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LEJOS DE LAS IDEOLOGÍAS

Un amplio horizonte para una sociedad abierta

“Un aspecto fundamental para promover a los pobres está en la manera en que los vemos. No sirve una mirada ideológica que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos y personales. Las ideologías terminan mal. No sirven. Las ideologías tienen una relación o incompleta, o enferma, o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al pueblo. Por eso fíjense en el siglo pasado. ¿En qué terminaron las ideologías? ¡En dictaduras, siempre! Piensan por el pueblo; no dejan pensar al pueblo”. Estas palabras del papa Francisco evocan las ideologías políticas de la primera mitad del siglo XX, como el marxismo y el nacionalsocialismo, que condujeron a movimientos totalitarismos violentos, discriminatorios y excluyentes.

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Por: Federico Prieto Celi. Miembro de la Academia Peruana de Ciencias Morales y Políticas

Precisamente el sábado 21 de agosto Jaime De Althaus escribía que cuando la ideología se convierte en una forma sofisticada de postverdad, puede producir explicaciones conspirativas alucinadas, como las que sostienen los movimientos terroristas que hemos tenido y que todavía existen, por desgracia. Ideologías que el pueblo rechaza, el pueblo verdadero como indican las encuestas, que no es el ‘pueblo’ del que hablan los líderes de esos movimientos agresivos, que existen solamente en la cabeza de sus líderes (El Comercio, p.22).

Mario Vargas Llosa, en su ‘piedra de toque’ del domingo 22 de agosto sobre el maoísmo, rechaza el crecimiento económico ‘vigilado’, como en China, donde los millonarios pertenecen al partido comunista, y defiende una sociedad abierta con una economía libre, con propiedad privada y decisión personal de cada uno para asumir sus investigaciones e iniciativas (El Comercio, p. 11).

Hay conceptos que deben observarse para que una sociedad moderna funcione bien: el orden ciudadano y la obediencia cívica. La sociedad democrática necesita una moral realmente vigente, que funcione con un orden basado en las normas de justicia solidaria, realizado bajo los auspicios de la libertad. Hoy no ocurre tanto así; por eso se habla mucho de inseguridad ciudadana. La segunda condición es la obediencia cívica, que a nombre de una libertad irrestricta basada en la opinión subjetiva puede llevar al hombre a un desacato desenfrenado en todos los órdenes de la vida: espiritual, moral, político, económico, social. Es lo que se llama cuerpo jurídico positivista de las naciones, con leyes permisivas.

A la búsqueda del bien común

Toda sociedad que tiene una administración republicana (en latín ‘la cosa pública’) se atiene como norte a la búsqueda del bien común, que es lo que beneficia a la sociedad, incluyendo tanto a ciudadanos como a sistemas sociales e instituciones. El bien común, que debe ser uno de los fines del derecho, a la par que la persona humana, es más que el bien de la suma de los intereses individuales, es el resultado positivo de velar por el conjunto, en el que se acogen los ciudadanos.

Oriana Falaci afirmó, a propósito del 11 de setiembre de 2001 que “cuando más democrática y abierta es una sociedad, tanto más expuesta está al terrorismo. Cuanto más libre es un país, cuando menos tolera las medidas policiales, tanto más padece o se arriesga a padecer los secuestros y masacres. Hay ideologías que proclaman la tolerancia pero no toleran la discrepancia a las ideas de moda en la agenda internacional. Es una especie de guerra blanca, que puede ser que no aspire a conquistar los territorios de las naciones, pero mira al aniquilamiento de nuestra manera de vivir o de morir, de nuestra manera de rezar o no rezar, de pensar o no pensar”

Hay conceptos que deben observarse para que una sociedad moderna funcione bien: el orden ciudadano y la obediencia cívica. La sociedad democrática necesita una moral realmente vigente, que funcione con un orden basado en las normas de justicia solidaria, realizado bajo los auspicios de la libertad.

El método del caso es un sistema académico de preparación de los empresarios y líderes para tomar adecuadamente decisiones rápidas y acertadas, al servicio del bien común en tiempos de paz. En la guerra es distinto. El capitán de un buque de guerra inglés se encontró con fuerzas enemigas muy poderosas, por lo que decidió hundir su nave para que no caiga en manos del enemigo. Fue juzgado y condenado en Londres, y antes de terminar el juicio le preguntaron si tenía algo que decir. Sí, dijo, ustedes se han demorado seis meses en analizar el caso, yo tuve que decidir en dos minutos.

La civilización de las técnicas informáticas han revolucionado la opinión pública, puesto que tanto influyen en ella que cuando se trata de recoger la esencia de lo que piensa cada colectividad, en las encuestas por ejemplo, encontramos que reflejan en buena parte los mensajes que acaban de recibir. Asimismo, el conocimiento recibido por la información es un bien económico, con valor comercial. Tanto más culta es una sociedad, menos impactada queda de los mensajes recibidos a corto plazo, y viceversa. Pero no siempre; el bien común puede ser afectado por todo ello.

Sobre un orden mundial

No podemos ignorar que siendo el hombre libre, el pensamiento individual que recoge un fenómeno sociológico, muchas veces como fruto de una investigación académica y lo describe con acierto. Samuel P. Huntington escribió sobre un orden mundial basado en las civilizaciones, no en el poder militar ni económico, sino en civilizaciones que se agrupan por sus afinidades culturales y sociales. Las pretensiones universalistas de Occidente entran en conflicto con otras civilizaciones y culturas; los países de esa gran región del mundo debe procurar preservar sus identidades, mientras convive con otras civilizaciones y culturas en un clima de paz, teniendo en cuenta el mestizaje étnico que se sigue de las migraciones masivas de una región del mundo a otra. Muchas reflexiones sobre la paz mundial, como la teoría de la defensa preventiva, tienen su origen en las hipótesis de Wohletter y Huntington, especialmente después del 11 de setiembre de 2021.

