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Irvine Welsh

Ese punk cruel y socarrón de la literatura inglesa

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En 1993 fue publicada una inusual novela que conmocionó el mundillo literario del Reino Unido. Trainspotting era su título y narraba la historia de una pandilla de outsiders adictos a la heroína que gastaban sus días entre pubs, picaderos y hurtos de poca monta en su natal Leith, Escocia.

TXT:: Carlos A. Ramírez

Su autor se llamaba Irvine Welsh, tenía 35 años y, como sus personajes, era oriundo de Leith y había sido adicto a la heroína. Es decir, sabía bien de lo que hablaba. Hijo de un rudo cargador de muelle y una mesera, Welsh conocía a la perfección los pormenores de la vida de la clase obrera. Había abandonado la escuela a los dieciséis años de edad para desempeñar distintos oficios hasta que, a finales de la década de 1970, la oleada turbulenta del movimiento punk lo arrastró a un Londres que bullía al ritmo de los Sex Pistols y The Clash. Ahí intentó hacer carrera como guitarrista y cantante de un grupo de punk que fracasó rotundamente, al tiempo que él se iba hundiendo en el pantano de las drogas duras del que consiguió escapar para regresar a Escocia, graduarse de la Universidad y combinar su trabajo de burócrata con el de DJ especialista en mezclar a Joy Division y New Order con los artistas emergentes del house electrónico de la época. Todo mientras terminaba de escribir la novela que llevaba tomando forma en su cabeza desde hacía más de 10 años.

“Merece vender más ejemplares que la Biblia”

El éxito de Trainspotting, ha contado en múltiples entrevistas, ni siquiera el propio Welsh se lo esperaba. Pero el año mismo de su publicación vendió alrededor de medio millón de ejemplares y consiguió unificar favorablemente a la crítica. Incluso Rebel Inc., la irreverente revista literaria escocesa que previamente había publicado una charla entre Kevin Williamson, su fundador, y Welsh, mientras ambos estaban bajo los efectos del MDMA, aseveró que merecía “vender más ejemplares que la Biblia”.

Lo cierto es que aquella pandilla de inadaptados que hablaban con un slang incomprensible acerca de futbol, sexo, cine, rock and roll y drogas duras, convencidos de que el no future aullado por los Pistols poco más de una década atrás era su destino manifiesto, acercaron a la literatura a miles de personas que antes de Trainspotting jamás se hubieran imaginado leyendo un libro. Albañiles, ladrones y heroinómanos que comenzaron a construir un auténtico culto alrededor de la novela. No es casualidad que, el año de su lanzamiento, la obra se convirtiera en el libro más robado en las librerías del Reino Unido.

Con eso, a nadie le extrañó que, tres años después, el entonces niño prodigio del cine británico, Danny Boyle, filmara la versión cinematográfica de Trainspotting, una película llena de momentos memorables que catapultó a Welsh a la categoría de rockstar de la literatura y expandió el culto por Renton, Sick Boy, Spud y Begbie a nivel global.

Por supuesto, no cometeremos aquí el error de comparar una novela con una película, sin embargo es indispensable mencionar que más allá de lo consabido, el Trainspotting literario es un viaje completamente distinto al cinematográfico. Porque, sin duda, el elemento más deslumbrante del estilo de Welsh es la transcripción fonética del habla de la clase obrera y los junkies de los bajos fondos británicos, algo imposible de traducir al celuloide. No hay que olvidar que incluso en el Reino Unido la primera edición de la novela tenía incluido un glosario al final, para que los lectores “normales” pudieran comprender el idiolecto de los personajes. Algo similar a lo que había hecho Anthony Burgess en 1962, añadiendo al final de su A clockwork orange un diccionario de la jerga Nadsat adolescente, utilizada por el protagonista de la novela, Alex de Large, y su pandilla de drugos ultraviolentos.

En ese mismo sentido hay que recalcar, también, que en Latinoamérica a toda la obra de Welsh le siguen haciendo falta traducciones locales que le hagan justicia. Algo que sus legiones de lectores, hasta hoy condenados a leerla en Anagramés, ese idioma que la editorial barcelonesa Anagrama da por hecho que compartimos todos los hispanoparlantes del globo, sabríamos apreciar y sin duda nos merecemos.

