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Concha Tisfaier Shock eléctrico

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ADI BIZIKLETEKIN!

ADI BIZIKLETEKIN!

La TEC o terapia electroconvulsiva consiste en aplicar corrientes eléctricas al cerebro para provocar pequeñas convulsiones. Se usa con personas que por su comportamiento no encajan mucho en lo que se espera de ellas y sí en lo que la psiquiatría llama trastornos mentales. Y digo se usa, porque aunque suene un poco arcaico, no ha desparecido del todo en el presente. Se utiliza mucho en diagnósticos de depresión cuando la drogaína no funciona. El debate sobre su eficacia continúa y yo no voy a entrar en ello porque no soy psiquiatra y de psicóloga solo llevo la mitad.

Pero como mi método de estudio siempre pasa por el recuerdo, la nostalgia y el egocentrismo, os contaré cómo me topé por primera vez con una paciente tratada por esta terapia. Era yo una joven que nada ponía en duda, que en todo creía y tan buena y tan conforme que peté, y tras diversas peripecias y episodios, acabé encerrada en un psiquiátrico. Acababa de estrenar mayoría de edad, es decir, era una criatura que se creía muy mayor y no tenía ni idea de lo frágil y vulnerable que era. Si una no sabe lo vulnerable que es, no puede ver al resto como vulnerables. Y menos si son mayores que tú, llevan bata blanca y hablan con seguridad. Hay situaciones que se merecen rodeos, muchos, un párrafo al menos, porque no sabes interpretarlas y necesitas hacerlo para resumirlas. Encima las envuelve una espesa niebla provocada por lorazepam, fluoxetina, alprazolam, duloxetina, Sobaos Martínez y café en gordas tazas de plástico. Yo hacía ejercicios de ortografía en la mesa de la sala común. A mi lado, la paciente con anorexia nerviosa sujetaba el portasueros cerca suya para que nadie se tropezara y le arrancara el tubo de la nariz. Enfrente la única chavala de mi edad que unos días después pediría el alta voluntaria. Y llegó ella con una cara que nunca le había visto. No había visto esa cara por dos motivos: el primero es que era anodina, no llamaba la atención, no se asociaba a un comportamiento raro, no hacía nada, pocas veces emitía sonidos. El segundo es que ese día vi la expresión de la inexpresión, incluso la gente dormida o muerta tienen algo que nos permite inventarnos un sentir. “Ay, qué en paz se la ve”, “debe estar teniendo una pesadilla”, “no me lo dice despierta, pero esa cara es que sueña conmigo”. Pero ese día, una mujer de mediana edad, mediana altura, mediano color de piel, mediano color de pelo, mediana complexión y mediano tono de voz se sentó al lado de mi libro de ortografía, apoyó los antebrazos en la mesa y miró la pared amarilla que tenía enfrente.

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La bobalicona niña paciente diagnosticada de varios trastornos de moda entonces que era yo levantó la mirada a esa persona mediana y acto seguido la dirigió a la espigada, delgadísima, directa y erguida paciente con anorexia. Una voz grave salió del rostro más calavera que cara: “Electrochoque. Le dan cada cierto tiempo. La deja un poco así, pero mañana ya estará como siempre.” Como siempre era medianamente agradable y medianamente discreta, ocupando un sillón en la sala en lugar de esa mesa gris y fría. No tengo más recuerdos de ella. Pero cada vez que leo algo sobre el uso del electrochoque para disciplinar mujeres, personas homosexuales o trans, veo su media melena medianamente ondulada, disciplinadamente peinada con raya en medio.

Casualmente llevo unos meses trabajando en un proyecto divulgativo relacionado con la electricidad. El jefe de todo esto no lo sabía, pero supongo que ya son muchos años en la revista y hablando de chorradas en nuestro grupo de WhatsApp, así que no es raro que hayamos desarrollado algo similar a la telepatía. Digo similar porque desde el punto de vista de la física es imposible comunicarse con la mente. Ya os lo explicaré en otro especial si eso.

