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CENTRAL

TXT:: Alejandro González Castillo FOT:: Alasdair McLellan

“Sin duda, absoluta y defi nitivamente, la más grande banda de rock & roll”. Así lo dijo el mismísimo Iggy Pop en su programa de radio para la BBC, refi riéndose, por supuesto, a Sleaford Mods. Y claro, el señor puede decir lo que se le venga en gana, aunque habría que subrayar un detalle al respecto: el dúo de marras no hace rock. O, un segundo, ¿será que sí? ¿Acaso con ese par de ingleses el cliché de que el rock es, antes y después de todo, una actitud, alcanza su justa dimensión? De ese grado es la importancia de lo que Jason Williamson y Andrew Fearn hacen, ahí la clase de discusiones que a su alrededor se generan: ¿Es que en pleno siglo XXI podemos seguir hablando de rock?

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Sí, sí es posible. Basta ver una de las múltiples presentaciones que en la red existen de estos mods de Sleaford para certifi carlo. De entrada se echa la cabeza hacia atrás. Porque uno se encuentra con dos tipos abrevando de los modos del hip hop sin en realidad aprovecharlos del todo. Es decir, se conservan las formas clásicas, un MC acompañado de una suerte de DJ; aunque sin tornamesas ni manoteos a la vista. La de la pareja es una lectura libre, desparpajada, de lo escrito por Public Enemy y Wu-Tang Clan, por mencionar dos nombres; pero sin ánimo alguno de imitar con descaro, sino de ejercer una apropiación respetuosa. De alguna forma es así como se encuentra cierto seguimiento a lo que los Yardbirds o los Rolling Stones hicieron tras escuchar a Muddy Waters o Sonny Boy Williamson II hace décadas.

Acompañado apenas de una laptop, Andrew suele salir a escena cargando un trago para dedicarse a beber y presionar stop y play a las pistas que en su computadora guarda, todo mientras se balancea con las manos en los bolsillos y su nuca se tensa a cada golpe de tambor. Las suyas son bases rítmicas, fundamentalmente, acompañadas de pronto por alguna armonía o melodía primitivas. Lo-fi dirían algunos. Pareciera que las únicas herramientas que Fearn poseyera fuesen una caja de galletas, un juego de palillos chinos, un teclado portatil de los años ochenta y un bajo destartalado. Lo esencial para que den ganas de agarrarse a codazos apenas nace el primer compás.

Por su lado, Jason empuña el micrófono para en él descargar todas las frustraciones que ha ido acumulando desde los días en que trabajaba en un matadero de pollos. Con la extremidad que le queda libre, se aplica a sí mismo manita de puerco para después sacudirse la caspa de la nuca y cersiorarse de que sus fosas nasales sigan en su lugar. Su pulso es frenético, pareciera que le resulta complicado contener sus temblores mientras las venas del cuello se le hinchan y el verbo fl uye agreste. Podría decirse que John Lydon y su PiL encuentran en Williamson un digno sucesor; sin embargo muy probablemente tanto el de la anarquía en Reino Unido como el de “Moptop” recularían al escuchar esto. Punkarras, después de todo.

Porque si algo sudan los Sleaford Mods, más allá de esa especie de rap clorado, es espíritu punk. Polémico es su discurso disidente, crítico con el sistema político que padecen y el nacionalismo como paliativo ante la podredumbre social. No se trata de verborrea lo que expelen, sin embargo. Jason no es el clásico nene de mejillas rosadas que le juega al héroe de la clase trabajadora; sabe de primera mano lo que es curtirse las manos en jornadas laborales abusivas. Además, se supo marginado desde muy joven, manipulado por un entorno que, escondiendo la mano, lo empujaba a la inacción. Por fortuna, desde temprano la música cobró un papel determinante en la vida de quien jamás bajó los brazos hasta alcanzar sus objetivos. The Stones Roses serían fundamentales en tal consumación, y eso es imperioso apuntarlo.

Para llegar a la meta, Jason laboró preparando comida rápida y también como guardia de seguridad. Entendió lo que era rajarse la espalda trabajando ocho horas seguidas luego de ser expulsado de la escuela al ser atrapado en los sanitarios, haciéndole un piercing a un compañero. Intentó ser actor y terminó comprándose una guitarra para mudarse de Grantham, Lincolnshire, a Londres, donde viviría en tiempo real la escalada del britpop. Inmerso en un ambiente de pasarela e incapacitado para pagar las altas rentas, cambió de residencia; en Nottingham colaboró con Spiritualized y Bent para en 2006, por fi n, darle vida a Sleaford Mods. Tres años más tarde conocería a Andrew y 12 meses después se aliarian para patentar el sonido y actitud que hoy los defi ne.

