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PERSONAJE Gonza, la vida entre

LA VIDA ENTRE ROCAS Y RISAS. “ ” GONZA

Leyenda de la escalada colombiana.

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Me ha correspondido el honor de escribir unas palabras sobre un hombre excepcional llamado Gonzalo Ospina, con quien tuve la fortuna de compartir una década de vida y aventura, y traer al mundo hace 22 años a quien sería el sol de sus ojos, Isabella.

Más allá de comenzar a nombrar las tantas montañas a las que se acercó, lo que primero me atrajo a él fue la increíble amistad que tenía con Elvira, su mamá. Era una relación amorosa, cómplice y divertida, que me permitió ver el noble ser humano que habitaba adentro del gran hombre que se convertiría en una leyenda del montañismo colombiano.

Nuestros caminos se unieron cuando el periodismo y el montañismo comenzaban a necesitar el uno del otro para dejar testimonio de los espectaculares retos que impulsan el espíritu de mujeres y hombres.

Lo conocí en una expedición al Nevado del Ruiz, adonde iríamos a escalar paredes de hielo. Aunque no formé parte de su cordada, pude ver su destreza para ascender por la grieta con ágiles movimientos que le permitían anclarse a las paredes y probar la estación desde donde cuidaría de sus compañeros. Gonza y yo nos enamoramos después ese viaje y comenzamos a disfrutar una vida plena de aventuras en motocicleta (ambos teníamos una moto de cross), escalando en roca, subiendo montañas, volcanes y nevados. Nos sumergimos en las Cuevas de la Hermosura, Santander; le dimos varias veces la vuelta a la Sierra Nevada del Cocuy; realizamos la ruta nocturna al Sisga en bicicleta bajo la luz de la luna llena en varias ocasiones; y entrenábamos subiendo a Monserrate hasta en doble vuelta diaria.

Iván Romero, Alberto Castro y Gonzálo Ospina en una escalada de los 80´s a “La Cédula” en las Rocas de Suesca

Yo estaba fascinada de haber encontrado a mi media naranja, ese hombre alto y atractivo al que mucha gente quería. Me encantaba su capacidad para hacer reír a quienes lo rodeábamos. De hecho, Gonza tenía una cicatriz en forma de medialuna en el lado izquierdo de su cara. Fue la consecuencia de un atraco nocturno en el cual le robaron su bicicleta y al oponer resistencia lo hirieron con el filo de una botella rota. Al comenzar a conocer la chispa de alegría que era Gonzalo percibí que la vida le había hecho otra sonrisa en su rostro. De esa alegría quiero escribir.

¿CÓMO COMENZÓ TODO? Habría que remontarnos a sus años de infancia vividos en la finca El Cairo en Sindamanoy, Cundinamarca, hacienda ubicada en las faldas de la montaña que estaba rodeada de bosques nativos de los cuales sobresalían rocas de arenisca que harían las delicias de su temprana curiosidad. Acompañado de su primo Alberto Castro se aventuraron a escalar de forma intuitiva cuanta roca encontraban en su camino, llegando así a descubrir los farallones de Suesca cuando aún no habían cumplido los veinte años, lugar que los deslumbró y del cual no querrían volver a salir.

A partir de ahí, ganaría la destreza para desafiar con el paso de los años los emblemáticos lugares donde gobiernan las nieves perpetuas. Se aventuró a la Sierra Nevada de Santa Marta, coronando los picos Colón y Ojeda y la Pared Norte del Bolivar. En la Sierra Nevada del Cocuy realizó ascensiones a casi todos los nevados, abriendo una ruta en la cara norte del Cóncavo con su amigo de vida Fercho, y el filar oriental del Ritacuba Negro. Realizó ascensos

Gonzalo Ospina en una de sus escaladas a la Sierra Nevada del Cocuy y Güicán en los 80´s.

Colombianos en el Campo Base del Aconcagua. Juan Pablo Ruiz, Marcelo Arbeláez, desconocido, Roberto Ariano y Gonzalo Ospina sentado a la derecha de la foto.

Gabriel Llano, Gonzalo Ospina, Luis Andrés Romero y desconocido en las Rocas de Suesca, años 80's.

Grupo Hippie escalador: Patric López, Alberto Castro, Blancanitos, Jairo Gómez, Mariano Gutiérrez, Alfredo Méndez, La Perca y Gonzalo Ospina. Reunión de varios de los más representativos montañistas de los 80's y 90's. Gonzalo aparece de séptimo en pie.

a los picos del Parque de los Nevados, escaló el Nevado del Huila y los volcanes del sur. En Ecuador subió el Cotopaxi, el Chimborazo, el Illiniza sur y norte, el Cayambe. En Perú escaló la Ferrari del Alpamayo, el Artesol, el Urus, y el Ichinka. En California escaló Sentinel rock, Middle catedral Wall y Moon Cracker con Juan Fernando Gaviria. Apenas por nombrar algunas de sus montañas.