Nuestro cuerpo funciona por impulsos eléctricos. ¿Os acordáis de cuando estudiabais el sistema nervioso en el cole? Por si tenéis memoria de Dory como yo, para responder a un estímulo que llega desde el exterior hasta nuestro cerebro, éste contesta “lanzando” una corriente eléctrica a través de una intrincada red de células nerviosas que recorre todo nuestro cuerpo. Estas células se llaman neuronas, y tienen una “cabeza” llamada soma y unos “brazos” muy largos denominados axones, que es por donde pasa la corriente. A lo largo de los axones se produce un intercambio de átomos con carga eléctrica, es decir, de iones positivos y negativos: algunos iones entran y otros salen, lo que hace que el impulso vaya transmitiéndose por el axón. El tráfico de iones que se genera solo para que pestañeéis, eructéis, o hagáis next en Tinder, nada tiene que envidiar al de la rotonda de Príncipe de Viana en hora punta. Cuando la señal eléctrica llega al final del axón, para pasar a otra neurona y seguir su camino, necesita transformarse en una señal química, y esto ocurre en una zona llamada sinapsis. En la sinapsis, la señal eléctrica activa la liberación de neurotransmisores, moléculas que transfieren el impulso a la siguiente neurona. En nuestro cuerpo hay más de 60 tipos. ¿Os suenan de algo la dopamina, serotonina, adrenalina o epinefrina? Pues son neurotransmisores.

Así contado, parece que el impulso nervioso vaya a paso de tortuga, que los iones entran y salen con toda la pachorra y que, cuando les apetece, les dan el toque a los neurotransmisores para que se vayan liberando en la sinapsis con la calma. De eso nada, monadas. Aquí hablamos de que en milisegundos se libera un torrente de neurotransmisores. De que, en un segundo, una neurona se conecta con otra una media de 200 veces. De que el impulso nervioso puede alcanzar velocidades de 120 metros por segundo. El sistema nervioso no para, el sistema nervioso sufre de estrés laboral.

Pero como siempre ocurre en estructuras tan complejas, las cosas pueden ir mal, muy mal. En la transmisión del impulso nervioso hay muchas posibilidades de que algo falle. Puede que la mielina, (sustancia que recubre los axones para protegerlos y para que el impulso vaya más rápido), se deteriore. Esto es lo que les pasa a las personas con esclerosis múltiple, enfermedad que padecen Bob Pop o Selma Blair. Puede que las neuronas motoras, las que se encargan del movimiento corporal, comiencen a morir poco a poco. Esto les ocurre a las personas con esclerosis lateral amiotrófica, como Unzué o Stephen Hawking. También puede que haya algún problema con el tráfico de iones a lo largo del axón. Los iones no pasan a través de las membranas de las neuronas como Patrick Swayze a través de las paredes en Ghost. A lo largo de las membranas hay unos túneles que se abren y se cierran para dejarles pasar cuando les toca. Estos pasos selectivos se llaman canales iónicos. Como le oí decir el otro día al investigador de la Universitat de Barcelona Xavier Altafaj, estos canales son como puertas entre dos mundos, y si no funcionan bien las consecuencias pueden ser terribles. Su mal funcionamiento puede generar una sobrecarga eléctrica en el cerebro, lo que conocemos como epilepsia. También puede provocar migraña, ataxia, contracciones musculares involuntarias (distonía), dolor crónico, rigidez muscular (miotonía) e incluso ceguera y sordera si se ven afectadas las células nerviosas del ojo o del oído. Las enfermedades causadas por una disfunción de los canales iónicos se denominan canalopatías. También hay canalopatías que afectan a otras células del cuerpo (no solo a las neuronas), porque esto de que los iones entren y salgan de las células a través de canales se ve que la naturaleza lo considera una buena estrategia de comunicación. Y si la estrategia es buena, ¿para qué cambiar? Por lo tanto, aparte de las neurológicas, tenemos canalopatías cardíacas (síndrome de Brugada), respiratorias (fibrosis quística), endocrinas (hiperinsulinismo), renales (síndrome de Bartter) o inmunológicas (miastenia gravis). Todo un catálogo de enfermedades terribles, vaya. eljardindemendel.wordpress.com

¿Cómo podríamos revertir las canalopatías? Pues investigando, claro está. Hay que conocer a fondo los canales iónicos y qué mutaciones de qué genes les afectan y cómo para poder desarrollar tratamientos. Para eso tenemos a grandes profesionales de la ciencia yendo día tras día al laboratorio a analizar datos, extraer y secuenciar ADN o medir corrientes iónicas con máquinas que parecen sacadas de una peli de ciencia ficción. Profesionales como Xavier Altafaj, que el otro día nos explicaba su trabajo y me emocioné al darme cuenta de lo lejos que estábamos llegando. Se me pusieron los pelos de punta, y eso solo fue posible gracias a que una corriente eléctrica hizo que mi cuerpo segregara adrenalina, y ésta provocó que los músculos erectores de mi vello corporal se contrajeran, erizándolo al unísono.

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