Pese a su pinta desgarbada, de buscapleitos insasiable, Jason asume que acaso dos veces se ha visto obligado a usar los puños para defenderse. En realidad, sus palabras son como nudillos. Y con eso le ha bastado hasta ahora para amansar hocicos. Al otro lado de la pantalla, ocasionalmente soba sus armas de combate mientras cuenta lo complicado que le resultó vivir la separación de sus padres y lo iluso que fue al creer que en el mundo de la música la disciplina podía ausentarse. Sobrio, directo, cómodo en la estancia de su hogar en Nottingham, comenta que afuera la nieve doma el paisaje mientras habla del más reciente álbum que al lado de su compañero ha editado, Spare ribs, una obra ciertamente carnosa si se le compara con lo pegado al hueso que estuvo lo previo (English tapas, por ejemplo) y en donde incluso comparte voces con un par de féminas: Billy Nomates y Amy Taylor.

¿Cómo se compone tu dieta musical básica, Jason?

The Jam, The Sex Pistols, Public Enemy, The Stone Roses, LL Cool J y todo lo que tenga que ver con Motown. Ah, y The Meteors.

¿Qué tan importante es el punk hoy día en tu vida?

Cuando tenía 10 u once años de edad el punk fue importante, totalmente. Digamos que fui un punk entonces. Pero luego vino la onda mod y su música, después el Motown y más tarde el hip hop llegó a mí, cuando andaba por los 16 años de edad. Y soy una mezcla de todo eso, fi nalmente.

Pese a no usar el atuendo clásico, ¿te asumirías como un mod?

No me considero un mod, no del todo; aunque sigue gustándome lo que tenga qué ver con el tema. A veces me arreglo así, como dices, estilo clásico; tomo algunos elementos, mejor dicho. Sigo comprando ropa del estilo y me gusta vestirme correctamente, pero no me llamaría mí mismo un mod.

Se te relaciona constantemente con la palabra punk. ¿Halago o molestia?

Es un halago que me relacionen con la fi losofía punk, totalmente. Porque me sigue gustando el punk, por supuesto. No es que escuche demasiado de él últimamente, pero cuando lo hago vaya que lo disfruto. En realidad trato de cambiar constantemente, atender cosas nuevas, de lo contrario empiezo a aburrirme.

ES TAREA COMPLICADA TRADUCIR EN PALABRAS LAS SENSACIONES QUE LA MÚSICA GENERA. VERBALIZAR LA EXPERIENCIA AUDITIVA, CONSTRUIR ESCENAS PARA COMUNICAR LA BASTEDAD SONORA, NO ES SIMPLE. CON TALES INTENCIONES, EN EL CAMINO SE HAN COMETIDO DESPROPÓSITOS CON REGULAR FRECUENCIA. AQUÍ UNO RESPECTO A LO QUE HACEN LOS SLEAFORD MODS APENAS ENCIENDEN SU LAPTOP Y ACTIVAN EL MICRÓFONO: SUENAN COMO SI UN TORNILLO OXIDADO TE TREPANARA EL CRÁNEO. EL INTENTO SE HACE: ADVERTIR QUE LA MÚSICA QUE JASON WILLIAMSON Y ANDREW FEARN PROCURAN JAMÁS AMENAZA; VA DIRECTO A LA ACCIÓN.

PALABRAS COMO NUDILLOS

Ese detalle se nota en el nuevo disco de Sleaford Mods, Spare ribs. Un álbum introspectivo y acolchado si se le compara con sus predecesores.

Sí, se trata de un disco introspectivo. Está muy enfocado en retratar el modo en el que me sentía cuando era niño, además de dejar claro cómo he ido reaccionando actualmente ante la pandemia. En ese sentido, particularmente me he sentido en muchas ocasiones triste, y esto ha sido producto de una sensación de impotencia, eso creo. Aunque fundamentalmente he tenido que cargar con mucha frustración y también con coraje, desde siempre. Ahora todo es demasiado, con esto del virus. Vivo en un estado de confusión. Y así suena este disco. Espero que al escucharlo algunas personas se sientan mejor porque hicimos este álbum como los anteriores: lo mejor que pudimos. Ojala la gente lo sienta así.

