Revista Laboral Ical Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz ISSN 0719-1715
Sindicatos, sujeto laboral y movimiento social estudiantil Omisiones, tensiones e inscripciones
Nelson Ruminot Mauricio Muñoz Katia Molina Felipe Valenzuela Álvaro Hevia
Mauricio Muñoz Editor Nº13 – AÑO 4
Diseño de la portada: Valeria Hevia C. valeriaheviac@gmail.com Fotografía: Elías Valenzuela R. elias.vriveras@gmail.com Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz Ical. Ricardo Cumming 350, Santiago, Chile. http://www.ical.cl comunicaciones@ical.cl Diciembre, 2011.
Índice Editorial ______________________________________________ 3 La mantención de la acción colectiva y el cuestionamiento a la totalidad neoliberal. La acción sindical en la construcción del nuevo movimiento social nacional. Nelson Ruminot _______________________________________ 5 En busca del sujeto laboral ampliado. Mauricio Muñoz _______________________________________15 Movimientos sociales y sindicalismo en el gobierno de Derecha. Katia Molina __________________________________________ 31 El trabajo en los trabajadores del Estado de Chile. Felipe Valenzuela _____________________________________ 51 Poder político y movimientos sociales. Álvaro Hevia __________________________________________ 69
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Editorial
La irrupción en escena política y social del Movimiento Estudiantil por la Educación, sus demandas, lógicas y perspectivas, durante gran parte del año 2011, sacudieron al país. Frente a esto creemos necesario analizar la problemática de la convergencia de los trabajadores con este movimiento. La Revista Laboral Ical, busca inscribirse como un aporte para el pensamiento crítico y alternativo. Así, la perspectiva desde la cual se dará cuenta de la temática abordada en esta publicación, es contraria al régimen de acumulación capitalista imperante y, por lo mismo, a las condiciones sociales de producción y reproducción del modelo económico, cultural y social hegemónico en el país. Los artículos que se presentarán a continuación son producto de constantes discusiones, paralelos, contrastes, tensiones y resignificaciones teóricas, que los integrantes del Área Laboral Ical, han llevado a cabo durante el segundo semestre de este convulsionado 2011. Abre la discusión el artículo de Nelson Ruminot, quien se refiere al rol de los movimientos sociales, la acción colectiva y los repertorios de acción en el cuestionamiento de la 3
totalidad neoliberal, extrapolando la reflexión a la singularidad del Movimiento Social Estudiantil por la Educación, su amplitud y transversalidad, y el rol del actor sindical en esta coyuntura histórica. Mauricio Muñoz, por su parte, se sumerge en la problemática que implica la inscripción del actor sindical en el movimiento social y se instala en la discusión por las condiciones de posibilidad de la conformación de un sujetoactor social –sindical- que no se agote en la actividad productiva que permite su emergencia sino que, más bien, la desborde. En un registro similar, Katia Molina, rescata las formas de confrontación social que representan los movimientos sociales contra la lógica de la des-socialización que el neoliberalismo, desde su instalación y de la mano de distintos dispositivos, ha intentado establecer en Chile, con la consecuente perdida de poder de los sindicatos. Por otro lado, Felipe Valenzuela aborda a los trabajadores del Estado de Chile, su conformación histórica, comportamiento, características y potenciales de articulación en su particular contexto y frente a la irrupción de movimientos sociales como el estudiantil. Finalmente, contamos con el aporte de Alvaro Hevia quien, desde la filosofía política, analiza la tensión entre las demandas de la sociedad civil, en este caso expresadas en el Movimiento Estudiantil por la Educación, y las lógicas políticas institucionalizadas en Chile.
Mauricio Muñoz Editor 4
La mantención de la acción colectiva y el cuestionamiento a la totalidad neoliberal La acción sindical en la construcción del nuevo movimiento social nacional Nelson Ruminot*
I. En la búsqueda de los movimientos sociales. El Movimiento Sindical ha estado ampliamente tensionado durante las últimas décadas por la imposición de un sistema neoliberal hegemónico que ha transformado ampliamente las relaciones laborales en Chile. Sería justo preguntarse si en esta tensión cobra un rol importante una mala articulación y conducción organizacional o es ya parte de un conjunto de elementos más profundos, los que en el marco de un gobierno de Derecha y del año de la primavera de los movimientos sociales en Chile, no han permitido una articulación y acción colectiva efectivas que logren cuestionar a la totalidad de la dominación neoliberal. En este sentido, las movilizaciones desarrolladas por el Movimiento Social por la Educación se han caracterizado por muchos factores, entre ellos: por generar una profunda brecha en la institucionalidad política del neoliberalismo, *
Sociólogo. Área Laboral Ical.
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restituyendo a la política y a la democracia en contradicción directa con el modelo mercadocéntrico. Y es en este marco que las acciones sindicales de los días 24 y 25 de agosto del 2011 pueden ser catalogadas, en la suma y resta, como periféricas. El siguiente texto es una introducción teórica que busca problematizar en torno a la situación de la acción sindical, por lo tanto nos parece justo reposicionar el debate desde lo ocurrido durante este año para abrirse paso a algunos cuestionamientos que, a nuestro juicio, son centrales. Partimos desde algunas premisas teóricas. La acción sindical en una dimensión emancipatoria, implica primero pensarla en relación con el universo a transformar. En este contexto, la acción colectiva es parte de una totalidad más amplia -lo universal- donde la acción representa lo particular. En este caso la acción sindical, frente a la totalidad, el universal Neoliberal. Esta interacción entre particular y la totalidad involucra una relación de universalización, en el sentido de una relación construida, donde la acción colectiva está constantemente presionando sobre las instituciones de lo universal y pujando por procesos de transformación globales y/o específicos, a la vez que se encuentra subsumida por tal universal. Puesto en ese marco, los movimientos sociales, son procesos primariamente de incidencia sostenida de la acción colectiva sobre la estructura política o universal. Por lo tanto, entenderemos por movimiento social a un conjunto de acciones colectivas que logran y mantienen una interacción prolongada con las elites u oponentes, logrando
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traspasar la validez de sus acciones a otros actores sociales democratizando el espacio público universal. II. Las relaciones que constituyen las unidades sociales básicas para la acción. Partimos del razonamiento de que la acción colectiva se desarrolla en el marco de “relaciones sociales‖. En este sentido, la acción es un tipo específico de relación social, donde ésta viene a representar la unidad básica de la sociedad1. Transformándola en uno de los principales objetos de estudio de la sociología. Luego, la acción colectiva que nos interesa, es una que puesta en el marco de la relación social, lo hace a partir de la articulación de relaciones de poder y, específicamente, aquella que tiene como objetivo la emancipación. Pensar las relaciones sociales articuladas en relaciones de poder es pensar a la sociedad desde un prisma particular, representado en el enfoque sociológico cuya tradición más determinante se encuentra en la teoría marxista. Ontológicamente en los componentes del materialismo dialéctico y del materialismo histórico. Este registro reflexivo y teórico, involucra pensar las relaciones sociales articuladas desde un poder dominante al interior de la relación. Ergo, las relaciones sociales están
Diversos autores trascendentales la han abordado, es el caso de Max Weber (1993), Talcot Parsons (1999), Alain Touraine(2002) o Charles Tilly (1994), entre otros. Igualmente ha sido y es afrontada desde múltiples enfoques, como el interaccionismo, la identidad, la comunicación, la subjetividad, el conflicto, la racionalidad etc. 1
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determinadas por categorías dominantes tanto en un sentido material como simbólico. Podemos ejemplificar esta dominación simbólica y dominante, en un discurso positivista de una sociedad moderna que evoluciona hacia el progreso, a través de procesos democráticos, ciudadanos, que desarrollados en el espacio de lo público y de la política han resuelto al capitalismo como modelo de sociedad y expresión del bien común (razonamiento del universal neoliberal). Pero provienen de la resolución material de una primera forma de dominación, la dominación de los medios materiales de subsistencia y específicamente de la resolución de la contradicción entre el uso de los beneficios del trabajo al servicio de los trabajadores o al servicio de los capitalistas que usufructúan de ese trabajo a través de la plusvalía (contradicción Capital/Trabajo). III. La acción colectiva contenciosa. Vamos a entender por acción colectiva contenciosa a la acción que contiene a una contradicción o se origina a partir de esta, constituyéndose de un modo que es amenaza fundamental para otros y a partir de la construcción de poder, debido al desafío con los oponentes, y el generamiento de la solidaridad, lo cual hace a este tipo particular de acción colectiva, sociológica e históricamente distintiva (Tarrow, 1994) (Tilly, 1977). Esta es el denominador común de los movimientos sociales y las revoluciones. Su articulación conceptual, se desarrolló en la observación de un conjunto de procesos sociales, principalmente de 8
trabajadores en EE.UU. y Europa, asociados a la conformaciรณn de los Estados Nacionales y caracterizados por el paso de una acciรณn colectiva de tipo local a la construcciรณn de movimientos sociales nacionales. Otro punto de anรกlisis estuvo en los movimientos civiles desarrollados en EE.UU. durante el siglo XX. La apariciรณn de los primeros movimientos sociales estรก relacionada, segรบn estos autores, a las posibilidades que se abrieron para la mantenciรณn de la acciรณn colectiva, en un camino progresivo de sumatoria de mayores actores, complejizรกndose, hasta tomar forma de movimiento social. Creemos que los puntos de complejidad para el desarrollo de los movimientos sociales estรกn dados por la transformaciรณn de la acciรณn contenciosa en movimiento, o sea por el recorrido que hay entre las dos. El punto de complejidad entonces, estรก puesto en la expansiรณn de la acciรณn colectiva, fundamentalmente en su mantenciรณn en el tiempo y su apertura en el espacio. Segรบn estos autores, esta problemรกtica fue resuelta en el inicio de los movimientos sociales ligados a la apariciรณn de los procesos republicanos, desde dos elementos centrales. Por una parte, la solidaridad que se desarrollรณ entre quienes participaban de problemรกticas comunes, de expresiones diferenciadamente locales pero finalmente centralizadas. La solidaridad jugรณ un papel medular en el desarrollo de nuevas prรกcticas que forzosamente se expresaron al calor de nuevas acciones de confrontaciรณn, como por ejemplo las barricadas callejeras.