Recuerdo un día muy especial de 1996 cuando Gonzalo se acercó y con la sonrisa más luminosa que yo haya visto me dijo: “me voy al Everest”. Sus ojos brillaban de felicidad y comprendí que su larga trayectoria por la escalada había confluido en el feliz propósito de pisar la cima del mundo. Yo acababa de culminar mi postgrado de periodismo y comenzaría a escribir sobre esos 7 expedicionarios que se habían propuesto esa alta meta: Marcelo, Paiton, Miguel, Juan Pablo, Cristobal, Manolo y Gonzalo. La preparación seguiría en el Cho Oyu un año más tarde, montaña que fue coronada con éxito por el grupo, pero donde Gonzalo sufriría de un edema cerebral que lo privó de la cima. Sin embargo salió airoso gracias al inmediato apoyo brindado por su amigo de cordada Nelson Cardona, para formar nuevamente parte de la siguiente expedición al Everest en el año 2001 que culminó con éxito en la primavera de ese año.

Con el apoyo de Granahorrar viajaron al sur del continente para escalar en Argentina y Chile el Aconcagua (por la normal y la Polacos), Los Ojos del Salado y el Tupungato. En la primavera del 98 fue el primer intento sin éxito de coronar el Everest pero la meta se mantendría intacta. Decidieron volver al Himalaya en el año 99 para entrenar en el Manaslu, montaña de alto riesgo que cobró la vida de su compañero de cordada, Lenin Granados. Esa avalancha de nieve arrojó a la grieta más inmediata a otros montañistas que iban adelante. Con la cabeza fría en situaciones adversas Gonza descendió de forma inmediata a la grieta para rescatar a Fercho y a los dos mexicanos. En el año 2010 Gonzalo caería en una grieta muy difícil de salir cuando tuvo el primero de una serie de accidentes cerebro vasculares que con el paso del tiempo fueron limitándolo físicamente. No obstante su mente se mantenía lúcida y su sagaz humor era su válvula de salida. Pero para un hombre que había amado la libertad de las montañas y había en

Gonzalo Ospina dando instrucción de escalada y maniobras a los rescatistas de la Cruz Roja Colombiana

Gonzalo sentado descansando después de un ascenso al Monte Chimborazo del Ecuador. 2008.

Catalina Piñeros y Gonzalo en una travesía “Vuelta a la Sierra”. Nótense los morrales marca Spigo con diseño y fabricación hechas por su empresa.

contrado en cada roca, en cada peldaño, en cada dificultad, el arrojo de la vida, aceptar esa limitación no sería tarea fácil. Pero la llevó adelante con dignidad y paciencia.

Porque a pesar de sus dificultades físicas, Gonza se empañaba en subir a las montañas, siendo el ascenso medianamente fácil para él (en los comienzos de su condición) pero el descenso cada vez más difícil. Por eso optamos por retos como el de Monserrate que él subía escuchando los aplausos de quienes lo veían guerrear esos escalones, para luego bajar en teleférico. O el páramo del Verjón donde el fácil acceso en carro permitía que él ingresara al páramo con sus inseparables botas de montaña y en compañía de su siempre presente amigo Fernando Torres. O remando en kayak en la laguna de Tominé, donde convenimos un día amarrar con cinta su mano derecha al remo para que pudiese remar. Eran sencillamente otras formas de aventura en las que procurábamos suplir en algo sus ansias de vida.

En abril del 2019 nos montamos en mi carro Gonza, mi hijo y tres amiguitos suyos para pasear por la Sabana. No sabíamos que ese paseo de dos días se convertiría en los inicios de una despedida a su gran vida. Nuestra primera parada fue en

Luego proseguimos el viaje hacia Suesca, el segundo hogar de Gonzalo. Estacionamos el carro al lado de la carrilera y comenzamos a caminar rumbo a las rocas. A pesar de que el andar se le dificultaba mucho por las piedras, trataba de abrirse paso como siempre lo había hecho, con cada uno de los retos que se impuso a lo largo de su vida.

De manera milagrosa, cuando comenzaba a mostrar mucho cansancio llegó la brujita, ese vehículo empujado sobre los rieles, y los cinco nos montamos para iniciar así un viaje en el tiempo. Al dar la curva, los jóvenes quedaron maravillados ante los farallones de Suesca, quizás con la misma mirada de asombro que abrazó a Gonzalo y a su primo Alberto cuarenta años atrás, y que se convertiría en la meca de la escalada en Colombia.

Narré a los chicos cómo el par de primos se aventuraron a treparse a las rocas de forma intuitiva, descubriendo ascensos que darían inicio a las rutas clásicas, improvisando anclajes a las rocas con los clavos de los rieles, aprendiendo de escalada con los escasos artículos que descubrían y dejándose llevar por la pasión que los invadía.

A medida que la brujita avanzaba lentamente pudimos ver la gran cantidad de escaladores que ascienden hoy en día por esa diversidad de rutas que en un pasado solitario comenzaron a descubrir este par de

Miguel Vidales, Gonzalo Ospina y Juan Pablo Ruiz en un ascenso al Nevado del Ruiz como entrenamiento para el Himalaya.