Evidentemente el coraje es una fuente de inspiración fundamental para ti, ¿no se te da escribir cuando te sientes pleno, feliz?

Sí. La mayoría de las veces escribo cuando me siento enojado. Y aunque también busco espacio cuando quiero divertirme, reírme haciendo bromas, me parece que al crear canciones sobre cosas positivas podría conformarse una especie de falacia; es decir, el optimismo, para mí, difícilmente podría considerarse un reflejo certero de la realidad. Con la rabia y la confusión es distinto. Así me la vivo, fundamentalmente. Frustrado y confundido. Impotente. Es la clase de cosas de las que he hablado desde que salió el primer álbum de Sleaford Mods, y honestamente no creo que eso vaya a cambiar.

¿Consideras a la creación musical como un acto político?

No sé si sea un acto político lo que hago. Para algunos podría parecerlo, aunque para otros no. Además, aunque hay quienes intentan hacer de sus canciones un manifiesto político, regularmente no consiguen conectar con la esencia del asunto. Porque varios lo hacen por pose, dicen algo cuando están en el estrado pero al darse la vuelta incluso sostienen una buena relación con la misma clase política que critican. En mi caso, sólo soy un ser humano que está al tanto de los mensajes que todos recibimos, y al escucharlos no tengo otra opción que dejar salir lo que pienso al respecto. En realidad todo lo que hacemos es un acto político, sólo hay diferentes niveles para conectarnos con la realidad que vivimos. Generalmente no concuerdo con quienes arrojan un manifiesto político con su música, pero, como te contaba, hay niveles.

Hay niveles, cierto. Cada determinado tiempo, por ejemplo, la gente argumenta que un nuevo Joe Strummer anda por las calles invitando a la rebelión y que con él el punk retomara la ruta.

A cada rato la gente habla de que un nuevo Joe Strummer ha nacido, es verdad. Llegan a hartar, a mí me cansan. Son pendejadas. O sea, no habrá otro The Clash ni existirá otro Joe Strummer. Joe está muerto, y ya. No, no, no. Por favor, ni digan más idioteces.

¿Para compenetrarse con Sleaford Mods es determinante entender con cabalidad tu discurso? ¿De qué manera el público mexicano podría conectar con tu temario a sabiendas de que el idioma significa una barrera?

Hay muchas formas de conectar con la gente. Hablando de nuestra música, existe el ritmo, la emoción, la voz. Y el performance. Nuestra música ya conectaba con la gente incluso antes de que la interpretáramos en inglés. Lo que hacemos es accesible, en realidad; no importa tanto que no se comprenda lo que estoy diciendo. Como seres humanos podemos conectarnos de manera universal con ciertos elementos. Si nos escuchas y te dan ganas de bailar, con eso basta para generar un grado de conexión muy profundo. Definitivamente.

La relación que mantienes con Andrew en escena es fría. Cuesta trabajo intuir si son amigos o compañeros de trabajo, o ni siquiera eso.

Es un poco loco lo que hacemos en el escenario, ¿verdad? Pero funciona. Si lo escribieras, en el papel no funcionaría, pero en la realidad sí. En la práctica es otra cosa. Andrew y yo trabajamos juntos y al mismo tiempo somos amigos. Las dos cosas. Lo importante aquí es que tenemos claro qué tipo de relación sostenemos. Es decir, finalmente tenemos un trabajo, un trabajo donde nos dedicamos a hacer música y sabemos qué es lo que cada quien tiene qué hacer para que las cosas sigan funcionando.

Llama la atención que eludes todos los clichés a los que los MC´s estadounidenses recurren. No manoteas como ellos, para empezar.

Eludo esos clichés. Aunque las aprecio, esas prácticas. Sin embargo es algo que no podría reproducir, porque sería deshonesto. Yo no pertenezco a esa cultura, a esa comunidad, ¿me entiendes? Sería forzado pretender hacer algo así, no me saldría de forma natural.

Uno de los puntos más altos a nivel mediático para la música inglesa fue el britpop. A la distancia, ¿qué opinas de todo lo que ello significó?