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El compartir la comida o la información o los discursos políticos de unidad, fue fundamental para el desarrollo de una solidaridad transversal al conjunto de acciones colectivas nacientes. Un segundo elemento central para la mantención de la acción colectiva contenciosa y su ampliación a movimiento social, fue el desarrollo de nuevos medios tecnológicos que permitieron la comunicación masiva de los manifestantes. La aparición de la prensa escrita y la utilización también masiva de la imprenta, fueron medulares para potenciar la acción, permitiendo compartir y masificar las demandas, así como las problemáticas, de forma rápida, logrando unificar y ampliar el movimiento. Resulta particularmente importante, que para el inicio de los movimientos sociales chilenos, situados a partir del nacimiento del movimiento obrero a comienzos del siglo XX, dos de los elementos principales en su desarrollo, destacados por la sociología e historiografía nacional, hayan sido precisamente la solidaridad de clase y despliegue de la prensa escrita obrera, lo que, sin lugar a dudas, permitió su unidad y masificación en torno a objetivos comunes. IV. Los repertorios de acción colectiva. La Acción Colectiva Contenciosa, se construye sociohistóricamente desde repertorios, vale decir, aquellas acciones que siendo acertadas en un momento en particular, como la barricada de la Comuna de París o las sentadas callejeras de mayo del 68, son capaces de perdurar en las prácticas colectivas de los actores sociales, incluso en un cuadro mundial. 10
Los Repertorios de Acción Colectiva (Tilly, 2002), son creaciones culturales, surgen desde la lucha cotidiana de los actores por subvertir el orden o control que impide la realización autonómica de su acción. En este sentido, las acciones contenciosas no sólo buscan mantenerse en el tiempo originando grandes movimientos sociales o ciclos de protesta, sino que se inician también a partir de un conjunto de repertorios limitados de rutinas aprendidas, compartidas y actuadas. V. El cuestionamiento a la totalidad neoliberal. El proceso de construcción de movimiento social que ha cobrado vida en el denominado ―Movimiento Social por la Educación‖, se ha caracterizado, principalmente, por su alta capacidad de mantenimiento en el tiempo, a la vez que ha sido capaz de cuestionar la totalidad dominante neoliberal del Sistema Educativo y del Modelo de Sociedad, sumando cada vez mayor aceptación en la ciudadanía (llegando a un 90%). La Acción Colectiva Contenciosa de este movimiento ha estado caracterizada por la articulación de diversas acciones modulares, denominadas por la teoría y por el movimiento como ―Flash Mov‖, los cuales han venido ha contribuir de una manera significativa a la mantención del movimiento social, logrando dinamizarlo y sumar nuevos participantes. Un eje fundamental para la articulación de las acciones modulares o Flash Mov, han sido las redes sociales, esencialmente las plataformas Facebook y Twitter, cuestión ya resaltada latamente en otros estudios, a la vez que su 11
expresión ha sido de tipo constituyente global, es decir acciones modulares que se constituyen en un espacio tiempo global, como característica de un fenómeno mundial. La solidaridad, ha sido otro de los ejes esenciales en la construcción del movimiento, toda vez que su amplitud y transversalidad fue otra de sus características, manteniendo en todo momento la unidad, no restando actores, sino que sumándolos. Estos tres elementos han caracterizado en gran parte el éxito de la actual movilización pero sin duda su comprensión en profundidad no puede escapar de otros fenómenos sociopolíticos fundamentales de destacar y que la han diferenciado de otros nacimientos de acciones colectivas ampliadas, que se han desarrollado desde fines del año pasado, tales como: La fuerte correlación de fuerzas del Partido Comunista (PC) en las organizaciones sociales de la educación posibilitó el diseño de una táctica común de múltiples organizaciones sociales, lo cual fue determinante para el éxito y expansión del movimiento. La definición común de los comunistas, fue la de generar una brecha en el modelo neoliberal desde los actores educacionales. Es importante señalar que estos actores sociales más tarde serían tensionados también por la aparición de sectores más radicalizados, que lograron capitalizar una parte importante de las tácticas del movimiento, una vez que éste entró en una fase de movimiento social propiamente tal. La disputa al interior de la izquierda se mantiene hasta el día de hoy. La llegada de la Derecha al poder ejecutivo, luego de 22 años de fin de la Dictadura Militar, ha contribuido, sin 12
duda, a la construcción de un imaginario radical de refundación de la Izquierda Chilena, desarrollado desde la organización programática exitosa de sus ideas en el plano esencialmente universitario y gremial de profesores. Si a esto le agregamos la contribución de otras acciones colectivas que han permitido la acumulación de experiencia organizacional, discurso simbólico y movimiento, tales como las de los trabajadores del sector primario exportador en el 2007 y del denominado ―Movimiento Pingüino‖ del 2006, podemos decir que todos estos elementos han estado en el centro de la construcción del movimiento social más exitoso desde la lucha por el fin de la Dictadura Militar de Pinochet, cambiando el eje político de la concertación de la alianza por Chile y dejando a la alianza partidos de izquierda en una situación expectante. Es necesario preguntarse, entonces, por la articulación desde el actor sindical y su participación en la actual movilización. Si bien la jornada del 24 y 25 de Agosto ha sido una de mayor masividad de las últimas décadas, es un imperativo analítico cuestionarse respecto de la real incidencia del movimiento sindical en éste. ¿Por qué la CUT no ha logrado aparecer como un nuevo referente que complemente las demandas del movimiento social por la educación potenciando el cuestionamiento a la totalidad neoliberal?, ¿Esto ocurre en todo el movimiento sindical?, ¿Qué ha ocurrido en particular con los trabajadores del sector público que ha posibilitado un nivel de incidencia mayor?
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Referencias bibliográficas. Parsonss, T. (1999). El Sistema Social. Madrid: Alianza Editorial. Tarrow, S. (1994). El poder en movimiento. Madrid: Editorial Alianza. Tilly, C. (1977). Desde la Movilización a la Revolución. Michigan: Editorial Universidad de Michigan. Tilly, C. (1994). Las revoluciones europeas 1492 - 1992. Madrid: Editorial Critica. Tilly, C. (2002). Repertorios de acción contestataria en Gran Bretaña: 1758 -1834. En: Traugott, M. (Compilador). Protesta social. Barcelona: Editorial Hacer. Touraine, A., Castells, M. & Giddens, A. (2002). Teorías para una nueva sociedad. Madrid: Editorial Fundación Marcelo Botín. Weber, M. (1993). Economía y Sociedad. Madrid: FCE.
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En busca del sujeto laboral ampliado Mauricio Muñoz*
Las movilizaciones sociales en torno a las demandas estudiantiles remecieron al país. Marchas con miles de personas –no tan solo estudiantes- dieron cuenta de lo transversal y sentido del movimiento y sus demandas, las cuales no sólo cuestionan al modelo educativo chileno sino que sobre todo debaten acerca de las condiciones sociales, políticas y económicas que permiten la emergencia de este modelo que produce y reproduce las desigualdades propias de un país que durante más de 30 años ha navegado por la anarquía del libre mercado, mantra de las políticas neoliberales instaladas por la Dictadura Militar, respaldada política e ideológicamente por la Derecha chilena, y consolida por el establishment tecnocrático concertacionista en concubinato con los capitales transnacionales. Las organizaciones sindicales, en un primer momento, frente ha esta convulsión social, quedaron impávidas. Posteriormente, tres meses después de la primera marcha
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Sociólogo. Área Laboral Ical.
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convocada por la Confederación de Estudiantes de Chile (CONFECH), la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) llamó a un paro nacional para los días 24 y 25 de agosto, cuyas demandas se articularon en seis aspectos: 1) exigir un sistema previsional estatal, 2) nuevo Código del Trabajo, 3) reforma al sistema tributario chileno, 4) más inversión en salud, 5) educación pública de calidad y 6) una nueva Constitución1. Igualmente, organizaciones sindicales de base, federaciones y confederaciones, han hecho sentir el apoyo al movimiento estudiantil mediante comunicados y, en casos muy puntuales como la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), acompañando en las marchas convocadas por los estudiantes. La articulación entre el actor sindical y el movimiento social detonado por los estudiantes es problemática. Si bien existen gestos y acciones puntuales en las cuales convergen, en general se percibe que van en carriles distintos, a otra velocidad, con lógicas y formas de liderazgo Según las cifras oficiales, la adhesión al primer día de paro fue baja. El gobierno indicó que hubo un ausentismo de 14,3%, alcanzando mayor participación en los sectores de educación y salud. Por otro lado, la Sofofa afirmó que la asistencia a fábricas llegó al 99% y la Cámara Nacional de Comercio dijo que, si bien no hubo ausentismo en el área, sí se registró una caída en las ventas del 50%. El gobierno calificó el llamado a paro como un “fracaso”, lo que fue rebatido por los dirigentes de la CUT quienes afirmaron que el país no estaba viviendo una situación normal. Por otro lado, el día 25 de agosto, el segundo día de paro nacional, en Santiago se llevaron a cabo cuatro marchas que confluyeron en la Alameda esquina Ricardo Cumming y en las principales ciudades del país también se movilizaron los manifestantes. Las organizaciones convocantes cifraron un total de 400 mil asistentes a nivel nacional, el gobierno sólo 50 mil en la capital y una menos cantidad en regiones. Según el gobierno, entre la noche del 23 y la del 25, jornadas signadas por la movilización, se totalizaron 1.394 detenidos, 153 carabineros lesionados y 53 civiles heridos. Al respecto ver diario La Tercera (25 de agosto de 2011). ―Baja adhesión y focos de violencia marcan primera jornada de paro‖ y Poblete, J., Labrín, S. y Ramirez, J. (26 de agosto de 2011). ―Masiva marcha cierra protesta que no logra paralizar al país‖. La Tercera. 1
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diferentes. Sentidos generacionales y contextuales asimétricos. Percepciones y significantes desiguales. Sin embargo, para ambos, la contraparte es la misma: el capitalismo en su forma neoliberal. Ante el anacronismo que se observa del movimiento sindical frente al vendaval social y político de la actual coyuntura es que nos planteamos la discusión por las condiciones de posibilidad del surgimiento de un sujeto-actor social, que no se agote en la actividad productiva que permite su emergencia sino que la desborde. Si bien consideramos que en la actualidad vivimos una radicalización del capitalismo, no es la intensión de este artículo repetir el tic de aquellas lecturas marxistas que esperaban que el sujeto de la revolución surgiera de manera refleja, como un epifenómeno de la contradicción estructural Capital/Trabajo, donde la explotación y la alienación de la industrial capitalista moderna aceleraría la emergencia del sujeto obrero y el constante desarrollo de las condiciones materiales devastaría las formas precapitalistas de producción, universalizando la proletarización y haciendo inminente la emancipación del hombre. Más bien, se busca aliviar de este peso al actor sindical, no para anular sus potencialidades sino que para observar sus posibles puntos de fuga. I. Transformaciones en el trabajo. El trabajo y aquellos actores que se configuran en torno a él, en tanto relación social, están constituidos por múltiples dimensiones, las cuales son determinadas histórica y socialmente (De la Garza, 2003(a): 32-33). De la misma 17
forma, la organización productiva en el Capitalismo es siempre, a la vez, técnica de producción y técnica de dominación, una relación de poder que produce riquezas, miseria, mercancías, elevados niveles de explotación, saberes, sentidos, subjetividades e identidades y, en este producir, a la vez, tiende a su reproducción. Las transformaciones en el trabajo han generado una crisis conceptual, teórica y empírica del mismo. La instalación del neoliberalismo, en la década de los 70 del siglo pasado, en tanto reestructuración política, económica y social, fue el comienzo de cambios radicales en la organización del trabajo 2. En lo relacionado con el trabajo formal, la introducción de nuevas tecnologías impactó directamente en la organización de las funciones y los cambios en las calificaciones. Por otro lado, parte del mercado del trabajo ha tendido a la informalidad o a la precarización laboral, la cual ha venido de la mano del empleo a tiempo parcial y la subcontratación (De la Garza, 2003(a): 31). Así, las empresas, en el contexto del neoliberalismo, buscan Respecto de esta afirmación revisar la siguiente bibliografía: De La Garza, E. (2003 (b)). Las teorías sobre la reestructuración productiva y América Latina. En: De la Garza, E. (compilador). Tratado latinoamericano de sociología del trabajo. (pp. 716 – 734). México: FCE. De La Garza, E. (2001). La formación socioeconómica neoliberal. Debates teóricos acerca de la reestructuración de la producción y evidencia empírica para América Latina, México: UAM. Soto, A., Espinoza, G., Gómez, J. (2008). Aspectos subjetivos vinculados vinculados a la flexibilidad laboral. En Soto, A. (editor). Flexibilidad laboral y subjetividades. Hacia una comprensión psicosocial del empleo contemporáneo. (pp. 18 – 24). Santiago: Lom ediciones. Núñez, D. (2004), El trabajo desregulado en Chile 1990-2000. Crónica de la historia oculta de una década de desarrollo capitalista. En Álvares, R. y Aravena, A. (editores). Los trabajadores y la nueva cuestión social. Repensando la realidad laboral y sindical en Chile. (pp. 13 – 35). Santiago: Ical. y Muñoz, M. (2011). Telefónica Chile. Reestructuraciones productivas periodo 1990 – 2006. Impactos en materia de flexibilidad laboral. (pp. 16 – 32). Tesis para optar al título profesional de sociólogo, Universidad de Arte y Ciencias Sociales, Arcis. Santiago. 2
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responder con discontinuidad en los procesos productivos, flexibilizando la organización del trabajo y, por lo tanto, las condiciones laborales de los trabajadores (Antunes, 2001: 40). Se espera generar dinámicas productivas que, lejos de evitar las crisis económicas inherentes a la configuración capitalista, se ajusten a ellas. Gran parte de la intelectualidad pendiente de estas transformaciones, ha nominado ―postfordismo‖ a la actual configuración productiva. Las políticas neoliberales generaron las condiciones para pasar de una sociedad industrial, que organizaba la producción según los parámetros clásicos vinculados a las ideas taylorista y fordista, a una de nuevo tipo, donde el trabajo habría dejado de tener la centralidad que tuvo para la sociedad industrial. A raíz de los cambios en la producción predominaría la fragmentación social, la descomposición de las identidades colectivas y los trabajadores, en tanto sujetos políticos y actores esenciales en la producción, habrían dejado de tener la importancia de otrora (Aravena, 2009: 22). La triada laboral cuya significación era: a) esfuerzo físico, b) ser fuente de riqueza y bienestar y cuya importancia política e ideológica radicaba en c) la autoconstitución de los trabajadores como clase, habría perdido su importancia, pasando a adquirir un significado más estético donde se lo mide y evalúa por su valor de diversión y entretenimiento. La emergencias de las teorías del fin del trabajo (Rifkin, 1996), llevaron a autores como Bauman (2007) a afirmar que el trabajo, en la ―era postindustrial‖, no satisface tanto la vocación ética de un productor o creador, sino que ahora 19
lo que está en el centro son las necesidades o deseos estéticos de los consumidores, sedientos de nuevas sensaciones y experiencias. Por otro lado Gortz (1982) sepultaba a los antes sepultureros del Capitalismo3 y en Sennet (2000) la actividad productiva aparece como un ―colgajo de fragmentos de experiencias‖, sin arraigo en un grupo social determinado que implica una desestructuración del sentido del tiempo y el espacio y la aparición de relaciones sociales superfluas, gracias a la heterogeneidad de las ocupaciones (Offe, 1998) 4. En síntesis y de forma esquemática: Si antes el obrero hacía su trabajo en la industria, se organizaba en sindicatos, se constituía como clase trabajadora, vivía en poblaciones obreras, al alero de las mismas industrias donde se desempeñaba la mayor parte de su vida productiva y, en definitiva, su vida giraba en torno a su trabajo. Hoy el trabajador tendría una relación más bien fragmentada e inestable frente a su labor. La decadencia de la industria impactó directamente en la configuración de la identidad obrera y su correlato como clase trabajadora. Los trabajadores son más bien agentes nómadas que transitan de puesto de trabajo en puesto de trabajo, intentando adaptarse a los vaivenes de una vida laboral inestable, flexible y precaria.
