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Máskara: Año 3, Número 12, Mayo 2022

Excentricidades de la historia y de la medicina (Parte II)

Oscar Vidarte Gonzales

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Cirujano General

El corazón del Libertador

Simón Bolívar falleció a los 47 años en Santa Marta, Colombia, en diciembre de 1830, luego de un accidentado viaje por el río Magdalena para llegar a Cartagena de Indias. En junio del mismo año murió asesinado el mariscal Antonio José de Sucre, de quien Bolívar había expresado: “Usted es el rival de mi gloria”, y al conocer su muerte dijo: “Se ha derramado la sangre de Abel, la bala cruel que hirió su corazón me quitó la vida”.

El deterioro de su salud lo obligó a detenerse en Santa Marta donde conoció a quien sería su médico de cabecera en sus últimos días, el colombiano educado en Francia, Alejandro Próspero Reverend. Bolívar era reticente de la medicina y de los médicos, pero estableció buenas relaciones con Reverend con quien conversaba en francés. En la Quinta de San Pedro, donde se hospedó, fue informado por su médico de la gravedad de su condición y diagnóstico: catarro pulmonar crónico y tisis tuberculosa. Prudentemente, le sugirió hacer su testamento.

En sus últimos días, Reverend invitó a las personas más cercanas al Libertador para que lo acompañen. Producido el deceso, el mismo médico hizo la autopsia y lo vistió personalmente. Los restos fueron llevados a la ciudad y luego inhumados en la Catedral de Santa Marta, en una lápida sin nombre para evitar vandalismos.

En 1842, Venezuela (la Gran Colombia se extinguió en 1831) reclamó los restos de Bolívar, los cuales fueron exhumados y enviados por barco a Venezuela. Curiosamente, Reverend había dejado una urna en la tumba con el corazón de Bolívar, pero el recipiente nunca pudo ser encontrado. A lo mejor, es una reliquia celosamente guardada en privado o sigue buscando otra batalla que enfrentar.

“Se ha derramado la sangre de Abel, la bala cruel que hirió su corazón me quitó la vida”

El pene del emperador

Napoleón Bonaparte, el pequeño corso y emperador de Francia, luego de perder en Waterloo ante la Alianza de tropas británicas, neerlandesas y alemanas, fue apresado y llevado a su segundo exilio en la isla de Santa Elena, donde vivió desde 1815 hasta 1821, año de su deceso. La autopsia fue realizada por el cirujano Francesco Antommarchi,quien le cercenó el pene y dos piezas de intestino.

El protocolo de la autopsia dice que Napoleón murió de un cáncer de estómago, diagnóstico que a lo largo del tiempo fue puesto en duda, frente a un envenenamiento lento con arsénico. A partir de acá hay varias rutas de los restos. Se dice que fueron enviados a Inglaterra, al Museo Real del Colegio de Cirujanos, pero que los segmentos de intestino se perdieron durante un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial y el pene fue puesto en subasta y adquirido por un coleccionista americano.

La otra ruta dice que el sacerdote Vignati, presente en la autopsia y enemigo de Napoleón, lo guardó,pero después pasó a las manos de un librero en Londres, y luego fue llevado a los Estados Unidos, a la casa de un coleccionista en Filadelfia, quien lo expuso en el Museo de Arte Francés, en Nueva York, hacia 1927. En 1977 fue adquirido por un coleccionista, el urólogo Dr. Lattimer, conservándolo en su casa de Nueva Jersey. El Dr. Lattimer falleció en 2007, por lo que la caja negra con la “N” en altorrelieve, que contenía el pene, quedó en propiedad de su hijo Evan, y es probable que haya pasado a manos de un coleccionista argentino.

Quienes han visto el pene dicen que no mide más de 4 centímetros y que se parece a un pequeño pescado arrugado o a un cordón de zapatos. La respuesta al tamaño la tienen la francesa nacida en Martinica, Josefina; la polaca María Walewska, o la austriaca María Luisa, pero ya no tienen nada que decirnos y es mejor que la información se mantenga en privado.

“Despedida de Napoleón a Josefina”. Laslet John Pott.

Ojos y cerebro de Mr. Albert

El genio Albert Einstein falleció en los Estados Unidos en 1955. Dos horas después de su muerte se realizó su autopsia; dos órganos, ojos y cerebro no fueron incinerados con el resto del cuerpo y quedaron en posesión de diferentes personas. Tampoco queda claro si hubo permiso del fallecido o de su familia para la extracción; parece que el hecho permaneció en secreto por muchos años.

Los ojos fueron entregados a su oftalmólogo, Henry Abrams, como un “recuerdo íntimo”, quien vivió hasta los 94 años y falleció en 2009. En una entrevista en 1994, comentó “que tener los ojos de Einstein significa que la vida del profesor no ha terminado”. Humor negro para un genio que pasó su vida mirando el universo y las estrellas.

El cerebro quedó en poder del patólogo Thomas Stoltz Harvey, quien cortó la pieza en 240 bloques, luego de tomar múltiples fotografías desde distintos ángulos.

Las partes que conservó las guardó en dos tarros de dulces durante 23 años, los cuales fueron enviados luego a la Universidad de Kansas. Esto fue redescubierto en 1978 por el periodista de la BBC, Steven Levy, quien encontró a Harvey ya anciano, de 84 años, por lo que no pudo decir de qué le sirvió mantener el cerebro en esas condiciones.

El periodista emprendió un viaje por los Estados Unidos con el taciturno Harvey (quizás frustrado con su acto inútil) y escribió un libro que llamó “Paseando con Mr. Albert”. Algunas características del cerebro (según pruebas realizadas en años tardíos) señalaron que no era más grande que un cerebro masculino promedio (pesaba 1230 gramos), que el número de células gliales por neurona eran mayores que los cerebros controles, que tenía un giro prefrontal más que las personas comunes (cuatro, y el resto tres).

Una publicación en la revista “Brain”, en 1999, informó que el lóbulo parietal inferior era más ancho y estaba mejor integrado; la autora lo llamó “un genio parietal”, parte encargada del pensamiento matemático y espacial. No obstante, también otros investigadores encontraron diferencias de mayor tamaño en otros lóbulos.

El corolario de esta historia es que, hasta el momento, nadie puede decir qué parte del cerebro activó al genio a crear la teoría de la relatividad.

De este modo, cabe aconsejar que cada uno debe cuidar su cerebro, y esperemos que no termine esparcido, neuronas al viento.

“Einstein”. Byron González (Colombia)

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