Revista In-Correcto #7 : Postales del fin del mundo

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REVISTA IN- CORRECTO # 7

POSTALES DEL FIN DEL MUNDO (Edición pandémica)

Equipo editorial: Juan Sebastián Martín-Leyes, Daniela Trujillo, Camilo Casallas y Santiago Álvarez Coordinación editorial: Santiago Álvarez Corrección de estilo: Juan Sebastián Martín-Leyes Autores: Lina Alonso, Alejandro Ramírez, Laura Marcela Moreno Berrío, Josué Cabrera, Jaime Aguirre y Ponce Versa Ilustraciones: María Cuervo Animaciones: Silvana Perdomo Sonorización animaciones: Julián Mayorga y Ana Ruíz Valencia Diagramación: Daniela Castellanos 2020



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NOTA A quien interese, ¿Qué sucede cuando el mundo se hace extraño? La perplejidad siempre ha estado emparentada con la consciencia de un contorno difuso; algo desafía la familiaridad de nuestro hábitat. Pero, ¿y si un virus de origen rinolófido o conspirativo extendiera esta cualidad a todo lo que, creíamos, estaba al alcance de nuestros sentidos? La peste no es solamente un fenómeno sanitario, la peste no es un fenómeno biológico, la peste no es un fenómeno político, la peste no es un fenómeno migratorio, la peste no es un mensaje de la naturaleza… La peste es un

estado mental, la peste es un cansancio prolongado, la peste es un tedio de la imaginación, la peste es una comunicación ininterrumpida que va inflando su valor simbólico; la peste eres tú. ¿Qué ocurre con nuestra experiencia cuando el mundo es plastificado? No podemos sino admitir el reinado de lo sintético, la alienación del cuerpo, la masificación del miedo y del reparto de lo imposible. ¿Qué pasa si, de repente, el mundo parece un retrato de alguno de los círculos del infierno? ¿Hasta qué punto este estado de emergencia no


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EDITORIAL era desde antes una nueva normalidad? En unos años cuando las plantas dominen la tierra, en unos años cuando los cyborgs exploren los vestigios de nuestra civilización, en unos años cuando la tierra sea una esfera inerte, en unos años cuando las profecías cataclísmicas sean un motivo de esperanza, en unos años cuando las cucarachas hereden el universo conocido… ¿Qué podremos decir? No encontramos ninguna pista del futuro y, en todo caso, este siempre será una conjetura. No obstante, el hecho de adelantar un hacer frente al pesimismo reinante, de brindar un testimonio de

este campo al que nos hemos reducido, de la distribución vertiginosa de la violencia contra los cuerpos, y, finalmente, el decir sin miramientos nuestra experiencia, pueden darnos luces de esperanza para lo que vendrá. Juan Sebastián Martín-Leyes


COVID P.10

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TU TITULAR NO ES FAKE

í n d P. 30

TRES DIAS DE REFLEXIONES

ESTE SIN S


PARALISIS DEL SUENO P. 20

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LA HABITACION COMO UN OJO

i c e

ERTOR SUELO P. 38

P. 50

MODULO Ç ROTATIVO


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COVID

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En otras noticias,

no hay otras noticias; solo hay una noticia. Las otras se han ido a dormir a seguir con su caos a seguir muriendo a seguir matando o a seguir lo que estaban haciendo. Saben que salieron al aire cuando el aire no era noticia. Su cuarto de hora es el Ăşnico cuarto del que tampoco pueden salir.

Lina Alonso

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TU TITULAR NO ES

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—Una persona llega, aparecen dos más, treinta más, doscientos más... A dos días del inicio de la cuarentena en cada alcaldía de las localidades de Bogotá se presentaron inmensas filas de personas esperando algo de comer. Los celadores, desconcertados, les decían que no había ninguna comida ni mercados ni bonos. —Individuos afanados comenzaron a cerrar ventanas de sus casas y edificios residenciales; la razón: un helicóptero iba a rociar algún tipo de desinfectante por toda la ciudad. La nave sonaba trémula en la tarde y noche por algunos barrios de Bogotá. —En la vía que conduce de Bogotá a Tenjo un camión comenzó a depositar tierra y escombros en la mitad de la vía, los vecinos llegaron para ayudar a hacer uniformes los montones de material para que ningún vehículo motorizado pudiera pasar. Un sujeto que necesitaba pasar les preguntó el porqué del bloqueo; la respuesta: iba a llegar un campamento de personas infectadas con Covid-19 para ser tratadas. Al final, no había ningún tipo de funcionario en las alcaldías locales de Bogotá, no cayó ningún líquido desinfectante ni se reportó ningún campamento médico para tratar enfermos en Tenjo. Todos estos extraños acontecimientos fueron producto de algunas cadenas falsas de Whatsapp. Este tipo

