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PATXI IRURZUN

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EL LAMONATORIO

EL LAMONATORIO

Patxi Irurzun

Con mucha probabilidad PATXI IRURZUN sea la persona que más veces ha salido en esta revista. En esta ocasión es la cantante y escritora MIREN LACALLE quien habla con él sobre Tratado de hortografía (Ed. Pamiela), libro que revisita los años ochenta desde la mirada de un padre cincuentón. La música siempre ha estado muy presente en tus libros, pero aquí más que nunca, y, en concreto, el Rock Radikal Vasco...

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Siempre había querido escribir una novela sobre el RRV, veía que sobre aquellos años había una narrativa por hacer. Lo había intentado en otras ocasiones, pero no acababa de cuajar, en parte porque, aunque sí pensaba que era yo quien lo tenía que contar, sentía cierta inseguridad. Yo viví aquello como espectador, el mundo de los grupos por dentro lo desconocía por completo.

El tono de la novela remite a otro de tus libros importantes, el diario Dios nunca reza.

Sí, en el fondo es lo mismo, cuando saqué aquel diario me pareció que a nadie le iba a interesar un diario de un verano en la vida de una persona corriente, pero en cuanto se publicó vi que conectaba muy bien con los lectores, que en realidad no había hecho una escritura del “yo”, sino del “nosotros”. En Tratado de hortografía sucede lo mismo, es una novela muy generacional.

Escritura del yo, formato de diario… ¿Estaría esto dentro del género de la autoficción?

No lo sé, no sé muy bien qué es la autoficción. Yo diría que es una novela, sin más, y que en realidad en todas las novelas hay algo del propio autor, más o menos disimulado. En este libro hay algunas cosas que se pueden identificar conmigo pero otras no tienen nada que ver: no soy viudo, ni tengo dos hijos gemelos, ni he tocado nunca en un grupo. Me habría gustado ser rockero, claro, y por eso me lo invento. A eso siempre se le ha llamado novelar, si ahora le quieren poner esa etiqueta, pues adelante.

La música, los ochenta… están presentes pero también estás hablando sobre el duro ahora.

Sí, porque es también una novela sobre la precariedad. El protagonista y sus hijos viven en ella, como vivimos muchas personas. El libro habla, por ejemplo, de esa violencia oculta que es entrar a los supermercados y comparar los precios de las bandejas de carne y tener que llevarte la más barata y seguramente la menos saludable. O sobre la gente que hemos llegado a los cincuenta y nunca hemos tenido un empleo estable o un sueldo que supere los mil euros. Es una novela en la que la gente de esa generación echa la vista atrás, se pregunta en qué ha quedado todo aquello por lo que peleó en su juventud, si ha servido para algo, qué errores cometió… En el grupo de guerrilla ortográfica, de hecho, hay un intento un poco patético de encontrar respuestas a todo ello, de ahí también el título, ese error ortográfico que señala todas esas contradicciones.

Todo sucede en Jamerdana, el territorio mítico de tus dos primeras novelas y algunos de tus cuentos ¿Dónde ubica Jamerdana?

En ningún lugar y en todos. La idea es que pueda reconocer como suya cualquiera que viva o conozca Pamplona, Vitoria, Donosti, Bilbao… Tiene elementos de todas ellas, hay mar, una ría, paisajes industriales, casco viejo...

¿Después de dos novelas de género histórico se puede decir que con esta vuelves a casa, a la novela social, a la sátira, el humor, a todo eso que alguien llamó el “patxirurzunismo”?

Bueno, yo diría que en realidad no vuelvo a casa porque nunca me he ido. Las dos novelas anteriores quizás sean una excepción dentro de mi trayectoria, sobre todo Los dueños del viento, una novela muy seria, muy clásica, pero incluso en Diez mil heridas yo creo que mi voz, mi estilo, el humor y el esperpento, eran bastante reconocibles. En cierto modo esas dos novelas también eran novelas sociales, novelas históricas sociales, podríamos decir. Pero sí que es cierto que con este nuevo libro están de nuevo muchos de los temas que para mí son recurrentes y también ese tono que oscila entre el humor, la sátira y la ternura o lo emocional, incluso la tristeza, que podíamos encontrar en Dios nunca reza, aunque aquel era un diario real y este de ficción.

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