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DANIEL FRANCO
Agustín es un joven locutor de radio de Bogotá. La renovación de su contrato y su relación de pareja están en el aire. Para escapar de esto visita a su abuelo, a quien hace años no ve y descubre que no sabe nada del anciano que tiene delante. Esta es la historia de la segunda novela del colombiano DANIEL FRANCO, que ya pasó por estas mismas páginas hace unos años.
La novela se ambienta en 2016, en un momento crucial para el pueblo colombiano.
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Colombia estaba dividida por una pregunta, a la que ninguna respuesta le encajaba de verdad, no a esas alturas. Cualquier palabra se quedaba corta ante el deseo de un país entero por acabar con un conflicto que llevaba latente más de medio siglo. Pero el proceso de paz se trató como una especie de reality show en donde se jugaba a desenmascarar a buenos y malos, ¿pero quiénes son los buenos y quiénes son los malos después de más de 50 años de enfrentamiento armado, desinformación y miedo? Poco importaba quién había sido el malo y quién había sido el bueno. Lo importante era avanzar, detener las extorsiones, los secuestros y los asesinatos, reconocer y atender a las víctimas, a pesar de la postura de ambos bandos. Hay perdones que nunca llegan como nosotros queremos. La historia de Agustín y Alfonso me pareció que era análoga a esta: la de una familia entera que había estado jodiéndose de generación en generación, en silencio (porque ya ni se sabía el porqué de todo), llena de resentimiento, silencio y dolor. Lo que se necesitaba era encontrar ese momento de diálogo, de escuchar al otro, conocer la historia con todos sus matices para entonces descubrir por dónde empezar a dejar ir y empezar a sanar.
Antes de venirte a Pamplona hace años grabaste tus conversaciones con tu abuelo. ¿Hasta que punto ese material se ha colado en la novela?
Esas grabaciones son la columna vertebral de la novela. Ellas se imprimen en el personaje del abuelo hasta la idea detrás de la obra. La manera en la que habla, algunas de las historias que cuenta el viejo, el proceso de reconocerse en el otro a través del diálogo y la música...
La música tiene gran importancia en la historia...
Totalmente. En la novela, la música funciona como un vínculo para unir a los personajes. Uno de ellos la utiliza como una herramienta para hablar de sí mismo y de su pasado, el otro encuentra en ella en un refugio emocional con el que mantiene vivo a alguien de su pasado. Lo que los une es el amor por ella, por ese lenguaje.
Vemos también ilustraciones en este libro...
Sí, las hizo Mariana Loewy, una artista colombiana residente en Londres, cuyo trabajo me encanta. Ella, además de estar enfocada en la ilustración de obras literarias, también ejerce como terapeuta artística. Creo que la mezcla de esa sensibilidad y talento resonó muy bien con la obra.
¿Sientes que tu escritura ha evolucionado desde “Valentina” tu primer trabajo? ¿Tienes algún referente en la cabeza a la hora de escribir?
Sí, claro. “Análogo al silencio” es una novela más corta, más sutil, más medida. Creo que esos son los rasgos más importantes a nivel literario. No me cabe duda de que esto es gracias a mi amor por Carver.
“Análogo al silencio” se ha publicado en Editorial Graviola. Háblanos un poco de esta editorial independiente de la que también formas parte.
Editorial Graviola es un sello independiente, nacido en Pamplona, comprometido con la difusión de voces latinoamericanas migrantes, la unión cultural y la experimentación artística. Apuesta por una literatura renovada, historias que puedan traspasar barreras culturales conservando la particular manera de hablar, ver y sentir del autor. Además de ser socio fundador, tengo la fortuna pertenecer a su lista de autores donde hay gente joven y muy talentosa:
Laura Estrada, Virgilio González Briceño,
Agustina Sánchez y Abraham Valera.
¿Qué próximos proyectos tienes en mente?
El lanzamiento de un poemario en el que he podido trabajar como coeditor, una nueva novela en la que estoy trabajando y empezar a coquetearle al mundo del audiovisual cuanto antes.