Un universo sórdido pero divertido

De cualquier forma, Trainspotting sólo fue el comienzo de una prolífica carrera que continuaría en 1994 con el libro de relatos Acid house, también llevado al cine, y que al día de hoy alcanza alrededor de 20 obras entre novelas, compilados de relatos cortos y obras de teatro, en donde Welsh como un dios cruel, implacable y socarrón, le ha dado forma a un universo sórdido y desesperanzado pero a la vez impregnado de humor y placeres carnales y/o artificiales en donde sus personajes tratan de sobrevivir de la mejor manera posible.

Un orbe literario en el cual todo y todos están conectados, por lo que es de lo más común encontrarte a cualquiera de los cinco bribones de Trainspotting en las novelas y relatos en las que no son precisamente protagonistas. Sin mencionar, por supuesto, la pentalogía donde estos, sus engendros más célebres, como si se tratara de una especie de Viejo y Nuevo Testamento, se desmadran a sus anchas: Trainspotting (1993), Porno (2002), Skagboys (2012), The blade artist (2017) y Dead men´s trousers (2018), tras la cual parece ser que, finalmente, el escocés las dejará descansar… en paz.

Algo que, de ser cierto, no tendrá muy contenta a una horda de lectores que a lo largo de los años se ha visto reflejada en estos hijos de la clase obrera quienes han conseguido sobrevivir lo mismo al vacío de la vida moderna que al Sida, las agujas y la Dama de Hierro, cobijados por la pluma furiosa e implacable de uno de los autores imprescindibles de la literatura inglesa de los últimos 30 años.

El Brexit vs. la industria musical:

Una escopeta de doble cañón

TXT:: César O. González

La historia empieza por allá de 1973, cuando el Reino Unido se une a la Comunidad Económica Europea. ¿El objetivo? Lograr una integración económica, un lugar en donde se tuviera un mercado común y se hiciera más fácil el intercambio de bienes y servicios entre sus miembros. A primera vista un trato jugoso para todos los implicados. Sin embargo, a la larga pondría en jaque a una de las industrias de entretenmiento más poderosas del planeta.

Aquella historia que arrancó a principios de los años setenta, derivó en lo que hoy conocemos como la Unión Europea, que no es más que un grupo de países en donde se permite que los bienes, los servicios, el capital y las personas puedan circular libremente por todas las fronteras de los países que lo conforman, sin mayor problema. Esto trae grandes ventajas, por ejemplo: puedes vivir en donde quieras, puedes vacacionar en cualquier lugar de la Unión sin tener que pasar por migración y, sobre todo, puedes trabajar en donde te dé la gana. Es como si vivieras y trabajaras hoy en la CDMX y mañana decidieras hacerlo en Querétaro; nada ni nadie te obliga a quedarte. No existe algo que te impida llegar a cualquier otra ciudad.

Uno pensaría que pocos pondrían objeción a eso pero resulta que no. Desde su planteamiento, muchas personas en el Reino Unido, por distintas razones, estuvieron descontentas con esa opción y pensaron que lo mejor era, apenas se concretaran los planes, salirse de la Unión Europea para vivir aparte de ésta. A dicho fenómeno se le conoció como Brexit y dio como resultado que en 2016 se decidiera la salida del Reino Unido de la Unión Europea, proceso que concluyó el 31 de enero de 2021.

Como al momento de retirarse se pierden los beneficios de ser un estado miembro de la Unión, durante el tiempo de transición se tienen que hacer diversos acuerdos entre los países para reglamentar cómo será el intercambio de bienes y servicios y cómo se organizará la movilidad de las personas. Estas decisiones impactan de distintas maneras en varios sectores económicos. La música, hay que señalar, no queda exenta de ello.

Los problemas que aparecen después de las negociaciones y que tienen muy preocupados a los músicos ingleses son varios, pero todos terminan en lo mismo: el impacto que reciben sus bolsillos. Porque ahora los creadores tienen que lidiar con las reglas de cada país, hacer trámites en cada uno de ellos y, por supuesto, pagar impuestos y permisos. Si quisieran hacer una gira por la zona euro, tendrían que hacer 27 trámites distintos y eso eleva los costos, incluyendo una enorme pérdida de tiempo. El aumento de esos números golpea sus carteras. Aproximadamente la mitad de los ingresos de un artista británico proviene de sus presentaciones en vivo y de las giras que realizan, hablamos de un elemento crucial para su subsistencia.

Uno de los artistas que ha levantado la voz respecto al tema es el escocés Fish, cuyo nombre de pila es Derek William Dick y alguna vez se desempeñara como frontman de la banda de rock progresivo Marillion: “Estos nuevos impuestos ascenderán a decenas de miles de libras de ingresos perdidos, lo que afectará aún más nuestra capacidad para financiar cualquier gira en la UE”, expresa el artista en un comunicado publicado en sus redes sociales que trascendió hasta llegar a medios británicos especializados en el tema.

