publicación bimestral Enero - Febrero Año 11. Número 48. 2023

Colaboradores de este número

Irving Jesús Hernández Carbajal América Femat Viveros

Meneses Monroy Nadia Osornio Aída Padilla Nateras Eduardo Torre Cantalapiedra

Consejera en Artes Visuales Elsa

Madrigal

Consejo Editorial

Eduardo Torre Cantalapiedra Guadalupe Flores Liera Daniel Olivares Viniegra Claudia Hernández de Valle Arizpe Juan Antonio Rosado Zacarías

La revista El Comité 1973, es una publicación realizada por Ediciones Comité, en colaboración con el grupo literario El Comité. Todos los derechos reservados.

Editorial Dossier Minificción El Fotógrafo Meneses Monroy Relato Hibris Aída Padilla Nateras Relato Luchador de Siam Irving Jesús Hernández Carvajal Portafolio Nadia Osornio Ensayo La “fotogenia” de los grupos amplios de migrantes Eduardo Torre Cantalapiedra Reseña Los poemas como fotografías: poemario Certeza de Meneses Monroy América Femat Viveros Espacio abierto Dos poemas de Meneses Monroy (Poder, Mamá) 04 05 06 07 10 13 31 33 34 35 ÍNDICE 03

EDITORIAL

¿Qué es la fotografía? De acuerdo con el Diccionario del español de México:

1 Técnica y arte de reproducir imágenes en ciertas superficies adecuadas para ello, como papel, cinta de celulosa, etc, por medio de un aparato que capta la luz a través de una lente y la refleja en una placa cuya composición química la vuelve sensible a esa luz: laboratorio de fotografía, enseñanza de la fotografía.

2 Cada una de las imágenes o retratos obtenidos con esa técnica: sacar fotografías, mirar fotografías, una fotografía a colores.

Sin duda la fotografía es lo anterior, y es a su vez mucho más: es el recuerdo de mamá, es la posibilidad de conocer a tus bisabuelos, es el deseo de congelar el tiempo, es la chance de ver lo ridículo que nos vestimos en cierta época de nuestras vidas, es mirar al pasado, es milenios de avances humanos al alcance de cualquier persona, es una forma de decir: aquí estamos.

Meneses Monroy
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El fotógrafo

En su décimo cumpleaños, sus papás le regalaron una cámara. Enseguida descubrió la importancia de la luz al capturar imágenes. Aprendió a retratar a sus conocidos mejor que nadie. Les hacía fotos periódicas para analizar los cambios que se producían en sus rostros. Se obsesionó con fotografiar insectos. Sus fotografías creaban películas en donde se veía con detalle el movimiento de los insectos; de cada una de sus patas y alas.

Descubrió que a través de su lente 3D, y haciendo uso de una impresora 3D que él mismo modificó, podía crear réplicas casi exactas a los insectos fotografiados. Las réplicas tenían las mismas características e inteligencia, que los originales. No pudo resistir la tentación, crea ría una réplica de sí mismo, que trabajaría com o fotógrafo de eventos sociales, o en algún de partamento de gobierno; así la réplica ganaría e l sustento mientras el original seguía creando c osas extraordinarias.

La copia salió c omo previsto a imagen y semejanza de Jorge . Misma altura, mismo color de piel, mismas facc iones. Recién creada la réplica, fue enviada a realizar trabajos. Pocas horas tenía de vida el símil de hombre, cuando el fotógrafo se dio cuenta que los insectos replicados mataron a los originales. Había jugado a ser Dios. Supo que sólo un Jorge prevalecería, lo único que ignoraba era cuál.

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HIBRIS

No hay nada más placentero para un historiador que trabajar en una fototeca, y yo, que seguro soy la envidia de unos cuantos, he trabajado ahí por veinte años. Los historiadores, quizá sobre decirlo, somos seres fetichistas, obsesionados con idealizar tiempos remotos, y la fotografía es un arte que promueve la falacia de la edad de oro, esa idea estúpida de que cualquier cosa es mejor que lo que nos tocó vivir.

En los setentas, se decidió que el mejor lugar para albergar el archivo fotográfico de la familia Casasola, tesoro histórico invaluable, era el Ex convento de San Francisco, con sus bóvedas frías y altas, a hora y media de la capital. Ahí se trabaja a gusto. Es fácil entretenerse superponiendo las distintas épocas del edificio en la imaginación: escuela práctica de minas, cuartel militar, hospital, cárcel. Con el viento de la tarde llegan aromas de hierbas que dejaron de crecer hace ya mucho en el jardín central, murmullos de agua de una fuente ahora siempre seca.

Siempre he creído que los ex conventos son primos lejanos de las zonas arqueológicas, del olor de la casa de mis abuelos y de los tenis rotos en los que dejé la infancia, entre otras muchas cosas. Así alimento la añoranza, tan propia del gremio, bestia insaciable, adicción maldita que me ha costado muy cara, porque mi intención no es presumir, sino advertirle al codicioso: la codicia es el peor de todos los pecados y la fotografía es por excelencia el arte de los codiciosos como yo. Basta contemplar una foto recién tomada para ansiar lo que ya no puede tenerse, lo que nunca más será, y qué mejor que un acervo de miles de fotografías para atizar el fuego, la necesidad de poseer, de almacenar, de embutirse una rebanada cada vez más grande del pastel de lo infinito.