Fue lamentable. Todo eso fue muy malo para el país. Mientras duró, no sé, alrededor de diez años, la gente se la vivió buscando en el pasado cuando había que mirar hacia el futuro. Un sinsentido patriótico es lo que pasamos, algo que prevalece todavía. Un montón de clichés y estereotipos que siguen sosteniéndose. Todos esos fueron músicos que lograron proyectar cierta identidad de la clase obrera en su música, pero en realidad no pertenecían a ella. Todo ese nacionalismo amañado me recordaba los museos. Así era aquello, como ir al museo.

En ese sentido, ¿lo que hace Sleaford Mods pretende operar como contrapeso?

Nosotros nada más hacemos lo que tenemos que hacer. No pretendemos hacer ninguna clase de contrapeso. Pero al final soy inglés, y no me veo reflejado en muchas de las cosas que ocurren a mi alrededor.

No te enorgullece ser inglés.

Para nada me enorgullece. Ese tipo de identidad no me dice nada. Nuestra reputación está por los suelos y nuestro pasado lo avala. Somos una nación corrupta. La verdad es que me apena ser inglés.

Para acabar, ¿algo qué decir sobre Idles, tus paisanos?

Sin comentarios (se pasa el índice por el cuello, como si fuese una navaja).

TXT:: Aarón Enríquez

En la primera década del nuevo milenio, el disco al que correspondió cambiar dramáticamente el juego del hip hop inglés fue Original pirate material (Locked On Records, 2002), la primera placa de The Streets, proyecto musical de Mike Skinner, hoy convertido en ícono generacional. La llegada de este trabajo y su trascendencia en la línea del tiempo de la música popular británica es un tema que se sigue estudiando, principalmente por el aporte que éste tuvo para la evolución del UK garage, el género que dominaba las pistas de baile y la escena raver de Inglaterra en ese momento y que ha servido de base para la creación de dos de los ritmos que han controlado la música electrónica y el, hoy en día, infl uyente rap inglés en los últimos tiempos: el dubstepy el grime. “You rain down curses, but I’m waving your hearses / Driving by streets riding high with the beats in the sky / All stare, eyes glazed, garage burnt down”, rapea premonitoriamente Skinner en “Turn the page”, track con el que abre el disco.

Hasta ese momento nada era tan inglés en el escenario del rap británico como lo fueron esos primeros versos de Skinner. Su forma de entregar rimas se alejó inmediatamente de las formas copiadas del rap estadounidense y lo llevaron al patio trasero de la working class británica de la época. Su intención era clara: acabar con todo lo que se había convertido el UK garage, el bluff, el tufo aspiracional y la pose que estaba pululando en las pistas de baile a principios del nuevo milenio, para regresar la música a la calle. Con tal de lograrlo, Skinner usó todas sus habilidades. Una infl uencia innegablemente punk y un humor cínico que aprovechaba magistralmente para hablar de las cosas con las que cualquier joven de clase trabajadora en Inglaterra podía identifi carse: alcohol, relaciones amorosas fallidas, videojuegos, pubs, sexo, drogas y programas sociales para desempleados. Un retrato ligero, ingenioso y musicalmente visionario del Reino Unido de principios de los dosmiles.

Por su parte, Tyron Frampton, artísticamente llamado Slowthai, cayó al escenario musical de Inglaterra en un momento particularmente interesante, con el rap siendo visiblemente dominado por el grime. Su primer golpe fue certero, con una claridad que de inmediato colocó el foco en su persona: el álbum Nothing great about Britain, (Method, 2019). Un concentrado de canciones que relata la visión de un joven originario de Northampton, una ciudad pequeña al norte de Londres en donde nunca pasa nada, excepto la vida misma. En dicho disco, Slowthai parece haber aprendido muy bien la lección que le regalara Mike Skinner 17 años atrás; hablarle a los ojos a una generación extraviada en el mar de propuestas que le llegaban como sugerencias de la semana en Spotify.

A un año de que diera inicio la pandemia y con el contexto social y político de Inglaterra de ese momento, el de Northampton supo identifi car a sus enemigos (principalmente a Boris Johnson, primer ministro inglés), asumió el enojo que crecía cada vez más sobre su vientre y escupió contra todos. Habló así desde la entraña de su miserable vida sobre la ausencia de futuro, sus depresiones y el incesable uso de sustancias para calmar su ansiedad y olvidar la mierda del mundo. Salvaje, desenfadado y espontáneo, ese debut discográfi co tiene al grime como uno de sus ejes; no se sostiene solamente sobre él. En realidad el juego de ritmos, el hardcore, el punk y el desenfreno en los beats van más allá dentro del espectro de los sonidos que se repiten en la escena del hip hop británico.