Bajo las nuevas reglas, se necesitará un permiso de trabajo por cada músico y cada persona que trabaje en el show. Esto en cada país al que se quiera ingresar, pero también se cobrará por su equipo; por cada instrumento musical o amplificador se cobrará una cuota, algo a lo que han llamado carnets; esto sin hablar de que no se podrá estar de gira por más de tres meses en periodos de 180 días, entre otras nuevas reglas. Lo dicho para los músicos británicos que quieran salir, pero algo similar pasará con los músicos europeos que quieran tocar en el Reino Unido; porque también para ellos aparecerán costos extras que tendrán que cubrir, haciendo menos atractivo llevar su música de un lado a otro.

“Artistas como Simple Minds, The Cure, Depeche Mode, Iron Maiden, y, sí, Marillion, se beneficiaron enormemente de nuestra capacidad para hacer giras libremente en la UE y, como resultado, generamos millones de libras de ingresos para el Reino Unido. ¿Cómo irrumpirán en el mercado de la UE los nuevos Franz Ferdinand, The 1975, Blur u Oasis? ¿Desde dónde va a reemplazar el gobierno del Reino Unido esos posibles ingresos fiscales futuros de las bandas exitosas? ¿Le importa? Ciertamente no lo parece, especialmente para las bandas no corporativas”, comenta Fish en una parte del comunicado

Los conciertos en Europa son un mercado que mueve miles de millones de dólares. En 2019, antes de la pandemia, tan sólo en el Reino Unido se obtuvieron ingresos por 1.5 mil millones de dólares; en Alemania por 1.3 mil millones de dólares; en Francia por alrededor de 500 millones y en España por 400 millones de dólares. Los conciertos representan una cuarta parte de los ingresos de la industria musical británica, una de las industrias de entretenimiento más grandes del mundo. Es tal su magnitud, que una reducción en esta actividad económica podría impactar de manera notoria el PIB.

Pero la situación no acaba con el artista, los consumidores de música en directo también se verán afectados. Para ellos será más difícil tener en sus ciudades a los artistas que quieren ver y escuchar, las giras se tendrán que planear mejor para bajar costos y serán más espaciadas para que pueda ser un buen negocio. No sólo pasará más tiempo para poder ver a nuestros grupos favoritos sino que también saldrá más caro solventar lo que esto conlleve. Así, dado que las cifras para llevar a cabo un show aumentarán, es altamente probable que el asunto se vea reflejado en el precio de cada boleto, haciendo aún más complicado para algunas personas disfrutar la cantidad de conciertos que acostumbraban.

A finales del Siglo XIX Frédéric Bastiat, un economista francés, le decía a los políticos que al momento de tomar una decisión se fijaran tanto en lo que se ve como en lo que no se ve. No sólo hay que tomar en cuenta el efecto inmediato de una decisión sino también las consecuencias que puedan aparecer en el camino. El Brexit y los resultados que estamos viendo son un buen ejemplo de lo que refería Bastiat. Pero eso también aplica para los ciudadanos cuando tenemos que tomar una decisión, pues hay casos como el de Roger Daltrey (The Who), en su momento un promotor del Brexit, quien ahora muestra su descontento con las nuevas reglas. Muchos dirán que si el de “My generation” se hubiese detenido a pensar que al salir de la Unión Europea iba a pagar más impuestos y esto le imposibilitaría trabajar como antes, hubiese tomado una posición distinta. Al respecto, Fish pone el dedo en la llaga con claridad:

“Algunos han acusado a la industria de la música de no enfrentarse a la realidad después de que el Brexit fuera determinado por la votación en Reino Unido. Eso definitivamente no es cierto. Hemos estado tratando de leer entre líneas y disipar el humo durante mucho tiempo. Estamos en una industria que tiene que adaptarse continuamente a factores externos, a veces a diario, mientras que en las giras estamos acostumbrados a retos extraños. Pararnos en seco con una escopeta de dos cañones no estaba en la ecuación. Y todo esto durante una pandemia que ha paralizado la industria de la música y ha dejado sin trabajo a miles por tiempo indefinido…Nosotros, el negocio de la música y la industria del Reino Unido, nos encontramos actualmente en un estado peligroso… Nos merecemos algo mejor que esto por parte de nuestro gobierno electo. Necesitamos un replanteamiento, y lo necesitamos más temprano que tarde, ya que nuestro futuro está en peligro”.