Yo trabajo –o trabajaba, ya no sé– catalogando fotos según fecha, lugar de origen, tema, etcétera. De vez en cuando hay que publicar una investigación, algún artículo. Mi vida en la oficina podría parecerle ociosa a muchos, quizás aburrida, pero es que todavía no he dicho nada sobre mi descubrimiento.

Fue el viernes pasado –¿pasado?, ¿futuro?, ¿viernes?–. Era ya tarde. Estaba solo en la sala de catalogación, reorganizando el acervo del estado de Hidalgo según las nuevas

normas catalográficas. Etiquetaba retratos y tarjetas postales: niños, matrimonios jóvenes, políticos, cientos de mujeres sensuales, muy posiblemente muertas, todos inmersos en sus mundos irrecuperables: espacios íntimos, recámaras de antaño, estudios fotográficos. Entrar en contacto con esos universos ahora extintos me había producido siempre, he de confesarlo, un placer morboso. Las fotografías son la espuela que pone a galopar mis ilusiones de conocimiento y, por qué no aceptarlo, de poder, porque cuando catalogo tengo acceso a muchos pedacitos de la realidad, de los que puedo disfrutar al mismo tiempo, y me siento omnipotente, omnipresente como Dios. Podría romper las fotos, por ejemplo, cerrar para la eternidad una o varias ventanas al pasado, pero con eso no me basta, porque yo siempre, siempre quiero más. Ese día, por ejemplo, me llamó especialmente la atención la tarjeta postal de una mujer, posando sentada frente al que, supuse, era su tocador: un mueble fino con espejo, carpeta y florero blancos. Circa 1925, plata sobre gelatina. Ambas, la foto y la mujer, eran de una belleza extraña. Ella era tímida, parecía no ser capaz de sostenerle la mirada a nadie. Traía el cabello corto, muy al estilo de esa época. Llevaba zapatos de tacón, negros y puntiagudos, con correas que le abrazaban los tobillos. Qué tobillos. A veces, la codicia y la lujuria son prácticamente indistinguibles. Mirarla así, de lejos, no me pareció ya suficiente. Entendí que las imágenes son sucedáneos. Sentí la necesidad de olerla, de poseerla en toda la extensión de la palabra. El pasado: esa mujer que, mientras más inasequible, más se antoja.

Cerré los ojos y me imaginé ahí, respirando el mismo aire, acariciando el florerito blanco, siguiendo el camino que sus manos habían recorrido innumerables veces: frío, liso, casi piel, casi un tobillo. Así fue como pasó, lo juro: abrí después los ojos y ahí estaba, junto a ella sin entender cómo. Por supuesto sentí miedo, porque los seres humanos somos pusilánimes y nos encogemos o nos desquiciamos ante la realización de nuestras fantasías, arruinando siempre todo. Quién sabe qué maldita enfermedad padecerá el género humano, que tardamos más en conseguir lo que deseamos que en desear nuevamente lo opuesto.

07

Corrí a esconderme, aunque casi de inmediato me di cuenta de que en ese mundo era una especie de fantasma. Sentí alivio mezclado con algo de decepción, pero a final de cuentas más alivio que otra cosa. Después del impacto inicial vino el goce y la ilusión de potestad, seguida de la angustia, todo en cuestión de segundos. Algo adentro me pedía revertir cuanto antes lo que había pasado. Se me ocurrió que tal vez se podía aplicar justo el procedimiento inverso. ¿Era posible si quiera volver? Intenté calmarme. ¿Por qué no disfrutar un poco, si ya estaba ahí? Era estúpido no darme la oportunidad de recorrer la casa, de asomarme si quiera a la calle. A pesar de todo, ahí estaba también el placer agridulce de beber directo la ambrosía, no un placebo, no su destilado añejo de postal, el gusto de embriagarse con la existencia inefable, irrecuperable: un olor único, un Ford T con ruedas de madera estacionado afuera, frente a la ventana, una manera muy distinta de vivir, de sentir. Era para volverse loco. Regresé rápido, porque la incertidumbre no me dejó en paz. La mujer seguía ahí, posando. No pude evitar la tentación, y la toqué. Rocé levemente su pelo. Pudo sentirlo, porque sacudió el torso y la cabeza, como recorrida por un escalofrío. El fotógrafo le pidió amablemente que evitara cualquier movimiento, y ella volvió a fingirse estatua. ¡Eso quería decir que yo podía causar también en ese mundo algún tipo de influjo! Pensé en todas esas historias de ciencia ficción en las que afectar el pasado de la forma más ingenua modificaba el orden del universo entero. Sentí la necesidad de comprobar si había causado algún desastre o si por lo menos iba a ser capaz regresar. Volví a cerrar los ojos y puse

las manos sobre el florero. Visualicé la sala de catalogación: paredes blancas, escritorio, librero, techo abovedado.