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de hechos se han vuelto masivos a razón de la pandemia, pues es fácil caer en desesperación y alarma ante la potencial crisis, que además de económica, también es mental, emocional y cognitiva. Ante la aparición masificada de noticias falsas se facilitó el fenómeno de la enunciación expansiva. Las redes sociales le permiten tener voz a cualquier persona, y aunque esto tiene ventajas y desventajas, usualmente han demostrado que la mayoría de las discusiones e información que transita en ellas se basa más en la emocionalidad que en la argumentación y el análisis. Incluso, la demostración de hechos difícilmente hace cambiar de opinión a las personas, lo que quiere decir que en las discusiones —y más las que se llevan a cabo por redes sociales— casi nadie cambia de parecer sobre un tema. Esto puede ser explicado como un tipo de sesgo cognitivo, el cual es la condición en la que alguien refuerza una creencia, independientemente si está verificada por la ciencia, periodismo o algún tipo de institución. El punto es que si alguien tiene alguna clase de prejuicio, opinión o inquietud, muy seguramente encontrará en internet información que soporte esa postura, y aparte de información, también habrá grupos y nichos donde se valida. La expansión de información también se relaciona con la creación de burbujas informáticas: según el algoritmo que tiene cada red social, se muestra solamente la información que

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el usuario quiere. Los datos se recogen según gustos, tiempos de interacción, historial de búsquedas, entre otros patrones. La cuestión es que el cóctel integrado por la enunciación expansiva, el sesgo cognitivo y las burbujas informáticas permiten la masificación de noticias falsas. Ahora bien, es cierto que las redes sociales tienen cierto grado de regulación propia: cuando una información es falsa muchos usuarios la desmienten y denuncian, pero esto solo es posible cuando existe un foro o las casillas para comentarios. Lo que no pasa en una red como Whatsapp, y es por ello que las noticias falsas que tienen más incidencia se comparten por esta red, y salen a relucir más ahora que nunca con «noticias» sobre los remedios para el virus, teorías conspirativas, síntomas, estadísticas o que el personal médico es portador del virus. Todo esto, claro está, falso. El lenguaje que utiliza Whatsapp está encriptado, por lo que es muy difícil rastrear el origen de ese tipo de información. Por otro lado, también están las personas que se dedican a crear estos contenidos. Alguien que se acomoda frente a un celular o computador y se pone a diseñar un texto, pieza gráfica o vídeo con el tono y léxico lo suficientemente decente para que sea creíble. Pero ¿quiénes son?, ¿jóvenes, viejos, empleados, desempleados? Quién se levanta en la mañana y se dice: “hoy voy a hacer una noticia falsa para ver hasta dónde llega”. Al parecer son muchos.

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Ante la incertidumbre, cualquier información puede tomarse en serio, y no solo ante la crisis del coronavirus, sino ante la constante incertidumbre del mercado, las creencias y el análisis precario de las interacciones que tenemos.

Cuando se escuchaban noticias sobre la pandemia en China y Europa parecía algo lejano, pero pronto llegó al país un virus sin vacuna, y las voces de alarma se encendieron. Muchos anticiparon el cierre del aeropuerto días antes de la propagación del virus, pero ante la común y normalizada burocracia estatal y empresarial todo se retrasó. Los casos eran pocos, pero ya se podían intuir las implicaciones viendo el estado de países como Italia y España. Si bien el virus tiene un promedio de incubación de 10 días y la entrega de resultados también comprende entre una y dos semanas según la eficacia del sistema de salud, era evidente que la curva de contagios iba a aumentar. Después de pasar los 1000 casos confirmados en Colombia apenas se llevaban 10 días de cuarentena, lo que puso en