Master class in situ

TXT:: Alicia Martínez

Nunca había conocido a alguien como él. En verdad, se las sabía todas. Una vez, nada más por molestar, gugleé el título más extraño que encontré y se lo solté sin avisar, pidiéndole que cantara. Para mí sorpresa no sólo se sabía la tonada completa de la “rareza” que le lancé, sino que la dominaba en perfecto inglés. Álvaro era fan de los Beatles, el fan más recalcitrante que haya conocido jamás. Y quería que fuéramos juntos a Liverpool, la tierra de sus ídolos. Nunca estuve segura de que fuera buena idea.

No es que no quisiera acompañarlo; me daba miedo que el viaje se convirtiera en una sesión interminable de historia de los Beatles, con fechas y detalles a toda hora incluidos. Una agotadora master class in situ. Tomamos la decisión de concretar la visita en Londres; o mejor dicho: sin avisarme, Álvaro compró boletos para Liverpool aprovechándose de que teníamos tres días libres antes de llegar a Madrid, donde nos esperaba la familia de una amiga de la Universidad para darnos alojo.

Llegamos al puerto de noche. Hacía frío. Caminábamos buscando el sitio donde dormiríamos cuando empezó a llover. Una lluvia molesta. Medio perdidos, con los mapas del teléfono extraviados, dimos vuelta en una callejuela donde, alcanzaba a verse, algunos bares dejaban salir música a buen volumen, así como luces que iluminaban la oscuridad; la idea era tomar algo en uno de esos sitios y esperar a que el agua amainara. Ahora que lo recuerdo, creo que fue una treta, un plan perfectamente trazado por Álvaro. Porque esa calle, casualmente, terminó siendo la más importante de toda la ciudad. Justo donde se encuentra The Cavern.

Supe del lugar, por supuesto, gracias a Álvaro. Llegó a hablarme de un sitio bajo tierra donde los Beatles tocaban antes de ser famosos. Intentamos entrar a La Cueva, aunque dada la hora y el día, era sábado, no logramos pasar de la puerta. Anduvimos con las rueditas de nuestras maletas brincoteando en el pavimento hasta que encontramos un sitio que, el tipo que cuidaba sus puertas nos dijo, tenía mesas disponibles. Bajamos unas escaleras y dimos con un bar acondicionado en un sótano. Todos bebían de pie, apoyando sus vasos en barriles de madera inmensos.

Era una noche de música soul. Pero la dinámica musical cambió cuando alrededor de la medianoche irrumpió en el antro un contingente que venía de presenciar un concierto de los Specials. Entonces todo cambio. Orillado por la marabunta, el DJ echó mano de YouTube y con su laptop se dedicó a tocar ska y ritmos afines como si al siguiente día todos partiéramos directo a Jamaica. Álvaro y yo nos dejamos llevar y nos integramos a la fiesta a pesar de no portar la ropa adecuada (todos iban perfectamente ataviados, parecían sacados de una película). En realidad la situación era bastante extraña: encontrarme en la tierra de los Beatles bailando canciones de The Paragons en un sótano, en medio de un montón de rude boys que chocaban tarros sin dejar de practicar skanking.

Algunos de ellos nos invitaron pintas de Guinness; se sorprendían al acercarse a nosotros, cuando Álvaro y yo les contábamos que éramos mexicanos y notaban que ni siquiera habíamos dejado nuestras maletas en el hotel. Bailamos mucho esa noche. Nos fuimos deshaciendo de todas las capas de ropa que traíamos encima hasta terminar sudando. Ningún tema de los Beatles sonó, pero a Álvaro pareció no importarle. Terminamos yéndonos pasadas las dos de la mañana, cuando la lluvia paró. Con hambre, corrimos a buscar algo para comer y encontramos un local de pizzas abierto. Mientras esperábamos nuestro pedido, descubrí una cara de los ingleses que desconocía. Dicen que los mexicanos llevamos la fiesta a extremos difíciles de equiparar, pero, créanme, quienes dicen eso jamás han estado en Liverpool al filo de la madrugada. La cantidad de improperios que vi mientras mordía mi rebanada de salami, gorda y apetitosa, en verdad me sorprendió.

Llamaron mi atención especialmente las chicas. Qué desparpajo. Se deshacían de sus tacones, vomitando las raíces de los postes, eructando, buscando un taxi confundidas, con el pelo hecho marañas. Y el maquillaje, horas antes perfecto, se les escurría de las mejillas, parecía que estaban derritiéndose. Todo eso me fascinó. Extrañamente así fue. Porque nadie se metía con ellas, porque nadie estaba rondándolas para sacar provecho. Con esto no quiero decir que así sea siempre. Simplemente platico lo que viví y percibí esa noche. Una noche supongo que cotidiana, allá, en Liverpool, mientras me perdía en una de sus calles más populosas.