Caminata a los páramos circundantes de Bogotá. Gonzalo disfrutó de la naturaleza hasta sus últimos tiempos.

aventureros. Seguimos en el relato viendo las rutas de Suesca donde Gonzalo fue uno de los mayores aperturistas y fui señalándoles sus rutas: Cobrando Cuentas, El Bong, CAEC, Canchis , Clavícula, El Gran Techo, La Abeja, La Rosa Espinoza, Prisionero Sangriento, Puños, Soda y Limón, El Último Vuelo del Águila, Viviendo en el Pasado, entre otras.

Iniciamos el retorno cuando fueron apareciendo amigos que se internaban en las rocas a escalar. Uno a uno, en grupo, en parejas, celebraban el encuentro con Gonzalo a quien hacía mucho no veían por las rocas. No alcanzábamos a avanzar 50 metros cuando llegaba un nuevo amigo, a quien yo le pedía que contara a los presentes quien era el que iba ahí montado. “La leyenda de Suesca!” “El dinosaurio!” “El padre de la escalada en Colombia!” “El más grande!”. Abrazos estrechos y emocionados rodeaban a Gonzalo en su última travesía por sus amadas rocas.

Don Pablo, quien empujaba la brujita junto a su hijo, comenzaba a sacar pecho, mientras entendía quién era su pasajero. Gonza sonreía, parecía feliz. Al pasar por CAEC narré el primer ascenso de Isabella a los 13 años junto a su padre, quien tenía afán de aventurarse por las montañas de la vida con ella. De hecho, a los 7 años ya la había llevado a conocer las nieves del Cocuy,

en lo que sería el inicio de un mundo de exploraciones que se vio truncado por el destino.

Al culminar el recorrido Ilán me preguntó si yo había planeado todos esos encuentros y le respondí que no, que el universo se había encargado de ese merecido regalo.

Emprendimos al día siguiente el retorno por La Calera y me desvié hacia la Planta de Cementos Samper. Estacionados al lado de las ruinas narré a los chicos una aventura que en este mundo sólo pueden contar él y su primo Alberto: Encontraron a los 16 años la cima de una montaña por donde pasaban muy cerca los cables cargando baldes de cemento ya vacíos y tuvieron el arrojo de

pulsar el montañismo, patrocinar expediciones, dar consejos a quienes querían desafiar grandes retos y también ser guía de alta montaña.

En medio de los momentos adversos que le traía la vida, Gonza siempre tenía una sonrisa para hacerle frente al destino.

interceptar uno y meterse adentro en audaz maniobra mientras estaba en movimiento. Fue una aventura aérea desde Bogotá hasta La Calera viajando a gran altura sobre riscos y valles. Quizás iban reventados de risa y alegría, hasta que los interceptaron. El sistema se frenó y los guardias los hicieron descender en la estación más inmediata. Gonzalo contaba que los regaños ni se escuchaban ante el goce pleno que invadía el corazón de ambos.

Gonza escuchaba mi narración entusiasta ante unos muchachos que miraban a lo alto tratando de imaginar semejante proeza. Luego, cayó definitivamente la noche. Llegamos a Bogotá y Gonzalo me dijo con su voz dificultosa “ha sido un fin de semana mágico”.

Usar la palabra magia no era la costumbre de Gonzalo, a pesar de que su vida estaría enmarcada en un halo de fantásticos propósitos personales y sucesos en los que siempre desafió la lógica.

Ese fin de semana habíamos hecho un homenaje a su grandiosa vida por los escenarios que lo vieron nacer, crecer y formarse en las montañas. Escenarios que curtieron su amor por la escalada y lo llevaron ser en los años 80 el primer fabricante de equipo de montaña en Colombia, actividad que le permitió im

Una de las anécdotas que se ha vuelto leyenda fue de la guianza que hizo a una pareja de extranjeros, cuando en medio de la neblina en el Cocuy perdió el rastro y tuvo que hacer la confesión a sus clientes: “estamos perdidos”. Uno de ellos, asombrado, le preguntó: “¿Acaso no estamos con el mejor guía de Colombia?” y Gonzalo respondió: “Si, pero estamos en Venezuela”.

Ese era Gonzalo Ospina, siempre con la chispa a flor de piel. Un hombre a quien la vida premió con amistades estrechas y sinceras y le brindó caminos de ensueño.

La vida de Gonzalo se apagó el 21 de diciembre de 2019 cuando tenía 60 años de edad. Rodearon su ataúd equipos SPIGO que muchos amigos llevaron para honrar su trabajo. Fue despedido con Blue Sky de Queen, bellamente interpretada en guitarra por Daniel Briceño. En 1995 el periódico El Tiempo había titulado su ascenso con Luis Fernando Gaviria al mítico Capitán en California por la Salathe Wall: “La roca, otra forma de llegar al cielo”. Sin duda, las rocas lo hicieron tocar el cielo.

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