Revista Estrépito N°2

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SEGUNDO NÚMERO OCTUBRE 2020 REVISTA ESTRÉPITO CHIAPAS Revista Estrépito

Director general: José Zenteno Aguilar Consejo editorial: Valeria Mendoza Carlos Pimentel Kika Ortega Ilustradora Alondra Varela (@lark_vr) Corrección de estilo: Antonio Reyes Carrasco Portada: “Sin título” de Sabine Núñez Quintero Contraportada: “Ciudad en el mar” de Alondra Guzmán Hernández (Mérida, Yucatán)

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@revistaestrepito

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matrística Itzel Nayelli Palacios Valdivia (Ciudad de México)

soy originaria del vientre de mi madre comparto costumbres con ella

Itzel Nayelli Palacios Valdivia

con mi hermana

Ciudad de México

mis tías primas sobrinas con mis abuelas y desde luego con las mujeres que sin ser mi sangre se inscriben en mi genealogía

vengo del vientre de mi madre mamá es mi matria nunca pertenecí a ninguna patria los himnos y las banderas nunca me dijeron nada supe de las fronteras porque al nacer me atravesaron la cuerpa

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no pertenezco a ninguna nación nací del vientre de una mujer desterrada soy hija de un hombre desterritorializado que migró aferrado a una cultura que enseñó con entusiasmo

no pertenezco a ninguna nación vengo de los Iñ´yibakuu en mi cuerpa se inscribe la memoria de las mujeres iñ´yibakuu soy cuicateca uso una lengua ajena me nombro con palabras que me son insuficientes traducciones imprecisas

mujer cuicateca soy dos veces despatriada despojada del derecho a caminar por un suelo en el que no me miren como intrusa

soy oriunda del vientre de mi madre

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mi matria son las mujeres de mi historia las que me preceden las que siguen después de mí las que caminan a mi lado Melisa Herrera Chacón

mi tierra es el pedacito que guarda mi ombligo

(Bogotá, Colombia)

yo soy originaria del vientre de mi madre ella es originaria del vientre de mi abuela y tampoco necesitó nunca una patria.

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Escalera al cielo Santana García (Chiapas)

Desde la puerta de la habitación, la menuda silueta de Ruth observa el colchón en el suelo sobre el que duermen sus dos hijos. Se abre paso entre la oscuridad gracias a la blanca luz de la lámpara de un viejo celular Nokia que hace tiempo no sacaba de su cajón, le sorprendió que aún tuviera batería. Cuando Itzel Nayelli Palacios Valdivia alcanza el colchón se recuesta a tientas, cuidando de no despertarlos. Coloca el teléfono en el suelo con Ciudad la luz haciadelaMéxico pared. Se acomoda a un costado de Pedrito, el menor, que duerme con toda la serenidad de sus ocho años. Contempla el relieve de su rostro que respira con tanta suavidad, Ruth le acaricia el cabello, adora ese rostro que no ha perdido aún por completo la horma de la primera infancia, tiene muy pocas fotos suyas, pero guarda con cuidado una de su primer año de edad, piensa que su rostro no dista mucho de aquel inocente de mejillas abultadas y frente desnuda, sólo se ha hecho más grande con el tiempo. Le pone una mano en el pecho. Pum, pum..., pum, pum... Al otro extremo del colchón, Luis, el mayor, duerme profundamente tendido boca arriba, su sueño es menos ergonómico: la boca abierta, emitiendo pequeños resoplidos al exhalar, el brazo izquierdo sobre el pecho sosteniendo un viejo walkman, el brazo derecho alzado sobre su cabeza y las piernas contraídas de forma asimétrica. Cómo se parece a... Evita pensar en ello, mejor otra cosa. Once años..., en las últimas semanas, Ruth había tenido el desliz de responder equivocadamente a la edad de su hijo: Doce, decía y después rectificaba. Forma una escuadra con su brazo y alza su cabeza sosteniendo todo el peso con el codo, quiere observarlo mejor. ¿Por qué te has tardado tanto en crecer?, se pregunta. Se parece tanto a... No. Es mejor tratar de adivinar qué es esa melodía que muy apenas se escucha. Del par de audífonos mal puestos sobre sus orejas se escapan unas notas de guitarra, son los primeros acordes de Stairway to heaven reproducidos desde una estación de música del ayer. Ruth reconoce la pieza, sabe que la ha escuchado en algunas partes, aunque no comprende el inglés ni conoce el título de la canción, esta no le gusta por sonar triste. Te amo, susurra esperando que aquel mensaje consiga colarse entre los audífonos a su sueño y se recuesta completamente de nuevo. Se acomoda de lado para mirar a Pedrito, entonces realiza una inhalación profunda, comprueba que la casa huele a gas, a gas y cochambre, como siempre ha olido. Te amo, le dice ahora al menor de sus hijos. Y cierra los ojos.