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tensión las precarias condiciones para sobrellevar la vida en este país. El virus no solo muestra una amenaza biológica, sino también económica, mental y —si se quiere— espiritual. La figura invisible de la muerte que se expande solo era posible en los siglos pasados, con el avance científico y la salubridad nos creímos a salvo en este momento de la historia; pero no, lo viral sigue apareciendo con unos cuantos siglos de diferencia, y como siempre la crisis trae enfermedad y la enfermedad trae crisis. Así comenzó la cuarentena, muchos cómodos en sus hogares porque su trabajo ya era en el hogar (freelance). Otros sabiendo que sus empresas tenían las herramientas digitales para el teletrabajo. Otros recibiendo capacitaciones en planes improvisados para manejar herramientas de comunicación digital. Otros recibiendo notificaciones de vacaciones o licencias remuneradas o no remuneradas. Otros siendo despedidos por la insuficiencia de las empresas o la labor imposible desde el hogar. Otros cerrando sus locales comerciales. Otros levantando sus puestos de trabajo informal de la calle, y otros sin lugar para pedir monedas. En todo caso, esto también significó un quiebre: el de la ilusión de la importancia. La vida sigue con mucho, poco o nada. Hay personas muriendo en los hospitales devolviendo el sentimiento de fragilidad de estar vivos y ser parte de algo incomprensible. Así mismo, también implicó asumir la carencia de sentido que se hace palpable cuando frente a la

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latente amenaza de la finitud, nos encontramos ejerciendo una labor que poco tiene que ver con el alimento, la salud o la educación, sino con el capital de alguien más. El encuentro con el hogar momentáneo o inexistente. La calidez o lucha que implica estar con la familia, compañero, desconocido o completamente solo. Recorrer un mismo lugar por días sin saber si el cambio vendrá, ya ocurrió o nunca llegará. El extrañamiento del mismo cuerpo en la búsqueda por medio de redes o aplicaciones de conocidos o completos desconocidos para afrontar el encierro. La ficción del desplazamiento para poder vivir. La tranquilidad o embotamiento del no-saber quienes somos ante la quietud y el silencio ensordecedor. La rutina se enfrenta al tiempo enmarcado en el hogar, que comúnmente se entiende como lugar de descanso. El estar abocados a la lentitud, los ritmos del scroll en una pantalla o páginas de un libro que solo se va a comenzar y nunca terminar.

El virus se levanta para mostrarnos una especie de benevolencia: la de la fragilidad propia y de los demás, en la que el cuidado se pone por delante de cada acción antes que la acumulación; un fragmento de humanidad ante la insuperable crisis del consumo insaciable que seguirá existiendo cuando la vacuna se pueda repartir por alguna aplicación.

Alejandro Ramírez 19


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PARÁ -

L I S I S DEL SUEÑO Todo se ha roto en el mundo. ― García Lorca

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Me despertó de golpe el silencio. Por la ventana entraba la luz de luna, formando columnas blancas como barrotes sobre mi cuerpo. Una vena rota empezaba a vaciarse; la mancha crecía oscura sobre la sábana, a través de los brazos, goteando en el suelo. Luego faltó el aire: el fuego quemando los pulmones, la garganta, las fosas nasales. Desapareció todo lo que era, de lo que había huido, lo que anhelaba y nunca había conseguido. El tiempo se transformó en un juego de luces, en borrones que percibía con dificultad, como si tratara de predecir el movimiento de bestias acechantes a través de una neblina densa. Cerré los puños con fuerza para contener el estertor que astillaba mis costillas, acabando a destiempo con la vida. El amanecer tenue, de colores ligeros y amables, insistió en la necedad de crear el futuro e imaginarlo diferente a los recuerdos que cada noche reptan por el piso y me asaltan sin piedad, asfixiándome.