En las décadas de los noventa del siglo pasado John Naiusbitt y Patricia Aburdene señalaron como megatendencias hacia el año 2000 la bonanza mundial, el renacimiento de las artes, la aparición del socialismo de mercado libre, el contraste entre estilo de vida mundiales y el nacionalismo cultural, la privatización del estado benefactor, el auge de la Cuenca del Pacífico, el incremento del liderazgo femenino, la edad de la biología, y el renacimiento religioso del nuevo milenio.

El bien común, que debe ser uno de los fines del derecho, a la par que la persona humana, es más que el bien de la suma de los intereses individuales, es el resultado positivo de velar por el conjunto, en el que se acogen los ciudadanos.

Muchos avances del progreso en el siglo XXI no se los debemos a la tecnología sino a un concepto más amplio de qué significa ser seres humanos. En la misma línea otros autores han señalado los derechos humanos, la economía de mercado, la guerra disuasiva, la democracia universal, la igualdad de género -desde el punto de vista natural de derechos unos, desde la ideología de género otros-, la intolerancia mediática desde un pensamiento único, la defensa a ultranza de la naturaleza, la lucha contra la corrupción sin renunciar a desentenderse de las fuentes espirituales que la hacen abundante, el secularismo laicista y el relativismo conceptual. Unos fortalecen el bien común, otros lo lesionan.

Economía libre, libertad personal

Francis Fukuyama afirmaba, en su famosa obra ‘El fin de la Historia y el último hombre’, que en Occidente nos hemos hecho pesimistas por la experiencia de las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX y la aparición de los totalitarismos, pero igualmente anota que las democracias liberales han subsistido y la economía libre se hace un espacio cada vez mayor en el mundo. Ello depende de que la ciencia y la tecnología se usen para el bien y para lo correcto, no para el mal y lo incorrecto. Fukuyama apuesta por la libertad personal, por la familia y la sociedad, como asientos del desarrollo de un progreso y un desarrollo universales. “La influencia del siglo XX ha hecho muy problemáticas las afirmaciones de que el progreso se basa en la ciencia y en la tecnología, pues la capacidad de la tecnología de mejorar la vida humana depende en alto grado de un progreso moral paralelo del hombre. Sin este progreso moral, el poder de la tecnología se utilizará para fines malos y la humanidad se encontrará peor que antes”.

Las pretensiones universalistas de Occidente entran en conflicto con otras civilizaciones y culturas; los países de esa gran región del mundo debe procurar preservar sus identidades, mientras convive con otras civilizaciones y culturas en un clima de paz, teniendo en cuenta el mestizaje étnico que se sigue de las migraciones masivas de una región del mundo a otra.

La economía social de mercado respeta la dignidad y excelencia del hombre, que radica en lo moral, es decir, en la virtud; la virtud es patrimonio común de todos los mortales, asequible por igual a altos y bajos, a ricos y pobres; de tal manera que el concepto de bien común se proyecta a que el ejercicio personal del trabajo y la función de la empresa piensan siempre no solamente en la rentabilidad y la competencia, sino en la virtud y el beneficio social.

La constitución política del Perú, vigente desde finales del siglo pasado, como tantas otras en el mundo civilizado, sostiene en su primer artículo que la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado; y en su segundo artículo que, entre los derechos fundamentales de la persona, que enumera, el número uno es el derecho de toda persona a la vida, a su identidad, a su integridad moral, psíquica y física y a su libre desarrollo y bienestar. El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le favorece; y el segundo el derecho de toda persona a la igualdad ante la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica o de cualquiera otra índole.

En la misma línea otros autores han señalado los derechos humanos, la economía de mercado, la guerra disuasiva, la democracia universal, la igualdad de género -desde el punto de vista natural de derechos unos, desde la ideología de género otros-, la intolerancia mediática desde un pensamiento único, la defensa a ultranza de la naturaleza, la lucha contra la corrupción sin renunciar a desentenderse de las fuentes espirituales que la hacen abundante, el secularismo laicista y el relativismo conceptual. Unos fortalecen el bien común, otros lo lesionan.

Las palabras del papa Francisco que cito al inicio nos retrotraen a otras que los evangelios recogen de Jesús, de quien Francisco en vicario en la tierra. El Señor enseñó que quienes dieron de comer a quienes tenían hambre y dieron de beber a quienes tenían sed, en realidad están sirviendo al Señor. Nos debemos unos a otros, independientemente de nuestra manera de pensar en todo lo opinable. Lo fundamental está en el mandamiento nuevo del amor fraterno universal entre los hombres.

Las ideologías son un conjunto de ideas al servicio de intereses puntuales, como enseñaba Vicente Rodríguez Casado. En estos años del inicio de la tercera década del siglo XXI es conveniente que todos los hombres y mujeres, sea cual fuere su oficio o profesión, tengan presente estas enseñanzas, que tienen una carga tan grande de sentido común, para que no se dejen llevar fácilmente por ideologías de moda que pueden truncar el amplio horizonte para una sociedad abierta.

La economía social de mercado respeta la dignidad y excelencia del hombre, que radica en lo moral, es decir, en la virtud; la virtud es patrimonio común de todos los mortales, asequible por igual a altos y bajos, a ricos y pobres; de tal manera que el concepto de bien común se proyecta a que el ejercicio personal del trabajo y la función de la empresa piensan siempre no solamente en la rentabilidad y la competencia, sino en la virtud y el beneficio social.

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