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Caer. Caer sin paracaídas en el pozo profundo de la vida. Mirarte en cada espejo, en cada ventana y rogar por el suelo duro que espera el choque de tus huesos y tu carne. Te encuentras en la penumbra de la cocina buscando a tientas los pilotos de la estufa, los abres uno a uno hasta el tope. La casa huele a gas, a gas y cochambre, como siempre ha olido. Y te retiras sonriendo. El sol retrocede por el poniente y alcanza el cenit. Ahora es mediodía y el calor es sofocante. Estás asomada por la única ventana de tu casa, observas las calles empolvadas y azotadas por la hiriente luz. Apenas algunos cuerpos errantes de vagabundos y mujeres que vuelven del mercado les obsequian sombra a las angustiadas piedras que parecen emitir un chillido de dolor. ¿Qué hora es? Has visto el reloj hace un momento, pero ya no la recuerdas. Los niños pronto volverán de la escuela, esta mañana les has remendado los pantalones por décima vez en tres semanas y los has vuelto a mandar, para descansar por un momento, para no verles la cara de hambre, para que no se asfixien junto a ti entre aquellas paredes que cada día los constriñen más. Pero regresarán de cualquier forma, regresarán con más hambre que por la mañana cuando apenas has podido prepararles un vaso de agua tibia con azúcar. Tú también tienes hambre, pero tu refrigerador está vacío, él lo sabe, tal vez por eso se apaga haciendo un ruido ahogado. El ventilador que enfriaba tu espalda también se apaga. Finalmente te han cortado la electricidad. Ya lo esperabas, te sorprende que no lo hubieran hecho desde hace días. Sigues contemplando la calle desolada. Inhalas y suspiras, la casa huele a gas, a gas y cochambre, como siempre ha olido. Alzas la vista. Qué azul es el cielo. Hubo tiempos mejores. Ahora estás ahí, apretujada en la pequeña mesita, comiendo con tus hijos y con don José que les ha traído un pollo. Lo conociste porque tiene su rosticería enfrente del negocio de ropa americana donde trabajabas. Cuando te despidieron comenzó a visitarte de vez en cuando, con algo de comida y algunos pesos para que tus hijos se fueran a jugar un rato y pudieran quedarse a solas para acostarse. Comen con devoción, don José se chupa los dedos y después busca con su mano tu pierna debajo de la mesa, la aprieta y te sonríe, le devuelves la sonrisa y siguen comiendo. Entonces alguien tamborea con violencia la puerta de la casa. ¡Abre! ¡Abre, maldita zorra! Es su esposa, los ha descubierto. Tratas inútilmente de tapar los oídos de los niños, pero sólo tienes dos manos y ellos cuatro orejas. Don José sale a tratar de contener la furia de su esposa, pero ella hace caso omiso a las explicaciones y tratando de colarse al interior de la casa no cesa de gritarte: ¡Puta! ¡Zorra! ¡Maldita miserable! ¡Jodida, muerta de hambre! Don José logra cerrar la puerta tras de sí. Sabes que no lo volverás a ver nunca. Te preguntas si podrás hacer rendir hasta mañana el pollo que ha sobrado. Están solos de nuevo, Luis, Pedrito, tú y ese aroma a gas y cochambre que los abraza siempre como dios nunca lo hizo. “Muerta de hambre”. ¿Se puede morir de hambre?, te preguntas. Si es así, ¿por qué aún no nos hemos muerto?, piensas.