Al otro día, las mismas avenidas cuyos suelos presumían cuerpos abatidos por el alcohol a cada cinco pasos, estaban más limpias que la mesa donde desayuna la reina. Descansados, Álvaro y yo anduvimos hasta encontrar un café donde nos sentamos a tomar el sol mientras mordíamos un sándwich y planeábamos las compras del día; teníamos muchos encargos relacionados con el equipo de fútbol de la ciudad. Fue esa mañana que finalmente me encontré con la imagen los Beatles por todas partes. Tenía que pasar. Álvaro estaba feliz, decía que podía visitar esa tierra cada año y que viviría de la experiencia con la misma emoción de la primera vez. De pronto sacaba datos, señalaba lugares emblemáticos y se apasionaba. Entonces yo pensaba: bueno, ¿éste por qué se lo toma tan en serio? Pero eso ocurrió esporádicamente; según yo, la master class que me temí jamás llegó.

Con el paso de los años le he ido agarrando gusto a los Beatles. Esa canción que le puse a Álvaro, por ejemplo, la que conté al principio y que hallé extraña al guglearla, ahora me encanta. Se llama “And your bird can sing”. La saco al cuento porque Álvaro y yo terminamos un año después de aquel viaje. Y a veces, todavía, muy de vez en cuando, me lo imagino haciendo lo que con frecuencia hacía cuando sonaban los Beatles: tocando una guitarra imaginaria, rascando el aire. Volteo entonces a mi alrededor para encontrarlo y sonrío, porque lo escucho clarito cantarme sobre el hombro: “Look in my direction, I´ll be around, I´ll be around”.

Danny Boyle

Un transgresor desprejuiciado

TXT:: Carlos A. Ramírez

Sin duda, el cineasta británico Danny Boyle, ganador del Oscar en 2008 por su cinta Slumdog millonaire, es en la actualidad uno de los directores de cine más reputados a nivel mundial. Sin embargo, también es cierto que, en esencia, sigue siendo un transgresor. Un provocador que no se tentó nunca el corazón para poner a su protagonista a sumergirse en el retrete nauseabundo de un rasposo pub escocés para tratar de recuperar un supositorio de heroína (Trainspotting, 1993) o peor aún: a deambular, solo y confundido, en una imponente y solitaria Londres que de la noche a la mañana parece haberse quedado inexplicablemente vacía (28 days later, 2002).

Nacido el 20 de octubre de 1956, en Manchester, Inglaterra, Boyle, después de abandonar, por fortuna, la idea de ser sacerdote, dirigió algunas películas y miniseries para televisión, antes de rodar su primera producción cinematográfica, Shallow grave (1994), la cual de inmediato atrajo la atención llegando a ser comparada con Perros de reserva, del entonces novel Quentin Tarantino.

Trainspotting y la celebridad mundial

Sin embargo, a pesar del gran éxito a nivel artístico y comercial de Shallow grave, lo que vino a continuación sobrepasaría todas las expectativas. En 1996, Boyle estrenó Trainspotting, la adaptación cinematográfica de la primera novela de Irvine Welsh, una deslumbrante tragicomedia acerca de una pandilla de heroinómanos escoceses, en donde dio rienda suelta a su obsesión por el caos, la traición y las situaciones extremas.

Estelarizado por Ewan McGregor y Robert Carlyle, el filme, alucinado, surrealista, punk y pletórico de extraordinarios detalles técnicos, se convirtió rápidamente en un fenómeno de la cultura pop que consiguió expandir el culto que ya tenía la novela en el Reino Unido, a todo el planeta. Asimismo, escrito por el guionista John Hodge y producido por Andrew Macdonald, fue incluido por el British Film Institute entre las 10 películas británicas más grandiosas del siglo XX y convirtió a Boyle y a los protagonistas en auténticas celebridades a nivel mundial. Dos décadas más tarde, en 2017, de nuevo con John Hodge como guionista, se filmaría T2: Trainspotting, una adaptación libre de Porno, la novela donde Welsh retoma a Renton, Spud, Sick Boy y Begbie, la cual a pesar de algunos venturosos aciertos, estuvo muy lejos de su antecesora.

