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CONCHA TISFAIER
La Nuevo Vale. Una revista finita, en papel de la peor calidad posible, sin apenas fotografías y con mucho flujo. No llegué a saber nunca si hubo una Vale anterior a esta Nuevo Vale. Yo la cogí justo cuando pasaba de valer 75 pesetas a valer 80. Eran los tiempos de los cromos de “V” en la TeleIndiscreta, los primeros gateos de la SuperPop y la primera palabra en italiano que conocíamos: Ragazza. Todas ellas ya desaparecidas. La Nuevo Vale murió con 32 años, en 2012. Solo era dos años mayor que yo.
Tengo recuerdos muy fugaces de mi relación con esta revista y además se superponen con los de su hermana mayor, la SuperPop. Pero el cuerpo tiene memoria, en cuanto recuerdo el logo de la Nuevo Vale mis bragas se mojan. No sé si nuestras madres y padres sabían lo que comprábamos con la paga semanal, o si deseaban que lo hiciéramos para, bueno... para eso en lo que nos resistimos a imaginarnos a madres y padres aunque ya seamos madres o padres. Yo creo que aprendí la teoría de hacer mamadas a una edad en la que aún no se me habían caído ni las muelas de leche. Porque la Nuevo Vale era la revista barata. Y si no te llegaba para ser dulce y tibia a través de los test del amor de la SuperPop, pues te tocaba (y te tocabas) con los de la Vale. Te quedabas sin el regalo chulo, plasticoso y lleno de brillibrilli de la revista para adolescentes y te ibas a tu casa con una revista más fácil de camuflar y llena de relatos eróticos que ya quisiera Marqueze.
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Pero además te preparaba muy bien para poder ser la que respondiera las dudas sexuales de todas tus amigas, aunque tú no hubieras pasado de unos magreos con el peluche más grande que tuvieras. “No, no te quedas embarazada si le tocas el calzoncillo y está húmedo”, “Sí, se puede ejercitar la lengua para meterla más a fondo en la boca” (¿será esto cierto?), “No sé por qué os metéis con ella sólo porque lleve un condón en la cartera, la prevención es importante”… y así, te hacías la chulita y te cogías fama de guarra, sin ser (aún) ni una cosa ni la otra.
A mí la sección de dudas sexuales y la de los relatos me parecían fascinantes. Supongo que para nosotras era como la Playboy o la Interviú, nos ponían igual pero no tenían fotos. Quizá por eso nos cueste tanto encontrar pollas que nos parezcan bonitas o flipemos al ver otros coños o incluso los nuestros. En nuestra imaginación, los genitales eran muy diferentes. Eran órganos llenos de fluidos y que se erizaban al ser lamidos, todo era carne suave y aliento excitante, era la mirada penetrante como metáfora de coito y besos cálidos y húmedos como metáfora de sexo oral. Hasta que llegaba el relato de “Mi primera vez”. Allí todo era explícito, aunque vestido de amor romántico con mi mejor amigo, con mi compañero de clase, con mi amor del pueblo, con el chico del campamento, ¡con el monitor del campamento! Todo hetero, por supuesto, menos algún relato suelto sobre masturbación y dudas respecto a nuestra mejor amiga. La Nuevo Vale nos educó en la heterosexualidad, el amor por encima de las amistades (aunque estas eran lo más importante y luego había que recuperarlas) y la complacencia sexual hacia el otro sexo. Pero también nos habló de chicas que disfrutaban follando, de amigas que se perdonaban y dejaban de competir y de que el amor propio te hacía mucho bien. Incoherencias noventeras que ahora nos llevan a no querer tomarnos un ibuprofeno cuando tenemos la regla, pero ponernos hasta el culo por la noche porque tenemos la regla.
Estos días echo de menos la Nuevo Vale, el césped de la piscina y ¡hasta las pesetas! Así que ayer me compré la Pronto. Y, claro, ahora sé que la Nuevo Vale no murió. Creció. La Nuevo Vale se hizo mayor, se casó y dejó de trabajar fuera de casa y de andar escachando matas con cualquiera en las fiestas de los pueblos. Ahora hace recetas de aprovechamiento, se conoce todos los trucos para que los cristales brillen y el baño se limpie solo y da consejos sobre cómo educar a la prole.
Sé que un día la Pronto fue la Nuevo Vale. Por esas páginas de amores imposibles, amistades traicionadas y riñas familiares donde no hay ni una foto pero sí largos párrafos que se recrean en los detalles más absurdos y consiguen que se te pase la tarde de confinamiento acabándote la bolsa de garrapiñadas y deseando que vuelva tu amor juvenil a rescatarte de este tedio y escribir un relato para la Vale sobre “Mi primera vez, otra vez”.