Así como llegué, así volví, sin mayores dificultades. En la oficina todo parecía exactamente igual. Corrí a asomarme afuera y nada, ningún cambio. Me sentí tranquilo, aunque insignificante. Me reí hacia adentro por haber creído que mi paso por el mundo era capaz de dejar una huella notable. Miré el reloj: lo que ahí adentro habían sido minutos, por lo menos cinco, de ese otro lado parecía no haber representado nada. Todavía tenía mis dudas. Supuse que lo mejor era corroborar el lunes con los videos de seguridad. En ese momento necesitaba cerrar y salir lo más rápido posible para asegurarme de que las cosas en Pachuca siguieran igual, y eso hice. Me subí a mi coche y recorrí prácticamente toda la ciudad. No noté ninguna diferencia, aunque tampoco pude eliminar la sensación de incertidumbre.

Todo el fin de semana le estuve dando vueltas a lo sucedido, investigando, emocionándome para luego volver a sentir miedo. Me obsesioné con la idea de tener el poder de cambiar el presente viajando al pasado, para bien o para mal. ¿Era posible? ¿Qué otros factores del viaje aún no conocía, pero debía considerar? ¿Había otros como yo? ¿Habían moldeado el mundo? Intenté experimentar en casa con algunas fotos de revista, pero no logré absolutamente nada. Llegué a la conclusión de que tal vez era el lugar, el día, la hora; incluso era probable que hubiera sido algo de una sola vez. Pensar en eso último me enfurecía, me hacía sentir idiota. ¿Había desaprovechado la oportunidad de mi vida? El asunto no podía acabar así. Tenía que volver a intentarlo.

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El lunes siguiente puse cualquier pretexto para convencer al guardia de que me dejara ver el video de seguridad. Era prácticamente imperceptible: a las seis treinta y cuatro del viernes se podía apreciar una ligera distorsión, un parpadeo de la cámara seguido de dos líneas delgadísimas que atravesaban durante un segundo de lado a lado la pantalla, nada más. Yo sostenía la foto en su guarda. Inmediatamente después, la soltaba. De todas maneras, era mejor experimentar cuando no hubiera nadie, esperar al viernes, mismo lugar, misma hora.

Durante la semana me entretuve especulando acerca de las paradojas clásicas: ¿podía conocer a mi yo del pasado, a mis antecesores? ¿podía enviarme algún mensaje? ¡Dile sí a Mariela!, ¡confiesa tu amor, cobarde! Hice planes. Pensé en todas las fotos a las que me interesaba entrar. Ni siquiera me quedaba claro si el pasado de esa foto era el de nuestro mundo, si tenían algún tipo de correlación causal o si se trataba solo de un mundo ilusorio. Pensé que incluso la realidad podía estar conformada de infinitos mundos independientes, paralelos. La sola idea de poder resolver esos enigmas me engolosinaba. Yo ya sabía que la fotografía había nacido perversa, pretenciosa, que no había querido nunca ser simple interpretación, como las otras artes, sino existencia embotellada, encarcelada, taxidermizada, pero no sabía hasta qué punto eso podía ser literal. El que inventó la foto cometió sin duda hibris, porque no es de humanos ponerse a jugar así con el espacio y con el tiempo. No creo

que nada de eso le haga gracia a Dios. Llegó la tarde del viernes. Antes de las seis ya se habían ido prácticamente todos, y ya tenía muy bien seleccionada la foto con la que quería probar: una imagen de la Plaza Independencia vista desde la calle de Ocampo. Plata sobre gelatina, circa 1910. Al fondo, cerros. Frente a los cerros, el antiguo Banco de Hidalgo, casi recién construido, con su fachada neoclásica de cantera, sus columnas jónicas y su frontón labrado. En medio, varias figuras cruzando las calles de tierra: un cargador, dos aguadores, un hombre montado en burro, una mujer con rebozo, un hombre de traje y sombrero. De lado izquierdo, una esquina de la plaza, en ese entonces aún llena de árboles. De lado derecho negocios y carretas. Me concentré en una estacionada afuera del salón El paraíso. A las seis treinta y cuatro exactamente traté de replicar todo lo que había hecho la vez anterior, y funcionó. Cerré los ojos y luego los abrí estando ya montado en la carreta, de la que me bajé inmediatamente para cumplir mi primer capricho: ir a visitar el antiguo teatro Bartolomé de Medina, ya hace mucho demolido. Esta vez estaba dispuesto a portarme egoísta, a disfrutar al máximo del privilegio, y eso es justamente lo que hubiera sucedido si, al regresar de un primer paseo exploratorio –no duró más de media hora–, mi carreta no hubiera desaparecido. Ahora ya no sé qué hacer.