Revitalizando el horror

En 1997, ya cobijado por la celebridad, Boyle filmó A life less ordinary y tres años después, en 2000, la injustamente infravalorada The beach, la cual, a pesar de ser estelarizada por Leonardo Dicaprio resultó un fracaso en taquilla.

Paradójicamente, serían otros zombies los que traerían de vuelta a la vida al director británico, quien en 2002 revitalizó el cine de horror zombie con 28 days later, un espeluznante carnaval gore que cimbró las bases mismas del género unificando la crítica a su favor. Como todas sus cintas mejor logradas, 28 days later contiene escenas icónicas, que se han instalado en la memoria cinéfila de las últimas décadas. En este caso la poderosa y desoladora imagen de un hombre solitario caminando desorientado por las calles de un majestuoso Londres que parece deshabitado.

Sin embargo, su consagración absoluta llegaría hasta 2008 con Slumdog millionaire, cinta basada en la novela ¿Quiere ser millonario?, del escritor indio Vikas Swarup, la cual narra la historia de un adolescente de escasos recursos que logra llegar a la pregunta final de la versión india del programa ¿Quién quiere ser millonario?, en donde es acusado de hacer trampa. Es probable que ésta sea la cinta más convencional en la filmografía de Boyle. Un trabajo en donde quedó de manifiesto su versatilidad y su disponibilidad para abordar cualquier tema, así sea una historia cuyo leit motiv sea el amor, con tal de manufacturar una gran película.

Slumdog millonaire, pese a haber despertado gran indignación en la India, en donde se le acusó de retratar “pornográficamente” la pobreza del país, ganó ocho premios, de los diez a los que estaba nominada, incluido el de mejor director, en la edición 81 de la ceremonia de los Oscares, convirtiéndose en uno de los filmes más premiados en la historia de la Academia.

Un estilo único

Hasta la fecha, Boyle ha dirigido 16 películas entre las que destacan, además de las ya mencionadas, Millions (2004), 127 hours (2010) y Yesterday (2019), en la cual un cantante después de sufrir el shock de ser atropellado por un autobús, descubre que nadie en el mundo recuerda a los Beatles y junto con ellos han desaparecido otros iconos de la cultura pop como Coca Cola, Harry Potter y la banda de los hermanos Gallagher, Oasis.

Una carrera sobresaliente en donde el inglés ha transitado con fortuna por géneros como la comedia negra, el horror zombie y el thriller, desarrollando un estilo innovador y arriesgado, en donde a través de una utilización brillante de elementos como el time-lapse, la cámara libre, la combinación de formatos, las secuencias surrealistas y la ubicación de la cámara en ángulos imposibles, ha conseguido contar historias inolvidables de sujetos física y/o emocionalmente rotos enfrentados a situaciones límite.

Todo esto aunado, por supuesto, a un extraordinario uso de soundtracks que en más de una ocasión han trascendido el celuloide para convertirse en auténticos referentes musicales de una época. Un Oscar por Mejor banda sonora y otro por Mejor canción original, en 2008, tendrían que bastar para confirmar lo anterior pero sin duda, los momentos favoritos de muchos, incluido quien esto escribe, son el buceo de Renton en un mar de mierda mientras suena “Deep blue”, de Brian Eno; la frenética persecución policíaca con “Lust for life”, de Iggy Pop, de fondo y la sobredosis de heroína del mismo Renton, a ritmo de “Perfect day”, del enorme Lou Reed, en Trainspotting. Ejemplos quintaesenciales del uso de la música como un elemento narrativo más del cine.

Éxtasis por sorbos

en una pocilga londinense

Si bien nuestro pasado no nos define, sí nos construye. Somos la suma de todos los días que ya se acabaron, de nuestras derrotas y victorias. De los recuerdos que nos hacen resoplar poquito mientras sonreímos. Somos también eso que nos urge olvidar.

TXT:: Rocío Valdez

Arrancaba el año en el que Peña Nieto sería presidente y Jenni Rivera fallecería en un trágico accidente aéreo. Yo, con la preparatoria apenas terminada, las maletas cargadas de ropa térmica y toda la inocencia (era más bien ignorancia, pero le cambié el nombre para no ser tan dura conmigo misma, ¿ok?) que puede caber en una adolescente sobreprotegida, abordé un avión con destino a Inglaterra. En cuestión de horas, cambié el hogar católico y conservador en el que había pasado 19 años, por una libertad casi absoluta.