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Caer. Caer entre relojes sin cuerda, entre el filo de manecillas congeladas cuidando de que no te cercenen con su filo. ¿Es ese Esteban? Sí es. Rápido, ve. Seduce a tu esposo antes de que quiera marcharse. Bésale la oreja, eso siempre le ha gustado, tómalo por la espalda, rodea su abdomen, busca el botón de su pantalón con tu mano. Para, te dice. ¿Seguro que no quieres? Insiste en hurgar debajo de su cintura. No quiero, Ruth. ¿Por qué? Pósate frente a él ahora, que vea tus ojos morados e hinchados, eso también le gusta, ¿no? Intenta besarlo. ¡Que no tengo ganas, joder! Te atesta un duro golpe con el dorso de su mano, sientes el punzar de los huesos de tu cara astillarse y todo se vuelve oscuro.

Caer. Caer sin paracaídas en el pozo profundo de la vida. Un descenso vertical que llega a su punto máximo de aceleración y se torna en espiral. El tiempo se quiebra y los fragmentos se arremolinan con violencia, te estrellas contra los cristales de los años. En el nombre del padre, hija. Un sacerdote se alza la sotana y se acerca a ti con la pelvis desnuda. ¡Es tu culpa por andar de puta, pinche cabrona! Reconoces la voz de tu madre aunque su rostro es borroso, en vez de ello surge ante ti un espejo que te devuelve la vista de tus labios hinchados y ensangrentados. Estoy embarazada de nuevo, Esteban. Tu propia voz te parece tan lejana. ¿Y quién es el padre? La lengua de Esteban es un clavo que se prolonga desde su boca y te atraviesa el pecho. ¿Verdad que soy tu primera vez? Mami, tengo hambre. Temerosa de que alguien la vea, platicaba con los ratones, la pobre muñeca fea. Te amo.

Estás despedida, siempre llegas tarde.

Si no me paga la renta en una semana, se van. Mamá, me duele. ¿Cuántos años tienes?

¿Te gusta?

¡Cállate! ¡Te odio!

¿Papá, qué estás haciendo? Luisito, ¡cómo te pareces a tu papá!

Mamá, tuve una pesadilla.

A la víbora, víbora de la mar... Por aquí pueden pasar...

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Tras, tras, tras, tras...

Tus labios se posan sobre el seno de tu madre y cesa tu llanto, ¡qué calidez te alimenta ahora!, ¡qué puro se respira el aire! Qué bien se siente saciar el hambre y cerrar los ojos.


Tus labios se posan sobre el seno de tu madre y cesa tu llanto, ¡qué calidez te alimenta ahora!, ¡qué puro se respira el aire! Qué bien se siente saciar el hambre y cerrar los ojos.

Desde la puerta de la habitación, la silueta de un agente observa el colchón en el suelo sobre el que reposan los cadáveres de una joven mujer y sus dos pequeños hijos. Es raro, le dice a su compañero, pese al estado de descomposición pareciera que están simplemente dormidos, ni siquiera se siente el aroma a cadaverina. Tal vez sea que lo disuelve este olor a gas que no se disipa pese a que por lo visto han pasado varios días, le responde su compañero. Tal vez, sentencia el agente.

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Melisa Herrera Chacón (Bogotá, Colombia)

969 Hilary Cruz (Ciudad de México)

Una silueta que no me entra en que sobro prendas que no me sientan por la carne que me falta Y los ojos y las manos que no se me acercan por no ser como desean

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HUERFANAS Mariana Román (Ciudad de México)

No cabemos en la sombra de la historia, No hay un ángel Que nos guarde entre sus alas, Si de nosotras es el nombre ¿Por qué no el cuerpo con que nacimos? Nadie nos arrulla el miedo Ni desmiente el epitafio Que escriben quienes nos matan. No decimos “Padre nuestro” Ni es de nosotros el reino Donde se hace su voluntad.

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“ELLA NO ES LUPE” de Mayte Duarte

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Akira Vraiux Dorós (Ciudad de México)

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Itzel Nayelli Palacios Valdivia

estoy escribiendo un libro Ciudad de México

que será el mejor libro del mundo tendrá dibujitos & links de canciones le haré publicidad por cualquier medio mis padres estarán orgullosos igual que mis maestros & mis amigos tendrán que reconocer que soy un súper sayayin

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(& que no sólo me pinto el cabello) cada tanto nace un akira & lo escribe todo (de una sola vez & para siempre) & todos aplauden & sonríen & está muy bien hasta que aparece terminator embarrándonos de mayonesa & catsup escribiendo lo mismo pero en los ochentas

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3 quiero dejar de escribir pero el libro debe terminar con el poema correcto mientras tanto quisiera contarles de un libro llamado -5000 TÍTULOS PARA UN POEMA QUE SÓLO EXISTE EN MI MENTEel cual dice (en la introducción) algo así como  !”#$%%&&//((())&%$$#&&#”  un libro tristísimo sobre gremlins renacentistas que regresan en el tiempo & extinguen (por segunda vez) a los dinosaurios

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“No hay nada” de Erick Terrones Lizaola (Ameca, Jalisco)

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HOMBRE FRENTE A UN ESPEJO Miguel Ángel Flores Hernández (Guadalajara)

"Siempre en la oscuridad Itzel Nayelli Palacios Valdivia

la voz no tiene sentido"

Ciudad de México

Pedro Adreu

Tú, el culpable de todo. Los rasguños. Los chipotes. El hocico sangrando. El cabello azul, que como arena se escurre por tus manos. Los dientes perdidos. El cristo roto. La fragilidad. Pero sobre todo, culpable por lo puto que eres. El camino se vuelve báratro, en cualquier lugar de la ciudad. Recuerdas, al subir al camión esquivaste miradas. Cediste el asiento a la señora gorda con tres escuincles y catorce lonjas. Te miró como buscando algo bueno en ti, no lo encontró, prefirió irse al fondo, donde el sol le derretía sus tetas. Otra vez sentado, percibiste una mirada. Era un tipo alto, de hombros anchos, que parecían alas. El sol las bañaba, pero esas no se derritieron. Un búfalo en el tórax y una bragadura a punto de estallar se veían desde tu posición. Miraba tus senos, y de pronto ya los rozaba con sus toscos dedos. Preguntó tu nombre, y al escucharlo de tu voz, abrió los ojos con las pupilas dilatadas, dio dos pasos a la izquierda y creíste haberlo perdido. Una chica pelirroja ocupó su lugar, te miró de frente, y decidió darte la espalda. El ajetreo del camión obligaba de vez en cuando a rozar tu hombro con sus nalgas. Por más que querías esquivarlas no podías, eres bueno esquivando miradas, no así nalgas. De pronto, una mano que ya conocían tus senos, toqueteó con violencia el trasero de la pelirroja, y hábiles huyeron, perdiéndose en el laberinto de personas.

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“¡Qué te pasa, maricón de mierda! —te gritó escupiendo saliva olor a frituras, la pelirroja con el demonio adentro—, y te hiciste pequeño en el asiento. “Ese pinche travesti anda jarioso desde hace rato” —sentenció un anciano que llevaba un periódico bajo la axila”. “Sí, el cabrón se le quedó viendo a mis hijos, desde que nos subimos, es un pervertido” —con la boca llena de pan, gritó la señora obesa, a la que le quisiste ceder el asiento. “¡Una verguiza, para que se le quite lo joto!”, “no, verguiza no porque le gusta”, “tampoco putazos, que aquí se queda”, humillado, lábil, y sin palabras en la boca, comenzaste a sentir los golpes. El chofer apagó la unidad, te bajaron, te desvistieron y dormiste por quién sabe cuánto tiempo. Ante el espejo roto hoy lloras. Te culpas por no ser un héroe. Porque un héroe muere como es, y resucita siendo otro. Tú no, nunca serás otro.

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“Mujer” de María Susana Lopez (Buenos Aires, Argentina)

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Mi verdugo Leslei Mallely (Irapuato, Gto)

Hoy hace tres años que te salvó la vida aquel policía Ramón, ¿te acuerdas? A penas dos días antes de que te metieran al bote, quien diría que aquí adentro nos haríamos amigos, casi casi hermanos, cabrón, y tú que te querías aventar del puente, ya ni la chingas, ni me acuerdo porqué te querías aventar, ah simón, ya me acordé, quesque porque te quedaste sin trabajo y ya no pudistes pagar tu casa, luego el banco te la embargó ¿Fue la misma casa donde se suicidó tu mujer no? Y pensar que estaba tan bonita y luego embarazada. Pues hasta estuvo bien, mano, pa qué querías vivir en esa casa donde ya traía el mal augurio, puras pinches desgracias, me cae, ojalá pudieras hablar como antes, pero con esa esa embolia que te dio ya con que comas y cagues es ganancia, pensándolo bien, que cabrón policía, Ramón ¿Quién le dijo que salvarle la vida a alguien nada más es no dejarlo morir?

Baño equivocado Gabriela Vilchez (Perú)

“Entraste al baño equivocado muñeca”, le recriminaban mientras le daban la paliza de su vida. Al llegar la policía, la mujer velluda de vestido jironeado y tacones perdidos ya estaba rota.

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Botear Darinel García (Venustiano Carranza, Chiapas)

Ecos de calles, vacíos del estómago; un peso, señor.


Estoy retrocediendo Kareli Reyes Castruita (Chihuahua, México)

Mi espalda, camino pedregoso, Itzel Nayelli Palacios Valdivia no sabe a dónde ir; Ciudad de México olvidó cuál es su casa.

Da vueltas, se recarga buscando brazos formados por volutas de humo y sólo advierte su cielo clausurado.

Pesa el no llevar nada en la mochila, pesa olvidar que no se recuerda. Estoy retrocediendo, me tengo a mí en la punta del pie. No encuentro nada y ruedo sobre mi propio eje.

Hay cicatrices que marcan senderos hacia mi fatalidad

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y sé que estoy enredada en un camino de líneas que nunca supe leer en un primer tacto, pero reconozco en mi ceguera que el amor está sesgado por el olvido.

Tropecé con los astros, ellos me observaron cual mosquito solitario y los huesos del ayer besaron el césped de sus palmas en aplausos de final.

Por cada virar sobre mis restos es borrarme con la goma de un lápiz y sólo queda de mí un fuego fatuo que se aleja flotando, desempolvando el espíritu, diciéndose adiós.

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3D Alfredo A. Díaz (Santiago de Estero, Argentina)

“Construir la experiencia para luego escribirla”

Itzel Nayelli Palacios Valdivia

Ricardo Piglia

Ciudad de México Interrupción. Las señales de vida se alteran. La tele se ha convertido en todo. Ya no la soporto. Exceso de información. Saturación de los circuitos mentales. Exposición invisible del verdadero deseo oculto. Hablando de lo oculto, estamos escondidos. Una legión invisible pone en jaque la supuesta normalidad del cuerpo cultural. Páginas en negro. Un libro pirateado. Tinta de mala calidad. Una fotocopiadora recalentada. Páginas homicidas. Caminar con el barbijo me asfixia. Aumenta mis niveles de ansiedad. Cualquier día de estos me voy al piso en medio de una calle antigua. La bolsa de pan, rota, al viento, los panes, rodando, bailando, cubiertos de mugre y bacterias. Sobre todos bacterias. Contengo, suspiro y mantengo el cuerpo lo más firme que puedo. Muchas cosas no se pueden. Lavarse las manos hasta sangrar. Tensión entre higiene y la paranoia. Aún no estoy seguro. Apagar el televisor. Abrir la ventana que da al patio de la pensión. Mucho pasto. Cae la noche. Estoy podrido, ahogado, ando escribiendo muy poco. Duele todo. El celular se fundió sin pedir permiso. Escribir o buscar dinero de donde sea. Dinero. Una cosa a la vez. Publicar cuesta una banda. ¿Quién nos lee a nosotres? Y el televisor intenta encenderse solo; todo puede estar ocurriendo de otra manera siempre. La prosa mobiliaria asume su identidad. Voces biológicas vuelan por el aire como chispas de una nave espacial prehistórica. Turbio. Quitarse o no el barbijo en la oscuridad. Ahí viene la policía. Probar, para sofocar la ansiedad, el cine erótico francés en pareja. Acompañados para no sentir culpa por tanto sexo sobreactuado. Otra vez. Exceso. Esta vez de imágenes. El resultado es el mismo. Activar, desactivar. Entrepierna disfuncional y sin baterías. Inactividad. Los cuerpos se entrelazan en la cinta, tres de la mañana, o cuatro, o cinco. Mirar cualquier cosa para no ver las noticias y para no escribir. Huir de la página en negro.