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LUCHADOR DE SIAM

I Hoy murió mi padre. En la funeraria me encuentro con una pecera enorme, me remonta a cuando cumplí once y recibí un regalo suyo, era un pez, uno de largas aletas azules. Me dijo que sería fácil de cuidar, bastaba con darle hojuelas en la mañana y cambiarle el agua una vez al mes. Me advirtió que era un animal territorial, que no podía estar con otros de su misma especie o pelearían hasta matarse. Era una criatura solitaria. Cuando mi vecino Beto se enteró que también tenía un Betta me pidió que lo llevara a su casa. Los pusimos de frente y sus cuerpos se hincharon, sus velos se empezaron a expandir, parecían estar en una danza hipnótica que invocaba al dios de la muerte. Se miraban fijamente y flotaban listos para arremeter el uno contra el otro. Lucían hermosos y gallardos.

Sentí la tentación de ponerlos en la misma pecera, en la violencia se esconde algo sublime. Mi amigo, seguramente evitando un sacrificio, me dijo que si quería lograr ese efecto sólo tenía que usar un espejo, así induciría su modo de ataque al engañarlo haciéndolo creer que había otro pez. Me pasaba las tardes viendo como sus branquias se inflamaban, aventando fúricas burbujas que reventaban en la superficie. El animal vivió cerca de un año. Tiempo después supe que un vaso no era el lugar ideal para tenerlo. Lo recuerdo con cariño, esa mascota fue la única que me dejó tener papá.

II

No quiero abrir los ojos, pero sé que hemos llegado. La voz del chofer lo confirma: estamos en el pueblo en el que creció papá. Tengo tantas cosas que hacer y arreglar y sólo quiero dormir.

En el testamento decía que todo era para mí, incluyendo la casa del abuelo. Así que aquí estamos mamá y yo, listos para comprobar en qué situación se encuentra el inmueble. Apenas y lo recuerdo, sólo estuve aquí unas cuantas veces de niño. Es una casa vieja y grande. Entramos y nos golpea un olor a humedad. Vemos que se mueven rápido algunas alimañas. La madera huele a podrido; se nota la falta del calor humano, pero a su manera se siente muy viva, como si se tratara de un pantano, uno que oculta entre sus aguas turbias caimanes secretos. Aquí no hay nada de valor. Los únicos muebles que restan son una sala vieja llena de polvo y un ropero apolillado. Lo abro, guarda sacos y camisas que sólo he visto en películas blanco y negro. Debajo de la ropa colgada hay una pila de papeles, mientras los reviso mamá me pregunta:

- ¿Qué piensas hacer con la casa? ¿Ya viste las paredes? Hasta parece que vagos han pasado noches aquí.

Escuchando las quejas, encuentro entre los papeles unas fotografías. Reconozco el rostro joven de mi padre en varias de ellas. Me llama la atención una en la que el abuelo sostiene entre sus piernas a dos niños, interrumpo las inquisiciones maternas para preguntarle sobre la identidad del infante desconocido.

-Déjame ver. Dice mamá, arrebatándome la foto. Veo en su rostro un sentimiento de extrañamiento que alimenta aún más mi curiosidad.

-¿Quién es el niño, mamá?

- No estoy segura. Podría ser Emiliano.

- ¿Quién? Pregunto de manera insistente.

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- Tu abuelo un día le salió a doña Guadalupe con la sorpresa de que tenía un hijo perdido que recién lo había buscado.

- ¿Papá tenía un hermano?

- Medio hermano.

- ¿Y por qué nunca me dijo nada?

- La abuela lo odiaba y tu papá también, les dolía mucho la situación, darse cuenta que el abuelo no era ese señor perfecto que todos creían, además de tener que compartirlo.

- Pero… no importa, al final del día era su hermano. A mí me hubiera dado gusto tener uno.

- No digas esas cosas, tú papá se ponía muy mal con el tema. El único día en el que realmente descansó fue cuando se enteró de la muerte de Emiliano. Paz que apenas le duró porque a los meses también se fue el abuelo.

III

Hoy será el primer día de muertos de papá. Entre mamá y yo nos hemos cooperado para comprar las cosas del altar, ya le pusimos sus cigarros sin filtro y las calaveras de chocolate que tanto le gustaban, la casa huele a flor de cempasúchil. Elegimos una de las fotos que le tomaron cuando entró a la policía estatal, no fue difícil que le hicieran una ampliación. Dice mamá que se ve guapo con su bigote recortado y su casquete corto.

Tanhermosoygallardo.Mi mamá coloca la foto en la parte superior del altar, me doy cuenta de que aún muerto sigue siendo el jefe de la familia. Lo miro y lo descubro sin ninguna compañía, nunca tuvo muchos amigos, siempre fue un hombre que se dedicó al trabajo. Sus compañeros lo respetaban como el líder que era, y si bien lo invitaron algunas veces a los bautizos de sus hijos, jamás se iba a tomar cervezas con ellos, los intimidaba.