CADA DETERMINADO TIEMPO SURGE UN ÁLBUM QUE DINAMITA EL ESCENARIO MUSICAL DEL REINO UNIDO Y SE CONVIERTE EN LA VOZ QUE REPRESENTA A TODA UNA GENERACIÓN. DESDE EL SURGIMIENTO DE LOS BEATLES, TODO INDICA QUE ESE CICLO ESTÁ DESTINADO A REPETIRSE HASTA EL FINAL DE LOS TIEMPOS ALLÁ, EN LA MECA DE LA MÚSICA POPULAR. TYRON KAYMONE FRAMPTON, MEJOR CONOCIDO COMO SLOWTHAI, FORMA PARTE DE ESA ÉLITE DE EXPLOSIVOS CREADORES.

Nothing great about Britain se convirtió en un clásico instantáneo principalmente porque habla auténticamente con el lenguaje que necesita escuchar esta generación. Relata todo el peso que tiene la política y el momento social actual en Gran Bretaña, sin mayores pretensiones. Es lo que es, no más. Y es justamente por ese halo de autenticidad que Frampton rompe con el momento actual de la música en Inglaterra, sobresaturada de grime.

La gran joya del rap inglés ha pasado por varios momentos en su línea de tiempo evolutiva. La infl uencia del UK garage, el r&b, el dancehall y otros, lo llevaron a ser el más puro refl ejo de lo que sucedía al interior de los barrios pobres de Londres. La vida de la calle mezclada con el complejo desarrollo interracial en la sociedad británica de la época moderna. Un sonido sórdido y oscuro que poco a poco fue ganando terreno lejos de la marginalidad. Desde Dizzee Rascal y Kano, hasta Skepta, Boy Better Know, Devlin y Stormzy, el grime, como sucede con todos los ritmos que transforman el mundo, ha abandonado su marginalidad para convertirse en el que domina las listas de reproducción. Hoy es el dueño de la pista de baile. Eso lo centra en la discusión eterna de la pérdida de autenticidad. Aunque ese tema es para otra entrega.

El multi nominado primer álbum de Slowthai (no ganó el Mercury Prize porque se lo llevó el Psychodrama de Dave), lo colocó no solamente en el ojo de la industria, sino en la maraña de opiniones que desatan las redes sociales. Por un lado Skepta lo adoptó como hermano menor y le llegaron invitaciones para colaborar con Damon Albarn (Gorillaz); pero también salió en el disco de Tyler The Creator y se empezó a juntar con gente como A$AP Rocky, un monstruo del rap estadounidense. Todo desencadenó en un desafortunado zafarrancho en los NME Awards, en donde el abuso de sustancias y su actitud punk lo llevaron a retar a golpes a uno de los asistentes en primera fi la y a tener una especie de sketch de mal gusto con la presentadora y comediante Katherine Ryan. Fin del episodio dos. Bienvenido a la era de la cancelación.

Tyron es el nombre del recién estrenado nuevo álbum de Slowthai. Un trabajo dividido en dos partes que tiene nombres como Kenny Beats, Kwes Darko, Mount Kimbie, JD. Reid, Kelvin Krash y el propio Tyron como productores. Hay colaboraciones con Denzel Curry, A$AP Rocky, el mismo Skepta y Mount Kimbie. Fue hecho, claro, durante la pandemia, después de que Slowthai estuviera en la tormenta de las redes por su presentación en los NME Awards. Es un álbum contrario a su debut, pues en aquél su mirada estaba fuera del mundo; en esta ocasión se mira hacia dentro. Los resultados posiblemente no alcancen las proporciones de su predecesor, sin embargo, en Tyron hay una exploración que marca al artista. Es un álbum cuya esencia musical es grime por los tiempos en los que está hecho, pero que explora mucho más allá. Hay trap sombrío, quizá por la presencia de A$AP Rocky; hay hardcore, hay punk y también beats suaves, casi baladas.

