7 minute read

PSICOLOGÍA

Next Article
COACH

COACH

SORPRESAS DEL

comportamiento humano

¿Sería capaz de cometer un crimen si alguien se lo ordena? La mayoría contestaría inmediata y rotundamente: NO. Sin embargo, un experimento hecho en la década de los sesenta en Estados Unidos por el psicólogo Stanley Milgram, demuestra lo contrario. ¿Por qué obedecemos?

POR NATALIA ROSALEM GUZMÁN PSICÓLOGA / FUNDACIÓN UNIVERSITARIA KONRAD LORENZ

La psicología, en su camino para ser considerada una ciencia, pretende cada vez más hacer uso de herramientas rigurosas como la observación, la descripción e investigación experimental, para reunir y organizar datos que expliquen –de forma coherente– el comportamiento y las conductas humanas.

En la búsqueda de esta precisión en la ciencia, Stanley Milgram realizó este experimento años después del juicio contra Adolf Eichmann, un oficial nazi condenado por los crímenes ejecutados contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Milgram se preguntaba si Eichmann, y los demás oficiales juzgados, eran psicópatas o, simplemente, “personas normales” que estaban siguiendo órdenes. A partir de ese cuestionamiento, planteó este estudio para determinar hasta qué punto la gente estaba dispuesta a seguir órdenes, a pesar de que estas entraran en conflicto con los juicios morales propios.

¿En qué consistió el experimento?

En cada sesión de la experiencia participaban dos personas, además del experimentador. Uno de los voluntarios era posicionado por el experimentador en el rol de “profesor” y, el otro, en el de “alumno”. El director del ensayo le hacía creer a los participantes que el estudio estaba relacionado con los efectos del castigo en el aprendizaje. Sin embargo, este no era realmente su objetivo.

Luego de que los roles eran otorgados, “el alumno” era llevado a una sala y amarrado a una especie de silla eléctrica. Se le pedía que recordara cierto número de palabras en un orden específico y, cada vez que cometiera un error, el experimentador –desde otra sala– le diría al “profesor” que le proporcionara una pequeña descarga eléctrica que iba siendo cada vez más fuerte.

Las descargas iniciaban en 15 voltios y podían alcanzar hasta 450 voltios. “El profesor”, de hecho, podía ver impresa en la máquina cuáles serían los efectos de cada una de las descargas. Iniciando con una leve, siguiendo con moderada, fuerte, muy fuerte y llegando a descargas letales.

El experimento tenía ciertas trampas. “El alumno” no era un participante escogido al azar, en realidad era un actor que simulaba estar recibiendo dichas descargas. A partir de los 150 voltios gritaba suplicando que “por favor detuvieran la prueba”, sin embargo, el experimentador, haciendo caso omiso de los supuestos gritos de desesperación del “alumno”, le ordenaba al “profesor” que siguiera administrando las descargas. En algunas ocasiones ni siquiera era una orden contundente, podía expresar frases como “continúe por favor” o “el experimento no debe detenerse” y ello bastaba para que el participante prosiguiera suministrando y aumentando las descargas eléctricas.

Las predicciones

Los resultados y las predicciones son sorprendentes. Antes de iniciar con el experimento Milgram consultó, con algunos colegas, cuáles eran sus pronósticos. La inmensa mayoría estuvo de acuerdo en que apenas “el alumno” comenzara a gritar y a pedir que se detuviera el experimento, “el profesor” lo haría. Esperaban que solo un 4% llegara a los 300 voltios y tan solo una persona entre mil hasta el final del experimento.

¿Qué pasó?

Si bien los signos de tensión y angustia por parte de varios de los participantes eran evidentes, la realidad es que un 60% de los individuos llegó hasta el final del experimento, es decir, proporcionaron la descarga máxima solicitada por la figura de autoridad, a pesar de escuchar fuertes quejidos y lamentos por parte del supuesto afectado.

¿Qué descubrió Milgram?

Quedaron grandes enseñanzas gracias a los estudios de Milgram en materia de psicología social: ▪ Las personas son más obedientes cuando no tienen un contacto directo o cercano con la víctima. ▪ La presencia de un investigador con bata blanca (representación de una figura de autoridad), que además se muestra responsable por los posibles efectos adversos que ocurran, facilita la dilución de compromiso de las personas, haciendo que sea más probable que sigan obedeciendo. ▪ A mayor formación académica, menor intimidación genera la figura de autoridad. ▪ La sensación de compromiso frente a una tarea imposibilita el hecho de oponerse a las órdenes, en contra de la ejecución de la misma.