Recordemos que Marx y Engels, en el Manifiesto del Partido Comunista (1955: 31), indicaban que ―El desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta se produce y se apropia de lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitable‖. 4 Una contundente crítica del planteamiento de estos autores es posible encontrarla en De la Garza, E., Celis, J., Olivo, M. y Retamozo, M. (2011). Crítica de la razón para-posmoderna (Sennet, Bauman, Beck). En: De la Garza, E. (Coordinador). Trabajo no clásico, organización y acción colectiva. Tomo I. (pp. 23 – 52). México: UNAM – Plaza y Valdés Editores. 3
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Estas afirmaciones –que buscan explicar el paso de una sociedad industrial a otra postindustrial- tiende a polarizar las perspectivas. El paso de una forma de producir a otra, en realidad, nunca se dio de forma tan limpia, cuestión, además, impensada para cualquier proceso social. Para el caso latinoamericano, Enrique De la Garza (2011: 13) indica que en la actualidad existe una heterogeneidad conceptual para intentar captar los ―antiguos‖ y ―nuevos‖ trabajos, entregando la siguiente salvaguarda: ―Por trabajos clásicos no habría que entender necesariamente los que fueron o son mayoritarios en la población ocupada –situación que nunca fue cierta en los países subdesarrollados-, sino aquellos que fueron considerados en la teorización e investigación empírica como la línea principal de evolución del trabajo (industrial, fordista, estable, regulado)‖ Los trabajos ahora llamados ―no clásicos‖ han sido, en América latina en general, históricamente mayoritarios, mucho más comunes de lo que los desarrollos teóricos, que se sorprenden con las actuales (des)formaciones laborales precarias, los conciben. Muy distinto a no existir es ser despreciado. II. Recordando a Marx: Un concepto ampliado de trabajo. El trabajo, en su concepción más amplia y general, es decir, en tanto producción, es inherente a cualquier tipo de sociedad, por lo tanto, le subyace a la existencia humana. La producción, no es sólo fuente de riqueza sino que, y antes que todo, permite la creación de valores en general 21
(Marx, 2006: 133). La producción humana, antes de intercambiarse en un mercado y, por lo tanto, antes de transformarse en mercancía y tener un valor de cambio, puede ser entendida como la creación de objetos que permiten satisfacer determinadas necesidades, es decir, el trabajo se nos muestra siempre, antes que todo, asociado a una utilidad y su valor es definido por su uso. Para Marx (2006: 137), el proceso de trabajo podía ser definido como: ―La actividad racional encaminada a la producción de valores de uso, la asimilación de las materias naturales al servicio de las necesidades humanas, la condición general del intercambio de materias entre la naturaleza y el hombre, la condición natural eterna de la vida humana, y por tanto, independiente de las formas y modalidades de esta vida y común a todas las formas sociales por igual‖ En la producción se ponen en relación las materias primas y la fuerza de trabajo, donde esta última produce o transforma, valiéndose de los medios de producción, es decir, la técnica y tecnología, o de su propia humanidad, a las primeras. De este proceso se deriva una determinada forma de consumo, puesto que toda producción implica el consumo o desgaste de las capacidades del individuo que produce, físicas y mentales, y de los medios de producción que emplea con tales objetivos. En definitiva, todo trabajo lleva consigo un consumo productivo. Por otro lado, existe un consumo otro, que es donde el producto alcanza su realización, puesto que éste se hace realmente producto cuando se consume, antes sólo es un objeto (Marx, 1980: 21-48). Así, por ejemplo, un martillo 22
comienza a ser una herramienta cuando se le utiliza para clavar o golpear; un billete alcanza la categoría de valor cuando con él podemos adquirir otros productos (―equivalente general‖ en Marx). Por lo tanto, a través del consumo es que se hace posible la generación de productores y consumidores. En definitiva, desde una perspectiva dialéctica, producción y consumo son dos momentos donde cada uno no se limita a ser el otro de manera inmediata sino que, realizándose, produce al otro. Es la relación la que produce a los términos. El trabajo, comprendiéndolo desde esta amplitud conceptual, es aquello que constituye al hombre o lo pone a la altura de tal. En este proceso activo se deja ver el ser de lo humano, su energía, su potencialidad. Es la expresión más significativa de la especie. Es, en definitiva, la esencia humana. La enajenación, aquella lógica capitalista transversal a cualquier transformación dentro del modelo, que sin duda es donde está la expresión más radical del sometimiento que genera el Capitalismo en los sujetos, puesto que desarticula la relación del trabajador con su propia actividad y con el producto de su trabajo, por lo tanto con el mundo en general, el cual se vuelve objeto ajeno y hostil; es lo que impediría esta síntesis, arribando así a una vida ajena, a la deriva, individualizante. Una confrontación del hombre no sólo con su propia producción que, como vimos más arriba, le entrega las condiciones para su constitución, sino que también con los demás hombres, con el trabajo de éstos y con los objetos de su trabajo (Marx, 1971).
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III. El desborde del sujeto laboral. Así las cosas, poner el énfasis en los trabajos ―no industriales‖, ―nuevos‖, ―atípicos‖, ―flexibles‖ o ―postfordistas‖ y generar las interfaces con la configuración productiva industrial ―clásica‖, ―fordista‖; nos lleva a la articulación de un concepto ampliado de trabajo. Esto, como afirma De la Garza (2011: 18), implica un objeto de trabajo que puede ser, revalorando los objetos simbólicos, material o inmaterial; una actividad laboral que además de implicar lo físico y lo intelectual, se amplía analíticamente a los matices objetivos y subjetivos de dicha actividad. Pero además –y consideramos que aquí radica una de sus mayores potencialidades- permite retomar cuestiones de larga data, que a pesar de las distintas transformaciones en las formas de producir, continúan allí de forma latente, y articularlas con lo nuevo del actual contexto productivo. El trabajo continúa articulando producción, consumo productivo, intercambio, mercado y consumo. La manera de producir o, más bien, quienes controlan la división del trabajo, acelerará o compactará, según corresponda, dependiendo de las características de la mercancía que se produce, los sectores productivos y de los mercados en los cuales se produce, los tiempos en los que se articulan estos distintos momentos de la producción. Si lo leemos desde los polos analíticos ―trabajo industrial‖ – ―trabajo postindustrial‖, esquemáticamente, se puede inferir que el primero se caracteriza por un tipo de producción que se da al interior de la fabrica, en la cual se ponen en relación el capital, la fuerza de trabajo, las materias primas y los medios de producción; donde los objetos que se producen pueden ser almacenados o transados y distribuidos en un 24
mercado, principalmente nacional. Estas mercancías están dispuestas para un consumo posterior, con el objetivo de satisfacer necesidades más o menos homogéneas. Por otro lado, en el polo de la producción postindustrial, si bien, al igual que en la anterior, se da una relación entre capital, fuerza de trabajo, materias primas y medios de producción, ésta no necesariamente toma forma en una ―industria‖ y, a consecuencia, es por definición inestable. Su principal característica es la producción de servicios modernos, los cuales, al ser inmateriales, no pueden ser almacenados y, por lo tanto, quienes los producen deben estar dispuestos según los requerimientos que realice la demanda. Su intercambio y consumo no se realiza ex post y las necesidades a satisfacer son pensadas como intermitentes y heterogéneas: ―El proceso productivo implica compactaciones entre la actividad del trabajador que lo produce en el momento de su generación, la distribución de los consumidores y el acto de consumo, esto significa una reformulación de quienes son los actores en el proceso productivo‖ (De la Garza, 2005: 11). No es posible separar la producción, el producto y su consumo, estos tres momentos que para la producción industrial son tres instantes distintos, en la producción postindustrial convergen en uno solo. Entre ambas maneras de producir existe un entramado de vínculos productivos, sociales y culturales. Intercambio permanente de capitales económicos y simbólicos que dan cuenta de una relación incestuosa intracapitalista que, a la vez, matiza el espacio que queda entre ambos polos 25
analíticos, complementando y generando vínculos de dependencia entre uno y otro. Esta nueva configuración, en ningún caso, le ha quitado importancia al trabajo en la vida de los sujetos que habitan el mundo de capitalista occidental. Tal como afirma De la Garza (2005: 15), las identidades colectivas pueden tener una relación intensa o débil con el trabajo y los llamados ―otros mundos de vida‖ pueden superponerse o no a las actividades productivas. La articulación de los sujetos no está garantizada y ésta sólo se demuestra en la práctica. En cualquier caso, estas concomitancias deben resolverse a partir del análisis empírico y no simplemente, desde la especulación intelectual, afirmar que una actividad tiene más peso que otra a la hora de constituir a los sujetos. Así, por lo tanto, a un concepto de trabajo ampliado le sigue el de sujetos laborales ampliados, los cuales se pueden constituir en uno de los polos de las formas productivas antes descritas, en sus matices intermedios o pueden hacerlo en trabajos no capitalistas u otros mundos de vida y, a partir de estos contextos, generar organización, demandas y formas de lucha. Las identidades en los sujetos laborales ampliados no necesariamente se conformarán en torno a una relación laboral particular sino que, más bien, se ubica en el sistema capitalista en su conjunto, por lo tanto su acción no necesariamente se dirige o está marcada por demandas sectoriales, contra una compañía o grupo económico, también puede dirigirse hacia los gobiernos, en contra de éstos y sus políticas económicas, de empleo, 26
presupuestarias, etc. De igual forma, el espacio de protesta no está monopolizado por la fábrica o empresa, este espacio se desborda, se busca la calle como lugar de litigio, donde los cuerpos, marchantes y demandantes, en insurrecta procesión, le miran la cara al poder. Detrás de estas formas de lucha también ampliadas, están las experiencias laborales y las relaciones extra-laborales; como las familiares, los vínculos barriales, la participación en organizaciones sociales o el enrolamiento en partidos políticos.