A los pocos días, muy a pesar de mi despiste, todo comenzó a volverse familiar, empecé a entender cómo funcionaba el metro, dónde había comida al alcance de mi presupuesto y cómo vivir con 10 roomies en un piso para tres personas. Después de perder mil batallas intentando hacerle entender a esa decena que no todo lo que es cóncavo es cenicero, tuve que asimilar que viviría en una pocilga los siguientes meses de mi vida.

Recuerdo las calles de Londres grises y húmedas, limpias y simétricas. El underground rápido, ruidoso y confuso. A pesar de tener los pies helados, disfrutaba salir a pasear por las mojadas calles británicas. Siempre estaba sola, mis horarios eran los únicos que empataban con los del resto del país. Mis amigos dormían de día porque las noches estaban destinadas a la fiesta y los estimulantes.

Al principio estaba negada drogarme. Nunca antes había visto un porro y de pronto tenía frente a mí un coctel de estimulantes fuertes de verdad. Parece tonto, pero fue realmente complicado asimilarlo. Al pasar las semanas y ver que en mis compañeros de cuarto no se notaban consecuencias graves tras el consumo, el prejuicio se me deslavó un poquito y le abrió el camino el curioseo.

Mi estancia en Londres tenía, de entrada, un objetivo: ahorrar hasta el último centavo para poder conocer tantos países europeos como pudiera. Por eso comprar drogas era como desviarme de mi meta. Así pasaron varias semanas, pero entre la presión social y la curiosidad, sucumbí.

La primera vez que probé el éxtasis tenía muchísimo miedo. Envalentonada por mis amigos, tomé una botella de agua, vacié el contenido de la bolsita y bebí hasta la última gota. Al cabo de media hora comencé a sentir algo muy suave en la parte superior de la espalda, tardé en entender que era mi cabello rozándome la piel. Era como si decenas de plumas estuvieran subiendo y bajando por mi cuerpo. Y a partir de ese momento cerré los ojos. Empecé a sentir la frecuencia de hondas de la música vibrar bajo mis pies.

Entré en trance y fue como si todo lo que estaba a mi alrededor hubiera desaparecido; sólo estábamos la música y yo. Segundos después, apenas yo. Mi mente, sin que yo le diera instrucciones, pensó en las personas que más quiero y lo agradecida que estaba con ellas. También pensé en la comida que me gustaba, en mis lugares favoritos y en mis momentos más felices. En fin, fue un viaje a todos mis happy places.

Cuando sentía que me estaba despegando mucho de la realidad, abría los ojos y me obligaba a estar en el presente. Entonces veía a mis amigos, sudados hasta los codos, brincando, abrazándose. Yo no deseaba compartir mis pensamientos con nadie, y mucho menos bailar como si mañana se terminara el mundo. Estaba en una especie de meditación y sólo quería volver ella.

El mundo está lleno de drogas: el porno, los cigarros, el alcohol, el azúcar… La situación legal de cada producto es la que dicta si es socialmente aceptable o no. Y no creo que esta dinámica nos esté funcionando como sociedad. No creería que generarle miedo a las drogas sea la manera de tratar el tema.

Yo creo que nuestro cuerpo es nuestra herramienta de vida y tenemos que cuidarla; tomar agua, procurar alimentos no procesados, estirar, hacer ejercicio y dormir. Pero también creo que hay que sacarle provecho al cuerpo, porque hay más de una manera de conocer la realidad. Antes de tomar cualquier decisión, recomendaría conocernos a nosotros mismos e identificar qué es lo que nos lleva a consumir.

La opinión que no me pidieron es ésta: hacerlo siempre en confianza, con precaución y mucho cuidado. Invariablemente cuando intentamos algo nuevo nos conocemos más. Y reconocernos a nosotros mismos es darnos fuerza, autenticidad y seguridad. Nos hacemos mejores, más conscientes, más nosotros.

Gracias a Londres entendí que mi visión del mundo era muy pequeña y que, a pesar de todo aquello que desconocía, los juicios que emitiría a partir de ese momento serían solamente míos. Mientras escribo esto me doy cuenta de que, justo ahí, comencé a desaprender.

Nuestro pasado nos construye, es lo que nos trajo hasta dónde estamos hoy. Y hoy, justo ahora, en estos momentos, estamos decidiendo cómo enfrentaremos los días que están por venir.

TXT:: Oscar G. Hernández

Es Posy Simmonds una autora esencial si de inglesas se habla. Prolífica, con una producción que data desde los años 70, a pesar de su largo trayecto fue hasta finales de la década pasada que el mundo descubrió a una narradora gráfica que ha publicado en diversos e importantes medios británicos. Sus primeros cartones aparecieron en 1969 para The Sun, aunque pasaría por The Times y Cosmopolitan para finalmente quedarse en The Guardian por ya casi 50 años.