Un animal solitario. Creía comprenderlo, yo también soy hijo único, crecí sin tener con quien jugar ni tampoco pelear… pero él sí tenía un hermano, aunque fuera uno medio. Me da la sensación de que debo arreglar algo, necesito reconciliarlos. Busco la foto del tío Emiliano y la coloco en el altar, no a la misma altura de papá, pero sí debajo de él. Después de hacerlo me siento tranquilo, como si hubiera remendado un calcetín roto que ha causado incomodidad por mucho tiempo, tapado ese hoyo por donde se escapa uno de los dedos. Me voy a dormir con la felicidad de saber que la muerte se ha convertido en la paz de dos hermanos. Después de tantos meses siento que al fin podré dormir bien.

Suscuerpossehincharonysusvelosseexpandieron como alas. Empiezan a venir imágenes a mi cabeza, pienso en papá, en cómo me cargaba cuando estábamos en el parque. Estamos jugando fútbol, él es el portero y yo disparo balones que para, no me da oportunidad de ganar, así era papá. Tiro con todas mis fuerzas y sin querer golpeo su cara, se pone en cuclillas para sobarse y yo corro a disculparme, cuando me acerco no alcanzo a ver su rostro, lo tiene cubierto entre sus manos, quiero retirarlas para ver cómo está y cuando lo logró veo una cara morada llena de heridas, se le asoman algunos pedazos de cráneo. Sus ojos negros se tornan rojos y me grita: ¡por qué lo hiciste, Julián! ¡Por qué!

Unadanzahipnóticaqueinvocabaaldiosde la muerte.

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IV

Despierto sobresaltado, todo fue una pesadilla. Estoy sudando y mi corazón late muy rápido, trato de calmarme masajeando mi frente, necesito un poco de agua para despejarme. Voy a buscarla cuando en el pasillo descubro un olor a humo, corro a ver qué sucede y veo que la cortina está quemándose…

Algosublimeseescondeenlaviolencia. Corro por el agua y la lanzo para apagar el fuego. No es suficiente. Veo que en el sillón de la sala está mi chamarra de cuero. La tomo y con ella termino con las llamas que quedan. Trato de buscar una explicación y descubro dos portarretratos en el suelo, son el de papá y el del tío Emiliano. Parece que uno cayó sobre el otro y a su vez golpearon una de las velas, veo que no sólo se quemó la cortina, también una buena parte de la alfombra. Reviso las fotografías y están intactas. Apago todas las velas para evitar más accidentes y coloco a papá y al tío Emiliano en otro lugar del altar, esta vez en el mismo nivel.

Flotaban listos para arremeter el uno contra el otro. Ya estaba regresando a mi cama, cuando escucho de nuevo un ruido. Se ha caído una vez más la fotografía de papá. Esta vez el vidrio que la protege se ha estrellado. Pienso en que mañana le cambiaré el portarretratos.

Escucho un grito en el cuarto de mamá.

- ¿Qué pasa, mamá?

- ¡Había un hombre!

Reviso su habitación, abro el clóset, miro debajo de la cama, doy vuelta a la puerta y todo parece normal.

- Clarito sentí cómo se sentó, el colchón empezó a rechinar. ¡Tienes que creerme, Julián!

- ¿No será papá? Es su primer día de muertos.

- ¿Crees que no reconocería a mi esposo? ¡Era otra presencia!

- Están pasando cosas muy raras, una cortina que se estaba quemando.

- ¿Está todo bien?

- Sí, no te preocupes, sólo fue eso. Ah y se quebró el vidrio del portarretratos de papá, pero su foto y la del tío Emiliano están bien.

- ¿Emiliano? ¿Qué hiciste?

- Puse su foto en el altar, era mi tío.

Mamá se levanta y sale de su habitación, camina por el pasillo y entra a la sala. Toma al tío Emiliano y lo parte en dos. Se persigna y comienza a rezar. Una vez que termina su Ave María, la escucho decir:

- Perdónanos, amor. Ya no estés enojado.

Me mira enojada y me exige que le pida una disculpa a mi padre, después de que lo hago, hace otra oración y se va a su cuarto. Recojo la fotografía del tío Emiliano. Desde la mesa siento la mirada severa de papá, ahí está, detrás del cristal roto. Siento su enojo.

Sus branquias se inflamaban, aventando fúricas burbujas que reventaban en la superficie. Finalmente guardo los dos pedazos de fotografía en el último cajón de mi buró y por primera vez agradezco haber nacido hijo único.

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Nadia Osornio

BREVE SEMBLANZA

Nadia Maricela Osornio Muñoz (CDMX, 1981) es Doctora en Artes por la Facultad de Artes y Diseño, UNAM. Obtuvo el Primer Lugar en la categoría “Técnicas Alternativas Profesional” del Festival Internacional de la Imagen 2022. Entre sus exposiciones individuales se encuentran: Conquista visual (Galería José Clemente Orozco, 2019) y Vicisitudes del ver (Academia de San Carlos, 2014). Ha participado en exposiciones colectivas como: Surveillance society (Roma, Italia, 2022), 4th Chania International PhotoFestival (Chania, Grecia, 2021), Empty streets (ArtDocMagazine, Inglaterra, 2021), Nasty Women México (Museo Memoria y Tolerancia, CDMX, 2017). Su obra ha sido seleccionada en concursos como: 1ª Bienal de Pintura María Izquierdo, X Bienal Nacional de Pintura y Grabado Alfredo Zalce, XXVI y XXIX Encuentro Nacional de Arte Joven, entre otros, y publicada por la Revista de la Universidad un par de ocasiones (2018). Desde 2013 es profesora en instituciones de enseñanza superior de arte.