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Movimientos sociales y sindicalismo en el gobierno de Derecha Katia Molina*
Los movimientos sociales emergentes se han caracterizado por cuestionar el orden existente, expresado en la crítica sostenida al Modelo de Desarrollo Neoliberal. Durante el año 2011 emergieron con fuerza distintos grupos que visibilizaron sus demandas en la sociedad chilena: a) Los ecologistas que levantaron sus reivindicaciones defendiendo la Patagonia contra la transnacional Endesa, que medularmente cuestionan la matriz energética depredadora del ambiente, poniendo el acento en un modelo de desarrollo no sustentable, y además se expresaron conflictos ambientales locales contra las termoeléctricas. b) Las minorías sexuales, que intentando desbordar la institucionalización de la discriminación, buscan el reconocimiento de sus derechos, en un cuestionamiento a la democracia. *
Socióloga. Encargada Área Laboral Ical.
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c) Los pobladores que se organizan para luchar por el derecho a obtener una vivienda digna. d) Los estudiantes que demandan que la educación sea pública, un derecho, y que el Estado asegure su calidad y gratuidad. Es este último grupo el que logra constituirse en un gran movimiento por la educación que se extiende por más de seis meses. Es así, que las organizaciones ciudadanas, populares y de estudiantes, como portadores de lo colectivo, han sido capaces de develar las tramas que constituyen nuestro orden social. La acción colectiva ha definido el carácter del sujeto como movimiento social. Los movimientos se constituyen en importantes señales de que una nueva era de conflictos sociales mundializados serán el rasgo constitutivo de este nuevo siglo XXI que se inicia (Antunes, 2005), además de ser nuevas formas de confrontación social contra la lógica de la des-socialización anunciada por los teóricos sociales, donde la fragmentación, la incertidumbre y la exacerbación del individualismo, sería el futuro de las nuevas generaciones, el ―fin de la historia‖. Pero, a pesar de este sombrío futuro anunciado desde la teoría, las luchas se incrementan y politizan el espacio social. I. El sujeto estudiantil en movimiento. Los estudiantes han sido capaces de levantar sus demandas particulares como una demanda universal a la sociedad, al todo social. Esta dialéctica visibiliza el problema estructural de la educación chilena y plantea la 32
contradicción en el discurso socializador de la democracia, aquel que contrapone la igualdad frente a la inequidad social, donde la educación se convierte en ―un discurso único y hegemónico, en un factor de igualdad de oportunidades sociales y posible corrector de desigualdades en la estructura de oportunidades inequitativas‖ (CIDPA: 2004), en el sentido común, que sigue jugando un papel relevante a la hora de pensar la movilidad social. Pero además, el movimiento por la educación, interpela el rol subsidiario del Estado y su premisa principal: ―el mercado mejorará la educación: más acceso y más calidad‖, exigiendo que la educación sea gratis y pública, es decir, que el Estado sea responsable de esta. El sistema educativo chileno aparece con grave déficit de calidad y altamente segregado, es un sistema donde la efectividad se reduce a la distinción social, y actúa como un espejo reflejando la segmentación e inequidad propia de nuestra sociedad. La igualdad, como principio fundante de derechos en la democracia, tiene asociado la distribución y el reparto con equidad. Discursos en que fue socializada la generación de jóvenes que hoy luchan: “Más educación para más gente lleva a mayores exigencias sociales, ya que generalmente las personas con más educación de verdad, tienden a entender mejor lo que pasa, a cuestionar lo ―supuestamente incuestionable‖ (lo natural) y a demandar más justicia, igualdad y derechos‖ (Redondo, 2011) El discurso democrático, igualitario, se estrella con una sociedad que ostenta la peor distribución del ingreso a nivel mundial. Según el último informe de la OCDE (2011), Chile es el país más desigual, donde el decil más rico gana 27 33
veces más que el decil más pobre. Nuestro país aparece en la última posición en ingresos (0) y en calidad medioambiental (0) y tiene malos resultados en relaciones sociales (3,4), seguridad (3,4), vivienda (3,9) o educación (4,2). La otra cara de la moneda es el empleo (6,5) y la satisfacción personal (6,1)1. Siendo la equidad social condición para la cohesión social, para el proyecto país, esta remite a la justicia social en las normas de organización y de distribución de la riqueza en una sociedad. El movimiento por la educación da cuenta de esta profunda desigualdad social. El cuestionamiento de la institucionalidad política, y la desconfianza expresada en sus representantes -poder ejecutivo y legislativo- evidencia una crítica a la democracia Chile tiene un coeficiente Gini de 0.5, el más alto entre los países de la OCDE, lo que significa la desigualdad más alta entre estos países. En segundo lugar está México con un coeficiente de Gini de 0.48. Mientras la desigualdad creció en México desde mediados de los 80s hasta finales del 2000, Chile la ha reducido considerablemente. La República Checa, Suecia y Finlandia son los países de la OCDE en que más aumentó la desigualdad durante esta época. Sin embargo todavía pertenecen a los países con más igualdad en cuanto a la distribución del ingreso. 1
Aunque la pobreza relativa también disminuyó en Chile, todavía es muy alta. Sólo en Israel y México es mayor. Aproximadamente una de cada 5 personas es pobre en México y Chile, mientras el promedio de la OCDE es una de cada 10. Además el 38% de los chilenos reporta que le es difícil vivir de sus ingresos actuales, un porcentaje muy por encima de la media de la OCDE, que es 24%. Relacionado con la alta tasa de pobreza y la distribución inequitativa del ingreso está también el nivel de confianza en las demás personas; el 87% de los chilenos y el 74% de los mexicanos sospechan de la gente. Con estas cifras ambos países se encuentran significativamente por sobre el promedio de la OCDE, que es de 41%.
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existente. En el mes de agosto sólo un 27% aprobó la gestión del presidente Sebastián Piñera, y un 68% la desaprobó, siendo el peor resultado en esta serie que cubre los 18 meses de gestión de gobierno. Por su parte, un 25% aprueba cómo el gobierno desarrolló su labor y un 70% lo desaprueba. Lo mismo sucede con las coaliciones de partidos políticos, donde la Concertación es desaprobada con un 71% y la Coalición por el Cambio, la alianza de la Derecha, obtiene una desaprobación de 66% (ADIMARK, 2011). Uno de los elementos determinantes del movimiento estudiantil es la legitimidad alcanzada, cuestión relevante para entender su extensión en el tiempo. La capacidad de poder negociador que han ejercido frente a la institucionalidad política, se construye y arranca de lo colectivo, como recuperación de lo social y lo público. Cada una de las acciones colectivas realizadas ha buscado esta legitimidad que, como estrategia, incorpora a más actores que los estudiantes, entre los que se cuentas los profesores, apoderados, trabajadores y ciudadanos en general, logrando una transversalidad y apoyo que alcanzan el 89% en el mes de agosto del 2011 (CERC, 2011). El fin al lucro, como consigna movilizadora, alcanza un importante apoyo de parte de la población. Esto queda expresado en el mes de julio, donde el 80% no está de acuerdo con el lucro en la educación (CEP, 2011). De esta forma, el movimiento estudiantil comienza a desnaturalizar la concepción de la educación en los chilenos, luchando contra el sentido común inscrito por las prácticas de la dominación social.
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La derecha y la elite del poder, están interesados en mantener la despolitización de la sociedad y la dessocialización de la política, para seguir así controlando lo público y a las nuevas generaciones con el valor de lo privado y mercantil. Sus herramientas siguen siendo la educación, los medios de comunicación y el consumismo; apostando al apoliticismo de los sectores sociales, para evitar el conflicto y mantener el statu quo existente. No hay que olvidar que la Educación, en un sistema democrático, debiese socializar para la práctica de ciudadanía, pero también para el trabajo. Ambos discurso entran en contradicción, pues la igualdad, las oportunidades, se desvanecen en el marco de desigualdad estructural propia del Capitalismo (Fernández, 2000). II. ¿Qué pasa con la organización sindical? Esta interrogante nos sitúa inmediatamente en el modo de acumulación capitalista, particularmente en su actual fase transnacional y su crisis financiera en curso. Esto nos demanda entender la morfología de la clase trabajadora hoy, además de comprender lo que ha sucedido con las organizaciones sindicales en el modelo de desarrollo neoliberal que se mantiene por casi cuarenta años. Es en este sentido que realizamos el análisis que presentamos a continuación. Además, nos demanda comprender lo social, como espacio de constitución de los sujetos, y lo político, como articulación instrumental del conflicto, es decir, entender la relación entre lo social y lo político, como la forma en que socialmente los sujetos se articulan para realizar una 36
acción instrumental, combinando su organización y proyección social con una incidencia real en la organización del poder (Baño, 1985). Todas cuestiones que tienden a separarse en la sociedad chilena, volviéndose antagónicas. Creemos que la despolitización de la sociedad impacta en la organización sindical y en el carácter de sus luchas, desterrándolas y confinándolas al micro-espacio corporativo, clausurando el espacio social global para su quehacer. II.I. El capitalismo y la asimetría de poder. Las relaciones de poder en una sociedad capitalista siempre son asimétricas y una de las más claras expresiones de esta desigualdad es la que se expresa en la relación Capital/Trabajo. Esta contradicción, central en el Capitalismo, permea cada uno de los espacios sociales. Es en esta relación, donde los trabajadores despojados de todo, concurren a vender su fuerza de trabajo, único bien del que disponen (Marx y Engels, 1955). La historia nos indica que los Trabajadores desde los albores del Capitalismo, tuvieron que organizarse, unirse, para hacerle frente a esta asimetría estructural del Capital que los dejaba sin poder y los sometía, enajenándolos. Una serie de organizaciones surgieron, siendo el sindicato la organización de los trabajadores por excelencia, expresión de poder colectivo contra la explotación. La acción sindical que emana de esta orgánica estuvo fuertemente marcada por un carácter societal, es decir, por una acción que se dirigía al Estado, para influir en la toma 37
de decisiones y, de esta forma, mejorar la condición material de los trabajadores. Pero el sindicalismo en las últimas décadas se ha visto enfrentado a tres situaciones que lo han impactado profundamente (Antunes, 2005). a) La Crisis estructural del capital. ―Vivimos en un cuadro de crisis estructural del capital, que se abatió sobre el conjunto de las economías capitalistas a partir de los años 70, su actividad es tan profunda que llevó al capital a desarrollar prácticas materiales de la destructiva autoreproducción ampliada del capital, haciendo surgir inclusive el espectro de la destrucción global‖ (Antunes, 2005: 181). b) El proyecto de la izquierda se debilita con la caída de los llamados ―socialismos reales‖ y su meta-relato socialista. c) La expansión del neoliberalismo a partir de los setenta y la ―crisis del estado de Bienestar‖ como proyecto económico, social y político. Así, deviene un ―sindicalismo moderno‖, que no expresa el conflicto inherente al capital. Un sindicalismo corporativo que busca los consensos y que abandona toda lucha por las transformaciones sociales y políticas, que desconoce el conflicto que emana de la sociedad de clases. II.II. El poder de los trabajadores clausurado por la elite dominante. El neoliberalismo transformó a la sociedad chilena en una sociedad mercado-céntrica (Moulian, 1997). Los 38