Encima de todo, la nueva entrega de Slowthai posee una urgencia por decir las cosas con simpleza, sin capas. Y justo es eso lo que Frampton comparte directamente con Mike Skinner. Probablemente no tenga la intención consciente de llevar al grime a otra escala, como en su momento lo hizo Skinner con el UK garage, pero lo está logrando y eso ya es mucho decir.

Esos jodidos británicos

(o cómo aprendí a dejar de preocuparme para admitir que amo el pop británico)

El otro día hice un inventario. Discos tengo, muchos. ¿Emepetrés? Gigas y gigas de archivos; así soy, qué le vamos a hacer. Casetes, cedés. No cuento el streaming aquí porque no sé cómo inventariarlo, tampoco es que sea tan esnob. Eso creo. Pero divago. La intención era comprobarme que no era un anglófilo ni nada parecido. ¡Gran fracaso! Aunque no fue sorprendente: tengo y escucho una cantidad desproporcionada de música británica.

TXT:: Esteban Cisneros

¿Qué hay en el pop de la Gran Bretaña (del Reino Unido todo) que me ha llamado tanto? ¿Por qué lo considero bueno, imprescindible incluso? Aventuraré algunas hipótesis al calor -o, mejor dicho, al necesarísimo fresco- de una Newcastle Brown Ale o dos. Lo que sigue es completamente empírico, una especie de divertimento en solitario porque seguimos confinados. De otro modo, habría sido un feliz tema de cogorza de sábado por la noche con amigos, con música sonando feroz. Vamos allá.

Mi fascinación por lo británico comienza, sin discusión, con los Beatles. Mi primera experiencia musical cambiavidas fue escuchándolos, asombrado, dándome cuenta por vez primera (y sin saber ponerlo en palabras) del concepto posibilidad. Y, por supuesto, uno va a aprendiéndose la cantaleta: esos ingleses de Liverpool. Ya luego te das cuenta de que los Beatles sólo tenían un verdadero englishman: Harrison. ¿Los otros? Lennon, McCartney, Starkey: nombres irlandeses. Es una cuestión de todo un reino, no de un país.

También cuenta que mi educación en la apreciación musical comenzó en la segunda mitad de los años 90 del siglo pasado. Soy viejo. ¿Qué con eso? En todos lados se hablaba de britpop, de las antologías de los Beatles, de las escandalosas películas de drogotas escoceses. Reader’s Digest vendía colecciones de CD’s de la invasión británica y la MTV destacaba la inglesidad del momento, en contraste con la gallarda mugre de Seattle de unos años atrás. En los casetes que grababa de la radio o de la tele en VHS, había un exceso de Oasis y Blur, un mucho de Spice Girls y Rolling Stones, bastante de Pulp y Fatboy Slim, y hasta alcanzaba para un poco de Elastica y Supergrass.

No era difícil convencerse de que había algo en las islas aquellas, ¿o sí? Pero, más allá de la propaganda imperial y de que esos ingleses conocen al dedillo los tejemanejes de la hegemonía (son conquistadores de prosapia, lo dice la Historia), ¿qué hay en el pop británico -por ponerle un nombre, aunque excluya a una isla con él- que resulta tan atractivo? Hay en lo británico una usanza de romantizar; allá les encanta mirarse al espejo y exagerar hazañas, contar historias y vestirse. Disfrazarse. La excentricidad no sólo está permitida, es incentivada. Han sabido convertirse en un estereotipo positivo -¿para tapar, tal vez, los defectos?- y les hemos comprado el kit completo. Su preocupación por la est ética (acaso milenaria) los pone en un lugar especial en el pop, el gran fenómeno de la inmediatez, porque las apariencias son todo. Y no se trata -al menos no solamente- de engañar, sino de cautivar para después hacer llegar el mensaje. Para un chaval suburbano en un mundo gris, esto era total.

Con todo, son profundamente tradicionales; supongo que es parte de su educación o de su carácter o de la configuración de sus ciudades y sociedades. De ahí que también el clasismo sea tremendo y que muchos otros vicios se manifiesten como caránganos. Es una contradicción que, sin embargo, parece reconciliarse en la música. La tradición les permite tener una raíz, un punto de fuga; se expanden en la experimentación, pero tienen un centro gravitacional al que obedecen. ¿Es parte de su carácter insular? Y ya que estamos en los dominios de la geografía, no ignoremos que se encuentran de paso entre Europa continental y América, rodeados de esos océanos que han servido de tinta para la Historia.