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1. De la serie Miradacompuesta. EnelZócalocapitalino.Fotografía digital. 50 x 50 cm. 2012

LA CIUDAD BAJO UNA LENTE DISTÓPICA

Mi práctica artística toma como referente formal y conceptual al entorno urbano arquitectónico de la Ciudad de México. Aspectos como su expansión física durante las últimas décadas y la imposibilidad de definir sus límites territoriales han sido intereses determinantes en la concepción personal de dicho núcleo urbano. Desde la infancia, disfruto percibir visual y corporalmente las propiedades materiales de la arquitectura citadina, como su volumen, escala y forma.

Esto se evidencia en la serie fotográfica Mirada compuesta, la cual da cuenta de las transformaciones de la Ciudad de México en los últimos años a partir del círculo como fórmula visual. Este tratamiento alude al sentido compuesto y múltiple de los ambientes urbanos, y no a una estructura cerrada. Como proceso fotográfico, tanto la toma como la edición de la imagen por segmentos busca referir la experiencia discontinua en la ciudad contemporánea, de la que el habitante –quien pone en acción todos sus sentidos al relacionarse con la ciudad, y no solo la vista– es sólo capaz de conocer fragmentos, por un lado, ante la expansión territorial y, por otro, por la complejidad del sistema urbano actual. La serie relativiza tanto el objeto como la mirada.

En el caso de la serie Remanentes, retomo el interés por los entornos urbanos libres de presencia humana, recurrente en otras etapas de mi producción. Para mí, los elementos de infraestructura urbana en estas condiciones de aislamiento adquieren un aire surreal, operando así diferentes niveles de apropiación de las formas urbanas, pues también remite a mis antecedentes como caminante de la ciudad desde mi infancia. Estas estructuras me brindan protección y tranquilidad respecto al bullicio característico de la capital en que habito, sensación que contrasta respecto a las personas que pudiera encontrar mientras las transito, por lo que otorgo un sentido animista a las edificaciones. Además, estas locaciones escapan a las lógicas turísticas y, en su lugar, presentan aspectos citadinos poco explorados que son dignos de ser vistos.

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Por su parte, Estado sísmico es una relectura a episodios en torno a los sismos en la Ciudad de México. El título apoya el sentido que la serie busca delinear. Por un lado, Estado con mayúscula indica el aparato político, mientras con minúscula alude a una condición psicológica personal. Por su parte, el adjetivo sísmico indica inestabilidad, sacudida. Un sismo provoca grietas –en la tierra y la sociedad–, y éstas no se subsanan en procesos cortos. En tal sentido, cada imagen de la serie conjunta tres elementos en su arquitectura: imágenes de edificios históricos emblemáticos de la Ciudad de México, imágenes de los estragos que causaron los sismos de 1985, así como personajes que han transitado los espacios públicos de la Ciudad. Los tres se amalgaman para producir una metáfora de la inestabilidad que atraviesa el país. La selección de fotografías que muestran escenas del sismo de 1985 incluye imágenes documentales captadas por fotógrafos de gran renombre, como Pedro Meyer, Pedro Valtierra, Rogelio Cuéllar o Ulises Castellanos. Todas ellas son parte importante del imaginario con el que el capitalino piensa a la catástrofe natural, que devino en una crisis social, pero también en la emergencia de la sociedad civil. A la hora de integrarse en esta serie, adquieren un sentido poético más allá de su origen fotoperiodístico. La yuxtaposición de

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edificios en derrumbe con edificios históricos, confiere a estos últimos una impresión de estar amenazados o contagiados de cierta inestabilidad. Esta fusión –técnica e imaginaria– pone en cuestión la carga hegemónica de los símbolos impuestos política e históricamente.

Por último, Más allá del canto apocalíptico, mi trabajo más reciente, es un ejercicio de imaginación para subvertir los usos hegemónicos que históricamente han deteriorado el suelo capitalino, con resultados poco significativos ni benéficos. El concepto central es retomar el pasado acuático de la Ciudad de México como clave histórica para repensar nuestra relación con el agua ante el cambio climático. Se entrelazan otros aspectos: la presencia de espacios verdes en la superficie de la plancha –bajo la forma de la chinampa– que conviven con trenes, ruinas prehispánicas, interiores de estaciones del metro y especies animales. Los procesos técnicos –montaje digital con imágenes de diversos orígenes, bajo una estética cercana al render arquitectónico– se conjugan con el sentido de prefiguración de la propuesta. Con una perspectiva utópica, la serie busca ir más allá del canto apocalíptico e imaginar escenarios posibles, si entidades industriales y gubernamentales adoptaran decisiones que revirtieran poco a poco el deterioro ambiental.