trabajadores, como sujetos históricos transformadores de los cuales nos habló la teoría social, organizados en el movimiento sindical y cuyo poder se realizaba a través de la fuerza que movilizaba y de sus vinculaciones estratégicas con los partidos políticos de izquierda y el Estado Desarrollista, concluye con la violencia de la Dictadura Militar de 1973, inaugurando un proceso de reestructuración neoliberal, que articula los dispositivos racionales de dominación, para avanzar en la utopía de plena libertad de los Chicago boys. De esta forma, en la sociedad chilena, se clausura la acción sindical de tipo societal, por el cierre del sistema político, cambiando las relaciones de poder, ligadas absolutamente al control de las clases dominantes en los espacios sociales. Entre los mecanismos de dominación puestos en forma contra los trabajadores, están los dispositivos de terror, la legislación laboral y la actual flexibilidad laboral: a) Dispositivos de terror. Los primeros dispositivos utilizados por la dictadura militar, contra los trabajadores y sindicalistas fueron el terror, la persecución y el aniquilamiento de los dirigentes y la prohibición de las organizaciones sindicales desde el mismo 11 de septiembre de 1973. Esa fuerza descargada para devastar el movimiento sindical dejó una huella indeleble en la sociedad chilena. Hoy sigue impactando el miedo entre los trabajadores, temor a perder el trabajo, a ser excluidos y a la incertidumbre del salario; desde donde se domina y se hace 39
renunciar a las luchas por mejorar las condiciones de vida y se instala la servidumbre del consumo. b) La Legislación laboral como dispositivo racional de dominación. La Legislación Laboral confeccionada por la ideología neoliberal, tuvo por objetivo central el disciplinamiento de la fuerza de trabajo y la deconstrucción del movimiento sindical, su fragmentación y debilitamiento, con el fin de realizar la reestructuración económica y transitar hacia la plena libertad del mercado, donde el sindicalismo, es considerado una traba, una distorsión que es necesaria superar. Para ello se requería una legislación pensada en impedir el actuar colectivo, quitarle el protagonismo político y el poder negociador, dejándolo encapsulado en el sindicato de base. Se introduce para este fin el concepto de ―voluntariedad de la sindicalización‖, que mina la sustentación del poder sindical. Se pasa de un sujeto político a un individuo cooptado. Esto, porque se necesitaba realizar cambios estructurales al modelo de desarrollo que impulsaba la Unidad Popular, sin regresar al modelo de inspiración keynesiana, era la oportunidad de materializar la utopía neoliberal de plena libertad del mercado. De esta forma, los derechos colectivos, cuyos pilares son la afiliación sindical, la negociación colectiva y la huelga, tras la normativa jurídica que emana del Plan Laboral de 1979, confeccionado por José Piñera y que se mantiene casi sin modificaciones en el Código del Trabajo hasta el día de hoy, quedan estériles. 40
Las reformas al marco legal realizadas en democracia no alteraron el desequilibrio entre el poder del empresario y del trabajador, se sacralizó una legislación laboral débil para no estorbar la apertura democrática y asegurar su éxito. c) Flexibilidad Laboral como dispositivo de dominación. La flexibilidad es la modalidad que usan las empresas para adecuarse a los constantes cambios que se producen en el mercado, a fin de obtener los niveles de productividad necesarias de acuerdo a su patrón de acumulación. Para hacer frente a una demanda discontinua, heterogénea y diferenciada, la producción se hace flexible y se flexibilizan las condiciones laborales de los trabajadores. La explotación no tiene contención desde el Estado, ni tampoco desde la organización sindical, que está debilitada, por la fragmentación que le impone este modo de organización laboral. La economía reordenada con la lógica de la desconcentración, crea un marco para el actuar de las empresas, las que implementan una transformación profunda en la concepción del trabajo, su organización e implementación. El régimen de relaciones laborales que emergen de este sector y la calidad del empleo, paralizan la actuación del colectivo de trabajadores y fragmenta las relaciones laborales, traspasa a los asalariados el peso de las fluctuaciones del mercado, lo que debilita los derechos laborales e introduce la informalidad y precariedad, amparándose en derechos flexibles para poder disponer de una fuerza de trabajo en función directa a las necesidades del mercado consumidor (Antunes, 2000).
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La flexibilidad laboral actúa entonces, como un dispositivo de dominación, disciplinamiento y explotación de los trabajadores, a la vez que debilita la organización sindical y su poder, pues frente a un escenario de atomización y fragmentación, constituir un sindicato es un desafío mayor. II.III. Emergencia de una sociedad neoliberal. La racionalidad de mercado actúa como regulador no sólo de lo económico, sino de todas las relaciones sociales. Esta centralidad ha impactado en la democracia, en el sistema de partidos políticos, en la dimensión política de la sociedad chilena y, en definitiva, en las relaciones de poder. Pues, en el concepto de democracia liberal de Hayek, gobiernan la razón y la virtud, la libertad económica es el elemento central de la vida social y la libertad política está condicionada por esta, la voluntad popular queda subsumida en esta lógica. La política ya no existe más como lucha de alternativas, como historicidad, existe sólo como historia de las pequeñas variaciones que no comprometen la dinámica global. (Moulian, 1997). La definición de las estrategias de modernización no remite a la decisión política ni a los procesos democráticos y la voluntad colectiva es hegemonizada por los grupos de poder dominantes, son ellos los que imponen sus intereses a la totalidad social, a través del mercado. De esta forma se realiza la negación de la política como fundamento de lo social, desplazándola por la economía y el mercado. El modelo de democracia garantiza la reproducción de un orden social basado en la propiedad y la ganancia privada, 42
en la despolitización de los sistemas de decisiones y en la limitación de la acción colectiva de los asalariados (Moulian: 1997). Reduce el ámbito de la acción colectiva y fomenta estrategias individuales, condicionando las normas y actitudes de los trabajadores, de los jóvenes, de los grupos sociales, desde la institucionalidad. El Estado promueve una racionalidad de acuerdo a los criterios del mercado, contraria a los desafíos colectivos, la que erosiona las identidades comunes y resiente la vida social y su cohesión. Los dispositivos de socialización sacralizan esta dinámica individualista, que coloniza el mundo de la vida. La matriz mercado-céntrica que emerge después de la reestructuración económica, generó un impacto directo en la sociedad chilena, dando como resultado la exacerbación del individualismo, la fragmentación del todo social, la conversión del sujeto histórico, movimiento obrero, que devino en consumidor, en el intento de cerrar el circulo virtuoso del Capitalismo. Una “sociedad de mercados desregulados, de indiferencia política, de individuos competitivos realizados o bien compensados a través del placer de consumir o más bien de exhibirse consumiendo, de asalariados socializados en el disciplinamiento y en la evasión‖ (Moulian, 1997: 18), donde el consumo funciona como nuevo tipo de acción individual que reemplaza a lo colectivo y donde el ―pegamento social‖ son las tarjetas de crédito. En esto, los medios de comunicación han jugado un papel fundamental, cristalizando en el sentido común el consumo como única alternativa a la precarización salarial. El movimiento obrero ya no es más un factor decisivo de poder, la creciente flexibilización de las relaciones laborales atentan contra esta posibilidad. Los trabajadores resuelven 43
la asimetría Capital-Trabajo, a través de negociaciones colectivas limitadas al acuerdo con el empresario, sin lograr dimensionar el conflicto en términos generales, como parte del modelo de desarrollo neoliberal. II.IV. ¿Qué implicó sindicalismo?
la
perdida
de
poder
del
En el periodo postdictatorial, llamado de ―transición a la democracia‖, no se producen los cambios políticos esperados por los movimientos que lucharon para terminar con la dictadura. Particularmente en lo que atañe a los trabajadores, se mantuvo la normativa jurídica y se sacralizó el modelo neoliberal, dando origen a un nuevo tipo de sindicalismo, impulsado por la Concertación, el cual debía ser moderado, responsable, no contestatario y eficaz; con una amplia capacidad de gestión, una nueva clase dirigente, con la fuerza y legitimidad simbólica de su tradición histórica, pero dejando de lado la tradición clasista y popular, acentuando, en cambio, un nuevo rol como actor nacional. (Morris Pablo, 1998) Este ―sindicalismo moderno‖ no expresa el conflicto inherente del capital, que emana de la sociedad de clases. Es un sindicalismo corporativo, que busca los consensos y abandona la acción que va más allá de la empresa, despolitizado estructuralmente, se anula su incidencia en las decisiones de la organización del poder. La cooptación de la organización sindical, como actor político impidió su fortalecimiento para impulsar las transformaciones al marco jurídico y a la matriz neoliberal, provocando el debilitamiento general del sindicalismo. Esto 44
acentúa la asimetría del poder en la sociedad, lo que tiene múltiples implicancias para los trabajadores y para la sociedad chilena en general. El Capital no tiene restricción y los trabajadores no tienen derechos colectivos asegurados. Es así que, la negociación colectiva se supedita a la voluntad del empresario, el cual, a la vez, genera distintas prácticas antisindicales, como lo son el despido de trabajadores sindicalizados, la creación de ―listas negras‖, persecución de los dirigentes, creación de sindicatos pro-empresa, la compra del fuero de los dirigentes sindicales, le entrega de los mismos beneficios de los trabajadores sindicalizados que a los no sindicalizados y, principalmente, fija y mantiene los salarios de acuerdo a su modelo de acumulación, pues la libertad del mercado le otorga variados procedimientos para aquello. Otro elemento significativo de la perdida del poder del sindicalismo está relacionado con la influencia que puedan realizar en la fijación del sueldo de los trabajadores. La función primaria del salario es atender a la reproducción material del trabajador y su familia, esto significa que la remuneración no puede estar expuesta al riesgo, la vulnerabilidad o la incertidumbre y debe permitir asegurarles condiciones mínimas a los asalariados. Sin embargo, en este modelo, la incertidumbre material complementada con un permanente miedo de los trabajadores a ser despedidos por la empresa, es una constante, transformándose en una buena herramienta de dominación.