Laura Marcela Moreno Berrío

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LA HABITACIÓN

OJO

Mi primer recuerdo es una habitación blanca. Esa pieza es mi paradigma del blanco, como esas propagandas que dicen que hay productos de limpieza que le sacan el blanco a la ropa. El blanco más blanco. La blancura misma. El cuarto se ve grande, lo veo desde un plano contrapicado como lo ven todo los niños en sus primeros años de vida. Voy caminando o tropezando. Frente a mí se mueve una masa negra o café enorme y ahí está: la blancura. Yo entro en ella algo enceguecido. Los ojos no me alcanzan para ver. Las manos no me alcanzan para tocar. Del otro lado del cuarto hay una ventana brillante y frente a ella una forma blanca que se confunde con el blanco. En el recuerdo esta forma gana nitidez hasta que se convierte en una persona en vestido o túnica, una prenda larga y blanquísima. A medida que esta silueta se define, veo que tiene una cabeza -en el recuerdo me sorprende que tenga una cabeza- cubierta por cabello oscuro. Esa mata de pelo es el único punto no blanco del lugar. Es como la pupila de un ojo mirado desde adentro. Tal 26


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vez la ventana es el párpado. En mi recuerdo no pienso mucho en esto y solo camino hacia esa figura que, lentamente, se voltea hacia mí. He vuelto tanto a este recuerdo que a veces creo que es algo inventado. Pero no sale de mi cabeza. Sigue apareciendo y volviendo, como si en esa imagen hubiera algún significado, una propuesta. Tal vez esa idea de las habitaciones como lugares desde los que miramos y nos imaginamos maneras de mirar el mundo tiene algo. Tal vez he mirado mucho desde mi cuarto y estoy acostumbrado a mirar desde allí. Hay algo en ese espacio donde el cuerpo de uno es tan de uno, donde los sueños se confunden con la vigilia y donde se pueden pensar y decir tantas cosas. En un cuarto uno revisa lo vivido y se imagina lo que quiere vivir. Allí uno trata de entender los sueños inquietantes o prometedores antes de despertarse por completo. En la privacidad del lugar que le entregan a uno para hacer propio se pueden hacer malabares con las ideas, con las ilusiones, con las tristezas. Una pieza es un ojo, es un lugar para mirar, para hacerse preguntas y para imaginarse todas las respuestas que se le ocurran. Todo esto me hace pensar en cómo yo he tratado de mirar y mirarme en mi cuarto. Me pongo a pensar en las primeras veces que me pregunté por las formas de mi cuerpo, acompañado solamente por la torpeza de una mirada que nunca se había ocupado del cuerpo que la sostenía. Era un cuerpo ya nombrado y catalogado por los demás, ¿para qué me iba a poner a mirarlo y nombrarlo? No es algo limitado a los cambios algo vertiginosos de algunos años de la adolescencia: a veces uno tiene heridas y magulladuras que no 27


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sabe de dónde salen, a veces uno trata de consolarse con caricias que nunca termina de aprender a darse y el cuerpo siempre cambia, se ensancha, se angosta, se arruga, se templa. Con el cuerpo cambian las huellas que el mundo deja en él: desde el cuarto el cuerpo se convierte en un mapa de la experiencia. Y desde acá uno se inventa maneras de mirar. En los cuartos a veces exploramos los alcances de nuestros cuerpos: bailamos, nos estiramos, hacemos ejercicio o nos encontramos con otros cuerpos invitados. Incluso hoy, en medio de este aislamiento pandémico, miramos el mundo desde este ojo aumentado a través de pantallas de diferentes tamaños y brillos. En los cuartos leemos, en los cuartos vemos películas, en los cuartos escuchamos canciones. En los cuartos exploramos. Y el cuarto nos mira de vuelta. Nos señala con las marcas que dejamos en él: los esquineros descuidados, las ventanas sobre las que escribimos y dibujamos con marcadores que después no se borran fácilmente, el desorden que se acumula debajo de la cama o en la parte de arriba del armario. Desde el cuarto miramos y desde el cuarto cualquiera nos puede mirar. Es un espejo accidental, incluso si algunos tratan de modelarlo a voluntad.

Josué Cabrera

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DE REFLEXIONES LA NUEVA NORMALIDAD