De la serie
50
50
2012 17
2.
Miradacompuesta. EnelJardíndeSantiago.Fotografía digital.
x
cm.

3. De la serie Miradacompuesta. EnCallao.Fotografía digital. 50 x 50 cm. 2012

18

4. De la serie Miradacompuesta. EnPiazzaSantaCroce.Fotografía digital. 50 x 50 cm. 2012

19

5. De la serie Miradacompuesta. EnCentroUrbanoPresidenteMiguelAlemán. Fotografía digital. 50 x 50 cm. 2012

20

6. De la serie Miradacompuesta. ColoniaEscandón.Fotografía digital. 50 x 50 cm. 2012

21

7. De la serie Remanentes. Fotografía digital. 17 x 25 cm. 2013

22

8. De la serie Remanentes. Fotografía digital. 25 x 17 cm. 2013

23
24
9. De la serie Remanentes. Fotografía digital. 25 x 17 cm. 2013
25
10. De la serie Estadosísmico . Fotomontaje digital. 28 x 35.5 cm. 2017

12. De la serie Estadosísmico . Fotomontaje digital. 28 x 35.5 cm. 2017

26

13. De la serie Másalládelcantoapocalíptico. Fotomontaje digital. 90 x 60 cm. 2022

27

14. De la serie Másalládelcantoapocalíptico. Fotomontaje digital. 90 x 60 cm. 2022

28

14. De la serie Másalládelcantoapocalíptico. Fotomontaje digital. 90 x 60 cm. 2022

29
15. De la serie
Fotomontaje digital. 90 x 60 cm. 2022 30
Másalládelcantoapocalíptico.

La “fotogenia” de los grupos amplios de migrantes

Aunque las raíces históricas de las migraciones, centroamericanas y de otros países, en tránsito por México hacia Estados Unidos se han desarrollado por más de cuatro décadas, en el último quinquenio hemos sido testigos de novedosos fenómenos migratorios que han atraído los reflectores de la prensa nacional e internacional: las caravanas de migrantes y los campamentos de solicitantes de asilo. El indudable atractivo periodístico de las imágenes de grupos amplios de migrantes desplazándose juntos, o en su caso, asentados en casas de campaña, se mezcla con otras realidades que no son tan positivas: la búsqueda de lo espectacular en el ámbito de los medios de comunicación de masas, la exacerbación del miedo infundado a que la migración constituya una invasión o un peligro, o la explotación del retrato de la miseria.

Las caravanas de migrantes las integran grupos muy amplios de migrantes que transitan juntos por territorios y fronteras, que se caracterizan por la situación irregular de muchos de sus integrantes y la forma económica en que realizan sus desplazamientos: a pie, mediante aventones, empleando autobuses, entre otros. La más mediática de estas caravanas fue la que partió de San Pedro Sula en Honduras a finales de 2018 y recorrió el territorio guatemalteco y mexicano hasta llegar a Tijuana, ciudad que se sitúa en la zona más oeste de la frontera México-Estados Unidos. Esta marcha estuvo principalmente conformada por migrantes hondureños y a su paso por Chiapas, en el sur de México, participaban en la misma cerca de 9 000 personas. Por su parte los campamentos de migrantes en las ciudades del norte de México se conformaron a medida que, los migrantes que no tienen

otras opciones para acceder a Estados Unidos, deciden quedarse en estos asentamientos a la espera de solicitar asilo ante las autoridades estadounidenses. A comienzos de 2021, frente a la garita de cruce a Estados Unidos de El Chaparral se estableció el Campamento La Esperanza, que se mantuvo por cerca de un año, en su apogeo llegaría a albergar a alrededor de 2 500 migrantes procedentes de Honduras, El Salvador, México, Haití, entre otros países.

Estos fenómenos migratorios de tipo colectivo coparon las noticias de los medios de comunicación, relegando las noticias sobre los flujos en tránsito tradicionales (migraciones individuales o en pequeños grupos) a un segundo plano. La vis atractiva de las caravanas y campamentos en ciertos momentos fue tal, que frecuentemente los sucesos migratorios eran vinculados de al-

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gún modo con uno de ellos. En lo que respecta a la fotografía, los mass media recuperan las imágenes de estas multitudes de migrantes que caminan juntas o que acampan en un determinado lugar. En las fotografías áreas y tomas en gran angular, la historia individual de cada migrante queda relegada a formar parte de una masa de migrantes, que llega a ser percibida por parte de la ciudadanía como una muchedumbre de personas empobrecidas, que no cumplen con las normas y que vienen a delinquir; o peor, como un ejército de personas indeseables que vienen a invadir el territorio.

