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Máskara: Año 3, Número 15, Noviembre 2022

Los libros obligatorios

Alcides A. Greca

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Médico Internista (Argentina)

Es conocido que Borges recomendaba a sus alumnos de literatura inglesa no leer a los críticos sino leer directamente a los grandes autores, aun a riesgo de no comprenderlos. Al menos – decía – se podrá apreciar la música de esas páginas eternas. Se cuenta que cierta vez, al culminar una conferencia, alguien del auditorio le preguntó como se hacía para reconocer un texto de valor. Serenamente y con su discurso en apariencia vacilante, Borges respondió:“Si usted lee un poema, y ese poema no lo hace feliz… no se preocupe, es que el poeta no ha escrito para usted; si usted inicia la lectura de un libro y no lo disfruta, abandónelo sin más. Es que ocurre una de dos cosas: el libro no es digno de usted, o usted no es digno del libro”.

Borges no creía en la obligación de la lectura. Sólo la concebía como una fuente de placer. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿Se puede prescindir de los libros “difíciles”? ¿Es posible mantenerse ajeno a esos grandes textos que han superado los tiempos y que, en verdad, nos cambian la vida? Decía Ezra Pound, que quien desconocía “La Divina Comedia”, era un ignorante nada más que por eso. Probablemente sea una verdadera obligación espiritual asomarse, aunque más no sea, al Quijote, a las más grandes obras de Shakespeare, a Dante, a Tolstoi, a Proust, y seguramente una mínima sensibilidad nos hará ver la vida en forma distinta de allí en adelante.

Jorge Luis Borges (1899 – 1986)

“Si usted lee un poema, y ese poema no lo hace feliz… no se preocupe, es que el poeta no ha escrito para usted; si usted inicia la lectura de un libro y no lo disfruta, abandónelo sin más. Es que ocurre una de dos cosas: el libro no es digno de usted, o usted no es digno del libro”. (Borges)

El tema de los textos obliga torios tiene, sin embargo, al gunos otros aspectos interesantes para analizar. Quienes nos movemos en el ámbito educativo, hemos sufrido al- guna vez en carne propia, o hemos visto -no sin sorpresaque, con frecuencia, algunos docentes (a menudo prestigiosos catedráticos) proveen a sus alumnos una lista de libros “de lectura imprescindible”. Podría preguntarse ¿imprescindible para qué?, ¿para crecer intelectualmente?, ¿para ampliar la cosmovisión de los jóvenes? La verdadera y a menudo inconfesada respuesta es por lo general decepcionante: imprescindible para aprobar los exámenes.

Es habitual escuchar a alumnos ansiosos, preguntar: “¿Cuál es el texto que sigue la cátedra?”, o a ciertos profesores afirmar que “determinado autor no es aceptado porque la cátedra no comparte sus conceptos”. Cuando estas cosas suceden en la universidad no se puede evitar el sentir cierto estupor. “Universitas” (conocimiento universal) su pone darle un lugar a cual quier forma de pensamiento. Buscar la verdad es tarea de mentes abiertas. Curiosamen- te, los docentes que indican a sus alumnos tener textos de cabecera obligatorios, son los mismos que hablan en otros ámbitos sobre la necesidad de fomentar el pensamiento creativo, el autodidactismo y la reflexión crítica. Es una de las tantas asimetrías que vemos a diario entre conducta y discurso. Es imposible no interrogarse: ¿Por qué debe la cátedra “seguir” a un autor determinado? ¿En qué reside el problema (o el peligro) de que los jóvenes conozcan enfoques distintos de los que sostienen sus educadores? La educación no tiene un elemento dador (el docente) y otro receptor (el alumno).

Alcanzar el conocimiento es siempre una empresa coo- perativa. En realidad, solamente se aprende cuando todos aprenden, en la apertura mental, en la reflexión, en el cuestionamiento constante.

Daniel Pennac, escritor francés contemporáneo, tiene un texto provocador y fascinante titulado “Como una novela” que él mismo denominó un antimanual de literatura. En sus páginas se dedica especialmente a los derechos im- prescriptibles del lector (de cálogo). A saber:

- El derecho a no leer

- El derecho a saltarnos páginas

- El derecho a no terminar un libro

- El derecho a releer

- El derecho a leer cualquier cosa

- El derecho al bovarismo (fascinación por nuestras lecturas de adolescencia)

- El derecho a leer en cual quier sitio

- El derecho a hojear

-El derecho a leer en voz alta

-El derecho a callarnos

Su mirada lúcida e irónica sobre el hábito de la lectura, nos enfrenta al dilema de qué debemos elegir y qué dejar de lado en nuestro derrotero por las diversas bibliotecas a las que nos vemos enfrentados a lo largo de la vida. La de- cisión más inteligente acaso sea dejarnos llevar sin pre- juicios ni reservas mentales por nuestras preferencias cir- cunstanciales sin olvidar que en algún momento, debere mos intentar aproximarnos a los grandes autores, indepen- dientemente de cuál pueda ser el resultado del intento. Leer, al fin y al cabo, puede cumplir muchas funciones, algunas simples y algunas arduas, pero siempre será en última instancia una fuente de renovado enriquecimiento espiritual.

Cuando en la universidad se habla de resabios de au toritarismo (concepto muy confundido en la Argentina, probablemente como consecuencia de nuestros años de dictadura), pocas veces se recuerda el verdadero autori- tarismo intelectual que es el peor de todos. Y lo es porque no intenta imponer pautas de conducta o adhesiones sumi- sas a determinadas posturas políticas, intenta algo mucho más grave y profundo: fomentar un encasillamiento del pensamiento que impide, de por sí, todo intento de ma- duración y crecimiento.

“… los docentes que indican a sus alumnos tener textos de cabecera obligatorios, son los mismos que hablan en otros ámbitos sobre la necesidad de fomentar el pensamiento creativo, el autodidactismo y la reflexión crítica”

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