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(i) Es curiosa la posición que asumo al escribir. Con esto no me refiero a la postura de mi espalda, que adolorida termino acomodando, sino a la seriedad meditativa con la que pretendo comunicarme. Sin duda alguna, esto ha entorpecido el desarrollo de algunas intenciones honestas que se vieron filtradas por la búsqueda de una alma intelectual que no he logrado falsificar del todo. El encierro, aunque me ha regalado vocabulario que antes –por el afán de las ambiciones– no guardaba, ha quitado el deseo de robar esa alma intelectual ajena: me ha obligado a reconocer la impermutabilidad con la que cargo el cuerpo de la sala al cuarto, del cuarto a la cocina, de la cocina al baño, y del baño a la cama. Un recorrido pendular que, por su constancia durante estas décadas disfrazadas de semanas, no parece poseer aire o gravedad que lo frene; recorridos en perpetuo movimiento, halados por un alma somnífera que no ha logrado encontrar el lugar oportuno donde empezar a borrar toda ambición, sueño o ilusión de la vida pasada. Más que soñar con la libertad de poder caminar las calles otra vez, de correr de reunión en reunión, de desinhibirme con unos pares de la universidad, o de sospechar de todo hombre que esté transitando por el andén del frente: estoy pidiéndole al tiempo de que acelere las sorpresas de los cambios por venir, que no me traiga más problemas con la Tierra, que no me venga con noticias tan inmensas que no pueda dimensionar, incluso después de meses regalados para digerirlas. A esta falta de comprensión, le he decidido responder como solemos hacer los ignorantes de la ciencia: siguiendo indicaciones como el buen perro, esperando las 32


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galletas de la larga vida a cambio de sentarme y no moverme, prometiendo con una mirada noble no rascarme la cara tanto como antes. Oriundo del pasillo se siente más preciso que sugerir una nación, o una ciudad. Si me dejara llevar por la ilusión de mi entorno, sugeriría que Bogotá solo tiene cuatro cuadras, el resto, por más de que lo vea a lo lejos o asomándose en la esquina, no es más que una calle cerrada o un fondo impreso que si llegara el momento de tocarlo, quedaría manchado por la frescura de la tinta. He ahí uno de los juegos maléficos configurado por la memoria y el tiempo: no recuerdo cómo se sentían los golpes incisivos del piso en las botas que cargaban mis pies, solo tengo una imagen manufacturada que no produce ni nostalgia ni ganas de estar en esas. Las imágenes intentan, fútilmente, ser recuerdos, pero me encuentro con el infortunio de tampoco ser capaz de falsificarlos. Está ahí el capítulo en el que me encuentro, certero de tener una silenciosa concordancia con algún vecino: me quedo sentado sin recuerdos, rendido a la contemplación de los movimientos más sutiles de una habitación. La magnífica sombra de un pequeño insecto ha sido el acontecimiento más importante de los últimos días. Una imagen que espero olvidar mañana, en son de mantener la curiosidad por cualquier alboroto distinto a la estasis del polvo lloviendo en frente de la lámpara. Las ficciones de ayer, de ese mundo abierto dispuesto a recibir todo sueño vulgar que vomitara el alma, me genera –con alta precisión– el mismo hastío que me regalaría cual33


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quier anécdota decimonónica disfrazada de patrimonio histórico. Aquella vida pasada, llena de intenciones y acciones, ha sido empaquetada y guardada, sin mi consentimiento, llevada detrás de ese telón de ciudad al que temo tocar. Me la robó el destino, y como él no tiene una cara por difamar, ni un cuerpo por sacudir, me resguardo en la culpa elegida al azar. Irónicamente, esa culpa me seleccionó al instante, sin escuchar las postulaciones de nadie más, optó por mí sin hesitar. Sigo aquí, en el silencio mortuorio de unas alas que no veo: tiemblan y transforman el cuarto en rayos de luz intermitentes; el digno estadio de un vuelo tan majestuoso como el del bicho suicida que cae en cuenta de sus deseos un instante antes de quemarse contra la luz que lo engañó. Esta mañana recogí su cuerpo de la mesa, me queda la duda de qué lo mató, no lo escuché ni lo vi morir. Tendré fe en lo que dije y no habrá forma de corroborar lo contrario.

( ii ) Lo he descifrado (en un momento de iluminación cerca a la una y media de la mañana): los sufrimientos del recuerdo son evitables, pero el tratamiento no es sencillo. El objetivo será erradicar toda importancia dada al encuentro, al acontecimiento: renunciar a todo sueño, ilusión, o ambición que se tuvo. Retomar la estética del control, olvidando la negación de esta normalidad perpetuamente actualizable. 34