Si la migración frecuentemente genera una sensación de crisis y de desbordamiento de la población que puede acoger un territorio o país, las caravanas y campamentos por su carácter de migración colectiva pueden acentuar más, si cabe, los sentimientos de racismo y xenofobia. En el ámbito de las migraciones, las fotografías de estos grupos amplios de personas cumplen con ese afán de los medios por captar la atención de espectador a través de lo espectacular y dramático. Las caravanas y campamentos ofrecen imágenes novedosas e impactantes al hacer visibles momentos de la movilidad humana que suelen permanecer ocultos como son el tránsito y cruce clandestino de territorios y fronteras. Retratan las migraciones como verdaderas odiseas que deben superar los migrantes.

En el caso de las caravanas, algunas de las instantáneas más difundidas son las de las confrontaciones entre las autoridades y migrantes. Las imágenes de agentes policiales guatemaltecos reprimiendo con palos el avance de una caravana que partió de Honduras, de un agen-

te migratorio mexicano pateando la cabeza de un migrante de una caravana o de un agente a caballo estadounidense dando un latigazo a un migrante, se hicieron virales y pueden reforzar la imagen de los migrantes como una población conflictiva, que se aleja de la norma y que constituye un peligro.

Otro aspecto que es resaltado en muchas de las fotografías de las caravanas y campamento es la situación de precariedad y miseria en que se encuentran los migrantes que transitan por México. Esto es algo que resulta más evidente en el caso de la cobertura de los campamentos de migrantes, toda clase de imágenes muestran las precarias y difíciles condiciones de los migrantes que residen en estos asentamientos. Viviendas hechas con material desechable, pequeñas carpas amontonadas, hacinamiento, etc. aparecen por doquier en la prensa. La tendencia a destacar este aspecto negativo es que representa a los migrantes como meras víctimas sin capacidad de agencia. Por el contrario, las caravanas y campamento son una muestra de la capacidad de agencia individual y colectiva que poseen los migrantes tanto para alcanzar sus objetivos migratorios como para el logro de sus objetivos más reivindicativos y políticos.

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LOS POEMAS COMO FOTOGRAFÍAS: POEMARIO “CERTEZA”

DE MENESES MONROY

El hábito de escribir y la constancia, dos cualidades que bien auspiciadas, cual astros en el firmamento se conjugan y se comunican, estas dos cualidades pueden lograr la materialización de un sueño sorprendente como la certeza de un poemario. Por otro lado, pienso que escribir es un acto de voluntad, mas publicar es un acto de arrojo. La obra prima de Meneses Monroy titulada, Certeza , nace bajo estas mismas cualidades y ésta, ha sido producto de la constancia. Versos que procuran inducir al fenómeno poético. Los poemas de este autor, destacan por un lenguaje figurativo que apela a la difícil sencillez, logra eternizar aquellos momentos de otros tiempos, los captura a través de la forma de un lenguaje nítido, dotándolo de una dimensión melancólica; los poemas como fotografías, revelaciones de una cámara fotográfica que ayudó a eternizar y trascender el momento.

Hay dos temas particulares que se instalan en el universo poético de Meneses, son la muerte y el amor, dos conceptos de alta tensión que, si no son cuidadosamente tratados, pueden caer en lugares o referencias comunes. Sin embargo, hay que recordar que ningún tema está gastado, y que no importa el qué, sino el cómo se dice. De este modo, el autor de la presente obra, agudiza sus sentidos, muestra la relación afectiva y referencial que tienen la muerte y el amor en Certeza ; es decir, el cómo dialogan y el cómo coquetean entre sí; la estrecha relación que se procuran.

En esta primera entrega de Meneses Monroy, la mesura de las palabras, la intensidad con la que se pronuncian o se escriben revelan el asombro constante del poeta que poco a poco va descubriendo su intrínseca relación entre la danza de estas dos entidades que le son conocidas. No sé de qué otra forma podría suceder el diálogo entre estos dos cuerpos altamente incendiarios sino a través del trabajo constante que hace el escritor o el poeta para revelar lo que le ocupa: sus fobias y sus filias. Y es que, ante el dolor de las pérdidas, los puntos de inflexión que se presentan en los diferentes escenarios de este poemario, existen por la convicción y el amor al oficio.

Finalmente, me coloco como lectora y percibo cómo ciertos versos fueron llenando algunos de mis vacíos, y en esta isla que todos somos, puedo entender mi soledad compartida. Habrá que mencionar otras caras de la misma moneda, la muerte no es sin la vida y viceversa. Y desde este punto se instala el laconismo de un tiempo pasado, presente y futuro. Turbado el espejo pretende a través del verso hallar un reflejo, aunque siempre intermitente, nadie tiene la última palabra, sólo hay certeza en el vacío, arrojarse, también es vivir.

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espacio abierto

Dos poemas de Meneses Monroy

Poder

El mundo, todo el mundo, el sistema solar, no solo el sistema solar, el universo entero cambia con cada pensamiento que tengo, con cada latido de mi corazón.

MAMÁ

Mamá ya no está por aquí. ¿Acaso hizo ella algo mal? ¿O simplemente los ángeles mueren sin motivo, sin razón?

¿O qué engranaje divino se trabó, cortando sin querer una existencia tan grata, para árboles y flores?

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