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III. A romper “la jaula de hierro”: hacia un sindicalismo no corporativo. Los trabajadores han naturalizado el actual estado de cosas. Frente a la desigualdad estructural del sistema se responde de forma individual. No se visibiliza cómo operan los mecanismos de explotación y dominación en sus propias vidas. De esta forma, se torna urgente fortalecer el rol del sindicalismo, la negociación colectiva y el derecho efectivo a huelga; lo que se logrará intensificando la lucha política y social, en perspectiva de un movimiento social ampliado. La pregunta es ¿cómo organizar al conjunto ampliado, heterogéneo y disperso de trabajadores y trabajadoras, vinculando la situación del sindicalismo con la de otros actores y procesos a nivel social? El desafío es pensar estrategias para este fin, que tensionen o superen la organización de tipo corporativista, explorando las posibilidades de construir lo colectivo, de constituirse como sujeto político, a través de la interpelación que desde lo colectivo -acción colectiva- se hace a la totalidad social, en perspectiva de eliminar la super-explotación del trabajo. Las estrategias que han desplegado las organizaciones sindicales en este sentido, se sitúan entre la legitimidad de la reivindicación y su legalidad. Los conflictos de los años 2008 de los subcontratistas del cobre, las estrategias de los trabajadores forestales, los trabajadores del salmón y los trabajadores temporeros nos mostraron avances en la estrategia de legitimidad en la reivindicación y la movilización. Unos más que otros lograron ejercer poder 46
negociador, presionando la estructura, aprovechando las oportunidades políticas que se generaron en ese escenario. Esto es parte del proceso desarrollado por las organizaciones sindicales en la recuperación de su protagonismo a partir de nuevas estrategias y su actual replanteamiento para superar el modelo utilizado en los gobiernos de la Concertación, que limitó su quehacer, debilitándolo y manteniéndolo constreñido a la empresa, postergando las reivindicaciones propias del sector en aras de la inmaculada estabilidad que debía caracterizar a la transición democrática. Para ejercer un poder efectivo es necesario la unidad, buscar los elementos que articulen la heterogeneidad de realidades del mundo de los trabajadores, una concepción ampliada del trabajo, abarcadora de la totalidad de asalariados, trabajadores estables y precarios, hombres y mujeres, rurales y urbanos, jóvenes y viejos, nacionales e inmigrantes, calificados y no-calificados, empleados y desempleados. Un sindicalismo que aglutine a la clase-quevive-del-trabajo (Antunes, 2011), superando la fragmentación impuestas por el modelo y que mantiene enjaulada a la organización sindical. Es necesario que la organización sindical logre ampliar su dinámica articulando nuevas temáticas como la ecología y trabajo, educación, discriminación, género, jóvenes, salud, etnias. En definitiva, pensar globalmente el sindicalismo en función del proceso de internalización del capital, propiciando las alianzas, la solidaridad; generando redes ampliadas, con los actores sociales en movimiento, que cuestionan el modelo neoliberal. 47
Fundamental es la transformación Código Laboral existente, para que reconozca el desequilibrio de poder y la vulnerabilidad de los trabajadores, articulando una normativa que lo proteja en la aplicación del modelo neoliberal. Esta es una tarea política que la democracia chilena adeuda, donde la organización sindical tiene un papel imprescindible. Así, frente a la derogación de los derechos colectivos e individuales de los trabajadores, se requiere un nuevo sindicalismo, que incorpore nuevas prácticas y valores en virtud de las transformaciones acaecidas en el trabajo, producto de las reestructuraciones productivas que ha realizado el Capital.
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El trabajo en los trabajadores del Estado de Chile Felipe Valenzuela*
El interés de estas líneas, es un intento de interpretar ciertos comportamientos de los funcionarios del Estado en tanto trabajadores, con el propósito de generar un debate respecto de las formas que en la actualidad, al calor de la irrupción de acciones colectivas que se están desarrollando en nuestro país, estos trabajadores, constituyen una diferenciación apreciable para la ciudadanía, en sus acciones desarrolladas en el ámbito de las movilizaciones. Para esto, necesariamente, debemos recurrir a los momentos históricos en que los funcionarios del Estado se constituían como tales, en un proceso que no estaba ausente de relaciones de clase, no sólo análogas con lo que ocurría con la sociedad en su conjunto, sino que completamente imbricadas con el incipiente desarrollo capitalista de la sociedad. Antes de dar una breve mirada al proceso de formación del funcionario público y la
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Sociólogo. Área Laboral Ical.
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estructura del Estado en Chile, quiero compartir como marco ilustrativo lo señalado por Eduardo Galeano: ―En realidad, el ‗espíritu de empresa‘, que define una serie de rasgos característicos de la burguesía industrial en los países capitalistas desarrollados, fue, en América Latina, una característica del Estado, sobre todo en estos periodos de impulso decisivo. El Estado ocupó el lugar de una clase social cuya aparición la historia reclamaba sin mucho éxito: encarnó a la nación e impuso el acceso político y económico de las masas populares a los beneficios de la industrialización‖ (1980: 175). Desde nuestros inicios como nación, los roles jugados por los funcionarios del Estado naciente, probablemente fueron de vital importancia para la economía, fundamentalmente heredados de aquellos funcionarios de la Colonia que dedicaban sus esfuerzos a que desde esta Capitanía se pusiera en marcha en forma eficiente el comercio exterior, requerido por la Corona y los países que desarrollaban el capitalismo, especialmente en la exportación de materias primas ausentes de cualquier intento de valor agregado, como paradojalmente ocurre nuevamente después de dos siglos. Estos funcionarios públicos, nos indican coincidiendo en general distintos historiadores, sufrieron transformaciones cuantitativas y cualitativas desde los albores de la nación y es poca discutida la teoría de Mario Góngora (2004), respecto a que Chile no tendría otra historia que la de su Estado. No es el propósito de estas líneas enumerar y comentar los hechos transcurridos entre la transformación 52
de la administración colonial y la conformación de una administración posterior a la firma de la declaración de independencia, así como de las presiones políticas de los gobiernos que sucedieron a dicha declaración. Sin embargo, para seguir dentro del marco que creemos permite una caracterización de los trabajadores del Estado hasta nuestros días, recurriremos a una periodización y a distintos comentarios de historiadores desde la Constitución de 1833: -
La misma instalación de la Constitución de 1833.
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Luego, desde 1833 hasta 1854, se crean especialmente ministerios dentro de la institucionalidad central y, en 1844, se desconcentra la acción del Presidente mediante una ley de régimen interior y, finalmente, en 1854 se dicta la ley de municipalidades y se continúan creando organismos. (Barría, 2008)
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Esta creación de institucionalidad se frena y es reemplazada por un espíritu reorganizacional para enfrentar la administración de la riqueza producida por el triunfo de la Guerra del Salitre, a lo que se agrega el decidido paso de Balmaceda de agrandar la esfera del Estado en nuestro país.
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Según un estudio realizado por Carlos Humus, recogido por Gabriel Salazar y Julio Pinto (1999), entre los años 1845 y 1930, la cantidad de funcionarios del Estado, tanto de la Presidencia como de los ministerios, pasaron de 1.165 a 47.193.
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Salazar menciona que en la llamada ―Republica Liberal‖ existía cierto equilibrio entre la capacidad del fisco chileno y el tamaño del aparato burocrático pero desde 1886 se desajusta, precisamente con Balmaceda y el inicio del Período Parlamentario.
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Estos cambios se producen por las reformas administrativas de la década de 1880. Según Alfredo Jocelyn Holt, éstas reformas ―ocurren en un Chile decimonónico donde la actividad política estuvo dominada por un reducido grupo dirigente, compuesto por propietarios de tierra y comerciantes relacionados con la actividad minera quienes, desde el período de la independencia, habrían cooptado al Estado y aceptado ciertos cambios, sobre todo en el campo político en el que abrazaron el ideario republicanoliberal–, para poder dirigirlos y mantener el orden social‖ (Barría, 2008: 8).
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Por otro lado, Ramírez Necochea afirma que ―Balmaceda era un fervoroso partidario de la industrialización y la participación del Estado para activar la economía a través de obras públicas, la protección económica y el estimulo de la industria nacional. Bajo este programa, su gobierno habría tenido características revolucionarias. Sin embargo […] el Estado, a pesar de aumentar sus ingresos tras la Guerra del Pacífico, no contaba ni con una organización eficaz ni con instrumentos adecuados que le permitieran coadyuvar en la solución de los problemas nacionales, ni contribuir a aumentar el crecimiento económico‖ (Barría, 2008: 10).
Es precisamente, a partir de estos puntos, que se puede entender el paso que dio el Estado de Chile para iniciar el llamado período llamado ―desarrollista‖, el cual no implicó una especial dramatización en su expansión entre los años 1920 y 1940, constituyendo esta fase de nuestra historia donde se conforma una nueva burocracia que se transforma en un puente entre lo público y lo privado, descrito sagazmente por Sofía Correa (2005) y que revela, desde nuestra mirada, cómo esta sociedad que se ha enorgullecido por su carácter mesocrático, afirma que la derecha chilena no sólo es homogénea sino que, además, se encuentra perfectamente interconectada, cooptando lo que sea necesario, no sólo en el período oligárquico sino que también posteriormente, siendo probablemente la única oportunidad en que sintió aflojar un poco las riendas, cuando el gobierno de la Unidad Popular logró la nacionalización de más del 80% de la banca del país en el año 1972, situación que derivó en el período de represión mas sangriento de la historia de Chile. I. El Estado y la burocracia. Ya no constituye un secreto para nadie, incluso es reconocido por los propios defensores de la economía de mercado, que la competencia no es perfecta y el rol del Estado se percibe, por lo tanto, como más que necesario. Esto explicaría la lucha que, en nuestros tiempos, se desata por tener el control del aparato estatal, no obstante para la construcción de nuestro argumento respecto de los trabajadores del Estado chileno, es necesario que a los antecedentes descritos más arriba, sumar el carácter regulador del Estado, la función fundamental, que ha cumplido como auxiliar de los constructores del 55
capitalismo, cuando la infraestructura económica de estos capitalistas individuales o agrupados, ha sido superada y se ha tenido que recurrir al sacrosanto Estado para la construcción de obras de envergadura, como carreteras, puertos y otros, que permitan el desarrollo capitalista. También es posible apreciar que el tiempo transcurrido con estás prácticas, posibilitó gigantescas tasas de acumulación de los capitalistas nacionales y transnacionales, que hoy permite que, algunas de esas obras sean enfrentadas desde el capital, y los requerimientos que se realizan al Estado se acoten a las condiciones institucionales y legales que les permitan, por un lado, disponer del territorio sin inconvenientes y, por otro, garantizar altas tasas de ganancia en estos nuevos negocios, que han reemplazado al Estado en sus funciones públicas. Si atendemos a las fases propuestas de Mandel, quien sostiene que el capitalismo ha atravesados tres momentos fundamentales y que cada uno de ellos ha significado una expansión dialéctica en relación con el período anterior: estos tres momentos son el capitalismo de mercado, el estadio monopolista o del imperialismo y nuestro propio momento, al que erróneamente se denomina posindustrial, pero para el cual un nombre mejor podría ser el de capitalismo multinacional, tardío o de consumo; y que constituye la forma mas pura de capital que haya surgido, produciendo una prodigiosa expansión de capital hacia zonas que no había sido previamente convertidas en mercancías (Adamson, 1997). De acuerdo a estos antecedentes podemos aventurarnos a lo siguiente: El comportamiento que han mostrado los 56
trabajadores del Estado, que aparece como una excepción por su carácter colectivo frente a este reino de la individualidad, especialmente comparado con la conducta de sus compañeros del sector privado, que por una parte han sido expuestos a las transformaciones del trabajo y por lo tanto afectados en sus relaciones sociales, y por otra, han sufrido la embestida a sus organizaciones durante la Dictadura Militar, por la desaparición forzada de las mismas y sus dirigentes, y por el miedo, para luego, a partir de los noventa, con la transformación de ese miedo en otro temor inferido respecto de la pérdida de lo obtenido como avance democrático, produciendo una fuerte neutralización de la actividad sindical. Así, la conducta de los trabajadores del Estado la observaré a través de pinceladas a tres factores. El primero relacionado a la conformación de la llamada ―burocracia‖ que ha devenido en una nueva clase; el segundo tiene que ver con las limitaciones legales que se han cernido sobre sus organizaciones; y, el tercero -quizás el que provoque el mayor interés al ser propuesto en este artículo- aquel que tiene que ver con la continuidad del trabajo realizado de una manera colectiva cotidianamente por los trabajadores públicos. II. Conjeturas. Como hemos visto, la formación de la administración pública y, por lo tanto, de sus trabajadores, se incrementó en el tiempo en la medida que el desarrollo del sistema capitalista lo demandaba, no solo respecto de la cantidad de trabajadores sino que también al aumento gradual del nivel de especialización que, a su vez, requería la 57
incorporación de un mayor número de profesionales, de tal forma que en las universidades, las carreras respondían a las exigencias del Estado, tanto central como local, y era normal considerar como ejemplo que, un arquitecto se estaba formando mayoritariamente para una repartición pública o para la dirección de obras de algún municipio. Esta división del trabajo, se hacía más evidente en la medida en que ingresaban profesionales en los cambios de gobierno, con el fin de hacer cumplir el programa del mismo, situación que tradicionalmente implicaba cambios que significaban poner en riesgo el empleo de los trabajadores de las distintas reparticiones y que efectivamente han causado despidos importantes en esos períodos. De esta forma se fue profesionalizando la función del Estado, cuestión identificada como burocracia, a la que se asignaba la idea de la tramitación lenta e inútil. La función del aparato del Estado fue desprestigiada sistemáticamente por todos los medios a partir del año 1973, fecha desde la que se comienza a expandir el concepto de modernización del Estado. Lejos de ser este, un tema de carácter nacional, era como ya hemos visto, una táctica que permitió establecer el clima necesario para la justificación de la fase de las privatizaciones como parte de la instalación del modelo neoliberal a nivel planetario y muy especialmente en América Latina, que estaba destinada en la nueva división internacional del trabajo a la exportación de materias primas y a la instalación de plantas que respondieran a la segmentación de las cadenas de valoración, en la producción de bienes y de servicios. A consecuencia de esto, los trabajadores del Estado se encontraron cada día más, frente a la llegada de una mayor 58
cantidad de técnicos vinculados al sector privado y que, como sabemos, llevan tres décadas circulando entre el mundo privado y el público, estableciendo una especie de clase, del punto de vista de su influencia y poder ejercido como un grupo social reconocido por la sociedad y especialmente en forma gradual por los trabajadores del Estado chileno. Este grupo es el que, como hemos visto, históricamente ha representado las nuevas formas de la actuación del capital. En el actual escenario, donde la clase dominante propietaria del capital y los medios de producción se ha invisibilizado, es donde se configura con más cuerpo este poder de la nueva burocracia que ya no se radica únicamente en los espacios de trabajo ejecutivo del Estado, sino que se configura en todos los ámbitos en forma cohesionada. Su presencia a nivel nacional está en todos los lugares de decisión que afecte el curso de la protección del capital, especialmente en los organismos autónomos como el Banco Central y en el Parlamento donde la participación de los parlamentarios es estéril respecto de la marcha del país, considerando las limitaciones constitucionales, lo que de alguna manera explicaría la ausencia como en antaño de los representantes directos de las clases dominantes, ahora representados por una mayoría de personajes de dudosa capacidad para legislar y que solo actúan al servicio de las nuevas formas de defensa del capitalismo, convirtiéndose en parte de esta red tecnoburocrática, realidad que sólo recientemente se ha visto exiguamente alterada por la incorporación de diputados que efectivamente representan intereses de sus electores.