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Arrodillarme ante el destino –al que le debo esta lucidez momentánea– y pedirle que convenza al tiempo de iniciar otra vez. De quitarse ese vestido caprichoso, con su conteo actualizado de muertes y nuevos casos, que usa con orgullo por sus vueltas al mundo; que le diga en nombre de toda frontera del alma que ilusoriamente pensé tocar, que ya no sé definirme, que los límites entre el bicho de la mesa y yo se han perdido desde hace unos meses; que las fechas ya no significan más que un cálculo en eterna prolongación. Dile, destino, que no quiero dedicarme a repensar lo que no entiendo. Dile que deje de acortar los días, y de alargar las noches. Dile que los espíritus de la calle me acechan y la culpa de verlos anda igual de moribunda: ya no me duele el hambre ni la injusticia. Por último, recuérdale que ese afán del pasado es ahora una nostalgia difícil de invocar, que la costumbre de su presencia me ha dejado enfermo; su repentina ausencia derrota el abdomen que niega a doblarse en las mañanas de náuseas y ensueño –con la mirada perdida, logro ver el índice de mi cuello en la almohada donde sigo soñando.

( iii ) Si de algo sirven estas meditaciones, es como recordatorio de la inutilidad de la meditación privada. Cabe ponderar que es en esa inutilidad donde encuentro la pertinencia más adecuada para la época. No hay función disponible que po35


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dríamos manejar en esta situación de excepción (por lo menos no los clientes de la medicina que desconocemos las acciones adecuadas, sin embrutecer el camino de la salud). Nos resta, entonces, mantenernos rezagados a la posición de vegetales ordenados, esperando a que las manos operadoras vuelvan a designarnos como útiles, y no solo como espectadores meditativos. En ese estado vegetal, donde el tiempo entra en infinita dilatación, recuerdo con vigilia el ocio constante que solía deleitar la vida pasada. Ahora, el ocio, el deleite de la banalidad, el placer de lo ordinario, se ha reducido a la contemplación de las fronteras arquitectónicas, a la fijación en los cambios de luz estirados por el viento, a la esperanza de sentir los movimientos tectónicos más sutiles, que solo la quietud más solemne podría regalar. Son en estas nuevas vulgaridades donde la meditación ha encontrado un canal fértil, preparado para recibir las contradicciones, afirmaciones convencidas y revelaciones espirituales que solo un hastío por el pensamiento perpetuo podría traer. El silencio que pide la noche muda no será un deseo cumplido, la mente pide a gritos el sueño que pronto llegará, y el sueño traerá incoherencias propias de un alma bruta que no comprende la nueva normalidad, que se niega con furia al cambio no-solicitado y a todo recordatorio de una libertad perdida. Se convencerá de que en el sueño recupera ese control que el encierro le quitó: la vista alcanzará distancias inconcebibles para lo que le permite el día, la cercanía, el aliento y los diálogos se tomarán de la mano habiendo tosido 36


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segundos antes; volveremos al placer del ocio acompañado. Pero esa ilusión perdurará lo que el amanecer le permita, el control volverá a las manos del día y el amparo del sueño será un recuerdo ingenuo nada más. Un esfuerzo admirable, inútil, autóctono de los tiempos de la estasis del impulso. *

*

*

Es importante situar estos tres días, por más explicativo que se suponga ser, sin la habitación donde se escribió, queda cojeando sin pista alguna de la muleta que le ayudó. Este cuarto no es donde solía dormir en la vida pasada: ahora me recuesto donde irían mis padres, pero la orfandad involuntaria que me ha designado el encierro me ha llevado a intentar falsificar el recuerdo con sus cobijas y almohadas. Esperando que esta condición sea fugaz, mi cuarto, el de todos los años anteriores, se mantiene sin visitas, solo utilitarias. El colchón que –por años de uso– guarda la estampa de mi culo, ha aceptado la condena del rechazo como un espacio inhabitable, sin apego ni acogimiento. Este nuevo rechazo por todo lo anterior al veintiuno de marzo del dos mil veinte, aunque extraño sea: la nueva normalidad será.

