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PRESIDENTE EN 2030

En el círculo cercanísimo al Presidente López Obrador cuentan que el primer mandatario tiene bajo llave un testamento político, escrito por él, y que no espera revelar pronto. Según las mismas fuentes, este testamento dice que el heredero político de AMLO es su hijo

Andrés Manuel López Beltrán, conocido como Andy. El hijo de López Obrador se ha dedicado a la política, trabaja para el Gobierno de su papá y quiere ser Presidente de México en el 2030. “Claudia primero, él después”, es lo que repiten como mantra. Lo anhela el Presidente, lo quiere el hijo, lo aceptan sus hermanos, lo saben sus cercanos y prácticamente todos los que pesan en el entorno de AMLO lo tienen asumido. Pero, claro, falta el paso de los años, y eso en política suele mover todo el tablero.

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Andrés Manuel López Beltrán es el que más vocación política tiene entre los tres hijos más grandes del Presidente de México. Andy ha estado por años a la vera de su padre y se ha vuelto un operador de temas centrales cierra el acceso a su papá en Palacio Nacional, cabildea temas, ha sido incluso interlocutor con el Gobierno de Estados Unidos. Es decir, encarna el desmentido a eso de que “en este Gobierno no tienen influencia mis hijos”, que es otra de las mentiras recurrentes del Presidente mexicano. Ejemplo reciente: el nombramiento la semana pasada de Antonio Martínez Dagnino, uno de sus grandes amigos, en la estratégica jefatura del SAT, posición siempre codiciada para cualquier campaña electoral.

A Andrés Manuel López Beltrán se le considera el más listo de los hermanos y el que tiene más facilidad para la política. Desde luego es más cuidadoso que José Ramón, protagonista del escándalo de la Casa Gris y quien presume sin pudor sus lujos en redes sociales, quebrantando el discurso del papá. Andy, más discreto, no ha estado exento del ojo público, y se le han detectado viajes a Europa, alguno de ellos reciente, acompañado de un popular chef y restaurantero que en el nombre ostenta seguridad en sí mismo. El camino de la política es empedrado, incluso para alguien que pareciera tener el pedigrí de ser el heredero del líder.

El General Secretario dio manotazo en la mesa del Presidente.

El secretario de la Defensa Nacional pidió cita para ver a solas al Presidente López Obrador. Antes, se había reunido con un grupo de generales de élite que le habían expresado -algunos preocupados, otros francamente iracundos- que desde el Gobierno federal se había emprendido una campaña de desprestigio contra los militares, aprovechando el caso Ayotzinapa. Y que el asignarles tantas tareas, aún con el dinero que implicaba, no era una buena noticia, pues el fracaso de programas y obras de Gobierno estaba manchando también el prestigio del uniforme verde olivo. El general secretario, Luis Crescencio Sandoval, tenía sus propios enojos que ventilar en su encuentro con el “comandante supremo”: según confío a ese grupo de militares de alto rango, a lo largo de los últimos meses, mantuvo varias reuniones de trabajo con el subsecretario Alejandro Encinas, encargado de la investigación sobre los 43 estudiantes desaparecidos el sexenio pasado. El general les contó que habían acordado presentar las conclusiones de la indagatoria de manera coordinada justo para que no se dañara la imagen de la institución militar. La narrativa sería: fueron un puñado de malos elementos, unas manzanas podridas que ya fueron arrancadas del árbol. Así que cuando entró a ver a solas al Presidente López Obrador en Palacio Nacional, el general secretario se quejó de que Encinas se le adelantó, que rompió los acuerdos y que descargó sobre el Ejército completo -y no sobre unos elementosla responsabilidad de ese brutal crimen. No sólo eso: llevó ante el Primer Mandatario el reclamo de que un grupo de funcionarios de la administración federal, orquestados por el vocero Jesús Ramírez, habían emprendido una campaña para golpear al Ejército y a la Marina, echando mano de las plumas y voces afines a la 4T en redes sociales y medios de comunicación, como expiación de sus añejos resentimientos contra los militares fruto de la lucha izquierdista. No era una percepción, había documentos con los datos, las publicaciones, las redes de vínculos, en síntesis, la radiografía de la campaña de desprestigio.

Y como brutal cereza del pastel: que el grupo de élite militar consideraba que todo esto -el madruguete de Encinas, la campaña de Jesús- contaba con el visto bueno de Andrés Manuel López Obrador, en un afán de contrarrestar la cada vez más extendida conclusión de que quien manda en este país es el Ejército, y no el Presidente (los memes y caricaturas de un AMLO títere del general parecen haber calado hondo). Así me lo relatan fuentes de alto nivel, que agregan que en ese encuentro, el general secretario pidió la cabeza de Encinas. Hoy el Ejército tiene control del Gobierno y la administración pública. Tiene agarrado al Presidente. Si el Ejército quiere, el Gobierno colapsa. De ese tamaño su poder, de ese tamaño la fuerza de sus advertencias. ¿Será que el nombramiento del hijo sea para compensar en la balanza?

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