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LOS PINCHES PUNTOS DE REVISION capufe,

Quien esto escribe, viajó hace días a Magdalena de Kino, con motivo de conocer a mi nieto –hijo de David Octavio y Zarina – quien junto a su madre –de David– Alma Rosa y de su hermano Manuel Fernando, radican hace rato en esta ciudad, de la cual hace mucho tiempo huyó aquella bucólica tranquilidad, para recibir a la muerte y al horror. En mi mente, la palabra “retén” causaba escozor, a sabiendas de cómo se las gastan los elementos militares ahí comisionados y, para quienes la sensibilidad para con los pasajeros, es igual a la piel de un rinoceronte. Tras comprar el boleto en la central camionera y, pasar al andén para abordar el camión en turno, debe uno, ante de subir al mismo, una revisión en el equipaje por parte de perros entrenados para detectar droga. Bien, allá vamos, devorando kilómetros, hasta acercarnos al citado filtro militar –claro, acercarnos—y sufrir las de “Caín” para ir avanzando a vuelta de rueda, atrás de inmensa fila de camiones; por fortuna llevaba conmigo dos libros, que en mucho me ayudaron a paliar la impotencia y la rabia por tanta inoperancia en dicho lugar. Finalmente la voz de un soldado, ordenando bajar a todos con sus respectivos equipajes para revisión; allá vamos a la larga fila para pasar por el escáner; peor aún: sufrir la humillación como criminales de colocarnos con los brazos en alto y, recargados contra la pared, mientras un militar esculca nuestra ropa en busca de droga o en un descuido hasta una pavorosa “cuerno de chivo” escondi- da en nuestros bolsillos.

¡Hora y media! duró dicha infamia en contra de ciudadanos y, un viaje estimado en dos horas y media, se tradujo en ¡cuatro horas!. Si, previamente en Hermosillo efectuaron una revisión, ¿por qué pasar por otra en Querobabi?; pero como bien dijo el sufrido operador del camión, “¡alégales…”. La rabia y el hambre, se disiparon al llegar a Magdalena y conocer al nieto, así como saciar la segunda; al regresar en carro particular invitado por mi cuñada María Jesús, al llegar a la caseta de “robo” –perdón, de cobro – contemplar cómo pagó cerca de cien pesos, extrañé mucho a mi amigo Alfonso Cannan Castaños y, al Movimiento por el Libre Tránsito por Sonora. Por cerca de cuatro años, con mucha dignidad y valor civil, impidieron casi por cuatro años, este brutal asalto contra los ciudadanos avalado por el gobierno federal al través de Capufe, la SCT y Banobras.

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Millones y millones de pesos siguen yendo a los bolsillos de concesionarios coludidos con autoridades, sin auditorías de por medio; impunidad plena pues.

Infaltables las mantas en la caseta advirtiendo de las penas que enfrentan quiénes se vuelvan a atrever a tomar de nuevo tales infamias a lo largo y ancho de este sufrido país.

Tres “fichitas” del Colson. Desde hace tiempo, siempre que escuchaba el nombre del Colegio de Sonora, lo asociaba con gente dedicada ciento por ciento a la investigación, en aras de servir a los sonorenses en diversos aspectos de sus vidas; fuera en el ámbito educativo, agrícola, minero, etcétera. Claro, en su mayoría existen tales técnicos, pero –nunca falta—la institución se anquilosó y, la mayoría de quienes ahí estudian, se enquistaron en la burocracia, gozando de excelentes sueldos y prerrogativas, mientras en la bodega siguen almacenándose libros y más libros que a decir verdad a muy pocos interesan por áridos, sosos y aburridos. Cada cierto tiempo, los sacan al corredor frente al Colson, con motivo de tal o cual feria del libro y, luego regresarlos a seguir durmiendo en la bodega; deberían regalarlos a las instituciones sobre las que versaron tales trabajos.

Pero bueno, no ahondaré en temas técnicos que la verdad me aburren: voy a describir las andanzas de tres soberanos pillos que ahí vegetan desde hace rato y, a quienes les pasó por la cabeza, la terrible amenaza de verse sin ingresos económicos y dejar atrás dicha zona de confort. Eloy Méndez, Mario Velásquez y Milton Aragón sus nombres; fueron despedidos en el 2014 y, a defenderse como “gatos boca arriba” ante el horror de ahora si, trabajar en serio. ¡Eso si que no! dijeron y, cerca del Colson despacha como abogado mi inefable amigo Miguel Angel Avilés, nuestro conocido “Miky”, a quien le dieron poderes para proceder a la demanda contra dicha institución.

Tras largos y sufridos siete años, en los que se enfrentó a la ineptitud, prepotencia, trafico de influencias –tres amparos de por medio ade- más—llegó la sentencia favorable para tales sujetos. Se condena al Colson a reinstalarlos, cubrirle al Isssteson las cuotas correspondientes y, lo mejor –para estos tipos por supuesto—pagarles cerca de tres millones de pesos a los sujetos en mención. La reinstalación en el “paraíso perdido” –no en el John Milton por supuesto—fue el cuatro de abril en el puesto que tenían y, claro, con todos los aumentos salariales generados en siete años. Hasta aquí la historia de una jornada exitosa para todos y, más para el abogado, quien con todos merecimientos y justicia esperaba el pago correspondiente por sus servicios en tan largo y sufrido litigio. Sin embargo, apareció la eterna ingratitud del ser humano y, lo revocan —los tres—cobrando por su cuenta, “como viles pillos” precisa el litigante a quien ahora pretenden pagarles lo que a ellos les venga en gana.

Para ser unos truhanes, unos léperos, tienen la piel muy delgada y, se enojaron ante la exhibición que de ellos hizo, el colega “Chapo” Soto. Conociendo al “Miky”, tal canallada no quedará así y, ahora lo verán los tres, del otro lado, como acusador y, con todo.

La verdad, deberían tumbar dicho edificio con un tractor y, sembrar papas, hortalizas o algo de utilidad para la sociedad.

Salen muy caros tales burócratas.

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