Gracias al creciente impulso de dar valor a la obra de las mujeres artistas, su figura se ha convertido en referente y símbolo para las autoras de cómic alrededor del mundo. La narrativa gráfica de Simmonds es de una sátira más que elegante, gestada a través de sus tiras en la prensa. Su práctica la llevo a desarrollar una enorme capacidad de síntesis y observación para, en apenas unas cuantas viñetas, colocar pensamientos y críticas agudas respecto a la sociedad de clase media británica que tan bien conoció.

Sin embargo, Posy expandiría su trabajo más allá del comic strip para llevarlo a diversos libros (algunos infantiles), e incluso una de sus obras sería adaptada al cine de animación para ser nominada a los premios Oscar. En 1999 apareció su primera novela gráfica, Gemma Bovary, con la cual adquirió visibilidad internacional; aunque fue con su siguiente novela de largo aliento, titulada Tamara Drewe, con la que finalmente obtuvo el aplauso global, pues la obra fue llevada al cine para no sólo ganar diversos e importantes premios, sino para que su autora fuese llamada por la reina Elizabeth II y así ser nombrada, nada menos, Member of the Order of the Bristish Empire.

En realidad la figura de Simmonds se ha convertido poco a poco en un referente de la resistencia femenina debido no únicamente a su manera de retratar la sociedad clasemediera, sino a que en dicha fotografía muestra un ambiente regido por el yugo masculino. Con el paso de los años, el descubrimiento de sus piezas por parte de nuevas generaciones ha hecho que sus comics strips sean compartidos en redes para de esa manera señalar cómo muchas problemáticas sobre el machismo han sido abordadas por la inglesa desde hace muchas décadas.

Respecto a Tamara Drewe, ahí encontramos una estructura de novela gráfica que amplifica las fórmulas utilizadas en su obra anterior, entre las cuales encontramos los globos de pensamiento traslados a narrativas en viñetas dentro de viñetas; un recurso que causa un efecto espejo de escenas únicas. Simmonds sabe que el cómic no sólo se reduce al dibujo, de modo que no titubea cuando utiliza cientos de caracteres para crear textos que se integran a páginas cargadas de paneles para de esa manera jugar con el ritmo de lectura y contribuir a la explosión gradual del relato. En este caso en particular, el cuidado de la narrativa en cada capítulo es meticuloso debido a que, de inicio, era una serie para The Guardian .

La maestría que la firmante ha obtenido con su trazo a lo largo de los años le confiere un toque clásico que, trasladado a estilos contemporáneos, consigue que el lector que se acerque a su obra perciba una extraña pero agradable confusión. Esto es particularmente visible en Tamara Drewe, donde se esboza contundentemente el mundo literario inglés, con la vida de burgueses bohemios donde escritores, periodistas y académicos retirados en hermosas casas de campo romantizan la tarea de escribir.

Es así como la autora contrasta aquel mundo de alta cultura con el de la vida campirana, a través de las vacas, los huertos, la rutina y el aburrimiento de los nacidos y crecidos en el campo. De este modo construye una trama, a partir de dichos elementos demuestra que al final los humanos son sólo eso, seres que viven llenos de engaños, ansiedades y pasiones, independientemente de que sean muy letrados, muy famosos o muy ricos. La dibujante conoce la profundidad de los mass media, domina a la perfección sus efectos y comportamientos, de ahí que los cruce con la tragedia de lo que a primera vista parecería una vida placentera a la hora del retiro.

En Tamara Drewe las protagonistas logran reconciliarse gracias a una identidad que les une más allá de la tragedia, del engaño y del dolor. Finalmente hablamos de la clase de libros que logran una sensación de paz verdadera, de los que dejan claro que los avatares de la vida cotidiana siempre terminarán por pasar, por alejarse. Posy Simmonds, a sus 74 años de edad, se ha convertido en una de las firmas más importantes del noveno arte, y ha inspirado a muchas autoras a seguir su camino.

Artista por la FAD con estudios en Diseño de Experiencias Editoriales, coordinó Casa Galería y dirigió el área de vinculación educativa en TACO A.C. Es fundadora de Atópica Editorial, en donde edita libros, fanzines y el Almanaque de Narrativa Gráfica MX. Actualmente trabaja en una novela gráfica experimental sobre muerte e introspección.

Instagram: @anahi_h_galaviz18 @atopica_editorial @alamanaque_ngm

20

...ya casi es el cumple

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