Podríamos pensar que el arte no tiene límites, pues no se ajusta a los espacios del poder ni se deja seducir por las promesas de los mercaderes, especialmente en tiempos en que todo está sujeto a una misma lógica de compraventa. El arte es así: se emancipa de la conciencia y asume su propio ser, expresándose a pesar de las formas y los tiempos. Y es por eso que los gobiernos han temido históricamente al poder del arte, la risa y la belleza. Sin embargo, pensar que el arte no debe asumir una postura política determinada es desconocer que dentro de los procesos estéticos hay una lógica ético-política a la que le es inherente todo el sentido de lo humano.