MVN 187 - Sleaford Mods - marzo 2021

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TXT:: Alejandro González Castillo FOT:: Alasdair McLellan

CENTRAL

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“Sin duda, absoluta y definitivamente, la más grande banda de rock & roll”. Así lo dijo el mismísimo Iggy Pop en su programa de radio para la BBC, refiriéndose, por supuesto, a Sleaford Mods. Y claro, el señor puede decir lo que se le venga en gana, aunque habría que subrayar un detalle al respecto: el dúo de marras no hace rock. O, un segundo, ¿será que sí? ¿Acaso con ese par de ingleses el cliché de que el rock es, antes y después de todo, una actitud, alcanza su justa dimensión? De ese grado es la importancia de lo que Jason Williamson y Andrew Fearn hacen, ahí la clase de discusiones que a su alrededor se generan: ¿Es que en pleno siglo XXI podemos seguir hablando de rock? Sí, sí es posible. Basta ver una de las múltiples presentaciones que en la red existen de estos mods de Sleaford para certificarlo. De entrada se echa la cabeza hacia atrás. Porque uno se encuentra con dos tipos abrevando de los modos del hip hop sin en realidad aprovecharlos del todo. Es decir, se conservan las formas clásicas, un MC acompañado de una suerte de DJ; aunque sin tornamesas ni manoteos a la vista. La de la pareja es una lectura libre, desparpajada, de lo escrito por Public Enemy y Wu-Tang Clan, por mencionar dos nombres; pero sin ánimo alguno de imitar con descaro, sino de ejercer una apropiación respetuosa. De alguna forma es así como se encuentra cierto seguimiento a lo que los Yardbirds o los Rolling Stones hicieron tras escuchar a Muddy Waters o Sonny Boy Williamson II hace décadas. Acompañado apenas de una laptop, Andrew suele salir a escena cargando un trago para dedicarse a beber y presionar stop y play a las pistas que en su computadora guarda, todo mientras se balancea con las manos en los bolsillos y su nuca se tensa a cada golpe de tambor. Las suyas son bases rítmicas, fundamentalmente, acompañadas de pronto por alguna armonía o melodía primitivas. Lo-fi dirían algunos. Pareciera que las únicas herramientas que Fearn poseyera fuesen una caja de galletas, un juego de palillos chinos, un teclado portatil de los años ochenta y un bajo destartalado. Lo esencial para que den ganas de agarrarse a codazos apenas nace el primer compás. Por su lado, Jason empuña el micrófono para en él descargar todas las frustraciones que ha ido acumulando desde los días en que trabajaba en un matadero de pollos. Con la extremidad que le queda libre, se aplica a sí mismo manita de puerco para después sacudirse la caspa de la nuca y cersiorarse de que sus fosas nasales sigan en su lugar. Su pulso es frenético, pareciera que le resulta complicado contener sus temblores mientras las venas del cuello se le hinchan y el verbo fluye agreste. Podría decirse que John Lydon y su PiL encuentran en Williamson un digno sucesor; sin embargo muy probablemente tanto el de la anarquía en Reino Unido como el de “Moptop” recularían al escuchar esto. Punkarras, después de todo. Porque si algo sudan los Sleaford Mods, más allá de esa especie de rap clorado, es espíritu punk. Polémico es su discurso disidente, crítico con el sistema político que padecen y el nacionalismo como paliativo ante la podredumbre social. No se trata de verborrea lo que expelen, sin embargo. Jason no es el clásico nene de mejillas rosadas que le juega al héroe de la clase trabajadora; sabe de primera mano lo que es curtirse las manos en jornadas laborales abusivas. Además, se supo marginado desde muy joven, manipulado por un entorno que, escondiendo la mano, lo empujaba a la inacción. Por fortuna, desde tem-

prano la música cobró un papel determinante en la vida de quien jamás bajó los brazos hasta alcanzar sus objetivos. The Stones Roses serían fundamentales en tal consumación, y eso es imperioso apuntarlo. Para llegar a la meta, Jason laboró preparando comida rápida y también como guardia de seguridad. Entendió lo que era rajarse la espalda trabajando ocho horas seguidas luego de ser expulsado de la escuela al ser atrapado en los sanitarios, haciéndole un piercing a un compañero. Intentó ser actor y terminó comprándose una guitarra para mudarse de Grantham, Lincolnshire, a Londres, donde viviría en tiempo real la escalada del britpop. Inmerso en un ambiente de pasarela e incapacitado para pagar las altas rentas, cambió de residencia; en Nottingham colaboró con Spiritualized y Bent para en 2006, por fin, darle vida a Sleaford Mods. Tres años más tarde conocería a Andrew y 12 meses después se aliarian para patentar el sonido y actitud que hoy los define. Pese a su pinta desgarbada, de buscapleitos insasiable, Jason asume que acaso dos veces se ha visto obligado a usar los puños para defenderse. En realidad, sus palabras son como nudillos. Y con eso le ha bastado hasta ahora para amansar hocicos. Al otro lado de la pantalla, ocasionalmente soba sus armas de combate mientras cuenta lo complicado que le resultó vivir la separación de sus padres y lo iluso que fue al creer que en el mundo de la música la disciplina podía ausentarse. Sobrio, directo, cómodo en la estancia de su hogar en Nottingham, comenta que afuera la nieve doma el paisaje mientras habla del más reciente álbum que al lado de su compañero ha editado, Spare ribs, una obra ciertamente carnosa si se le compara con lo pegado al hueso que estuvo lo previo (English tapas, por ejemplo) y en donde incluso comparte voces con un par de féminas: Billy Nomates y Amy Taylor. ¿Cómo se compone tu dieta musical básica, Jason? The Jam, The Sex Pistols, Public Enemy, The Stone Roses, LL Cool J y todo lo que tenga que ver con Motown. Ah, y The Meteors. ¿Qué tan importante es el punk hoy día en tu vida? Cuando tenía 10 u once años de edad el punk fue importante, totalmente. Digamos que fui un punk entonces. Pero luego vino la onda mod y su música, después el Motown y más tarde el hip hop llegó a mí, cuando andaba por los 16 años de edad. Y soy una mezcla de todo eso, finalmente. Pese a no usar el atuendo clásico, ¿te asumirías como un mod? No me considero un mod, no del todo; aunque sigue gustándome lo que tenga qué ver con el tema. A veces me arreglo así, como dices, estilo clásico; tomo algunos elementos, mejor dicho. Sigo comprando ropa del estilo y me gusta vestirme correctamente, pero no me llamaría mí mismo un mod. Se te relaciona constantemente con la palabra punk. ¿Halago o molestia? Es un halago que me relacionen con la filosofía punk, totalmente. Porque me sigue gustando el punk, por supuesto. No es que escuche demasiado de él últimamente, pero cuando lo hago vaya que lo disfruto. En realidad trato de cambiar constantemente, atender cosas nuevas, de lo contrario empiezo a aburrirme.


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