Jaime Alberto Aguirre Cajiao

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ESTER SIN

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Mi papá era un comunista que volaba por las noches sobre los cielos de Nueva York con su propio cuerpo, enamorado de la vida y prematuro desertor; ahora me acompaña con su mirada desde la pared, sus ojos la han vuelto honda. Escribí como canto de resurrección hembra la canción “Me comí” hace año y medio, cuando todos mis dientes y garras se marchitaban y solo sonaba en el centro de mí esta letra, coro y melodía que nunca edité, y así la grabé y así llegó directamente a una pequeña comunidad de oídos curiosos. De la mata a la boca. Sigo en la práctica de la autofagocitosis pero ya no a través del cuerpo del hombre, animal de mi predilección y capricho, sino que –ahora, cuando estar lejos lo máximo posible, los unos de los otros, es el emblema del cuidado y el amor por la vida– devoro mis manos hasta donde me es posible resistir el placer de sangrar un poquito y de arriesgarme otro poquito. De todos modos vengo hace tiempo queriendo desnudar mis dedos de su piel y oler mis heridas, pero, a la fecha, el encuentro de mi nariz con mis yemas puede desatar el apocalipsis en kilómetros de vías respiratorias; ya no se trata de que el engranaje de mi sexo y de mi amor acabe con psiquis alrededor, ahora por fin hacemos contacto todos con la muerte a través de un pánico que abraza al mundo. Hasta hace casi dos meses hubiera sido capaz de decir que no creía en Dios ni en el Coronavirus, pero hoy ya es ley llevar el calzoncito de la cara que no deja ver de dónde vienen las palabras. Lo uso también pero busco el fondo hasta debajo de mi piel. 40


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Soy el quórum total, mi sexualidad es la relación de mi pelo trenzado con mi nuca, mi nariz con mi manos heridas, mi grandilocuente clítoris con las almohadas (como cuando niña), pero el orgasmo infantil no logra resarcirme de esta mueca existencial, que sola vivo junto a la población mundial. Veo en vivo los anuncios presidenciales desde el salón de conferencias de la Casa de Nariño. Hay dos mujeres en la escena: una quiere ser un hombre correcto y la otra es en sí una mujer correcta, manicruzada, muda y con las piernas cerradas durante 40 minutos, con estrés en la boca y gesto de asentimiento nos da ejemplo a las colombianas; mientras, recomienda don presidente no tocarse, no besuquearse, no manosearse. Por irónico que me parezca, hoy quepo en su política de la mojigatería: no me embadurno de nadie, no me lavo la consciencia con los jugos de ningún cuerpo, no libo de la palma de la vida, soy una individuo en resistencia, ¡que a todos los encerrados nos sobre la ira y las esperanzas, pero, sobre todo, la autonomía que a los tiranos les falta! Todos los ánimos internos son ahora la piel de la vida que germina y puja desde el apartamento, que germina y puja como la flor entre la vía de Christina Rosenvinge, este es el feminismo de habitación arrendada, desde aquí me enervo viendo cómo hacen de la crisis otra propaganda, un senderito populista que prepara a los honorables colombianos que cada cuatro años validan de nuevo el ciclo del circo que es la democracia representativa. La misma de la que hace solo unos meses nos mofamos en las calles, y en Bogotá, donde solo se cele41


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bra un frívolo Halloween, hubo por fin un carnaval con causa propia y popular, el gran hastío; sin embargo, hoy, somos presas domiciliarias de la nación mientras ellos debutan como dioses atrofiados y los artistas sobreviven cantando para el espejo que no remunera pero escucha en silencio. Ahora asienten. Vivimos de la mano del campesino, que no se confina, que no se detiene. Ojalá pudiera vivir prescindiendo de todo negocio, pero ni la tierra ni su trabajo le pertenecen, y entonces permanece el antiquísimo pacto con todos los amnésicos que encuentran hoy el milagro en la piel de un durazno que nos enviaron desde Boyacá. Se añora el campo y ha desaparecido también la ciudad, practicadero de todos los pecados capitales que configuran el tergiverso que nos deja respirar, prolífico escenario de la contradicción y el encuentro. Han de pasar muchos meses hasta que los innecesarios artistas del sonido volvamos a celebrar la vida junto a los selectos y pequeñísimos públicos del Centro y Chapinero. Casi que no es sarcasmo si digo que extrañamos pagar lo del transporte por hacer nuestro trabajo y que me da mucha risa cómo el Estado siempre ha infantilizado nuestro sector preparándonos una piñata de estímulos anuales, nacionales y distritales para que nos divirtamos en la competencia y liberemos toda la adrenalina acumulada por el vaivén de nuestros bolsillos llenando formularios. ¡Gracias, tecnócratas de las limosnas! Sigo trabajando. 42