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Este nuevo grupo social que maneja el destino del país no sólo lo hace vinculado a nivel nacional, sino que, como veremos, responde a los organismos internacionales de control del proceso del capitalismo tardío: un ejemplo de esta situación lo constituyen los nombramientos de los ministros de hacienda durante los últimos veinte años, los que con la excepción de sus tres meses finales en el caso de Aninat, permanecieron durante todo su período en el cargo, contradiciendo las experiencias generales de los gabinetes, que prácticamente en todas las carteras, sufren cambios invariablemente dentro de cada administración, me refiero a: Alejandro Foxley Rioseco, que ocupó el cargo de presidente del Comité de Desarrollo de los Gobernadores del Banco Mundial-Fondo Monetario Internacional (19911992); Eduardo Aninat Ureta quien, después de su paso por el Estado, fue nombrado subdirector gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) entre diciembre de 1999 y junio de 2003, llegando a ser director general y consultor internacional (renunció como ministro, sólo tres meses antes del fin del periodo presidencial para asumir); Nicolás Eyzaguirre Guzmán a fines de noviembre de 2008 asumió como director del Departamento para el Hemisferio Occidental del FMI; Andrés Velasco Brañes consultor del BID, BM, FMI. Estos han sido los ministros de hacienda desde el gobierno de Aylwin hasta el de la presidenta Bachelet (Valenzuela, 2010). El poder que representa esta nueva burocracia, que se ha dedicado desde hace tres décadas sus esfuerzos en transformar la función del Estado en el ámbito económico sólo a un rol subsidiario, es decir, administrar las actividades que no tienen rentabilidad económica, cediendo las rentables al sector privado, es lo que crecientemente es 60
percibido por los trabajadores del sector público, generando un sedimento político frente a la arremetida de la nueva burocracia, encarnada en las dos coaliciones que gobiernan el País. En un segundo lugar de la sospecha respecto del comportamiento de los trabajadores públicos, se encuentra el factor relacionado con la legalidad al que son sometidos estos funcionarios, la que es resaltada mediaticamente, cada vez que trabajadores de cualquier sector del Estado se atreven a reclamar por sus derechos, intentando situarlos en una posición de personas sin conciencia sobre lo que significa el servicio público, al mismo tiempo que se destaca el sacrificio de aquellos profesionales que dejan el sector privado, sacrificando ingresos y tiempo por su vocación de servicio. Así dice el artículo 84 letra i del Estatuto Administrativo respecto a las prohibiciones de: Organizar o pertenecer a sindicatos en el ámbito de la Administración del Estado; dirigir, promover o participar en huelgas, interrupción o paralización de actividades, totales o parciales, en la retención indebida de personas o bienes, y en otros actos que perturben el normal funcionamiento de los órganos de la Administración del Estado. Contenido en: FIJA TEXTO REFUNDIDO, COORDINADO Y SISTEMATIZADO DE LA LEY Nº 18.834, SOBRE ESTATUTO ADMINISTRATIVO D.F.L. Núm. 29.Santiago, 16 de junio de 2004.- Visto: Lo dispuesto en el artículo 61 de la Constitución Política de la República y la
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facultad que me ha conferido el artículo décimo transitorio de la ley Nº 19.882 2. La lucha que las organizaciones de los trabajadores del Estado se ha desarrollado en un ambiente de oídos sordos por parte del gobierno, especialmente los últimos, a pesar de que desde la academia y la jurisprudencia establecen el derecho que les asiste puesto que Chile es parte del convenio 87 de la OIT, desde el año 1999. Sin embargo, aún cuando Chile no había suscrito este convenio, ya existían razones jurídicas para invalidar lo expresado en el Estatuto Administrativo: El artículo 8° del Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y el artículo 22 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos se aplican a la materia en estudio. El artículo 8° N° 1 dice: "Los Estados partes en el presente Pacto se comprometen a garantizar: a) El derecho de toda persona a formar sindicatos y a afiliarse al de su elección con sujeción únicamente a los estatutos de la organización correspondiente, para promover y proteger sus intereses económicos y sociales. […] c) El derecho de los sindicatos a funcionar sin obstáculos y sin otras limitaciones que las que prescriba la ley y que sean necesarias en una sociedad democrática en interés de la seguridad nacional o del orden público o para la protección de los derechos y libertades ajenas; d) El derecho de huelga, ejercido de conformidad con las leyes de cada país". Sin embargo, el N° 2 del artículo 8° dice expresamente: "El presente artículo no impedirá someter a restricciones legales del ejercicio de tales derechos por
Norma: DFL 29, Versión: 19 de junio de 2009. Fecha Publicación: 16 de marzo de 2005. Fecha Promulgación: 16 de junio de 2004. Disponible en: http://www.bcn.cl/. 2
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parte de miembros de las Fuerzas Armadas, o de la administración del Estado". De ello se derivaría que es posible prohibir en Chile -aún después de 1989- la sindicación en el sector público invocando tal numeral. Situación cuestionable por lo siguiente: Porque aunque Chile no ha ratificado el Convenio de 1948 de la OIT, es, sin embargo, parte del mismo. Pero, y segunda razón, ha sido ratificado y publicado el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. En dicho Pacto el artículo 22 dispone: "Artículo 22. 1º Toda persona tiene derecho a asociarse libremente con otras, incluso el derecho a fundar sindicatos y a afiliarse a ellos para la protección de sus intereses. 2° El ejercicio de tal derecho sólo podrá estar sujeto a las restricciones previstas por la ley que sean necesarias en una sociedad democrática, en interés de la seguridad nacional, de la seguridad pública o del orden público, o para proteger la salud o la moral pública o los derechos y libertades de los demás. El presente artículo no impedirá la imposición de restricciones legales al ejercicio de tal derecho cuando se trate de miembros de las Fuerzas Armadas y de la policía. 3° Ninguna disposición de este artículo autoriza a los Estados partes en el Convenio de 1948 de la OIT, relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho a la sindicación, a adoptar medidas legislativas que menoscaben las garantías previstas en dicho Convenio o aplicar la ley en forma que 63
menoscabe dichas garantías…" (Precht, 1991: 2129). Recurriendo a las estadísticas, podemos observar de qué forma la calidad jurídica de los trabajadores del Estado, contribuye por una parte a ejercer presión desde las jefatura a aquellas personas que no tienen su cargo en propiedad, es decir son personal ―a contrata‖: es así como en el año 2001 el personal civil de planta en la administración pública ascendía a 82.558 y el de contrata a 63.549 personas, transcurridos nueve años en el 2010, el de planta es 85.547, en cambio el personal a contrata que debe renovar cada doce meses su contrato y por lo tanto vive momentos de incertidumbre asciende a 113.889 (Dirección de Presupuesto, 2011). Por último, en tercer lugar, quiero destacar una diferencia que aparece como fundamental en las relaciones laborales que establecen los trabajadores del Estado, respecto de sus compañeros del sector privado, que están regidos por el Código del Trabajo. Situando en el terreno de lo más destacable, la transformación que los trabajadores privados han sufrido respecto de la organización interna, porque aún cuando podamos dejar en el ámbito del debate si los métodos fordistas hayan sido reemplazados mayoritariamente, pueda ser todavía una promesa; no es menos cierto que la empresa privada en general ha adoptado medidas en su organización que han provocado cambios importantes en la vida de los trabajadores ligados a la estabilidad y a la relación con sus compañeros de trabajo. Recordemos, por ejemplo, cómo desde hace años que se instala las llamadas 64
estaciones de trabajo individual, donde las personas quedan aisladas mediante paneles que seguramente les provocaban una sensación de desconexión durante el día, generando la sensación que no existe contribución colectiva a los objetivos que persigue cada uno a través de la pantalla que tiene frente cada trabajador. En cambio, en el caso de los funcionarios del Estado, a pesar de prácticas en algunas reparticiones como la de los paneles, es evidente que la percepción de lo colectivo está presente en las funciones, probablemente porque la reglamentación jerarquizada no ha sido opacada ni reemplazada por criterios de horizontalidad en la toma de decisiones y en la forma de perseguir objetivos generando una relación interpersonal que provoca compañerismo y la posibilidad más cierta de compartir intereses.
