“…Nuestra devoción filial a la Virgen María y su protección reiteradamente implorada acrecienta nuestras fuerzas para imitar vigorosamente su ejemplo de fidelidad”. Constituciones de la Orden las Escuelas Pías 58
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Mi vocación
CHISTORÍN Víctor Carreras F. Sch. P.
Nací en Deseadilla, municipio de San Felipe, Gto. Mi comunidad es pequeña, tendrá alrededor de 250 a 300 habitantes. La mayoría de la gente se dedica a sembrar maíz, frijol y calabaza. Los jóvenes prefieren irse a las ciudades o a los Estados Unidos a trabajar. Mi llamado comienza a la edad de 8 años , cuando el P. Juan Antonio me hace una invitación a servir en el altar como acólito, sin pensarlo mucho acepté. Regresé a la casa y se lo dije a la abuela quien se puso muy contenta brindándome su apoyo. Yo me sentía muy contento y nervioso a la vez, por lo que me estaba pasando. Llegó el gran día de mi debut como acólito, el estar junto al padre en el altar, la iglesia a su máxima capacidad, todos mis amigos hasta adelante para verme, hizo que sintiera cómo mi pequeño corazón empezaba a latir cada vez más fuerte por la emoción. Durante la misa el padre me apoyó en cada momento y con señas me iba diciendo que seguía. Gracias a Dios todo salió bien. Al salir de misa no faltaron las clásicas burlas de los amigos, unos me decían campanita, otros santito, etcétera. A partir de ahí se empieza a fraguar mi vocación: voy sintiendo en mi interior una gran felicidad. Ya no me importaban las burlas ni el qué dirán, sólo quería servir en el altar. El padre Juan me inspiró, veía todo lo que hacía en misa y en la comunidad, mientras tanto yo por dentro me decía: “cuando sea grande quiero ser como él.” También recuerdo que en la casa lo imitaba, según yo celebraba misa, casaba a mis hermanos, primos y amigos. El tiempo seguía curso, el P. Juan dejó el cargo de párroco para irse a Roma a estudiar. Yo continuaba de acólito en mi comunidad. Toda la gente me decía que me metiera al seminario, esa era mi ilusión, pero no tenía acompañamiento ni información. Me llegué a sentir solo, frustrado, desilusionado porque miraba a mis papás, a mi abuela, que no contaban con los medios económicos para ayudarme a estudiar.
Una señora se le acerca a un chavo greñudo después de misa y le dice: “Joven, ¿por qué no se corta el pelo?” El chavo le contesta: “¿No ha oído hablar del Nazareno?” La señora, pensativa, le pregunta: “NO, eso qué es, ¿un grupo de rock?”
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Ante la situación, faltando 2 meses para cumplir 18 años, tomo la decisión de emigrar a los Estados Unidos. Voy lleno de sueños e ilusiones, con muchos proyectos, pero lo principal era ayudar a la abuela, a mis papás y a las personas que me ayudaron. Esto fue toda una aventura porque: llegamos al Río Bravo, lo pasamos en bolsas negras rellenadas con nuestra ropa, caminamos toda la noche, en la mañana descansamos hasta el medio día, ya por la tarde seguimos hasta llegar al lugar donde nos iban a recoger para llevarnos a San Antonio, Texas. Llegando ahí pagué el total del dinero al que nos cruzó y a partir de ahí quedé libre para irme al estado de Georgia. Cuando llegué mi hermano mayor me esperaba, me dio un abrazo y me dijo: “bienvenido”, yo le contesté: “gracias, y gracias a Dios que me da la oportunidad de estar aquí”. Al poco tiempo me di cuenta que no todo era como lo había pensado. En el barrio donde vivía había muchas personas viviendo a la intemperie, ahí mismo cocinaban, tomaban cerveza, incluso se drogaban. La mayoría eran mexicanos, y había uno que otro estadounidense. En la casa donde vivía la convivencia a veces se ponía tensa porque unos se ponían a tomar cerveza, muchas veces a altas horas de la noche con música incluida, esto era molesto porque el resto teníamos que trabajar al día siguiente. Esto que pasaba el fin de semana muchas veces se repetía entre semana. Después de mucho pensé: “si no puedes con el enemigo únete a él”. A mis 20 años empiezo a tomar cerveza, a fumar, a faltar al trabajo y es así como comienzo a caer en ese círculo vicioso del que tanto hui. Y en ese ambiente duré como dos años. En ese tiempo no iba a misa, no hablaba con Dios, sólo miraba cómo mis sueños se iban diluyendo cómo agua entre las manos. Un día llegó a mi casa mi amigo Armando, me platicó que él había estado en un grupo juvenil. Me llamó la atención y le dije que el próximo fin de semana buscaríamos una iglesia y preguntaríamos por un grupo juvenil. El siguiente domingo nos recibieron el P. José Duván González y la hermana Susana, franciscana, y de inmediato nos integraron al grupo juvenil “Alma Misionera” en la Misión San Felipe de Jesús. Después de algunos años de no acolitar, volví hacerlo en una misa juvenil y me sentí cómo la primera vez, fue algo muy especial. El grupo fue mi tabla de salvación, el puente para reencontrarme con Dios que me daba otra oportunidad, otra llamada y otra invitación a seguirle. Así como salí de ese círculo vicioso. Dios me tuvo mucha paciencia y siempre estuvo ahí; era yo quien no me daba cuenta. Empiezo a conocer nuevos amigos con quien me divertía sanamente, vuelvo a llenarme de sueños e ilusiones. En pocas palabras, comienzo a vivir consciente de quién soy y para qué era llamado por Dios.
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Algo para reflexionar… Ne 2, 17.20 Jerusalén está en ruinas, sus puertas: incendiadas. Mira cómo quedó la pobre Jerusalén; acaba de pasar una gran batalla. Mira sus murallas, han quedado en ruinas. Pobre Jerusalén: la han debilitado, ha sufrido un gran daño. Pero se puede reconstruir, así no se va a quedar. El Señor del cielo está con nosotros y hará que tengamos éxito en la reconstrucción.
Robertito informa: 06-10 octubre Jornada Vocacional Instituto Morelos 11-12 octubre Jornada Vocacional “San Juanita” 16-24 octubre Jornada Vocacional Veracruz 24-26 octubre Retiro Vocacional Campeche
La gran batalla ha pasado, al menos eso creo, ¡por fin un momento de paz! –Se escucha dentro de la ciudad– es momento de reconstruir la muralla y reforzar las puertas que quedaron en pie, las demás hay que reconstruirlas más resistentes, para que no pueda entrar el enemigo. La batalla fue muy dura y obscura, ha habido pérdidas muy valiosas, el enemigo es poderoso, nos ha dejado en la ruina, pero con vida... El Dios del cielo salió a nuestro encuentro y nos ayudó. Ahora hay que reconstruir lo destruido, hay que levantar unas murallas más altas y más fuertes y unas puertas más resistentes... Jerusalén no te confíes. La batalla aún no termina, quizá apenas es el comienzo. El enemigo te está observando, ¡cuidado! Está planeando un nuevo ataque y éste será más fuerte que el anterior... ¡PREPÁRATE, NO BAJES LA GUARDIA! Derrumba esas falsas y débiles murallas para construir nuevas. Deja que Dios te acompañe y guíe hacia la victoria, pues cuando tus fuerzas se han debilitado, Él peleará por ti. No olvides: El Señor hará derivar hacía Jerusalén, como un río, la paz. Alberto Roaro Moreno Sch. P.
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