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Postales y canción de despedida: Hay días en que somos animales marchitos. Ha menguado de la noche a la mañana el cauce con el que me atravesaba el cuerpo, desvaneciendo sus fronteras en las formas afectadas de los críos del tiempo que, como yo, solo encontramos la indulgencia en el espíritu del otro, en la inconsciencia de la fiesta, en el cruce, en esa curva en la que la naturaleza te arrolla violenta, te besa y es innecesario comprenderla, como al nacer. Qué cómodo es ser parásitos de un monstruo sin cabeza, la estéticas frías de la higiene nos enmarcan en Zoom y lives sin vida, ¿quién se inventó este paraíso apolítico? Dios, semilla transgénica del mal, es muy creativo. ¿Alguna vez alguien fue más sí mismo que ahora? Vivo el día 2 del ciclo, sangro con furia. Hasta mi sangre se desborda, viaja tibia por mis piernas, es un accidente pero me hace sentir viva. Por eso no me baño, para juntar identidad, ahora que el universo se vuelve tan basto de nuevo y casi me disuelvo en la distancia ensuciada por la chateadera y el amplio catálogo de la chismografía virtual. Antiguos marginales conocedores de la muerte se sonríen. En el vórtice se celebra este brío y frío que a todos nos des-

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peina. En la espera todos los poderes cambian de tamaño. En la soledad ya nada es diferente a mí. Todos los cuerpos encerrados, en el matrimonio o la soledad, en el cebo conyugal o la paja existencial. Crío a Dios dentro de mí, su ombligo me habla en el silencio, ahora que la ciudad no existe, ahora que el vacío abraza a los cuerpos mortales, me habla en silencio y yo libo de las flores más lejanas; mi boca viaja. Alguien quiere herir a quien le hiere, busco un rostro para librar batalla y no lo encuentro, solo los crímenes imaginarios contra los Estados despóticos reparan la aflicción. Somos un espasmo repetido, un gran cuerpo que se parte, ya no son fronteras, son pantallas, cuerpos en espera del amor o de la muerte. No comulgo con el cuerpo de Cristo pero sí con el cuerpo del otro. Me digo en el encierro que el adentro también está en los otros, escribo para tejer las abstracciones que desemboquen en junta. No soy un coctel informativo. Salta la naranja a mi boca y muero de dicha porque no la inventé ni yo ni Dios. Es ella. No creo en los autores del destino. 44


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Hoy solo quiero chuparle los pelos a los choclos. Yo no soy madre inutilizadora de este Estado, ni tampoco su hija abandonada, yo no quiero tributarle ni pedirle redención. Un corazón digital no se muere de pena, el corazón es de tierra y la muerte una madre que de dichas y lágrimas despoja. Nunca recibí la promesa de la cruz pero sí eternamente el cariño que no se vence y que me ha hecho cruzar frontera entre la vida y la muerte, entre mi cuerpo y los besos.

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5 DE MAYO: Vos me llevaste a tu cima y de allá volví yo caminando. Dicen, de bajada las piedras ruedan, pero yo que soy de alma y hueso, 577 días duré bajando, las cuentas las hice a mano tan pronto toqué mi tierra y cierto que es oscura, y como en pintura de Rivera solo en su entraña encontré descanso; sembré mi cuerpo porque hoy renazco. A media noche llegan los santos, todas las locas y los bohemios. «Ni vos te has muerto ni yo me he muerto» nos decimos en el festejo zapateando, pero un día nos pedirá la tierra y por eso es que hoy bailamos, es la dicha del que regresa. Ponce Versa

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¿TIEMPO LIBRE? ¿UN ESPACIO PARA TI? ¿UN ESPACIO DE REPOSO? ¿PANDEMIA GLOBAL QUE AMENAZA LOS CIMIENTOS DE LA CIVILIZACIÓN?

ESTAS LISTAS S O N PA R A T I .

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POSTALES DEL FIN DEL MUNDO

ROTATIVO In-fectados La mejor selección musical de canciones que hablan sobre el encierro.

Estrenos de cuarentena La genial Daniela Trujillo, curó una lista con los mejores lanzamientos a nivel sudamericano realizados en la cuarentena.

Estamos por la utopía Sonidos de emergencia contra el Estado Policial colombiano.

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IN-- CORRECTO # 7#7

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