Su instinto (¿imperial, de nuevo?) les hace tomar lo mejor de otros lados. Y es que, a pesar de todo, la Gran Bretaña es multicultural y, al menos hasta los últimos exabruptos políticos, daba la impresión de que se reconocía como tal. La negritud que entró por sus puertos, por importaciones o inmigración, se hizo parte de su sangre: las músicas del siglo XX surgen a partir de estos cruces. La sangre esclava venció, de cierta forma, y fue inevitable adoptar sus cadencias.

Sigamos centrándonos en la era pop. Comenzó con una economía de posguerra que a los ingleses favoreció y que, a pesar de los tambaleos del siglo, se mantuvo. Es un reino que conoce el valor de los bienes culturales; no es coincidencia que los políticos se hayan acercado (ventajosamente) a los músicos. ¿Dos ejemplos? Harold Wilson en los años 60 y Tony Blair en los 90. No me extenderé mucho aquí, pero dejo el tema sobre la mesa.

Los británicos saben que hay una cierta seguridad en la creación. El músico se tiene confianza. Brinca con red, siempre, hasta en los casos en apariencia más extremos. Hay todo un aparato que se construyó a través de los años, con distintas injerencias, que incluye la producción, el control de calidad, la administración de talento y de recursos, la distribución, la organización… Se hace música y existen las condiciones para ello. Si le añadimos la cuestión de su clima, concluimos que resulta necesario ocuparse en algo, de preferencia bajo techo, o se morirá de aburrimiento (o de un cataclísmico resfriado). ¿Y el idioma? Se ha abierto paso como la lengua internacional y comercial. Hay que conceder que el inglés es económico, pero elocuente. O elocuente, pero económico. Y el pop lo usa con conocimiento de causa e intenta decirlo todo. ¿Cuántas veces no llenamos cuadernos o enviamos mensajes de texto con letras de canciones en inglés? Decían todo lo que no nos atrevíamos a decir. Luego hasta determinó lo que decíamos y pensábamos.

No olvidemos que las provincias (para no usar el terrible singular que se usa en México) tienen mucho juego y han logrado desarrollar sonidos propios: Merseybeat, Bristol, Madchester, Sheffield, las Midlands, Birmingham, Cambridge, Wigan… Y, claro, Escocia, que juega en una liga aparte, con su inmensa producción de música pop en cantidad y calidad. La producción de la música se descentralizó desde los años 60 y la cuestión de la identidad es esencial. ¿No es algo que nos ha obsesionado, como buenos nuevomundinos, de este lado del charco, la identidad? La definición, el decir “esto soy y así voy” y, además, crear algo con ello.

Por si fuese mucho, en esa isla se bebe y cuánto. Hay toda una cultura detrás de ello y se cuela al pop. De la desinhibición a la violencia, el bebercio británico es importante en sus procesos de creación. Es parte de su carácter. Y eso me lleva a pensar que piensan en colectivo. No es coincidencia que el reino haya dado al pop montones de grupos que cambiaron el juego. Sí, grupos. La cuestión gregaria, familiar, pandillezca.

En cada década pop han sido bien representados. Pero, para eso, primero bien distribuidos. Hay confianza en el producto de parte de todos. Y, no falta, tienen una prensa cuya tradición es larga. A medio camino entre el tabloide y el periodismo de análisis, los británicos han formado una institución que no informa nada más, sino que polemiza, ensalza, destrona, fastidia. Y que sirve de referencia para el consumidor no sólo nacional, sino de todo el mundo.

No puedo sino admitir una admiración por esa música y esa cultura. El pop de aquellas latitudes fue tan grande y dominante durante casi medio siglo y, aún hoy que parece que se redefinen los estándares de la música masiva, vive de las rentas. Cómo no. Seguro que hay más razones. Seguro, también, que he rizado el rizo con alguna. Porque, ay, tal vez es que quiero racionalizar un gusto que es, a veces, es demasiado visceral como para poder explicarlo. Y, en otras, un gusto adquirido del que es inevitable no preciarse a veces. Más después de haber gastado media vida y todo un presupuesto en esa música.

De algo estoy seguro: esta noche tengo una cita con esos discos y esas canciones. Y la voy a pasar perfecto.

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