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Máskara: Año 3, Número 12, Mayo 2022
Sobre asesores y otros demonios
Aland Bisso Andrade
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Médico Internista
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), asesor es “aquel que, por razones de oficio, debe aconsejar o ilustrar con su dictamen a un juez lego”. Es probable que esta definición proceda de la palabra latina assessor, debido a que los romanos tenían mucha actividad en leyes y llamaban justamente así a la persona que se sentaba junto al juez para aconsejarlo en sus decisiones de juzgamiento o sentencia. El término assessor, a su vez, proviene de otra palabra latina: assidere, que significa asistir o ayudar. De modo que, reformulando la definición, el asesor es quien debe ayudar con su consejo no solo a un juez, como acostumbraban los romanos y que la RAE toma al pie de la letra limitando su definición en forma mezquina, sino a cualquier funcionario público o privado, quien, conociendo sus limitaciones y responsabilidades, acude a otro con mayor conocimiento y experiencia en determinado tema a fin de pulir sus conclusiones o argumentos y tomar mejores decisiones.
Puedo entender que un empresario, o un millonario que no sabe qué hacer con su dinero, tenga, con todo derecho, uno o más asesores que le permitan tomar los mejores rumbos de su aventura ya sea en marea baja o en medio de una tormenta, pero cuando el presidente de un país contrata asesores con fachada de funcionarios, el argumento se me cae debido a que cualquiera entiende que sus verdaderos asesores están en su primer ministro y su gabinete en pleno, y que, en todo caso, sean ellos quienes puedan contratar asesores técnicos a demanda. De otro lado, también es cierto que el presidente tiene derecho a tener asesores personales en áreas no cubiertas por sus ministros, llámese de imagen, comunicación, campo espiritual, asuntos conyugales o lo que quiera, pero que deberán navegar bajo su entera responsabilidad, con límites bien establecidos y sin una excesiva libertad que le permita al asesor, desde su posición, poner la mano en asuntos políticos o financieros que conlleven tentaciones de lucro bajo la mesa. No hay rey, sátrapa ni dictador que haya sobrevivido sin asesores personales. Rasputín fue el nefasto consejero del zar Nicolás II, entre muchos otros que registra la historia. José López Rega, alias El Brujo, un oscuro agente de policía dedicado a las ciencias ocultas y la magia, era uno de los mayores hombres de confianza de Juan Domingo Perón, incluso llegó a ser ministro de Bienestar Social y desde ahí organizó la Alianza Anticomunista Argentina. Erik Jan Hanussen, vidente, ocultista y astrólogo austriaco, le enseñó a Hitler técnicas de oratoria para captar la atención del público durante los actos del partido y las alocuciones radiofónicas, a cambio de mucha información privilegiada.
Es harto conocido que cuando un asesor goza de libertades con límites nebulosos, no solo llevará agua para su molino, sino que, a su vez, el presidente de turno lo utilizará para realizar funciones no escritas, colocándose ambos en una posición de poder donde, de un lado, en forma pública y con aparente transparencia, dirigen el trabajo ministerial y los destinos del país, pero por el otro, se construye un túnel paralelo oscuro e ilegal por donde discurren las acciones ocultas del presidente y su asesor de marras. Fujimori y su asesor Montesinos ilustran de manera perfecta esta apreciación. Ellos corrompieron las instituciones públicas y dejaron un forado incalculable en todo nivel. Por lo general, el asesor presidencial (o el secretario de turno) es alguien que maneja mucha información, es capaz de ver (y oír) más allá de lo evidente y es un lobbista nato. El presidente es responsable de la gente que pulula en su entorno (llámense asesores o secretarios personales) y no puede decir: “Yo no sabía”.
Fujimori y PPK (¿recuerdan al asesor Carlos Moreno en el SIS-gate?) padecieron de “asesoritis aguda”, pero tenemos el defecto de no aprender de la historia y esta se repite inmisericorde como un karma. Hace poco, el presidente Castillo fue acusado de tener un “gabinete en la sombra”. Una suerte de oscuros asesores y secretarios personales (dignos sucesores de Pacheco) a quienes la Fiscalía los ha puesto en la mira por el presunto delito de organización criminal en el interior del mismísimo palacio. Amén del despacho paralelo (y no-oficial) de la calle Sarratea, nuestro presidente se esmera por caminar en el filo del abismo. ¿Qué papel cumplen sus asesores? ¿Le dicen cómo escoger ministros investigados o con amplio prontuario policial por encima de méritos profesionales? ¿Aconsejan dar medidas populistas y alejarse de la inversión minera en una época donde el valor internacional de los minerales sube? ¿Vestir como comunista en la trasmisión de mando del nuevo presidente chileno y dejar flores en la tumba de Salvador Allende? ¿Ordenar inamovilidad en Lima y Callao el último 5 de abril por un supuesto informe de inteligencia nunca mostrado? Ahora ha vuelto a la carga con la cantaleta de la “Asamblea Constituyente”, más como maniobra distractora ante la avalancha de reclamos por los conflictos sociales y las promesas incumplidas que como objetivo político del partido ¿Será producto de los consejos de su nuevo y flamante asesor Daniel Salaverry?
Si está vigente el refrán “dime con quién andas y te diré quién eres”, tal vez los asesores que rodean a un mandatario sean peores (o más peligrosos) que él. ¿Qué crees que ocurrirá si tu asesor tiene algunos pergaminos académicos, goza de herramientas técnicas, ambiciones políticas y es un poco más inteligente que tú?
La ignorancia suele ser atrevida, pero la estupidez es letal.