Sobre asesores y otros demonios Aland Bisso Andrade Médico Internista
Rasputín, consejero del Zar Nicolás II
S
egún el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), asesor es “aquel que, por razones de oficio, debe aconsejar o ilustrar con su dictamen a un juez lego”. Es probable que esta definición proceda de la palabra latina assessor, debido a que los romanos tenían mucha actividad en leyes y llamaban justamente así a la persona que se sentaba junto al juez para aconsejarlo en sus decisiones de juzgamiento o sentencia. El término assessor, a su vez, proviene de otra palabra latina: assidere, que significa asistir o ayudar. De modo que, reformulando la definición, el asesor es quien debe ayudar con su consejo no solo a un juez, como acostumbraban los romanos y que la RAE toma al pie de la letra limitando su definición en forma mezquina, sino a cualquier funcionario público o privado, quien, co-
nociendo sus limitaciones y responsabilidades, acude a otro con mayor conocimiento y experiencia en determinado tema a fin de pulir sus conclusiones o argumentos y tomar mejores decisiones. Puedo entender que un empresario, o un millonario que no sabe qué hacer con su dinero, tenga, con todo derecho, uno o más asesores que le permitan tomar los mejores rumbos de su aventura ya sea en marea baja o en medio de una tormenta, pero cuando el presidente de un país contrata asesores con fachada de funcionarios, el argumento se me cae debido a que cualquiera entiende que sus verdaderos asesores están en su primer ministro y su gabinete en pleno, y que, en todo caso, sean ellos quienes puedan contratar asesores técnicos a demanda. De otro lado, también es cierto que el
presidente tiene derecho a tener asesores personales en áreas no cubiertas por sus ministros, llámese de imagen, comunicación, campo espiritual, asuntos conyugales o lo que quiera, pero que deberán navegar bajo su entera responsabilidad, con límites bien establecidos y sin una excesiva libertad que le permita al asesor, desde su posición, poner la mano en asuntos políticos o financieros que conlleven tentaciones de lucro bajo la mesa. No hay rey, sátrapa ni dictador que haya sobrevivido sin asesores personales. Rasputín fue el nefasto consejero del zar Nicolás II, entre muchos otros que registra la historia. José López Rega, alias El Brujo, un oscuro agente de policía dedicado a las ciencias ocultas y la magia, era uno de los mayores hombres de confianza de Juan Domingo Perón, incluso llegó a ser ministro de Bienestar So-