Estos factores por sí solos no llevan a que una persona obedezca ciegamente, pero la suma de varios de ellos sí lo facilita.

¿Y por qué obedecemos?

Cuando una persona está obedeciendo llega a considerarse a sí mismo como un instrumento para cumplir un fin. Esto implica una disminución en la responsabilidad de los actos propios. De allí que Milgram concluya: “No se necesita una persona mala para servir a un mal sistema”.

Resulta asombroso, totalmente asombroso, descubrir que el ser humano puede actuar de formas inesperadas. Este es un tema para reflexionar por mucho tiempo.

LOS DESPRENDIMIENTOS

La primera novela de la escritora colombiana sumerge a los lectores en las profundas dicotomías de las maternidades, y explora las tensiones y las levedades de los vínculos familiares. La trama indaga las posibilidades de la desaparición voluntaria y desarrolla los destinos de quienes se quedan y quienes se van.

POR MELISSA TOVAR GUERRERO FOTO JUAN CARLOS GUERRERO BELTRÁN

"Hay una supuesta necesidad de pertenecer a algo y a alguien. Al parecer, debemos identificarnos con un partido político, una religión, una moda, con tendencias sociales e, incluso, rotular a las familias y a los amigos con términos como tribus o manadas. ¿Cuál es el opuesto de este principio? Porque habitamos en un universo en el que prima la dualidad. La idea de abandonarlo todo, de no pertenecer a nada ni a nadie, fue lo que quise explorar, literariamente, en Los desprendimientos.

La gente abandona a sus seres amados; es una realidad. Lo han hecho y lo seguirán haciendo. Hay desapariciones que son voluntarias e irrevocables. Me aboqué a hallarle sentido a esta afirmación que, en apariencia, puede resultar contradictoria. Que no se hable de estas situaciones no significa que no existan. Considero que este es uno de los

valores de la Literatura: poner luz sobre lo que se quiere invisibilizar.

Al comienzo de mi escritura quise navegar por estas posibilidades y consideré que ahí estaba el acento narrativo. Después, comprendí que también era sustancial revelar lo que sucedía con quienes se quedaban esperando el regreso de sus parientes. Ahí hallé el sentido de los desprendimientos.

No creo en la Literatura que adoctrina ni que es maniquea; desconfío de la escritura que señala el bien y condena el mal. Concibo la Literatura como el lienzo sobre el cual se expone la vida y son los lectores quienes interpretan los comportamientos de los personajes, las repercusiones de la trama, el valor de la prosa y la calidad estética de la conformación de las palabras.

Si eres un evaporado y Los desprendimientos llegó a tus manos, confío en que las historias de Emmeline y Wonder Grace iluminen tu viaje, aligeren tus cargas y halles tu destino.

Si eres un sobreviviente de alguna clase de abandono, anhelo que en Takara, Gala y Josefina halles la fuerza y la gallardía para continuar tu sendero, escribir tu semblanza y no caminar hacia atrás.

La vida está conformada por continuos desprendimientos. Con esta novela procuré evocar que, en medio de las sensaciones que susciten, conservan hermosura y esperanza".

Contacto para adquirir Los desprendimientos: +57 3103116455 $40.000 (más valor del envío) Emmeline:

Sabía que me transformaría en una persona evaporada. Sin embargo, no alcancé a prever los efectos de convertirme en una persona “sin nombre”. Yo, Emmeline, quise abandonar mi vida, pero no vislumbré que esta elección me despojaría de mi identidad. Yo, Emmeline, quise dejar a mi hija y a mi madre, pero no advertí que con esta acción mi personalidad se estaba enajenando de mí, se separaba de mi esencia y de mi memoria. Repito mi nombre, yo, Emmeline, porque me ha invadido la necesidad de volver a sentirlo como propio, la ansiedad por recuperar la correspondencia, de que vuelvan a tener lugar en mi vida cada una de las piezas que yo lancé abruptamente al azar. Yo, Emmeline, la madre de Takara, la hija de Gala. Yo, que diviso en mi mente las letras que conforman mi nombre, pero que tiemblo de vergüenza al intentar escribirlo, porque sé que perdí el derecho a conservarlo. Yo, que escucho mis recuerdos pronunciarlo E-m-m-e-l-i-n-e, pero mi voz se ahoga en un oleaje de remordimiento cuando intento decirlo en voz alta.

This article is from: