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EL LAMONATORIO

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KATANGA DUB

KATANGA DUB

La humanidad siempre ha visto a la naturaleza como una fuente inagotable de recursos, y así nos luce el pelo. Las plantas son una parte considerable de ese pastel y no en vano las hemos explotado durante milenios para obtener principalmente alimentos y bebidas, pero también medicamentos y otras drogas, fibras, tintes, algo tan preciado para Dunder Mifflin o para las personas que colaboran en esta revista como el papel y, por supuesto, material para la construcción, esencialmente madera. Sí, ese componente robusto, pero a la vez versátil que parece creado por magas y hechiceras, depositado célula a célula a lo largo de los años en ramas y troncos gracias al CO2 robado (y bien robado) a la atmósfera y a cambio del cual obtenemos el tan preciado oxígeno. Yo me quito el sombrero ante estas alquimistas verdes.

Esa madera tan fantástica está ardiendo a toneladas en nuestros bosques este verano. No solo ella: también arden animales, campos de cultivo, granjas, casas, pueblos enteros. Pero no es el primer año que ocurre, ni mucho menos, los incendios son tan veraniegos como Georgie Dann, el Frigopie o la sandía. Además, si observamos los datos del Ministerio para la Transición Ecológica desde 1970 hasta ahora, el fuego no se ha cebado especialmente con los bosques españoles en los últimos años. De hecho, los peores años en materia de incendios fueron las décadas de los 70 y 80 y principios de los 90, y luego el número de hectáreas calcinadas ha ido disminuyendo significativamente, con sus altibajos. Lo que está ocurriendo en la última década aún no está del todo claro, pero se ven tendencias al alza. Tampoco podemos asegurar aún si en 2022 estamos ante un récord de incendios en la península, pero tiene toda la pinta porque todavía queda agosto y en una semana se ha quemado ya una tercera parte de lo que se quemó el verano pasado. En lo que coincide la gente experta es en que la clave está en la prevención, y eso pasa por invertir más pasta en la gestión del territorio. Lo mismito que no está haciendo absolutamente ninguna administración, verdad, ¿Mañueco, Feijoo, Moreno, Aragonès, etcétera?

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La dificultad de controlar los incendios este verano tiene mucho que ver con las escasas precipitaciones y sobre todo con las altas temperaturas, inusuales en muchas regiones del planeta. La peña en Inglaterra está flipando, pero no menos que en Asturias o Euskadi. El cambio climático no son los padres, y si no me creéis leed el último informe del IPCC. En las grandes ciudades el calor se hace cada vez más insoportable, pero los que mandan siguen sin enterarse de que el asfalto lo absorbe con una facilidad pasmosa y que debemos reducir la superficie ocupada por él (y por los malditos coches) y dar paso a la vegetación. Tal y como explicaban recientemente desde el CREAF, el Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals, los árboles y las plantas herbáceas salvarán a las grandes ciudades del infierno. Hay unas cuantas razones de peso que nos llevan a dar la categoría de superhéroes a estos seres verdes (de algunas ya os hablé en el Especial “En el tejado”). En primer lugar, crean sombra, algo que todo ser vivo busca desesperadamente cuando el sol abrasa. El asfalto bajo estos árboles también bajará su temperatura, por lo que podremos pasear por él a nuestras mascotas sin que se abrasen las patitas. La temperatura del asfalto estas últimas semanas ha llegado a los 50ºC en algunos lugares, así que ojo con los perretes. Por otro lado, las plantas, proporcionen sombra o no, refrescan el ambiente porque generan humedad, pues están continuamente transpirando y emiten agua a la atmósfera través de sus estomas, esos agujeritos por los que también entra el CO2 y sale el oxígeno. Y de todo esto hay datos, muchos datos. En un estudio publicado en 2021 se demostró que la vegetación del suelo reduce la temperatura máxima de la superficie de 2 a 9ºC y que si ponemos plantas en techos y paredes de los edificios puede llegarse a reducir la temperatura de la superficie hasta 17ºC. La vegetación en las grandes ciudades también ayuda a ahorrar energía y a mitigar por ende el cambio climático. ¿Que cómo se produce ese ahorro? Muy fácil. Si la temperatura de la urbe se mantiene más fresca gracias a la vegetación, necesitaremos poner menos el aire acondicionado. Creedme, en las ciudades del Mediterráneo esto sería maravilloso. También economizaríamos en gasto sanitario, pues si las temperaturas no se disparan como lo están haciendo este verano habrá menos personas que sufran golpes de calor. No, los golpes de calor tampoco son los padres e incluso hay personas que mueren a causa de ellos, si no preguntádselo al hijo de José Antonio González. Finalmente, si aumentamos la superficie verde de nuestras ciudades, atenuaremos la polución atmosférica, pues las plantas, benditas ellas, actúan como purificadoras del aire y, por si todo lo que ya he dicho fuera poco, son sumideros de CO2, uno de los gases que provocan el efecto invernadero. Eso sí, lo de plantar a lo loco tampoco, ¿eh? Es vital que estas actuaciones se lleven a cabo por especialistas que conozcan las especies más adecuadas para cada situación y climatología. No tiene sentido plantar hayas en Barcelona ni palmeras en Berlín, por decir alguna burrada.

Ojalá se tenga en cuenta pronto todo este conocimiento y se tomen medidas como estas para transformar nuestras ciudades en lugares más habitables. Solo nos libraremos del averno asfáltico si conseguimos que la madera crezca, no si la talamos.

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