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Exprimir en el inodoro veinte o cinco páginas malísimas de una novela de iniciación y asesinatos donde la protagonista, una chica de veinticinco años, resultará ser, tres años más tarde, la primera dama del país: Eva Duarte de Perón. Inventarse una historia desfasada. Ciño el entrecejo. Afuera sopla un frío que arrastra hojas desde la otra manzana. Me duelen los dedos. A veces intentar dormir se parece a escribir a las apuradas. Los amigos se perdieron un día. Moscas sobrevuelan la pieza. Moscas con Covid-19. Moscas disfuncionales, sin alas, eclécticas. Si viviera en un edificio, lanzaría, esta misma madrugada -sí que lo haría-, el televisor desde la ventana. Habrá que esperar tres mil años para escribir sobre la famosa esperanza, pero ya en una lengua extrañada, sobresaturada, alienígena. Mientras tanto. Mientras tanto. Mientras tanto. Mientras tanto…

* Día. Despierto embotado. Un zumbido stereo. No te encuentro a mi lado. Y ya comienzo a olvidar tu cara. Bebo un trago de agua del grifo de la cocina. Miro por la ventana. Espío el retazo de esta ciudad que nos lleva, a vos como a mí, a la cruda obsesión, a los repetitivos errores de una infección social. ¿Desde cuándo la luz del sol es verde? El trauma heredado crece dentro. Hace mucho, hace mucho tiempo, que no vemos a nadie desde la ventana. Las señales de vida cambian de código cada hora. Y el televisor, sin previo aviso, vuelve a encenderse.

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“Sin título” de Juan José Cibaja Peña (España)

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El misterio de la luz al final del túnel David Terrazas Tello (Ciudad de México)

Había sido una buena cena de aniversario. Velitas, vino blanco espumoso, regalos, música tenue. Fue una idea magnifica reservar habitación en aquel hotel fuera de la ruidosa y aplastante ciudad. A eso de las 3 de la mañana nos quedamos dormidos, abrazados y con aliento alcohólico. Un par de horas ella se despertó intempestivamente:

-

Voy a hacer algo grande con mi vida amor… ¡Te lo juro que haré algo cabronsísimo con mi vida, algo chingón! Algo especial fluye dentro de mí, voy a encontrarlo y cuando lo tenga no lo soltaré nunca. Mi vida será única e irrepetible… ¡Te lo juro!

-

Claro que si mujer, sé que lo harás.

Unas horas más tarde empacaba en cajas de cartón mis pocas pertenencias: yo no estaba incluido en el nuevo plan maestro. Los caminos hacia la grandeza suelen ser muy misteriosos.

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Engranajes de carne Montserrat F. Ramírez (Ciudad de México)

Al Tedio. I. Hay algo de instintivo

Itzel Nayelli Palacios Valdivia

en cada día.

Ciudad de México

Como topos recorremos las calles y como orugas suplicamos el cielo, para creernos libres para morir; para aliviar nuestro temor encarnado.

(Nos dijeron que, si alcanzábamos más allá del infinito, seríamos entonces mariposas blancas y ya nada importaría en el horizonte).

Desde el vientre somos crueles: Lobos y buitres nos alimentamos de la carroña.

(Así un día alimentaremos,

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con gozo lo llamarán ley natural).

II. Hay algo de maquinal en cada día.

Como engranajes perseguimos sol tras sol hasta embonar, como pantallas transmitimos: tibia indignación, pánico digerido: rutina que nos ensambla los huesos.

Como fábricas tenemos fuerza y como un foco de neón que nos ilumina tenemos esperanza. Como telescopios miramos más allá de la oscuridad artificial hacia estrellas que nos desconocen, quizás el espacio inefable en nuestro interior. Afuera, imaginamos que la pequeñez nos devora.

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“Labios” de Paola Sarajevo

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“Se puede soñar bajo patos de azúcar” de Santana García (Chiapas)

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“Ángel caído” de Hugo CorDí (Ciudad de México)

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Lxs perrxs Darinel GarcĂ­a (Venustiano Carranza, Chiapas)

La materia es caldo de basura que nos hace perros

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