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El cristianismo es alegre, no triste y lacrimógeno
El deseo del corazón de Dios es que seamos felices en el cielo y vivamos felices, también, aquí en la tierra. Sofonías 3:17,18 dice: Porque el SEÑOR tu Dios está en medio de ti como guerrero victorioso. Se deleitará en ti con gozo, te renovará con su amor, se alegrará por ti con cantos como en los días de fiesta. Yo te libraré de las tristezas, que son para ti una carga deshonrosa.
El Señor está en medio de nosotros. ¿Cuántos le han creído realmente a Jesús cuando afirma que donde haya dos o más reunidos en su nombre, él estará en medio de ellos? Para quienes no lo dudan, será real también que Él se deleita con gozo en medio de los creyentes, que les renueva su amor. El Señor se alegra por nosotros con cantos y llama a la tristeza “una carga deshonrosa”. Dios es un ser infinitamente y eternamente alegre, y su Palabra dice que nosotros, sus hijos, somos su alegría. Están muy equivocados los que miran a Jesús como alguien solemne, seco, desprovisto de toda alegría. Si él es Dios, posee la alegría divina en forma naturalmente divina, divinamente natural. Veamos un ejemplo evangélico adecuado al tema: En aquel momento Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cieloy de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buenavoluntad. Lucas 10:21. Allí dice “lleno de alegría”. ¿Por qué se alegra así el Señor? Por los niños. Un corazón sincero y transparente no necesita hacer grandes esfuerzos ni tener estímulos artificiales para alegrarse. Esa clase de corazón se alegra con las cosas sencillas de la vida. Los niños, en su misteriosa sencillez, producen una gran alegría. Y este pasaje tan pletórico, tan rebosante muestra a un Jesús como auténtico ejemplo de alegría. Cuando Jesús se encuentra al borde de la cárcel y de una sentencia de muerte, pronuncia su última oración antes de su sacrificio. (Leer Juan 17:13).
Próximo a entregar su vida, Jesús clama porque su alegría en plenitud habite en quienes creemos en él. Observemos con cuidado esta clave: Jesús va a volver al Padre, pero pide que su alegría esté en nosotros. Y ¿cuál es la alegría de Jesús? La del propio Padre que, como ya lo vimos, es alegre. Ahora él quiere y pide que esa alegría esté en nosotros. ¿De qué manera? ¡En plenitud! No habla de una alegría recortada o parcial, ni de una alegría para de vez en cuando, es decir, una alegría eventual. Habla claramente de una alegría plena. ¿De dónde habrá salido la perversa idea de que el cristianismo es triste y lacrimógeno? De que muchos se quedaron en la cruz y no entendieron que Jesús resucitó; y –gracias a Dios- la resurrección produce alegría. Alegría, en el griego, es la palabra chara, que proviene del verbo de traducirla de la mejor manera posible, habla de un “estímulo emocional positivo permanente”, define el vivir con alegría, ser una persona alegre todo el tiempo. La palabra castellana “Consolador”, aplicada al Espíritu Santo, es en griego parakletos, que no significa sólo consuelo, sino define a alguien que anima, alivia, levanta y alegra. El Espíritu Santo es el alegrador.