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Poder político y movimientos sociales Álvaro Hevia*
Ya desde las primeras páginas de la Historia contemporánea de Chile de Gabriel Salazar y Julio Pinto (2010), podemos comprender, mediante las categorías que se presentan, los actuales acontecimientos sociales, las movilizaciones estudiantiles y, en general, el descontento y la latencia de un poder político ilegítimo. Estabilidad es mera duración, nos dice Salazar, y de eso sí que sabemos en nuestro país. Un país ―estable‖, fundado en la sordera de sus gobernantes frente a las exigencias de la sociedad civil, una estabilidad formal que guarda en su seno una soberanía irresoluta que no ha decidido imponerse por sobre esa fachada estable. Cuando la política se ha transformado en la astucia de un montón de pseudo-líderes que atienden sólo a sus intereses, y no resguardan los bienes ni persiguen los fines originarios de su práctica, su actuar no puede ser considerado legítimo. La política, como toda tarea, *
Licenciado en Filosofía. Doctorando en Filosofía. Becario de la Dirección de Estudios Avanzados de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
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ocupación o profesión realizada por personas, debe ser comprendida como una ―actividad humana cooperativa, establecida socialmente, mediante la cual se realizan los bienes inherentes a la misma mientras se intenta lograr los modelos de excelencia que le son apropiados a esa forma de actividad y la definen parcialmente, con el resultado de que la capacidad humana de lograr la excelencia y los conceptos humanos de los fines y bienes que conlleva se extienden sistemáticamente‖ (MacIntyre, 1987: 233). Si lo que se busca es legitimación, para eso las leyes, las imposiciones violentas, si lo que se quiere es legitimidad, para eso no cabe más que dar paso a la soberanía de la sociedad civil. La soberanía radica en la sociedad civil y se robustece en su participación y actividad. La heterogeneidad de los individuos que la componen no desaparece en su despliegue, más bien se entrelaza, formando no un cuerpo único, como la ilusión impuesta de que habitamos en una única “nación”, o el insistente llamado a la unidad, sino que confrontándose, divergiendo, diversificando intereses y objetivos, es como se amplifica para que el sujeto del poder, que es la sociedad civil, actúe y decida bien. Lo que este sujeto inaprensible decida está bien, porque el bien está en su decisión, en el decidir, en la libertad de despliegue. Cuando este sujeto es objeto del poder (economicista, militar, político, etc.), cuando se lo presenta como un único cuerpo y se lo enmarca dentro de esta forma externa a él, homogeneizándolo, la soberanía se adormece o, a la fuerza, descansa en paz. Pero no se traslada, ya que su morada es la sociedad civil, incluso como lecho.
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No hay que ser un vidente para notar aquello, ni escudriñar mucho en los acontecimientos. El Movimiento Estudiantil por la Educación nos lo presenta en todo su esplendor: autoridades políticas ilegítimas tratando de afirmar la armadura que aprieta a la sociedad civil, intentando formarla como un cuerpo único, y ésta que intenta desbordarse en su forma propia que es la multiplicidad de sentidos, la creatividad misma. Tenemos, por un lado, un poder externo produciendo a la fuerza un cuerpo único con un único objetivo vital y, por otro, una riqueza de contenido tratando de explotar, una infinidad de cuerpos individuales, grupales, comunitarios, con diversos objetivos. Las lógicas políticas imperantes en Chile se han convertido en una armadura que ahoga cada vez más las necesidades de la sociedad y no permite escuchar sus anhelos. La población, la masa, moldeada a gusto por el poder, no está entendida como sociedad civil. Pero, ¿por qué a derivado esto en una consideración sobre los cuerpos?, ¿qué tiene que ver con lo que sucede en la actualidad? Desde que Foucault, a mediados de la década de los 70 del siglo pasado, replantea el concepto de biopolítica este se ha vuelto el centro, o uno de los ejes más importantes, de la reflexión contemporánea en la filosofía política. Roberto Espósito (2006) llega incluso a plantear que no se puede pasar por alto la biopolítica como el marco para interpretar los acontecimientos actuales de todo orden. El primer anuncio de esta disciplina la realiza Foucault en ―El nacimiento de la medicina social‖ (1999) de 1974, pero es en ―Defender la Sociedad‖ (2000) su curso en el Collège de France de 1976, y en ―Seguridad, Territorio y población‖ 71
(2006) y ―El Nacimiento de la Biopolítica‖ (2007) sus cursos de 1978 y 1979, respectivamente, donde está más ampliamente desarrollada. Para Foucault, desde los siglos XVII y XVIII, conocidos como ―la época clásica‖, comienza a ocurrir en occidente un profundo cambio en los mecanismos de poder, modificación que se ha sintetizado a menudo como el paso del hacer morir y dejar vivir, al hacer vivir y dejar morir: ―Una de las transformaciones más masivas del derecho político del siglo XIX consistió, no digo exactamente en sustituir, pero sí en completar ese viejo derecho de soberanía —hacer morir o dejar vivir— con un nuevo derecho, que no borraría el primero pero lo penetraría, lo atravesaría, lo modificaría y sería un derecho o, mejor, un poder exactamente inverso: poder de vivir y morir. El derecho de soberanía es, entonces, el de hacer morir o dejar vivir. Y luego se instala el nuevo derecho: el de hacer vivir y dejar morir‖ (Foucault, 2000: 218). Con esta transformación, según el autor, se comienza a problematizar en el campo político, del poder político, la cuestión de la vida, es la política entrometiéndose en la vida. En los siglos XVII y XVIII se constata la aparición de mecanismos o técnicas de poder que se centran principalmente en el cuerpo de los individuos. Mediante estas técnicas se busca asegurar la distribución espacial de los cuerpos individuales y, a la vez, la organización de un campo de visibilidad. Se busca que estos cuerpos estén bajo supervisión e incrementen su fuerza útil. Estas técnicas de poder debían ejercerse de la manera más eficiente, económicamente hablando, mediante todo un sistema de 72
vigilancia, jerarquías, comparaciones, informes, etc. A todas estas técnicas, introducidas desde fines del siglo XVII y durante el siglo XVIII, Foucault las llama tecnologías disciplinarias del trabajo. Luego, durante la segunda mitad del siglo XVIII, Foucault ve la aparición de una nueva tecnología de poder, pero esta vez no necesariamente disciplinaria. Una nueva tecnología que no excluye a la otra, sino que más bien la abarca y la modifica. Y no la elimina, porque es de otro nivel, utiliza otros instrumentos y más que dirigirse a la multiplicidad de los individuos a través del cuerpo de cada uno de ellos, se dirige a la vida de estos, a la vida de los individuos en tanto masa, esa masa que está afectada por diferentes procesos de conjunto propios de la vida como lo son el nacimiento, la enfermedad, la producción, la muerte: ―Luego de la anatomo-política del cuerpo humano, introducida durante el siglo XVIII, vemos aparecer, a finales de éste, algo que ya no es esa anatomopolítica sino lo que yo llamaría una biopolítica de la especie humana‖ (Foucault, 2000: 220). Esta moderna biopolítica se ocupará entonces de las tasas de nacimientos y muertes, la fecundidad de la población, las enfermedades endémicas, las enfermedades incapacitantes, etc. Las disciplinas tenían que ver con el individuo y su cuerpo, pero ahora ni siquiera apuntarán a la sociedad como tal, sino que aparecerá un nuevo cuerpo ―un cuerpo múltiple, cuerpo de muchas cabezas, sino infinito, al menos necesariamente innumerable‖ (Foucault, 2000: 222). Surge la idea de población y, entonces, la biopolítica
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se vincula a esta, produciéndola. La población pasa a ser un problema político. Con la aparición de estas tecnologías, y a diferencia del mundo antiguo en que la vida natural, el mero hecho de vivir, la zoé, quedó excluida de la polis y limitada al ámbito privado de la oikos (Agamben, 1998), en los comienzos de la modernidad la vida natural comienza a ser incluida en los cálculos del poder, y la política se convierte en bio-política. ―Durante milenios, el hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles, un animal viviente y además capaz de una existencia política; el hombre moderno es un animal en cuya política está puesta en entredicho su vida de ser viviente‖ (Foucault, 1998: 174). El resultado de ello es una especie de animalización del hombre, mediante refinadas técnicas políticas. Y, por ejemplo, el desarrollo del capitalismo no habría sido posible sin la existencia de este biopoder que ha creado los ―cuerpos dóciles‖ que le eran necesarios. Tal es la profundidad de la transformación, que guarda en sí una novedad, esta es, su naturaleza contradictoria, que al parecer de Espósito, Foucault no logró avizorar en toda su profundidad. Para Foucault el poder de muerte soberano expresado en el hacer morir y dejar vivir se transforma y se complementa con un poder positivo sobre la vida, hacer vivir y dejar morir, que busca administrarla, protegerla, multiplicarla, regularla: ―Más acá, por lo tanto, de ese gran poder absoluto, dramático, sombrío que era el poder de la soberanía, y que consistía en poder hacer morir, he aquí que, con la tecnología del biopoder, la tecnología del poder 74
sobre la población como tal, sobre el hombre como ser viviente, aparece ahora un poder continuo, sabio, que es el poder de hacer vivir. La soberanía hacía morir y dejaba vivir. Y resulta que ahora aparece un poder que yo llamaría de regularización y que consiste, al contrario, en hacer vivir y dejar morir‖ (Foucault, 2000: 223). En este punto es que Espósito ve el fondo negativo y contradictorio de la biopolítica, ya que, más que un complemento lo que ve es una “protección negativa”, un poder que a la vez que protege, niega, excluye, mata; un poder que para asegurar la vida introduce muerte. Para Espósito este sería el vacío que Foucault no pudo llenar, y que significa un sentido más profundo de la biopolítica, ya no sólo como una tecnología de poder, sino que como el concepto en el cual se despliega la modernidad: ―De la guerra de y contra el terrorismo a las migraciones masivas, de las políticas sanitarias a las demográficas, de las medidas de seguridad preventivas a la extensión ilimitada de las legislaciones de emergencia, no hay fenómeno de relevancia internacional ajeno a la doble tendencia que sitúa los hechos aquí mencionados en una única línea de significado: por una parte, una creciente superposición entre el ámbito de la política, o del derecho, y el de la vida; por la otra, según parece, como derivación, un vínculo igualmente estrecho con la muerte. Esta es la trágica paradoja sobre la cual se había interrogado Michel Foucault en una serie de escritos que se remontan a mediados de la década de 1970: ¿por qué, al menos hasta hoy, una política de 75
la vida amenaza siempre con volverse acción de muerte?‖ (Espósito, 2006: 15). Espósito cree dar respuesta a tal interrogante con la noción de inmunidad, que no revisaremos por alejarse de los objetivos de este escrito. Lo importante es tener claro que en la biopolítica se da un doble juego de inclusión / exclusión, de inclusión homogeneizadora y exclusión a la suerte de cada uno. Podemos ver en el desarrollo y consecución de las acciones y propuestas biopolíticas la degradación de las personas, el paso de bíos a zoé, el despojo de la vida humana y el abuso de la vida biológica, que no es otra cosa que la desaparición de los individuos en la población. Una degradación, en la que se aplasta toda vida humana (propia, familiar, política, social, etc.) llegando a configurar simples cuerpos superfluos, reduciendo al ser humano a una nuda vida (Agamben, 1998). Esta superficialidad de la existencia humana, significa, en último término, reducirla a funcionalidad corporal, aislándola de lo público y de la comunidad, e incluso de lo privado e íntimo (López, 2007). En este sentido, el Movimiento Social por la Educación es una respuesta a esta represión, a este confinamiento de la vida. Ahí, en el campo educativo nacional, donde lo que opera es la estandarización, la racionalización, la obsesión por la medición cuantitativa de indicadores de una supuesta ―calidad‖ y el lucro. Allí, en uno de los dispositivos de segregación más poderosos que funciona en nuestro país, es donde se incuba la resistencia y se urde la posibilidad de subversión.
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Referencias bibliográficas. Agamben, G. (1998). Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: PreTextos. Espósito, R. (2006). Bíos. Biopolítica y filosofía. Bs. As.: Amorrurtu. Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad. La voluntad de saber. Madrid: Siglo XXI. Foucault, M. (1999). Estrategias de poder. Obras esenciales. Volumen II. Barcelona: Ed. Paidós. Foucault M. (2000). Defender la sociedad. Bs. As.: FCE. Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio, población. Bs. As.: FCE. Foucault, M. (2007). Nacimiento de la biopolítica. Bs. As.: FCE. López, M. (2007). ―Campos de concentración: el horror de los cuerpos superfluos‖. En: Revista Perspectivas Éticas, CEDEA, N°18. MacIntyre, A. (1987). Tras la virtud. Crítica.
Barcelona: Editorial
Salazar, G. y Pinto, J. (2010). Historia contemporánea de Chile, 5 vols., 10ª reimpresión. Santiago: Lom ediciones.
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